viernes, 14 de julio de 2017

Segunda carta abierta a un independentista


Querido independentista:

El 23 de diciembre de 2013, hace ya casi cuatro años, te escribí una carta que venía ilustrada por una bandera independentista rota por los vientos y colocada en Calella. Desde entonces tus amigos han repuesto hasta en tres (quizás cuatro) ocasiones esa misma bandera que, inevitablemente, el tiempo castiga, como castiga también a tu ideal, la independencia de Cataluña.

Te escribo de nuevo cuando mis circunstancias personales han cambiado completamente: la política ha dejado de interesarme; es así de simple. La sensación de que España no tiene remedio y de que, a nivel mundial, las fuerzas que se oponen a los procesos de decadencia están irremisiblemente vencidas, especialmente en Europa y en los Estados Unidos, me induce a pensar que no vale la pena realizar esfuerzo alguno, al menos en mi patria, y en ningún sentido. Hace pocos días celebré no haber leído a tiempo un SMS que me hubiera casi obligado a asistir a una comida en Valencia en la que algunos “salvadores de España” llegados de Madrid propusieron la realización de acción para “reforzar la unidad nacional”… De haber asistido, les hubiera dicho algo tan simple como que la unidad nacional no está en peligro (lo cual no quiere decir que el patriotismo español atraviese su mejor momento). Y es que, ni tú ni los tuyos sois un peligro para el Estado Español. Más que tigres de papel, habéis demostrado ser gatos callejeros de peluche. “Gatos” porque apenas arañáis, en absoluto asestáis zarpazos; “callejeros” por vuestra falta de estilo; “de peluche” por lo inofensivo de vuestro accionar.

Oídme bien: las naciones no se construyen con declaraciones ni con referéndums, las naciones se construyen con proyectos que van más allá de acudir a una urna a depositar con expresión bovina un papelito; las naciones se construyen “tendiendo rieles de acero sobre ríos de sangre”. Claro está que ni vosotros, ni vuestros precedentes, habéis estado dispuestos nada más que a acudir a manifestaciones con el bocata pagado, colocar en vuestros balcones banderolas subvencionadas o compradas en los todo a 1 euro (de las que se destiñen en quince días)  y poco más; vuestra "lucha" consiste, hoy, sobre todo, en convencer a convencidos. El hecho de que no haya ni siquiera funcionarios de la Generalitat dispuestos a firmar la compra de las urnas para la francachela del 1º de octubre o que la Generalitat siga absorbiendo dinero del Fondo de Garantía Autonómica para financiar el costoso “proceso”, es el síntoma de lo que tus jefes están dispuestos a arriesgar. Nada. Ninguno de ellos quiere que se lo coman los chinches de la Modelo o compartir celda con un carterista marroquí.