lunes, 28 de enero de 2019

365 QUEJÍOS (257) – FALANGE, LA GUARDIA DE HIERRO Y EL HOMBRE NUEVO


Uno de los aspectos más interesantes del fascismo rumano es que, más que cualquier otra forma de esta variedad política, predicó la “formación del hombre nuevo”. No era, exactamente, lo que había dicho Nietzsche sobre el Übermensch, ni tenía nada que ver con el modelo capaz de construir sus propios valores, que sólo cree en lo real y en lo que puede ver. Como se sabe, el fascismo rumano tenía un sustrato eminentemente religioso y sus valores eran incompatibles con los de Nietzsche. La Guardia de Hierro de Corneliu Codreanu, tomaba la idea del “hombre nuevo” de la antigua Roma: el “homo novus”.

En efecto, en la antigua Roma republicana se designaba así a los primeros de entre el propio linaje que servían al Senado y podían ser elegidos como cónsules. Cuando un patricio entraba en la vida pública se decía de él que era un “homo novus”. Esta condición se adquiría al jurar su cargo. Entrar en el Senado equivalía a un “nuevo nacimiento”. La idea básica era que el hecho del nacimiento, incluso, aunque se produjera en una familia patricia, no suponía que el nuevo miembro de la comunidad “estuviera completo”: necesitaba perfeccionarse hasta adquirir la condición de “re-nacido”, esto es de “homo novus”. Un concepto parecido era el que defendieron los fascismos y, más concretamente, el fascismo rumano, de entre todos los de su variedad, el que insistió más en este concepto.

En las facultades de historia contemporánea, todavía no se ha entendido correctamente lo que significaba la propuesta de un “hombre nuevo”. En el Seminario Inter-universitario de Investigadores del Fascismo, Jesús Casquete de la Universidad del País Vasco, reducía prácticamente el tema al culto laido a los “mártires”, es decir, a uno de los aspectos del ritualismo fascista que tenia mucho que ver con la “mística fascista”. Pero el concepto de “hombre nuevo” iba mucho más allá y no tenía, en realidad, nada que ver con los muertos, sino con la propuesta que realizaban estos movimientos a la sociedad.

Este concepto no aparece en la doctrina joseantoniana, por ejemplo, en la medida en que el modelo ideal de hombre para José Antonio era el católico que, unía a su condición religiosa, un sentido social y un sentido patriótico que, en la médula de su pensamiento unía estrechamente a los valores católicos. En Mi Lucha, ni en las Obras Completas de Hitler aparece ninguna referencia al “hombre nuevo”, sin embargo, en el Michael de Goebbels, novela escrita en 1929, hay algunas alusiones interesantes: el “trabajo” es lo que forjará al hombre nuevo, el trabajo en favor de la comunidad, el trabajo como forma de superación, el trabajo considerado como sacrificio en favor de un proyecto, la anulación del individuo en beneficio de su comunidad. Obviamente, había mucho romanticismo en las líneas que Goebbels escribió justo cuando se hizo cargo de la sección berlinesa del NSDAP, pero apunta a la misma dirección que otros fascismos.

Dentro del fascismo rumano, la idea del “hombre nuevo” estuvo presente en Codreanu, pero sobre todo en su adjunto Ion Motza, muerto en la guerra civil español en el frente de Madrid. Ambos plantearon que el propósito de la Guardia de Hierro no era alcanzar el poder. En realidad, para ellos, el poder era solamente un medio para alcanzar un fin, la realidad de un nuevo orden que transformara sustancialmente al ser humana y le transmutara -por emplear conceptos de Nietzsche- todos los valores que había tenido hasta ese momento. La organización política y, más en concreto, la célula básica, el “Cuib” en la jerga legionaria, esto es, “el nido”, debía de ser el laboratorio para ese “hombre nuevo” que, luego, una vez en el poder, podía extenderse a toda la sociedad y superar al “homo economicus” traído por el liberalismo y la modernidad.


Lo esencial del “hombre nuevo” era su intento de anular su propia individualidad: renunciar a su ego y poner su personalidad al servicio de su pueblo. El ego es lo que nos separa de lo Absoluto, una vida que traslade su eje desde lo contingente a lo trascendente, implicaba para Codreanu y para los suyos el tránsito del “viejo hombre”, a una forma humana renovada que había dejado atrás todos los lastres egoístas propios del individualismo burgués y todos los deseos de revancha social que acompañaban al colectivismo bolchevique.

La pregunta que cabe realizar es si se trataba solamente de una proclama retórica o, más bien, era una línea de actuación. El propio Codreanu, no tuvo ningún inconveniente en disparar y matar al prefecto que había impulsado la persecución de la Guardia de Hierro en octubre de 1924. Luego, en 1933, cuando un grupo de miembro del partido asesinaron a al primer ministro Ion Duca, no fue la policía quienes los detuvo, sino ellos mismos los que se entregaron voluntaria y deliberadamente, aun a sabiendas de que eso implicaba una segura condena muy severa. Y otro tanto ocurrió cuando otros legionarios asesinaron a Armand Calinescu, igualmente caracterizado como represor y partidario de la alianza de Rumania con Francia e la URSS. En todos estos casos, los miembros de la Guardia de Hierro actuaron a sabiendas de que la ley de Dios les impedía matar y, por tanto, aceptaban entregarse a la justicia civil para cumplir con los castigos previstos por la ley y asumir lo antes posible el juicio de Dios. Así pues, Codreanu y Motza supieron transmitir a sus militantes y vivir ellos mismos la idea de la autoinmolación y del sacrificio por una causa que estaba más allá de sus dimensiones humanas. Llama la atención la carta-testamento que Motza envió a sus padres en el momento en el que partía para España: su lectura demuestra que tenía una premonición absoluta e indubitable de su muerte, pero que ello no era obstáculo para que no se enfrentara a su destino.

La “vía alemana”, la propuesta por Goebbels, era el “socialismo del trabajo”, la superación del ego mediante el trabajo y la solidaridad entre los trabajadores. La “vía rumana” era la del sacrificio en sus distintos niveles: sacrificio de los profesores universitarios que ejercían como camareros en los comedores de la Guardia de Hierro, sacrificio de los militantes cuando se trataba de liquidar a algún político considerado como “traidor a la patria” o “represor”, sacrificio en beneficio del partido, cuando sus miembros participaron en la construcción de la Casa Verde, sede central del movimiento, sacrificio de sus miembros durante la guerra luchando contra el invasor soviético, sacrificio, incluso, en los años 60 de algunos miembros de la Guardia de Hierro, exiliados en Alemania e Italia que dedicaban una parte importante de sus ingresos a la publicación de las obras de Motza y Codreanu en distintos idiomas, para que su mensaje fuera conocido. La “vía de la Guardia de Hierro” era la “vía del sacrificio”. No es raro que Julius Evola, al conocerla de cerca, se sorprendiera por las concomitancias que encontró entre esta doctrina y la antigua “doctrina aria de lucha y victoria” o los paralelismos con las concepciones del budismo de los orígenes.

Claro está que algo de todo esto se encuentra en el pensamiento de José Antonio, de manera algo más velada, cuando dice, por ejemplo, que “ser falangista no es una manera de pensar, es una manera de ser” y alude a continuación al “espíritu de servicio y de sacrificio, el sentido ascético y militar de la vida”, o cuando se refería a su ideal militante como “mitad monje, mitad soldado” o a su visión del mundo “con ángeles con espadas en las jambas de las puertas”. En otras palabras: a pesar de que la palabra “hombre nuevo” no aparezca en las Obras Completas de José Antonio, con la nitidez y la claridad que está presente en el movimiento de la Guardia de Hierro, los conceptos que pueden asimilarse a esta noción, están dispersos, unos incluidos en el carácter católico de Falange (como podían estarlo en el carácter cristiano ortodoxo del movimiento rumano) y otros en todo lo relativo al “estilo” falangista.


365 QUEJÍOS (256) – LOS PRIMEROS CUERPOS FRANCOS Y SU EJEMPLO


En estos meses se ha cumplido el primer centenario de la organización de los Cuerpos Francos (“Freikorps”) en la Alemania de la Primer Postguerra Mundial. Tras el fracaso de la ofensiva del verano de 1918, el Estado Mayor advirtió al Kaiser de la necesidad de pedir la paz. A fin de obtener mejores condiciones, la única posibilidad que le quedaba a Alemania era aprovechar la flota de guerra, que había permanecido después de la batalla de Jutlandia, en los puertos y se encontraba en condiciones de combatir contra la armada inglesa. En los grandes acorazados se habían destinado a las tripulaciones más conflictivas, o con escaso valor combativo o sospechosas de indisciplina. Los marineros más seguros, experimentados y aguerridos estaban destinadas a la flota de submarinos o a los pequeños torpederos y buques que continuamente abandonaban las defensas de los puertos para hostilizar el adversario que les bloqueaba. 

Cuando los acorazados recibieron la orden de encender las calderas, los marineros entendieron que podían ser sacrificados en los últimos días de guerra para mejorar las condiciones de paz. Y se sublevaron. A partir de ahí se desencadenó la llamada “revolución de noviembre”. En pocos días, a pesar de que la marina recuperó pronto el control de la situación en los puertos y en los acorazados, lo cierto es que, al extenderse la noticia, socialistas, socialdemócratas, comunistas y anarquistas, llamaron a la constitución de “Consejos de Soldados”, y el frente del Oeste, en territorio franco-belga, se deshizo como un azucarillo. En los días siguientes empezó la retirada.

A finales de 1918, algunos oficiales y suboficiales, hartos de que los mandos superiores hubieran desaparecido, se organizaron en unidades libres bajo el mando de líderes militares improvisados y con alta conciencia política y patriótica. Conscientes de que comunistas y extrema-izquierda habían sido los responsables de la desintegración del ejército y de haber asesinado a oficiales que se opusieron, detuvieron y ejecutaron a los dirigentes “espartaquistas” (una de las fracciones comunistas), Rosa Luxemburgo y Karll Liebknecht y, poco después, aplastaron al “Gobierno de los Consejos” de Baviera que se había caracterizado por una represión durísima contra la oposición nacionalista.

En ese momento, para los sectores más lúcidos del Estado Mayor, los “Freikorps” eran las únicas unidades que estaban en condiciones de oponerse a los comunistas y de acudir a las zonas fronterizas del Reich que estaban en peligro de ser conquistadas por los polacos o por los soviéticos. Además de militares profesionales y soldados curtidos por cinco años de trincheras, empezaron a sumarse estudiantes cuyos hermanos habían muerto en el frente, guiados por un espíritu patriótico. Querían hacer ahora lo que no habían podido hacer por su minoría de edad durante la guerra: luchar por la patria. Unidades de veteranos y de estudiantes fueron a combatir a Alta Silesia contra los polacos. Otros fueron enviados por el propio gobierno alemán a los países bálticos para salvaguardar a la población de las amenazas bolcheviques. Su propio gobierno les engañó, ofreciéndoles tierras a cambio de sus servicios.

A finales de 1919, habían perdido todas las esperanzas en el gobierno de Weimar  que ni siquiera era capaz de reconocer e identificar a sus enemigos. Sus unidades fueron disueltas en 1920, después que el “peligro comunista” fuera completamente conjurado, pero la mayoría de los Freikorps siguieron con su compromiso por Alemania. Unos crearon redes clandestinas, atentaron contra los políticos que más se habían destacado en el trabajo de desintegración del país y, cuando los franceses ocuparon el Ruhr, miembros de los Freikorps procedentes de toda Alemania confluyeron generando una oleada de atentados y sabotajes contra el invasor.

Pero en esos momentos ya se había constituido el Partido Obrero Alemán Nacional Socialista, compuesto, precisamente, por muchos de estos Freikorps. Las Secciones de Asalto fueron una prolongación de aquellas unidades que aparecieron en la postguerra, hasta el punto de que uno de los primeros mártires del NSDAP, Albert Leo Schlageter, era, además de Freikorps, miembro de las SA.

En realidad el “último acto” de los Freikorps fue el golpe de Munich del del 8 y 9 de noviembre de 1923 dado por Hitler con la intención de proclamar una “dictadura nacional”, operación mucho más ambiciosa que el “golpe de Kapp”, dado entre el 13 y el 17 de marzo de 1920, precisamente por los Freikorps.

Cuando Hitler salió de la prisión, tras purgar su condena por esta intentona insurreccional, entendió que una época había terminado e hizo todo lo posible por integrar a los Freikorps en la organización del partido. Una parte de ellos pasaron a engrosar la SA y otros ingresaron, en ese momento, o posteriormente, en las SS. Pero, lo cierto fue que la mayoría se habían habituado a la guerra como estilo de vida. Es natural: jóvenes reclutados a los 18 años para servir en el frente, que habían conocido la camaradería y la exaltación de los combates, que además de los casi cinco años de guerra, sirvieron durante cuatro o cinco años más en los Freikorps, habían acumulado, en total, 10 años de experiencia bélica. Era imposible que se reintegraran a la vida civil y que recuperaran su vida donde antes le habían dejado. 




El hecho de que en los Freikorps, más que el cemento de la disciplina, fuera la sensación de un destino común y el juramento realizado de hombre a hombre de cumplir las misiones para las que habían sido creadas, hizo de ellos, una tropa turbulenta, apasionada, salvaje e indisciplinada. Fueron eficaces en el combate en tanto que la experiencia bélica les había dotado de sentido táctico, pero cuando Hitler intentó transformarlos en “unidades políticas”, el resultado no fue el que cabía esperar.

Durante la etapa de ascenso al poder, las SA se convirtieron en unidades turbulentas y prácticamente incontrolables. Hitler mismo tuvo que llamar a Ernst Rohen en su ayuda, cuando este se encontraba en Bolivia en 1927: “Te necesito” decía el telegrama. En los últimos meses previos a la conquista del poder, las SA berlinesas protagonizaron varios conatos y, a pesar de que la revuelta no estuviera en las intenciones de Rohem, en julio de 1934, lo cierto es que se habían extendido por Alemania los rumores de una próxima insurrección de las SA para realizar la “segunda revolución”. Hitler, metralleta en mano, liquidó de un plumazo la situación. El espíritu de los Freikorps quedó incorporado completamente al NSDAP, después de ese episodio o bien, algunos de sus elementos, se integraron en la oposición clandestina de derechas.

¿Qué puede retenerse de aquel episodio de los Freikorps del que ahora se cumple un siglo? Seguramente ellos fueron los que inspiraron a Spengler su frase sobre el “puñado de soldados que salvan a la civilización”. Lo cierto fue que, cuando el Estado Alemán y el Ejército habían sido absolutamente destruidos, en la hora más negra de la patria, un grupo de oficiales libres llamaron a quienes quisieran proseguir la lucha por la patria a organizarse en torno suyo. A los pueblos no los salvan, ni las urnas, ni las leyes del mercado, sino los hombres de carácter.





365 QUEJÍOS (255) – LAS SECTAS YA NO SON COMO LAS DE ANTES


En otro tiempo, los gurús se esforzaban un poco más. Eran estafadores, pero tenían mucha más altura. Algunos, incluso, se creían su papel de “guías espirituales”. En los años 60, el anciano Jiddu Khrisnamurti que había sido presentado 40 años antes como el “Cristo de la nueva Era” por la Sociedad Teosófica, andaba como gurú de la “jet-set” pontificando sobre la paz y el amor. ¿Quién se acuerda hoy de Khrisnamurti? En los 80 y 90 se discutía si la sociedad Nueva Acrópolis era o no “fascista”. Se lo pregunté a uno de sus dirigentes en España -que todavía anda por la secta- y me contestó, literalmente, que “las inteligencias que gobiernan el mundo -los mahatmas- crearon la Sociedad Teosófica para enderezar a la humanidad y fracasaron, luego crearon a los fascismos… y fracasaron. Y ahora han creado a la Nueva Acrópolis”… que también ha fracasado a la vista del paso del tiempo. Uno iba por la calle y veía carteles del Lectorium Rosacrucianum, de los Gnósticos de CARF, de la Gran Fraternidad, el Partido Humanista, fue el momento dorado de los movimientos ocultistas, luego arrasaron las escuelas de yoga, los gurús llegados de oriente. Luego vinieron las terapias, hace unos años identifiqué una treintena de curalotodos. Lo sorprendente es que todo este submundo sigue vivo y latente, pero apenas da señales de vida. Sus huestes sobreviven, pero diezmadas y ya no queda del impulso originario que tuvieron en los años 80.

La crisis está presente en el mundo editorial: ya no se publican ni libros de astrología, ni siquiera de parapsicología que en los años 70 y 80 dieron a Plaza&Janés o a una pléyade de editoriales menores, sus mejores beneficios. En poco tiempo se editaron todos los libros de hermetismo y alquimia que no se habían publicado en los 300 años anteriores. Y, tal como aparecieron, desaparecieron. De todo esto, lo que queda es Cuarto Milenio y tres revistillas (Enigmas, Mas Allá y Año Cero) que repiten sistemáticamente temas y cuya venta no creo que, en conjunto, llegue ni a 10.000 ejemplares.

El problema de todo este sector es que la gente quería resultados y efectos. Se apuntaba a un grupo esotérico porque creía que con un mes de pago de cuota iba a poder realizar “desdoblamientos astrales” o a conocer sus vidas anteriores. Otros pensaban que les enseñaran a adquirir poderes olvidando que “lo que la naturaleza no te ha dado, Salamanca no te lo regalará”… La gente que acudí a estos grupos, o bien quería calor humano, o adquirir “poderes”. Era como el que se apuntaba a la masonería, lo hacía para el “progreso del género humano”, sí, pero también y sobre todo por la creencia generalizada de que ir a las logias podía proporcionar poder personal.

Luego vino el mundo de las videntes. En los años 80 y 90 cada emisora de radio tenía su programa sobre “esoterismo” que se financiaba con cargo a la publicidad contratada con videntes. La mayoría de ellas eran incapaces de distinguir si iba a llover o no, a pesar de que el cielo estuviera cubierto de gruesos nubarrones. También aquí, la inmigración operó a la baja en el sector: aparecieron todo tipo de babalaos, paydesantos, grandes brujos, que vendía encantamientos y magia vudú. Sus servicios eran gratuitos -les movía un indecible “amor a la humanidad”- pero los medios que servían para su culto (harina de mandioca, raíces exóticas, productos rituales, velones, aceites consagrados) había que pagarlos a precio de oro. Todos, sin excepción, eran fraudes como eran fraudes los “sanadores filipinos” que practicaban cirugía psíquica, los chamanes de medio pelo que ofrecían ayahuasca (algo de LSD con harina de algarroba…) y los erotómanos que vendían “tantrismo” y los que se anunciaban en call-centers como “consejeros espirituales”.

Si el viejo ocultismo ha desaparecido, las videntes telefónicas experimentan un visible reflujo, quedan siempre las religiones exóticas llegadas del tercer mundo: puestos a ser crédulos, nuestra sociedad ha concluido que un africano que ha conocido al brujo de la tribu o que afirma serlo él mismo, es mucho más eficiente que un psiquiatra, un sacerdote o la propia capacidad para tomar conciencia de uno mismo.

Reconozco que el mundo de las sectas y de las nuevas religiones ya no es como el de antes. Todo ha ido eclipsándose y decayendo. Uno estaría por creer que las concepciones religiosas que han estado en vigor en Europa en los últimos 2.000 años, son las correctas y desearía volver a ellas. Las abandoné en 1966, cuando tenía 14 años, pero si hoy me dediciera a volver a ellas me daría cuenta de que la propia Iglesia ya no es la que era: de hecho, no existe una Iglesia sino una multitud de sectas (que si el Yunque, que si el Opus, que si los catekumenales, que si comunión y Liberación, que si los kikos, que si Familia-Trabajo-Propiedad, qué se yo…). Demasiadas para alguien que le atraían mucho más los benedictinos, los franciscanos o el Císter. Reconozcámoslo: el hombre moderno, es un desahuciado en materia espiritual. No puede confiar en nadie, ni en la religión tradicional, ni en las sectas del siglo XX, ni en las nuevas religiones, ni en las operadoras de los call-centers, ni en el chamán o el babalao de turno. Como decía aquel: “el fuerte es más fuerte, cuando está solo”.

365 QUEJÍOS (254) – VENEZUELA PARA LOS VENEZOLANOS


He estado varias veces en Venezuela. Era antes del gobierno de Chavez. La primera vez que estuve allí, me sorprendieron las tiendas de informática, los centros comerciales, que en aquel momento todavía no tenían parangón con los que habían aparecido en España. Las zonas desarrolladas estaban mucho más desarrolladas que en Madrid o Barcelona: vi centros comerciales que me parecieron de otra galaxia, ordenadores que no habían llegado todavía a España. Otras zonas me recordaron el sur de los EEUU y otras, a Bolivia y a los países andinos. En cierto sentido, Caracas era una “síntesis de Occidente”. Había inseguridad en las calles. Un amigo y camarada, un tipo duro, exiliado italiano, había sido atracado en plena calle no hacía mucho y la situación del orden público estaba deteriorándose visiblemente. Las calles eran recorridas por policías en Harleys, amedrentadores, pesadamente armados. Pero había calles por las que era peligroso meterse. Vivía en Miraflores, un barrio tranquilo. Hablar sobre política con el venezolano medio era hablar sobre la corrupción. Miente quien diga que el sistema al que Hugo Chavez finiquitó era un sistema sano: corrupto y corruptor, ineficiente, con la calle descontrolada por una delincuencia peligrosa y en un país de cuyo subsuelo manaban riadas de petróleo. Este ha sido el problema de Venezuela: el petróleo.

Cuando en un país como Venezuela y en la situación que se encontraba en 1999 se produce un cambio de régimen, siempre hay beneficiarios y damnificados: los primeros cantan excelencias del régimen y los segundos pestes. No puede extrañar, por tanto, que los inmigrantes venezolanos que empezaron a llegar a España en el año 2000 pintaran las cosas negras y en cambio el régimen de Chavez se mantuviera sin apenas dificultades mientras él estuvo en la presidencia. Al gobierno de José María Aznar le correspondió “trabajar”, por cuenta del Departamento de Estado norteamericano, la “cuestión venezolana”. Era un problema, porque Chavez había estrechado lazos con Cuba, y era, en ese momento, el único pulmón con el que contaba la isla para sobrevivir al bloqueo norteamericano después de la caída de la URSS. Así que Aznar quedó comisionado por Bush para contactar con los partidos de oposición a Chávez y tratar de forzar un cambio radical de la situación. Se produjo un golpe, “el carmonazo”, cuyo gobierno solamente fue reconocido por EEUU y por… Aznar. La reacción de Chavez y la movilización popular cortó aquel conato y Carmona consiguió huir a Colombia. El nombre de Aznar quedaría ligado para siempre a los intentos norteamericanos de desestabilización de Venezuela.

Desde entonces y, especialmente, tras la muerte de Chavez, las cosas se han ido degradando en Venezuela. Hay que recordar que Hugo Chavez fue elegido presidente del país democráticamente, pero falleció en 2013 y al convocarse nuevas elecciones el 14 de abril de ese año, Nicolás Maduro obtuvo el 50,61% de los votos y el candidato opositor, Capriles Radonski, el 49,1%. Justita la victoria, pero justa y legítima. Pero, a partir de ese momento, la situación interior del país se fue degradando: crisis económica, aumento de la delincuencia, aumento de la corrupción… Para colmo, cuando se convocaron las elecciones parlamentarias de 2015, la Mesa de la Unidad Democrática, auspiciada por los EEUU, obtuvo mayoría parlamentaria quedándose con 112 de los 167 escaños. Empezó así una dualidad de poder entre la presidencia del país y el parlamento (algunos escaños obtenidos por la MUD fueron anulados por fraude). El parlamento siguió, desde entonces, empeñado en destituir a Maduro y el Tribunal Supremo de Justicia en acusar al parlamento de desacato. Ahora la situación parece haber estallado de nuevo y, nuevamente, los EEUU parecen haber desencadenado la situación.

¿El motivo? Venezuela es el principal proveedor de petróleo a los EEUU. El petróleo es una maldición. Un leve cambio en el precio del petróleo podría hacer que el PIB de los EEUU subiera o bajara algunos puntos. El problema empezó en 1973. Antes, en 1950, Venezuela era el cuarto PIB per capital y en los años 60 era tan próspero como Noruega. Hasta 1982 fue la primera economía iberoamericana gracias al petróleo. En 1973 cuando la OPEP impuso el embargo petrolero, los precios del crudo se dispararon y generaron una riada de dólares en dirección a Venezuela: esto hizo que el gobierno de Carlos Andrés Pérez aumentara extraordinariamente el gasto público, apostando por el mercado interior y la burocracia, pero sin aumentar la producción industrial. 

La economía venezolana se basaba en las exportaciones de petróleo: nada más. Cuando el precio del crudo cayó en 2000, empezó la gran crisis y el calvario de los distintos gobiernos venezolanos y de su población. A partir de 2013 el país no ha logrado superar su crisis interior, coincidiendo con el gobierno de Maduro. Crisis financiera, escasez de productos básicos, cierre de empresas privadas, inmigración masiva, hiperinflación, corrupción, fraude fiscal, deterioro de la productividad y contradicciones políticas, han sido los desencadenantes de la actual situación. EEUU precisaba un precio del petróleo bajo y estable. Y Chávez no lo garantizaba: para él, era, más bien, un mecanismo de presión.


Además, EEUU, necesita recuperar el prestigio erosionado por las aventuras coloniales frustradas en Oriente Medio. Lo que está en juego en Venezuela es pura geopolítica: Guaidó apoyado por EEUU y Maduro por China (principal acreedor-inversor en Venezuela) y por Rusia (en septiembre Putin envió dos bombardeos y un centenar de oficiales a Caracas para realizar ejercicios conjuntos). Está claro que países como Israel, permanentemente al lado de los EEUU, han apoyado a Guaidó y que la postura de España es ambigua (reconocimiento a cambio de convocatoria de elecciones…) dado que la postura general europea es favorable a Guaidó, pero Sánchez quiere un perfil propio en esta materia.

Para los que no somos venezolanos, entender lo que está pasando allí y tomar partido es complicado; cuando las cosas no funcionan bien (y en Venezuela nunca han funcionado correctamente del todo, ni en el período democrático, ni en el período chavista, aun reconociendo que el chavismo quiso imprimir un cambio de rumbo y realizar una revolución necesaria) surgen los problemas al margen de las ideologías. Pero Venezuela es independiente desde 1811 y se escindió de la Gran Colombia en 1830, así que lo que pase en el país es cosa de sus ciudadanos.

La cuestión, para nosotros, españoles, es decidir cuál es la “mejor opción” en política internacional: o un mundo “unipolar” dirigido por los EEUU, o un mundo “multipolar”. Si elegimos la primera opción, optaremos necesariamente por la Iberoamérica salida de la “Doctrina Monroe” (América para los americanos… del Norte) y el apoyo a Guaidó será la única opción. Esta doctrina es la única posibilidad para Donald Trump, mucho más realista, que sus predecesores, de conservar cierto prestigio y autoridad de los EEUU. Trump parece hacerse resignado a que EEUU sea una “superpotencia regional”, solo que su concepto de “región” es excesivamente grande y abarca, como para el viejo Monroe, la totalidad del continente americano.

Ahora bien, si elegimos un mundo “multipolar”, desde luego, la candidatura de Guaidó no es la mejor. Es el problema que tienen los “opositores” a los gobiernos “populistas” iberoamericanos: que todos, desde los que se opusieron a Perón, hasta los que se opusieron a Castro, como los que se opusieron a Chavez, todos miran a los EEUU como el “gran timonel” de la política americana. Su discurso plagado de alusiones a los derechos humanos y a la democracia, encubre en realidad su servilismo hacia los EEUU. Y las cosas, en este terreno no han cambiado.

En estos tiempos resulta muy arriesgado poner la mano en el fuego por alguien, especialmente en un país que arrastró problemas graves desde hace más de 40 años. Poner todos los elementos que entran dentro de la ecuación es mesiado complejo y, en tanto que país soberano, Venezuela es la que tiene la última y única palabra sobre lo que ocurra allí. Apoyar a una parte, apoyar a la otra o apoyar a unos instándoles a que convoquen elecciones lo antes posible, supone desconocer que los venezolanos son los únicos que tienen derecho y mecanismos constitucionales y legislativos para resolver sus problemas. A nosotros, en tanto que defensores de la soberanía e independencia de las naciones, lo único que debe preocuparnos es que lo que salga de aquel conflicto refuerce el “multilateralismo”. Y, desde luego, Guaidó, en unas fotos orando piadosamente y en otras con el mandil masónico, no parece nada más que el clásico oportunista de mucha ambición y pocos vuelos.


365 QUEJÍOS (253) – ¿POR QUÉ OS PREOCUPÁIS DEL TAXI?


Hay problemas que no tienen solución, ni fácil ni difícil. El taxi es uno de ellos. Poco importa si el gremio lo controlan los “duros” o los “muy duros”, o aquellos que quieren sobrevivir en un mundo cada vez más competitivo y hostil, para colmo, en perpetua mutación. Las posiciones de los taxistas y de los VTC (Vehículos de Turismo con Conductor) son, obviamente desiguales, irreconciliables y con poco futuro ambas. ¿O es que ignoráis que en 2015, la Peugot-Citröen ya presentó en España un coche autónomo sin conductor? En cinco años, tanto los taxistas como los VTC empezarán a ser reliquias de otro tiempo.

En los años 50, subir a un taxi resultaba una experiencia cautivadora para un niño como yo. En principio, porque los taxistas iban de uniforme: se va de uniforme en una profesión cuando se cree que el propio oficio es algo parecido a un sacerdocio y cuando se está orgulloso de él. El taxista te solía dar conversación, dado que el nivel cultural medio era bastante más elevado que ahora, recuerdo que mi padre discutía con los taxistas de política, de cine y de literatura. En la segunda mitad de los sesenta, todo esto cambió. Los taxistas empezaron a quejarse de que la gorra con visera les obstaculizaba la conducción y empezaron a abochornarse del uniforme. La última vez que se subí a taxis en la provincia de Barcelona, tuve una sensación extraña: creía estar en el Nueva York de las tres últimas décadas donde la mayoría de taxistas o son paquistaníes e hindúes. No me quejé de la eficiencia, porque en ambos casos, se limitaron a colocar en el GPS los datos para llegar a los lugares que les indicaba. Y, no olvidemos, que el GPS está al alcance de todos. Hoy ley la noticia de que algunos tractores ya están guiados completamente por GPS: no hay agricultor que valga al mando. Es toda una premonición: los conductores de vehículos, los examinadores, las academias de conducir, los guardias de circulación y, naturalmente, conducir un vehículo como servicio público es algo que periclitará en apenas una década, quizás menos. Como en la película Desafío Total y en Marte, pero en el planeta azul y a la vuelta de un pis-pas.

Es mal negocio ir contra la tecnología y el taxi convencional que paga impuestos al Estado, al que los ayuntamientos conceden licencias a cambio de sumas desmesuradas, es un negocio que, guste o no, es tan terminal como los videoclubs después de la irrupción de Internet o los barqueros que cruzaban el Támesis tras el invento del vapor. Inútil ponerse al lado de unos o de otros: todo es absolutamente testimonial.

Pero ¿por qué tanto lío? Dos ciudades paralizadas, Barcelona y Madrid, los gobiernos autonómicos y los ayuntamientos mirando para otra parte, sin saber ni qué negociar, ni hasta dónde ceder, ni a favor de qué parte y mirando soluciones salomónicas que estallen a la administración que venga de aquí a cinco o diez años.

Algunos datos sobre la cuestión: en España hay 65.973 licencias de taxi y 13.125 autorizaciones VTC (5 taxis por cada Uber o Cabify) cuando solamente en septiembre de 2018 eran de 7 a 1: es decir que ha sido en los últimos meses cuando se ha disparado el tema. Se entiende la reacción de los taxistas. El septiembre, el gobierno reguló la cuestión -o trató de hacerlo circunstancialmente- pero el problema es que en esta España “descentralizada”, ni Ayuntamientos ni Comunidades Autónomas han dado pasos para aplica esta legislación: ¿motivo? Que las elecciones están a la vuelta de la esquina y que administrar quiere decidir, esto es: beneficiar a unos y perjudicar a otros y ninguna encuesta les había indicado cómo reaccionaría la opinión pública ante un cambio de regulación del sector del transporte urbano de viajeros. Así que la Colau tiró por donde tiran los ayuntamientos: conceder, además de las “licencias VTC” , otra que debería ser expedida por el Instituto Metropolitano del Taxi. En dinero: 5.000 euros (y las licencias de segunda mano llegan a 50.000 por pura especulación). Las licencias de taxis llegaron a 150.000 euros e incluso a 250.000 (hoy en caída). Era práctica habitual entre los taxistas el hipotecarse para comprar una licencia y luego revenderla (así que este es otro frente abierto) y en el sector VTC las reventas llegan a los 50.000 euros. ¿Y los beneficios? Los datos muestran que los conductores VTC ganan 890 euros mensuales y los taxistas unos 945 euros al mes. No es como para echar cohetes en ninguno de los dos casos, desde luego. La reivindicación de los taxistas no es que desaparezcan las VTC, sino limitarlas a 1 por cada 30 taxista que era lo aprobado por el gobierno Sánchez y que era también lo que proponía el gobierno de Rajoy en el Reglamento de Ordenación de Transporte Terrestre de 2015. Y ahora el gobierno concede a las administraciones locales una moratoria de cuatro años para adaptarse: cuando este plazo termine -y esto es algo que pocos recuerdan- habrán empezado a implantarse los vehículos guiados por GPS y sin conductor. En otras palabras: nada habrá servido para algo.

Se me ocurren algunas observaciones: los salarios percibidos por unos o por otros resultan inadmisibles e insostenibles. La polémica tiene difícil solución y, finalmente, es solamente una polémica en la que hay algo que escamotean todos: la parte del león que se llevan los ayuntamientos en concepto de venta de licencias de taxi, los beneficios de las empresas y el impacto sobre el coste que debe pagar el usuario y sobre los salarios de la existencia de un mercado especulativo que se remonta a la postguerra cuando empezaron a formarse “cooperativas de taxis”.

Pero si alguien cree que el problema tiene solución y que es posible adoptar una posición a favor o en contra de alguna de las posiciones, se equivoca: en breve, tanto las cooperativas del taxi como las VTC, empezarán a disponer de vehículos sin conductor. ¿Y entonces? ¿para qué preocuparse? Yo recomendaría a unos y a otros que fueran buscando nuevas profesiones. Y rápido.

365 QUEJIOS (252) – ARRECIA LA SARNA EN LA BARCELONA DE LA COLAU


Dos constataciones políticamente muy incorrectas. Primera de todas: este año se celebrarán los 40 años de los “ayuntamientos democráticos”. A lo tonto-tonto, los que empezamos a tener una edad provecta, hemos ido 10 veces a las urnas a votar a los gobiernos municipales, pero no parece que nuestras ciudades estén como deberían estar. La segunda, que han reaparecido enfermedades y problemas que se creían desterrados y que el único factor sociológico nuevo que los explica fehacientemente, es la aparición de inmigración masiva y descontrolada. Que, físicamente, nuestras ciudades están más “acabadas” que en 1979 parece relativamente claro: en primer lugar, porque han pasado 40 años y, por poco que hicieran los ayuntamientos, una obra por aquí un nuevo edificio por allá, las cosas necesariamente debían mejorar. Pero este embellecimiento debería de ir parejo a una mejora en las condiciones de vida urbanas. Y esto es lo que no se ha dado.

Gracias a ese archivo universal que es Internet, leo en El Periódico de hace exactamente un año: “Catalunya ha registrado siete brotes de sarna en lo que va de año”. Yo había oído hablar de la sarna y de los sarnosos… pero nunca me había preocupado mucho el tema. Era cosa de postguerra, de la España atrasada que pasó hambre en los años 40. Algo que desapareció con el desarrollismo de los 60 y que, como los piojos en los niños, las pulgas, las garrapatas o los chinches, pertenecía a un pasado en blanco y negro que no volvería y que, personalmente, conocía sólo por referencias literarias.

Cuando fui a los Escolapios nadie tenía piojos. En cambio, cuando mi hija menor, ya en los años 90, empezó a ir al cole -a un centro que siempre se había caracterizado por su buena dirección y la ausencia de problemas-, mira por donde, un día recibimos una circular del colegio indicando que debíamos “desparasitar” la cabeza de nuestros hijos. Mal asunto. ¿Chinchés? Ni los vi, ni los conocí en la postguerra. Sin embargo, cuando ingresé en la prisión Modelo para cumplir una condena de dos años por “manifestación ilegal”, el recinto estaba plagado de chinches y no había insecticida capaz de liquidarlos. 


Sorprendentemente, en la ciudad de Montreal no hará mucho me encontré con colchones abandonados en las calles. Era raro, porque estaban nuevos, pero sus dueños habían puesto un letrero: “Bugs”… chinches. Y era que desde los EEUU -sí, desde los “amos del mundo” y concretamente desde la ciudad de Nueva York, se había extendido por la costa Este Norteamérica, una epidemia de… chinches. Pulgar. Debió ser en 2010, un verano caluroso. Había ido a pasar unos días a Barcelona y, como es mi costumbre, al acabar de comer me iba a cualquier parque público a leer algún ensayo. Al cabo de un rato noté picores en los tobillos. El parque estaba repleto de pulgas. Era normal porque en esos años, el número de hogares que tenían animales domésticos, se había disparado y no todos eran lo suficientemente escrupulosos para cuidarlos. Todo esto era molesto, pero no dramático.

Ahora, a toda esta gama de parásitos se une la sarna. Dicen los medios de comunicación que no debe cundir el pánico porque se “combate eficazmente”. Ya. Pero también dicen en letra mucho más pequeña que el parásito se contagia con suma facilidad. Dicen que está vinculada a “la miseria y a la suciedad”. Desde 1998 se han producido casos esporádicos en Cataluña. Hace exactamente un año se detectaron brotes en el Hospital Moisés Broggi de Sant Joan Despí y en el Hospital Sant Joan de Reus. En enero de 2018, en total, se registraron siete brotes, pero entre 2010 y 2017, los brotes habían sido 115 con casi un millar de afectados. Es molesto: el parásito crea galerías bajo la piel, allí deposita sus huevos y por las noches o cuando hay algo de calor, pican, al parecer, extraordinariamente. Con una pomada se resuelve. Sí, pero hay que ponerla y hay que diagnosticarlo y además hay que aislar sábanas, toallas y ropa del usuario. La gencat dice que “muchos” de estos brotes han tenido que ver con geriátricos y con ancianos que no notan que tienen el parásito porque tienen las facultades neurológicas disminuidas. Bonito eso de acusar de sarnosos a los abuelos.

Lamentablemente para la gencat, otras fuentes dicen lo contrario: que la mayoría de datos ha tenido que ver con inmigrantes y, concretamente, con los famosos MENA, muy difíciles de controlar, de aplicar un remedio y de someter a examen periódico. Y ni siquiera se dan cuenta de que lo tienen dado el uso y abuso de drogas, desde esnifar pegamento hasta el omnipresente porro que incita a pasar de todo. Cuando en el mes de noviembre la policía detuvo a un piso ocupado por estos MENA que habían agredido sexualmente a una pareja en Barcelona, hubo que descontaminar la comisaria de los Mossos: los MENAS, en cuestión, eran sarnosos… por mucho que algunos llevaran 10 años “tutelados” por la gencat.

Por eso no me extraña la noticia publicada por El País: “Los afectados por sarna se triplican en 2018 en Cataluña y llegan hasta 687”. La realidad de los hechos ha desbordado la intención del diario progresista de solamente aludir a la inmigración elogiosamente: “La mayoría de casos se dieron en residencias geriátricas y de discapacitados, en centros de acogida de adultos y menores y centros de inmigrantes”.  

La Generalitat no está interesada en el asunto: la independencia resolverá incluso el problema de los sarnosos milagrosamente. Y el Ayuntamiento de “Welcome Refugiados” tampoco parece muy dispuesto a reconocer la gravedad del problema que se une a la epidemia de chinches que sufren algunas zonas de la ciudad. No se trata de hablar del asunto en período electoral, no sea que el electorado termine pensando que una ciudad es algo más que una serie de obras públicas interminables que generen la sensación de que el ayuntamiento “está haciendo algo”, sino también una calidad de vida de la que el barcelonés hace ya tiempo que se despidió.

viernes, 25 de enero de 2019

365 QUEJÍOS (251) – LA EUROPA QUE MUERE Y LA EUROPA QUE QUIERE VIVIR (3 de 3) – LAS TRES CORRIENTES DE LA POLÍTICA EUROPEA


Este artículo hace diez años hubiera tenido otro carácter y estaría redactado de otra manera: hace diez años, todavía, centro-derecha y centro-izquierda eran las corrientes dominantes en toda Europa. El stablishment había logrado reproducir sus equilibrios interiores en el parlamento europeo. Existía, claro está, un tercer grupo, amalgama de distintas corrientes, algunas de ellas exóticas, sino anecdóticas, pero la dominante era: centro-derecha (compuesta por moderados, liberales y democristianos) y centro-izquierda (formado por socialistas, socialdemócratas y ecologistas). Así pues, la tendencia de estas formaciones a lanzar, mediante la consabida “patada para arriba” a políticos amortizados, adversarios en minoría, personajes incómodos en cada una de sus formaciones, era la empleada por estos partidos: en la medida en que el esquema del parlamento europeo reproducía en que se daba en los parlamentos nacionales, nada esencial podía cambiar. En los últimos años se ha asistido a un vuelco completo de la situación.

A pesar de que las encuestas que se van publicando continuamente sobre la intención de voto en las próximas elecciones europeas y resulte ocioso hablar de ello, lo que sí parece bastante claro es que se van a generar una serie de tendencias incuestionables:
  • Fragmentación y división en el centro-derecha que tenderá a decrecer.
  • Fragmentación y división en el centro izquierda que tenderá a decrecer.
  • Convergencia creciente de los partidos populistas que tenderán a crecer.
El resultado de esta nueva reordenación del mapa político europeo será:
  • La segura configuración de un parlamento europeo a “tres bandas”
  • La posible introducción de algún comisario “populista” y “euroescéptico”
  • Las posibilidades de bloqueo de iniciativas legislativas por parte de los “euroescépticos”.
En el momento actual, ninguna encuesta da más de 200 diputados a los distintos grupos populistas y euroescépticos, pero la situación puede cambiar (y, de hecho, está cambiando en países como España, en donde se ha producido la tardía, pero enérgica aparición de una fuerza que puede incluirse en este sector) de aquí a las elecciones del domingo 26 de mayo de 2019. En cualquier caso, si estos sectores alcanzan el 20% de votos y de establecer políticas únicas (a pesar de estar divididas en dos grupos parlamentarios, uno más conservador y otro más alternativo) alcanzarán una visibilidad de la que hoy carecen y, si rompen esa barrera y se aproximan al temido 25% de los votos, tendrán a su alcance bloquear iniciativas institucionales, tanto por su representación en Estrasburgo como por su papel directivo en algunos países europeos.

En la actualidad el Grupo Europa de la Libertad y de la Democracia Directa (EFDD) estaba compuesto por el UKIP de Nigel Farage (22 diputados), Alternativa por Alemania (1 diputado), Movimento 5 Stelle (17 diputados), Demócratas Suecos (2 diputados), Renovación de la Repúblia Polaca (2 diputados), Ciudadanos Libres checos (1 diputado) y un diputado francés. Obviamente, tras el Brexit y la pérdida de los diputados ingleses, el grupo no sobrevivirá. El total disponía de 43 diputados. El hecho de que Farage y dos diputados más del UKIP se unieran el 15 de enero de 2019 al grupo Europa de las Naciones y de la Libertad, implica en la práctica, que este grupo ha dejado de existir como tal.

El Grupo Europa de las Naciones y de la Libertad, cuenta con cuatro diputados austríacos del FPÖ, uno belga del Vlaams Belang, 15 franceses del Front National, un alemán de la AfD, 6 italianos de la Lega Nord, 4 holandeses del Partido por la Libertad, 2 polacos de la Nueva Derecha, cuatro del antiguo del UKIP inglés, en total, 34 miembros.

En el capítulo de “no inscritos” figuran, un representante del NPD alemán, tres diputados de Amanecer Dorado, marginados por el resto, en la medida en que sus rasgos externos los asimilan más al neofascismo que al populismo euroescéptico.

Pero todo esto que resulta extraordinariamente movedizo dice muy poco sobre cómo será el próximo parlamento europeo, en especial porque se han producido corrimientos de fuerzas, procesos de convergencia y distanciamientos entre fracciones del conservadurismo europeo a los que no ha sido ajeno el ascenso del “euroescepticismo” en los países del Este y el hecho de que dentro del Partido Popular Europeo haya aumentado esta corriente en algunos de sus secciones. Mayor es la tensión y el distanciamiento en el interior del Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos, algunos de cuyas formaciones son consideradas como “populistas” (el Partido de los Verdaderos Finlandeses, el Partido Popular Danés, o el Partido Creada por los Derechos).

La intención de Matteo Salvini, quien se ha configurado como el motor de la operación “un solo grupo euroescéptico a partir de 2019 en Estrasburgo” es unir a partidos que están gobernando en algunos lugares de Europa (Italia, Hungría, Austria, Polonia), con otros que tienen un cómoda situación en sus países y se configuran como “única oposición” (Francia, Alemania, Holanda, países nórdicos), sumando los diputados que pueden aparecen en la misma corriente en países como Bélgica, España, Rumanía, Croacia o Bulgaria. Se llegaría así, con facilidad a los 200 diputados (de los poco más de 700 escaños, 751 en la actualidad y algo menos por la pérdida de los 73 escaños ingleses). Esto supone casi un tercio de los votos.

La ventaja de ese “frente euroescéptico” es que los puntos de acuerdo (alto a la inmigración, revisión de los aspectos más conflictivos de la UE, políticas realistas en economía y sociedad, rearme arancelario, soberanía y neutralidad europea) son muy superiores entre ellos que los que se dan en el interior de cualquier otro grupo en donde, por una parte, subsisten diferencias ideológicas y distintas prioridades en el centro-izquierda, matices e, incluso, obsesiones, La aparición de una izquierda “populista” en Alemania no ha hecho más que complicar las cosas para una izquierda que, ya de por sí, encuentra dificultades en la definición de su proyecto y en hacerlo digerible para el electorado. La única esperanza actual del centro-izquierda europeo sería que, masivamente, el electorado étnicamente no europeo les prestara su apoyo masivo… algo difícil en unas elecciones europeas. En la actualidad, el equilibrio de fuerzas de la legislatura que termina está a favor de la derecha (con 360 diputados frente a los 292 del centro-izquierda). No parece que la derecha vaya a mejorar sus posiciones, salvo en su franja euroescéptica, fronteriza con el Partido Popular Europeo (la fuerza que Salvini se ha propuesto destruir con su sistema de alianzas o, en cualquier caso, obligarle a sumarse al carro euroescéptico o, en última instancia, atemperar sus furores europeístas). Tampoco la izquierda alberga grandes esperanzas en estas elecciones. Solamente se registra euforia y optimismo en el seno del “populismo euroescéptico”.
  • ¿La convicción? Que el parlamento europeo de 2019 ya no tendrá la misma geometría que el de 2014-2019.
  • ¿La duda? Si el avance del populismo euroescéptico será suficiente como para bloquear las decisiones del parlamento europeo y obligar a una rectificación de las posiciones históricas de la UE desde Maastrich.
  • ¿La esperanza? Que en la próxima legislatura se ponga coto a la inmigración masiva en Europa, se releguen a segundo plano las reivindicaciones neurótico-obsesivas de los “grupos sociales” que han protagonizado la decadencia y la desintegración social de Europa y que, al menos, un grupo parlamentario numeroso defienda en Estrasburgo los intereses del ciudadano de a pie.
  • ¿La conclusión? La necesidad de participar en estas elecciones que pueden marcar un punto de inflexión histórico en la UE, estancada desde el rechazo a la Constitución Europea y la necesidad de votar a lo largo y ancho del continente a opciones “euroescépticas y populistas”, de Narvik a Lisboa y de Atenas a Dublín.
  • ¿La consigna que propone este apolítico, conservador revolucionario y anarca? SI ALGO PUEDE CAMBIAR, ES AHORA.



jueves, 24 de enero de 2019

365 QUEJÍOS (250) – LA EUROPA QUE MUERE Y LA EUROPA QUE QUIERE VIVIR (2 de 3) LOS ANTÍDOTOS DEL RÉGIMEN CONTRA EL “POPULISMO”


El “sistema” (entendido como el poder político-mediático-cultural sostenido por una clase que actúa mancomunadamente con los intereses de los promotores económicos del mundialismo y de la globalización) no ha encontrado la “fórmula mágica” para vacunar a las poblaciones del virus del “populismo”. Las fórmulas utilizadas hasta ahora ya no sirven: cada fórmula empleada, si bien logra contener el ascenso de las fuerzas populistas, están van, poco a poco, royendo las bases electorales de los partidos “del sistema”. A lo mejor es que las posiciones populistas no son tan descabelladas desde el punto de vista del electorado y el problema es que el “sistema” ha generado una brecha creciente e insuperable entre la clase política que ha asumido la defensa de sus intereses y el electorado. Desde este punto de vista, los votantes a los partidos tradicionales, serían los “últimos engañados” por las fantasías generadas por “el sistema”, los últimos mohicanos que aún creen en la multiculturalidad, las bondades del “mercado”, las posibilidades de estabilizar la globalización, el relativismo y la mitología progresista (que no termina de advertir que cada “progreso” supone un paso al frente ante el precipicio) o de la fatuidad conservadora (que no se ha enterado que, en la cotidianeidad, ya no queda nada digno de ser conservado). El problema que tienen los partidos “del sistema” es que hoy están todos desgastados y en horas bajas después de más de casi ochenta años de regir los destinos de Europa y en España tras la experiencia de cuarenta años de partidocracia. Y, a diferencia de hace apenas una década, las opciones “populistas” ya no son marginales: están situadas en el eje del panorama político. ¿Qué lo demuestra? El que el debate político, ya no lo marcan los partidos tradicionales sino las fuerzas populistas: se habla de inmigración masiva, se habla de decadencia cultural, se habla de la globalización imposible y de la multiculturalidad, de evitar el contagio islamista, se habla de identidad… ya no se habla de lucha de clases, no se tiene fe ciega en “el mercado”, los defensores de la inmigración y del mundialismo cada vez están más arrinconados: los intelectuales “del sistema” ya no son leídos, seguidos ni respetados en sus opiniones, están cayendo como las hojas en otoño.

¿Qué fórmulas están recomendadas por el poder económico, están empleando en estos momentos, los partidos tradicionales para frenar a las fuerzas populistas?
  • 1) Aislar políticamente al “populismo”,
  • 2) Ignorar su existencia y hacer como si no existiera
  • 3) Crear una legislación de contención y,
  • 4) Tratar de integrarlo en el establishment

Cada una de estas opciones tiene sus pros y sus contras. Veámoslas con algo de detenimiento:

1) Aislar políticamente al “populismo”: el “cordón sanitario”

Es lo que se hizo con el franquismo durante la transición: se le aisló, se le redujo a partidos testimoniales, se creó y se favoreció la creación en torno suyo de un aura de violencia y terror. A ello contribuyeron grupos mediáticos (Prisa, Cadena 16 y Cadena Z, fundamentalmente), poder económico (intereses del capitalismo español para entrar en la UE y de grupos financieros extranjeros que deseaban invertir en España), que encumbraron a una clase política que quizás tuviera talla para dirigir una huelga en un centro universitario o ejercer de panfleto parlante, pero que carecía de experiencia en gestión política. La consigna era: “todos contra la extrema-derecha”. Antes se había aplicado en Italia y se resumía, en una palabra: “Antifascismo”, es decir, “todos contra el Movimiento Social Italiano”. No faltaron, ni en España ni en Italia, provocaciones procedentes de servicios de inteligencia que asumieron su parte en la tarea de aislar a la extrema-derecha. Quienes comprendieron la tormenta que se cernía sobre este espacio político, simplemente, lo abandonaron. En Italia quedó configurado un “espacio de protesta”, protagonizado por el MSI que nunca superó el 12-15% de los votos. En España, solamente en las elecciones de 1979 la Alianza Nacional pudo colocar un diputado en el parlamento. Así pues, la primera aplicación de la política del aislamiento se saldó de manera positiva. Pero, el problema es que, todo ha cambiado extraordinariamente: el nuevo “populismo” no tiene nada que ver con la vieja “extrema-derecha”: no estamos hablando de neofascistas, neonazis o neofranquistas, sino de un verdadero movimiento social y popular que si tiene nostalgia es de la estabilidad y de la tranquilidad y quiere reinstalarlas en sus vidas. No quiere ni alzar el brazo, ni cantar el Cara al Sol, ni vestir una camisa, ni aplaudir a una retórica patriótica: es un movimiento que exige eficiencia a las instituciones y que, en lo personal, figura en el bloque de los “damnificados de la globalización”. Al sistema, seamos claros, le faltan argumentos suficientes como para articular un discurso culpabilizador sobre este “populismo” y, por mucho que lo intenten, mediocres tertulianos y políticos temerosos de perder su poltrona, lo cierto es que sus argumentos chocan con la realidad de los hechos: hoy no puede tildarse de “extremistas de derechas, radicales y violentos” a gentes que conocemos de toda la vida, que hablan, conversan, discuten y lo hacen sin aspavientos ni actitudes violentas: la diferencia cada vez más marcada entre el “discurso antifascista” y la realidad del “populismo” es tal, que inhabilita de partida a los primeros que, para colmo, no pueden alardear ni de honestidad, ni de eficiencia en la gestión, ni siquiera de claridad de ideas.


2) Ignorar la existencia del “populismo”: el “muro del silencio”

Es otra actitud habitual. Lo importante para el “stablishment” es que ni se consideren, ni se atiendan, ni se responda a los debates que plantea la “extrema-derecha”: entrar a discutir es perder. Si se empieza a discutir sobre la inmigración masiva, no existe ni un solo argumento válido para seguirla defendiendo aquí y ahora. Si se discute sobre la eficiencia de los partidos tradicionales, incluso a los militantes de estos partidos, les falta valor para defender públicamente la gestión de un Gonzáles, un Zapatero, un Aznar o un Rajoy; así que mejor no discutir. Si se admite a un “populista” en un debate sobre la corrupción, el problema es que aparecerá como el único no contaminado y podrá lanzar salvas contra el resto de interlocutores que han hecho de la política su huerto particular. Y si se deja que un “populista” explique que ni es radical, ni es fascista, se corre el riesgo de que el arsenal contra él quede vaciado de argumentos. Así pues, lo mejor es que no aparezca en lugar en lugar alguno, que, en los debates sobre la inmigración, no se invite a ningún “populista”, que se cierren las puertas de los medios de comunicación a los representantes del “populismo” y que se genere un muro de silencio en torno suyo. La existía de grupos radicales “antifas” y el ejercicio de la “permisividad”, hará que las reuniones y mítines convocadas por los “populistas” sean, allí donde puedan serlo, obstaculizadas e impedidas: porque de lo que se trata, a fin de cuentas, es de negarles el derecho a la libertad de expresión, no sea que convenzan a sectores de la población. Es aquí en donde el “stablishment” utiliza a mano de obra barata y marginal para completar la creación de un muro de silencio impenetrable. La estrategia funciona, mientras el populismo no alcanza una masa crítica suficiente como para que resulta imposible ignorar su existencia. A esto se une el hecho de que las nuevas tecnologías han convertido a las redes sociales en extraordinariamente permeables para la actuación del “populismo”. Las políticas del “muro de silencio” se muestras, por todo ello, cada vez más inoperantes.

3) Crear una legislación de contención: “el muro legal”

Lao-Tsé dijo: “La justicia es como el timón; hacia donde se le da, gira”. Así es, efectivamente, el “legislador” puede hacer y deshacer leyes a su antojo. Cuando en los años 80 el Front National en Francia logró colocar a un grupo de diputados en el congreso nacional, la iniciativa del régimen fue modificar el sistema electoral e introducir la “segunda vuelta” en las elecciones generales. Obviamente, el grupo parlamentario del Front National no fue reelegido en las elecciones siguientes y el régimen pudo continuar tranquilamente otros treinta años. Luego están los obstáculos puestos a la libertad de expresión, el aguijoneo constante a los partidos disidentes mediante denuncias y apertura de investigaciones, la infiltración por parte de los servicios de seguridad del Estado que pueden llegar, incluso, a las provocaciones para conseguir introducir actitudes legalmente punibles. Esto llegó hasta tal punto que hablar sobre la inmigración masiva sin expresar un deseo favorable a la llegada de más y más inmigrantes, en países como Francia, Alemania o el Reino Unido, acarreaba inmediatamente la sospecha de ser “xenófobo y racista”. El “legislador” creó, en toda Europa, una legislación que penalizaba estos comportamientos y que, para colmo, impedía, incluso, en algunos casos, aludir siquiera al grupo étnico de un delincuente o de un violador o a impedir que se publicaran estadísticas sobre el origen étnico de los presos en las cárceles de países como Francia. No hace mucho se anunció que un partido parlamentario, en realidad, la única fuerza de oposición que existe en Alemania en estos momentos, estaba siendo “vigilada” por los servicios de seguridad. Algo parecido ha ocurrido en Francia. El arsenal legal construido ad hoc, llega allí en donde no alcanzan otras medidas. Pero también esta estrategia conlleva un problema: el primero de todos es lo que podríamos llamar “la evidencia”. Muchos comportamientos y problemas que han llegado con la inmigración masiva, son demasiado evidentes como para poderlos negar y, por supuesto, para condenarlos por parte de jueces conscientes de que se trata de una legislación de carácter político. Por otra parte, lo realmente terrible para el “stablishment” es que los partidos “populistas” no sostienen posturas “anticonstitucionales”, ni comportamientos ilegales, sino que hacen todo lo posible por mantenerse, no solo dentro de la legalidad vigente, sino incluso obligando a que esa legalidad se cumpla. Por otra parte, la aplicación de “represión legal” contra los “populistas”, por sus opiniones políticas, rompe el “frente único” de las fuerzas democráticas: en efecto, algunos sectores consideran estas medidas como afrentas y vulneraciones a la “libertad de expresión”. Por tanto, no solo la eficiencia de estas medidas sino, incluso, la posibilidad de aplicarlas, va siendo cada vez más difícil.

4) Tratar de integrarlos en el “stablishment”

Es la última opción y la más arriesgada. Se trata de negar las tres opciones anteriores y, mediante pactos y acuerdos, comprometerlos en la gestión cotidiana, lo que equivale a reducirlos a un simple partido más que, antes o después, empezará a tener los mismos problemas que cualquier otra formación del régimen: corrupción, errores de gestión, puntos incumplidos de su programa, ejercicio del transfuguismo, problemas interiores, etc. Problemas que plantea esta opción: estos partidos “populistas”, si, además de visibilidad, logran encaramarse a puestos de poder, exigirán reformas y giros políticos que comprometen la viabilidad misma del sistema mundial globalizado. Y desde el momento en el que uno de sus miembros alcanza un puesto ministerial, se corre el riesgo de que quiera aplicar la política que ha venido defendiendo desde la oposición o, en cualquier caso, parece evidente que sus declaraciones tendrán más eco y alcanzará una mayor visibilidad. Es lo que ocurre en Italia en estos momentos con el “caso Salvini”. Por el momento, las “órdenes” que llegan de la “internacional del dinero” son claras: aislar a los populistas, afianzar el “muro de silencio”, construir una política de aislamiento. Tal es el papel que va a ejercer Manuel Valls en Ciudadanos, de cara a evitar pactos entre Vox y PP y para eso, finalmente, está aquí, aspirando a la alcandía de Barcelona y luego a la dirección del propio partido. España, una vez más -y las elecciones andaluzas lo han demostrado- es el eslabón más débil en la cadena de defensa ante el “populismo” europeo: aquí la derecha está predispuesta al pacto, si eso evita que la izquierda llegue al poder: aquí, las décadas han demostrado en situaciones mucho peores que la actual, que no existe “cultura de Gran Koalición” a la alemana y que un pacto de este tipo podría hundir electoralmente tanto al PSOE como al PP y para siempre. Es el tributo que tienen que pagar a 40 años de bipartidismo y a la fractura de la sociedad española en derecha-izquierda. Después de su fracaso en las anteriores elecciones generales, Vox entendió el mensaje: había que actualizar el discurso y ocupar un espacio que existía en toda Europa y que en España todavía no estaba ocupado. Introdujo nuevos temas y la erosión del PP y su debilidad en relación al tema catalán, hicieron el resto. Ahora es el PP el que no tiene muy clara cuál es su situación, ni cuál es su política preferencial de alianzas. Y si tenemos en cuenta que Ciudadanos, como todo partido centrista, tiene una vida corta que dura lo que duran las causas que generaron su aparición (la necesidad de la transición en 1977 y la respuesta a la crisis independentista en 2010), el futuro del PP es muy complicado en este momento, en donde, por primera vez desde Cánovas, a la derecha tradicional le ha aparecido un adversario a su derecha. El “populismo” europeo, finalmente, no ha renunciado a su intención de “reformar” el régimen e introducir correcciones en beneficio de la población de sus respectivos países. Integrarlo en el régimen supone, en definitiva, un altísimo riesgo para que el régimen se mantenga en su actual configuración. Y si bien es cierto que los aparatos legislativos, no permiten reformas radicales y a corto plazo, si que toleran reformas progresivas y continuas. Vetar, por ejemplo, la importación de cítricos no europeos, supondría una revolución económica como lo sería instalar un régimen de aranceles para determinados productos o favorecer desde el Estado Español o desde la UE, la creación de empresas semi-públicas en el sector de las nuevas tecnologías. A esto tiende el “populismo” europeo: a que una serie de reformas progresivas bloqueen los mecanismos del mundialismo y de la globalización y estabilicen la situación económico-social y cultural en el continente.

*    *    *

Si bien, la “integración es la fórmula que, antes o después, terminará imponiéndose (en Francia el “frente anti Le Pen” se está desgajando en estos momentos, con el tránsito de antiguos miembros del partido de Sarkozy a la formación “populista” y en otros países, fuerzas “populistas” ya están en el poder y han trenzado pactos con otros sectores políticos), lo cierto es que los sectores cavernícolas del “stablishment” (frecuentemente salidos de los medios masónicos más apegados a los “inmortales principios”, o a los medios ultraliberales vinculados a la banca o a la alta finanza internacional) tratarán por todos los medios -y en los cuatro meses que quedan hasta las elecciones europeas de seguir aplicando las tres fórmulas habituales (“muro de contención”, “muro de silencio” y “el muro legal”), lo cierto es que ninguna de estas opciones ofrece garantías de éxito. Todas tienen pros, pero, sobre todo, contras y todas hacen aparecen al “populismo” como algo radicalmente diferente al resto del panorama político en un momento de crisis de las fórmulas tradicionales. En esa óptima, el problema para el “stablishment” es que el “populismo” aparece ante los ojos del electorado como una alternativa viable y esperanzadora. Ahí reside su fuerza.


365 QUEJÍOS (250) – LA EUROPA QUE MUERE Y LA EUROPA QUE QUIERE VIVIR (3 de 3) – LAS TRES CORRIENTES DE LA POLÍTICA EUROPEA