miércoles, 2 de octubre de 2019

Crónicas desde mi retrete (18) A LOS DOS AÑOS DEL 1-O NO QUEDA NADA DEL 1-O


El 1-O, no fue gran cosa, salvo para los engañados por TV3 que se hicieron ilusiones de que aquello era serio y serviría para algo. Y, claro está, para los que iban a votar pensando que aquello iba a ser la “revolución de las sonrisas” y se llevaron a algún zurriagazo. Siempre hemos dicho que ver TV3 es malo para la salud. Los locutores de aquella fábrica de perder dinero no advierten que vivir de espaldas a la realidad jurídica de un país, puede resultar peligroso para los que lo proponen (ahí están esperando sentencias e intentando animal al personal con el “ho tornarem a fer”… sí, seguro, “lo volverán a hacer”, pero con otros poncios en el candelero; candidatos al martirio no faltan en .cat) y para los que se lo creen. Y lo del 1-O si puede ser definido de alguna manera piadosa es como “iniciativa poco meditada para lograr un proyecto inviable y mal diseñado”.

A partir de ahí, las cosas no podían ir bien: ni para la audiencia de TV3, ni para los promotores del proyecto, ni para los crédulos que se lo tragaron. Claro está, que la izquierda  tampoco contribuyó a que las cosas salieran mejor. El interés del PSC que jugó a la ambigüedad a lo largo de todo el “procés”, se debía a que el origen del disparate se encontraba en aquel “nou estatut” con el que Maragall quiso pasar a la historia. Aquellas aguas, vale la pena no olvidarlo, trajeron estos lodos y la manipulación de la que fue objeto Maragall por parte de Carod Rovira solamente se explica por lo que, en aquel momento, sabía toda la cúpula socialista: que Maragall no estaba en condiciones mentales de asumir la presidencia del ente autonómico.


Luego vino aquella oleada de referéndums simbólicos, a partir del que tuvo lugar en Arenys de Munt. Y es curioso, porque se trata de una muy pequeña población catalana de apenas 8.000 habitantes en 2009, cuando tuvo lugar el “referéndum simbólico”, actualmente con 9.500, de los que 4.000 son inmigrantes. ¡Cómo para preocuparse de “símbolos” cuando el 40% de la población son “nuevos catalanes” apegados a sus religiones, cultura y menas! Allí, la CUP es el partido más votado. Pues bien, aquel referéndum de muy escaso interés por lo irrelevante de la población fue el que prendió la mecha de otros referéndum similares que culminaron in el 1-O.

Imitando a los indepes de Arenys de Munt de hace 10 años, los de otro pueblo (del que reconocemos que ignorábamos incluso su existencia), Sant Julià de Ramis, de 3.461 habitantes en 2018 (y que nos tememos, a la vista de su crecimiento demográfico en los últimos 20 años, que también es zona de inmigración masiva) han dado el paso al frente y convocado otro referéndum para decidir si el 1 de octubres sería feriado. Ha ganado el si por un 75%. Si el referéndum se hubiera celebrado en otros puntos de España, con el mismo tema, hubiera dado, incluso, un resultado superior (a fin de cuentas, el 1 de octubre, feriado hasta 1975, se conmemoraba la “exaltación de Franco a la Jefatura del Estado”). A los indepes, sobre todo, se pierden por los “gestos”.

Pero lo cierto es que, la segunda conmemoración del 1-O no ha registrado presencia masiva de apoyos y, si bien, hoy se reproducirán manifestaciones en Barcelona -con la consiguiente guerra de cifras-, los balcones, las fotos y lo que se percibe es elocuente: menos interés, menos presencia de público, pero, eso sí, más radicales, incluso más desesperados. A los dos años del 1-O, todavía hay algunos que siguen colgando carteles de “votamos y vencimos”. Es el freakysmo, enfermedad terminal de los procesos más descarrilados y peor desarrollados.

Pero lo cierto es que las próximas jornadas se prevén duras y que lo que pase aquí puede alterar el resultado electoral del 10-N: si Sánchez no hace gala de energía, a la situación en la calle se desmadra mínimamente, él será el responsable directo. Y, tanto su filial catalana, el PSC, como las baronías regionales del PSOE, pueden resultar afectadas electoralmente. En esa hipótesis, el que proponga mano dura y prometa acabar de una vez con los flecos del problema, será el que se lleve los votos.

Y luego está la economía que no pinta bien, no tanto por incapacidad del gobierno (a veces, un gobierno paralizado y en “funciones”, es mucho mejor para la economía que un gobierno con iniciativa) como por la coyuntura internacional. ¿O es que acaso os creísteis eso de que, al vivir unos años de crecimiento económico, había terminado la crisis que se inició en 2009? Recordamos que aquella crisis (primero de las subprimes, luego de la construcción, más tarde de la banca y, finalmente, de la deuda) fue la crisis de la globalización y demostró la imposibilidad de un sistema económico mundial globalizado, con áreas que trabajan en condiciones económicas y sociales muy diferentes y que, por tanto, practican “competencia desleal”, como por la fragilidad de un sistema basado en la inversión financiera y especulativa antes que en la producción industrial, el aumento y la distribución de la riqueza.


Pues bien, esa crisis nunca ha terminado de extinguirse. La prueba es que los Estados, incluido el español y, no digamos, el norteamericano, siguen acumulando deuda y más deuda, impagable e inextinguible y que los precios de la vivienda han repuntado desde 2011 y si no se reproducirá un estallido del sector inmobiliario que afecte a la banca, si que entre 2020 y 2023 se reordenará el sector y se detendrán las nuevas construcciones de inmuebles, aumentando consiguientemente el paro y la fiscalidad… sin que nadie logre ni quiera detener los flujos de inmigración masiva, verdadero lastre para nuestra economía y nuestros servicios sociales.
Cataluña + Economía, pueden ser la tumba de Sánchez o, al menos, alejarle de su objetivo de gobernar en solitario con lo que quede de Podemos o con el de lo que quede de Ciudadanos.
Y eso crea otro escenario: si la caída de votos del PSOE se confirma -y parece difícil que no se confirme, lo único que la contendría es mano dura y 155-, y la derecha recupera votos, estaremos de nuevo en una situación en la que podría resultar difícil formar nuevo gobierno. Nadie duda que ese “nuevo gobierno” tendría como único y prioritario objetivo gestionar la crisis económica que se avecina y liquidar el problema catalán, por este orden. Imposible pensar en la celebración de unas terceras elecciones generales, como imposible pensar que algún partido obtenga la mayoría absoluta. Y, además, hará falta ver el número de abstenciones.
Va creciendo la impresión de que, el gobierno que saldrá de las urnas del 10-N será débil si es un gobierno con el PSOE apoyado por grupúsculos perjudicados por las urnas y en vías de extinción. Solamente hay una combinación electoral que sería susceptible de aportar estabilidad por mucho tiempo: la “gran coalición”… PP+PSOE.
Lo que no está claro es cómo reaccionaría el electorado de ambos partidos ante tal posibilidad, especialmente, si han acudido a las urnas sin haber sido advertidos. Ni siquiera está claro que ambos partidos, que se profesan un “odio secular” desde los tiempos de Felipe y Fraga, estén dispuestos a pactar algo que en otros países sus partidos homólogos no dudarían en hacer. Además, esta sería la “coalición del 78” es decir, de los dos grandes beneficiarios de la constitución y que, por tanto, deberían ser sus principales defensores. ¿Es la solución? No, pero sería la coalición menos gravosa para el país.

Pero aquí se prefiere una opción provisional que irá consumiendo al Estado antes que admitir que la degradación del sistema político español, precisa un acuerdo de los dos grandes partidos en las grandes materias: autonomías y vertebración, reforma constitucional, política económica, inmigración, planificación del futuro…
Y la pregunta es: ¿hay gente en esos partidos consciente de lo que nos jugamos? Hoy, más que “Europa” somo “periferia europea”, debemos plantearnos si mañana queremos ser un país con iniciativa, seguridad en todos los aspectos, pujante, o bien una federación de taifas a la deriva, dirigidos por personajes irrelevantes.
Porque, si España pierde el paso de la modernidad (que es algo más que instalar kilómetros de fibra óptica y dotar a todos nuestros hijos de un terminal 5G), corremos el riesgo de africanizarnos, empezando por Cataluña, que tiene todos los puntos para convertirse en “nuevo país”… pero no europeo sino de la Liga Árabe”.