lunes, 31 de mayo de 2021

CRONICAS DESDE MI RETRETE: Y AHORA EL CHOU DEL INDULTO

Vaya por delante que, desde el principio siempre he dicho que el lugar de los juzgados, procesados y condenados por el “referéndum soberanista” no es la cárcel, sino el psiquiátrico. A estas alturas y en el siglo XXI, parece increíble que alguien pudiera pensar en que con un 51% de votos se formaría un Estado independiente en esta época de globalización, a menos que estuviera aquejado de un trastorno mental transitorio. A lo largo de estos años, hemos ido advirtiendo que el espacio “independentista” está compuesta por gentes emotivas, no muy inteligentes, con una nula capacidad para prever el futuro, al margen de los grandes debates de la sociedad y que se quedaron atascados en los años 30 del siglo XX (sino antes). El psiquiátrico es el lugar más adecuado para el tratamiento de su enfermedad. Pero están en la cárcel.

Es cierto que se trata de una condena de cárcel que, en principio, fue benévola. Los jueces no se ciscaron con ellos (lo dice alguien que fue condenado, durante el felipismo, a dos años de cárcel por una simple manifestación ilegal y que cumplió 20 meses a la sombra entre chinches, yonkis y sidosos, sin que la administración penitenciaria catalana me autorizara a disponer ni una máquina de escribir palancas). El Tribunal Supremo tampoco aumentó las penas. Ni se ha insistido en el pago de las costas ni en las indemnizaciones. Tampoco se les recordó como agravante que habían generado “alarma social” en grado extremo (algo que resultaba innegable y la prueba son las 7.000 empresas que huyeron literalmente de Cataluña a causa del “procés”). Ni se tuvo en cuenta que, por activa y por pasiva, les estuvieron repitiendo que todo aquello del referéndum era ilegal y que tendría consecuencias penales. Tampoco hay “arrepentimiento”, mea culpa o simplemente reconocimiento de que cayeron en una “locura mental transitoria de alucinación y frenesí insuperables”. En la cárcel estuvieron de maravilla, como en un hotel de dos o incluso tres estrellas. Podían dar entrevistas, incluso salir cuando se iniciaba la campaña electoral y dejar que la fiscalía recurriera, pero solamente, cuando concluía la campaña electoral. Tuvieron el calor de los independentistas que afearon las ciudades con trapos y más trapos de “Libertad presos” y demás consignas.

El tiempo les ha dado ocasión para reflexionar: de hecho, la cárcel sólo sirve para reflexionar. Yo estoy convencido de que ellos, cuando entraron en la trena, ya eran conscientes de que el independentismo había fracasado, no sólo en el “procés”, sino en su historia y que los objetivos ya no eran viables. Pero el problema era ¿cómo se lo decían a sus electores? Y ¿cómo se lo decían a los dirigentes que quedaban en la calle? Optaron por no decirlo en voz alta, a pesar de que era un secreto a voces para todo aquel que tuviera entendimiento y entendiera: pero en el ámbito indepe, quien reconoce la realidad, pierde. Para que el electorado independentista pudiera reconocer que hoy la creación de nuevas naciones es algo peor que imposible, es INÚTIL porque la “dimensión nacional” de una nación para sobrevivir ya no se corresponde con los Estados-Nación actuales, sino que requiere estructuras más amplias, continentales, para ello sería preciso que TV·, Catalunya Radio y el RAC1 lo dijeran.

Luego están los que saben que la independencia es imposible, pero la utilizan para hacerse con las llaves de la caja y realizar buenos negocios a la sombra del poder. Tal es el caso de Pere Aragonés, un ambicioso con pocas ideas en la cabeza, salvo la de pillar cacho (a fin de cuentas, debe decirse, si todos los que han pasado por esta poltrona lo han hecho ¿Por qué voy a ser menos?). En esta época de funeral de los proyectos políticos, el cadáver insepulto del independentismo sirve solo para mantenerse lo que se pueda en el poder y poner en marcha la aspiradora de fondos públicos durante todo el tiempo que sea posible.

¿Y el gobierno del Estado? Sánchez tiene un problema: y ese problema es Madrid. Ha perdido cualquier posibilidad de ser relevante en la capital del Estado, por tanto, ha optado por apoyarse en la no-España. Por eso precisa poner en la calle a los condenados por el “procés” y el “referéndum”. Le van en ello los votos independentistas en el parlamento del Estado. Por que a Sánchez no le importa nada que no sea Sánchez.

ERC ya le ha comunicado que sus exigencias son “mesa de diálogo” y “amnistía presos”. A fin de cuentas, ambas cosas son la misma: porque resulta muy difícil intuir qué puede “dialogarse” salvo la fecha de salida de los presos. ¿Un nuevo referéndum? ¿más autonomía para la gencat?

Sánchez tiene prisa: cree que, resuelve todos estos problemas antes de la mitad de la legislatura, bastará con una campaña de autopromoción, reactivar al títere de Tezanos en el CIS, utilizar RTVE y recordar sus “logros” para salir reelegido. Si los problemas actuales (vacunación y fin del covid, presos indepes, ertes, fiscalidad, Marruecos) se prolongan demasiado, luego no habrá milagro que lo mantenga otros cuatro años en la Moncloa. Y en eso está.

Por una parte, el problema con Marruecos lo resuelve tirando de manual, como han hecho todos los gobiernos anteriores: cediendo al chantaje y comiéndonos con patatas fritas a los miles de MENAS. Con los ertes, negociando con los sindicatos que firmarán lo que se les ponga bajo las narices, como dice el manual, arrojándoles unos euracos en la mesa. Cree -en su ambiciosa ingenuidad- que el elector olvidará la crujida fiscal de este año, y el proceso inflacionario que lentamente se va incubando, y que aumentará aun más con el “salario de subsistencia”, recibido a cambio de nada. Supone que cuando esté todo el mundo vacunado varias veces, se le verá como el salvador del país, el hombre que fue capaz de redimir a este pueblo de la losa de una pandemia (que, ahora sabemos, que el Covid era un trancazo de gripe, más fuerte, pero poco más a tenor de las cifras de muertos y contagiados en todo el mundo). Está convencido de que nada en este país habrá cambiado cuando arrojemos por el retrete la última mascarilla obligatoria y con IVA aún más obligatorio. Y cree, que el mercado laboral se reavivará después de que el 40% de la hostelería haya cerrado o esté con tal lastre económico que se verá obligado a cerrar en los próximos meses, tras el verano. El ser un ignorante en materia histórica le impide saber que cuando los indepes hayan logrado la libertad de los presos, querrán más: la amnistía general, el borrón y cuanta nueva de todas las sanciones, más dinero para la gencat, menos control de sus gastos, y todo para ofrecerle unas semanas más de permanencia en el poder.

Va a haber indulto. Que sea lo antes posible. Porque la realidad, es que, cuando antes veamos lo que dicen los presos y como se reorganizan ante los que han ocupado sus puestos, o como se tratan Puigdemont (sí, el tipo todavía existe, no crean) y Junqueras, o cómo resuelven los nuevos equilibrios de poder dentro de ERC, o como el PSOE se rompe un poco más y los barones anteponen su posición dentro del partido (so pena de quedar en paro) a la disciplina exigida por el secretario general, cuanto antes ocurra todo esto, mejor.

La salida de los presos indepes no va a aportar racionalidad a la política catalana, sino aumentar las tensiones tanto dentro del independentismo como dentro del Estado. Pues venga, que salgan cuanto antes y acabe el chou.

 

viernes, 28 de mayo de 2021

MEMORIA HISTÓRICA: ¿Tendencias pacifistas en los intelectuales fascistas?

Se tiene al fascismo por una ideología agresiva y belicista. Sin embargo en sus intelectuales abundaron las tendencias pacifistas. Ellos, que habían conocido las consecuencias de la Primera Guerra Mundial y que estuvieron presentes en los campos de batalla, mejor que nadie, estaban legitimados para oponerse a la guerra. En Francia, además, los intelectuales fascistas, sabían que un nuevo conflicto les enfrentaría de nuevo a Alemania, país que para muchos de ellos era el modelo a seguir. El pacifismo de estos escritores está fuera de duda. Tarmo Kunnas nos lo explica en su obra La tentación fascista (hemos utilizado para la traducción, la primera edición Italia (Edizioni Akropolis, Milán 1981) y la edición francesa (Editions Les Sept Couleurs, Paris 1972).

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El ejemplo de los futuristas italianos y de Jünger demuestra que es fácil pasar del culto a la fuerza al militarismo (1). Hans Johst, en un primer momento pacifista, se convirtió luego en nacionalista militante e incluso en militarista (2). Es difícil, en efecto, conciliar las tendencias pacifistas inherentes en algunos de los escritores fascistas con la atmósfera más o menos militarista de los movimientos fascistas. Aun así es frecuente aludir al “pacifismo” de Ezra Pound (3), de Drieu La Rochelle o de Céline.

Gottfried Benn que estuvo muy alejado del militarismo nacionalsocialista, aceptó pagar caro su sueño nacionalsocialista. Sabe que el tiempo del fascismo es el de los violentos conflictos europeos y lo admite (4). No está, en realidad, afectado por la posibilidad de una guerra.

Ezra Pound no es el hombre del pacifismo integral. Ciertos compromisos nos revelan el carácter ambiguo de su pacifismo. Sostiene que los movimientos pacifistas están subvencionados por los mercaderes de armas. En su panfleto político afirma que ni el desarme, ni un pacifismo morboso son precisamente las mejores garantías para la paz (5). Si bien declara no amar la guerra, admite algunos “efectos positivos” de la Primera Guerra Mundial. Esta guerra fue, para Inglaterra, una especie de despertar, en el momento en que estaba por desplomarse en la decadencia (6); compromiso casi nietzscheano en este escritor anti-nietzscheano. En los Cantos Pisanos, tras la Segunda Guerra Mundial, afirma que cuando Pétain defendía Verdún, Léon Blum no defendía más que su bidé (7). En el curso de sus emisiones radiadas en Italia, durante el tiempo de Mussolini, Pound atacaba, más que a la guerra en sí misma, al carácter mercantil de las guerras de su época (8).

En cuanto al pacifismo de los escritores fascistas franceses, algunos se preguntan si no se trataba simplemente de oportunismo: combatir por la paz era la ellos su único medio para no atacar al fascismo. Deberemos examinar, así pues, su pensamiento en las obras anteriores a la crisis para verificar si se encuentran elementos sinceramente pacifistas antes que estallase la guerra con Alemania.

En efecto, en los poemas de guerra del joven Drieu existe cierta vacilación, casi una protesta contra la guerra, a pesar del latente pensamiento nietzscheano que domina su obra. Verosimilmente, el joven poeta, por un instante ha probado el horror de la guerra en Verdún y quizás a puesto a continuación en duda la legitimidad de la guerra en general.

El joven combatiente renuncia temporalmente a las poses nietzscheanas. No puede afirmar siempre que el sufrimiento es aceptable: “Ah, yo lo sé, yo no lo olvido / Sé que también este grito se lanzó / Pero entre el tiempo, no voy arrastrando aquel grito lanzado bajo la lluvia de las granadas / Aquel grito de revuelta que salió de mi / aquel grito que puso al mundo en una maternal evidencia / … En aquellos días, fui quien gritó “no” al dolor” (9).

Esta duda no es más que un interrogante y el joven Drieu es ante todo una especie de militarista. Una cierta ambigüedad parece aún persistir también más tarde en el pensamiento del escritor. En Estado Civil son reconocibles algunas críticas a la guerra (10), pero el “joven europeo” tiene un espíritu guerrero (21).

Al final, es la idea de la decadencia la que ayuda al escritor a asumir un compromiso coherente frente a la guerra. Adapta esta noción de decadencia a la guerra moderna y por tanto resuelve el dilema: Drieu puede dar libre curso a su adoración por la fuerza, la voluntad de poder, de lucha y al mismo tiempo explicar que la guerra moderna no es más que una generación, porque es la forma decadencia del combate clásico. En Drieu se refuerza el sentimiento de la decadencia y en relación a la guerra, subraya la decadencia de la lucha. En la carta a los surrealistas de febrero de 1927, rechaza la guerra moderna, aunque esté en él presente la nostalgia apenas visible y teñida de ironía, de un ideas caballeresco: “!Oh tormentos miserables y ridículos de los hombres sin espada!” (12). El eterno enfrentamiento ha cambiado de aspecto, lo que abre la vía al “pacifismo” (13).

El “pacifismo” de Drieu alcanza su cumbre en La Comedia de Charleroi, que todavía puede peerse en la perspectiva de la decadencia. Se trata de una protesta contra la guerra moderna y no de una declaración de pacifismo absoluto. Viene escenificada la ceremoniosa visita de Madame Pragen al campo de batalla de Charleroi, donde ha caído su hijo. Esta comedia se apoya sobre todo en un contraste: de una parte lo que son los ritos sociales a partir de entonces privados de contenido, el patriotismo de hojalata, el malentendido sentido del honor de otra parte, el horror de la guerra moderna. El narrador de la novela confiesa que la guerra ha contradicho a sus sueños infantiles (14). El “teniendo de fusileros” rechaza sin reservas la guerra moderna (15). Esta protesta contra la guerra aparece también en la descripción del campo de batalla. El narrador de la novela Viaje a los Dardanelos, describe una trinchera y recuerda todas las consecuencias de la guerra: destrucción, sufrimiento, sordidez: “Son feos estos intestinos, repletos de todos los avances abominables que la guerra acumula apenas se conoce: latas, armas, mochilas, cajas, piernas, mierda, fundas de proyectiles, granadas, metralla e incluso papel de carta” (16).

Esta protesta contra la guerra se manifiesta más claramente en la última novela de la colección, El fin de una guerra, que se cierra con una enérgica toma de posición contraria a la guerra. El narrador actúa como intérprete en un batallón americano dislocado en la retaguardia. Parece reinar una paz absoluta; todo está calmado y tranquilo, pero bruscamente se oye el tableteo de una ametralladora: poco después es conducido un herido cuya fisonomía no esconde ninguno de los horrores de la guerra. La siguiente descripción pertenece a la literatura pacifista: “Un joven, guapo, robusto, un oficial con una pulsera de oro en la muñeca. Y un rostro devastado. Devastado. Completamente hecho papilla. No tenía ni ojos, ni nariz, ni boca, pero estaba bien vivo; sin duda sobreviviría” (17). El ritmo sincopado del relato, las frases elípticas, intensifican el horror y demuestran la profunda turbación del narrador.

Es absolutamente evidente que si Drieu hablará luego de pacifismo, no se deberá solamente a motivos de oportunismo, sino sobre todo a una profunda convicción.

Aunque el pacifismo de La Comedia de charleroi, no haya sido en aquel momento bien visto por la derecha (18), no se trata de un pacifismo absoluto. También en esta obra en la que Drieu está más alejado de sus tendencias belicistas, están presentes algunos matices que aclaran la verdadera naturaleza de su “pacifismo”. Cuando el narrador describe la primera batalla, la define con seriedad como “la guerra ideal” (19). No es de hecho un pacifista coherente quien hace decir a su portavoz: “Era una guerra bastante humana” (20).

El mismo ambiguo compromiso volvemos a encontrarlo en la novela El teniente de tiradores. Aunque el teniente critique a la guerra moderna, lo hace como un militarista de otros tiempos. No condena la guerra en sí misma, sino solamente la guerra que ahora está desnaturalizada por una época de decadencia. El narrador parece coincidir con el simpático guerrero que confiesa estar contento por los sufrimientos experimentados en África: “Pero en Mauritania, exclamó finalmente con cólera, he sufrido y he amado mi sufrimiento. He sufrido el hambre y la sed, la soledad, he experimentado atroces tormentos, con gusto renuncié a todo” (21).

El narrador admira, no sin ironía, la guerra medieval. Esta admiración hacia lo caballeresco refleja la simpatía del escritor hacia los ideales aristocráticos. El narrador confiesa, igualmente, que la guerra no ha sido nunca absoutamente pura: “No estoy muy seguro de los méritos de la guerra en el pasado, pero estoy seguro del demérito de la guerra actual” (22).  En la medida en que Drieu se pone en guardia ante los militaristas de los tiempos modernos, busca el peligro que la guerra representa en la actualidad, el conjunto de sus novelas es una lección de resignación antes que una protesta contra la bestialidad humana. También en la última novela de Drieu hace constar al narrador: “En la naturaleza existirá siempre la guerra, existirá siempre el dolor. La vida y la muerte, el dolor y la alegría siempre serán equivalentes” (23). A pesar de sus tendencias pacifistas, Drieu permanece fiel a su monismo dialéctico, según el cual todos los aspectos de la vida son indispensables porque forman parte de la misma unidad eterna. En lo que se refiere al instinto de conservación se encuentra en el ánimo del narrador contra la voluntad de poder, afirma que la vida es trágica y no puede ser de otra manera. En Socialismo fascista, Drieu rechaza también la guerra moderna, pero confiesa al mismo tiempo que existen virtudes que se muestran en la guerra (24).

Este pacifismo de Drieu es, como ha subrayado Alfred Fabre-Luce (25), una nostalgia desilusionada, antes que un verdadero pacifismo. En los artículos políticos, sobre todo en el período de 1936 a 1939, cuando Drieu pertenecía al partido de Doriot, repetía a menudo los eslóganes antibelicistas, pero es absolutamente consciente de que su pacifismo no es el de los pacifistas (26). El voluntarismo de Drieu está limitado por la insuficiencia de las posibilidades humanas: “Luchamos contra la necesidad de la guerra, de la guerra eterna, sea civil como entre Estados, sin arrogancia, sin desesperación” (27) .

Manteniendo las necesarias proporciones, parece que Drieu sea más fatalista en relación a la guerra en las obras literarias que en sus artículos políticos. Creemos más en el Drieu novelista que en el Drieu articulista, porque la resignación frente a la guerra en esos momentos inminentes está más de acuerdo con la esperanza pacifista con la esperanza pacifista en su visión del mundo. A veces confiesa también en los artículos políticos que es necesario estar dispuestos para un enfrentamiento muy próximo: “Debemos ser un partido de hombres decididos, comprometidos a fondo, dispuestos a sufrir y a combatir” (28). El Drieu “fascista” termina convergiendo con el joven poeta de la Interrogación.

En Gilles, aparecen algunos fragmentos críticos a propósito de la guerra moderna (29), el Epílogo de la novela es una aceptación sea de la voluntad de poder como de la guerra. En Carlota Corday el espíritu de violencia y de revolución no está lejano del militarismo. E igualmente, también Jaime Torrijos, el protagonista de El hombre a caballo, encarna una forma de belicismo. Es ciertamente un fascista: “Existe un solo hecho de armas que sea respetable, la guerra” (30). Este Jaime Torrijos es, naturalmente, un personaje literario en una Bolivia legendaria. La breve relación que encuadra los episodios de la novela, aleja a Jaime y a sus compañeros del lector y de la realidad. En cuanto a las tendencias personales del escritor, están representadas por el co-protagonista de la novela, el guitarrista Felipe.

Es preciso considerar como un elemento de la dialéctica del escritor también la afirmación ultrancista escrita en su diario algunos meses antes de su muerte: “Admito la guerra y también el militarismo” (31).

El rechazo de la guerra moderna es una tentación permanente para este “militarista”. Un conflicto más puro, es el sueño del autor de Perros de paja. El narrador de esta novela dice de Constant, uno de los protagonistas: “No había esperado nada de la guerra y así no se había visto desilusionado. Amaba la guerra, pero no la consideraba como inmensos choques de masas, regulados por una burocracia de ingenieros y agentes publicitarios. ¿Dónde situaba la guerra? En su corazón, quizás contra los hombres” (32).

Parece que su compromiso político haya alejado a Drieu del pacifismo aproximándolo al militarismo. Pero no se trata de una verdadera evolución, sino de un retorno a sus ideales de juventud.

El problema del pacifismo es aún más sorprendente en el caso de Céline, en la medida en que su pacifismo es más radical que el de Drieu. En las obras puramente literarias es absoluto. En La Iglesia, aun bromeando sobre el idealismo pacifista, se muestra contra la guerra más que contra la ingenuidad pacifista. Es un “idealista escandinavo” el que desvela su buena fe: “Procedamos por grados: en lugar de suprimir la guerra con un solo gesto, la volvemos deportiva. Ya no es la brutalidad primitiva desencadenada, la frenamos y le damos reglas… eso es todo” (33).

El Viaje al fin de la noche, en su conjunto, no deja ninguna duda sobre el pacifismo del escritor (34), pues la guerra moderna le parece completamente despreciable. Como el joven soldado de La Comedia de Charleroi, también Bardamu se ha enrolado en el ejército con entusiasmo, pero su desengaño es aún más profundo que el del héroe de Drieu. Así, Céline, en su visión de la guerra, muestra la fuerza de lo irracional y de la mística, tal como lo expresa Bardamu: “E… es difícil alcanzar lo esencial, incluso en lo que concierne a la guerra, la imaginación se resiste a tanto” (35).

Marte desencadenado en Rayos y flechas, así como las páginas claramente antimilitaristas de Casse-pipe completan el cuadro del pacifismo de Céline. Este pacifismo está de nuevo presente tanto en los panfletos políticos (36) como en las novelas de postguerra. Los pasos que describen la guerra moderna en Guignol’s Band (37), en Normance (38), en El castillo de los refugiados (39), en Nord (40), son una verdadera apología de la paz.

En Homenaje a Zola, Céline está convencido de que tanto los fascistas como los liberales y los marxistas hacen el juego al militarismo (41). En Mea Culpa son solamente los “optimistas”, es decir los liberales y los marxistas, quienes hacen estallar la guerra. Céline identifica así el disgusto por la guerra con el mundo moderno: “Masacres a miles, todas las guerras desde el Diluvio en adelante tienen como música el Optimismo… Todos los asesinos ven el porvenir rosáceo, forma parte de su trabajo. Así sea. La miseria, sería muy comprensible que no hubiera bastante de una vez por todas; la miseria es el accesorio típico en la historia del mundo moderno” (42).

Podemos preguntarnos en qué medida la protesta pacifista de El Viaje al fin de la noche se aplica a la guerra moderna. Céline no se cuida de estas sutiles distinciones y se limita a comunicarnos sus impresiones sobre la guerra, sin especificar; para comprender bien la evolución que va de El Viaje, a su “compromiso” político es necesario constatar, desde El Viaje, la condena de la guerra moderna. Céline describe lo que entiende por su guerra de la misma forma que Drieu hace otro tanto. No necesariamente todo heroísmo, todo patriotismo, todo espíritu de sacrificio es puesto en discusión por Céline en El Viaje, sino son determinadas formas de heroísmo, de patriotismo, de sacrificio las que ridiculiza. Nos indica el ideal de una época marchita, el vacío de la civilización moderna tal como la describe Drieu en La Comedia de Charleroi. Sólo así se conoce la evolución ulterior de estos escritores. Rechazando la guerra moderna, Céline no por esto está muy convencido de los méritos de la guerra de otros tiempos, pero, en sus panfletos, habla sobre todo de la guerra de nuestra época. En La escuela de Cadáveres se burla de la ciencia moderna que facilita las muertes. Se trata de la guerra tal como la ve Bardamú, su personakje: “El animal humano, gracias a las recientísimas técnicas de las transfusiones casi instantáneas, sobre los mismos campos de batalla, encuentra un motivo añadido para lograr morir en esos mismos campos de batalla. No. Una vez herido, se le practica inmediatamente una transfusión de sangre, así, en la pira, con la herida aun abierta, sangre viva o también sangre “en conserva”, según la ocasión, supera la condición de cadáver. Se le hace vivir de nuevo para que pueda volver a combatir” (43). Puede notarse hasta qué punto el pacifismo de Céline está comprometido con la crítica de la época.

En Las bellas banderas, Céline subraya la diferencia entre las dos guerras mundiales: “Existe una gran diferencia entre 1914 y hoy. El hombre era aún natural, hoy todo es falso (…). Es un estafador como todos. Es una frívolo y de ilustre nacimiento, es el hipócrita proletario, la peor especie de vómito, el fruto de la civilización” (44).

El pacifismo de Céline es igual, así, al pacifismo de Drieu. Se trata de un pesimismo sobre el presente mucho más que de un pacifismo de principios. En el mismo libro, parece encontrarse ante un excombatiente herido en la derrota militar: “Tocaba a los militares estar allí, frenar al invasor, morir en su puesto, con el pecho vuelto hacia los hunos y no salir por piernas” (45)- Es la misma amargura, provocada por una desilusión, la que hace protestar a Céline: “Querían precisamente que todos recitáramos la comedia, pasar bajo la Puerta de Brandemburgo, hacerse llevar al Arco del Triunfo, robar las glorias del campesino, pero no para reventar en nombre de la Nación” (46). Bardamu no es más que una variación en la cialéctica de Céline, casi como “el desertor” lo es en el pensamiento de Drieu.

En otros contextos, tras la guerra, Céline rechaza explícitamente la guerra moderna: “… guerras en esta época de ridículo, es casi inconcebible…” (47). El testimonio de Marcel Ayme sobre Céline es interesante: “Esta guerra mundial que juzgaba aberrante, odiosa, estaba orgullo de haberla combatido con valor y distinguiéndose, y no había nunca evitado estar orgulloso de las graves heridas que le causó el servicio a su país”. ¡Qué lejos estamos de Bardamu!! (48). Aquí se percibe que la persona privada es distinta al escritor como tal. El escritor no manifiesta siempre al hombre en su integridad. Céline esconde el lado menos pacifista del doctor Destouches. Sin duda, el pensamiento de Céline tuvo una evolución: se alejó del ideal pacifista en el momento en el que se aproximó a los movimientos fascistas, pero no se debe forzar demasiado esta oposición. El pensamiento de un escritor inteligente no es fruto del capricho: su pacifismo forma parte de su crítica de la cultura.

También el pacifismo de Brasillach es ambivalente. En sus primeras obras literarias como en sus artículos está presente un espíritu belicista junto a un sincero pacifismo. Análogamente a Drieu, el joven Brasillach se nutre de admiración por la guerra del pasado (49), no ama a los “pacifistas” del tipo de Erasmo (50). Aunque un cierto tipo de militarismo es ridiculizado en su obra Domrémy, en la que Pierre de Bourlemont encarna la pedantería de los militares (51), aunque Henriette no pueda alcanzar la felicidad a causa de la aventura bélica de Jeanne (52) es el simpático Frate François quien tiene razón cuando pone de relieve el carácter belicista de la vida: “Tu eres una víctima de la más dura y antigua ley de Dios, quen o quiere que en este mundo reine la paz y para turbar esta paz plebeya y reprobable ha comprometido e instituido a sus santos. He venido a traer no la paz sino la espada, decía Nuestro Señor Jesu, y por mi causa los hermanos se alzarán contra los hermanos y los padres contra los hijos” (53). La obra, todavía no es una lección de belicismo, porque Brasillach, guiado más por el intento dramático que por la ideología, da razón tanto a Henriette que quiere la paz como al belicismo, encarnado por Santa Juana de Arco.

En El niño de la noche, el narrado está más próximo al pacifismo que al belicismo, y juzga la guerra como un acontecimiento brutal (54). Parece aun que en el momento en el que Brasillach es tentado por los movimientos fascistas su compromiso en relación a la guerra se convierta en más favorable. En junio de 1937 está abiertamente a favor de las virtudes militares, aunque conozca las desgracias de la guerra: “… la guerra, por dura que sea, es el momento en el que la verdad recupera su lugar y las nubes se disipan” (55). Este aspecto del pensamiento de Brasillach está presente también en la novela Como para es tiempo, aunque el autor subraya el carácter puramente literario de su obra: “No se busque en las páginas que siguen nada más que una leyenda áurea” (56). Y René, un personaje que focaliza las simpatías del escritor, encarna también el belicismo: “Todo esto tiene un aspecto idiota, pero quizás es ella, la guerra, para mí, aquella alegría un poco estúpida que enmascara tantas cosas y que todavía es tan sincera, en absoluto patética, como pura, verdaderamente pura” (57).

No es el heroísmo nihilista del joven Drieu el que encontramos en Brasillach, sino más bien una sed de pureza y de solidaridad (58). La guerra es una fatalidad y, por tanto, resulta ineludible tomar parte en ella, y es por esto que vemos a René, tan poco militar, tomar parte en el conflicto con furia (59), es por esto que el “prisionero alemán” puede decir: “… La guerra es una terrible epidemia, y en una epidemia el hombre tiene también la ocasión de mostrar su grandeza, como en cualquier sufrimiento y en cualquier situación de riesgo. Esto ya es suficiente” (60).

En ocasiones Brasillach distingue entre la guerra de hoy y la de otros tiempos, lo que se explica porque cada vez es más consciente de la decadencia moderna. La posición del Drieu heroico es idéntica a la que encontramos en el “prisionero alemán”: “Cada concepción aristocrática, caballeresca de la guerra… corre el riesgo de parecer abominable y falsa en un mundo que practica la guerra democrática” (61). El aburrimiento que sufren los combatientes de Brasillach es análogo al que sufren los de Drieu (62). Esta distinción entre la guerra moderna y la del pasado se encuentra de nuevo en el Corneille de Brasillach.

Está presente en Brasillach un cierto lirismo militar, por lo menos en algunos fragmentos de Los siete colores y de La Conquistadora (63). Los portavoces literarios del escritor admiran el heroísmo de los guerreros (64), y esto demuestra que belicismo y heroísmo van juntos. En Berenice, es Pulin quien demuestra aprecio por la guerra (65).

Curiosamente, la tendencia pacifista parece acentuarse en Brasillach a partir de 1938. Quizás esto dependa de las circunstancias: toda la derecha francesa era contraria a la inminente guerra contra la Alemania nacionalsocialista; pero también en Brasillac este pacifismo es anterior a 1936. Está presente en la correspondencia del escritor (66). Descrimiento la guerra de España, Brasillach no esconde en absoluto el carácter abominable de la guerra (67). Percibe perfectamente de qué locura procede (68). Lo mismo sucede en su producción literaria; en Los siete colores cita un fragmento del “diario francés” que muestra el mal universal llamado “guerra”. Poco importa quienes si son los rojos o los blancos quienes matan  o mueren, siempre estaremos ante el mismo mal. Se habla de una mujer española: “Habla delgada, llorando y apre de tanto en tanto su bolso de tela encerada. Le han matado el marido y el hijo y no tiene patatas. ¿Quién los ha matado? ¿Los rojos? ¿Los blancos? No se sabe, en su inmenso terror lo confunde todo y, desesperada, golpea con sus puños el bolso de tela” (69). El tono pacifista se hace menos intenso en su siguiente obra. En Seis horas perdidas el escritor condena los desastres de la guerra (70). Berhier ironiza sobre la justificación nietzscheana de la guerra: “Por suerte la guerra rejuvenece a los hombres y ésta es su única justificación y, decididamente, me parece insuficiente” (71). LA atmósfera del poema Navidad de guerra no es mucho más entusiasta: “Cañón sordo como un tiro al corazón / Que redobla los rumores de la noche / Aquí curioso visitante  Como te escucho en la noche / … Aquí, curioso visitante. El cañón como un tiro en el corazón” (72). Finalmente, Brasillach reacciona frente a la guerra de una forma diverente al joven Ernst Jünger o a Drieu.

La Carta a un soldado de la Generación de los Cuarenta, es el desarrollo de las precedentes tendencias de Brasillach: “La guerra es una mal abominable porque confiere, aquí y allí, depores absolutos a individuos inmediatamente desencadenados” (73).

Si el compromiso político ha acentuado el lirismo militar de Drieu y Brasillach, por el contrario no ha tenido mucha influencia en las tomas de posición de Céline. El mismo Brasilach se ha orientado hacia el pacifismo tras haber visto las masacres de la Segunda Guerra Mundial.

Es la distinción entre la guerra moderna, a partir de ahora degenerada, y la guerra de los tiempos aún sanos la que da coherencia al pensamiento de estos escritores a la vez pacifistas y fascistas.

Las tendencias pacifistas son muy fuertes en Céline y en Brasillach, como para que pueda hablarse de fascistas verdaderos. En cuanto a Drieu por su parte está muy alejado del militarismo de Marinetti o de Jünger. No fue precisamente el culto a la guerra lo que fascinó a los escritores fascistas franceses.

Notas a pie de página:

(1)    Archivi del futurismo, pág. 17; Schwarz, Der konservative Anarchist, pág. 60.

(2)    Pfanner, Hanns Johst, pág. 219-226, Leo Schlageter, pág. 51: (Leo Schlageter) “Kampf ist schön, Fraäuleion Alexandra… Wir schön war es in der Front zu stehen”.

(3)    Lander, Ezra Pound, pág. 79.

(4)    Benn, Zütchtung I, G. W., 3, pág. 782: “Ein Jahrhundert grosser Schlachten wird beginnen, Heere und Phalangen von Titanen, die Promethiden reissen sich von den Felsen, und keine der Parzen wird ihr Spinnen unterbrechen, um auf uns herunterzusehen. Ein Jahrhundert voll von Vernichtung steht schon da…”.

(5)    Pound, Jefferson and/or Mussolini, pág. 35.

(6)    Op. cit., pág. 67: “I saw groggy old England get up on her feet from 1914 to ’18. I don’t like wars, etc… bus given the state of decadente and confort and general incompetence in pre-war England, nobody who saw thar effor can remain without respect for England.during-that-war”.

(7)    Pund, Pisan Cantos, pág. 72: “Pétain defended Verdun while Blum was defending a bidet…”.

(8)    Cfr. Cornell, The Trial of Ezra Pound, pág. 140.

(9)    Drieu La Rochelle, Interrogation de la paix, en Interrogation, pág. 89.

(10)Drieu la Rochele, Etat-civil, pág. 58-59, 154.

(11)Drieu La Rochelle, Le Jeune Européen, pág. 26-27.

(12)Drieu La Rochelle, Sur les écrivains, pág. 51.

(13)Cfr. Drieu La Rochelle, Genève ou Moscou, pág. 74.

(14)Drieu La Rochelle, La Comédie de Charleroi, pág. 72.

(15)Drieu La Rochelle, Le lieutenant de Tiralleurs, en La Comédie de Charleroi, pág. 194.

(16)Drieu La Rochelle, Le voyage des Dardanelles, en La Comédie de Charleroi, pág. 166.

(17)Drieu La Rochelle, La Fin d’une guerre, en La Comédie de Charleroi, pág. 250-251.

(18)Cfr. Michel Mohr, Drieu La Rochelle, en La Parisienne, pág. 1029.

(19)Drieu La Rochelle, La Comédie de Charleroi, pág. 32.

(20)Drieu La Rochelle, Le lieutenant de Tiralleurs , en La Comédie de Charleroi, pág. 193.

(21)Op. cit., pág. 188.

(22)Op. cit., pág. 189.

(23)Drieu La Rochelle, La Fin d’une guerre, en La Comédie de Charleroi, pág. 193.

(24)Drieu La Rochelle, Socialisme fasciste, pág. 138.

(25)Fabre-Luce, Journal de la France (marzo 1939-julio 1940), pág. 215-216.

(26)Drieu La Rochelle, Avec Doriot, pág. 95-96; Chronique politique 1934-42, pág. 78, 151, 188.

(27)Drieu La Rochelle, Chronique politique 1934-42, pág. 151.

(28)Drieu La Rochelle, Avec Doriot, pág. 173.

(29)Drieu La Rochelle, Gilles, pág.86-87, 487.

(30)Drieu La Rochelle, L’Homme á cheval, pág. 201.

(31)Drieu La Rochelle, Le Récit secret, pág. 101.

(32)Drieu La Rochelle, Les chiens de paille, pág. 172.

(33)Céline, L’Eglise, O.I., pág. 444.

(34)Cfr. Vandromme, Céline, pág. 18.

(35)Céline, Voyage au bout de la nuit, O.I. pág. 26.

(36)Céline, L’Ecole des cadavres, pág. 136, 222; Les Beaux draps, pág. 213.

(37)Céline, Guignol’s Band, I.O. II, p. 522, 527, 573, 650, 661, 665; Guignol’s Band, II, III, pág. 33, 234.

(38)Céline, Normance, O. IV, pág. 11, 41, 48, 58, 96, 108 y 187.

(39)Céline, D’un château a l’autre, O. IV, pág. 381, 417.

(40)Céline, Nord, O. V., pág. 73.

(41)Céline, Homage à Zola, O. II, pág. 505.

(42)Céline, Mea culpa, O. III, pág. 343.

(43)Céline, L’Ecole des cadavres, pág. 248.

(44)Céline, Les Beaux draps, pág. 20.

(45)Op. cit., pág. 17.

(46)Op. cit., pág. 18.

(47)Les Cahiers de l’Herne, Nº 5, pag. 191.

(48)Les Cahiers de l’Herne, Nº 3, pag. 217.

(49)Brasillach, Jean de Joinville (9 de agosto de 1931), O. C., XI, pág. 91.

(50)Brasillach, Albert Maison: “Erasme” (21 de septiembre de 1933), O.C., XI, pág 341.

(51)Brasillach, Domrémy, O.C., pág. 68.

(52)Op. cit., pág. 126.

(53)Op. cit., pág. 106.

(54)Brasillach, L’Enfant de la nuit, O.C., I, pág. 230.

(55)Brasillach, Henri Massis: “L’Honeur de servir” (24 de junio de 1937), O.C., XII, pág. 59.

(56)Brasillach, Comme le temps passe, O.C., pág. 228.

(57)Op. cit., pág. 230, cfr. También pág. 232.

(58)Op. cit., pág. 231.

(59)Op. cit., pág. 261.

(60)Op. cit., pág. 263.

(61)Op. cit., pág. 267.

(62)Op. cit., pág. 229.

(63)Brasillach, Les Sept couleurs, O.C. II, pág. 416; La Conquerante, O.C. III, pág. 222, 263.

(64)Brasillach, Les Captifs, O.C., I, pág. 642.

(65)Brasillach, Bérénice, O.C. IV, pag. 130.

(66)Brasillach, Correspondance: 30 septiembre 1938 a su madre, 26 de octubre de 1939 a Bardeche, 28 de febrero 1940 a su hermana, O.C. X, pág. 510, 515, 538.

(67)Brasillach, Notre avant-guerre, O.C. VI, pág. 231.

(68)Brasillach, Journal d’un homme occupé, O.C. VI, pág. 347.

(69)Brasillach, Les sept couleurs, O.C. II, pág. 511.

(70)Brasillach, Six heures à perdre, O.C. III, pág. 399, 446.

(71)Op. cit., pág. 423.

(72)Brasillach, Poèmes (1939), O.C. IX, pág. 47.

(73)Brasillach, Lettre à un soldat de la classe soixante, O.C. V, pág. 595.

 

jueves, 27 de mayo de 2021

¿MEMORIA HISTÓRICA? POR UN JUICIO HISTÓRICO OBJETIVO SOBRE EL FRANQUISMO

 

Escribí este artículo hace 11 años. Me hace gracia pensar que, contrariamente a lo que sería de esperar, cuanto más nos distanciamos del período franquista, una época que forma parte ya de la  historia de España y más deberían serenarse los ánimos y dejar a historiadores que aplicasen el “método” para trazar una panorámica de aquella época, cuando menos “franquistas” hay (por muerte natural de los que vivieron aquella época), ocurre todo lo contrario: parece como si el franquismo, junto con las ideologías de género y los dos meses que ha durado el culebrón de Rociíto, fueron lo más importante en este país. Hoy, mucho más que hace 11 años. Por eso rescato este artículo que aspira a ser más objetivo que polémico.

Cuando no hace mucho se han cumplido los 35 años de la muerte de Franco parece ya el momento de que la sociedad española sea capaz de realizar un análisis mesurado y objetivo de lo que supusieron aquellos cuarenta años en la historia de España. Se suele decir que los ánimos no están todavía serenos (¿Y cuándo lo estarán? ¿Cuándo la sociedad española será capaz de considerar al franquismo como una parte de la historia de España y valorarla como tal al igual que la crisis finisecular de 1898 o que la restauración monárquica o incluso como la dictadura de Primo de Rivera que, a fin de cuentas, no está mucho más lejana en el tiempo que el 18 de julio de 1936?) y que tanto a un extremo como a otro del arco político todavía hay que vencer muchas filias y fobias? A un lado los partidarios de cambiar la historia (y la historia fue lo que fue: una República fracasada e insostenible y un movimiento cívico militar que apuntilló lo que ya estaba muerto prácticamente a desde el mismo momento en que nació, una guerra con vencedores y vencidos) y a otro los partidarios de idealizarla (quienes consideran con añoranza que el franquismo fue el mejor de los mundos y que el régimen y su líder eran, por definición, perfectos). Ni una cosa ni otra. Basta rascar un poco en ambas posiciones para ver que destilan visceralidad e irracionalidad y que ambas tienen un defecto fundamental: no considerar que el franquismo hoy ya es historia, como en 1936. Resulta ocioso, por lo demás, comparar aquellos años con estos y tratar de establecer si cualquier tiempo pasado fue mejor o si el caos actual fue orden en otra época. Lo esencial -y, seguramente, lo más impopular- es, hoy, insertar el franquismo en la Historia de España.

Vale la pena extrapolar los años que han transcurrido. En 1936 estaba claro que lo que había ocurrido 40 años antes (la crisis de 1898 y la pérdida de Cuba y Filipinas) ya se consideraba historia y tan solo servía como punto focal de las meditaciones sobre la regeneración de España. Pues bien, el inexorable paso del tiempo ha hecho que el lapso habido entre 2010 y 1936 sea de casi 75 años. ¿Podemos imaginar lo que hubiera supuesto que el propio Franco, Ramiro, José Antonio y los teóricos de Renovación Española o de la izquierda se hubieran quedado anclados en lo que ocurrió 75 años antes, esto es en 1861 cuando España se anexionó la República Dominicana? El tiempo lo aleja todo y vale más no perder de vista que la historia nunca da marcha atrás, salvo cuando se repite como tragicomedia.

En lo personal, adquirimos uso de razón cuando el franquismo estaba en su apogeo y mayoría de edad cuando declinaba. Hijos de una familia completamente apolítica, a pesar de contar entre sus miembros a fundadores de la Falange barcelonesa, pero también a militares republicanos y a regionalistas catalanes de centro, hoy no albergamos el menor encono al franquismo y tuvimos entre nuestros amigos de infancia a compañeros que luego destacaron en la oposición antifranquista. Por todo esto nos consideramos en disposición de realizar un breve análisis objetivo de lo que fueron aquellos 40 años en la historia de España.

I. La figura de Franco

Cuando Franco dijo a su secretario Salgado-Araujo aquello de “Hágame caso no se dedique nunca a la política” estaba explicando lo que fue el eje de su gobierno: el pragmatismo. Franco era un militar y, como tal, austero. Soldado valeroso, hablaba poco, practicaba el “lenguaje lacónico” enseñado en las escuelas militares desde la antigua Esparta. Así es como se dan órdenes en la milicia, breves como detonaciones, sin posibilidad de equívoco, sin confusión posible, con extrema claridad. En la milicia se enseña al soldado que su eficacia depende de su supervivencia y ésta solamente tiene por encima el honor. Franco durante 40 años fue un superviviente político y debió esa supervivencia, como veremos, al pragmatismo del que siempre hizo gala.

Por una serie de acontecimientos –las muertes de Mola y Sanjurjo- Franco terminó haciéndose cargo de la dirección del Estado y de la conducción militar de una sublevación que, no lo olvidemos, se hizo en nombre de la República y en la que participaron masones como el General Cabanellas que recibió el mando en las primeras semanas y que fue financiada por grandes capitales nacionales (como el sefardita Juan March).

A lo largo de los siguientes 40 años, Franco se apoyó en unas u otras fuerzas políticas que siempre eran las que más convenían en cada momento tal como veremos. La guerra civil y el maquis lo convirtieron sobre todo en un anticomunista, partidario del orden a cualquier precio. Era un hombre de derechas (esto es, de orden y amante del orden), católico (reconocía el magisterio de la Iglesia de su época) y poco más. No fue falangista, no digamos “ramirista”, tampoco fue carlista, ni siquiera Alfonsino y, evidentemente, no fue en absoluto un republicano.

Si algún régimen se le puede parecer en la Europa convulsa de aquella época, podrían tratarse paralelismos con el régimen del Mariscal Petain en la Francia gobernada desde Vichy y, por supuesto, con el Portugal de Oliveira Salazar: regímenes autoritarios pero paternalistas, católicos, de derechas, anticomunistas y antimasónicos (en tanto que católicos), partidarios del “orden” y la “autoridad”.

II. El papel histórico del franquismo en la historia de España

El gran papel que le correspondió asumir a Franco desde 1936 a 1975 fue el conducir a España desde el subdesarrollo hasta un estadio razonable de desarrollo y bienestar para la época.

En 1936, España era un país atrasado que había ido acumulando fracaso tras fracaso. El siglo XIX había constituido una tragedia constante y sumida nuestra historia en un marasmo de guerras civiles, insurrecciones, pronunciamientos, conspiraciones, altas tasas de criminalidad política y una retahíla de gobiernos incapaces de prolongarse en el tiempo y de trazar políticas de larga duración capaces de generar riqueza. Fueron las burguesías catalana y vasca –seguramente por ser las regiones más próximas a Europa y porque los hijos de estas burguesías fueron a aprender a Francia y al Reino Unido, quienes generaron una industria centrada en esas regiones, o por individualidades como el marqués de Salamanca que tuvieron voluntad de innovación muy similar a la que se daba en Europa. Pero en esos mismos años, otras regiones –Andalucía y particularmente Cádiz- se estancaron e incluso bajo el reinado de Isabel II se convirtieron en meros folklorismos pintorescos (favorecidos en la corte francesa por la presencia de Eugenia de Montijo y su amistad con el escritor Próspero Merimé que lanzaron mundialmente el estereotipo) generándose esa imagen de “lo andaluz” casi asimilado a lo gitano que apareció gracias a esa reina, sin duda la más disoluta y discutible de toda la historia de España.

Del atraso económico derivaba todo nuestro atraso político y los altos niveles de analfabetismo que España tenía en esa época y que estaban muy por encima de los países de Europa central y del norte.

Para colmo, el primer tercio del siglo XX fue una prolongación del siglo XIX: atraso, miseria y la sensación de que cada vez se estaba más lejos de Europa y de que se carecía completamente de peso político internacional a la vista de que seguíamos en el subdesarrollo y sin esperanzas de superarlo.

El puntillazo de todo esto fue la II República que vivió una crisis permanente desde su establecimiento hasta el 1º de abril de 1939.  Conspiraciones de derechas, conspiraciones de izquierdas, conspiraciones separatistas, una violencia política en la calle infinitamente superior a la que se dio en los peores momentos de actividad de ETA y del GRAPO, inestabilidad, gobiernos que en ningún caso duraron más de dos años, escándalos de corrupción, todo ello dentro del mismo marco de subdesarrollo y caciquismo en la mayor parte de España que inhabilitaban los resultados electorales de las derechas y de las izquierdas. Eso fue, en síntesis, la II República.

Tras el desenlace de la guerra civil quedaba la tarea de reconstrucción del país, casi a partir de cero. Es en ese momento, cuando Franco muestra gran lucidez: permanece fuera del conflicto mundial que se desata en septiembre de 1939 (la España atrasada y, además, destrozada no está para más guerras, sino para reconstruirse). A partir de ese momento, Franco se propone ganar el tiempo perdido en el siglo XIX y en el primer tercio del XX y proceder a la industrialización del país.

En 1975 esa meta ya está conseguida. La España de 1975, realmente, ha cambiado por completo, en todo: en costumbres, en nivel de desarrollo, en fisonomía, la burguesía cuya debilidad hizo imposible la II República y la generación de cualquier forma de democracia, ese año ya tiene fuerza suficiente como para protagonizar el futuro. La alta burguesía y el gran capital se han concentrado lo suficiente durante los últimos 25 años (1950-1975) como para albergar otros objetivos.

En esos 25 años finales del franquismo se ha formado un capitalismo español quizás todavía raquítico, pero que tiene a su alcance todos los instrumentos jurídicos y financieros para poderse desarrollar. A partir de finales de los años 60, tanto intramuros del régimen como por parte del gran capital autóctono, cobran forma unas cuantas ideas básicas:

  • Franco está envejecido, no durará siempre y, a pesar de que la Ley Orgánica del Estado ha sido aprobada en 1967, lo cierto es que muy pocos creen en un “franquismo sin Franco” y muchos menos en una prolongación del franquismo operada por un príncipe que carecía completamente de simpatías y apoyos fuera de los que Franco le había aportado. Cuando muera Franco, morirá el régimen.

  • Si los años de franquismo sirvieron para industrializar España, el capitalismo autóctono, al tener a finales de los 60 una primera acumulación de capital y un buen nivel productivo, precisaba de otros horizontes comerciales para poder exportar lo producido. El Mercado Común Europeo exigía una fórmula política democrática para ingresar en sus filas. Y España era considerado como poco como un régimen paternalista autoritario y como mucho como una dictadura. Mientras el régimen no adoptara un marco democrático, el capitalismo español tendría vedados los mercados europeos.

  • La caída de los regímenes autoritarios de Portugal y Grecia entre 1973-75 daba una sensación de absoluta soledad y aislaba todavía más al gobierno español, sensación que cobró forma especialmente en dos momentos: durante el proceso de Burgos (diciembre de 1970 cuando fueron juzgados y condenados los militantes de ETA con delitos de sangre) y durante septiembre de 1975 (cuando fueron juzgados, condenados y ejecutados dos miembros de ETA y tres del FRAP produciéndose protestas internacionales de alto voltaje). Para colmo, justo cuando se iniciaba la enfermedad terminal de Franco, las relaciones con Marruecos llegaron a un punto pre-bélico por la cuestión del Sahara. Antes, el asesinato del presidente Carrero Blanco había supuesto la muerte del delfín de Franco, el que debería tutelas la transición y, por tanto, hacía todavía más imposible la prolongación del régimen.

En efecto, Carrero Blanco, sin duda la mente más lúcida del régimen tardofranquista tenía un proyecto alternativo: como militar que era, todo consistía en elaborar una estrategia adecuada y esta consistió en intentar por una parte abrir nuevos mercados para los productos españoles que no nos hicieran dependientes del Mercado Común. Estos nuevos mercados estaban situados en la esfera comunista. Se dio la circunstancia, aparentemente paradójica, que- a partir de 1972, Carrero impulsase el comercio con los países del bloque comunista (algo que Blas Piñar le censurará en las Cortes). Por otra parte, se trataba de llevar a cabo una transición tutelada que equiparara a España a países como Alemania en donde el partido comunista estaba prohibido (y reducido a algo anecdótico) y nadie negaba su homologación democrática. Carrero lanzó desde 1970 mensajes al PSOE para que se comprometiera en ese proyecto: democracia hasta los socialistas, sin los comunistas. Los minúsculos círculos socialistas dejaron de ser encarcelados e incluso se impulsaron varios proyectos de “asociacionismo político” para organizar a la derecha frente a una izquierda comunista que empezaba a estar organizada.

Pero cuando es asesinado Carrero, todo esto dista mucho de haber tenido un éxito. Y entre diciembre de 1973 y noviembre de 1975 las esferas gubernamentales viven una creciente desazón en la que cada vez cobra más forma la idea de que la transición, para ser creíble, deberá ser total. El capital autóctono así lo quiere y, para colmo, los EEUU conspiran porque tienen intereses muy concretos: integrar a España en la OTAN para dar “profundidad de campo” a la Alianza Atlántica, y estimular importaciones y exportaciones con España. Lo esencial de la transición se diseña en la reunión del Club Bildelberg celebrada en Mallorca poco después de morir Franco. Es el principio del fin.

Por paradójico que pueda parecer, el franquismo murió víctima del desarrollismo y de la superación del atraso secular de España. Cuando el capitalismo español tuvo un nivel de desarrollo suficiente, simplemente precisó homologarse a las democracias europeas y las patronales se convirtieron en arietes de la democracia.

III. El problema de las libertades

Como todo régimen autoritario (y no hay nadie, por muy partidario de Franco que sea que pueda negar esta componente en el régimen) el franquismo desconsideró las libertades públicas. No había libertad de reunión, de manifestación, de opinión o de organización. La tolerancia –que existió- era mayor o menor con determinadas fuerzas políticas, pero solamente se permitieron manifestaciones en apoyo del régimen, se cerraron diarios dirigidos por disidentes del régimen e incluso en los últimos años, a pesar de los tímidos intentos aperturistas de Fraga, la información no fue libre, y se vivió una situación muy parecida a la del Marruecos actual: censura previa o autocensura que llegó incluso a reprimir a partidarios del régimen y a fuerzas que habían participado en su fundación (caso de la prohibición de manifestarse en Alicante el 20-N de 1970 para las Juntas Promotoras de Falange Española, o incluso prohibición de manifestarse por “Gibraltar español” que fue convocada en 1973 por el semanario Fuerza Nueva, por no hablar del cierre de los círculos José Antonio en 1973 tras los incidentes que tuvieron lugar en el Día Nacional de los Círculos en Toledo). Si esto era lo que tenían ante la vista los partidarios del régimen (o al menos los disidentes moderados del mismo) podemos pensar lo que recibieron otras fuerzas políticas.

En España, además, aunque la tortura no fuera generalizada, los malos tratos y las detenciones eran constantes en la extrema-izquierda y no precisamente contra terroristas sino contra simpatizantes de grupos incluso de izquierda moderada. Los nombres de algunos policías de la Brigada Político Social se hicieron tristemente famosos por cumplir con excesivo celo su tarea de mantener el orden público y por la facilidad con que recurrían a la tortura y a los malos tratos. Y nadie puede negar esto. Si tenemos en cuenta que yo mismo fui detenido en cuatro ocasiones en 1973 sin ningún motivo y que mi teléfono y mi correspondencia estuvo intervenida sin orden judicial alguna durante más de dos años e incluso que se me negó el certificado de “buena conducta” (sic) necesario para obtener el carné de conducir, se verá que desde el punto de vista de los derechos cívicos el franquismo no fue ninguna ganga.

Pero todo ello tenía una intención precisa. Franco se había propuesto industrializar el país y para ello fue necesario establecer varios Planes de Desarrollo que no se hubieran podido aplicar si el país hubiera tenido un gobierno democrático y, por tanto, sometido a cambios cada cuatro años. El desarrollo implicaba estabilidad en el ejercicio del poder y en las orientaciones del mismo.

En otras palabras: las libertades políticas estaban por detrás del afán de industrialización y de los planes de desarrollo. ¿Se hubiera conseguido prosperar económicamente de otra manera? Sospecho que no, al menos en este país. La historia enseña que hay que concentrar esfuerzos en función del objetivo que se pretende alcanzar: la URSS lo hizo especialmente a partir de Stalin cuando en pocos años se pasó de las hambrunas del período leninista a disponer de la bomba de hidrógeno. Alemania y Japón consiguieron convertirse en motores económicos después de 1945 cuando renunciaron a disponer de ejércitos fuertes y bien armados; su revancha no sería militar sino económica. La reducción de las libertades políticas fue una exigencia del desarrollismo y la planificación económica.

Cuando se trató de expandir la economía española y aplicar un modelo de economía liberal, poco a poco fueron (durante la transición y durante el felipismo) desapareciendo los rasgos de paternalismo franquista (durante el período de Franco un empleado que trabajase tres días en una empresa ya pasaba automáticamente a ser empleado fijo, los “puntos” daban un apoyo a los padres de familia, existían amplios sectores de la economía sometidos a regulaciones y demás medidas proteccionistas), el nuevo modelo económico exigía también un nuevo modelo político homologable en Europa: la democracia liberal y partidocrática. Y así se hizo.

IV. El franquismo uno y trino

Se suele hablar del “franquismo”, sin tener en cuenta que el franquismo no existió como tal, sino que existieron “los franquismos” como fruto del pragmatismo del régimen y de su cabeza visible. Llama la atención como los partidarios del régimen todavía hoy cuando son pocos, pero sobre todo en la transición cuando eran bastante más, desconocían el hecho de que Franco era fundamentalmente apolítico y pragmático y en distintos momentos se apoyó en fuerzas políticas contradictorios y que estuvieron en permanente guerra civil entre sí.

Ya hemos recordado en alguna ocasión cuáles fueron esos momentos, pero los volvemos a repetir a fin de completar el esquema que nos hemos propuesto.

1) Período falangista imperial (1936-1943).- En el momento en que el destino del régimen recién nacido dependía de la ayuda de los países del Eje (Alemania e Italia) gobernados por regímenes fascistas y nacional-socialistas, Franco echó mano de la Falange cuyas características eran homologables a esos regímenes: masas militarizadas, uniformidad, ansias de “revolución nacional”, rituales exactamente iguales, misma retórica, etc. Era una forma de satisfacer a los aliados, Mussolini e Hitler, pero también de galvanizar a las masas con una retórica imperial y el alumbramiento de una nueva fe y de una esperanza patriótica de redención y de aumento de la potencia. Se llegaron a publicar libros en los que España manifestaba sus “reivindicaciones territoriales” a costa de Francia o de Marruecos, e incluso se proponía una ampliación de Guinea Ecuatorial.

Este período duró hasta la derrota alemana en Stalingrado. Serrano Suñer partidario de esta opción cayó en desgracia, oficialmente a causa de un asunto de faldas, pero su caída tenía mucho más calado. Tanto él como otros altos cargos del régimen fueron sustituidos por “aliadófilos”, se retiró la División Azul, se convirtió en apátridas a los voluntarios que siguieron combatiendo en el Frente del Este, se ayudó bajo mano a los judíos exiliados en España en un intento de hacerse perdonar por los aliados.

Es evidente que en un momento en que la guerra quedaba cerca y el esfuerzo de la Falange era evidente, Franco no pudo (o no quiso, por puro pragmatismo) alejarla definitivamente de las esferas de poder, pero se limitó a reducirla al terreno que le era propio: las políticas sociales, mientras que el carlismo (entonces bastante anglófilo) vio reducida su influencia al ministerio de justicia, casi hasta los últimos momentos del régimen. Franco lo que estaba hizo continuamente fue variar las proporciones en las que cada fuerza política estuvo presente en cada momento. Estas fuerzas eran fundamentalmente tres: la falange, los propagandistas católicos y el Opus Dei.

A partir de 1943, Franco entendió que la Falange debía pasar a segunda fila o de lo contrario su régimen sería considerado como enemigo por los aliados vencedores en la medida en que sus signos externos eran los mismos que los del vencido. Y lo hizo sin pestañear.

2) Período nacional-católico (1943-1955).- Desplazados los falangistas como fuerza hegemónica y galvanizadora de las masas, Franco advierte que tanto en Alemania como en Italia (los países vencidos) la fuerza hegemónica a partir de 1945 es la “democracia cristiana”. En España no existía nada de todo esto, pero un sector político que se aproximaba lo suficiente: la Asociación Católica Nacional de Propagandistas.

Fundado en 1908 por el jesuita Ángel Ayala, su función era seleccionar jóvenes católicos de preparación política suficiente para revitalizar el mortecino catolicismo de la época reducido a mero culto exterior. Su primer presidente fue Ángel Herrera Oria un abogado del Estado (antes de alcanzar el sacerdocio y el cardenalato) eficaz organizador y periodista de talento tal como demostró en El Debate. Durante la dictadura de Primo de Rivera tuvieron participación en el poder. La ACNP no era un partido, pero sí un grupo de presión cuya influencia se extendí en muchos ámbitos. De ellos partió la fundación de Acción Española (con tres “propagandistas”: Vegas Latapié, Víctor Pradera y Pemán que secundaron a Ramiro de Maeztu). Las derechas durante la República estuvieron dirigidas por otro “propagandista”, Gil Robles, los carlistas tuvieron entre su dirección al también “propagandista” Marcelino Oreja Elósegui. En 1934 lograron llevar a las Cortes a 34 propagandistas por distintos partidos.

En cuanto a Falange Española tuvo también su cuota de “propagandistas” en la figura de Onésimo Redondo, lo que no fue óbice para que durante el “período falangista imperial”, la ACNP fuera inicialmente marginada de las esferas de poder. Cuando los falangistas dejaron en 1943 de ser la fuerza hegemónica dentro del franquismo, las necesidades de amistad con el Vaticano y de asimilarse lo más posible a las “democracias cristianas” europeas hizo que Franco recurriera a los “propagandistas” desde el inicio de la segunda fase de su régimen.

Sin embargo, dado que cualquier parecido con una democracia formal era pura coincidencia, los “propagandistas” jamás fueron homologados como “democristianos”, asumiendo y aceptando el calificativo de “nacional-católicos”. Así como los Girón de Velasco, los Fernández Cuesta y demás fueron los nombres señeros de la línea falangista, los de Larráz López, Ruiz-Giménez, Castiella, Silva Muñoz, Martín Artajo, fueron los apellidos de referencia nacional-católicos.

Esta línea incidía en la educación católica, en el vínculo con el Vaticano y la promoción de una moral inspirada en el catolicismo más estricto. Fue en esa época cuando se cerraron los burdeles, cuando la censura cinematográfica se exaspero y cuando llegaron a taparse con pez negra anuncios ingenuos de sujetadores femeninos.

La convivencia con los falangistas fue de mal en peor especialmente con José Luis de Arrese y con su propuesta de transformar el régimen en una “democracia orgánica”. Preparó la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado y reivindicó de nuevo el papel galvanizador de la Falange sobre las masas… pero desde un punto de vista desprovisto de los rasgos “fascistas” que quedaban en la Secretaria General del Movimiento. Era 1955.

3) Período tecnocrático-desarrollista (1955-1975).- En 1953 tienen lugar dos hechos fundamentales que liberan al régimen franquista de buena parte de la presión internacional que había tenido a partir de 1946 cuando empezó el aislamiento internacional. Se firman en un lapso de pocos meses, los acuerdos de cooperación con los EEUU y el Concordato con el Vaticano. El resultado de todo esto es que es que, en 1955, el presidente norteamericano Eisenhower visita España y se funde en un abrazo con Franco. A partir de ese momento afluye dinero a España (tanto capitales particulares de los grandes consorcios de inversión de la época, como en forma de ayuda por parte del gobierno americano). A partir de ese abrazo se inicia el tercer período en la historia del régimen. A tiempo nuevo, gestores nuevos.

La firma de los acuerdos con los EEUU y el abrazo Franco-Eisenhower finiquitaron el período de influencia nacional-católica. A partir de ese momento, Franco ya no necesitaba ni a los falangistas (que encerró prácticamente en la Secretaría General del Movimiento y en los Sindicatos verticales), ni en los nacional-católicos (reducidos a unos cuantos medios de prensa, a la censura y poco más), sino que precisaba técnicos y gestores capaces de desarrollar la economía del país, planificarla y realizar una ambiciosa tarea de saneamiento económico que serían el Plan de Estabilización (1959) que supuso la ruptura con la autarquía económica, y los Planes de Desarrollo (Primer Plan de 1964 a 1967, Segundo Plan de 1968 a 1971 y Tercer Plan de Desarrollo de 1972 a 1975).

Ni los falangistas tenían técnicos económicos, ni los nacional-católicos disponían de ellos. Para administrar esa tercera etapa existía un pequeño grupo católico que desde 1939 se había apalancado en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y en distintas universidades: el Opus Dei. A los “tecnócratas” del Opus les correspondió gestionar esta tercera etapa en permanente rivalidad con la falange que seguía teniendo cierto peso movilizador.

En esa etapa los nacional-católicos (los “propagandistas” se vieron sorprendidos por el cambio progresivo de costumbres (el turismo, la relajación de la moral sexual con la aparición de la píldora anticonceptiva y la minifalda, la música rock, etc.) y, especialmente, por la desorientación en la que cayó el catolicismo español después del resultado catastrófico del Concilio Vaticano II.

Por otra parte, los “propagandistas” estallaron literalmente: unos fundaron Cuadernos para el Diálogo y con Ruiz Giménez pasaron al campo de la oposición, otros con Gil Robles participaron en el “Contubernio de Múnich”, los hubo –como Pemán- que se sumaron a los partidarios de Don Juan de Borbón, ingresando en su consejo privado… Y otros, finalmente, como Blas Piñar, miembro también de los “propagandistas”, tendieron a reducir todo el franquismo a los apenas 10 años de nacional-catolicismo, para luego en el tardo-franquismo y en la transición pasar a dirigir el llamado “bunker”. Blas en ese momento, pidió su baja como “propagandista”. En la transición siguieron actuando políticamente a través del Grupo Tácito, en Alianza Popular, en la UCD y, por supuesto, en las distintas formaciones democristianas que aparecieron en ese momento con poco éxito a pesar de estar auspiciadas por el cardenal Tarancón (bestia parda del “bunker”). Hoy siguen parapetadas en la COPE (con Coronel de Palma) y en el PP.

En cada una de estas tres etapas (falangista-imperial, nacional-católica y tecnocrático-desarrollista) una sola fuerza es hegemónica, permaneciendo las otras dos en situación de minoría, pero representadas siempre en el régimen. Esto fue lo que dio cierta coherencia al franquismo y también lo que le permitió sobrevivir y hacer gala de un pragmatismo extremo.

V. La democracia orgánica

Entre los intentos del franquismo de institucionalizar su régimen, figura la propuesta –como hemos visto lanzada por Arrese- de crear una “democracia orgánica”. Se trata de una forma de democracia no partidocrática, en la que la idea inicial era un desarrollo de un fragmento del discurso de José Antonio Primo de Rivera en el Teatro de la Comedia, cuando aludió a la “familia, el municipio y el sindicato” como “estructuras naturales” de la sociedad. Arrese infirió que era necesario crear un “poder legislativo” en el que estuvieran presentes estas estructuras “orgánicas” que, el “fundador” había contrapuesto a la estructura “inorgánica” de los partidos políticos.

La Ley Orgánica del Estado dio forma legal a todo esto. Las Cortes quedaron divididas en “tres tercios”: el familiar, el sindical y el corporativo. En el primero estaban representados los cabezas de familia en tanto que representantes de la célula básica de la sociedad, en el segundo los sindicatos y en el tercero la sociedad civil y otras estructuras de poder: ejército, asociaciones culturales, universidades, juventud, ayuntamientos, etc.

No se puede negar que, a la vista de cómo han ido estos últimos 30 años en la vida política española, la forma “partido” ha constituido un rotundo fracaso por lo que José Antonio Primo de Rivera ya había previsto: los intereses de los partidos prevalecen desde el primer momento sobre los intereses de la sociedad. Por tanto, esta idea de “democracia orgánica” figura entre los aspectos más interesantes del franquismo.

Es innegable que aquella idea fracaso. La democracia “orgánica” no fue tal. Se ironizaba diciendo que era una “democracia digital”, esto es, elegida a dedo y que ninguno de los tres tercios era representativo de la sociedad de su tiempo. Algo de eso había, en efecto. Pero en 1967-75, en España existía la presunción de que los partidos políticos representaban opciones ideológicas mientras que los alcaldes, responsables sindicales eran elegidos a dedo y en las elecciones municipales no se podía presentar todo aquel que quería sino aquellos cuya fidelidad a Franco estaba suficientemente atestiguada. Por otra parte, desde principios de los años 60, el franquismo tenía de su parte a una mayoría silenciosa, mientras que la oposición (reducida al PCE y a grupos de extrema-izquierda cada vez más numerosos) iba teniendo una creciente capacidad de movilización especialmente en el mundo sindical y estudiantil.

La Ley Orgánica introdujo innovaciones que limitaron todavía más la capacidad de movilización de los partidarios del Régimen: se transformó el “Movimiento Organización” en “Movimiento Comunión de todos los españoles en los ideales del 18 de julio”… pero estos ideales cada vez estaban más difuminados.

Se nos insistía en aquella época (1971) en que el edificio franquista estaba sostenido por varias columnas, fundamentalmente la falange y los tecnócratas del Opus, constituyendo las dos columnas sobre las que se instalaba el frontispicio del Estado en cuyo vértice superior había una bandera que eran las “Leyes Fundamentales”, esto es, el equivalente a la constitución. Se añadía que, si estas dos columnas se peleaban entre sí, el edificio amenazaba con derrumbarse. Pero, mientras se nos decía esto, el Opus y la Falange se enzarzaban en una permanente guerra de desgaste que tuvo su momento álgido durante el Caso Matesa (escándalo de fraude en las exportaciones que arrastró en su caída a los ministros más conocidos del Opus Dei).

Paralelamente, a partir de 1967, se inició un período de atenuación doctrinal del régimen, se relajó la tensión ideal en el Frente de Juventudes y en los Hogares de la OJE, el Movimiento franquista, “organización” o “comunión” pasó a ser un aparato burocrático-administrativo. Los organismos del régimen (la propia policía, la magistratura, las fuerzas armadas, esto es, los poderes fácticos) empezaron a defender su “profesionalidad” y a proclamar que estaban al servicio de quien gobernara en cada momento…

Todo esto permite entender por qué una semana después de la muerte de Franco, los partidos políticos de la oposición prácticamente actuaban y se reunían con entera libertad y porque año y medio después tenían lugar las primeras elecciones democráticas.

La “democracia orgánica”, sin duda el intento más serio de superar el sistema de partido, no funcionó: el capitalismo autóctono no quería experimentos de este tipo que hicieran recelar a Europa, quería penetrar en los mercados europeos y muerto Franco se trataba solamente de forzar lo antes posible la homologación política en Europa.

Da que pensar el hecho de que, en Italia, el régimen fascista cayera cuando los aliados tenían ocupada Sicilia y habían desembarcado en Anzio, cuando los bombardeos de terror aliados sobrevolaban cada día Roma y cuando los resistentes practicaban el tiro en la nuca. Pues bien, con la guerra perdida, con una inevitable sensación de derrota, Mussolini pronunció su último discurso en el Teatro Lírico de Milán cuatro meses antes de que terminara la guerra y él mismo resultara asesinado. Hasta el último momento hubo voluntad de resistencia entre los cuadros de la República Social Italiana. Y fueron cientos de miles quienes optaron por resistir. En Alemania ocurrió otro tanto hasta principios de mayo de 1945 cuando entre las ruinas del Berlín destruido prosiguió la resistencia armada y cuando hasta 1946 el Wehrwolf siguió resistiendo y atentando contra los aliados.

En la España de 1975, con una situación infinitamente menos dramática, no se produjo ninguna resistencia numantina por parte de los miembros del aparato franquista: el Frente de Juventudes, la Sección Femenina, los Sindicatos Verticales, la Guardia de Franco, etc, fueron disueltas sin pena ni gloria. Suárez poco antes de las elecciones de junio de 1977 reunión a los lugartenientes provinciales de la Guardia de Franco explicándoles que todo seguiría igual, pero en lugar de llamarse “Guardia de Franco”, a partir de entonces se llamarían “UCD”. Solamente el lugarteniente de Lérida se opuso… los funcionarios del Movimiento pasaron a ser destinados al ministerio de cultura, frecuentemente en los archivos de los sótanos; los profesores de Formación del Espíritu Nacional como todo el resto de funcionarios franquistas se intentaron acomodar como pudieron ante la nueva situación… Si la monarquía Alfonsina cayó sin que saliera a la calle “ni un solo pelotón de alabarderos”, el franquismo se disolvió como un azucarillo con muy leves resistencias por parte del “bunker”.

A fin de cuentas, Franco supo trasladar su propio pragmatismo a su grey, la cual asumió que en cada momento histórico había que actuar en función de ese mismo pragmatismo. Nada más.