miércoles, 31 de octubre de 2018

365 QUEJÍOS (184) – BOLSONARO, TRUMP, ORBAN… VOX (Y TANTI QUANTI)


¿Qué ha pasado en Brasil? Muy sencillo: que en aquel país gobierna un hipercapitalismo financiero, burocrático y globalizado que había entregado, en 2003, la gestión de los asuntos cotidianos al muy sumiso Partido del Trabajo (especie de PSOE a ritmo de samba). Este partido destinaba millones y millones para “ayuda a los pobres, desarrollo del tercer mundo, eliminación de la pobreza, igualdades de género, mantenimiento del patrimonio de la Amazonia…”, cantidades que, por algún motivo, siempre terminaban en las cuentas cifradas de la clase política en Suiza o en cualquier otro paraíso fiscal. Y el pueblo brasileño se ha hartado de comer frijoles con arroz, presentado como un “menú goumet”, como si bastara para dignificarlo el condimento de la multiculturalidad, las ideologías de género y demás productos cultivados de la granja UNESCO. Contra esto es contra lo que han votado los brasileños en estas elecciones. No me quejo, claro está, de que Bolsonaro haya llegado al poder. Me podría quejar de lo que haya tardado el pueblo brasileño en darse cuenta de que alguien podía estar en la guerrilla a finales de los 60, pasar por víctima de la dictadura, y despertar en los noventa como cleptómano de izquierda parlamentaria (ser revolucionario en el pasado, no descarta ser chorizo en el presente). Pero no me quejo de esto, sino de cómo se ha tomado la izquierda española esta victoria.

Nuestra izquierda empieza a tener sensación de soledad. El hecho de que lo que se creía era el Podemos a la italiana, el Movimiento Cinque Stelle, haya terminado pactando con la Lega un gobierno que, en estos momentos, va por un camino muy aceptable, ha terminado de descomponer a la izquierda española que todavía no se había repuesto de la victoria de Trump o del hecho de que la “extrema-derecha” gobierne ya en parte de la Mitteleuropa y, en cualquier caso, esté presente de manera creciente, siempre por encima del 15% en todos los países de la zona. O que en los Países Nórdicos se produzca una situación análoga. Por no hablar del susto que los colocó al borde del colapso nervioso al conocer el resultado electoral de Marine Le Pen.

La izquierda prefiere seguir clamando por los derechos de los “refugiados”, por las hambrunas africanas o por las ideologías de género, su última distracción. Es verdad que una parte de la izquierda europea empieza a desandar lo andado y a preguntarse si no habrá sido muy optimista sobre la capacidad de integración de los inmigrantes o con haber permitido (y llamado) a millones de inmigrantes, cuando otros empiezan a preguntarse seriamente el por qué la clase obrera europea, simplemente, les ha vuelto las espaldas. Pero aquí, en España, la izquierda sigue como si nada, incluso sin darse cuenta de que Podemos no es un partido, sino un mosaico con tantas tendencias, familias, “colectivos” y subpartidos como dirigentes tiene, ingobernable, y que el PSOE, abandonado el marxismo, caída la socialdemocracia, es una confederación de grupos regionales de intereses, guiado por feministas y feministos,  que agradecen al dios de las estadísticas (Tezanos) sus artes culinarias para darle en los sondeos de voto lo que su gestión no le da. Claro está, que también tienen algo que ver en la permanencia del PSOE el hecho de que Ciudadanos, fuera de su actitud decidida en Cataluña, oscile como una veleta al viento o que el “efecto Casado” en el PP haya sido más flojo que el pestillo de un WC gay. Aquí gobierna hoy la izquierda, no por sus propios méritos, sino por los errores de la derecha y por el despiste del centro.


La interpretación que ha dado El País, buque insignia de la izquierda kulta, ha sido que Bolsonaro ha recibido el voto de los privilegiados, de los partidarios de la dictadura y de la extrema-derecha… que, al parecer, sumados, dan el 55,1% sobre el 44,9% del “nazareno”, Fernando Haddad, que le ha tocado cargar con la cruz del recuerdo de Lula y la Dilma Roussef. Para El País y para la izquierda, el Partido del Trabajo ha sido víctima de una persecución judicial injusta, armado desde la CIA que, además, en su infinita maldad y omnipotencia, desencadenó al lumpen contra un partido que, como su nombre indica es “de trabajadores”… Y se quedan tan anchos y les satisface saber que no han caído víctimas de sus estafas sino de una “conspiración”. Quien conoce Brasil sabe que allí no hay tanto “privilegiado”, ni tanto “conspirador” como para llegar al 55,1%, pero también sabe que hace mucho tiempo que el país no andaba muy bien. Brasil no es un país cualquiera.

Desde el punto de vista geopolítico, Brasil tiene cuatro características que le otorgan la condición de “potencia regional”: extensión, recursos naturales, tecnología, población. Su alianza histórica con Chile le otorga salida a los Océanos (condición requerida en geopolítica para ser gran potencia). Así que lo que allí ocurre es importante, no sólo para los brasileños sino para todo el continente americano y, por supuesto, para España. El problema de Brasil es la “multiculturalidad”… que se traduce en las calles porque la samba está omnipresente y porque las conversaciones sobre sexo son las más habituales, tanto como los torneos de fútbol o de vóley-playa… y no caricaturizo. Un país con tanto potencial no puede agotarse en hábitos tan poco lustrosos.

Pero tener el poder soluciona solamente la primera parte del problema: ahora toca gestionarlo. Reconozco que me alegra que Trump haya vencido sobre Hillary, lamento que Macron se impusiera sobre Marine Le Pen, me satisface que la AfD avance y que la CDU-CSU y el SPD, empiecen su descenso a los infiernos; considero a Viktor Orban un gigante político en comparación con las tallas infantil de los demás políticos de la izquierda húngara. Me alegré de la victoria de Salvini y de la pulverización del Partido Demócrata de Remzi, y, no digamos del resultado de los Demócratas Suecos de Jimie Akesson, consolidado como tercer partido del país. Y así sucesivamente. Prefiero, ya que estamos, que sea Vox el que “suba” a que las dos fotocopias de Sánchez, Casado y Ribera, quienes lo hagan.

Sí, ya sé que todas estas opciones tienen puntos oscuros y que no está claro, ni lo que pueden hacer, ni lo que están dispuestos a hacer, ni siquiera a qué velocidad van a hacerlo. A fin de cuentas, en democracia, se parte de la base de que cualquiera que tenga tu voto puede hacer con él lo que le dé la gana (y no lo ha prometido). Sé, por ejemplo, que el cultivo del que se están sembrando más hectáreas en estos momentos en EEUU, es el del cannabis “medicinal”. O que Marine Le Pen cometió tantos errores en campaña que es lícito preguntarse si hubiera sido una buena gobernanta. En cuanto a la AfD, su programa a identificado con claridad extrema los problemas, pero hoy es un amasijo de vectores de los que no está muy claro cuál será el resultado final. Salvini gobierna, pero en coalición con el M5S… así que, en cualquier momento, podría dejar de gobernar. ¿Y Vox? Es todavía “potencia”, en absoluto “acto”.

Lo importante es que todas estas opciones suponen obstáculos, unos mayores, otros menores, a la globalización (en verdadero, único y gran enemigo); ninguna de ellos ha dado de sí todo lo que podía por el breve tiempo que ha transcurrido desde que emergieran como “alternativas”. Les queda a todos por demostrar su “potencial”. Pero ahí están y no son, desde luego, “marcas blancas” de nadie, sino expresiones de la protesta popular, el rechazo a la corrección política, el pensamiento único y al nuevo orden mundial, esto es, a la globalización. Y ya se sabe lo que dice el dicho: “Roma no se hizo en un día, ni Zamora se ganó en una hora”.

Desde la caída del Muro de Berlín, cuando se impuso el unilateralismo norteamericano y el modelo globalizador, íbamos descendiendo peldaño a peldaño por la escalera de la decadencia y lo hacíamos, prácticamente, sin resistencias. Ahora, en un mundo que tiende al multipolarismo (lo cual es, en principio, mejor que el unipolarismo o el bipolarismo que fue propio de la Guerra Fría) en lo geopolítico y al mundialismo en lo cultural (ideología del mestizaje, de la multiculturalidad, ideologías de género, ultrahumanismo, lo que es peor que cualquier forma cultural anterior), el sistema globalizado está cada vez más cuestionado y, en cada país, aparece algún tipo de respuesta en función de sus propias condiciones. Unas están mejor definidas, otras son más ambiguas, unas tienen a gente eficiente, en otras hay solo amateurismo, las hay más audaces y también otras que son timoratas . No hay que olvidar, que los Estados Nacionales siguen existiendo y que, por tanto, cada opción ha de ser medida, en tanto que “nacional”, según la situación de ese país. Pero, en general, sería difícil no reconocer que en todas estas opciones existen elementos que permiten afirman que, en algunos países, al menos, se está conteniendo el rodillo globalizador. Y que quienes los están conteniendo son las estructuras jurídicas de los Estados, sus sistemas electorales, sus parlamentos… El realismo se impone: quizás el sistema democrático -un hombre un voto mitad más uno gobierna, mitad menos uno pierde- sea el más engañoso e injusto para resolver definitivamente la cuestión. Pero, por el momento, está sirviendo para detener pasar al peldaño inmediatamente inferior.

Jair Bolsonaro, parte con el apoyo de una significativa mayoría. Vamos a ver qué reformas introduce y a qué velocidad. ¿Nos afecta? ¡Coño, si nos afecta! ¿O es que ignoráis que Brasil es un país en el que la expansión del castellano (allí, “español”) se está realizando a mayor velocidad? Es Instituto Cervantes de São Paulo, es una referencia cultural en todo el país y en todos los institutos del país la enseñanza del castellano debe de estar presente como “materia optativa”. Lo que ocurra en Brasil, no lo dudéis, repercutirá en todo el subcontinente. Y también en la Península Ibérica. Porque la alternativa para España y Portugal está muy clara: si la Unión Europea fracasa -y está fracasando- siempre nos quedará mirar al otro lado del Atlántico, a las tierras hermanas que colonizaron nuestros antepasados.

martes, 30 de octubre de 2018

365 QUEJÍOS (183) – “EMPODERAMIENTO” Y FILOSOFÍA DE LA ESTUPIDEZ


Del zapaterismo se recordarán muchas cosas y ninguna buena. En esa época irrumpieron ridiculeces “de género” (“todos y todas”, “miembros y miembros”) pero ninguna fue tan elaborada como el neologismo que un buen día soltó Zapatero sin poder evitar una sonrisa, (como diciendo, “¿a que esto no os lo esperabais?”): el palabro era “empoderamiento” y seguramente un “intelectual” como ZP lo habría leído en El Correo de la UNESCO, panfleto que realmente puede considerarse como el transmisor de todos los virus ideológicos salidos de los laboratorios del progresismo mas extremo. Hoy la palabra se ha integrado en el vocabulario de todos los postulantes de las ideologías de género. Me quejo de que la neolingua progresista hace de este neologismo la piedra angular de su construcción ideológica. Así que, atento a él, porque, quien lo utiliza, no cabe la menor duda: he ahí a un progre.

Desde luego, “empoderarse” es mejor que “discriminación positiva” que, en sí mismo, contiene una contradicción. Si la discriminación es un término que viene acompañado de connotaciones negativas, “positivizarlo” lo hace vulnerable. Así pues, para sustituir este concepto, tan confuso como atacable, el progresismo creó este otro que, además, sugiere fuerza, decisión, voluntad: “empoderamiento”. Así, a lo que en el fondo es lo mismo que “discriminación positiva” se le otorgó otra connotación: daba la sensación de que aprobar leyes de “discriminación positiva” suponía reconocer la debilidad de algunos “colectivos”. Y así era, en efecto: recordar a las “ministras de cuota” (la Viviana Aido, la Leire Pajín y demás), no podían evitar sentir que estaban ahí, no por sus capacidades reales, sino para cubrir una cuota. Así era, de hecho. En Francia, hay “universitarios de cuota”, habitualmente procedentes de países africanos, que se han dado cuenta de lo humillante que resulta que todos tus compañeros sepan que no estás ahí por su puntuación y tus notas… sino porque perteneces a una “cuota”, como si fueras un minusválido mental. Así que se sustituyó esta idea que sugería “debilidad” por esta otra que evocaba “fuerza”, “vigor”: se sugería que los mismos “colectivos” que ocupaban un lugar subalterno en la sociedad, ellos mismos eran capaces de “igualarse” al resto.

Por que aquí de lo que se trata es de realizar el ideal de la IGUALDAD, cueste lo que cueste. Entenderán ahora que Julius Evola y Thomas Molnar, entre otros, sugieran que el origen de todos los males que afectan a la modernidad procede de las ideas de 1789 y del “trilema” “libertad – igualdad – fraternidad”. Ciertamente, para los revolucionarios de 1789 consideraban todos estos términos de una manera muy diferente a cómo se ven ahora. Para ellos eran simples eslóganes contra las pautas del “ancien régimen”: “orden – autoridad – jerarquía”. ¿Libertad? Hacer lo que cada uno quiera, mientras no fastidies al vecino. ¿Igualdad? El Rey y la aristocracia no son superiores a nadie. ¿Fraternidad? Para fraternidad la que se da en las logias masónicas (frecuentemente transformada en complicidad). El dogma liberal-democrático era suficientemente ambiguo como para que cada cual lo interpretara a su manera y hubiera siempre algún “osado” (osado de hacer el oso) que viajara al final de la noche, esto es, a las consecuencias extremas de la “igualdad”.

Porque no se trataba solamente de disfrutas de idénticos derechos, sino, además de que fuéramos iguales exactamente en todo, negásemos diferencias de edad, capacidad y sexo, incluso vocación y tendencias naturales, para alcanzar una igualdad, total y absoluta: como la de los granos de arena en las arenas del desierto que han alcanzado ese criterio y ninguno destaca por encima de otro. El problema es que, en metafísica se dice que cuando dos cosas son exactamente iguales, sin ningún matiz que los distinga, no son dos cosas, sino una misma cosa. Por lo tanto, la “igualdad” será el camino más directo hacia lo masificado, lo indiferenciado, esto es, la transformación de las sociedades en hormigueros o colmenas.



En los años 60, un tal Paolo Freire, brasileño, elaboró una filosofía de la educación que supuso la liquidación del concepto mismo de educación como transferencia de conocimientos de un enseñante a un enseñado, es decir, desde donde había conocimientos al que tenía necesidad de tenerlos, base de la educación y de la enseñanza desde los presocráticos, situó en plano de igualdad a enseñantes y enseñados. De Freire parte todo el caos educativo de nuestros días, incluido el “aprender jugando”. Se ve el fuste del personaje. Pues bien, no contento con eso, fue también el origen de la “filosofía del empoderamiento”. Freiré identificó lo que llamaba “grupos vulnerables”: mujeres, niños, negros, incluso psiquiatrizados, marginados sociales, etc. Todos ellos, según él, ocupaban un lugar inferior al estándar de “poder”: hombres de clase media blanca. Por tanto, estos “colectivos” debían llegar al nivel del estándar y la función de los poderes públicos era animar a esos colectivos a que, reivindicación tras reivindicación, se las arreglaran para escalar más y más peldaños, hasta ocupar un nivel exactamente igual al de los varones de clase media blanca… Esa presión reivindicativa, desde abajo, debería ser completada por una “revolución desde arriba” que solamente podían operar sectores de la izquierda progresista (esa que en el mismo Brasil de Freire ha sido barrida y hecha fosfatina por Jair Bolsonaro hace un par de días) mediante… “discriminación positiva”.

Lo que se proponía en la práctica era que los “detentadores de la hegemonía social”, “pagaran” esa posición privilegiada que habían ostentado durante siglos, y la pagaran en todos los sentidos: haciéndose acreedores de “culpabilidad moral”, pagando mediante sus impuestos la “discriminación positiva”, cediendo por la fuerza de la ley a los grupos reivindicativos y aceptando su maldad consuetudinaria haciéndose perdonar, bajando la cabeza y sintiendo incluso vergüenza de lo que habían sido hasta ese momento o de aquello que la naturaleza les había otorgado (el género y la diferenciación sexual). A partir de ahí sabéis lo que ha ocurrido.

¿El error de esta teoría? Sería difícil encontrar en la historia de la sociología o de las ideas, una doctrina tan absolutamente distorsionada. No es por casualidad que nace en Brasil, país de la multiculturalidad y no en el gigante económico actual, sino en el Brasil de los años 60 que quería imitar las “políticas de integración racial” llevadas a cabo en EEUU por JFK. El error consiste en considerar que en una zona del Tercer Mundo de los 60 se dan las mismas circunstancias que el Primer Mundo en el siglo XXI. Ciertamente, la mujer negra, como la árabe, como la andina, necesitaban ser reconocidas en su dignidad… pero en Europa -y hace falta leer a J.J. Bachofen y su famoso libro sobre el matriarcado, o simplemente observar la estatuaria griega para comprobar que, en Occidente, a la mujer ya se le reconocía una dignidad y una altura, hasta el punto de haber sido elevadas al nivel de diosas (como madre: Detener, o como amante: Afrodita). Desde el momento en que las sociedades se convirtieron en complejas, sobrevino la “especialización” y las distintas tareas que derivaban de las distintas capacidades atribuidas a cada género por la naturaleza. Y eso duró hasta la sociedad burguesa y al concepto de familia burgués que se mantuvo hasta los años 60. No es el momento de hacer la crítica aquí a esta modelo, especialmente en su última formulación, pero sí recordar que la situación de la mujer en Europa era muy diferente de la que tenía la mujer en otras latitudes. Basta leer los relatos del Grial (siglo XI-XIII) para advertir que la mujer estaba ya “empoderada”… en nuestro ámbito, claro está.

Parece claro que, los y las ideólogas del “empoderamiento” no están hechas para dialogar, ni siquiera para descender al terreno de la real y explicar por qué en determinadas especialidades universitarias -por poner un simple ejemplo de fácil comprobación- la mujer apenas está representada y, sin embargo, en otras, es mayoritaria… en unos momentos en los que ni hay discriminación laboral, ni discriminación en el acceso a cualquier carrera. En su lugar, dan como hecho consumado la necesidad de “empoderarse”… esto es de exigir “discriminación positiva”, y hacerlo, a veces, con la histeria propia de caricaturas (miren a las FEMEN y luego me cuentan). A veces la Libertad no lleva necesariamente a la igualdad... y entonces ¿qué hacemos?

Lo más sorprendente del caso es que en los lugares en donde haría falta establecer una verdadera igualdad, en determinadas áreas geográficas -andinas, africanas y árabes- es donde la filosofía del “empadronamiento” es inexistente y a nadie se le ocurre levantar su bandera. Esta sífilis ideológica solamente la estamos sufriendo en Europa y solamente avanza sin oposición perceptible -mire usted por dónde- en nuestro país, de la mano, eso sí, de una izquierda que, tras haber perdido sus valores tradicionales, ha aceptado los que la UNESCO le ofrece a tontorrones troquelados por el zapaterismo, o bien a indigentes intelectuales allí donde la izquierda se difumina en el lado oscuro de la paranoia, la locura y la estupidez.

El día que estos triunfen, ya saben, la consigna es “quien no se empodera no mama”. Así que póngase en faena y a ver si entre todos podemos “empoderarnos” en tanto que varones, heterosexuales, de clase media y de raza blanca (con perdón)… Y es que “empoderamiento” y “corrección política” son (no diré culo y mierda por aquello del mal gusto) efecto y causa, respectivamente, de la filosofía de la estupidez.




lunes, 29 de octubre de 2018

365 QUEJÍOS (182) – ¡SALVAR A APU! ¡PROHIBIDO REIR!


Ayer domingo, las agencias informativas hacían correr dos noticias contradictorias entre sí: la victoria de Jair Bolsonaro en Brasil y la intención de los productores de Los Simpson de eliminar el personaje de Apu, el entrañable gerente del badulaque. La primera noticia supone una bofetada a lo políticamente correcto, propinada por el electorado brasileño ante una izquierda local corrupta, especializada en destinar dinero para “los pobres” que luego reaparece en sus cuentas corrientes en Suiza o en cualquier otro paraíso fiscal. En las antípodas tenemos la eliminación de Apu de la serie como canto a la corrección política. Se objeta contra él, el que, a pesar de ser uno de los personajes más populares, “estereotipa” a los inmigrantes hindúes y pakistaníes. Ambos sucesos son sintomáticos.

De un tiempo a esta parte, divertirse se ha convertido en algo sospechoso para los sumos sacerdotes del progresismo. Los chistes de gays han sido completamente eliminados de los espectáculos públicos porque “mantienen los clisés”, con los chistes de gays se han ido también los de gangosos. No se les ocurra contar un chiste de tartamudos porque pueden ocasionar una revuelta de los defensores de la corrección, por “trata vejatorio, denigrante y humillante”. Se sabe, por ejemplo, que feministas y gays han protestado cuando aparece como asesino, criminal o manipulador algún personaje mujer u homosexual. No hará ni diez años un personaje de la popular serie Aida, fue censurado por algún chiste sobre un afectado por el “síndrome de Shekel” (enanismo, palabra prohibida). Y si alguien piensa en colocar a un inmigrante en una serie, cuidado, debe ser un tipo abnegado, entregado, heroico, honesto y con valores positivos que se salgan a borbotones desde el momento mismo en que salta de la patera o cruza la valla. Por algún motivo solamente se concede que existan inmigrantes malvados, sádicos, crueles, alcoholizados y agresivos, entre… los que llegan de países eslavos. Fíjense y lo comprobarán. ¿El resto? Almas cándidas.

Tolerancia, nada de violencia contra nadie, todo tiene una solución tranquila pacífica y feliz, no nos pongamos nerviosos, la cultura y la educación lo resuelven todo. Por eso ha ganado Jair Bolsonaro en Brasil. La población pide guillotinas y patíbulos. Y me parece lógico: puestos a haber muertos, mejor que sean los delincuentes que las gentes honestas. Y puestos a ver estereotipos, al menos que se correspondan con toda la realidad.

Resulta significativo, por ejemplo, que la corrección política imponga que el islam es como cualquier otra religión y que, el yihadismo es cualquier cosa menos una rama del islamismo. El cuidado que se pone en no herir susceptibilidades de los islamistas, contrasta con el silencio y la tolerancia hacia quienes atacan a la Iglesia Católica (que probablemente merezca ser atacada, pero que también tendría derecho a reivindicar su “derecho al respeto” derivado de las regla de oro de la corrección política: “no atacar a nadie, no ofender a nadie, no herir a ningún colectivo”… Al final del camino lo único que existe es un mundo gris, robotizado, sin emociones, sin libertad para reír, codificado hasta el extremo: un mundo modelado por una secta tiránica y terrible, con sus sumos sacerdotes, sus dogmas inexplicados e inexplicables y sus convenciones selectivas: “a estos los puedes atacar, a estos otros ni tocarlos”…


Y llegamos a Apu. ¿Quién es? Un personaje secundario de la serie Los Simpson. Es inmigrante de origen bengalí. Regenta un badulaque, pero en su país estudió ingeniería informática y realizó una tesis doctoral sobre el juego de damas chino. Es un personaje tenaz y trabajador. Padre de una familia numerosa y fiel a Ganesha. No malgasta lo que gana. Es un ahorrador empedernido. Es vegetariano. Ha terminado nacionalizándose norteamericano. Poco a poco ha ido progresando hasta convertirse en un empresario de éxito. Conserva ese acento característico de los inmigrantes procedentes del sur de Asia…

Si tenemos en cuenta que, en una serie cómica, como Los Simpson, todos los personajes son “estereotipos” a nadie le sorprenderá que exista el estereotipo del inmigrante establecido en los EEUU e integrado en la sociedad norteamericana. Hay que decir que el personaje es simpático y que los hindúes y pakistaníes no se ofenden: muchos de ellos han seguido recorridos análogos. Yo mismo tengo conocidos pakistaníes, que han abierto badulaques y responden a todas las características de Apu, y por los que -vale la pena añadir para dar testimonio de ello y no por corrección política- les tengo mucho aprecio: han venido para trabajar, para prosperar y prestan un servicio… Como Apu.

Sin embargo, Apu va a ser eliminado de la serie. Hace tiempo que no veo Los Simpson. Una serie no puede durar tanto tiempo (el 2019, cumplirá 30 años), pero albergo la mayor de las simpatías hacia Apu. Además, tengo particular interés por la carrera de Frank Azaria, el actor norteamericano que le dobla en inglés. Sería mejor que liquidar a la serie antes de que otros personajes empiecen a ser torpedeados por la “corrección política”: ¿o es que el Bar de Mo no extiende el alcoholismo? ¿o es que no hay cierto antisemitismo en el hecho de que Krusty el payaso sea judío? ¿puede admitirse que Seymour Skinner esté al frente de un colegio de niños? ¿Y Montgomery Burns? ¿acaso no tiende a que despreciemos a los “señores del dinero”, esas almas caritativas que, como George Soros, sólo buscan de manera altruista y desinteresada el progreso moral de la humanidad? ¿porqué los niños deben ser considerados gamberros como Bart Simpson y las niñas estudiosas como Lisa? ¿no es eso una odiosa muestra de sexismo? Marge Simpson, amantísima esposa, ¿no desmerece a las familias monoparentales? ¿debería de ser eliminado el Actor Secundario Bob que niega las virtudes de la reinserción en materia penitenciaria? ¿Por qué, Smithers, el secretario de Montgomery Burns es tan irrelevante, siendo el único gay de la serie? ¿no debería igualarse, como mínimo a su jefe? Y así sucesivamente. Pero los sumos sacerdotes de la corrección política son conscientes de que deben de ir poco a poco: cortando las rodajas del salchichón. De lo contrario, sus intenciones (imponer la tiranía de lo que ellos consideran admisible e inadmisible) serían desenmascaradas.

¿Entienden lo que ha ocurrido en Brasil? Que la gente estaba harta de “corrección política” y quería llamar al pan, pan, y al vino, vino. Sin eufemismos, sin artificios, sin miedos. O lo que recomendaba Unamuno en su Vida de Don Quijote y Sancho: “llamar ladrón al ladrón y adelante”. No querían más relativismos, ni paños calientes: el electorado brasileño quería que el sol siguiera naciendo por el Este y se ocultara por el Oeste. Y lanzó por la borda a los que sugerían que los cuatro puntos cardinales eran iguales y el sol no tenía que beneficiar a uno en concreto y perjudicar a otro. Ayer en Brasil perdieron los que en EEUU han logrado eliminar a Apu. Elijan, por que no hay una “tercera vía”.

domingo, 28 de octubre de 2018

365 QUEJÍOS (181) – EL EX ALCALDE, LA NENA FABA, LA TONTA DEL BOTE Y DEMÁS SURREALISMOS CATALANES DE FIN DE SEMANA.


Me quejo de que el independentismo ha convertido a Cataluña en un sainete. Veo el vídeo que se ha convertido en viral, de una triste presentadora de TV3 -con especto de “nena faba”- que entrevista al exalcalde de Medellín en catalán. El hombre, claro está, no entiende una lengua que no es la suya, Así que Ada Colau se presta a hacer de traductora. Es TV3, la emisora en la que el 100% de sus programas son en lengua catalana y el castellano (lengua vehicular elegida libremente por el 65% de catalanes) está completamente desterrada, so pena de bronca al presentador que la utilice. Alguien dirá: “Bueno, en Cataluña es normal que se habla el catalán”. En efecto, que se hable sí, que se enseñe también, pero no es tan normal que se imponga por algo tan sencillo como que el 65% de los catalanes, a pesar de entender la lengua propia de la comunidad (en un 95-98%), LIBRE Y SOBERANAMENTE deciden expresarse cotidianamente en castellano. Y, de la misma forma que un gobierno autonómico DEBERÍA gobernar para la TOTALIDAD de los catalanes y solamente lo hace para una parte (para sentirse representado por el gobierno de la gencat y por las instituciones autonómicas… hace falta -aquí y ahora- ser independentista), así mismo, TV3, la televisión pública que pagan TODOS los catalanes solamente representa y difunde un mensaje independentista.

Lo peor que le puede pasar a los indepes.cat es ver TV3 (o cualquier otro medio de comunicación subvencionado por la gencat) y no advertir que el proceso ha fracasado. Los más optimistas entre ellos, empiezan a ser conscientes de que el proceso está, simplemente, embarrancado. Pero, cada vez más catalanes y, desde luego, toda la Europa que se interesa mínimamente por lo que pasa en Cataluña, son conscientes de que los últimos estertores del “procés” están derivando hacia lo ridículo. Suele ocurrir que, cuando un proyecto político embarranca y se manifiesta como inviable, sus últimos mohicanos, en su afán por no renunciar a él, contra viento y marea, caen en actitudes surrealistas.



En el ámbito independentista parece como si no hubiera miedo al ridículo. Vean el video viral de la entrevista al ex alcalde de Medellín y lo que verán es a una presentadora que, por estupidez o por miedo a la bronca, se niega a hablar en una lengua que conoce perfectamente. No parece una rústica campesina, desde luego, bajada de las faldas del Pirineo que jamás ha oído castellano. Lo más hilarante de la situación, no es que Ada Colau haya tenido que ejercer de “traductora”, sino el propio nombre del programa: FAQS – Preguntes. FAQS, no es, desde luego, un acrónimo catalán, sino que corresponde a la expresión inglesa, habitual en el mundo de la informática “Frequently Asked Questions” (preguntas frecuentes o, si se prefiere, preguntes freqüents).

Voy a contar una historia verídica vivida en primera persona. Universitat Catalana d’Estiu en Prades de Conflent (Departamento de los Pirineos Orientales). Debió ser en el año 92, quizás en el 93. Era una especie de “alarde” cultural de los “països catalans”. Se reunían nacionalistas desde “Salses a Guardamar y desde Fraga a Mahón”, como gustaban decir. Yo andaba por ahí interesado por una conferencia sobre “geopolítica dels països catalans” dada por Josep Guia. Entre los elementos más exóticos que solían asistir aquella “universidad de verano”, figuraban los procedentes de la isla de Cerdeña y, en concreto, de la pequeña ciudad de Alguer en donde el 13% de la población sigue hablando “alguerés”, una variante dialectal del catalán. Lo gracioso del asunto fue que cuando los “nacionalistas catalanes” del Alguer querían comunicarse con los “nacionalistas catalanes” de “Catalunya Nord” (los departamentos franceses que en otro tiempo formaban parte del Reino de España) solamente eran capaces hacerlo ¡en castellano o en francés!

La historieta demuestra que el nacionalismo catalán es, sobre todo, lingüístico y que sus contradicciones se inician, no solamente con el hecho de que universalmente la lengua catalana ha sido clarificada como “lengua hispano romance”, sino que las distintas variedades dialectales del catalán (nueve si hemos de aceptar la clasificación de Rovira Virgili en su monumental Historia de Cataunya) están, en algunos casos, tan separadas unas de otras como pueden estarlo del castellano. No me extraña, por ejemplo, que la gencat de Pujol insistiera en que TV3 se viera en la Comunidad Valenciana, pero no aceptara ni por asomo que la televisión valenciana se viera en Cataluña… no fuera a ser que se comprobaran las distancias entre una y otra “fabla” (y utilizo deliberadamente la palabra aragonesa).

Este fin de semana no ha sido muy bueno para los independentistas. Aún no ha terminado y, de momento, el PDCat, residuo de la antigua CDC, ha sido expulsada del grupo liberal “por corrupción”, pero también por su deriva “independentista”. Otro éxito más de Puigdemont en su periplo por Europa. Y en cuanto al vídeo de FAQS – preguntas con el alcalde de Medellín, las carcajadas se han oído hasta en el Alguer. El independentismo (única realidad en la que ha confluido el “nacionalismo moderado” con el “separatismo” de los años de Macià y de los hermanos Badía) tiene poco sentido del humor y nulo sentido del ridículo.

Por si esto fuera poco, Puigddemont y Torra dicen que “sólo confían en la calle”: ni en las instituciones, ni en las elecciones, ni en nada más que en que la gente acuda a la calle y esperar que los medios subvencionados, donde vean 1 pongan 10… Menudo “independentista” el tal Puigdemont que quería soplarle a los chinos 11.000 millones que hubiera supuesto una independencia dependiente del capital amarillo. Ya decía Josep Guía en aquella conferencia que he mencionado en Prades que, la independencia catalana solamente sería posible con apoyo extranjero. Pero, cabría decir, que una secesión que implique una hipoteca de pago problemático, no es independencia sino pasar a depender de otro.

En su negativa a reconocer su fracaso, en el sostenella y no enmendalla, se está “sectarizando”, esto es, convirtiéndose en una secta exclusivista solamente apta para “muy creyentes”. Es el preludio de su desmoronamiento: finalmente, toda secta termina adquiriendo las dimensiones propias de una secta: su transformación en cenáculo para unos pocos, que eternamente ejercen de Jeremías, el profeta de los lamentos y la desesperación, el de la incomprensión y el victimismo.

Lo más positivo del vídeo es que la Colau siempre podrá dedicarse a traducir del castellano al catalán, cuando se le desmorone ese engendro de En Comú-Podem, que ha transformado Barcelona en un estercolero (mala noticia para la Colau: La Vanguardia cuenta hoy que en la popular calle de la Riera Baixa, en el Raval, los “captadores de clientes” de los Clubs de Cannabis se dirigen preferentemente a menores… es dramático, porque en esos locales no se permite el consumo de una cerveza, pero no hay problema en ponerse hasta el culo de cannabis). Y mejor no aludamos a los “narcopisos”, tolerados por el Ayuntamiento como si fueran casas de caridad.

Todo esto, que puede parecer inconexo y sin ligazón aparente, créanme, no son más que reflejos del caos que vive Cataluña y que no se resuelve ni con 155, ni con independencia, ni con los 11.000 millones chinos, sino con un milagrito del niño Jesús, harto difícil para los que ni creemos en dios ni en el diablo. No hagan esfuerzos en ver algo serio en todo esto, no lo hay. Ni serio, ni peligroso. Surrealista, en cambio, sí. Con un toque dramático, claro está.


sábado, 27 de octubre de 2018

365 QUEJÍOS (180) – EL AMARILLO DA MALA SUERTE


Si los indepes.cat, querían hacerlo todo mal, lo han logrado a pulso. Incluso en el color elegido para su secesión -el amarillo pastel- ha habido un cálculo equivocado. Me quejo de que Cataluña lleva ya mucho tiempo mostrando esa ictericia de plástico y no hay perspectivas de que se dé marcha atrás. Me quejo de que hayan elegido el amarillo como color emblemático. Verán los motivos.

Dalí tenía el amarillo Nápoles como el gran color, reflejo del sol y de la brillantez de su reflejo en las aguas del Mediterráneo y, más en concreto, en las que bañan Port Lligat. Incluso tenía una barca de pesca pintada de ese color. Y alertaba: “Jamais le verd!”. En sus cuadros se ve como usaba (y a veces abusaba) del amarillo Nápoles. Es también el color que les va a los “gipsy King”, les remite a la brillantez del oro. Más o menos, todos los pueblos han asociado el amarillo al sol y al oro, incluso, apurando analogías, al alma (el centro del ser humano como el sol lo es del sistema solar y como el azufre en flor de los antiguos alquimistas llevaba al oro de sus delirios). Los antiguos brahamanes -recuerda Frazer en La Rama Dorada- utilizaban un cuchillo de oro para el sacrificio de caballos y era porque el oro, símbolo solar, y sus irisaciones amarillas, se convertía en el vehículo de comunicación entre el hombre y los dioses.

Decir amarillo en el mundo medieval era evocar la eternidad. Siempre nos levantamos y el sol y su luz están allí. Siempre miraremos un anillo de oro sin que su brilla merme. La Iglesia que estaba muy al tanto de los gustos del mundo antiguo, incorporó el amarillo a su bandera: sol y oro, por tanto, eternidad. En esto compitieron con los fieles de Mithra para los que el oro era el color “psicopómpico” que evocaba la eternidad de los que habían muerto fieles al matador del toro. Amarillo DORADO, no el amarillo PÁLIDO asumido por los del “procés”…

la gencat ha cometido uno de sus patinazos más espatarrantes al elegir este color y pensar que seduciría a los grupos de inmigrantes recién asentados en Cataluña. A los moros, el amarillo les repele. Dicen sus tradiciones, especialmente las shiítas, que los ojos de los “perros del infierno” son amarillos. Y el perro, como se sabe, es para los musulmanes un animal maldito. A los musulmanes, como a muchos otros pueblos, les seduce el amarillo brillante, por su similitud con oro: el amarillo pálido del “procés” les evoca sus peores pesadillas. Y otro tanto ocurre con los chinos. No se extrañen si entra un pobre diablo con el lazo amarillo en uno de los miles de bares chinos de BCN y le escupen en el café con leche. Para los chinos, el amarillo es símbolo de la perfidia, la crueldad, el disimulo y, como poco, del cinismo. Unas tajetas más atrás en la escala de Pantones y la comunidad china asentada en Cataluña hubiera aceptado mucho mejor, el amarillo brillante, evocador de honestidad.  Lo mismo le ocurría a Kandinsky para quien el amarillo era el “más divino de los colores”… el amarillo brillante, no el tristón. Así pues, chinos y moros, con sólo ver el color elegido para el “procés”, no necesitan más datos: se han inhibido por completo del mismo y la gencat todavía se pregunta por qué esa ausencia de compromiso que contrasta con las prebendas y las toneladas de euros invertidos en ellos.

Y luego están las consideraciones realizadas por los gitanos. Existe entre ellos lo que se llama “magia amarilla”. Es la que otorga dinero y buena suerte, especialmente en los juegos de azar. El hecho de que sea menos conocida que la “magia negra” (la que busca contagiar la mala pata a terceros) o la “magia blanca” (la del amor, la salud y demás chorraditas inofensivas), implica que es también la menos efectiva y la más cuestionable. Quizás -y digo quizás-  el hecho de que la esposa de Puigdemont, la misteriosa rumana llegada de los bosques de Transilvania, Marcela Topor, sea aficionada a la magia amarilla que todavía se practica en su tierra entre los gitanos, debió de tener alguna importancia en la elección del amarillo como color emblemático del “procés”.

Por eso, los manuales de simbolismo y las enciclopedias de símbolos (y tengo a gala disponer de la mejor, la escrita por Jean Chevalier y Alain Gheerbrandt, editorial Herder, Barcelona 1991) hablan del amarillo como de un “color ambivalente”. Todo depende del tono. Cuando las SS buscaron un color para los judíos, no dudaron que el amarillo era el más adecuado y los adornaron con una estrella hexagonal… amarillo pálido. Lo que hacían era lo mismo que los actores de teatro: evitar el amarillo. Porque en el teatro, es el color de la mala suerte. No se sabe por qué, no se sabe desde cuándo, probablemente desde tiempo inmemorial, desde antes de las tragedias griegas, el amarillo sobre las tablas del escenario es señal de que algo gravísimo puede ocurrir. Ningún actor quiere arriesgarse a desmentirlo.



El “procés” ha sido una colección de errores en cascada. El menor de los cuales, desde luego, no ha sido la selección de amarillo pálido, como vehículo gráfico del procés. Pero sí que esta elección resulta significativa porque marca una línea de tendencia: el error de interpretación que ha acompañado a la iniciativa desde sus orígenes. Supongo que lo habrán elegido porque es una de los dos colores presentes en la bandera cuatribarrada y, siendo el otro el rojo, podía dar lugar a confusiones. La selección se hizo de manera apresura e impulsiva.

El color amarillo, desde el punto de vista simbólico el amarillo es el color más ambivalente de la carta de tonos. En la misma ambivalencia del amarillo, se reconoce que su uso ha servido solamente para partir a Cataluña en dos. Siempre se atribuyen dos significados a este color. Las cualidades positivas que le acompañan (inteligencia, juventud, belleza, sensualidad, optimismo, alegría, amistad, madurez) no son precisamente las que han adornado el procés (algunos rostros de sus protagonistas indicen que ha faltado, precisamente, todo esto).

Luego están las otras cualidades, las negativas que acompañan a este color y que parecen el paradigma definitorio de lo que ha sido el “procés”: narcisimo (mirarse en el ombligo y lo peor de todo, terminas enamorándote de él), egoísmo (“lo mío, por encima de todo, sólo lo mío y nada más que lo mío para mí y sólo para mí, para quien yo quiera y lo reparto yo…”), envidia (“Colón era catalán”, “Quevedo robó las obras al rector de Vallfogona”…), suciedad (mirar los colgajos y decidme si Cataluña es “mes bonica” que antes o que ahora: sucia, triste, descolorida), traición (ahora mismo, los distintos “cenáculos” -sin acento- indepes están a la greña multiplicando navajazos unos a otros), hipocresía (“¿por qué llamarlo “procés” si debería llamarse “secesión”?”), celos (“la calle es mía y que no se manifiesten masas de ningún otro color, no sea que ya no pueda hablar en nombre de toda Cataluña”). Y para colmo, enfermedad: y yo entiendo que a los indepes, lo prolongado del “procés”, la inviabilidad del mismo y su carácter disparatado, las ilusiones depositadas y las fantasías albergadas, hayan terminado en destrozarles el hígado como el de cualquier alcohólico irredento y su aspecto haya pasado a ser… amarillento.

Este es el “procés” y este es su color. ¿Y luego me preguntáis por qué me tienen sin cuidado los colgajos que afean media Cataluña? Están ahí para recordar un “procés” que nunca debió comenzar y ante el que sus impulsores no meditaron bien ni sus posibilidades, ni sus consecuencias, ni sus apoyos, ni siquiera el color que debería teñirlo. Hay veces en las que los símbolos se convierten en verdaderas definiciones del sentir de quienes los exhiben; ésta es una de ellas.





viernes, 26 de octubre de 2018

365 QUEJÍOS (179) – PATRIOTISMO – TESTIMONIALISMO – SALIR DE LA NEVERA


Si usted quiere dar testimonio de algo, apúntese a una secta religiosa. Lo hará con fanatismo, obcecación y entrega. Pero, si esta es su línea, no se dedique jamás a la política o se estrellará. La política (la que merece ese nombre) es lucha, creación, destino. Es, en definitiva, algo dinámico y creativo. Podría aplicarse a la política auténtica el verso de Machado “se hace camino al andar”, acompañando de la recomendación de que el andar sea paso a paso, que los pasos dados en el futuro sea consecuencia de los anteriores y no ir de saltito en saltito, de aquí para allá, tratando de seducir en este ambiente y luego en aquel otro diciendo, justo lo contrario de lo proclamado antes. Si ese es el comportamiento de “un político”, es que le conviene, más bien, el nombre de “oportunista sin principios” o “mendicante de votos”. No sé en otra época, pero hoy el que se las da de “político” vendería a su madre por un voto. En nuestra época ya no tienen lugar, ni los que quieren dar testimonio de las doctrinas de otra época, ni los que creen verdaderamente en una doctrina de carácter universal. La política se ha quedado como terreno exclusivo de los oportunistas sin principios, de los maniobreros especialistas en el dribling, o de los artilleros de distancias cortas. Por eso soy y me declaro “apolítico”. Me quejo de que la política digna de tal nombre, es un Guadiana que pasa, en estos momentos y desde hace ya mucho, por una fase de ocultación.

¿Patriotismo? ¿Habéis visto en lo que se ha convertido “ser español”? Mirad en vuestro entorno y decirme si podréis llevar una camiseta en la que se lea “orgulloso de ser español” sin sentir algo de vergüenza. Decirme si podréis repetir aquella frase de “ser español es una de las pocas cosas series que se pueden ser en el mundo”, sin abochornaros. Mirad en lo que se ha convertido nuestro país: es la negación de lo que un patriota podría concebir: está en las antípodas. Se diría que el concepto que podemos hacernos del más sano patriotismo o de nuestra propia historia está por completo ausente o pertenece a otra época. En cualquier caso, ya no corresponde a la realidad.



Personalmente, creo que el “drama histórico de España” procede de ocho siglos de Reconquista que agotaron a nuestro pueblo (ya se sabe: en las guerras mueren siempre los mejores, los emboscados son los que firman la paz). Luego, llegaron aquí, los Habsburgo y más tarde los Borbones, con ideas propias que no respondían a la realidad de un pueblo agotado por ocho siglos de choques con los moros y que, para colmo, descubre América. Unas décadas después y ya estábamos en las guerras de religión. No solamente, España salió agotada y maltrecha del happy end que supuso Granada en 1492, sino que, además, nos dio por “salvar a la cristiandad” difundiendo el catolicismo entre los indios y cargando contra los protestantes (en 1977, un fuerzanuevista me decía, en plena transición: “La culpa de todo es de los protestantes”). El cenit del imperio español fue la garantía de que más dura sería la caída. Y esa caída dura todavía hoy.

Inolvidable el Discurso a las Juventudes de España y la frase con el que termina su primera parte: Ledesma -de patriotismo indudable- califica los últimos 200 años de nuestra historia como “gigantesca pirámide de fracasos” (y los enumera). Al visionario le faltaba todavía por conocer lo que ocurriría en los 80 años siguientes. Hoy, podemos añadir a la pirámide de fracasos: los 40 años de franquismo, cuyo fracaso se evidencia por los 40 años que siguieron, los nuestros, en los que las energías patrióticas ya han alcanzado el nivel de irrelevancia, más allá del patriotismo futbolero o de cierto resquemor contra los payasos que, en un momento de crisis, aprovechan para acelerar la centrifugación del país. Ser (o sentirse) patriota en España, no es ninguna ganga.

No hay más que tres salidas. La primera es la inacción: "sí, esto está pero que muy mal, simplemente, me voy a casa y ahí me las den todas", “Todo deja de interesarme y ya llegará el “líder” que resuelva el cipostio en el que está embarcado el país. Y, entonces, que me llamen, que le votaré”. La solución tiene un prurito optimista: nada garantiza que vaya a salir un líder carismático con capacidad para atraer a las masas y, no sólo eso, sino con lucidez, fuerza y energía suficiente como para entender los problemas de la modernidad y proponer salidas lúcidas. Desengañaros: eso ya no existe. Julius Evola decía que, en la modernidad, aunque surgieran líderes de ese estilo, nadie sería capaz de apreciarlos como tales

Lo peor que puede ocurrir es que aparezca una opción nueva en el panorama político y la peña se lance a ella, como se lanzan a una gran almacén el día que se inician los descuentos, sin advertir siquiera que el producto está sobrevalorado, que genera más esperanzas de las que debería y que, en el fondo, en su interior, no todo está claro. El tipo que ha puesto en el congelador su patriotismo, y un buen día sale del congelador (mejor, indudablemente, salir de una nevera que de un armario) corre el riesgo de asumir la primera opción y no ser realista en su elección. Sí, me refiero a Vox. Creo -y lo voy a decir aquí- que Vox es "mejor" que otros partidos del panorama político español. Pero no hay que engañarse, en el mejor de los casos, Vox, servirá simplemente para que a la derecha del PP surja una fuerza a la que irán los descontentos del PP que hasta ahora, solamente tenían a Ciudadanos como alternativa. Si va más lejos, olé sus cojones, pero eso sólo el tiempo lo dirá.

La segunda opción es el testimonialismo. Ser “testimonialista” es decir: “me gusta jugar y perder”. El razonamiento es éste: “No tengo la más mínima opción de que mi aventurilla salga bien. Llevo cuarenta años ejerciendo de testimonialista, dando cuenta de ideales y programas que tuvieron vigencia hace más de ochenta años y que hoy siguen gustándome e, incluso, creo que son la única forma de resolver los problemas de España, y aunque sé que no voy a lograr nada, interesar a nadie más que a los de siempre y a alguna persona caritativa que me entregará su voto, lo cierto es que si supero los 10.000 votos en toda España, me daré con un canto en los dientes, y si alcanzo los 20.000 podré hablar de un “avance incontenible”…”. Inútil citar siglas y coaliciones por aquello de no encabronar a los que bastante tienen con afrontar la indiferencia generalizada.


Inevitable pensar en el relato de Michael Ende, La historia interminable: “lo que otros hicieron anteayer, volveré a hacerlo pasado mañana, aunque ayer ya comprobara que todo esfuerzo en esa dirección es inútil, porque, en el fondo no sé hacer otra cosa y tengo la sospecha de que, para mí, no hay un mañana...”. Hay dos motivos para esta actitud: el “providencialismo” (creer que se está asumiendo una “misión divina”, pensamiento propio de secta), la “cabezonería” (común en quien se ha habituado a tropezar con las mismas piedras y no tiene intención de dejar de hacerlo) y la “obsesión ideológica” (derivada de los admiradores “del libro”: la biblia, las obras completas, la web del grupo… como contenedores de la "verdad absoluta").

La tercera opción es lo que Gurdjieff llamaría la “opción del hombre astuto” y Evola, haciéndose eco de la sabiduría oriental, traslado a Occidente: “cabalgar el tigre”. No es malo que haya crisis porque las crisis indican que nos aproximamos a un final y, todo final, no deja de ser la liquidación de un mundo y el alumbramiento de otro. Así que, si yo no puedo cambiar el destino de mi país, que ese rumbo no termine cambiándome a mí. No se trata de asumir la última forma que revistió el patriotismo desde la generación del 98, sino de que las destrucciones que están teniendo lugar en torno nuestro, no terminen por arrastrarnos también y caigamos en el nietzscheano o dovstoyeskiano “si dios ha muerto, todo está permitido”. Se trata simplemente de poder mirar al rostro de Medusa de la modernidad sin quedar petrificado por ella. A veces, los testimonialistas, de tanto mirar para atrás, sobreviven al permanecer ajenos e ignorar el carácter de nuestro tiempo. Como Sigfrido que no tenía miedo, porque nadie le había enseñado lo que era el miedo, nuestros testimonialistas sobreviven porque no advierten que ya no hay dios que salve a este país y no han advertido que el enemigo (la globalización económica y el mundialismo cultural) es universal y su éxito radica en que penetra en el interior de las gentes. Al mirar atrás, no advierten la enormidad de lo que tienen por delante.

En cuanto a los que se fueron a casa y vuelven llamados por alguna nueva estrella rutilante en el firmamento político, solamente deseamos que no se la peguen y que una nueva decepción no afecte gravemente a su salud.

¿Qué recomendamos? Apolitia. Concepto clásico. Es la negación de la “polis” (la ciudad) y de su práctica (la política, πολιτεία, que incluye el concepto de constitución, derecho, régimen, “sistema). Es el estado de “personas sin ciudadanía”, de los que “están” en la modernidad, pero de los que no “son” de la modernidad. Nada que ver con el desinterés o con la actitud del que se fue a su casa y pasó de todo. Es, simplemente, la noción de que existe una “distancia interior irrevocable con esta sociedad y con sus valores y el no aceptar que se está ligado a ella por ningún vínculo espiritual o moral”. Si usted no cree en el testimonialismo, ni acaba de salir del congelador, esta es su opción.




jueves, 25 de octubre de 2018

365 QUEJÍOS (178) – IDEOLOGÍAS DE GÉNERO VS PEDOFILIA


Cuando uno ha visto lo que ha visto, tiende a ponerse en lo peor y a prever de manera anticipada lo que puede ocurrir a la vuelta de pocos años. Recuerdo por ejemplo que, entre 1975 y 1977 fueron asesinados o resultaron heridos, más de una docena de Guardias Civiles al retirar ikurriñas que estaban ligadas a una carga explosiva. ¿Y todo para qué? Para que la ikurriña se legalizase al cabo de pocas semanas. ¿Qué le contamos ahora a los familiares de las víctimas, a los mutilados o a los muertos? ¿Qué han muerto por nada? Y es que, a veces, las leyes de un Estado cambian y lo que ayer era delito, mañana deja de serlo. De hecho, a las estatuas de la Justicia, más que con una venda y una balanza (como si los tribunales fueran una tienda ultramarinos despachada por una de la ONCE) como atributos simbólicos, le correspondería una ruleta de la suerte. No me voy a quejar de esto, sino de otras evoluciones previsibles que se anuncian en el horizonte en relación a las ideologías de género.

Vivimos tiempos de rebajas por fin de temporada. La “civilización occidental” cuyas bases nacieron hace 2.700 años en la Grecia clásica, están -vale más que nos hagamos a la idea- desapareciendo. Un par de generaciones más y serán recuerdo en una Europa mestiza (seguirá existiendo una África africana, un Asia asiática, pero Europa será cualquier cosa menos europea porque solamente aquí (aquí y en EEUU) las ideologías del mestizaje y de la interculturalidad se han convertido en oficiales. El “maridaje” entre la filosofía clásica y el animismo africano es, créanme, tan imposible como entre Beethoven y el tam-tam. Así que, en mi óptica de conservador con poco que conservar, lo que resulta de este mestizaje, será cualquier cosa, menos superior a la cultura de nuestros padres. Supondrá, no ya el descenso de un peldaño en la escala cultural, sino la pura y simple ruptura de la escalera con batacazo final. Y esto vale también para las ideologías de género.

Arriba de todo, al final de la escalera, en el último peldaño podemos situar al mundo clásico, apolíneo por un lado, sereno y hecho de medida y armonía, que tenía su complemento orgiástico y báquico aportando ritmo. Si el mundo clásico ha sido algo es ritmo, medida y armonía. Y basta ver nuestras catedrales para comprobarlo. Luego, esa escalera tiene un peldaño final: el mestizaje que es como si la escalera se hiciera mil pedazos y dejara de existir. Más abajo del mestizaje sólo existe el caos.

La ideología de género, a diferencia del freudismo o del feminismo derivado del sufraguismo, incluso a diferencia de la ideología gay en sus primeros pasos, no nos propone vivir el sexo (que, por cierto, es lo mejor que puede hacerse con el sexo) sino “rectificar” la sexualidad. Los gays y las feministas del siglo XX reivindicaban derechos. Querían que sus hábitos sexuales no fueran objeto de condena moral, ni mucho menos tuvieran repercusiones legales. En sus primeros pasos, su lucha consistía en evitar que su opción sexual fuera discriminada por la ley. Y eso parecía justo: ¿por qué no iban a votar las mujeres? ¿por qué iba a estar penado, como lo estaba, el realizar sodomía en el interior del matrimonio incluso con el consentimiento de la esposa? ¿por qué el destino de un sodomita tenía que ser la cárcel? ¿por qué se iba a discriminar a una mujer en el trabajo por el hecho de serlo? ¿por qué iba a necesitar el permiso de su marido para aprender a conducir? Preguntas que hoy están resueltas y que han llevado a la “igualdad” en materia sexual.

Pero todo esto no eran “ideologías de género”, sino de “grupos sociales” (no solo eran ideologías en torno al sexo, sino minusválidos, okupas, porreros, ecologistas, incluso de psiquiatrizados). Pretendían rectificar la actitud de la sociedad ante “sus” problemas y ante lo que a ellos les hacía “diferentes”. Se podía pensar lo que se quisiera de todos estos “grupos sociales”, pero, hay que reconocer que respondían a cuestiones reales que afectaban a algunos sectores de la sociedad.
Ya en cierto feminismo de los 60 (el grupo norteamericano WITCH) se observaban algunos comportamientos y actitudes que podríamos llamar “maximalistas”: lo suyo, sus propuestas, no solamente eran “diferentes”, sino que en ellas se advertían dos rasgos. Uno era el odio hacia el varón -mucho más que las reivindicaciones concretas-, el otro era cierto afán “misional”: querían extender sus propuestas sobre la superioridad de lo femenino a toda la sociedad y de manera radical. Aquello llamó la atención, pero fue un fuego de paja. Poco después de su creación, el grupo WITCH estalló y algunas de sus miembros volvieron al feminismo moderado y otras se dedicaron a estudiar, en el ámbito de la “new age”, la espiritualidad femenina. Y pasó el tiempo.



En España no nos dimos cuenta de lo que estaba ocurriendo hasta que José Luis Rodríguez Zapatero llegó al poder. A partir de entonces, su “cruzada” (porque se trató de una verdadera cruzada), fue por forzar un cambio social. No se trataba ya de aceptar el feminismo o de que nos tuviera sin cuidado el que fulanito o menganito fueran gays. Se trataba de rectificar las pautas de la sociedad, no solamente para que esto lo considerásemos “normal”, sino que se convirtiera en el estándar de normalidad. La igualdad debía de ser TOTAL. Cualquiera que hablara de diferenciación hombre-mujer debía ser considerado hereje y sus palabras, anatema. Se inventó un término: “discriminación positiva”. No se trataba ya de que las mujeres pudieran optar a ser “directoras generales” de las empresas o a estar presentes en las listas electorales, sino que, necesariamente, todos estos sectores, por ley, debía de registrar la presencia de un 50% de mujeres. Lo contrario vulneraría la legislación vigente.

El zapaterismo hizo algo más que negar la “especialización” que la biología da a los distintos géneros dentro de una misma especie: quiso alterar y modelar la sociedad borrando los roles sociales de ambos sexos. Si un “matrimonio” era la unión de un hombre y de una mujer para procrear, a partir de ahora, un matrimonio sería una “pareja” sin distinción de sexo. Lo cual parecía justo a condición de que una “pareja” siguiera llamándose “pareja” y no matrimonio y a que los derechos de las parejas no fueran exactamente los mismos que los del matrimonio. Porque, de eso se trató en el zapaterismo, a fin de cuentas.

Unos pocos gays quisieron “tener hijos”… ¿Era la pareja homosexual el marco más adecuado para una adoptación? Muchos pensaban que no. Es más, sabían que, desde siempre, existían unas normas muy estrictas -incluso demasiado- para formalizar adopciones. Pero, con el tiempo, las exigencias se habían ido rebajando y, finalmente, cuando llegó Zapatero, aparecieron empresas especializadas en adopciones que compraban sus “productos”, ya fabricados, en el Tercer Mundo, rigiéndose por el principio del comercio: comprar barato – vender caro. Y luego estaban los vientres de alquiler que también suponían el pago, libremente aceptado, de una cantidad por nueve meses de “trabajo” de gestación, contra entrega del recién nacido… Algunos podrían considerar todas estas prácticas como repugnantes, pero para el zapaterismo suponían la posibilidad de ser recordado como un “gran reformador social”.

El problema de las adopciones de niños por parte de parejas gays (como de cualquier otra adopción realizada a la ligera) eran los casos de pedofilia: la atracción sexual que los menores de edad tienen para algunos individuos. Atracción irreprimible que llega a situaciones extremas. Tal era el riesgo. Y mientras los servicios policiales iban desarticulando cada vez más redes de pedofilia (y en gran medida, de pedofilia homosexual), el gobierno cada vez facilitaba más y de manera más fácil las adopciones por parte de parejas gays. Se nos dijo que no existían relaciones entre unos y otros fenómenos. Y la sociedad, que tenía que superar la crisis económica de 2007 no se preocupó más del tema.

Ahora -y llegamos al momento actual- se dan dos fenómenos: el primero es la introducción de la asignatura de “educación sexual” desde el parvulario y el segundo, lo que ya han denunciado, algunos policías de la Unidad de Investigación Tecnológica, que existe un movimiento mundial que considera la pederastia una orientación legítima, y aseguran que en el futuro se acabará legalizando, como ha terminado ocurriendo con la homosexualidad”… No lo decimos nosotros, sino que lo dice un policía que lleva años investigando redes de pedofilia.

Porque vamos a eso: en el límite extremo de las ideologías de género, lo que existe es una tendencia, por todos los medios, a desdramatizar e integrar en el patrimonio “cultural” de la modernidad, la pedofilia, como antes se ha hecho con el cannabis y de la misma forma que se hizo ayer con la ikurriña (salvando distancias, claro está). Lo que ayer era delito, hoy ha dejado de serlo y mañana, estará “normalizado” y, pasado, estén seguros, se priorizará.

No creo que sea un exceso decir que la pedofilia está en el límite de las ideologías de género y que, en el momento en el que una sociedad se pregunta “¿a fin de cuentas, porqué no podría ser la pedofilia consentida una forma más de ejercicio legítimo para ejercer la sexualidad?”, esa sociedad está condenada a la extinción. Una sociedad se extingue cuando pierde sus puntos de referencia, cuando liquida todo su sistema de identidades (incluida la sexual).