jueves, 3 de octubre de 2019

Crónicas desde mi retrete (19) CÓMO LOS PARTIDOS PIERDEN LA PERSPECTIVA


Hace cien años, René Guénon, el maestro del “tradicionalismo integral” teorizaba sobre las “civilizaciones que devoran el espacio” y las “civilizaciones que devoran el tiempo”. Las primeras estarían guiadas por una “fiebre de movimiento” y de “conquista del espacio”, producirían medios mecánicos capaces de reducir distancias, acortar intervalos y unir puntos que están dispersos a través del globo. Se verían favorecidas por la técnica y facilitarían los intercambios de comunicaciones, la velocidad, la transmisión de información etc. Los cambios tecnológicos tienen, especialmente, como objetivo “acortar distancias”, “acelerar tiempos”, “facilitar comunicación”, “conectar”, en una palabra.

Las otras, en cambio, las “devoradoras de tiempo”, en la medida en que aspiran a la serenidad interior y parecen volcadas a prolongarse en la eternidad, consumiendo tiempo. Las primeras, claro está, son vertiginosas e inestables, las segundas serenas e inalterables. Nuestra generación no ha conocido a estas últimas de las que solamente tenemos constancia mediante el análisis histórico. Hoy vivimos un período de “aceleración” (concepto íntimamente vinculado a la velocidad y al espacio) histórica que hará que el mundo, no solamente sea muy diferente, casi irreconocible, del período que recordamos de nuestra infancia, sino, incluso, de los últimos veinte años. Sería en esos momentos en los que más necesario sería prever, anticiparse, establecer planes de futuro, en definitiva, cuando los Estados y los gobiernos más deberían de pensar en el futuro… Sin embargo, son devorador por el espacio y optan por ignorar el paso del tiempo. Lo vemos, especialmente, en períodos electorales.

En momentos en los que se produce un cambio acelerado en la civilización, los sistemas políticos, no solamente, no se adaptan a tales cambios, sino que permanecen anclados en una rigidez suicida. Hagamos una progresión de fechas:
- en 1849, la llamada “primavera de las naciones”, una oleada revolucionaria que confirma las “revoluciones burguesas” de naturaleza democrática. Momento de formación de muchas naciones europeas, de reforma de los sistemas políticos de otras, de confirmación de los avances de la primera revolución industrial (vapor) y de transformación hacia la segunda (motor de explosión e hidrocarburos).

- en 1929, se produce la gran crisis del capitalismo. La “segunda revolución industrial” está en su apogeo. La ciencia vive un momento de expansión que se traduce en aplicaciones técnicas nunca antes soñadas: la radio se ha consolidado como medio, se están haciendo las primeras pruebas con la televisión, la aviación ya no tiene secretos y se configura como un medio de transporte seguro, el automóvil empieza a ser un fenómeno de masas.

- en 1989, se produce otra mutación histórica: el orden mundial establecido tras la derrota de los fascismos, y que había llevado al hundimiento del imperio británico, a la derrota de las naciones formadas a raíz de la “primavera de las naciones”, a “empequeñecer” el mundo y dividirlo en dos zonas de influencia, lideradas por los EEUU y la URSS, cae. El “bilateralismo” de la postguerra, es sustituido por un breve “unilateralismo” de EEUU, pero, inmediatamente por la globalización. Se entra en la “tercera revolución industrial”, la de la microinformática.
- en 2019, se viven los efectos de la primera crisis de la globalización -de intensidad máxima entre 2007 y 2012- se experimentan todavía y muestran que la complejidad del mundo y sus riquezas son difíciles de superar por la existencia de un sistema económico mundial. La suma de ingeniería genética, inteligencia artificial, criogenia, robótica, etc, nos introduce en la “cuarta revolución industrial” que, entre 2030 y 2050, configurará un mundo completamente diferente al que hemos conocido.

Podemos establecer una secuencia matemática en todas estas fechas. De 2019 a 1989, apenas han pasado 30 años. Pero entre 1989 y 1929, transcurrieron 60 años. Y entre esa última fecha y las revoluciones de la “primavera de las naciones”, transcurrieron 120 años. Así pues, la secuencia es 120 – 60 – 30… y esto permite confirmar lo que ya hemos apuntado: que la cuarta “revolución industrial” entrará en su apogeo en apenas 15 años, es decir, que lo veremos en 2034… Es, claro está, una teoría y, como tal, susceptible de variar, pero que confirma lo escrito por Guénon sobre la civilización que devora el espacio y que, a su vez, es devorada por un tiempo que también se acelera y acorta sus plazos.

Todo esto puede discutirse más o menos, a la hora de elegir las fechas clave en la historia de la humanidad reciente. Podríamos afinar aún más la secuencia y retrotraernos a 240 años antes de la fecha de 1848, para encontrarnos al principio del siglo XVII, época en la que se asienta el “nuevo paradigma científico mecanicista” que se iniciará con Descartes y Francis Bacon, encontrando su concreción poco después con Newton. Y entonces tendremos una secuencia de 240 – 120 – 60 – 30 – 15 que nos llevará desde 1609 hasta 2034. Por eso puede establecerse que nuestra civilización “devoradora de espacio” es, a su vez, “devorada por el tiempo”.

Pero el problema es que, si bien, en las primeras fases del ciclo, las formas de organización social y política fueron variando y adaptándose, a partir del desenlace de la Segunda Guerra Mundial se produjo un estancamiento: los avances técnicos y científicos iban variando nuestro mundo sensiblemente, pero las estructuras políticas y representativas quedaban atrapadas en un dogmatismo que se remontaba al siglo XVIII, a los valores de la ilustración, el liberalismo y la revolución francesa. Y así hemos llegado hoy a la contradicción entre un mundo tecnológicamente situado en puertas de la “cuarta revolución industrial”, pero que se rige por los valores aparecidos en las fases iniciales de la “primera revolución industrial”. En otras palabras: se intenta dirigir el mundo del siglo XXI con valores y estructuras propias del siglo XVIII. Los EEUU con su sistema electoral, es el paradigma de lo que decimos.

La radicalización de esta tendencia ha sido la “corrección política” que remite a una observancia estricta del paradigma de la revolución francesa: “libertad – igualdad – fraternidad”, valores asumidos desde 1945 por las Organización de Naciones Unidas y por su laboratorio ideológico, la UNESCO.


Hoy podemos reconocer que, si bien las estructuras políticas representativas no han variado apenas desde principios del siglo XIX, si ha variado en cambio los valores: prácticamente a lo largo de los 100 años posteriores a 1789, la derecha era monárquica y la izquierda liberal, luego los monárquicos fueron desapareciendo del plano político y los liberales ocuparon el espacio de la derecha, mientras que a la izquierda los “partidos obreros” fueron desapareciendo y ese espacio se transformó en el paladín de la “corrección política” a nivel de valores, compartiendo desde el congreso de Bad Godesberg de la socialdemocracia alemana, la defensa del sistema liberal-capitalista, introduciendo únicamente pequeños correctivos sociales (en la actualidad, centrados exclusivamente en la inmigración). Salvo estos elementos, el sistema, devorador de espacio y, a su vez, devorado por el tiempo.

Todo esto, dista mucho de ser consideraciones teóricas. Tienen su aplicación política y su repercusión, especialmente, en períodos electorales. Votar -depositar un papel con una sigla en una urna- se considera un síntoma de libertad y la posibilidad de que decidamos sobre nuestro destino. Lo es, solamente, si aquel al que votamos tiene un “proyecto” político, económico, social, e incluso, histórico, concreto. No nos engañemos: nadie lo tiene. Ningún partido dispone de otro objetivo más que el de hacerse con el poder durante cuatro años y esperar no salir muy malparado para poder repetir otros cuatro. No hay ningún partido que piense en términos históricos, ni que, por tanto, adopte la más mínima medida para adoptar medidas que excedan esos cuatro años en los que va a estar en el poder.

Por ejemplo, hoy se sabe que, en apenas cinco años, 1 de cada 4 puestos de trabajo, un 25%, va a ser eliminado por la robótica. Los robots (o los drones) que hoy son novedades, mañana asumirán parte de los puestos de trabajo hoy existentes. Y es sólo el principio. No he leído en el programa de ningún partido, que se reconozca que amplios sectores de la población están abocados al paro total y para siempre. Es cierto que algún partido habla de “salario social”… eludiendo el espinoso tema de lo peligroso que es garantizar un mínimo para la supervivencia sin recibir nada a cambio y habitual a sectores amplios de la población a vivir subsidiados, o sin experimentar el más mínimo problema en reconocer que, en estos momentos, hay un excedente de más de 4.000.000 de inmigrantes improductivos que lastran cualquier sistema de ayudas sociales y cuyas posibilidades de reciclarse laboralmente, van decreciendo de día en día. Por citar solamente algunos ejemplos.

Los programas de los partidos no “prevén”, simplemente “proponen” algunas medidas inmediatas y, sobre todo, se preocupan de satisfacer a grupos “clientelares”: a los ancianos se les subirán las pensiones, a los jóvenes se les facilitará la vivienda, a los inmigrantes se protegerán sus derechos, a los funcionarios se les elevará el sueldo en función del coste de la vida, a las mujeres se las protegerá y se las impulsará, a los colgaos se les facilitará el consumo de droga y así sucesivamente. Y, todo esto, en medio de una ignorancia histórica creciente, en un momento en el que se acelera la historia, estamos en puertas de una “gran mutación” científico-social, ante la que los partidos ¡solamente piensan en arañar unos pocos votos que les permitan conservar el poder los cuatro próximos años en las condiciones que sea!

Ni hay responsabilidad histórica en NINGUNO de los actuales partidos, ni existen políticos que alberguen un mínimo de SENTIDO DE ESTADO, ni, por supuesto existen “estadistas”, sino tan solo mediocridades -en ocasiones lacerantes y muchas veces fácilmente diagnosticables como psicópatas en el peor de los casos, simples chorizos habitualmente o pobres oportunistas en el mejor- gestores accidentales de la “cosa pública”.

Cuando se producen desfases como los que estamos asistiendo en estos momentos, es imposible pensar que la situación podrá corregirse introduciendo reformas en el sistema político. De hecho, lo que estamos viendo es como la brecha entre sistema político y sistema económico se va ampliando, como más y más avances técnicos van modificando la sociedad y sus valores y… como el sistema político sigue con sus rutinas “democráticas”, idénticas en su fondo a las del siglo XIX.

Que gobiernen unos o que gobiernen otros, como demostró la alternancia del sistema canovista de la Restauración o como ha vuelto a demostrar la constitución de 1978, cambia poco, tan solo la velocidad a la que se avanza hacia el abismo. Por eso, a la hora de votar, lo primero es si vale la pena hacerlo, mucho más que a quién hacerlo.