Hay declaraciones que no son permisibles ni para un deficiente mental profundo que, para colmo se ha embriagado a base de latigazos de Agua del Carmen. Sin ir más lejos, la Guardia Civil habría tenido que obligar a Feijóo a soplar por el alcoholímetro, cuando dijo, con una seriedad pasmosa y a doce días de la “gota fría” que “el Estado de las Autonomías ha funcionado”… Pues bien, no. Precisamente, una de las evidencias que han sacado a la superficie la catástrofe es que, si algo no ha funcionado, es precisamente ese “Estado de las Autonomías”, construido en parte por el PP. Y hasta aquí hemos llegado. Frases como esta son inadmisibles para un político que se presenta como “alternativa” al pedrosanchismo y como “líder de la oposición”.
UN POCO DE HISTORIA
Inicialmente, el régimen constitucional de 1978 se asentó sobre dos columnas, la alternancia en el poder de UCD y PSOE, apoyados por dos piezas menores (CDC y PNV) a efectos de completar mayorías cuando ninguno de los dos grandes partidos tuviera dominio absoluto sobre el tablero político. UCD murió víctima de su propia ambigüedad interior (luchas entre democristianos, socialdemócratas, liberales y ex franquistas). La derecha tardó todo el felipismo en reconstruirse sobre la base de la extinta UCD y de la pequeña AP. El nuevo régimen, además, se apoyó en el andamiaje mediático de la época: PRISA, Cadena Z y Cadena 16 y, sobre todo, en un sistema jurídico “garantista” en el que se aseguraba, sobre todo, que la clase política sería inmune a investigaciones y procesamientos. A ello contribuía el que la “división de poderes” era una entelequia. A este sistema, de partida, imperfecto, se sumó el “café para todos” autonómico y el que el partido de gobierno no tuviera por encima ninguna autoridad. Eso sí, para contentar a los “poderes fácticos” de la época y no dar una sensación de “ruptura”, España siguió siendo una monarquía, pero se despojó al Rey de cualquier poder real y se le relegó a una mera función honorífica.
Todo esto ha generado un régimen lastrado especialmente por tres factores:
1) PRIMERA LOSA: La corrupción sale gratis a la clase política.
Cientos de miles de millones de euros se han dilapidado en estos últimos 46 años y muy pocos han respondido ante los tribunales, las dimisiones por corrupción pueden contarse con los dedos de la oreja, y cuando se ha producido algún procesamiento no se ha traducido ni en condenas ejemplares, ni en devolución de lo robado. Se ha hecho todo lo posible para que ningún político entrara en prisión, se han retrasado lo más posible los procesamientos, hasta la prescripción de los delitos. Y si la sentencia era contraria, el indulto resultaba obligado. En un sistema así concebido y que utiliza desde hace 46 años esas mismas prácticas (y ese “garantismo” judicial que, desde luego, no ha sido ideado para proteger los derechos de robagallinas o choros de a pie), cada administración estaba casi inducida a robar más que la anterior. Y es así como hemos llegado al pedrosanchismo, esa orgía de la corrupción.
2) SEGUNDA LOSA: Los partidos políticos mayoritarios.
España es un país cuya historia ha camina al paso con la monarquía. No solo España aportó emperadores a Roma, sino que desde la “Hispania Gothorum”, este país ha tenido como forma de gobierno, siempre -salvo durante los dos luctuosos instantes republicanos (el primero del 11 de febrero de 1873, hasta el 29 de diciembre de 1874 y el segundo desde el 14 de abril de 1931, hasta el 1 de abril de 1939, en total, apenas 10 años “inolvidables”)- la monarquía. Pero una monarquía CON PODER, es decir, una monarquía que estuviera simbólicamente, no solo por encima de las partes, que no solamente moderara a las partes, sino que tuviera poder POR ENCIMA DE LAS PARTES cuando estas lo hicieran rematadamente mal, cuando el país se encontrase en una situación de crisis o de caos. Hoy, cuando decimos “partes”, queremos decir “partidos”. Lo más abyecto de esta democracia es que una ínfima minoría de la población, afiliada a partidos políticos, formaciones dirigidas a su vez por una ínfima minoría de afiliados, sin doctrina ni principios, gobiernan después de campañas de publicidad engañosa, y obtienen la totalidad de los resortes de poder. Más que “democracia”, cabría llamar al sistema político español “oligarquía partitocrática absoluta”.
3) TERCERA LOSA: el inviable “Estado de las Autonomías”.
En los años 70 se hablaba de “descentralización del Estado” (favorecido por la velocidad de las comunicaciones y la todavía fortaleza del Estado) y, aprovechando la ambigüedad del concepto, ya en democracia, se reconoció las autonomías regionales de Cataluña, Euskalherria y Galicia. Se olvidaba que, en el caso de las dos primeras, las precedentes autonómicos ensayados durante la Segunda República, sus promotores -Macià y Aguirre- no consideraban la “autonomía” como un final, sino como un paso intermedio entre el Estado centralizado y la independencia de sus regiones. Ignorantes de la historia de aquel gran fracaso nacional que fue la Segunda República, los “padres de la constitución” de 1978, volvieron a impulsar las tres autonomías “históricas” (la gallega, ciertamente, se aprobó en 1981 en referéndum por un escuálido ¡28% de votantes!, de los que una quinta parte votó en contra…). Falto tiempo para que Andalucía se sumara al carro. El problema era que UCD no tenía mayoría en esas comunidades, así que optó por extender también a la autonomía en aquellas regiones en donde era mayoritaria: eso fue el “café para todos”. Y aquellas aguas trajeron estos lodos: un país invertebrado, 17 taifas, agravios comparativos continuados, presupuestos absorbidos por burocracias regionales cada vez más voluminosas, ausencia de proyectos nacionales e inviabilidad de plantearlos y, todo ello, multiplicando las posibilidades de corruptelas y, sobre todo, el gasto público descontrolado, que podía mantenerse -a fuerza de restar presupuesto a proyectos nacionales inaplazables- en momentos de bonanza económica, pero que suponía un lastre inviable, con los consiguientes fenómenos de endeudamiento y aumento de la presión fiscal, para las generaciones futuras.
1978 NO ES 2024
El “Estado de las Autonomías” cada día que pasa, se muestra como el mayor lastre, mientras las corruptelas se han disparado y no existe un poder REAL por encima de los partidos políticos. Esta realidad solamente es negada por fanáticos independentistas (para ellos, el “Estado de las Autonomías” ha sido un avance en su tránsito hacia los procesos independentistas), cuadros del PP o del PSOE (cuyos escasos afiliados han asaltado todos esos centros de poder y han resultado ser los máximos beneficiarios de la alternancia constitucional (y también los peores gestores del poder) y “periodistas de sobre” al servicio de cualquiera de los partidos.
El problema es que todas las situaciones tienen un límite “entrópico”: una situación en la que, desde el comienzo estén presentes todos los elementos susceptibles de provocar el caos (y eso estaba ya en germen en los debates de los “padres de la constitución” en 1978), tiende, necesariamente, desde el primer momento, a generar un caos creciente que, finalmente se estabiliza en un “orden” que no es más que el “caos permanente e irreversible”. Con el pedrosanchismo y con la “gota fría” valenciana hemos llegado a este punto.
El gran problema para el PP y para el PSOE es que 1978 no es 2024. Los tiempos van en contra de eternizar la hegemonía de ambos partidos.
Existen seis factores diferenciales son:
1) LA “BANDA DE LOS CUATRO” (PP, PSOE, CiU y PNV) YA NO ES EL ÚNICO ACTOR POLÍTICO
2) LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN QUE TENÍAN LA INICIATIVA EN 1978, YA NO LA TIENEN
3) EN 1978 EXISTÍA UN SINCERO ANHELO ENTRE LA MAYORÍA DE LA POBLACIÓN PARA ENCONTRAR UNA “VÍA”
4) ESPAÑA ERA UNA “POTENCIA ECONÓMICA”, HOY ES UNA “POTENCIA TURISTICA”
5) LAS AUTONOMÍAS “HISTORICAS” ERAN EXCUSAS PARA EL INDEPENDENTISMO
6) UNA CUARTA PARTE DE RESIDENTES EN ESPAÑA HAN NACIDO EN EL EXTRANJERO
Podemos ampliar estas diferencias para redimensionar el papel del PP y del PSOE en todo este proceso:
1) LA “BANDA DE LOS CUATRO” NO ES EL ÚNICO ACTOR POLÍTICO
En 1978 la “ultraderecha” se polarizaba en torno a Blas Piñar y a su discurso nostálgico de las realizaciones del franquismo, que se agotaba en este punto. Era, incluso, incapaz de presentar un programa político que no fue el cumplimiento de las Leyes Fundamentales en las que pocos creían ya. Su comprensión del franquismo, por lo demás, aludía a una etapa del mismo, el período nacional-católico de 1943 a 1956, no al conjunto de 40 años. Los distintos grupos de extrema-derecha estaban infiltrados hasta las trancas y se habían convertido en reductos de fidelidad y lealismo, mucho más que de eficacia política. Fraga, pudo modelar la derecha a su capricho y la desnaturalizó convirtiéndola en “centro-derecha” antes de refugiarse en Galicia. Desde entonces, los pequeños grupos de extrema-derecha no han estado en condiciones de levantar cabeza. Pero hoy el “sin enemigos a la derecha” se ha terminado. La aparición de Vox que, en principio parecía una reedición del PADE formada por gente que se había quedado al margen del reparto del poder y que querían volver al PP, tuvo unos primeros pasos vacilantes (un programa basado en la lucha contra el aborto y contra el terrorismo de ETA), pero luego se fue reafirmando y entendiendo que su espacio político era el mismo que el de las distintas opciones que en Europa se estaban afirmando a base de anti-inmigracionismo, defensa de la identidad nacional, euroescepticismo y reforma del sistema político.
En la derecha, pues, no está claro el tiempo en el que el PP seguirá siendo hegemónico: la gestión de Mazón, las vacilaciones y timideces de Feijóo, su permanente mano tendida al PSOE, su apoyo continuado al PSOE en Europa son algo más que errores políticos: son vistos como estupideces inaceptables para buena parte de su electorado. Cuando Elon Musk ha cristalizado su apoyo a las víctimas de Valencia, lo ha hecho donando antenas Starlink, no al Estado, ni a la Cruz Roja, ni a la Generalitat Valenciana, sino a los jóvenes de Vox cuya movilización ha sido masiva y han llegado a las zonas de catástrofe antes que cualquier otra organización civil o militar.
En la izquierda no se vive una situación radicalmente diferente: lo que a la derecha del PP es crecimiento y aumento de apoyos sociales, a la izquierda del PSOE puede definirse con dos términos: “fractura” y “atomización”. Podemos, que suscitó en el momento de su aparición esperanzas de renovación en la izquierda, rápidamente pasó a ser controlada por una corte de descerebradas que, para colmo habían obtenido el puesto por delegación de sus amantes y “novios”. En lugar de centrarse en los problemas de los sectores más desfavorecidos de la sociedad, cayeron en la trampa de elaborar un discurso para “minorías” creyendo en la falacia de que, sumadas todas esas minorías a la corriente “progresista”, constituían una “mayoría social”. Para colmo, sus rarezas personales, sus fobias, sus contradicciones entre lo predicado y el ejemplo dado (Errejón no es una excepción en este ambiente, antes el caso Mónica Oltra iba en la misma dirección, unido a una incapacidad congénita para resolver problemas y una irreprimible tendencia a aumentarlos, especialmente en materia de sexualidad), y la mala gestión de quienes han alcanzado algún tipo de responsabilidad nacional (desde el “vicepresidente de la coleta”, hasta Yolanda “la de los modelitos horteras”), la división interior en sectas y en cientos de pequeños grupúsculos, capillas, han llevado a la izquierda del PSOE a convertirse en una irrisión.
Ciudadanos, cuyo éxito inicial derivó de haber proclamado su antiindependentismo catalán, cuando, con el apoyo de La Caixa, quiso dar el salto a nivel nacional, generó ilusiones entre nostálgicos del centrismo hasta que su dirección empezó a devanear sobre si presentarse como “centro-izquierda” y fue entonces cuando el ciudadano medio se enteró que no había ni proyecto, ni liderazgo, ni siquiera personalidad en esa formación que ha desaparecido, no solo a nivel nacional, sino en aquella Cataluña en donde fue el partido mayoritario hace apenas 10 años.
Se han producido cambios en el independentismo: el pujolismo espera para 2025 su “proceso de Nuremberg” (si la salud de Pujol lo permite...), la antigua CDC con los bienes embargados, dejó de existir, mientras que Artur Mas se embarcó en una fuga hacia delante e impulsó el independentismo cuando el Estado, víctima de la mala gestión de Zapatero y del fracaso del modelo económico de Aznar, ya no pudo enviar más dinero a Cataluña sin riesgo de endeudarse y en unos momentos en los que la prima de riesgo de la deuda española estaba al máximo. Pero la fuga hacia el independentismo fue, en el fondo, la constatación del fracaso del “nacionalismo moderado”. El “procés” fue pura irrisión: incluso una burla a la democracia y al pueblo catalán. Se presentaba al referéndum como imprescindible, pero la gencat, mientras lo preparaba, ya daba por sentado que el voto sería favorable a la independencia y llevaba tres años preparando “leyes de desconexión”, incluso una “constitución catalana”. El ridículo fue mayúsculo y, desde entonces, nadie con mínimos conocimientos de política puede tomarse en serio al independentismo (que hoy recoge como máximo un 25% del favor de los catalanes y sigue bajando en las encuestas). De las tres formaciones indepes, la CUP está casi evaporada, ERC dividida en múltiples tendencias y rota interiormente y, en cuanto a Junts lo fía todo a un “president”, cobardón, cada vez más alejado de la Cataluña real. Junts alarmada por la erosión de Aliança Catalana, el partido de extrema-derecha indepe, antiinmigracionista y con un discurso de “regeneración catalana” que, además, tiene el valor de la sinceridad y de la honestidad. Si el independentismo no es todavía un cadáver político, se debe a los “siete votos” de Junts en el Parlamento de la nación, necesarios para mantener al psicópata en la presidencia. ¿Cómo reaccionarán los electores catalanes al darse cuenta de que Sánchez y su entorno han podido sentarse en el poder y ejercer la corrupción a espuertas, solo porque los votos independentistas lo han permitido?
En cuanto a la situación en Euskalherria no es mucho mejor: Sánchez ha legitimado a los hijos de ETA. Y los hijos de los matarifes han aprovechado la ocasión, ante un PNV que ha perdido el norte y que ya no se atreve a ser lo que sus siglas afirman que es: un partido “nacionalista”. La realidad es que, la región se ha convertido en uno de los polos de atracción de una emigración inintegrable. El cálculo realizado por los independentistas en Cataluña y en Euskalherria es muy simple: “podemos movernos mejor aliándonos con el PSOE que cuando gobierne la derecha, así pues, trataremos de sacar el máximo beneficio de la situación”. Pero esa actitud es precisamente la que les hace cómplices de los desmanes del pedrosanchismo y lo que, unido al arcaísmo de sus propuestas en materia de independencia, les costará, antes o después, perder franjas de electores.
Lo único, pues, que se mantiene, exactamente cómo en 1978, es que el sistema sigue sostenido por dos columnas: la de la derecha pepera y la de la izquierda pedrosanchista. Y la novedad de lo que están sosteniendo es que ya no tiene la misma solidez que en 1978 cuando se planeó, ni las mismas esperanzas, ni idénticos fervores: la construcción amenaza ruina.
2) LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN QUE TENÍAN LA INICIATIVA EN 1978, YA NO LA TIENEN
En 1978 era fácil “crear” opinión pública. Bastaba con que los principales medios de comunicación se pusieran de acuerdo en los objetivos a alcanzar y, durante la transición no era difícil: existían tres grupos de prensa que dominaban el sector, PRISA, Cadena 16 y Cadena Z. Hoy, Cadena 16 ya no existe y las otras dos están en fase creciente de liquidación. La prensa convencional se ha derrumbado. La irrupción de la era digital ha sido uno de los factores, pero no el único. En general, los medios convencionales han apostado por su transformación digital, pero no han podido evitar que, especialmente en la derecha, aparecieran medios mucho más agresivos, con menos presupuestos, pero incomparablemente con menos gastos y más lectores; son los “tabloides digitales” de los que hablara Sánchez cuando todavía tenía el valor de decir que lo de Begoña era una fabulación.
La comunicación ha cambiado extraordinariamente en estos últimos 46 años. En realidad, no se parece en nada. Diarios que hace 15 años se jactaban de vender 750.000 ejemplares a la semana y 1.000.000 el domingo, hoy difícilmente logran vender menos de la décima parte. Internet ha irrumpido como una apisonadora. Y, a pesar de, inicialmente, el dominio de Facebook sobre las redes sociales, contribuyera a alimentar una opinión pública unívoca, la transformación de Twiter en “X”, ha ofrecido a los opositores al “nuevo orden mundial” y a la globalización, una tribuna no sometida a censura. Todo esto ha permitido reconstruir en los dos últimos años una opinión pública, más libre y, si bien es cierto que cada vez está más polarizada (y encabronada), también es cierto que el pensamiento “alternativo” y de oposición, va avanzando, mientras que el pedrosanchismo y el “viejo orden” reculan entre fakes e información sesgada. La “opinión pública” está dividida en tres sectores: “los que creen en criterios progresistas”, “los que creen en criterios conservadores” y “los que analizan, estudian y buscan” y estos últimos van alimentando el conservadurismo que se está imponiendo un poco por todo el antiguo Primer Mundo. Al querer quemar etapas, forzando sus medidas de ingeniería social, el progresismo se ha quemado así mismo. La victoria de Trump es la enésima demostración.
En España, la desaparición de los grupos mediáticos que apoyaron la transición, ha dado lugar a una doble contradicción: la que se da entre medios digitales y medios convencionales (TV, prensa impresa con desdoblamientos digitales) y la que se da en el interior del bloque digital. Los medios que buscan apuntalar el régimen son mayoritarios entre los medios convencionales (incluida la televisión): es lógico, se encuentran entre la espada y la pared, no han sabido adaptarse a la digitalización y su subsistencia depende en última instancia de las subvenciones que el régimen les ofrezca. Así pues, siempre -sean de derechas o de izquierdas- siempre apoyarán a una de las dos columnas del sistema: PP o PSOE. Si bien es cierto que, entre personas de cierta edad, todavía se ven canales genéricos de TV, lo cierto es que las audiencias de estos van disminuyendo alarmantemente. Hoy no tiene mucho sentido “controlar RTVE”, porque las audiencias de sus distintas cadenas y canales han llegado a mínimos históricos (8-9%). Las audiencias se han dispersado (un 12% de share se considera un “puntazo”, mientras que en 1975 el 100% de los espectadores veían la misma TV, presente en un 74% de los hogares) y los medios convencionales han perdido influencia.
La movilización a favor de los damnificados en la riada valenciana demuestra precisamente:
1) que se ha tratado de una movilización realizada al margen de los medios de comunicación convencionales (que solo han reaccionado en un segundo tiempo),
2) que determinados sectores de la sociedad civil han reaccionado antes incluso que las autoridades centrales y autonómicas (en especial, los jóvenes de Vox y los distintos grupos activistas de “ultraderecha”, todos ellos capaces de movilizar a través de “redes sociales” a la sociedad),
3) que se han difundido muchas más noticias e informaciones reales a través de “redes sociales” que de los medios de comunicación convencionales.
Sánchez es consciente desde los tiempos de la pandemia de que está perdiendo la batalla en este sector. Sus medidas para paliar este problema han ido en tres direcciones:
- subvencionar a “verificadores” (que obviamente solo estaban interesados en desmentir bulos -o no tan bulos- que iban contra el pedrosanchismo),
- alimentar a “tabloides digitales” propios (elplural, esDiario, etc),
- y a tratar de establecer orwellianas “medidas de regeneración democrática” (que, en realidad, son obstáculos a la libertad de expresión encaminadas a cortar la “disidencia digital” cada vez más abundante y con más seguidores).
Pero, la realidad es tozuda: el sistema se mantiene con un apoyo mediático muy mermado y eso genera que cada vez crezca más la insolidaridad de sectores cada vez más amplios de la población con el régimen. No existen medios de comunicación “creíbles”, sino solo aceptados por un sector u otro de la sociedad.
3) EN 1978 EXISTÍA UN SINCERO ANHELO ENTRE LA POBLACIÓN CON ENCONTRAR UNA “VÍA”
Salvo minorías a la derecha que creían que era posible perpetuar el franquismo tal como lo habían vivido desde 1939 y minorías de la izquierda que creían en una revolución a lo bolchevique o incluso a lo maoísta, lo cierto es que en 1975 existía cierto consenso social: era necesario garantizar “paz, trabajo y libertad”. El franquismo había traído paz y trabajo, quedaba pendiente lo de las libertades y ese fue el gran eslogan en el que creyeron buena parte de los españoles para aceptar abrir la vía a la transición. Era inevitable reconocer que ni el franquismo tenía capacidad ni convicción como para seguir con las mismas políticas que había seguido desde 1959, ni la “oposición democrática” tenía fuerza social suficiente para alcanzar el punto de “ruptura” al que querían llegar. La situación se prestó a “consensos”. Los consensos -incluso realizados con la mejor voluntad- llevaron a ambigüedades. Las ambigüedades a agujeros negros. Y los agujeros negros generaron los tres grandes problemas que hemos visto en la primera parte de este estudio. La reforma es, pues, hoy más necesaria que nunca: incluso más necesaria que en 1975.
En 2024 la sociedad española está completamente fracturada y, lo que es aún peor, esa fractura no se produce en un momento de crecimiento económica y bonanza, sino de crisis en todos los terrenos. Y no hay nadie en el timón: la clase política sigue preocupada por las próximas elecciones y por que su permanencia en el cargo durante unos años, baste para garantizarle su jubilación. No hay proyectos, no hay ideales, no hay valores, ni a la derecha, ni a la izquierda. Si los queremos buscar deberemos viajar a los “extremos” del arco político.
Tampoco hay posibilidad de reconstruir consensos, ni de encontrar puntos de encuentro. El único posible es entre PP y PSOE para evitar que el edificio constitucional se derrumbe. Y mientras permanezca Sánchez en Moncloa, ni siquiera es un consenso real: es, más bien, la zanahoria que se pone delante del hocico del asno para que siga adelante. Y es un zombie (un político muerto y enterrado en vida como el Pedro Sánchez) el que pone la zanahoria a un Feijóo y a un González Pons.
A esto se une que los “padres de la constitución” generaron un engendro inamovible: para modificarla haría falta el consenso de un 75% del parlamento, lo que, en las actuales circunstancias de polarización es imposible de obtener y al que solo podría alcanzarse mediante un eje PP-PSOE, la “gran coalición” recomendada por la UE y por el sentido común cuando todavía había tiempo (hasta las elecciones generales de 2019). Así pues, en última instancia, la gran contradicción que corre el riesgo de deshilachar completamente a España es entre una constitución que hace mucho tiempo ha dejado de funcionar y la imposibilidad constitucional de reformarla… Las esperanzas que teníamos en 1975 como nación y que compartían la mayor parte de españoles -por eso fue posible la transición- se han dilapidado y es absolutamente imposible, en las actuales circunstancias, generar nuevos consensos para reformar el sistema político.
4) ESPAÑA ERA UNA “POTENCIA ECONÓMICA”, HOY ES UNA “POTENCIA TURISTICA”
Poco a poco, el turismo se ha ido imponiendo como el primer recurso económico del país, anteponiéndose, primero a los ingresos procedentes del sector primario, luego al volumen total de negocios del sector industrial y ahora siendo el líder de las actividades del sector servicios. Ese es el papel, la “periferia”, al que nos ha relegado la UE. Algo mucho más lacerante, cuanto España podría ser el “granero de Europa” y cuando no era necesario renunciar a nuestra industria estratégica para “entrar en Europa”. Pero el gobierno de Felipe González no supo negociar bien el Tratado con la UE y, con posterioridad, el turismo -ese invento del franquismo- se convirtió en el eje de nuestra economía. La diferencia era que, mientras para el franquismo, era un sector más que, sobre todo, proporcionaba divisas, ahora se ha convertido en el sector esencial para nuestra supervivencia económica, a pesar de ser un sector de bajísimo valor añadido. Hoy, el gran drama de España es que no puede prescindir del turismo, pero está más que claro que con la curva ascendente de la delincuencia, el turismo no podrá mantenerse eternamente: o bien se corta en seco la entrada de delincuencia extranjera, o esta se encargará de demostrar a los turistas que Marruecos no solo es más barato, más exótico, sino que ¡los delincuentes marroquíes operan en España!
Y, en las actuales circunstancias, España no puede sobrevivir económicamente, precisa una reindustrialización y una revitalización de nuestra agricultura, elementos que pasan a través de una renegociación con la UE que el PSOE no está interesado en dar y que el PP ni siquiera es consciente de que hay que forzar. No se pagarán los dos billones de euros que deberá España al finalizar el año 2025 con turistas atraídos por latas de cerveza a 0’33 €.
En 1975, España era un país industrializado. Habían bastado 20 años para pasar del subdesarrollo a la séptima potencia industrial. Hoy somos la catorceava. Y lo peor es que formamos parte de un barco a la deriva, la UE (que en 1975 era el paraíso de los tecnócratas y que hoy es el destino de los aventureros políticos y la pata europea de una globalización que ya se ha desintegrado pero en la que la UE sigue creyendo…).
5) SE HA DEMOSTRADO QUE LAS AUTONOMÍAS “HISTORICAS” ERAN EXCUSAS
Estas líneas han sido desencadenadas por la absurda afirmación de Feijóo sobre las “excelencias” del malhadado “Estado de las Autonomías”. Una mentira mil veces repetida no deja de ser una mentira, y más en este caso, en el que resulta suicida. Inicialmente, los únicos interesados en el “Estado de las Autonomías” fueron los nacionalistas. Pero el nacionalismo tiene un límite: el independentismo. Todo pequeño nacionalismo que no desembocara en el independentismo no es consecuente con su razonamiento inicial: si Cataluña es una “nación”, el destino de las naciones no es más que la independencia…
Cuando PP y PSOE comprobaron que su abundante clase política interesada y oportunista podría ser colocada en 17 pequeñas comunidades autónomas y, además, así se “descentralizaban” responsabilidades (como está ocurriendo dramáticamente en Valencia en donde no está claro cuál es el centro de imputación: si el responsable de la masacre es el gobierno autonómico o el central) optaron por ensalzar hasta los cielos a la peor lacra que ha caído sobre este país: la descentralización autonómica. Ahora, cuando ya sabemos que las primeras autonomías fueron meras excusas de los nacionalistas para avanzar unos pasos hacia la independencia de sus ficciones nacionales, cabe preguntarse si es políticamente aconsejable, económicamente viable y moralmente tolerable el seguir con esta ficción y si, por el contrario, la salida más simple a la necesidad de “achicar el Estado”, no será liquidar esos entes inservibles para todo salvo para alimentar a la burocracia de los partidos. En 1978, todos nos engañamos, pero hoy sabemos que una cosa es la “descentralización del Estado” y otro la “descentralización del Estado de las Autonomías burocráticas y faraónicas”. Una cosa es descentralizar y otra desvertebrar. Descentralizar no es crear 17 fotocopias reducidas del Estado en 17 taifas que funcionan igual de mal y sometidas a los mismos problemas que la matriz. Hoy, España es el ejemplo para el mundo de que la descentralización no es siempre la mejor opción. En 1998 un proyecto de descentralización en Portugal fue rechazado en referéndum porque se puso como ejemplo a España… Sólo los que viven de cada autonomía regional apoyan su existencia.
6) UNA CUARTA PARTE DE RESIDENTES EN ESPAÑA HAN NACIDO EN EL EXTRANJERO
Los españoles nos reconocíamos y reconocíamos a los extranjeros. Sabíamos quiénes éramos y cuál era nuestra identidad. Éramos conscientes de cómo era el paisaje de nuestras calles y pueblos. Incluso estábamos orgullosos de que nuestra identidad tuviera prolongaciones en Iberoamérica y que compartiéramos un idioma hablado por 600 millones de personas y que nuestros hijos fueran educados en ese idioma y lo dominaran. Mayoritariamente, éramos un país católico, con un grado de libertad suficiente como para que otras religiones disidentes del catolicismo pudieran celebrar sus cultos. Sabíamos que en nuestras calles íbamos a contemplar a gentes parecidas a nosotros. No impedíamos a otros que vivieran aquí, pero implícitamente les aceptábamos porque ellos seguían el “donde fueres haz lo que vieres”. Esto ha variado y pertenece a una España que ha dejado de existir.
Las reformas de la Ley de Extranjería realizadas desde los últimos años del felipismo, luego el modelo económico de Aznar y finalmente, las locuras “mundialistas” de Zapatero y su “diálogo de civilizaciones”, unido al desinterés, a la ambigüedad del PP en la materia, y a la necesidad del PSOE de generar “votantes de sustitución” nacionalizando a gentes que ni siquiera tenían un conocimiento del idioma y no digamos de nuestra cultura, todo ello, ha tenido como resultado que hoy entre un 22 y un 28% de los residentes en el territorio nacional o hayan nacido en el extranjero o sean hijos de extranjeros. La lógica, en las actuales circunstancias, dice que debería haberse permitido el acceso a aquellos que no creaban problemas y cerrado el país a cal y canto a quienes lo creaban. Lamentable e irreversiblemente, se ha hecho todo lo contrario.
El sistema perverso alimentado especialmente por el pedrosanchismo basado en “subvenciones – okupaciones – ocultaciones” se ha impuesto: las subvenciones generan un “efecto llamada” creciente, las okupaciones permiten que sea el sector privado el que esté forzado a sustituir a la obligación del Estado de crear viviendas, finalmente, la “ocultación” consiste en tapar los delitos cometidos por extranjeros a costa de hacer visibles cada vez más, los delitos cometidos por españoles y, en segundo lugar, falsear las estadísticas de delincuencia (algo que cada vez tiene un impacto más negativo a la vista de los datos ofrecidos en redes sociales).
Salimos a la calle y no reconocemos el paisaje de nuestras ciudades. La delincuencia, el peligro y la fealdad se han instalado entre nosotros. Nuestros hijos ya no pueden tener una formación en historia que podría hacerles desconfiar de chilabas y velos islámicos. Y, ni siquiera somos conscientes de las intenciones de los recién llegados, aparte de vivir de subsidios: cuando se conocen determinados aspectos del islam, asusta pensar que entre nosotros viven entre dos y tres millones de originarios de países musulmanes que no solamente visten, sino que piensan de manera muy diferente y para los que es normal lo que para nosotros son simples aberraciones.
Si España pudo vivir la existencia de un Estado homogéneo fue precisamente por que en el siglo XVI se produjo la expulsión de los moriscos y evitamos tensiones religiosas que han concluido en masacres recientemente en los Balcanes. En 1975, España era una nación cultural, religiosa y étnicamente europea. Hoy algunos están orgullosos de pertenecen a un Estado multiétnico, multicultural, multilingüístico y multirreligioso, sin preguntarse si ello es viable o inviable, y cuando todos los indicadores sugieran a las claras, precisamente, su inviabilidad.
PP Y PSOE Y LAS “CUATRO ESPAÑAS”
Es inútil -y hasta cierto punto injusto- responsabilizar al PSOE solamente del “estado de catástrofe económico-política” en el que se encuentra España. Si dos son las columnas del régimen, dos son también los responsables de lo que está ocurriendo. Y lo han sido siempre. Durante el “aznarato” (1996 a 2004) se pudo reformar aquellos aspectos del Estado que se había demostrado durante el felipismo que no funcionaban (educación, autonomías, pacto con la UE), pero se hizo justo lo contrario: “Yo, en familia, hablo catalán” dijo el presidente para justificar lo intocable del “Estado de las Autonomías” y apoyarse en la corrupción pujolista; se renunció a la expulsión de ilegales o a la reforma de la educación, se creó una economía basada en construcción, salarios bajos, acceso fácil al crédito e inmigración masiva, un modelo suicida como se demostró en la crisis de 2008-2011. Rajoy centró sus esfuerzos en reconstruir la economía y evitar la intervención directa de la UE, pero olvidó todos los demás terrenos, como si no tuvieran que ver en el futuro del Estado, de la Nación y de la sociedad. Con Sánchez llegó a Moncloa, la clase política ya había sufrido un lento proceso de degradación que generó el que individuos mediocres, con problemas psicológicos de manual, ocuparan lugares vacíos, hasta La Moncloa. En el fondo, el único asesor que hubiera debido contratar Sánchez, y se hubiera ahorrado los salarios de los otros 800, era un buen psiquiatra.
Y ahora, tenemos tantos frentes abiertos de corrupción que resulta imposible pensar que Sánchez va a salir impune de todos ellos. A eso se suma, la “gota fría” valenciana que ha puesto de evidencia la inviabilidad del Estado de las Autonomías y genera náuseas sobre la existencia de las “cuatro Españas”:
1) de la “España socialista” que cree que el Estado no tiene que hacer nada, salvo esperar a que le pidan ayuda;
2) la “España pepera” que cree que las autonomías deben dejar paso al Estado en caso de catástrofe natural;
3) la “España carroñera”, protagonizada por extrema-izquierda e indepes o pancatalanistas que aprovecha la más mínima ocasión para sacar sus pancartas; y, finalmente,
4) la “España solidaria” que es la que desde hace casi 15 días se está volcando en ayuda a los damnificados y que, mira por dónde, su eje mayoritario está formado por los jóvenes de Vox y por grupos considerados de “ultraderecha”. Y vale la pena citarlos también; de hecho, es una obligación citarlos: España 2000 (el mejor asentado en la comunidad valenciana con militantes en las zonas afectadas), Hacer Nación, Núcleo Nacional, Falange Española, FACTA, y círculos provinciales del mismo ambiente político. Sería injusto no recordar también que, desde el otro extremo, el Frente Obrero se ha movilizado (como “excepción de izquierdas”) en favor de los damnificados.
Y estos grupos están dando una lección que este país no puede olvidar: lección a los gobiernos central y autonómico, lección a la extrema-izquierda y a las ONGs de salón incluida Cruz Roja (¡qué bajo ha caído!), lección dada a una ultraizquierda “que no está para mancharse de barro”. Ninguno de estos grupos esperó reacciones del gobierno autonómico, órdenes del gobierno central: simplemente se movilizaron desde el minuto uno en el que tuvieron conocimiento del desastre.
Sean cuales sean las responsabilidades que, antes o después, se depurarán sobre esta catástrofe, lo que parece claro es que hemos llegado a este punto porque dos partidos cómplices de todo lo que ha ocurrido en España en los últimos 46 años, siguen siéndolo. Su “lucha” es un combate de boxeo con tongo. Un espectáculo inmoral e insoportable. Romper con él, significa reconocer los grandes problemas de nuestra sociedad. Los dos cómplices solidarios jamás lo harán: sería reconocer que ellos han sido los causantes de la centrifugación autonómica, de la desindustrialización del país, de la corrupción generalizada, de la inmigración masiva y del desastre educación y de la sanidad.
La solución no está ni en el PP ni en el PSOE: la solución está fuera y contra estas dos siglas de la infamia. La solución no está en la constitución, sino en la reforma de la misma. Porque las costuras económicas, sociales, políticas y étnicas del país no van a resistir eternamente.