jueves, 31 de octubre de 2019

Crónicas desde mi retrete (40) ¿QUÉ LE PASA AL PSC Y EN QUÉ PIENSA EL SOCIALISMO?


Históricamente, cuando más catalanista se ha presentado el PSC ante su electorado, más votos ha perdido. Esta actitud es dependiente de su origen: durante los años del franquismo, los únicos que se decían “socialistas” en Cataluña eran hijos de la alta burguesía, los padres de muchos de ellos habían sido “lliguistas” o, simplemente, habían colaborado con el franquismo, mientras los hijos formaban parte -para mayor inri- del Front “Obrer” Català (FOC), compuesto casi completamente por estudiantes...

En 1975, la Federación Catalana del PSOE (que no tenía nada que ver con todo ese ambiente) era poco menos que inexistente y de no ser por la unión entre el PSC (reagrupament), los más nacionalistas, y por el PSC (convergencia), los antiguos FOC más sectores de la “gauche divine”, el PSOE en Cataluña hubiera estado prácticamente ausente de la transición.

El PSC, finalmente, terminó surgiendo de la unión de las tres fracciones (Federación Catalana del PSOE, PSC(r) y PSC(c). Solía tener mayoría en las elecciones generales y quedaba rebasado por CiU en las autonómicas. Los socialistas nunca parecieron preguntarse el por qué. Su clientela procedía, al alimón, de las clases medias urbanas y de los barrios obreros que, poco a poco, se habían ido desencantando del PSUC. Cuando Santiago Carrillo, realizó la última traición de su vida (liquidar deliberadamente al PCE para asegurarse la vejez a cuenta del PSOE), el PSC vivió sus momentos de mayor seguimiento. Pero lo que ocurrió luego fue significativo.

En los años 90, el PP empezó a subir electoralmente en Cataluña, especialmente, en zonas obreras. Los votos procedían de sectores que hasta ese momento habían votado al PSC y antes al PSUC. Esta tendencia siguió hasta 2003, cuando los votantes procedentes de la izquierda catalana rechazaron la política absurda de Aznar de alineamiento con Bush en el latrocinio de Irak. Antes, el flujo ya se había ralentizado cuando Aznar desplazó a Vidal-Quadras a Madrid y manifestó que hablaba catalán “en familia”. Desde entonces, el PP catalán tiene dificultades para afirmar su credibilidad.

Para el observador atento las cosas estaban claras: la clase obrera catalana nunca ha sido nacionalista, ni mucho menos independentista. Hoy mismo, la afiliación a los sindicatos mayoritarios en Cataluña es inferior a la que se da en otras partes del Estado, simplemente por la actitud ambigua de las direcciones de UGT y de CCOO respecto al independentismo. Cuando más ha insistido un partido de izquierdas en el “nacionalismo catalán”, más votos ha perdido hacia su derecha. Sobre el “izquierdismo” de ERC habría mucho que hablar: su nacionalismo independentista es anterior y superior a los elementos “de izquierdas” de su programa y, de hecho, el futuro -cantado- de ERC, será o morir en la pira de la independencia frustrada u ocupar el espacio del nacionalismo moderado. ¿Izquierda en ERC? Más bien clase media y “Cataluña profunda”.

El PSC, deliberada o inconscientemente, ha ocupado un papel objetivo en Cataluña: tratar de neutralizar a la clase obrera catalana, evitar que surgiera, como en el primer tercio del siglo XX, un “lerrouxismo” obrero que combatiera frontal y radicalmente al nacionalismo. El PSC no eran más que los hijos de la alta burguesía catalana dirigiendo a los obreros castellano-parlantes y conduciéndolos como ganado hacia los pastos cercados ofrecidos por la gencat.


De ahí el papel extraordinariamente ambiguo del PSC: “socialista”, pero no nacionalista, aunque sus dirigentes siempre han manifestado que Cataluña es una “nación”. Contrarios al “procés”, pero sin ocultar una predisposición hacia el “derecho de autodeterminación”. No “independentistas”, pero partidarios de que Cataluña alcance sus “más altas cotas de autogobierno”. Y, por supuesto, ni un solo socialista ha dicho nada sobre la “inmersión lingüística”, ni sobre el derecho de los ciudadanos que viven en Cataluña a recibir enseñanzas en el idioma que elijan. Ni chicha, ni limoná o, si se prefiere, eclecticismo ambiguo, oportunista y timorato.

El error táctico del PSC consistió durante todo el ciclo de Pujol en querer competir con él en “nacionalismo”. Esto le costo a Obiols y a Maragall varias derrotas inexorables. Cuando el electorado catalán ya no tuvo dudas de que el “pujolato” había convertido a Cataluña en la región más corrupta del Estado (a corta distancia y compitiendo con el socialismo andaluz), Maragall logró para el PSC una victoria circunstancial en las autonómicas. El Pacto del Tinell, un acuerdo anti-PP, suscrito con ERC y con ICV, fue el origen del “tripartito”. Maragall encontró a su mejor aliado en un Carod-Rovira que ya por entonces pronosticó la independencia catalana para el 2014. El “nou Estatut” debería ser el paso previo. Y Maragall -ya por entonces con el cerebro desbaratado, hay que recordarlo, incluso disperso y enfermo antes desde finales de los 90- encontró en ERC a su aliado natural, convencido de que había que “ser más nacionalista que CiU” y rebasar a CiU en búsqueda de la autodeterminación. Los “lodos” independentistas de hoy son, directamente, el resultado de las apuestas erróneas del PSC en 2003.

Maragall quiso dar una forma doctrinal a este proyecto tan simplón. Y un buen día, sin consultarlo a nadie, se sacó de la manga el “federalismo asimétrico”: España seguiría siendo un Estado, pero no unitario, sino federal. La asimetría vendría porque Cataluña sería “más” que el resto de federaciones regionales… La única forma de encajar esta concepción excéntrica dentro de un programa político era olvidando la “asimetría” y rescatando el término “España federal”.

¿Qué es el federalismo? Algo muy simple: se coge una nación, se la trocea en tantos fragmentos como sea menester, se le dice a cada fragmento que son un “Estado” y luego se les asocia… ¿En España? ¡Todavía más fácil! Bastaría con dar rango de “Estado” a las 17 autonomías y luego reunirlas de nuevo… Absurdo desde todos los puntos de vista. Por lo demás, si bien es cierto que existen “Estados Federales”, también es cierto que nunca han surgido del desmantelamiento de un Estado unitario, sino de la agregación de piezas que inicialmente eran independientes.

Lo que el PSC proponía no era más que el proyecto de un cerebro que cuando lo elaboró estaba enfermo. Pero entre 1998 y 2003, el PSC no tenia otro líder visible y en condiciones de batir a Pujol que Maragall y nadie se atrevió a desmentirle. Primero hacía falta llegar al poder autonómico y luego colocar a un “charnego” tapado al frente del PSC que se popularizara desde el poder y que luego lo sustituyera (Montilla, en concreto).


La cosa no fue bien, ni para el PSC, ni para Cataluña. En primer lugar, porque en el primer tripartito de Maragall, no gobernó éste, sino Carod-Rovira, como “primer conseller” y luego, tras su ignominiosa reunión con los etarras de Perpiñán (“no atentéis en Cataluña, matad más allá del Ebro”), desde la sombra. Y el proyecto de Carod era mucho más claro: “independencia en el 2014 y, para ello, nou estatut”. El programa del PSC era “autodeterminación versus federalismo en todo el Estado”.

La crisis económica iniciada en 2008, relanzó el independentismo y el PSOE se olvidó del federalismo que era como echar leña al fuego. El horno no estaba para bollos. Incluso el PSC puso en barbecho tan peregrina idea. Sin embargo, ayer se supo que el programa original del PSOE para estas elecciones no incluía el federalismo. Iceta montó en cólera (dentro de lo que Iceta puede montar en cólera) y telefoneó directamente a la Narbona para que introdujera sin más dilación la referencia al “federalismo”. Sánchez dijo que la omisión se debía a que el documento estaba inacabado.

La suerte para el PSOE es que nadie se preocupa por leer los programas políticos y que el discurso socialista en Cataluña será “federalista” (especialmente de cara a los medios regionales), pero en el resto del Estado será “unitarista, democrático y constitucionalista”.

Lo peor para el PSOE es que, si aspira a obtener buenos resultados electorales precisa de una “buena tajada” de diputados catalanes. Es muy posible que en estas elecciones se produzca un desplazamiento de votos del Cs al PSC e, incluso de ERC al PSC. Pero el verdadero drama del PSOE consiste en que mientras piense que su crecimiento en Cataluña se debe a su “federalismo” y no adopte una postura clara en materia de vertebración del Estado (y sólo hay una: o Estado unitario o centrifugación indepe), siempre será vulnerable en el resto del Estado e incluso esta temática supondrá un germen de disolución interior.

Está claro, por lo demás, que la dirección nacional del PSOE no tiene la más mínima intención de embarcarse en una “reforma federal del Estado” que no haría más que añadir problemas y que está destinado a defender la unidad del Estado o arriesgarse a entrar en crisis en el resto de España (incluso en Cataluña).

Yo me pregunto, si los electores piensan antes de votar. Creo que la inmensa mayoría no lo hacen. Pero de lo que no me cabe la menor duda es que los dirigentes de los partidos políticos tampoco piensan mucho más allá de tratar de contentar a lo que ellos creen que es su electorado natural lanzando mensajes en los que ni siquiera ellos mismos han meditado.

En cualquier caso, ese intento desesperado del PSC por mantener la equidistancia entre independentismo y unionismo, empieza a resultar de un patetismo y de una fatuidad exasperantes. Sobre todo, porque estamos en 2019 y la monserga de “federalismo y plurinacionalidad” empieza a ser tan cargantes como una docena de críos cortando una autopista en nombre de un proyecto independentista fracasado, pan de cada día en esta Cataluña crepuscular.

miércoles, 30 de octubre de 2019

¿Qué queda hoy de Ramiro Ledesma?


Ochenta y tres años son muchos como para que el tiempo no haya desgastado y difuminado el recuerdo de uno más del medio millón de muertos de la última Guerra Civil. Y, sin embargo, hay algunos que nos resistimos a pasar página y dejar atrás la figura de Ramiro Ledesma. Lo más terrible de aquel fusilamiento fue que dejó en la incógnita lo que hubiera sido su vida intelectual posterior y, por otro lado, dio pie a malas o malísimas interpretaciones de su obra, que iban paralelas a exaltaciones y retórica tanto o más ridículas.

Ramiro Ledesma era “fascista”, claro está que entendía el fascismo de manera genérica como una tendencia internacional “de las juventudes” que había que adaptar en cada país: patriotismo + justicia social. La síntesis que él creó para España se llamó nacional-sindicalismo. Ni siquiera hoy el nombre resulta comprensible en un momento en el que la tercera revolución industrial se solapa con los inicios de la cuarta, mientras que el sindicalismo fue la forma de organización de los trabajadores mientras duró la segunda revolución industrial, para ser hoy un simple arcaísmo sólo apto para mantener a unos “interlocutores sociales” subsidiados, que representan muy poco.

Era diferente, claro está, en los años 30, cuando la CNT era el sindicato mayoritario en Cataluña y Andalucía y estaba separado por unos pocos miles de afiliados de la UGT. Y la CNT era el “sindicalismo revolucionario apolítico”. Así que se trataba de “politizar” a las masas obreras. Ramiro Ledesma no fue el único en intentar ganarlas para su causa. Todo el nacionalismo catalán de la época había intentado otro tanto (y fracaso, igualmente). Los únicos que lograron controlar el sindicato, para su desgracia, fue la FAI que logró incluso invertir los términos: no fue el nacionalismo catalán el que logró conquistar al sindicato, sino el sindicato el que logró que, durante los 10 primeros meses de guerra civil, la Generalitat comiera de la mano de la CNT-FAI. Por entonces Ledesma ya había sido fusilado en Aravaca.

Ledesma, por cierto, no había sido el padre de la consigna de “nacionalizar a la CNT”. Su conocimiento del alemán le permitía estar al corriente de lo que se cocía en Alemania desde finales de los años 20 y era inevitable que aquella consigna de “nacionalizar a la clase obrera alemana” lanzada por Adolf Hitler, resonara en sus oídos. A fin de cuentas, cuando José Antonio Primo de Rivera viajó a Italia poco antes del mitin del Teatro de la Comedia, el propio Mussolini le aconsejó que contactara con Ángel Pestaña para integrarlo en su proyecto político (detalle que demuestra el interés y la información que poseía el Duce sobre el movimiento obrero europeo; el detalle lo aporta Ángel María de Lera en su biografía de Pestaña, transmitido por el propio biografiado que cuando explicó cómo había ido la entrevista con José Antonio).

Hasta última hora, Ledesma mantuvo en pie su idea de “nacionalizar a la CNT” y, de hecho, tal era la intención de su última aventura editorial “Nuestra Revolución”. A 83 años de su fusilamiento, parece evidente que, de todos los temas que propuso en su época, éste no ha sido de los que conservan más actualidad.

En las biografías de Ledesma aparecen cinco “actividades profesionales”: “filósofo, político, escritor, ensayista y periodista”. Efectivamente, fue todo eso, pero no en el mismo grado y, por lo demás, habría que especificar qué tipo de político fue, porque su historial nos revela que no tuvo nada que ver con el político al uso tal como se entendía en la época. Ledesma fue, especialmente doctrinario y estratega.

Lo primero nos induce a plantear qué queda de la “doctrina” enunciada por él enunciada. Es simple: su patriotismo que viene acompañado de una “cualidad”, es un “patriotismo crítico”. No se limita a cantar las glorias, reales o míticas del pasado, sino que apunta a solventar los problemas y las carencias de España en aquel momento histórico.


En este terreno, cabe decir que, después suyo, salvo la polémica entre Calvo Serer y Antonio Tovar sobre “España sin problema” o “España como problema”, no ha existido ningún intento de revisión del patriotismo español como la realizada por Ledesma. Quizás ese sea el problema que sufre hoy el patriotismo español: que no ha vuelto a tener intérpretes, ni ser objeto de revisiones en un momento en el que la historia lleva unas décadas acelerada. La revisión de Ledesma en su Discurso a las Juventudes de España esta, ciertamente, lastrado por el espíritu de los años 30, pero el “patriotismo crítico” sigue siendo, en estos momentos, la única forma de ser razonablemente “patriota”.

Y luego está el otro aspecto, el de “estratega”. Ledesma era a principios de los años 30, uno de los pocos españoles que se había leído La Técnica del Golpe de Estado de Curzio Malaparte y conocía al dedillo la evolución del NSDAP y sabía que elementos habían aportado pujanza al nacional-socialismo. Sabía que lo esencial no era generar brillantes ideas, sino cómo traducir estas en políticas de Estado y, para eso, había que construir un movimiento político utilizando las piezas dispersas que figurasen en el tablero. Y eso hizo en los últimos momentos de la Dictadura cuando concibió la idea de llevar a la práctica en nuestro país aquello por lo que, primero Giménez Caballero le había ilustrado y que luego él mismo fue capaz de asimilar.

¿Y cuál era la “estrategia” de Ledesma? La de “construcción del partido” en torno a un núcleo duro que fuera ampliando su radio de acción. Todo fue bien hasta la crisis generada a finales de 1934 cuando la ampliación de ese radio de acción pasaba, simplemente por integrar a Calvo Sotelo en Falange o trasladar el proyecto a otra sigla. La “escisión de los jonsistas” fue negativa para el partido de José Antonio, pero extremadamente buena para el nacional-sindicalismo. El período de reflexión, hasta que ambos reconstruyeron la relación a lo largo de 1936, generó un texto de referencia, sin duda el documento más brillante emitido por aquella área política durante el período republicano: el Discurso seguido por las dos Digresiones sobre el destino de las juventudes. Textos para la posteridad.

Leer toda aquella literatura, en el 2019, puede aportar poco en sí misma. Nos indica solamente cómo fue una época y cómo Ledesma trató de influir sobre su tiempo. Ochenta años después, las técnicas políticas son completamente diferentes, los procesos de “construcción del partido” se realizan con otras técnicas, lo que Malaparte pudo sugerirle en su libro es hoy, en cualquier caso, irrealizable. Y las obras doctrinales de Ledesma o su nacional-sindicalismo ideado para una situación de pujanza de la clase obrera y del sindicalismo revolucionario, ya no tiene sentido. Y, en lo relativo al “patriotismo crítico”, vale más como método de análisis, pues no en vano la época de los Estados-Nación ha periclitado.

Estas reflexiones, así como la percepción de que lo peor sobre Ledesma eran los intérpretes de su obra que creían poder arribarla a sus pequeños chiringuitos, fue lo que nos indujo una tarde en la que salir a la calle en Montreal suponía quedar congelado, a escribir una serie de ensayos sobre él, que se publicaron en los primeros números de la Revista de Historia del Fascismo, y que luego fueron recogidos en el volumen Ramiro Ledesma a contraluz publicado en 2014.

Lo que sobrevive de Ledesma, junto al “patriotismo crítico”, es la necesidad de un método en política, de una estrategia (plan general de operaciones para la conquista de un objetivo político). Si hoy vemos partidos que nacen, crecen y mueren en apenas 10 años, si vemos movimientos de masas lanzadas a la calle por sus mentores, pero sin esperanzas, es precisamente por que desconocen el “método” sobre el que solamente un filósofo matemático como Ledesma, podía establecer con conocimiento de causa. Pero, claro está, las respuestas a estos dos problemas, el “patriotismo crítico” y el “método”, que Ledesma teorizó en los años 30, no puede ser el mismo, en ningún caso, que el necesario hoy en España. Así pues, ni basta con leer escritos redactados hace entre 80 y 90 años, ni con conocer su biografía: es preciso tener la imaginación suficiente, la creatividad, la objetividad y la voluntad (siempre la voluntad, por encima de todo la voluntad) de adaptar “método” y “patriotismo crítico” a la mutación científico-histórico-social, en medio de crisis económicas derivadas de la globalización, que se nos viene encima en la próxima década.

http://eminves.blogspot.com/2014/05/paypal-la-forma-rapida-y-segura-de_12.html

martes, 29 de octubre de 2019

Crónicas desde mi retrete (39) ¿PORQUÉ LAS ZONAS MÁS "ESPAÑOLISTAS" DEL ESTADO SE TRANSFORMARON EN LAS MÁS INDEPENDENTISTAS?


Lo más sorprendente de nuestro país es que las dos zonas en las que ha prendido el independentismo, Cataluña y Vasconia, fueron, no hace tanto, las dos zonas más conservadoras y “españolistas” del Estado. Pero, no “un poco”, conservadoras y españolistas, sino las más de lo más… Y esto hasta las dos últimas décadas del siglo XIX. Luego todo cambio, y en esas mismas regiones prendió el independentismo. Hay explicaciones para ello, pero son parciales y, como máximo, contribuyen a aclarar algunos aspectos. Hoy, aportaremos algún otro punto de vista.

La explicación más habitual a la aparición del independentismo en España se basa en que, tanto Cataluña como el País Vasco eran las dos únicas zonas con una relativa industrialización en el momento en el que aparece el fenómeno nacionalista. Como se sabe, el nacionalismo no es más que la expresión reivindicativa de la burguesía que aspira a un marco político que le pertenezca en propiedad para asegurar la buena marcha de sus negocios. Para garantizar ese resultado precisan que su poder económico se traduzca en poder político. Y ese poder se coagulaba en un Estado-Nación. La aparición de un “nacionalismo” siempre es previo a la formación de una “nación” y, por tanto, a la independencia del Estado-matriz. Lo que está claro es que no existe “nacionalismo” sin que, al final, aparezca “independentismo”.

En Cataluña, existió una fase previa, que fue el “regionalismo” que ya colmaba las expectativas de una burguesía que había adoptado un tono de superioridad y que aspiraba, no solamente a llevar las riendas de Cataluña, sino también a dirigir el Estado Español. A fin de cuentas, a la burguesía catalana no le había ido mal con las políticas “proteccionistas” impulsadas por los gobiernos del Estado, así que era consciente de que el destino de sus negocios estaba íntimamente vinculado a la suerte de España. Regionalismo sí, nacionalismo un poco, independentismo nada. Los negocios, son los negocios. La mayor parte de la alta burguesía catalana de nuestros días sigue pensando igual.


No puede extrañar que el nacionalismo catalán y vasco se gestaran a finales del XIX. España contaba con una burguesía débil y solamente en estas dos zonas tenía una mínima densidad y una conciencia de sí misma. Hacía muy pocas décadas de que se había vivido “la primavera de las naciones” y era inevitable que allí donde existiera una lengua regional y una burguesía creciente, apareciera el nacionalismo. Porque el nacionalismo precisa de una cultura propia dotada de una mitología particular para poder prosperar y elaborar su “historia nacional”. Las burguesías catalana y vasca “pagaron” al peso la recuperación, actualización o simple invención de esa cultura. Y en el caso catalán, la crearon los Maragall y los Verdaguer a golpe de talonario de los Güell (no fueron los únicos).

El hecho de que se tratara de zonas “fronterizas” con Francia es interpretado por algunos como determinante: unos afirman que en estas zonas se tenía mayor contacto con “Europa” y otros que esa posición geopolítica facilitaba el progreso económico y, con él, el nacionalismo. Discutible. Especialmente porque el “vecino”, Francia, es un país centralizado y centralizador y las zonas del Sur, fronterizas, no eran particularmente ricas ni desarrolladas.

Los hay que sostienen que el final de la Tercera Guerra Carlista determinó el hundimiento de este movimiento antiliberal y la liberación de fuerzas “forales” que contenía. La derrota carlista entrañaría la aparición de un vacío político en las zonas en la que había sido más fuerte: Cataluña y el Norte Vasco-Navarro. El “tetralema” carlista está compuesto por “Dios – Patria – Fueros – Rey”, por este orden de importancia. Los fueros son anteriores y superiores al rey que encarna la legitimidad dinástica, pero antes están, Dios y la Patria. Y ningún carlista dudó nunca de que su patria era España, fuera andaluz, catalán, vasco, navarro o castellano.

Otro elemento a destacar, ligado al anterior: tanto en el País Vasco como en Cataluña, el peso del catolicismo era decisivo, hasta el punto de que el regionalismo primero y el nacionalismo después, se tiñeron de una fuerte patina religiosa. En ambos casos, puede decirse que entre los impulsores del primer regionalismo-nacionalista figuran elementos del clero de ambas regiones. Y, en el caso catalán, la otra componente son elementos masónico-carbonarios que aparecen en las primeras formaciones (Jove Catalunya) y en algunos líderes (Almirall), reforzados por antiguos federalistas (igualmente de extracción mayoritariamente masónica). Esto no puede extrañar: detrás de todo movimiento nacionalista y republicano en el siglo XIX y en buena parte del XX, siempre han aparecido masones (en tanto que expresiones organizadas del pensamiento burgués y liberal).

Pero, en todo esto, falta algo. No explica el porqué en el País Vasco se ha asesinado en nombre del nacionalismo hasta hace poco, ni explica el fanatismo independentista de sectores de la sociedad española. Seguramente, se debe a que ambos fenómenos, al margen de que son dos expresiones del mismo fenómeno, tienen orígenes diferentes. Los abuelos de los actuales independentistas lo sabían: en 1926 cuando Macià fue a la URSS a buscar apoyo para su proyecto independista, los nacionalistas vascos, furibundamenta anticomunista (e incluso, antimasones y antisemitas) lo dejaron solos y costó más de un lustro recomponer la situación.

El nacionalismo vasco, se inició como un fenómeno étnico. Y aquí si que hay que reconocer que, a pesar de que la historia común haya soldado al País Vasco con España, lo cierto es que el factor étnico está presente en la ecuación. El telurismo propio de la sociedad vasca, en donde la “maru” es el eje, contrasta con las sociedades patriarcales del resto del Estado (incluida Cataluña). Suelen existir allí “mannerbünde” (sociedades de hombres) bajo la forma de “sociedades gastronómicas”, deportes sólo para hombres, las “peñas”, en el que el hombre vasco se refugia en sí mismo y en otros que son como él, creando una realidad a parte distanciada del universo de la madre. Se ha recordado que ETA nació en un seminario y que, por tanto, estuvo cerca del modelo originario del nacionalismo vasco (ultracatólico). Basta leer los textos de la época o el Vasconia de Federico Krutwig, para darse cuenta de que, tras de la cascada de datos para interpretar la historia vasca, lo que se termina proponiendo es un “alzamiento de hombres vascos”. Lo que Krutwig, Txillardegui y la primera generación de ETA hizo, no fue más que crear otra “mannerbünde” en la que demostrar su virilidad y afirmarse como hombres en el seno de una sociedad telúrica y ginecocrática.


El nacionalismo catalán es completamente diferente. Se hubiera eternizado como “regionalismo” de no ser porque los problemas económicos y la inestabilidad política de la última fase de la Restauración, generaron una serie de fenómenos entre los que figuran, la crisis económico-social y de orden público que se desencadenó en Cataluña a partir de 1918 y hasta la Dictadura de Primo de Rivera; las oleadas de inmigración interior que habían llegado a Cataluña y que generaron, en los pueblos que se iban industrializando una sensación de pérdida de identidad y de verse anegados por recién llegados a los que no se apreciaba en absoluto y que, para colmo, se integraban en los sindicatos libertarios sin ocultar deseos de revanchismo social. El "drama" del nacionalismo catalán, experimentado especialmente a partir de la Semana Trágica de 1909, fue tener que recurrir al ejército español para que conjurara la amenaza obrera, pero, al mismo tiempo, tener que pagar por ello impuestos al Estado Español que, hasta ahora, se invertían en las zonas más deprimidas del país, aquellas que generaban más migración interior. La situación no tenía más salida que la demagogia de la que Maciá empezó a ser la encarnación sustituyendo el “seny” por la “rauxa”. Lo racional por lo irracional.

Aun así, incluso antes de la guerra civil, buena parte del nacionalismo y todo el regionalismo catalán, seguía apegado a los valores católicos. Y así siguió ocurriendo también hasta los años 60. A partir de ese momento, la crisis de la Iglesia tras el Vaticano II y su casi total desaparición en nuestros días como fenómeno social, tendieron a liberar “fuerzas místicas” que hasta ese momento se habían orientado hacia el culto religioso y que, a partir de ahora, pasaron a ser formas de “providencialismo” y de “misticismo” nacionalista.

La religión exige un alto grado de irracionalismo, mientras que la política es, sobre todo, la gestión racional de ideas y recursos. Hace una década, bastaba leer los comunicados de ETA y sus formas de justificar sus asesinatos, para darse cuenta de que el irracionalismo estaba presente en ellos. Hoy, basta cambiar dos palabras con los que cercan la estación de Sans, cortan carreteras o queman contenedores, para advertir que en ellos está presente una nueva fe religiosa, mística e irracional, providencialista y alucinada.

En las zonas más católicas del país (Cataluña y la zona Vasco-Navarra) es donde más ha prendido el nacionalismo: eran zonas adaptada para las “grandes creencias”, la fe (entendida como una fuerza irracional que liga a una determinada creencia indemostrable y subjetiva). Una vez más se cumple la ley que Spengler enunció hace un poco más de cien años: cuando una religión tradicional declina, lo que la sustituye no es un período de razón y objetividad, sino de supersticiones y subjetividad. El vacío creado por el hundimiento de la Iglesia y de la fe católica, ha generado estos islotes de irracionalidad que han cristalizado como “impulsos a la independencia” en zonas en las que se daban las distintas circunstancias que antes hemos enumerado.

lunes, 28 de octubre de 2019

UN MODELO GEOMÉTRICO PARA ENTENDER LA POLÍTICA ESPAÑOLA 2019


¿Qué ocurrirá a partir del próximo 10-N? Todo dependerá, naturalmente, de las votaciones y de la geometría parlamentaria, por supuesto. No hay que confundir los resultados de unas elecciones (que, en el fondo, no son más que una foto momentánea de la opinión pública) de las tendencias que el propio sistema política, por su misma dinámica interna, va generando. Hay que relativizar el valor de las elecciones. A unas siguen otras y así eternamente… Sin embargo, en los últimos meses hemos vivido un momento inédito en la política española: caída de Rajoy por votación parlamentaria – gobierno socialista – elecciones – cuatro meses de gobierno en funciones – nuevas elecciones… Esto supone una alteración de la alternancia en el poder de centro-derecha y centro-izquierda e indica modificaciones profundas en el­­ panorama político español. Los tiempos del bipartidismo imperfecto han quedado atrás. Los tiempos del multipartidismo iniciado en 2010, también. ¿Cuál va a ser la marcha de la política española en los próximos años? Para poder responder a esto, precisamos trasladar los distintos datos de que disponemos, para establecer un “modelo”, a partir del cual, podamos realizar las proyecciones de futuro. Y esto es lo que hemos intentado en estas páginas.

0. INTRODUCCIÓN

La geometría puede definirse como la “rama gráfica” de las matemáticas, es, por tanto, una ciencia “exacta”. Tratar de reducir una actividad humana a un modelo geométrico garantiza, más que cualquiera otra forma de análisis la comprensión y la previsión de los acontecimientos. Especialmente en política.

El problema es que las circunstancias políticas son cambiantes y que el modelo geométrico que podríamos haber utilizado en 1975 o, incluso, a principios de este año, no es el mismo que debió ayudar a comprender lo que fue la transición y lo que han sido los ciclos que se han agotado en las últimas décadas. Para ser “veraz” un modelo político debe encajar a la perfección con la realidad de cada momento. Y esta cambia con rapidez.

Este estudio está realizado para tratar de comprender la actual evolución de la política española.

1. EL ELEMENTO DECISIVO EN NUESTRO MOMENTO POLÍTICO

Son décadas que viene diciéndose que la diferenciación derecha-izquierda carece de sentido, ya sea porque ninguno de estos bloques puede huir de unos límites dados por el contexto internacional y las infraestructuras económicas de las que los partidos políticos son intérpretes, ejecutores, mandatarios y, a los que, en cualquier caso, deben sumisión. Los partidos, por tanto, se limitan a aplicar, con mejor o peor fortuna, la “única política posible” con pocos matices diferenciales.

La realidad actual desde el principio de la democracia ha sido que todos los partidos que han aspirado a gobernar, han intentado controlar el espacio político centrista. Ahora bien, en nuestro país, la “mítica de las dos Españas”, cuya penúltima formulación era “franquismo-antifranquismo”, ha dejado una huella que ha resultado difícil de borrar y que explica el por qué, hasta ahora, se viene hablando de derecha-izquierda, de progresismo-conservadurismo, nociones que en toda Europa están obsoletas y cuya sustitución ha dado lugar a debates de envergadura y han permitido alianzas que, en España, se consideran todavía contra natura.

España ha estado dividida políticamente en absolutistas y liberales, en carlistas e isabelinos, en monárquicos y republicanos, en franquistas y antifranquistas, y, finalmente en centro-derecha y centro-izquierda, atenuaciones de los ecos que llegan de Europa en donde las nociones de “populismo”, “transversalismo”, sugieren que “derecha” e “izquierda” son dos términos que ya mantienen muy poco de su espíritu originario.

A pesar de que la democracia española ha venido caracterizada por una alternancia PSOE – PP, el elemento esencial y el único que permanece vivo del espíritu de la transición es que la “conquista del centro político da el poder”. De ahí que, más que de “derecha” o de “izquierdas” puras, de lo que conviniera hablar en España es del centro-derecha y del centro-izquierda.

Este elemento es esencial ante la nueva situación porque, a decir verdad, las calificaciones de derecha e izquierda son más una herencia del pasado, una etiqueta para un electorado poco interesado por la política, visceral y cerril en su voto y carente de sentido crítico, que una catalogación político comprensible y con sentido en nuestros días.
Todo esto no puede olvidarse del hecho de que la transición se cerró en falso y en medio de una crisis económica como no se había conocido hasta entonces en la historia de España (inflación del 30%, presiones internacionales, oleadas de huelgas, etc). Los problemas que no se resolvieron en aquel momento (estructura económica inadecuada basada en el binomio turismo-construcción, sistema financiero débil y que se ha ido debilitando más y más, vertebración del Estado, etc.), se unieron a los que han aparecido durante los últimos cuarenta años (mala negociación en el ingreso en la UE, destrozo del sistema educativo, deslocalización, inmigración masiva, corrupción, etc).

2. LOS DOS PROBLEMAS QUE DETERMINAN EL CURSO POLÍTICO ESPAÑOL EN LA PRÓXIMA DÉCADA

El problema que se plantea a las fuerzas política española en el momento actual es doble:

- cómo afrontar la crisis económica que se avecina y
- cómo afrontar el problema independentista resolviéndolo de una vez y para siempre, evitando que se vuelva a reproducir en otras autonomías.

La envergadura de estos dos asuntos es de tal magnitud que cada vez está más claro que no basta con recurrir a la “constitución” en su actual formulación, sino que se precisan de soluciones nuevas. Lo que juega contra los separatistas catalanes (y antes con los vascos) es que la constitución considera que la “soberanía” reside en el “pueblo español”. Esto, que es una simple declaración, tiene algo de realidad: el partido que ceda en este terreno perderá la ocasión de gobernar en todo el Estado.
- Si el PSOE cede todavía más en la cuestión autonómica, se hundiría simplemente en sus feudos en el resto del Estado, algo que los “barones” regionales han comprendido desde hace décadas, pero a lo que la dirección nunca ha podido asumir del todo, dado el peso que ha tenido hasta hace poco el PSC (sin el cual, y sin el PSA, el PSOE nunca podría obtener una mayoría absoluta).
- Uno de los puntos que han mermado la confianza del electorado en el PP, fue precisamente la escasa iniciativa que tuvo Rajoy, fiando la suerte de la unidad del Estado a la constitución y a los tribunales, en lugar de afrontar lo que desde el principio de su etapa de gobierno era una necesidad: iniciar una ofensiva política contra el independentismo.
El hecho es que los electorados en donde existe problema nacionalista (Cataluña, País Vasco) suponen menos de 10.000.000 de habitantes y, por tanto, los partidos que quieran gobernar en una España con 47.000.000 de habitantes deben preocuparse del “sector mayoritario” del que dependerá su mayoría parlamentaria. Fuera de las regiones periféricas en las que el nacionalismo ha prendido, el tema de la “unidad del Estado” está muy claro y el electorado es muy sensible -incluso parte del de extrema-izquierda- y mucho menos “comprensivo” con el independentismo: ceder a éste, implica, simplemente, quedar como “débil”, sino como “traidor” a la unidad de España.

Pero, además, existe otro elemento capital en la nueva situación que se ha producido en los últimos 10 años: el “nacionalismo moderado” catalán ha desaparecido por completo y, por tanto, los tiempos en los que el sistema político español se configuró como un sistema de bipartidismo imperfecto en el que gobernaba el centro-derecha o gobernaba el centro-izquierda por mayoría absoluta o mediante una alianza con CiU, ya no volverá a reproducirse jamás.

Incluso, cuando -como es de prever- ERC reconozca la inviabilidad de la independencia -lo cual es cuestión de tiempo y es, en estos momentos, una certidumbre que cada vez gana a más de sus cuadros dirigentes- e intente ocupar el espacio político que ocupó durante casi 40 años CiU, las desconfianzas y las sospechas de deslealtades tardarán muchas décadas en diluirse.  

3. “CENTRO” Y “PERIFERIA”, COMO NUEVO MODELO GEOMÉTRICO

La crisis económica y de la deuda del 2008-2011 abrió una nueva situación en España: los dos grandes partidos perdieron votos y prestigio:
- El PP quedó como responsable del modelo económico impuesto por José María Aznar en 1996 y que se mantuvo inamovible, incluso, durante la primera legislatura de Zapatero- El PSOE fue unánimemente considerado como responsable de la desastrosa gestión de la crisis realizada por Rodríguez Zapatero en sus tres últimos años en los que el país pasó del superávit, a que se disparara el déficit a causa de los dos absurdos Planes E y a la operación de salvamento de la banca española. A esto siguió la “crisis de la deuda pública”.
Entonces se vivió el nacimiento de nuevos partidos. Nacieron de las astillas de las dos grandes formaciones o de sectores “contestatarios” por la derecha o por la izquierda. Y el sistema político español paso de estar configurado por el bipartidismo imperfecto, a un sistema en el que existían cuatro partidos, no muy separados en intención de voto (PSOE, PP, Cs y Podemos, más un pelotón de pequeños partidos regionalistas). En el período de Rajoy, por tanto, se fue del bipartidismo imperfecto al multipartidismo y se formaron coaliciones en algunos gobiernos regionales.

Pero este período ha durado poco por dos motivos:
- Estos nuevos partidos fueron el resultado de una crisis y cuando esta pareció atenuarse, se percibió que no proponían nada diferente a las formaciones tradicionales e, incluso, que tenían pocas posibilidades de “pocas poder”.- Los responsables de los nuevos partidos, oportunistas y demagogos de escasos vuelos, cometieron errores continuos que decepcionaron a su electorado (especialmente Cs y Podemos) y pulverizaron sus esperanzas de “tocar poder”.
Entonces se entró en una nueva etapa. Fue tras las anteriores elecciones generales de junio de 2019, cuando se evidenció todo esto:
- Podemos se convirtió en un magma de camarillas locales, tendencias, grupúsculos y fracciones en crisis, opuestos y enfrentados entre sí
- El Cs, se erosionó a sí mismo cambiando una y otra vez de actitud, de manera inexplicable, generando confusión en su electorado
En ambos casos, el harakiri de estas formaciones fue innegable, abandonadas por un electorado “volátil” y con mentalidad de ave migratoria.

Y así hemos llegado a la situación actual en la que el mapa político español está configurado por un “centro” y una “periferia”:

- en el “centro” se sitúan las fuerzas constitucionalistas mayoritarias que hasta ahora han sido las grandes beneficiarias de la constitución del 78 y que serían las grandes perjudicadas ante alguna posible convulsión que podría llegar de la crisis económica en ciernes o del independentismo catalán. Ahí se sitúan las fuerzas que quieren “tocar poder”, sin que ni su ideario, ni sus líneas doctrinales influyan lo más mínimo en su día a día: se limitan a llegar a la práctica “la única política posible”.
- en la “periferia” se sitúa todo el magma de las fuerzas políticas que están alejadas del poder por distintos motivos: unos por el estigma de ser “populistas” (Vox), otras por su situación de fragmentación interior y su imagen poco “lustrosa” (Unidas Podemos), otros por el carácter nacionalista e independentista (ERC, PNV, etc.) y otras, finalmente por los errores políticos cometidos (Cs).



Los valores que “unen” a los partidos que se sitúan en el “centro” son muy parecidos, no tanto en lo que a “inspiración doctrinal” como a “práctica política”: los dos, PP y PSOE están de acuerdo:
1) en evitar la ruptura del Estado,
2) en proseguir con la constitución del 78,
3) en materia migratoria,
4) en las actitudes ante la Unión Europea,
5) en aceptar la globalización y el neoliberalismo,
6) en seguir manteniendo una justicia conservadora y una educación progresista,
7) en mantenernos dentro de la OTAN y
8) en cómo gestionar los recursos del Estado ante la crisis que se avecina.
En la “periferia”, en cambio, existen muchas tonalidades:
- desde los que aspiran a integrarse en la “centralidad” (Cs) en cuanto tengan la ocasión,
- hasta los que quieren presencia parlamentaria para negociar una eventual secesión,
- pasando por aquellos cuyo infantilismo de izquierdas impide cualquier colaboración con ellos e, incluso, entre ellos.
Esta “periferia”, por tanto, no es homogénea: tiene la voluntad de dejar de ser “periferia” para saltar a la esfera de la “centralidad” y “tocar poder”. En unos casos aspira a tocar “poder regional”. En otros a coaligarse con algún partido del centro-derecha o del centro-izquierda para aproximarse al poder.

Por tanto, “centro” y “periferia” no están tan separados como pudiera parecer: los primeros aspiran a no abandonar jamás su situación privilegiada y los segundos quieren ascender a ella. Por tanto, todos coinciden en su voluntad de estar cerca del poder y asumir las necesidades para la conservación y la estabilidad del sistema

Solamente tres sectores permanecen en “la periferia de la periferia”:
- Aquellos que por su radicalismo infantil se sitúan en el radicalismo independentista (hasta ahora ERC y presumiblemente, a partir de ahora, CUP).
- Aquellos que están anclados en el “izquierdismo” entendido como “enfermedad senil del comunismo” (la “galaxia Podemos con todas sus variantes y disidencias locales)
- Aquellos que por su conservadurismo se sitúan en las filas de lo que suele llamarse extrema-derecha y se ven rechazados en sus propuestas de pacto con formaciones de lo que has ahora se ha llamado “centro-derecha” (Vox)
En los tres casos, estos partidos van a tener dificultades o imposibilidad para integrarse en la esfera de la centralidad. Sus posibilidades dependen solamente de que sean capaces de encontrar temas que amplíen su baso electoral y permitan un alto nivel de “transversalismo” (en los independentistas, colaboraciones entre partidos de distintas regiones; en Vox, incorporación de temas “sociales”; y en la extrema-izquierda, el abandono de las posturas propias de la “izquierda marciana”.

4. EL MODELO TRIDIMENSIONAL

Quizás uno de los aspectos en los que acertaba -groso modo- el análisis marxista era en distinguir entre “infraestructura” y “superestructura”:
- la infraestructura estaría formada por todas aquellas fuerzas económicas que presionan y se constituyen como el verdadero poder
- la superestructura, es decir, sobre la sociedad, la cultura, la educación, etc y sufriría las presiones de la infraestructura, poder nominal pero no real.
Huyendo del lenguaje marxista, podemos establecer que la política no es más que un “epifenómeno”, es decir, un fenómeno de superficie que demuestra la existencia de causas más profundas, esto es, de un “epicentro”. Las fuerzas que actúan en superficie (partidos políticos) no son las mismas que las que ejercer el control real (centros de poder plutocrático). Y he aquí la mayor contradicción -insalvable por lo demás- del Estado democrático: las elecciones reflejan la voluntad popular, pero los gobiernos son los ejecutores de llevar a la práctica la “única política posible”, decidida por las élites económicas.

El modelo que hemos presentado para interpretar la nueva fase de la política española, dividido entre “centro” y “periferia”, no es bidimensional, tiene una tercera dimensión, un “volumen”: existe un “poder central”, el poder del Estado, un segundo poder (en las comunidades autónomas), un poder local, cada vez más alejado del “vértice”, hasta llegar a los simples afiliados a los partidos de ese “centro” que, o bien no “tocan poder”, pero tienen la “satisfacción” de que sus siglas son las que gobiernan nominalmente, o bien están situados en los escalones más bajos del partido (funcionarios, asesores, etc).


Así mismo, existe una “periferia” más próxima al “centro” y con ambición de ubicarse en él, y una “periferia” que nunca dejará de serlo o que no tiene intención de permanecer en el Estado. En ambos casos, no se trata de fenómenos monocolores, sino que están sometidos a matices y a tonos de degradado, fácilmente comprensibles.

Pero lo que nos interesa destacar aquí, no es eso, sino que la política y el gobierno de la nación constituyen “epifenómenos” (superestructuras en la jerga marxista) que evidencian la actuación de centros que actúan sobre ellos y que no están sometidos al escrutinio electoral. Nos referimos, claro está a tres tipos de fuerzas:

- fuerzas económicas que actúan en el interior de la propia nación.
- fuerzas económicas internacionales de carácter financiero y
- fuerzas ideológicas internacionales interesadas en influir sobre las orientaciones de los gobiernos y realizar un diseño que encaje con su modelo económico

Estas fuerzas actúan como “infraestructuras” o “epicentros” que influyen sobre el Estado especialmente a nivel de vértice: es decir, en el gobierno de la nación (el punto “α” del gráfico 2).

Es ahí en donde el “centro del centro” (el gobierno de la nación) está en contacto con los vértices de estas tres fuerzas que operan al margen de las elecciones y de la “voluntad popular” (el triángulo “β” del gráfico 2, cuyo vértice está en contacto con el gobierno de la nación en el punto “α” y presiona sobre él)   

De ahí que el “centro” siempre esté obligado a pivotar sobre “políticas posibilistas”, es decir, políticas que no vayan nunca en contra de las fuerzas económicas e ideológicas que diseñan el “nuevo orden mundial”. La cúpula visible del poder, elegida por el pueblo, está obligada a realizar las políticas impuestas por el poder económico y que hoy constituyen el verdadero eje en torno al cual pivotan las decisiones políticas.
No hay que olvidar en ningún caso que:
- Las fuerzas que generan el poder económico son “verticales”: dependen de élites financieras, inversoras y de grandes consorcios internacionales. Son autónomas.
- Las fuerzas que actúan en el terreno político son “horizontales”: dependen del electorado. Son dependientes de las oscilaciones de la opinión pública.
El electorado elije a gobiernos, pero estos, una vez en el poder, se encuentran con que esto que debería ser un “espacio democrático” -el gobierno de la nación- está condicionado radical e irremediablemente por el poder económico. Si se quiere permanecer ahí, en el gobierno, en condiciones de estabilidad, es preciso evitar fricciones con el poder económico en torno al que se pivota. En eso consiste, en el siglo XXI, el “arte de gobernar”.

Lo fundamental es entender que el modelo de interpretación que proponemos está formado por una campana más ancha que alta, con un “centro” que en el que se sitúan los distintos escalones del poder estatal, regional, municipal y comarcal (triángulo β en el gráfico).

Como todo lo que pivota en torno a algo, esta campaña achatada tiene un movimiento de rotación sobre el eje. Este movimiento es importante porque es más acusado en los extremos (círculo ω en el gráfico, que indica el límite más exterior de la periferia política) que, en el centro, en donde el movimiento es mínimo. Esto explica por qué los partidos que se sitúan en las proximidades del círculo ω tienen dificultades para mantenerse en el esquema integrado y, de un momento a otro, pueden perder las posiciones ganadas (partidos que en un momento dado tienen un “tirón electoral”, para luego desaparecer por completo (Plataforma X Catalunya, por ejemplo, CDS, GIL, Ruiz Mateos, etc.).

CONCLUSIÓN

Si aceptamos que este esquema responde a la situación generada en los últimos meses, entenderemos mejor porque la precampaña electoral ha constituido un verdadero combate de boxeo con tongo entre los dos partidos que parecen tener detrás unas bolsas mayores de electores: PP y PSOE. Ambos ocupan en exclusiva la centralidad del terreno político y, si bien, hasta ahora, han insistido en que eran partidos de centro-derecha y de centro-izquierda, en la nueva fase que se avecina están obligados a colaborar, porque, las columnas del régimen ni soportarán otra crisis económica con repunte del paro hasta los 4.000.000, ni las costuras del Estado resistirán un año más de desafío independentista y de amenaza de guerra civil o de extensión del problema a otras autonomías (Valencia-Mallorca y País Vasco-Navarra). Sin olvidar que, a medida que avance la próxima década y se evidencie la pérdida de entre 1/3 y ¼ de los puestos de trabajo actuales a causa de la robótica y de la inteligencia artificial, empiecen a aparecer roces étnicos saltando por los aires la política de inmigración, el déficit público se muestre imposible de controlar, el descontento social obligará a medidas excepcionales.

El modelo geométrico que proponemos nos indica quién gobernará en un momento en el que ningún partido volverá a tener una mayoría absoluta que hoy ya no está al alcance de ningún partido. Solamente hay dos posibilidades:
- o bien gobiernan los partidos que actualmente ocupan la centralidad mediante la fórmula de “gran colación” que desde hace años recomiendan muchos centros de poder a los dos partidos mayoritarios españoles.
- o bien gobernará uno de los partidos situados en esa centralidad apoyado por alguna pequeña formación que, procediendo de la “periferia”, aspire a formar parte del “centro”.
¿Y qué nos induce a dar este diagnóstico? Se basa en las “leyes del nuevo orden político de los Estados Nación” que puede deducirse a tenor de las trayectorias seguidas en distintos países europeos.

ANEXO: LAS LEYES QUE RIGEN EL NUEVO CICLO POLÍTICO

1) Ley de estabilidad.- La estabilidad del sistema depende de que los partidos situados en la centralidad del mismo sean superiores siempre a la periferia, cualitativa y cuantivamente.
Los partidos mayoritarios que ocupan el espacio de centralidad tienen muy desarrollado el instinto de conservación: son capaces de despedazarse entre sí, pero no hasta el punto de poner en riesgo la estabilidad del sistema al que deben su situación y sus privilegios.

2) Ley de las alianzas.- Las alianzas siempre se realizan entre los partidos que ocupan la “centralidad”, cuyas coincidencias son mucho mayores a sus discrepancias.
En las actuales circunstancias y, tras las próximas elecciones, son más previsibles las alianzas del socialismo con un partido de centro-derecha (Cs en primer lugar, pero si no alcanza el mínimo requerido para dar la mayoría, lo hará con el PP) que con fuerzas de la periferia.

3) Ley de los refuerzos.- El espacio de centralidad siempre intenta crecer o integrar a partidos que aspiran a abandonar el territorio de la periferia y convertirse en opciones de poder.
Los partidos que ocupan el centro lo hacen con vocación de eternizarse en esa situación privilegiada de control de los resortes de poder, pero siempre están dispuestos a que ese espacio crezca integrando a partidos, como Cs, que ambicionan integrarse en ese espacio.

4) Ley de la homogeneización.- Todos los partidos que ocupan el espacio de “centralidad” tienden a homogeneizarse más allá de su origen a la derecha o a la izquierda.
Las diferencias que existen entre los partidos que ocupan la centralidad (y entre los que aspiran a integrarse en ella) son irrelevantes y tienden a homogeneizar programas, lenguaje, actitudes y look. Coinciden en lo esencial y tienen ligeras discrepancias en temas muy secundarios y de relleno.

5) Ley de la diferenciación.- En la periferia política rige esta ley que implica que las opciones situadas allí durante mucho tiempo, tienden a una diferenciación progresiva y a una fragmentación creciente.
En la periferia los partidos buscan elementos diferenciadores que les aporten cierta identidad electoral y eso genera una necesidad de diferenciarse unos de otros. Además, en estos sectores abundan los dogmáticos de la doctrina o de la “nacionalidad”, de tal manera que tienden a fracturarse cada vez más (Podemos).

6) Ley del eje-pivote.- El gobierno de la nación está situado en el espacio de centralidad que coincide con la cúspide del poder económico-financiero-cultura que constituye el eje en torno al cual pivota el centro.
El gobierno surge siempre de ese espacio de centralidad y expresa hasta cierto punto “la voluntad popular” salida de las urnas, pero el gobierno efectivo corresponde a poderes fácticos que se sitúan como pivotes en torno a los que gira la acción de gobierno, de la misma manera que un disco microsurco gira en torno a un eje.

7) Ley del límite.- Más allá de la periferia no hay “mundo político conocido”, sino vacío. El espacio que en otro tiempo estuvo ocupado por las fuerzas extra-parlamentarias, hoy no existe. Toda fuerza política o es “parlamentaria” o no exista y, por tanto, se la ignora
Para formar parte, incluso, de la periferia política (y de los beneficios que implica) es preciso aceptar las reglas del juego que, básicamente, son: la existencia del mercado y de su desregulación, el sistema de partidos y los esquemas ideológicos surgidos de la reorganización internacional que siguió a 1945. Todo lo se sitúa más allá es criminalizado o ignorado.

8) Ley de rotación.- Solamente el poder económico es estable en sus intereses y ambiciones, mientras que el poder político pivota en torno a él. Por tanto, cuanto más está situado un partido en la periferia, mayor es la velocidad de rotación, viéndose sometido a fuerzas centrífugas que pueden liquidar a esa formación y expulsarla de la “realidad del sistema político”.
Esto explica la tendencia natural, dictada por puro espíritu de conservación, de que los partidos que aspiran a la “centralidad” tengan una irreprimible tendencia a moderarse y a hacer cualquier cosa para pasar del círculo de la “periferia”, estatus provisional, al de la “centralidad”, que implica la realización de sus ambiciones.

9) Ley de las zonas difusas.- El único punto que puede definirse con una precisión absoluta es el del gobierno (punto α), el resto de divisorias son difusas y cambiantes y dependen de muchos factores (intención de voto en cada momento, diferencias de percepción y de condición regionales). A ese punto α acceden solamente fuerzas que están en posición de centralidad.
La divisoria entre “centro” y “periferia” es el más difuso en la medida en que las fuerzas que están en este último aspiran a entrar en el primera y, para hacerlo, siempre se muestran proclives a “rebajar” sus programas hasta los estándares de conformismo y “corrección constitucional” exigidos por la lógica del sistema.

10) Ley del “obligado cumplimiento”.- Todas estas leyes se resumen en una: el sistema político-económico-cultural tiene una lógica interna propia que no siempre es reconocida por quienes se sitúan en la centralidad. Muy frecuentemente se ven influidos por actitudes subjetivas o personales, estados de humor, por miedo a los sondeos de opinión, o simplemente, por ignorancia, pero este conjunto de diez leyes, constituyen el “alma” de los sistemas políticos del siglo XXI y siempre termina por imponerse.