Hace cien años, René Guénon, el maestro del “tradicionalismo
integral” teorizaba sobre las “civilizaciones que devoran el espacio” y las “civilizaciones
que devoran el tiempo”. Las primeras estarían guiadas por una “fiebre de
movimiento” y de “conquista del espacio”, producirían medios mecánicos capaces
de reducir distancias, acortar intervalos y unir puntos que están dispersos a
través del globo. Se verían favorecidas por la técnica y facilitarían los
intercambios de comunicaciones, la velocidad, la transmisión de información
etc. Los cambios tecnológicos tienen, especialmente, como objetivo “acortar
distancias”, “acelerar tiempos”, “facilitar comunicación”, “conectar”, en una
palabra.
Las otras, en cambio, las “devoradoras de tiempo”, en la
medida en que aspiran a la serenidad interior y parecen volcadas a prolongarse
en la eternidad, consumiendo tiempo. Las primeras, claro está, son vertiginosas
e inestables, las segundas serenas e inalterables. Nuestra generación no ha
conocido a estas últimas de las que solamente tenemos constancia mediante el
análisis histórico. Hoy vivimos un período de “aceleración” (concepto
íntimamente vinculado a la velocidad y al espacio) histórica que hará que el
mundo, no solamente sea muy diferente, casi irreconocible, del período que
recordamos de nuestra infancia, sino, incluso, de los últimos veinte años. Sería
en esos momentos en los que más necesario sería prever, anticiparse, establecer
planes de futuro, en definitiva, cuando los Estados y los gobiernos más
deberían de pensar en el futuro… Sin embargo, son devorador por el espacio y
optan por ignorar el paso del tiempo. Lo vemos, especialmente, en períodos
electorales.
En momentos en los que se produce un cambio acelerado en la
civilización, los sistemas políticos, no solamente, no se adaptan a tales
cambios, sino que permanecen anclados en una rigidez suicida. Hagamos una
progresión de fechas:
- en 1849, la llamada “primavera de las naciones”, una oleada revolucionaria que confirma las “revoluciones burguesas” de naturaleza democrática. Momento de formación de muchas naciones europeas, de reforma de los sistemas políticos de otras, de confirmación de los avances de la primera revolución industrial (vapor) y de transformación hacia la segunda (motor de explosión e hidrocarburos).
- en 1929, se produce la gran crisis del capitalismo. La “segunda revolución industrial” está en su apogeo. La ciencia vive un momento de expansión que se traduce en aplicaciones técnicas nunca antes soñadas: la radio se ha consolidado como medio, se están haciendo las primeras pruebas con la televisión, la aviación ya no tiene secretos y se configura como un medio de transporte seguro, el automóvil empieza a ser un fenómeno de masas.
- en 1989, se produce otra mutación histórica: el orden mundial establecido tras la derrota de los fascismos, y que había llevado al hundimiento del imperio británico, a la derrota de las naciones formadas a raíz de la “primavera de las naciones”, a “empequeñecer” el mundo y dividirlo en dos zonas de influencia, lideradas por los EEUU y la URSS, cae. El “bilateralismo” de la postguerra, es sustituido por un breve “unilateralismo” de EEUU, pero, inmediatamente por la globalización. Se entra en la “tercera revolución industrial”, la de la microinformática.
- en 2019, se viven los efectos de la primera crisis de la globalización -de intensidad máxima entre 2007 y 2012- se experimentan todavía y muestran que la complejidad del mundo y sus riquezas son difíciles de superar por la existencia de un sistema económico mundial. La suma de ingeniería genética, inteligencia artificial, criogenia, robótica, etc, nos introduce en la “cuarta revolución industrial” que, entre 2030 y 2050, configurará un mundo completamente diferente al que hemos conocido.
Podemos establecer una secuencia matemática en todas estas fechas. De 2019 a 1989, apenas han pasado 30 años. Pero entre 1989 y 1929, transcurrieron 60 años. Y entre esa última fecha y las revoluciones de la “primavera de las naciones”, transcurrieron 120 años. Así pues, la secuencia es 120 – 60 – 30… y esto permite confirmar lo que ya hemos apuntado: que la cuarta “revolución industrial” entrará en su apogeo en apenas 15 años, es decir, que lo veremos en 2034… Es, claro está, una teoría y, como tal, susceptible de variar, pero que confirma lo escrito por Guénon sobre la civilización que devora el espacio y que, a su vez, es devorada por un tiempo que también se acelera y acorta sus plazos.
Todo esto puede discutirse más o menos, a la hora de elegir
las fechas clave en la historia de la humanidad reciente. Podríamos afinar aún
más la secuencia y retrotraernos a 240 años antes de la fecha de 1848, para
encontrarnos al principio del siglo XVII, época en la que se asienta el “nuevo
paradigma científico mecanicista” que se iniciará con Descartes y Francis Bacon,
encontrando su concreción poco después con Newton. Y entonces tendremos una secuencia
de 240 – 120 – 60 – 30 – 15 que nos llevará desde 1609 hasta 2034. Por
eso puede establecerse que nuestra civilización “devoradora de espacio”
es, a su vez, “devorada por el tiempo”.
Pero el problema es que, si bien, en las primeras fases del
ciclo, las formas de organización social y política fueron variando y
adaptándose, a partir del desenlace de la Segunda Guerra Mundial se produjo un
estancamiento: los avances técnicos y científicos iban variando nuestro mundo
sensiblemente, pero las estructuras políticas y representativas quedaban
atrapadas en un dogmatismo que se remontaba al siglo XVIII, a los valores de la
ilustración, el liberalismo y la revolución francesa. Y así hemos llegado
hoy a la contradicción entre un mundo tecnológicamente situado en puertas de la
“cuarta revolución industrial”, pero que se rige por los valores aparecidos en
las fases iniciales de la “primera revolución industrial”. En otras palabras:
se intenta dirigir el mundo del siglo XXI con valores y estructuras propias del
siglo XVIII. Los EEUU con su sistema electoral, es el paradigma de lo que
decimos.
La radicalización de esta tendencia ha sido la “corrección
política” que remite a una observancia estricta del paradigma de la revolución
francesa: “libertad – igualdad – fraternidad”, valores asumidos desde 1945 por
las Organización de Naciones Unidas y por su laboratorio ideológico, la UNESCO.
Hoy podemos reconocer que, si bien las estructuras
políticas representativas no han variado apenas desde principios del siglo XIX,
si ha variado en cambio los valores: prácticamente a lo largo de los 100
años posteriores a 1789, la derecha era monárquica y la izquierda liberal,
luego los monárquicos fueron desapareciendo del plano político y los liberales
ocuparon el espacio de la derecha, mientras que a la izquierda los “partidos
obreros” fueron desapareciendo y ese espacio se transformó en el paladín de la “corrección
política” a nivel de valores, compartiendo desde el congreso de Bad Godesberg
de la socialdemocracia alemana, la defensa del sistema liberal-capitalista,
introduciendo únicamente pequeños correctivos sociales (en la actualidad,
centrados exclusivamente en la inmigración). Salvo estos elementos, el sistema,
devorador de espacio y, a su vez, devorado por el tiempo.
Todo esto, dista mucho de ser consideraciones teóricas.
Tienen su aplicación política y su repercusión, especialmente, en períodos
electorales. Votar -depositar un papel con una sigla en una urna- se
considera un síntoma de libertad y la posibilidad de que decidamos sobre
nuestro destino. Lo es, solamente, si aquel al que votamos tiene un “proyecto”
político, económico, social, e incluso, histórico, concreto. No nos engañemos:
nadie lo tiene. Ningún partido dispone de otro objetivo más que el de
hacerse con el poder durante cuatro años y esperar no salir muy malparado para
poder repetir otros cuatro. No hay ningún partido que piense en términos
históricos, ni que, por tanto, adopte la más mínima medida para adoptar medidas
que excedan esos cuatro años en los que va a estar en el poder.
Por ejemplo, hoy se sabe que, en apenas cinco años, 1 de
cada 4 puestos de trabajo, un 25%, va a ser eliminado por la robótica. Los
robots (o los drones) que hoy son novedades, mañana asumirán parte de los
puestos de trabajo hoy existentes. Y es sólo el principio. No he leído en el
programa de ningún partido, que se reconozca que amplios sectores de la
población están abocados al paro total y para siempre. Es cierto que algún
partido habla de “salario social”… eludiendo el espinoso tema de lo peligroso
que es garantizar un mínimo para la supervivencia sin recibir nada a cambio y
habitual a sectores amplios de la población a vivir subsidiados, o sin
experimentar el más mínimo problema en reconocer que, en estos momentos, hay un
excedente de más de 4.000.000 de inmigrantes improductivos que lastran cualquier
sistema de ayudas sociales y cuyas posibilidades de reciclarse laboralmente,
van decreciendo de día en día. Por citar solamente algunos ejemplos.
Los programas de los partidos no “prevén”, simplemente “proponen”
algunas medidas inmediatas y, sobre todo, se preocupan de satisfacer a grupos “clientelares”:
a los ancianos se les subirán las pensiones, a los jóvenes se les facilitará la
vivienda, a los inmigrantes se protegerán sus derechos, a los funcionarios se
les elevará el sueldo en función del coste de la vida, a las mujeres se las
protegerá y se las impulsará, a los colgaos se les facilitará el consumo de
droga y así sucesivamente. Y, todo esto, en medio de una ignorancia histórica
creciente, en un momento en el que se acelera la historia, estamos en puertas
de una “gran mutación” científico-social, ante la que los partidos ¡solamente
piensan en arañar unos pocos votos que les permitan conservar el poder los
cuatro próximos años en las condiciones que sea!
Ni hay responsabilidad histórica en NINGUNO de los
actuales partidos, ni existen políticos que alberguen un mínimo de SENTIDO DE
ESTADO, ni, por supuesto existen “estadistas”, sino tan solo mediocridades
-en ocasiones lacerantes y muchas veces fácilmente diagnosticables como
psicópatas en el peor de los casos, simples chorizos habitualmente o pobres
oportunistas en el mejor- gestores accidentales de la “cosa pública”.
Cuando se producen desfases como los que estamos asistiendo
en estos momentos, es imposible pensar que la situación podrá corregirse introduciendo
reformas en el sistema político. De hecho, lo que estamos viendo es como la brecha
entre sistema político y sistema económico se va ampliando, como más y más
avances técnicos van modificando la sociedad y sus valores y… como el sistema
político sigue con sus rutinas “democráticas”, idénticas en su fondo a las del
siglo XIX.
Que gobiernen unos o que gobiernen otros, como demostró
la alternancia del sistema canovista de la Restauración o como ha vuelto a demostrar
la constitución de 1978, cambia poco, tan solo la velocidad a la que se avanza
hacia el abismo. Por eso, a la hora de votar, lo primero es si vale la pena
hacerlo, mucho más que a quién hacerlo.