La proximidad de las elecciones ha hecho que la opinión
pública vuelva a manifestar su interés por los sondeos electorales y por las
encuestas a pesar de que siempre, absolutamente, se equivocan. Y ese error,
nunca, absolutamente nunca, es ingenuo. Las encuestas son un medio más de
manipulación electoral: si las encuestas realizadas o encargadas por medios de
derechas hablan de que la extrema-izquierda tendrá mayoría, no es para
constatar una realidad, sino para inducir al votante de derechas a acudir a las
urnas. Y lo mismo pasa en cualquier otro sector político. ¿Y la realidad? Desde
luego, es lo que menos le importa a quienes encargan las encuestas y a los
encuestadores: lo que interesa no es la “realidad”, sino como manipularla.
Ni los medios, ni la opinión pública –conformada y modelada
al cincel de esos medios- tienen “memoria” (ni a corto, ni a medio, ni a largo
plazo). La memoria es algo a extirpar en la política corrupta que se practica
en la modernidad. En eso están de acuerdo todos los partidos: el PP alardeará
de que el gobierno Aznar fue al más eficiente, olvidando que durante su gobierno
se dispararon todos los problemas que venimos padeciendo actualmente; los
socialistas dirán que ellos han aportado “paz y progreso”, pero no que han sido
los únicos responsables del desastre educativo y del caos autonómico; Ciudadanos
intentará conectar con el centrismo de la transición como si aquella hubiera
sido una panacea. Y, para colmo, Podemos se presentará como socialdemócrata una
semana después de que los residuos estalinistas del PCE se le incorporaran. Y
todo esto se puede decir porque no existe nada parecido la memoria histórica, ni siquiera a corto
plazo.
Esa ausencia de memoria es lo que salva al gremio de los
sondeos electorales: dado que siempre se conoce finalmente el resultado electoral
el día de las votaciones, de entre todos los cientos de encuestas realizadas,
siempre hay una que ha dado en el clavo. Así pues, el gremio de los sondeos
recuerda esa y no la abrumadora cantidad de encuestas erróneas que se han
lanzado.
Habitualmente, las intenciones de los sondeos electorales
son tres y ninguna tiene que ver con lo que debería de ser una encuesta
honesta:
1) encuestas destinadas a promover el triunfalismo de tal o
cual formación (aparecen en períodos previos a los procesos electorales, para
aupar y promover tal o cual opción; ya se sabe: éxito llama a éxito; la masa es
así: si parece que una opción política va a ser seguida por muchos, actúa la
ley física newtoniana de atracción de masas y se suman muchos más).
2) encuestas destinadas a promover el pánico entre los
electores de un sector político para estimularles a que acudan masivamente a
las urnas para bloquea el crecimiento del sector opuesto (suelen aparecen justo
inmediatamente antes de la campaña electoral). Su objetivo es generar expectación
y alertar de los riesgos de que gane otra opción en las antípodas de quien
encarga la encuesta: lo que se nos propone no es votar a éste por sus méritos
sino votar contra aquel que nos parece impresentable.
3) encuestas destinadas a promover la participación.
Aparecen siempre durante la campaña electoral. Tienden a igualar con escasas
diferencias a unos partidos con otros, a presentarlos a todos como un mismo
pelotón en el que el voto de un solo ciudadano puede decantar el resultado.
Obviamente, dependerá del color de quien haya encargado tal encuesta que una u
otra opción esté ligeramente por encima de las otras. Su objetivo es siempre
que el ciudadano acuda a las urnas.
En el último mes se han publicado muchas encuestas (¿a usted
le han preguntado en alguna? No, verdad… eso ya le da la medida de la
fiabilidad de los sondeos) y el electorado está sumido en la duda: teme que el
partido que odian y consideran un peligro venza en las elecciones, luego tema
que la opción que le parece “menos mala” sea derrotada por la “peor”. Siente
que se aproxima el caos, pero también que el pequeño gesto de votar puede
remediarlo. Y pica. Pica porque carece de memoria y olvida que su vota ni
ahora, ni antes ha valido gran cosa. Pica porque se quiere considerar
importante y decisivo para algo en la vida y cree que el voto le da “poder”,
cuando lo que está sirviendo es para que lo crujan un poco más a impuestos,
para que se desespere ante la corrupción y la pasividad de las autoridades o la
lentitud exasperante del sistema judicial, su voto sirve para que uno u otro lo
crujan a impuestos, para que nada esencial cambie en su vida y para que todo
siga exactamente igual.
Y esto es así porque no hay diferencias esenciales entre los
cuatro partidos mayoritarios, los cuatro partícipes de la “corrección política”,
con fórmulas emanadas del “pensamiento único”, especialmente en materia
económica, con programas similares en materia de identidad nacional e
inmigración, con los mismos silencios y la ausencia de fórmulas y soluciones
drásticas, la misma palabrería cansina repleta de tópicos (la diferencia es que
existen tópicos de derechas, de centro y de izquierdas).
Se empieza creyendo en la veracidad de las encuestas y se termina
votando angustiado. En realidad, lo mejor que el ciudadano puede hacer con su
voto es guardárselo: con sólo dedicar el tiempo que se tarda en depositarlo a
meditar sobre lo que han supuesto las victorias electorales para nuestro país
hay razón suficiente para abstenerse. Los sondeos electorales están concebidos
para excitar al voto: nunca dicen el número de abstenciones, ni cuentan los
votos nulos o en blanco, no benefician a ningún partido, ni benefician al
sistema así concebido. No dicen que, cuanto más amplia es la bolsa de estos
votos (nulos, en blanco y ausentes), menor es la legitimidad de los resultados
y menor por tanto el margen para aplicar las políticas que se vienen aplicando
en las últimas décadas y que, en los próximos cuatro años, aplicarán todos,
indistintamente, sea cual sea la fórmula ganadora. Sí, habrán los mismos
diputados, pero avalados por menos votos.
En democracia, las encuestas forman parte de la campaña
electoral. Un sondeo es más útil a un partido que millones de carteles puestos
en las calles. Es, ni más ni menos, que otro recurso en la manipulación de las
masas. ¿Sondeos electorales? No, gracias.
© Ernesto Milá – info|krisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com –
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