Escribí este artículo hace 11 años. Me hace gracia pensar que, contrariamente
a lo que sería de esperar, cuanto más nos distanciamos del período franquista,
una época que forma parte ya de la
historia de España y más deberían serenarse los ánimos y dejar a
historiadores que aplicasen el “método” para trazar una panorámica de aquella
época, cuando menos “franquistas” hay (por muerte natural de los que vivieron
aquella época), ocurre todo lo contrario: parece como si el franquismo, junto
con las ideologías de género y los dos meses que ha durado el culebrón de
Rociíto, fueron lo más importante en este país. Hoy, mucho más que hace 11
años. Por eso rescato este artículo que aspira a ser más objetivo que polémico.
Cuando no hace mucho se han cumplido los 35 años de la muerte de Franco parece ya el momento de que la sociedad española sea capaz de realizar un análisis mesurado y objetivo de lo que supusieron aquellos cuarenta años en la historia de España. Se suele decir que los ánimos no están todavía serenos (¿Y cuándo lo estarán? ¿Cuándo la sociedad española será capaz de considerar al franquismo como una parte de la historia de España y valorarla como tal al igual que la crisis finisecular de 1898 o que la restauración monárquica o incluso como la dictadura de Primo de Rivera que, a fin de cuentas, no está mucho más lejana en el tiempo que el 18 de julio de 1936?) y que tanto a un extremo como a otro del arco político todavía hay que vencer muchas filias y fobias? A un lado los partidarios de cambiar la historia (y la historia fue lo que fue: una República fracasada e insostenible y un movimiento cívico militar que apuntilló lo que ya estaba muerto prácticamente a desde el mismo momento en que nació, una guerra con vencedores y vencidos) y a otro los partidarios de idealizarla (quienes consideran con añoranza que el franquismo fue el mejor de los mundos y que el régimen y su líder eran, por definición, perfectos). Ni una cosa ni otra. Basta rascar un poco en ambas posiciones para ver que destilan visceralidad e irracionalidad y que ambas tienen un defecto fundamental: no considerar que el franquismo hoy ya es historia, como en 1936. Resulta ocioso, por lo demás, comparar aquellos años con estos y tratar de establecer si cualquier tiempo pasado fue mejor o si el caos actual fue orden en otra época. Lo esencial -y, seguramente, lo más impopular- es, hoy, insertar el franquismo en la Historia de España.
Vale la pena extrapolar los años que han transcurrido. En 1936
estaba claro que lo que había ocurrido 40 años antes (la crisis de 1898 y la
pérdida de Cuba y Filipinas) ya se consideraba historia y tan solo servía como
punto focal de las meditaciones sobre la regeneración de España. Pues bien, el
inexorable paso del tiempo ha hecho que el lapso habido entre 2010 y 1936 sea
de casi 75 años. ¿Podemos imaginar lo que hubiera supuesto que el propio
Franco, Ramiro, José Antonio y los teóricos de Renovación Española o de la
izquierda se hubieran quedado anclados en lo que ocurrió 75 años antes, esto es
en 1861 cuando España se anexionó la República Dominicana? El tiempo lo
aleja todo y vale más no perder de vista que la historia nunca da marcha atrás,
salvo cuando se repite como tragicomedia.
En lo personal, adquirimos uso de razón cuando el franquismo
estaba en su apogeo y mayoría de edad cuando declinaba. Hijos de una familia
completamente apolítica, a pesar de contar entre sus miembros a fundadores de
la Falange barcelonesa, pero también a militares republicanos y a regionalistas
catalanes de centro, hoy no albergamos el menor encono al franquismo y tuvimos
entre nuestros amigos de infancia a compañeros que luego destacaron en la
oposición antifranquista. Por todo esto nos consideramos en disposición de
realizar un breve análisis objetivo de lo que fueron aquellos 40 años en la
historia de España.
I. La figura de Franco
Cuando Franco dijo a su secretario Salgado-Araujo aquello de “Hágame
caso no se dedique nunca a la política” estaba explicando lo que fue el eje
de su gobierno: el pragmatismo. Franco era un militar y, como tal, austero.
Soldado valeroso, hablaba poco, practicaba el “lenguaje lacónico” enseñado en
las escuelas militares desde la antigua Esparta.
Así es como se dan órdenes en la milicia, breves como detonaciones, sin
posibilidad de equívoco, sin confusión posible, con extrema claridad. En la
milicia se enseña al soldado que su eficacia depende de su supervivencia y ésta
solamente tiene por encima el honor. Franco durante 40 años fue un
superviviente político y debió esa supervivencia, como veremos, al pragmatismo
del que siempre hizo gala.
Por una serie de acontecimientos –las muertes de Mola y Sanjurjo-
Franco terminó haciéndose cargo de la dirección del Estado y de la conducción
militar de una sublevación que, no lo olvidemos, se hizo en nombre de la
República y en la que participaron masones como el General Cabanellas que
recibió el mando en las primeras semanas y que fue financiada por grandes
capitales nacionales (como el sefardita Juan March).
A lo largo de los siguientes 40 años, Franco se apoyó en unas u
otras fuerzas políticas que siempre eran las que más convenían en cada momento
tal como veremos. La guerra civil y el maquis lo
convirtieron sobre todo en un anticomunista, partidario del orden a cualquier
precio. Era un hombre de derechas (esto es, de orden y amante del orden),
católico (reconocía el magisterio de la Iglesia de su época) y poco más. No
fue falangista, no digamos “ramirista”, tampoco fue carlista, ni siquiera Alfonsino
y, evidentemente, no fue en absoluto un republicano.
Si algún régimen se le puede parecer en la Europa convulsa de
aquella época, podrían tratarse paralelismos con el régimen del Mariscal Petain
en la Francia gobernada desde Vichy y, por supuesto, con el Portugal de
Oliveira Salazar: regímenes autoritarios pero paternalistas, católicos, de
derechas, anticomunistas y antimasónicos (en tanto que católicos), partidarios
del “orden” y la “autoridad”.
II. El papel histórico
del franquismo en la historia de España
El gran papel que le correspondió asumir a Franco desde 1936 a
1975 fue el conducir a España desde el subdesarrollo hasta un estadio razonable
de desarrollo y bienestar para la época.
En 1936, España era un país atrasado que había ido acumulando
fracaso tras fracaso. El siglo XIX había constituido una tragedia constante y
sumida nuestra historia en un marasmo de guerras civiles, insurrecciones,
pronunciamientos, conspiraciones, altas tasas de criminalidad política y una
retahíla de gobiernos incapaces de prolongarse en el tiempo y de trazar
políticas de larga duración capaces de generar riqueza. Fueron las burguesías
catalana y vasca –seguramente por ser las regiones más próximas a Europa y
porque los hijos de estas burguesías fueron a aprender a Francia y al Reino
Unido, quienes generaron una industria centrada en esas regiones, o por
individualidades como el marqués de Salamanca que tuvieron voluntad de
innovación muy similar a la que se daba en Europa. Pero en esos mismos años,
otras regiones –Andalucía y particularmente Cádiz- se estancaron e incluso bajo
el reinado de Isabel II se convirtieron en meros folklorismos pintorescos (favorecidos
en la corte francesa por la presencia de Eugenia de Montijo y su amistad con el
escritor Próspero Merimé que lanzaron mundialmente el estereotipo) generándose
esa imagen de “lo andaluz” casi asimilado a lo gitano que apareció gracias a
esa reina, sin duda la más disoluta y discutible de toda la historia de España.
Del atraso económico derivaba todo nuestro atraso político y los
altos niveles de analfabetismo que España tenía en esa época y que estaban muy
por encima de los países de Europa central y del norte.
Para colmo, el primer tercio del siglo XX fue una prolongación del
siglo XIX: atraso, miseria y la sensación de que cada vez se estaba más lejos
de Europa y de que se carecía completamente de peso político internacional a la
vista de que seguíamos en el subdesarrollo y sin esperanzas de superarlo.
El puntillazo de todo esto fue la II República que vivió una
crisis permanente desde su establecimiento hasta el 1º de abril de 1939. Conspiraciones de
derechas, conspiraciones de izquierdas, conspiraciones separatistas, una
violencia política en la calle infinitamente superior a la que se dio en los
peores momentos de actividad de ETA y del GRAPO, inestabilidad, gobiernos que
en ningún caso duraron más de dos años, escándalos de corrupción, todo ello
dentro del mismo marco de subdesarrollo y caciquismo en la mayor parte de
España que inhabilitaban los resultados electorales de las derechas y de las
izquierdas. Eso fue, en síntesis, la II República.
Tras el desenlace de la guerra civil quedaba la tarea de
reconstrucción del país, casi a partir de cero. Es en ese momento, cuando
Franco muestra gran lucidez: permanece fuera del conflicto mundial que se
desata en septiembre de 1939 (la España atrasada y, además, destrozada no está
para más guerras, sino para reconstruirse). A partir de ese momento, Franco
se propone ganar el tiempo perdido en el siglo XIX y en el primer tercio del XX
y proceder a la industrialización del país.
En 1975 esa meta ya está conseguida. La España de 1975, realmente,
ha cambiado por completo, en todo: en costumbres, en nivel de desarrollo, en
fisonomía, la burguesía cuya debilidad hizo imposible la II República y la
generación de cualquier forma de democracia, ese año ya tiene fuerza suficiente
como para protagonizar el futuro. La alta burguesía y el gran capital se han
concentrado lo suficiente durante los últimos 25 años (1950-1975) como para
albergar otros objetivos.
En esos 25 años finales del franquismo se ha formado un capitalismo español quizás todavía raquítico, pero que tiene a su alcance todos los instrumentos jurídicos y financieros para poderse desarrollar. A partir de finales de los años 60, tanto intramuros del régimen como por parte del gran capital autóctono, cobran forma unas cuantas ideas básicas:
- Franco está envejecido, no
durará siempre y, a pesar de que la Ley Orgánica del Estado ha sido aprobada en
1967, lo cierto es que muy pocos creen en un “franquismo sin Franco” y muchos
menos en una prolongación del franquismo operada por un príncipe que carecía
completamente de simpatías y apoyos fuera de los que Franco le había aportado. Cuando
muera Franco, morirá el régimen.
- Si los años de franquismo
sirvieron para industrializar España, el capitalismo autóctono, al tener a
finales de los 60 una primera acumulación de capital y un buen nivel
productivo, precisaba de otros horizontes comerciales para poder exportar lo
producido. El Mercado Común Europeo exigía una fórmula política democrática
para ingresar en sus filas. Y España era considerado como poco como un régimen
paternalista autoritario y como mucho como una dictadura. Mientras el
régimen no adoptara un marco democrático, el capitalismo español tendría
vedados los mercados europeos.
- La caída de los regímenes autoritarios de Portugal y Grecia entre 1973-75 daba una sensación de absoluta soledad y aislaba todavía más al gobierno español, sensación que cobró forma especialmente en dos momentos: durante el proceso de Burgos (diciembre de 1970 cuando fueron juzgados y condenados los militantes de ETA con delitos de sangre) y durante septiembre de 1975 (cuando fueron juzgados, condenados y ejecutados dos miembros de ETA y tres del FRAP produciéndose protestas internacionales de alto voltaje). Para colmo, justo cuando se iniciaba la enfermedad terminal de Franco, las relaciones con Marruecos llegaron a un punto pre-bélico por la cuestión del Sahara. Antes, el asesinato del presidente Carrero Blanco había supuesto la muerte del delfín de Franco, el que debería tutelas la transición y, por tanto, hacía todavía más imposible la prolongación del régimen.
En efecto, Carrero Blanco, sin duda la mente más lúcida del
régimen tardofranquista tenía un proyecto alternativo: como militar que era,
todo consistía en elaborar una estrategia adecuada y esta consistió en intentar
por una parte abrir nuevos mercados para los productos españoles que no nos
hicieran dependientes del Mercado Común. Estos nuevos mercados estaban
situados en la esfera comunista. Se dio la circunstancia, aparentemente
paradójica, que- a partir de 1972, Carrero impulsase el comercio con los países
del bloque comunista (algo que Blas Piñar le censurará en las Cortes). Por otra
parte, se trataba de llevar a cabo una transición tutelada que equiparara a
España a países como Alemania en donde el partido comunista estaba prohibido (y
reducido a algo anecdótico) y nadie negaba su homologación democrática. Carrero
lanzó desde 1970 mensajes al PSOE para que se comprometiera en ese proyecto:
democracia hasta los socialistas, sin los comunistas. Los minúsculos
círculos socialistas dejaron de ser encarcelados e incluso se impulsaron varios
proyectos de “asociacionismo político” para organizar a la derecha frente a una
izquierda comunista que empezaba a estar organizada.
Pero cuando es asesinado Carrero, todo esto dista mucho de haber
tenido un éxito. Y entre diciembre de 1973 y noviembre de 1975 las esferas
gubernamentales viven una creciente desazón en la que cada vez cobra más forma
la idea de que la transición, para ser creíble, deberá ser total. El capital
autóctono así lo quiere y, para colmo, los EEUU conspiran porque tienen
intereses muy concretos: integrar a España en la OTAN para dar “profundidad de
campo” a la Alianza Atlántica, y estimular importaciones y exportaciones con
España. Lo esencial de la transición se diseña en la reunión del Club
Bildelberg celebrada en Mallorca poco después de morir Franco. Es el principio
del fin.
Por paradójico que pueda parecer, el franquismo murió víctima del
desarrollismo y de la superación del atraso secular de España. Cuando el
capitalismo español tuvo un nivel de desarrollo suficiente, simplemente precisó
homologarse a las democracias europeas y las patronales se convirtieron en
arietes de la democracia.
III. El problema de las
libertades
Como todo régimen autoritario (y no hay nadie, por muy partidario
de Franco que sea que pueda negar esta componente en el régimen) el
franquismo desconsideró las libertades públicas. No había libertad de
reunión, de manifestación, de opinión o de organización. La tolerancia –que
existió- era mayor o menor con determinadas fuerzas políticas, pero solamente
se permitieron manifestaciones en apoyo del régimen, se cerraron diarios
dirigidos por disidentes del régimen e incluso en los últimos años, a pesar de
los tímidos intentos aperturistas de Fraga, la información no fue libre, y se
vivió una situación muy parecida a la del Marruecos actual: censura previa o
autocensura que llegó incluso a reprimir a partidarios del régimen y a fuerzas
que habían participado en su fundación (caso de la prohibición de manifestarse
en Alicante el 20-N de 1970 para las Juntas Promotoras de Falange Española, o
incluso prohibición de manifestarse por “Gibraltar español” que fue convocada
en 1973 por el semanario Fuerza Nueva, por no hablar del cierre de los círculos
José Antonio en 1973 tras los incidentes que tuvieron lugar en el Día Nacional
de los Círculos en Toledo). Si esto era lo que tenían ante la vista los
partidarios del régimen (o al menos los disidentes moderados del mismo) podemos
pensar lo que recibieron otras fuerzas políticas.
En España, además, aunque la tortura no fuera generalizada, los
malos tratos y las detenciones eran constantes en la extrema-izquierda y no
precisamente contra terroristas sino contra simpatizantes de grupos incluso de
izquierda moderada. Los nombres de algunos policías de la Brigada Político
Social se hicieron tristemente famosos por cumplir con excesivo celo su tarea
de mantener el orden público y por la facilidad con que recurrían a la tortura
y a los malos tratos. Y nadie puede negar esto. Si tenemos en cuenta que
yo mismo fui detenido en cuatro ocasiones en 1973 sin ningún motivo y que mi
teléfono y mi correspondencia estuvo intervenida sin orden judicial alguna
durante más de dos años e incluso que se me negó el certificado de “buena
conducta” (sic) necesario para obtener el carné de conducir, se verá que desde
el punto de vista de los derechos cívicos el franquismo no fue ninguna ganga.
Pero todo ello tenía una intención precisa. Franco se había
propuesto industrializar el país y para ello fue necesario establecer varios
Planes de Desarrollo que no se hubieran podido aplicar si el país hubiera
tenido un gobierno democrático y, por tanto, sometido a cambios cada cuatro
años. El desarrollo implicaba estabilidad en el ejercicio del poder y en las orientaciones
del mismo.
En otras palabras: las libertades políticas estaban por detrás del
afán de industrialización y de los planes de desarrollo. ¿Se hubiera conseguido prosperar económicamente de otra manera?
Sospecho que no, al menos en este país. La historia enseña que hay que
concentrar esfuerzos en función del objetivo que se pretende alcanzar: la
URSS lo hizo especialmente a partir de Stalin cuando en pocos años se pasó de
las hambrunas del período leninista a disponer de la bomba de hidrógeno.
Alemania y Japón consiguieron convertirse en motores económicos después de 1945
cuando renunciaron a disponer de ejércitos fuertes y bien armados; su revancha
no sería militar sino económica. La reducción de las libertades políticas fue
una exigencia del desarrollismo y la planificación económica.
Cuando se trató de expandir la economía española y aplicar un
modelo de economía liberal, poco a poco fueron (durante la transición y durante
el felipismo) desapareciendo los rasgos de paternalismo franquista (durante el
período de Franco un empleado que trabajase tres días en una empresa ya pasaba
automáticamente a ser empleado fijo, los “puntos” daban un apoyo a los padres
de familia, existían amplios sectores de la economía sometidos a regulaciones y
demás medidas proteccionistas), el nuevo modelo económico exigía también un
nuevo modelo político homologable en Europa: la democracia liberal y
partidocrática. Y así se hizo.
IV. El franquismo uno y
trino
Se suele hablar del “franquismo”, sin tener en cuenta que el
franquismo no existió como tal, sino que existieron “los franquismos” como
fruto del pragmatismo del régimen y de su cabeza visible. Llama la atención como los partidarios del régimen todavía hoy
cuando son pocos, pero sobre todo en la transición cuando eran bastante más,
desconocían el hecho de que Franco era fundamentalmente apolítico y pragmático
y en distintos momentos se apoyó en fuerzas políticas contradictorios y que
estuvieron en permanente guerra civil entre sí.
Ya hemos recordado en alguna ocasión cuáles fueron esos momentos,
pero los volvemos a repetir a fin de completar el esquema que nos hemos
propuesto.
1) Período falangista
imperial (1936-1943).- En el momento en que el
destino del régimen recién nacido dependía de la ayuda de los países del Eje
(Alemania e Italia) gobernados por regímenes fascistas y nacional-socialistas,
Franco echó mano de la Falange cuyas características eran homologables a esos
regímenes: masas militarizadas, uniformidad, ansias de “revolución nacional”,
rituales exactamente iguales, misma retórica, etc. Era una forma de satisfacer
a los aliados, Mussolini e Hitler, pero también de galvanizar a las masas con
una retórica imperial y el alumbramiento de una nueva fe y de una esperanza
patriótica de redención y de aumento de la potencia. Se llegaron a publicar libros
en los que España manifestaba sus “reivindicaciones territoriales” a costa de
Francia o de Marruecos, e incluso se proponía una ampliación de Guinea
Ecuatorial.
Este período duró hasta la derrota alemana en Stalingrado. Serrano
Suñer partidario de esta opción cayó en desgracia, oficialmente a causa de un
asunto de faldas, pero su caída tenía mucho más calado. Tanto él como otros
altos cargos del régimen fueron sustituidos por “aliadófilos”, se retiró la
División Azul, se convirtió en apátridas a los voluntarios que siguieron
combatiendo en el Frente del Este, se ayudó bajo mano a los judíos exiliados en
España en un intento de hacerse perdonar por los aliados.
Es evidente que en un momento en que la guerra quedaba cerca y el
esfuerzo de la Falange era evidente, Franco no pudo (o no quiso, por puro
pragmatismo) alejarla definitivamente de las esferas de poder, pero se limitó a
reducirla al terreno que le era propio: las políticas sociales, mientras que el
carlismo (entonces bastante anglófilo) vio reducida su influencia al ministerio
de justicia, casi hasta los últimos momentos del régimen. Franco lo que estaba
hizo continuamente fue variar las proporciones en las que cada fuerza política
estuvo presente en cada momento. Estas fuerzas eran fundamentalmente tres: la
falange, los propagandistas católicos y el Opus Dei.
A partir de 1943, Franco entendió que la Falange debía pasar a
segunda fila o de lo contrario su régimen sería considerado como enemigo por
los aliados vencedores en la medida en que sus signos externos eran los mismos
que los del vencido. Y lo hizo sin pestañear.
2) Período
nacional-católico (1943-1955).- Desplazados los
falangistas como fuerza hegemónica y galvanizadora de las masas, Franco
advierte que tanto en Alemania como en Italia (los países vencidos) la fuerza
hegemónica a partir de 1945 es la “democracia cristiana”. En España no existía
nada de todo esto, pero un sector político que se aproximaba lo suficiente: la
Asociación Católica Nacional de Propagandistas.
Fundado en 1908 por el jesuita Ángel Ayala, su función era
seleccionar jóvenes católicos de preparación política suficiente para
revitalizar el mortecino catolicismo de la época reducido a mero culto
exterior. Su primer presidente fue Ángel Herrera Oria un abogado del Estado
(antes de alcanzar el sacerdocio y el cardenalato) eficaz organizador y
periodista de talento tal como demostró en El Debate. Durante la dictadura de
Primo de Rivera tuvieron participación en el poder. La ACNP no era un partido,
pero sí un grupo de presión cuya influencia se extendí en muchos ámbitos. De
ellos partió la fundación de Acción Española (con tres
“propagandistas”: Vegas Latapié, Víctor Pradera y Pemán que secundaron a Ramiro
de Maeztu). Las derechas durante la República estuvieron dirigidas por otro
“propagandista”, Gil Robles, los carlistas tuvieron entre su dirección al
también “propagandista” Marcelino Oreja Elósegui. En 1934 lograron llevar a las
Cortes a 34 propagandistas por distintos partidos.
En cuanto a Falange Española tuvo también su cuota de
“propagandistas” en la figura de Onésimo Redondo, lo que no fue óbice para que
durante el “período falangista imperial”, la ACNP fuera inicialmente marginada
de las esferas de poder. Cuando los falangistas dejaron en 1943 de ser la
fuerza hegemónica dentro del franquismo, las necesidades de amistad con el
Vaticano y de asimilarse lo más posible a las “democracias cristianas” europeas
hizo que Franco recurriera a los “propagandistas” desde el inicio de la segunda
fase de su régimen.
Sin embargo, dado que cualquier parecido con una democracia formal
era pura coincidencia, los “propagandistas” jamás fueron homologados como
“democristianos”, asumiendo y aceptando el calificativo de “nacional-católicos”.
Así como los Girón de Velasco, los Fernández Cuesta y demás fueron los nombres
señeros de la línea falangista, los de Larráz López, Ruiz-Giménez, Castiella,
Silva Muñoz, Martín Artajo, fueron los apellidos de referencia
nacional-católicos.
Esta línea incidía en la educación católica, en el vínculo con el
Vaticano y la promoción de una moral inspirada en el catolicismo más estricto.
Fue en esa época cuando se cerraron los burdeles, cuando la censura
cinematográfica se exaspero y cuando llegaron a taparse con pez negra anuncios
ingenuos de sujetadores femeninos.
La convivencia con los falangistas fue de mal en peor
especialmente con José Luis de Arrese y con su propuesta de transformar el
régimen en una “democracia orgánica”. Preparó la Ley de Sucesión a la Jefatura
del Estado y reivindicó de nuevo el papel galvanizador de la Falange sobre las
masas… pero desde un punto de vista desprovisto de los rasgos “fascistas” que
quedaban en la Secretaria General del Movimiento. Era 1955.
3) Período
tecnocrático-desarrollista (1955-1975).- En 1953
tienen lugar dos hechos fundamentales que liberan al régimen franquista de
buena parte de la presión internacional que había tenido a partir de 1946
cuando empezó el aislamiento internacional. Se firman en un lapso de pocos
meses, los acuerdos de cooperación con los EEUU y el Concordato con el
Vaticano. El resultado de todo esto es que es que, en 1955, el presidente
norteamericano Eisenhower visita España y se funde en un abrazo con Franco. A
partir de ese momento afluye dinero a España (tanto capitales particulares de
los grandes consorcios de inversión de la época, como en forma de ayuda por
parte del gobierno americano). A partir de ese abrazo se inicia el tercer
período en la historia del régimen. A tiempo nuevo, gestores nuevos.
La firma de los acuerdos con los EEUU y el abrazo
Franco-Eisenhower finiquitaron el período de influencia nacional-católica. A
partir de ese momento, Franco ya no necesitaba ni a los falangistas (que
encerró prácticamente en la Secretaría General del Movimiento y en los
Sindicatos verticales), ni en los nacional-católicos (reducidos a unos cuantos
medios de prensa, a la censura y poco más), sino que precisaba técnicos y
gestores capaces de desarrollar la economía del país, planificarla y realizar
una ambiciosa tarea de saneamiento económico que
serían el Plan de Estabilización (1959) que supuso la ruptura con la
autarquía económica, y los Planes de Desarrollo (Primer Plan de 1964 a
1967, Segundo Plan de 1968 a 1971 y Tercer Plan de Desarrollo de
1972 a 1975).
Ni los falangistas tenían técnicos económicos, ni los
nacional-católicos disponían de ellos. Para administrar esa tercera etapa
existía un pequeño grupo católico que desde 1939 se había apalancado en el Consejo
Superior de Investigaciones Científicas y en distintas universidades: el Opus
Dei. A los “tecnócratas” del Opus les
correspondió gestionar esta tercera etapa en permanente rivalidad con la
falange que seguía teniendo cierto peso movilizador.
En esa etapa los nacional-católicos (los “propagandistas” se
vieron sorprendidos por el cambio progresivo de costumbres (el turismo, la
relajación de la moral sexual con la aparición de la píldora anticonceptiva y
la minifalda, la música rock, etc.) y, especialmente, por la desorientación en
la que cayó el catolicismo español después del resultado catastrófico del
Concilio Vaticano II.
Por otra parte, los “propagandistas” estallaron literalmente: unos fundaron Cuadernos para el Diálogo y con Ruiz Giménez pasaron al campo de la oposición, otros con Gil Robles participaron en el “Contubernio de Múnich”, los hubo –como Pemán- que se sumaron a los partidarios de Don Juan de Borbón, ingresando en su consejo privado… Y otros, finalmente, como Blas Piñar, miembro también de los “propagandistas”, tendieron a reducir todo el franquismo a los apenas 10 años de nacional-catolicismo, para luego en el tardo-franquismo y en la transición pasar a dirigir el llamado “bunker”. Blas en ese momento, pidió su baja como “propagandista”. En la transición siguieron actuando políticamente a través del Grupo Tácito, en Alianza Popular, en la UCD y, por supuesto, en las distintas formaciones democristianas que aparecieron en ese momento con poco éxito a pesar de estar auspiciadas por el cardenal Tarancón (bestia parda del “bunker”). Hoy siguen parapetadas en la COPE (con Coronel de Palma) y en el PP.
En cada una de estas tres etapas (falangista-imperial, nacional-católica y tecnocrático-desarrollista) una sola fuerza es hegemónica, permaneciendo las otras dos en situación de minoría, pero representadas siempre en el régimen. Esto fue lo que dio cierta coherencia al franquismo y también lo que le permitió sobrevivir y hacer gala de un pragmatismo extremo.
V. La democracia orgánica
Entre los intentos del franquismo de institucionalizar su régimen,
figura la propuesta –como hemos visto lanzada por Arrese- de crear una
“democracia orgánica”. Se trata de una forma de democracia no partidocrática,
en la que la idea inicial era un desarrollo de un fragmento del discurso de
José Antonio Primo de Rivera en el Teatro de la Comedia, cuando aludió a la
“familia, el municipio y el sindicato” como “estructuras naturales” de la
sociedad. Arrese infirió que era necesario crear un “poder legislativo” en el
que estuvieran presentes estas estructuras “orgánicas” que, el “fundador” había
contrapuesto a la estructura “inorgánica” de los partidos políticos.
La Ley Orgánica del Estado dio forma legal a todo esto. Las Cortes
quedaron divididas en “tres tercios”: el familiar, el sindical y el
corporativo. En el primero estaban representados los cabezas de familia en
tanto que representantes de la célula básica de la sociedad, en el segundo los
sindicatos y en el tercero la sociedad civil y otras estructuras de poder:
ejército, asociaciones culturales, universidades, juventud, ayuntamientos, etc.
No se puede negar que, a la vista de cómo han ido estos últimos 30
años en la vida política española, la forma “partido” ha constituido un rotundo
fracaso por lo que José Antonio Primo de Rivera ya había previsto: los
intereses de los partidos prevalecen desde el primer momento sobre los
intereses de la sociedad. Por tanto, esta idea de “democracia orgánica” figura
entre los aspectos más interesantes del franquismo.
Es innegable que aquella idea fracaso. La democracia “orgánica” no
fue tal. Se ironizaba diciendo que era una “democracia digital”, esto es,
elegida a dedo y que ninguno de los tres tercios era representativo de la
sociedad de su tiempo. Algo de eso había, en efecto. Pero en 1967-75, en España existía la presunción de que los
partidos políticos representaban opciones ideológicas mientras que los
alcaldes, responsables sindicales eran elegidos a dedo y en las elecciones
municipales no se podía presentar todo aquel que quería sino aquellos cuya
fidelidad a Franco estaba suficientemente atestiguada. Por otra parte, desde
principios de los años 60, el franquismo tenía de su parte a una mayoría
silenciosa, mientras que la oposición (reducida al PCE y a grupos de
extrema-izquierda cada vez más numerosos) iba teniendo una creciente capacidad
de movilización especialmente en el mundo sindical y estudiantil.
La Ley Orgánica introdujo innovaciones que limitaron todavía más la
capacidad de movilización de los partidarios del Régimen: se transformó el
“Movimiento Organización” en “Movimiento Comunión de todos los españoles en los
ideales del 18 de julio”… pero estos ideales cada vez estaban más difuminados.
Se nos insistía en aquella época (1971) en que el edificio
franquista estaba sostenido por varias columnas, fundamentalmente la falange y
los tecnócratas del Opus, constituyendo las dos columnas sobre las que se
instalaba el frontispicio del Estado en cuyo vértice superior había una bandera
que eran las “Leyes Fundamentales”, esto es, el equivalente a la constitución.
Se añadía que, si estas dos columnas se peleaban entre sí, el edificio
amenazaba con derrumbarse. Pero, mientras se nos decía esto, el Opus y la
Falange se enzarzaban en una permanente guerra de desgaste que tuvo su momento
álgido durante el Caso Matesa (escándalo de fraude en las exportaciones que
arrastró en su caída a los ministros más conocidos del Opus Dei).
Paralelamente, a partir de 1967, se inició un período de
atenuación doctrinal del régimen, se relajó la tensión ideal en el Frente de
Juventudes y en los Hogares de la OJE, el Movimiento franquista, “organización”
o “comunión” pasó a ser un aparato burocrático-administrativo. Los organismos
del régimen (la propia policía, la magistratura, las fuerzas armadas, esto es,
los poderes fácticos) empezaron a defender su “profesionalidad” y a proclamar
que estaban al servicio de quien gobernara en cada momento…
Todo esto permite entender por qué una semana después de la muerte
de Franco, los partidos políticos de la oposición prácticamente actuaban y se
reunían con entera libertad y porque año y medio después tenían lugar las
primeras elecciones democráticas.
La “democracia orgánica”, sin duda el intento más serio de superar
el sistema de partido, no funcionó: el capitalismo autóctono no quería
experimentos de este tipo que hicieran recelar a Europa, quería penetrar en los
mercados europeos y muerto Franco se trataba solamente de forzar lo antes
posible la homologación política en Europa.
Da que pensar el hecho de que, en Italia, el régimen fascista
cayera cuando los aliados tenían ocupada Sicilia y habían desembarcado en
Anzio, cuando los bombardeos de terror aliados sobrevolaban cada día Roma y
cuando los resistentes practicaban el tiro en la nuca. Pues bien, con la guerra
perdida, con una inevitable sensación de derrota, Mussolini pronunció su último
discurso en el Teatro Lírico de Milán cuatro meses antes de que terminara la
guerra y él mismo resultara asesinado. Hasta el último momento hubo voluntad de
resistencia entre los cuadros de la República Social Italiana. Y fueron cientos
de miles quienes optaron por resistir. En Alemania ocurrió otro tanto hasta
principios de mayo de 1945 cuando entre las ruinas del Berlín destruido
prosiguió la resistencia armada y cuando hasta 1946 el Wehrwolf siguió
resistiendo y atentando contra los aliados.
En la España de 1975, con una situación infinitamente menos
dramática, no se produjo ninguna resistencia numantina por parte de los
miembros del aparato franquista: el Frente de Juventudes, la Sección
Femenina, los Sindicatos Verticales, la Guardia de Franco, etc, fueron
disueltas sin pena ni gloria. Suárez poco antes de las elecciones de junio
de 1977 reunión a los lugartenientes provinciales de la Guardia de Franco
explicándoles que todo seguiría igual, pero en lugar de llamarse “Guardia de
Franco”, a partir de entonces se llamarían “UCD”. Solamente el lugarteniente de
Lérida se opuso… los funcionarios del Movimiento pasaron a ser destinados al
ministerio de cultura, frecuentemente en los archivos de los sótanos; los
profesores de Formación del Espíritu Nacional como todo el resto de
funcionarios franquistas se intentaron acomodar como pudieron ante la nueva
situación… Si la monarquía Alfonsina cayó sin que saliera a la calle “ni un
solo pelotón de alabarderos”, el franquismo se disolvió como un azucarillo con muy
leves resistencias por parte del “bunker”.
A fin de cuentas, Franco supo trasladar su propio pragmatismo a su
grey, la cual asumió que en cada momento histórico había que actuar en función
de ese mismo pragmatismo. Nada más.