Vale la pena leer Germánicos o
bereberes en sí mismo, sin apriorismos o incrustaciones procedentes de las
distintas interpretaciones que se han hecho del pensamiento joseantoniano. Se
trata de leer el documento y asimilar lo que dice textualmente. Solamente así
podremos saber si aporta algo a la creación de una “interpretación de la
historia” que el líder falangista hubiera podido brindar a su movimiento. Vamos
pues a desglosar el texto en sus líneas maestras sin eludir absolutamente
ninguna idea presente en el mismo:
0. A modo de introducción, el autor empieza planteándose qué fue la “Reconquista”. La explicación que sostiene que se trató de un proceso por el cual se “expulsaron a los invasores” no le satisface. En las distintas oleadas de invasiones y superposiciones de pueblos que se suceden en la historia de España “El invasor era siempre nuestro enemigo; el invadido nuestro compatriota”. A España llegaron fenicios, cartagineses, romanos, godos y africanos: “De niños hemos presenciado mentalmente todas esas dominaciones en calidad de sujetos pacientes; es decir, como miembro del pueblo invadido”. Y José Antonio se pregunta si “mi cultura sino aún mi sangre y mis entrañas ¿tienen más de común con el celtíbero de aborigen que con el romano civilizado?”. Es forzoso, por tanto, reconocer los valores que han traído algunas de estas “invasiones”: “¿Quién me dice que, en el sitio de Numancia, haya dentro de las murallas más sangre mía, más valores de cultura míos, que en los campamentos sitiadores?”. Compara esta situación con la de la América Hispana y esto le da pie a establecer dos maneras de entender la patria: o como razón de “tierra” o como razón de “destino”: “Para unos la patria es el asiento físico de la cuna; toda tradición es una tradición espacial, geográfica. Para otros, la patria es la tradición física de un destino; la tradición, así entendida, es predominantemente temporal, histórica”. Espacio contra tiempo, un tema que años después desarrollará René Guénon en su obra El reino de la cantidad y los signos de los tiempos. Sin embargo, José Antonio –a diferencia de Guénon– no extrae las consecuencias últimas de esta contradicción, ni las que Evola dedujo igualmente sobre el conflicto entre “civilizaciones tradicionales” y “civilizaciones modernas”. Pasa directamente a la cuestión de la Reconquista. En los párrafos siguientes describe su visión de aquel proceso histórico de ocho siglos (las cursivas entrecomilladas pertenecen al ensayo Germánicos contra bereberes):
1. Niega que la Reconquista fuera el “lento recobro de la tierra española por los españoles contra los moros que la habían invadido”.
2. Distingue entre “moros” y “árabes”: destaca que la mayor parte de invasores fueron berberiscos del Norte de África. Describe a “los árabes” como “raza muy superior” y “minoría directora” de los invasores.
3. Destaca que entre el 711 (batalla del Guadalete) hasta el 718 (batalla de Covadonga), se produjo una ocupación pacífica de España y recuerda el pacto suscrito por Teodomir, noble godo, con los invasores, para constituir en Murcia un reino vasallo del califa de Damasco. “España fue ocupada en paz. España, naturalmente, con los españoles que habitaban en ella”.
4. Recuerda
que los godos que se replegaron hacia Asturias habían sido considerados tres
siglos antes como invasores. Afirma que la población del territorio “era tan
ajena a los godos como a los agarenos recién llegados” (el vocablo
“agarenos”, en desuso, indica genéricamente a todos los musulmanes, dado que
estos consideran a Agar como la verdadera mujer de Abraham del que se
consideran descendientes a través del hijo de ambos, Ismael, y dado que Sara
era estéril).
5. Sostiene
que el sustrato no visigodo de la Península Ibérica “sentía muchas más
razones de simpatía étnica y consuetudinaria con los vecinos del otro lado del
estrecho que con los rubios danubianos aparecidos tres siglos antes” y que,
al principio de la Reconquista “probablemente, la masa popular española se
sintió mucho más a su gusto gobernada por los moros que dominada por los
Germánicos”.
6. A
lo largo de la Reconquista se produjo “la fusión de sangre y usos entre
aborígenes y bereberes” que José Antonio califica de “indestructible”,
algo que no se había producido nunca entre godos e indígenas. ¿Por qué? Por la “dualidad
jurídica” que distinguía entre visigodos e hispano–romanos y “por el
sentido racial de los germánicos”.
7. Y entonces llega al núcleo esencial de su tesis. “La
Reconquista no es, pues, una empresa popular española contra una invasión
extranjera: es, en realidad, una nueva conquista germánica; una pugna
multisecular por el poder militar y político entre una minoría semítica de gran
raza –los árabes– y una minoría aria de gran raza –los godos–. Esta pugna toman
parte bereberes y aborígenes en calidad de gente de tropa unas veces y otras
veces en actitud de súbditos resignados”… párrafo en el que puede
establecerse que José Antonio contemplaba tres factores:
a) las
desigualdades étnicas (si hay “gran raza” es que hay, necesariamente,
una “pequeña raza”: es decir, una raza “superior” y otra “inferior”);
b) coloca
a árabes y Germánicos como “razas superiores”; y
c) las
“grandes razas” forman las “minorías rectoras” de cada campo,
mientras que los aborígenes de la península que coexistieron con los visigodos
y los bereberes que llegaron como tropa de choque de la minoría árabe, siendo,
por tanto, “masa”.
8. Por ello redefine el ciclo histórico de la
Reconquista como “una guerra entre partidos y no una guerra de la
independencia”. José Antonio en la Reconquista, no ve una lucha de “españoles”
contra “invasores”, sino de “cristianos” contra “musulmanes”:
“La Reconquista fue una disputa bélica por el poder político y militar entre
dos pueblos dominadores, polarizada en torno a una pugna religiosa”.
9. Destaca que los núcleos de resistencia a los
musulmanes los lideran “jefes preeminentes […] todos de sangre goda (...)
“A Pelayo se le alza en Covadonga sobre el pavés como continuador de la
Monarquía sepultada junto al Guadalete”. “Los capitanes de los primeros núcleos
cristianos tienen un aire inequívoco de príncipes de sangre y mentalidad
germánica”.
10.Vincula
el carácter germano de la Reconquista como nexo que nos une a Europa; los
primeros líderes de la Reconquista “se sienten ligados desde el principio a
la gran comunidad católico–germánica europea”. Define a la Reconquista
como “una empresa europea –es decir, en aquella sazón, germánica”. “Muchas
veces acuden de hecho para guerrear contra los moros señores libres de Francia
y de Alemania. Los reinos que se forman tienen una planta germánica innegable.
Acaso no haya Estados en Europa que tengan mejor impreso el sello europeo de la
germanidad que el condado de Barcelona y el reino de León”. La Reconquista
es vista, pues, como una empresa ideológica que el grupo racial visigodo
superviviente da forma según su modelo tradicional. Tal es el puente que liga
al proyecto resultante con Europa.
11. La
toma de Granada como remate final de la Reconquista y la obra de los Reyes
Católicos es enjuiciada en el mismo sentido: “La Monarquía triunfante de los
Reyes Católicos es la restauración de la Monarquía gótico–española, católico–europea,
destronada en el siglo VIII”. Algunas zonas de España, “singularmente
Asturias, León y el Norte de Castilla habían sido germanizadas, casi sin
solución de continuidad, durante mil años (desde principios del siglo V hasta
finales del XV) sin contar con que su afinidad étnica con el Norte de África
era mucho menor que la de las gentes del Sur y Levante. La unidad nacional bajo
los Reyes Católicos es, pues, la edificación del Estado unitario español con el
sentido europeo, católico, germánico, de toda la Reconquista. Y la culminación
de la obra de germanización social y económica de España”.
12. Pero el Estado que surgió de la Reconquista no era
homogéneo en sentido étnico. De un lado encontramos, según José Antonio “El
andaluz aborigen, semiberebere, y la población berebere que nutrió más
copiosamente las filas árabes, gozaba, pues, de una paz elemental y libre,
inepta para grandes empresas de cultura, pero deliciosa para un pueblo
indolente, imaginativo y melancólico como el andaluz”; pero de otro lado
están “los cristianos, germánicos, [que] traían en la sangre el sentido
feudal de la propiedad. Cuando conquistaban tierras, erigían sobre ellas
señoríos, no ya puramente político–militares como los de los árabes, sino
patrimoniales al mismo tiempo que políticos”. Mientras el árabe no se
adueñaba de las tierras, el germano sí lo hacía, por ello “el campesino
pasaba, en el caso mejor, a ser vasallo” y, corriendo el tiempo, “los
vasallos, completamente desarraigados, caen en la condición terrible de
jornaleros”.
13. Así
pues, lo que José Antonio identifica en la sangre y en la estructura germánica
que ha terminado triunfando en España en 1492, es una misión y un destino
históricos: “La organización germánica, de tipo aristocrático, jerárquico,
era, en su base, mucho más dura. Para justificar tal dureza se comprometía a
realizar alguna gran tarea histórica”. La Monarquía, la Iglesia y la
Aristocracia justificaban sus privilegios en base a que eran los ejecutores de
un “destino en la Historia”. Ese destino fue el Imperio en sus dos
vertientes: “la conquista de América y la Contrarreforma”.
14. Niega
José Antonio que la conquista de América sea el producto de la “espontaneidad
popular española” y argumenta para ello que el “sentido de la cristianización
y colonización de América está contenido en el monumento de las Leyes de
Indias”. Percibe en esa obra la influencia católico–germánica al tratarse
de una obra dotada del “sentido de universalidad, sin la menor raíz
celtibérica y berebere”. Procede –dice– de Roma y de la cristiandad
germánica. Considera significativo que, en los años 30, sea esa zona de la que
salen más inmigrantes para América, mientras que andaluces y levantinos
optan por emigrar al norte de África, “viviendo allí absolutamente como en
su casa, como una cepa que reconoce la tierra lejana de donde arrancaron a su
ascendiente”.
15. Establece equivalencias entre estas dos
formas de emigración y las ideas políticas y sociales: “Incluso África y
América han sido constantemente como las consignas de dos partidos políticos y
literarios españoles. De dos partidos que coinciden exactamente en casi todos
los instantes con el liberal y el conservador, el popular y el aristocrático,
el berebere y el germánico”. A partir de aquí, José Antonio ya no está
hablando de razas, ha trasladado la contradicción entre dos razas al terreno
del proyecto nacional, primero, y ahora al plano estrictamente político: el
conservadurismo sería una consecuencia de la sangre germánica, el liberalismo
de la bereber.
16. Si España conquista América y concibe esta
conquista como expansión de la fe, se debe a la impronta de la universalidad
católico–germánica, un proyecto “doblemente germánico bajo la dinastía de
los Habsburgo”, escribe José Antonio. Es una lucha “por la unidad
religiosa del mundo” que el catolicismo termina perdiendo (en la Paz de
Westfalia que el autor no cita, pero que, pone fin a la guerra de los Treinta
Años en 1648 es, realmente, el momento en el que muere el proyecto de unidad
católica de Europa). Al perderse la idea axial de unidad imperial bajo el signo
católico–germánico, se “pierde América” dado que “la justificación
moral e histórica de la dominación sobre América se hallaba en la idea de la
unidad religiosa del mundo. El catolicismo era la justificación del poder de
España. Pero el catolicismo había perdido la partida”.
17. Así pues, a partir de 1648, España perdía su
misión y su destino, es decir, su justificación para la dominación Imperial. A
partir de ese momento, a falta de una “tarea de valor universal” que
pudiera asumirse, Monarquía, Iglesia y Aristocracia, cayeron en el “puro
abuso” para justificar sus privilegios. Y es entonces cuando “la fuerza
latente, nunca extinguida, del pueblo berebere sometido, inicia abiertamente su
desquite”. Henos aquí ya sumergidos en una interpretación racial de la
historia de España que aspira a explicar con esa clave los conflictos sociales
de los tres últimos siglos.
18. En
los siglos de la Reconquista y del Imperio, la “constante berebere” no
se había fundido con la germánica: “El pueblo dominador vigilaba el no
mezclarse con el dominado” y cita como dato objetivo el que hasta 1756 no
se derogó una pragmática de Isabel la Católica “que exigía probar pureza de sangre”, es decir no tener mezcla de judío o moro,
incluso para ejercer cargos públicos modestos. La componente dominada (bereber)
“detesta al dominador” (germánica), por eso, explica José Antonio, en
España no existe una connotación integradora a la palabra “pueblo”:
mientra que en otras lenguas la palabra “pueblo” incluye a los lores, a
la nobleza, al sacerdocio, en España, cuando se alude al “pueblo” se
tiene por tal, todo “lo indiferenciado, lo incalificado; lo que no es
aristocracia, ni iglesia, ni milicia, ni jerarquía de ninguna especie”. ¿No
forman todos parte del “pueblo”? No en España: aquí “hay dos pueblos”.
Resalta algo más adelante que en España existieron algunos herejes, pero nunca
entre los “grandes señores que se mantuvieron aferrados a su religión de casta”,
mientras que los herejes, generalmente procedían del ambiente “pequeño
burgués o letrado, como vengador de los oprimidos”: estos conatos
respondían más a las “inquinas” contra la Monarquía, la Iglesia y la
Aristocracia que a posiciones o disidencias teológicas.
19. El
análisis de José Antonio llega así hasta el siglo XIX, cuando “la línea
berebere, más aparente cada vez según ve declinar la fuerza contraria, asoma en
toda la intelectualidad de izquierda, de Larra hacia acá (…) En cualquier
escritor de izquierdas hay un gusto morboso por demoler, tan persistente y tan
desazonante que no se puede alimentar sino de una animosidad personal, de casta
humillada. Monarquía, Iglesia, aristocracia, milicia, ponen nerviosos a los
intelectuales de izquierda, de una izquierda que para estos efectos empieza
bastante a la derecha (…) En el fondo, los dos efectos son manifestaciones del
mismo viejo llamamiento de la sangre berebere. Lo que odian, sin saberlo, no es el
fracaso de
las instituciones que denigran, sino su remoto triunfo; su triunfo sobre
ellos, sobre los que las odian. Son los bereberes vencidos que no perdonan a
los vencedores –católicos, germánicos– haber sido los portadores del mensaje de
Europa”.
20. Precisamente
por este motivo, España desde hace tres siglos apenas aporta nada a la cultura
moderna: “El resentimiento ha esterilizado en España toda posibilidad de
cultura. Las clases directoras no han dado nada a la cultura, que en ninguna
parte suele ser su misión específica. Las clases sometidas, para producir algo
considerable desde el punto de vista de la cultura, tenían que haber aceptado
el cuadro de valores europeo, germánico, que es el vigente; y eso les suscitaba
una repugnancia infinita por ser, en el fondo, el de los odiados dominadores”.
21. Y
entonces llegamos a la última parte del ensayo: la percepción de la lucha entre
“Germánicos” y “bereberes” durante la Segunda República. Hasta ese momento,
todo habían sido “escaramuzas [a partir de ahora] tenía que llegar la
batalla. Y ha llegado: es la República de 1931; va a ser, sobre todo, la
República de 1936”. Para José Antonio, la República es “la demolición de
todo el aparato monárquico, religioso, aristocrático y militar que aún
afirmaba, aunque en ruinas, la europeidad de España. Desde luego la máquina
estaba inoperante; pero
lo grave es que su destrucción representa el desquite de la Reconquista, es
decir, la nueva invasión berebere. Volveremos a lo indiferenciado”.
22. Así
pues, la República, probablemente pueda resolver la “cuestión social”, del
campesino andaluz, pero eso es todo: “Media España se sentirá expresada
inmejorablemente si esto ocurre. Desde luego se habrá conseguido un perfecto
ajuste en lo natural”. Será una victoria limitada: “Lo malo es que
entonces será pueblo único, ya dominador y dominado en una sola pieza, un
pueblo sin la más mínima aptitud para la cultura universal. La tuvieron los
árabes; pero los árabes eran una pequeña casta directora, ya mil veces diluida
en el fondo humano superviviente. La masa, que es la que va a triunfar ahora,
no es árabe sino berebere. Lo que va a ser vencido es el resto germánico que
aún nos ligaba con Europa”.
23. El
último párrafo del texto es verdaderamente profético, mucho más incluso de lo
que el autor podía intuir en los años 30: “Acaso España se parta en pedazos,
desde una frontera que dibuje, dentro de la Península el verdadero límite de
África. Acaso toda España se africanice. Lo indudable es que, para mucho
tiempo, España dejará de contar en Europa”.
24. Las últimas frases definen el lado del que se sitúa el autor mediante una pregunta retórica: José Antonio se considera heredero de la España germánica (“los que por solidaridad de cultura y aún por misteriosa voz de sangre nos sentimos ligados al destino europeo”), por tanto, partícipe de la España derrotada, no de la España “bereber” vencedora. Y se plantea: “¿podremos transmutar nuestro patriotismo de estirpe, que ama a esta tierra porque nuestros antepasados la ganaron para darle forma, en un patriotismo telúrico, que ame a esta tierra por ser ella, a pesar de que en su anchura haya enmudecido hasta el último eco de nuestro destino familiar?”. El hecho de plantear la pregunta ya implica haberla contestado de manera negativa.