He estado varias veces en Venezuela. Era antes del gobierno
de Chavez. La primera vez que estuve allí, me sorprendieron las tiendas de
informática, los centros comerciales, que en aquel momento todavía no tenían
parangón con los que habían aparecido en España. Las zonas desarrolladas
estaban mucho más desarrolladas que en Madrid o Barcelona: vi centros
comerciales que me parecieron de otra galaxia, ordenadores que no habían
llegado todavía a España. Otras zonas me recordaron el sur de los EEUU y otras,
a Bolivia y a los países andinos. En cierto sentido, Caracas era una “síntesis
de Occidente”. Había inseguridad en las calles. Un amigo y camarada, un tipo
duro, exiliado italiano, había sido atracado en plena calle no hacía mucho y la
situación del orden público estaba deteriorándose visiblemente. Las calles eran
recorridas por policías en Harleys,
amedrentadores, pesadamente armados. Pero había calles por las que era
peligroso meterse. Vivía en Miraflores, un barrio tranquilo. Hablar sobre política con el venezolano
medio era hablar sobre la corrupción. Miente quien diga que el sistema al que
Hugo Chavez finiquitó era un sistema sano: corrupto y corruptor, ineficiente, con
la calle descontrolada por una delincuencia peligrosa y en un país de cuyo
subsuelo manaban riadas de petróleo. Este ha sido el problema de Venezuela:
el petróleo.
Cuando en un país como Venezuela y en la situación que se
encontraba en 1999 se produce un cambio de régimen, siempre hay beneficiarios y
damnificados: los primeros cantan excelencias del régimen y los segundos
pestes. No puede extrañar, por tanto, que los inmigrantes venezolanos que
empezaron a llegar a España en el año 2000 pintaran las cosas negras y en
cambio el régimen de Chavez se mantuviera sin apenas dificultades mientras él
estuvo en la presidencia. Al gobierno de José María Aznar le correspondió “trabajar”,
por cuenta del Departamento de Estado norteamericano, la “cuestión venezolana”.
Era un problema, porque Chavez había estrechado lazos con Cuba, y era, en ese
momento, el único pulmón con el que contaba la isla para sobrevivir al bloqueo
norteamericano después de la caída de la URSS. Así que Aznar quedó comisionado
por Bush para contactar con los partidos de oposición a Chávez y tratar de
forzar un cambio radical de la situación. Se produjo un golpe, “el carmonazo”,
cuyo gobierno solamente fue reconocido por EEUU y por… Aznar. La reacción de
Chavez y la movilización popular cortó aquel conato y Carmona consiguió huir a
Colombia. El nombre de Aznar quedaría
ligado para siempre a los intentos norteamericanos de desestabilización de
Venezuela.
Desde entonces y, especialmente, tras la muerte de Chavez,
las cosas se han ido degradando en Venezuela. Hay que recordar que Hugo Chavez
fue elegido presidente del país democráticamente, pero falleció en 2013 y al
convocarse nuevas elecciones el 14 de abril de ese año, Nicolás Maduro obtuvo
el 50,61% de los votos y el candidato opositor, Capriles Radonski, el 49,1%.
Justita la victoria, pero justa y legítima. Pero, a partir de ese momento, la
situación interior del país se fue degradando: crisis económica, aumento de la
delincuencia, aumento de la corrupción… Para colmo, cuando se convocaron las
elecciones parlamentarias de 2015, la Mesa de la Unidad Democrática, auspiciada
por los EEUU, obtuvo mayoría parlamentaria quedándose con 112 de los 167
escaños. Empezó así una dualidad de poder entre la presidencia del país y el parlamento
(algunos escaños obtenidos por la MUD fueron anulados por fraude). El parlamento
siguió, desde entonces, empeñado en destituir a Maduro y el Tribunal Supremo de
Justicia en acusar al parlamento de desacato. Ahora la situación parece haber
estallado de nuevo y, nuevamente, los EEUU parecen haber desencadenado la
situación.
¿El motivo? Venezuela es el principal proveedor de petróleo
a los EEUU. El petróleo es una maldición. Un leve cambio en el precio del
petróleo podría hacer que el PIB de los EEUU subiera o bajara algunos puntos. El
problema empezó en 1973. Antes, en 1950, Venezuela era el cuarto PIB per
capital y en los años 60 era tan próspero como Noruega. Hasta 1982 fue la
primera economía iberoamericana gracias al petróleo. En 1973 cuando la OPEP
impuso el embargo petrolero, los precios del crudo se dispararon y generaron
una riada de dólares en dirección a Venezuela: esto hizo que el gobierno de Carlos Andrés Pérez aumentara
extraordinariamente el gasto público, apostando por el mercado interior y la
burocracia, pero sin aumentar la producción industrial.
La economía venezolana
se basaba en las exportaciones de petróleo: nada más. Cuando el precio del
crudo cayó en 2000, empezó la gran crisis y el calvario de los distintos
gobiernos venezolanos y de su población. A partir de 2013 el país no ha logrado
superar su crisis interior, coincidiendo con el gobierno de Maduro. Crisis
financiera, escasez de productos básicos, cierre de empresas privadas,
inmigración masiva, hiperinflación, corrupción, fraude fiscal, deterioro de la
productividad y contradicciones políticas, han sido los desencadenantes de la
actual situación. EEUU precisaba un precio del petróleo bajo y estable. Y Chávez
no lo garantizaba: para él, era, más bien, un mecanismo de presión.
Además, EEUU, necesita recuperar el prestigio erosionado por las aventuras coloniales frustradas en Oriente Medio. Lo que está en juego en Venezuela es pura geopolítica: Guaidó apoyado por EEUU y Maduro por China (principal acreedor-inversor en Venezuela) y por Rusia (en septiembre Putin envió dos bombardeos y un centenar de oficiales a Caracas para realizar ejercicios conjuntos). Está claro que países como Israel, permanentemente al lado de los EEUU, han apoyado a Guaidó y que la postura de España es ambigua (reconocimiento a cambio de convocatoria de elecciones…) dado que la postura general europea es favorable a Guaidó, pero Sánchez quiere un perfil propio en esta materia.
Para los que no somos venezolanos, entender lo que está
pasando allí y tomar partido es complicado; cuando las cosas no funcionan bien
(y en Venezuela nunca han funcionado correctamente del todo, ni en el período
democrático, ni en el período chavista, aun reconociendo que el chavismo quiso
imprimir un cambio de rumbo y realizar una revolución necesaria) surgen los
problemas al margen de las ideologías. Pero Venezuela es independiente desde
1811 y se escindió de la Gran Colombia en 1830, así que lo que pase en el país
es cosa de sus ciudadanos.
La cuestión, para
nosotros, españoles, es decidir cuál es la “mejor opción” en política
internacional: o un mundo “unipolar” dirigido por los EEUU, o un mundo “multipolar”.
Si elegimos la primera opción, optaremos necesariamente por la Iberoamérica
salida de la “Doctrina Monroe” (América para los americanos… del Norte) y el apoyo
a Guaidó será la única opción. Esta doctrina es la única posibilidad para
Donald Trump, mucho más realista, que sus predecesores, de conservar cierto
prestigio y autoridad de los EEUU. Trump parece hacerse resignado a que EEUU
sea una “superpotencia regional”, solo que su concepto de “región” es
excesivamente grande y abarca, como para el viejo Monroe, la totalidad del
continente americano.
Ahora bien, si
elegimos un mundo “multipolar”, desde luego, la candidatura de Guaidó no es la
mejor. Es el problema que tienen los “opositores” a los gobiernos “populistas”
iberoamericanos: que todos, desde los que se opusieron a Perón, hasta los que
se opusieron a Castro, como los que se opusieron a Chavez, todos miran a los
EEUU como el “gran timonel” de la política americana. Su discurso plagado
de alusiones a los derechos humanos y a la democracia, encubre en realidad su
servilismo hacia los EEUU. Y las cosas, en este terreno no han cambiado.
En estos tiempos resulta muy arriesgado poner la mano en el
fuego por alguien, especialmente en un país que arrastró problemas graves desde
hace más de 40 años. Poner todos los elementos que entran dentro de la ecuación
es mesiado complejo y, en tanto que país soberano, Venezuela es la que tiene la
última y única palabra sobre lo que ocurra allí. Apoyar a una parte, apoyar a
la otra o apoyar a unos instándoles a que convoquen elecciones lo antes
posible, supone desconocer que los venezolanos son los únicos que tienen
derecho y mecanismos constitucionales y legislativos para resolver sus problemas.
A nosotros, en tanto que defensores de la soberanía e independencia de las
naciones, lo único que debe preocuparnos es que lo que salga de aquel conflicto
refuerce el “multilateralismo”. Y, desde luego, Guaidó, en unas fotos orando
piadosamente y en otras con el mandil masónico, no parece nada más que el
clásico oportunista de mucha ambición y pocos vuelos.