Todo induce a pensar que la próxima semana será decisiva en
la política española: por una parte deberá resolverse, finalmente, el largo,
cansino y miserable episodio de los traslados de los restos de Franco, cuando
ocurra, la información se superpondrá, claro está, a la publicación de la
sentencia sobre el 1-O y, por su esto fuera poco, los espectadores de Gran
Hermano Vip verán cómo se resuelve el espinoso caso de la aparición de piojos
en la casa de Guadalix de la Sierra… Demasiadas emociones para este pobre país y
para esta sociedad que se deshacen en un azucarillo y todavía agradece que no sea
en un baño de sulfúrico.
Franco es historia y la historia es inamovible. La
izquierda no conseguirá que los libros de historia dejen de explicar que los 40
años de franquismo fueron el colofón a tres años de caos absoluto de la Segunda
República, ni que el desarrollismo español de los 60, superó el subdesarrollo
del país. Pero desde 1976 la izquierda se propuso rescribir la historia de
España y autoeximirse de cualquier responsabilidad en la guerra civil ante una
derecha que prefería dejar hacer y seguir mirando a la cuenta de beneficios.
Aquellas aguas, trajeron estos lodos. Los pactos de la transición dejaban en
suspenso, superados, una serie de elementos que respetaron ambas partes hasta
que se produjo el desmoronamiento ideológico de la izquierda: y fue en ese
momento, cuando los Zapateros y secuelas, optaron por reafirmar la identidad de
la izquierda en función no del presente, sino del pasado ancestral.
Nunca se ha hablado tanto de la guerra civil como desde el
momento en el que Zapatero asumió por la carambola de 210 asesinados el 11-M,
la presidencia del gobierno. En 2004, hablar sobre la guerra civil, es decir,
sobre lo que había ocurrido 70 años antes, era como si a los escolares de los
años 50, los franquistas hubieran seguido dando la matraca con las guerras
carlistas y ajustando cuentas con los isabelinos. Y lo peor no es eso, sino
que, ante la irremediable tristeza que genera el panorama ideológico de la
izquierda (ideología de género + ecopacifismo + inmigracionismo +
neoliberalismo), mucho nos tememos que después del episodio de la tumba de
Franco seguirán otros veinte o treinta años más de búsqueda de “fosas”, de cambios
de nombres de calles que, por algún motivo, pudieran relacionarse con el
franquismo.
En democracia, un clavo saca a otro clavo, o más bien, un
cadáver tapa a otro. Más claro: el cadáver de Franco, tapará al cadáver
del proceso soberanista. No es por casualidad que la semana que se iniciará
el 14 de octubre, será decisiva para encarar todos estos problemas, cerrados
los cuales se iniciará la campaña electoral propiamente dicha. Y, claro está,
lo que suceda, puede alterar el resultado de las elecciones. ¿O es que alguien
duda de que el electorado es como una caña al viento, incapaz de tener criterios
sólidos y que se inclina según el clima y los rumores que logra percibir de los
informativos?
El 12 de octubre se verán banderas nacionales en
Barcelona. Veremos lo que ocurre en estos tiempos de disminución de afluencia a
las manifestaciones. Sea lo que sea, lo que indican los sondeos es que el
independentismo bajo y el unionismo sube, por mucho que ni uno ni otro estén
dispuestos a movilizarse en las calles. Sabemos lo que ocurrirá: unos elevarán
la cifra a cientos de miles y otros dirán que entre 6 y 8.000 personas… Lo
normal, vaya. Como siempre, la realidad y la objetividad son los más
perjudicados en esta guerra de cifras. A fin de cuentas, ¿si lo hacen unos
por qué no van a exagerar los otros?
Y luego tocará la sentencia. La ANC y el Omnium, siempre tan
“comedidos”, han pedido que se paguen los tres días de huelga general que exigen
como protesta. Imaginemos lo inédito de la situación: una huelga pagada por la
patronal para protestar contra una sentencia. Hace ya mucho tiempo que el
independentismo está instalado en el absurdo y que ha desnaturalizado el
concepto de “huelga general”, para entenderlo considerar que un embotellamiento
y el “paro por el qué dirán” puede ser tenido como algo a considerar más allá
de la anécdota. Porque la realidad es que el proceso independentista está
acabado y solamente queda el fleco de aclarar responsabilidades.
De no ser por TV3 y porque el independentismo tiene las
llaves de la caja y ha subsidiado desde hace 10 años a todo un entramado de
entidades creadas para atizar las brasas, en Cataluña nadie atribuiría gran
importancia a la sentencia que no es más que el primer colofón (a esta
sentencia seguirán otras de segundones y otra más de figurantes) de aquella
inmensa locura obsesiva que fue el “procés”.
Ahora bien, dado que TV3 lleva años afirmando que lo que se dirime es la “libertad de expresión” y la “libertad” en general, es cierto que un sector de la población puede tomarse todo esto en serio y olvidar el hecho esencial: que un proyecto independentista alocado, mal calculado, como cualquier acción en la vida, tiene sus repercusiones y que alguien tiene que pagar la factura. El tribunal supremo dirá cuanto y cuando. Los procesados están muy seguros de que la ANC pagará las costas y las multas y que el departamento de prisiones de la Generalitat convertirá su estancia en agradable y breve. Y, claro está, calculan salir como héroes aclamados y con la garantía de que las inhabilitaciones serán compensadas con asesorías y sueldos dados por fundaciones que viven del dinero público. Más difícil lo tienen los procesados en la segunda y tercera hornada.
El gobierno teme incidentes y que la situación se le
descontrole, lo que podría suponer el 11-M de Sánchez y del PSOE, sólo que a la
inversa. No es tanto lo que separa la intención de voto del PP del PSOE.
Por tanto, no es raro que Sánchez, fiel a ese oportunismo sin principios que
le caracterice, se reserve el dar palo al mono o negociar con él, según pinte
la situación y según le indique Tezanos. Pero si hace falta una noticia que
cubra lo que pueda ocurrir en Cataluña, al menos en el resto del Estado, para
eso está el cadáver de Franco, cuya profanación -porque eso es, a fin de
cuentas- será presentada como una “victoria socialista”.
Del 20 de octubre al 10 de noviembre van a ser 20 días en
los que se hablará mucho de la situación. Sobre lo que ocurra en Cataluña y
sobre el cadáver de Franco. No se hablará absolutamente nada de la hecatombe
económica que se avecina, nada sobre el desmoronamiento moral de la sociedad, de
la criminalidad que asola las grandes ciudades, absolutamente nada sobre el que
Erdogan haya amenazado a la UE con dejar pasar a millones y millones de “refugiados”,
nada sobre la corrupción y sobre la mala gestión de municipios, comunidades
autónomas y Estado, nada sobre los procesos pendientes encallados en los
tribunales en Cataluña y Andalucía por las exacciones cometidas por los gobiernos
autonómicos, absolutamente nada por el hundimiento del sistema de enseñanza y
por el deterioro creciente de la sanidad, nada, nada, nada.
Todo esto será sustituido en los 20 días de campaña
electoral por la polémica sobre el traslado de un cadáver del que pocos se
acordaban y sobre una sentencia del proceso que, en definitiva, no es más que
el resultado de un calentamiento irreflexivo de unos dirigentes políticos miopes
que tras décadas de repetir que Cataluña era una nación se lo creyeron. Pase lo
que pase, me temo -mucho me temo- que el país, a estas alturas, como el
avestruz, prefiere mirar a otra parte, a los chinches, piojos, pulgas y
garrapatas que han invadido la casa de Guadalix (y nos referimos a insectos
clasificados por la entomología y no a los humanos que allí residen).
Y si creéis que este país tiene algún remedio, esperad a lo
que ocurra la semana que viene y a los resultados del 10-N.