La catástrofe valenciana ha hecho que estuviéramos pendientes de nuestra amigos en la zona y no hayamos podido elaborar una valoración sobre las elecciones norteamericanas. Ahora solo queda constatar la victoria de Donald Trump y no por un pequeño margen de votos, sino que el resultado ha supuesto una verdadera paliza electoral para Kamala Harris. No ha ocurrido como en 2019, cuando la victoria de Biden fue por los pelos y con el inequívoco aroma a fraude electoral que comportó, como reacción, la ocupación del Capitolio. Lo único que puede cuestionarse es sobre si Trump ha ganado por méritos propios o si el electorado se ha arrojado en sus brazos como rechazo a las letanías de “Kemala” Harris. Hay una serie de puntos que vale la pena tener en cuenta: ¿POR QUÉ HA VENCIDO TRUMP? y ¿CUÁL VA A SER SU POLÍTICA?
1. LAS TRES RAZONES QUE EXPLICAN LA VICTORIA
a. Mala estrategia del Partido Demócrata.-
Biden demostró ante toda la nación que no estaba en condiciones de asumir la presidencia del país más poderoso del mundo. El elector (y el comunicador) consciente de la realidad, sabía que, no en esta campaña electoral, sino ya en la de 2019, Biden acumulaba problemas neurológicos y deterioro cognitivo. Era imposible que pudiera presentarse a un nuevo mandato, cuando ya toda la nación había visto vídeos sobre sus problemas. Inicialmente, los demócratas colocarán a su lado a “Kemala” Harris para promocionarla presentarla como candidata cuando terminara el mandato de Biden. Pero, el problema es que, en EEUU el cargo de vicepresidente es casi honorífico y, para colmo, durante los tres primeros años de gobierno de la nueva administración, la vicepresidente se convirtió en el personaje más impopular del país, incluso entre la comunidad “de color”. Cuando tras el debate electoral Biden se derrumbó, ya no había tiempo -faltaban poco más de 100 días para las elecciones- para “construir” un nuevo candidato y fue entonces cuando, por iniciativa, del matrimonio Obama, “Kemala” fue nombrada candidata… Había dos problemas: en primer lugar, el reconocimiento de que Biden estaba muy tocado por su enfermedad (¡pero seguía siendo presidente de los EEUU!) y su gestión había sido catastrófica, por tanto, cualquier candidato que estuviera comprometido con ella, era cómplice del fracaso. Ocurrió algo parecido a lo que había pasado en Argentina en 2023, cuando Milei venció con facilidad a Sergio Masa ¡Ministro de Economía del anterior gobierno…! Masa era responsable de haber dado unas cuantas paletadas más a la tumba de la economía argentina. Era, en todos los posibles, el candidato más débil para enfrentarse al aluvión Milei. En EEUU ha ocurrido exactamente lo mismo. Este error estratégico (no preparar un candidato de reemplazo desde el minuto uno en el que las encuestas demostraron al Partido Demócrata que “Kemala” era una mala opción y no tener el valor de plantear a Biden que ya no estaba en condiciones de un segundo mandato…
b. Los demócratas no han distinguido entre la “América real” y la “América progresista”.
La “América real”, en los cuatro años de gobierno de Biden, ha experimentado una merma notable en sus condiciones de vida, sufriendo un 30% de inflación. Su capacidad adquisitiva hoy es un tercio menor de lo que era en 2019. La esperanza de los demócratas era que la población, machacada por la publicidad asfixiante sobre “el cambio climático”, “el wokismo”, “la corrección política”, “la Agenda 2030”, “las ideologías de género”, respondiera como se esperaba de ella: apoyando cualquier causa “progresista”. Si los EEUU han sido la nación en la que el “progreso” ha sido, históricamente, más rápido, pensaban que nada había cambiado y que, ahora, cualquier programa que oliera a “progreso”, sería apoyado por los votantes. En realidad, ha ocurrido todo lo contrario. Los finos estilistas de la intelectualidad demócrata, los “comunicadores”, los pro-hombres woke de Hollywood y sus stars, los Bill Gates y los Zurckerberg, los “ingenieros sociales”, los fanáticos de la eutanasia y los abortistas obsesionados, han articulado un discurso que solamente interesa a ínfimas minorías y consigue hartar a esa población que ve, como sus posibilidades de consumo decaen más y más. Y en las elecciones norteamericanas, lo que se vota no son grandes proyectos de “ingeniería social”, sino modelos de gestión económica del país. Y, en este terreno, los demócratas tienen todas las de perder: su imagen está caracterizada por el despilfarro, los desfases presupuestarios, los grupos étnico-sociales ultrasubvencionados, y todo esto repugna al americano medio. Trump, simplemente, ha propuesto -como ya lo hizo en su anterior fase presidencial- el “América ante todo”: menos ayudas exteriores, menos subvenciones, mas industria y, en definitiva, abordar un proceso de reconstrucción nacional. “Kemala” Harris aparecía como la heredera de Biden y de sus peores fracasos.
c. Los trabajadores, blancos, negros e hispanos, han abandonado a los demócratas.
La esperanza del Partido Demócrata era que las clases trabajadoras apoyaran su candidatura, en especial las minorías étnicas. Pero, también en esto ha ocurrido justo lo contrario. En tanto que grupos sociales que se ganan la vida con la fuerza de su trabajo a cambio de salarios que, en otro tiempo les permitían vivir y que ahora no han soportado el 30% de inflación, lo que cuenta para negros y para hispanos, es el éxito o el fracaso en la gestión del gobierno, no las consignas de “ingeniería social” que proclamaban “Kemala” y sus acólitos. De hecho, uno de los fracasos de su candidatura se ha debido a la ausencia completa de respuestas cuando se le ha preguntado en el curso de ruedas de prensa por su “programa económico”: simplemente, éste no existía. La candidata se iba por las ramas, respondía recordando que cuando era niña visitaba la antigua plantación en la que habían trabajado como esclavos ascendientes de su padre… ¡hace 164 años! La sensación que transmitía es que ni entendía de economía, ni le interesaba, ni se había preocupado por informarse. Así pues, tras el abandono de los trabajadores blancos (que empezó en los años 70), el Partido Demócrata se vio abandonado por los negros que disponen de un trabajo y no se resignan a vivir subsidiados y, finalmente, por la creciente minoría hispana (que, por cierto, ya no es una “minoría”: uno de cada cinco residentes en los EEUU, es hispano) que, lejos de compartir los ideales “progresistas” y las propuestas de “ingeniería social”, siguen afectos a su lengua (es castellano), a su religión (el catolicismo) y a su concepción de la sociedad (la familia como base). La suma de ecolocos, LGTBIQ+, de estrellas de Hollywood implicados en el “caso Puf Daddy” (rapero que construyó una red de pedofilia y trata de blancas al servicio de la meca del cine), de ideólogos LGTBIQ+ trastornados, de abortistas y demás, ha ido generando vacío a su alrededor. Un vacío que la facción dominante en el Partido Demócrata, creyendo que detenta una “superioridad moral” por la defensa de “causas justas”, no ha advertido que las clases trabajadoras de cualquier grupo étnico, no solo eran refractarias, sino especialmente hostiles a todas estas temáticas (como por lo demás ya se notó en la anterior campaña electoral).
Estas tres causas, por encima de cualquier otra de carácter local, explican la abultadísima victoria de Trump.
2. Y, A PARTIR DE AHORA ¿QUÉ?
La derrota de Kamala Harris (hasta ahora hemos utilizado el “Kemala” que en castellano tiene un doble significado: como “mala” candidata y como promotoras de “malas” propuestas) estaba cantada desde el principio. Lo sabía el stablishment y, precisamente por eso, estas elecciones han sido “accidentadas” como reconoce la prensa. Pero esos “accidentes” han sido unívocos: solamente Donald Trump ha sido objeto de tres atentados frustrados, mientras que lo único que le ha caído a su oponente han sido insultos (más o menos, merecidos). Hay diferencias sobre los “accidentes”. No creemos que el stablishment se conforme con el resultado, especialmente el complejo petrolero-militar-industrial. Sabemos lo que ocurrió con Kennedy e intuimos lo que puede ocurrir a partir de ahora en cualquier momento. Si lo han intentado, con más razón, volverán a intentarlo ahora, especialmente, cuando Trump llega a la presidencia, no como en 2017 cuando comenzó su primera presidencia. Ahora llega con doble rabia: con la sensación de que hace cuatro años le robaron las elecciones y con el resentimiento de que el stablishment ha intentado matarlo (y, no se olvide, que sobre el primer atentado frustrado han recaído graves sospechas de negligencia sobre el Servicio Secreto).
Los cinco frentes sobre los que va a gravitar su programa presidencial parecen claros:
1) En política interior:
“American First”, un trabajo de reconstrucción industrial
Trump, en su primer mandato, ya fue un obstáculo para la globalización; los hechos le han dado la razón: el conflicto ucraniano ha roto en dos el mundo y, en estas condiciones, la globalización pertenece al pasado, tanto como el unilateralismo norteamericano de (1989-2001), el bilateralismo propio de la Guerra Fría (1948-1989). La globalización (2001-2022) ha muerto. Las promesas de establecer aranceles para defender a la industria automovilística USA frente a la china, permiten pensar que, en este segundo mandato de Trump, asistiremos al entierro definitivo de la globalización. Trump no ha hecho nada más que encarnar el tradicional aislacionismo del granjero norteamericano preocupado solamente por sus animales, sus campos y su producción, consciente de que en el otro extremo del mundo no van a trabajar para él. Es significativo que, junto a él, el elemento más activo de su campaña electoral ha sido Elon Musk… y la mayor parte de Sillicon Valley, con las excepciones de Bill Gates y Mark Zurkerberg. Trump, no solo apuesta -contrariamente a lo que se pensaba- por una “reconstrucción” basada en los elementos propios de la Segunda Revolución Industrial, sino de la Cuarta: las nuevas tecnologías. Y el experimento puede tener trascendencia histórica: “valores patrióticos” y “progreso tecnológico”, en lugar de “progreso sin valores” (o “progreso” con anti-valores, propuesto por “Kemala”).
2) En política social:
Generar empleo reconstruyendo infraestructuras
A EEUU le ha pasado lo que a todos los grandes imperios: al dilatar sus líneas de comunicación, al tener que estar presente en múltiples frentes, han terminado por debilitarse y dejar de ser “rentables”. Ha pasado con todos los imperios, desde Alejandro Magno a las puertas de la India, pasando por el Imperio Español, el inglés, incluso el de los Zares. A fuerza mirar hacia fuera, de cumplir la fantasía del “destino manifiesto”, de considerarse heraldo y campeón de las “democracias”, a medida que sus presidentes iban implicando al país en más y más conflictos (de hecho, sólo Trump ha demostrado en su primer mandato ser un presidente “pacifista” y no abrir más guerras, algo sobre el que los “pacifistas” deberían meditar), el “imperio” se debilitaba y solamente el complejo petrolero-militar-industrial se fortalecía. El debilitamiento de un imperio va parejo a la precarización de las condiciones de vida en su centro. Trump, con cierto primitivismo de ideas, lo advirtió en 2015 y desde entonces ha proclamado su “América primero”: esto implica inversiones en infraestructuras que sean rentables, mejora en las condiciones de vida, creación de puestos de trabajo en el sector industrial (donde son duraderos) y no centrarse en el sector servicios (empleos mayoritariamente temporales). Y esto, por encima de todo. Solo así se dará trabajo a los parados, tranquilidad al ciudadano, posibilidades de invertir en su futuro, y la “ciudad sobre la colina” de la que hablaban en el XIX los “profetas de la grandeza americana”, será una realidad y la “envidia de las naciones”. Tal es la política de Trump.
3) En política de defensa:
Aislacionismo: el que quiera defensa que se la pague
Esta política se traduce en un aislacionismo, más o menos, declarado. Esto implica que aumentará la desconexión de los EEUU con los organismos internacionales, incluida la ONU y sus agencias (especialmente con la UNESCO). Trump rechaza tácitamente la Agenda 2030: nada de su programa coincide con absolutamente ninguna de sus propuestas. Y la “defensa común”, esto es la OTAN, tampoco le interesa excesivamente. Trump, desprecia a Europa y se refiere a la Unión Europea con palabras y frases irónicas… Nosotros sabemos que “Europa”, no es la UE, éste es, más bien, la “Europa oficial”, en absoluto la “real”. Y es a esta “Europa oficial” a la que Trump le dice: “¿queréis defensa? Pagárosla”, “¿queréis OTAN? Aumentar vuestro presupuesto de defensa, porque nosotros no vamos a hacerlo”, “¿queréis jugar con fuego provocando a la URSS? Ánimo y suerte. No es nuestra partida”. En cierto sentido, la llegada de Trump al poder es un estímulo para nuevos partidos políticos, despectivamente llamados “populistas”, que proponen en los distintos países europeos, propuestas relativamente similares a las de Trump. Desarma, por otra parte, a quienes dicen que Trump es una “amenaza para las democracias”: en realidad, cada vez más europeos somos impermeables a este tipo de propaganda “progresista”. Trump estuvo cuatro años en el poder y la democracia norteamericana no se vio amenazada en ningún momento. Gobiernos como el inglés se van a sentir muy solos en los próximos años: con los conservadores perdidos entre sus prejuicios y fracasos, dirigido por un indio hasta ser sustituido por una nigeriana, todo induce a pensar que Nigel Farage, a poco que él mismo se tome en serio, está llamado a ser el “Trump británico”. En cualquier caso, los problemas de Inglaterra (no de Escocia, ni de Gales y que solo comparte con el Ulster) son aun más graves que los de EEUU. Gobiernos como el de Sánchez y Macron ya no saben dónde mirar y la coalición “multicolor” alemana está empezando a darse cuenta de que es inviable en una Alemania empobrecida, en recesión y con zonas completamente islamizadas. Ni un solo país europeo, es capaz, en estos momentos, de aumentar significativamente su gasto de defensa, ni mucho menos de acometer proyectos de “defensa común”. España, sin ir más lejos, está a punto del sorpasso en defensa por parte de Marruecos…
4) En política exterior:
Tirón de orejas a Zelensky y fin del conflicto ucraniano
En estos momentos, el jefe de Estado que está más en la cuerda floja es Volodímir Zelensky. Su guerra puede darse por concluida. Todo lo que no reciba en ayuda militar antes de la toma de posesión de Trump en enero de 2025, no lo recibirá jamás, salvo quizás como préstamos que deberá devolver. La UE ha jugado a favor de Zelensky y, simplemente, ha perdido. Ahora le va a tocar -a una UE en crisis, desacelerada y paralizada en política internacional- pagar las fases finales de la guerra. Trump ha sido muy claro sobre esta cuestión: “las partes tienen que sentarse a negociar la paz y Zelensky debe empezar a darse cuenta de que tendrá que realizar cesiones territoriales y políticas”. Rusia, ha ganado el conflicto (como no podía ser de otra manera). Las últimas ofensivas ucranianas tenían como único objetivo, mejorar la posición de Zelensky de cara a unas negociaciones: pero han fracasado. Con Biden (esto es, con el complejo petrolero-militar-industrial) era posible alimentar la carnicería con nuevas promociones de combatientes quemados por la ambición de Zelensky de integrarse en la OTAN y en la UE, armados por los EEUU y, en menor medida, por chatarra europea (recuérdese Leopard españoles fuera de servicio y oxidados). Y en Ucrania todos saben cuál es la nueva situación: ya no habrá nuevas ofensivas y si Zelensky en su locura suicida las propone, los soldados del frente no estarán motivados: a nadie le gusta morir en las últimas fases de un conflicto perdido. Nos atrevemos a prever que, la población ucraniana reaccionará mal al final de conflicto: Zelensky corre el riesgo de quedarse atrapado en el país cuando se vea obligado a firmar la pérdida de las provincias del Dombass, de buena parte de la costa del mar de Azov y del mar Negro. En este momento debe estar valorando su refugiarse en Canadá o en Francia, cuando reconozca las pérdidas territoriales. Y Trump, no le va a dar la posibilidad de que prolongue unos meses más la resistencia numantina u organice nuevas ofensivas que solamente tienen éxito allí donde los rusos no tienen interés en esos territorios. Por supuesto, nada de fricciones con Rusia, mientras que con China reducción del desencuentro a la cuestión de los aranceles. Tal es el plan de Trump en política exterior.
5) En política de Oriente Medio:
Mantenimiento de la alianza con Israel.
Otra zona de conflictos, Oriente Medio, va a experimentar repercusiones importantes. Trump no ha ocultado su apoyo a Israel. La guerra que tiene declarado el Estado judío contra Hamas y Hezbolá, no va a parar hasta que dejen de ser un riesgo para Israel. Netanyahu, es un antiguo soldado de élite y los soldados saben que los problemas se resuelven cuando el enemigo está aplastado y sin posibilidades de reaccionar para siempre. Hoy, la única posibilidad de supervivencia de estos grupos radica en el apoyo que pueda llegarles de Irán. A pesar de la propaganda negativa que llega a Occidente sobre Irán, el “país de los Ayatolahs” es, quizás el más cultivado de Oriente Medio, y sus ministros no son fanáticos islamistas estilo wahabita, sino profesionales doctorados en las mejores universidades del mundo. La respuesta dada por Irán a las operaciones israelíes en su territorio, han sido limitadas (y viceversa), guiadas solamente por la voluntad de Teherán de liderar al mundo árabe (en competencia con Turquía y con Arabia Saudí), y no, desde luego, con la intención de declarar una guerra que inflamaría la zona. El cambio de gobierno en Washington induce a pensar que el apoyo de EEUU a Israel en esta nueva fase del conflicto no será tímida, sino decidida, factor que, por sí mismo, contribuirá todavía más al arrinconamiento de la “causa palestina” (incluso dentro del mundo árabe). Y estos no son tiempos en los que el gobierno alemán permita la entrada en la UE de 1.000.000 de palestinos. Son tiempos en los que, tanto en Europa como en EEUU, se va a pedir a los países árabes que asuman el destino de 2.000.000 de refugiados palestinos.
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Por sí misma, la victoria de Trump no confirma un “cambio de tendencia”, es, por el contrario, un factor más de un nuevo curso que se inició hace tres años: los pobres y desinformados tertulianos que salen por esos canales de televisión que cada día pierden más y más audiencia, parecen no advertir que su “progresismo” nunca ha sido mayoritario entre las poblaciones. Y ahora tampoco lo es entre los gobiernos. Sus dogmas de fe (el “cambio climático”, la “Agenda 2030”, el pack LGTBIQ+, el wokismo, la corrección política y todo lo que portan sus valijas) son cada vez más minoritarios y no han traído nada bueno salvo aumentar el rechazo. Precisamente, el error del “progresismo” ha sido querer pisar el acelerador, forzar las medidas de “ingeniería social” y el resultado de la promoción del transexualismo, del wokismo y de la corrección política, tras haber generado una reacción en contra, ahora corren el riesgo de que esta se extiende a cualquier otro mito “progresista”. Un Trump con mayoría absoluta en las dos cámaras y en la Corte Suprema, vuelve al poder con rabia y con ganas de ajustar cuentas con quienes han querido matarle y juzga que le robaron la victoria en 2019. Las consultas electorales que se van a celebrar, tanto en Europa como en los países iberoamericanos, no dejan muchas esperanzas a los “progres”, hasta el punto de que proyectos como la “Agenda 2030” y las coñas sobra la “transición energética” (garantía de empobrecimiento de los países que lo aplican) van a quedar en entredicho.
Y la pregunta es la misma que hoy se están formulando los dirigentes del Partido Demócrata de los EEUU: ¿Qué nuevo mito se puede presentar para combatir al conservadurismo? Caído el marxismo, empantanada la socialdemocracia entre corruptelas y malas gestiones, ¿qué carnaza puede arrojar el progresismo a los electores para que muerdan y deglutan? Ni siquiera la constelación de actores de Hollywood y raperos, han conseguido con sus declaraciones de apoyo, comprados a precio de oro, hacer olvidar el fracaso de todas, absolutamente de todas las propuestas progresistas.
Y ese vacío, la falta de alternativas, es lo que nos permite pensar que optarán por una radicalización aún más extrema: la típica fuga adelante del desesperado que no comprende cómo el elector, incluso con el cerebro lavado, no asume la “superioridad moral” de quien proclama la idea del "progreso". Anclado en esa idea delirante tirarán a matar (simbólica y físicamente) contra sus adversarios más visibles. Trump, por su parte, tiene en estos momentos buenas armas para demostrar la cloaca moral en la que se mueve el mesianismo progresista: ahí está el “caso Puff Daddy” del que apenas se ha hablado en España, o el “caso Epstein” que durante el gobierno Biden ha estado prácticamente sometido a cerrojazo informativo. Trump tenderá a demostrar que el “progresismo”, además de ineficiente en la gestión del poder, además de alucinado en sus propuestas sobre “educación sexual”, “cambio climático” y demás, tiene entre sus filas a un altísimo número de pedófilos, maníacos sexuales y degenerados viciosos… ¿O es que os creéis que solamente la “primera dama” española cobraba servicios en las saunas gays de papá?