jueves, 10 de octubre de 2019

Crónicas desde mi retrete (25) EN EL FUNERAL DE ALBERT RIVERA



Tocan campanadas a muerto en Ciudadanos. El partido nacido en Cataluña para oponerse al nacionalismo, está siguiendo el mismo camino que han seguido, décadas atrás, otras formaciones centristas. Su ocaso recuerda al del CDS, aquel Centro Democrático y Social formado por Suárez tras el ocaso de UCD que sólo llegó a ser algo a costa de la promesa de una “mili de tres meses” en las generales de 1986, para luego eclipsarse, desaparecer y en su crisis interminable partirse en media docena de siglas sin historia. Si los actuales miembros de Cs se han mirado en el espejo del CDS (que llegó a tener 17 diputados), saben que, en la fase siguiente, tras las elecciones, lo que quede de ellos pasará por:
- Intentar formar coalición con un PSOE que no llegará a la mayoría absoluta.
- Negociación en la que -de producirse- el PSOE ofrecerá migajas que crearán tensiones internas.

- Cuestionamiento primero y dimisión después de Albert Rivera.

- Fuga de cargos electos hacia el PP.

- Fantasías de los que queden en montar alguna coalición centrista para las próximas elecciones y
- Pérdida creciente de vigor del partido hasta su transformación en partido residual.
Este proceso de desintegración puede durar
1) entre tres meses (si tras unos resultados electorales nefastos, Cs no es necesario o no consigue entrar en un gobierno de coalición con el PSOE) y
2) y tres años (tiempo en los que nos aproximaremos al próximo ciclo electoral y los candidatos de Cs precisarán recolocarse en formaciones más prometedoras).
Pero, de lo que no cabe la menor duda es que el partido, tras los errores continuos de Rivera desde que se conocieron los resultados de las anteriores elecciones generales, ha empezado a caer en barrena y ni los dineros de La Caixa detendrán el picado. En cuanto al futuro político de Rivera es parecido al de Adolfo Suárez tras las elecciones generales de 1991: oscuridad y olvido.


Pero los problemas que aparecen ante el vacío que va a dejar Cs. Cabe pues plantearse tres aspectos:

1) ¿Qué es lo que ha fallado en Ciudadanos?

Respuesta: el concepto mismo de partido y su ubicación imposible. En los tiempos en los que Cs fue la opción antiindependentista por excelencia, todo fue bien, y de hecho, probablemente hoy sería el partido mayoritario en Cataluña de haber seguido por ese camino, pero su irrupción en el ámbito estatal le obligó a definirse y, sobre todo, a ubicarse políticamente: inicialmente, se definió como partido de “centro-izquierda” (que era lo que parecía estar de moda en la época, inaugurado por Rosa Díez y UPyD), luego, pasó a ser “centro-centrado” (equidistante del PP y del PSOE), para finalmente derivar hacia el “centro-derecha” (obligado por su deseo de acaparar votos llegados del PP). En otras palabras, Cs se ha movido en un espectro amplio tras su salto estatal, que ha revelado lo que ya había demostrado antes la historia de UCD y del CDS y, si nos remontamos mucho más atrás, el “radicalismo lerrouxista” de la Segunda República: que los espacios de centro son transitorios, se ensanchan en momentos de crisis y se contraen cuando se supera la crisis o cuando los electores llegados de la derecha y de la izquierda juzgan que el partido lleva políticas contrarias a las que esperaban.

2) ¿Cuál es la responsabilidad de Albert Rivera?

Absoluta. Rivera y su equipo (Girauta, Arrimadas), se movía bien atacando al independentismo, pero ya en las elecciones generales de 2016, dio una muy pobre imagen en sus debates e intervenciones políticas. Fuera del anti-independentismo, demostraba ser un absoluto ignorante en muchos campos, incluido el de la economía, el de la política internacional y vacilante incluso en otras materias de carácter social. De hecho, ya había sido significativo que un routier político como Juan Martín (que antes de recalar en Cs había recorrido todas las siglas del mapa político español) convirtiera al partido en cuarta fuerza política andaluza contribuyendo a la investidura de Susana Díaz, para en las elecciones siguientes, apoyar al PP y convertirse en vicepresidente de la Junta de Andalucía. Era la señal del tipo humano que estaba copando los cargos en la dirección de Cs: buscavidas, oportunistas, ambiciosos sin escrúpulos y sin criterios propios, como sustitutos a la primera generación de antiindependentistas.
- La primera responsabilidad de Rivera fue la de creerse más capacitado de lo que estaba para ocupar un cargo de nivel nacional y abandonar los pastos del antiindependentismo catalán.
- La segunda, admitir dentro del partido a todo tipo de compañeros de viaje.

- La tercera, oscilar como una caña al viento, del centro-izquierda al centro-derecha y luego todo lo contrario.
Para colmo, el intento de recuperar el prestigio perdido en Cataluña presentando una reciente moción de censura contra Torra, ha contribuido a dilapidar el capital logrado en esa comunidad. Si a todo eso añadimos, el papel de Luis Garicano como “gurú económico” y su pretensión de capitanear proponer al electorado el neoliberalismo más absoluto, cabría decir que Rivera no ha acertado ni una.

3) ¿Qué ocurrirá en Cataluña?

El que se hunda Cs en el Estado no es ningún drama, pero lo que pueda ocurrir con este partido en Cataluña es mucho más importante. En las elecciones al parlamento de Cataluña en 2017, Cs obtuvo 1.109.732 votos quedando en primera posición, por delante de ERC. Nuevamente, aquí, Rivera volvió a cometer el error de llamar a Madrid a Inés Arrimadas, pensando que el partido tendría un tirón similar. Pero, en realidad, Arrimadas aportaba poco: como Rivera, se movía bien en el antiindependentismo, pero muy mal en todos los demás terrenos. Cs no consiguió el “sorpaso” para liquidar al PP en las pasadas elecciones y se produjo la hecatombe. Y ahora llegamos a la dramática situación catalana donde se da la paradoja de que el antiindependentismo tiene mayoría social, pero está dividido políticamente y, para colmo, contra él juega el sistema electoral de la gencat y su distribución de escaños. Así pues, el panorama en Cataluña es el siguiente:
- El Cs, en bancarrota y pérdida de votos, ni por asomo volvería a ser primera fuerza como en 2017.
- El PP, sin haber remontado la crisis que lleva arrastrando desde 1997 cuando Aznar ordenó a Vidal-Quadras trasladarse a Madrid, por exigencia del godfahter Pujol.
- Vox, irrelevante en Cataluña con apenas 148.481 votos y solamente tres concejales llegados de Plataforma per Cataluña (de los 70 que obtuvo PxC en 2009, todos perdidos).
Parece claro que la idea de Cataluña Suma, una coalición unitaria dispuesta disputar la hegemonía a los indepes no era mala. Rivera la rechazo, constituyendo otra paletada de tierra sobre su tumba política. Todo induce a pensar que tras la sentencia por el 1-O, el gobierno de Torra, sea lo que sea que pase en la calle (y estamos persuadidos que no pasará gran cosa) tendrá que convocar elecciones autonómicas. ¿Qué ocurrirá entonces? Una encuesta reciente indicaba que el 50% de los votantes de Cs, decepcionados, se decantaban por la abstención (que se prevé histórica en estos comicios), pero lo peor que podría ocurrir en unas elecciones autonómicas es que, desencantados del PP, desencantados de Cs, se abstuvieran o, casi lo que es peor, que votaran a las siglas que en Cataluña siempre han sido más ambiguas: PSC.

4) ¿Qué supone el hundimiento de Cs?

La confirmación de que el “centrismo” es una postura política imposible y que solamente podría mantenerse en períodos en los que estamos alejados de mayorías absolutas, advirtiendo a los electores de las opciones postelectorales del partido, de con quien se va a negociar y qué es lo que se le va a exigir. La actitud prelectoral de “vamos a ganar y pensamos gobernar en solitario” era válida en la transición y en los años del bipartidismo imperfecto, pero ahora se va hacia un nuevo tipo de sistema de partidos:
- del bipartidismo imperfecto (dos siglas dominantes, más una pequeña que actuaba apoyando a una o a otra a la hora de formar gobierno, siempre nacionalistas periféricos),
- pasamos al multipartidismo (cuatro o cinco partidos separados por unos pocos puntos en el porcentaje de votos)

- y, casi sin solución de continuidad, parece que vayamos a regresar a otra forma de bipartidismo que puede ser definido “como bipartidismo y morralla”, es decir, dos partidos que destacan por encima de los demás y entre media docena y una docena de siglas menores, con unos pocos diputados, necesarios para poder formar gobierno.
Porque siempre quedará algún oportunista o alucinado político que pretenda mantener el recuerdo del “centrismo”, siempre habrá algún o algunos grupos de extrema-izquierda, siempre habrá nacionalistas de aquí y de allí, independentistas de todos los pelajes y faltan, claro está los “animalistas”, los “escaños vacíos”, los “ecolocos”, etc, con los que los grandes partidos tendrán que negociar… salvo que la plutocracia (el poder del dinero) les dé a Sánchez y a Casado una palmadita en la espalda y les diga: “¿No va siendo hora de una gran coalición que reforme el sistema político y os evita negociar con la ‘morralla’?” Que es como decirles: “aportad estabilidad al sistema político, porque el sistema económico se aproxima a una convulsión mundial notable”.

A fin de cuentas, la crisis de Cs, evidencia también la crisis del viejo sistema político, del viejo sistema económico (el defendido por Garicano) y de lo vacío que suena el “constitucionalismo” en unos momentos en los que sólo cuenta a la hora de oponerse a la chaladura independentista.