lunes, 28 de enero de 2019

365 QUEJÍOS (255) – LAS SECTAS YA NO SON COMO LAS DE ANTES


En otro tiempo, los gurús se esforzaban un poco más. Eran estafadores, pero tenían mucha más altura. Algunos, incluso, se creían su papel de “guías espirituales”. En los años 60, el anciano Jiddu Khrisnamurti que había sido presentado 40 años antes como el “Cristo de la nueva Era” por la Sociedad Teosófica, andaba como gurú de la “jet-set” pontificando sobre la paz y el amor. ¿Quién se acuerda hoy de Khrisnamurti? En los 80 y 90 se discutía si la sociedad Nueva Acrópolis era o no “fascista”. Se lo pregunté a uno de sus dirigentes en España -que todavía anda por la secta- y me contestó, literalmente, que “las inteligencias que gobiernan el mundo -los mahatmas- crearon la Sociedad Teosófica para enderezar a la humanidad y fracasaron, luego crearon a los fascismos… y fracasaron. Y ahora han creado a la Nueva Acrópolis”… que también ha fracasado a la vista del paso del tiempo. Uno iba por la calle y veía carteles del Lectorium Rosacrucianum, de los Gnósticos de CARF, de la Gran Fraternidad, el Partido Humanista, fue el momento dorado de los movimientos ocultistas, luego arrasaron las escuelas de yoga, los gurús llegados de oriente. Luego vinieron las terapias, hace unos años identifiqué una treintena de curalotodos. Lo sorprendente es que todo este submundo sigue vivo y latente, pero apenas da señales de vida. Sus huestes sobreviven, pero diezmadas y ya no queda del impulso originario que tuvieron en los años 80.

La crisis está presente en el mundo editorial: ya no se publican ni libros de astrología, ni siquiera de parapsicología que en los años 70 y 80 dieron a Plaza&Janés o a una pléyade de editoriales menores, sus mejores beneficios. En poco tiempo se editaron todos los libros de hermetismo y alquimia que no se habían publicado en los 300 años anteriores. Y, tal como aparecieron, desaparecieron. De todo esto, lo que queda es Cuarto Milenio y tres revistillas (Enigmas, Mas Allá y Año Cero) que repiten sistemáticamente temas y cuya venta no creo que, en conjunto, llegue ni a 10.000 ejemplares.

El problema de todo este sector es que la gente quería resultados y efectos. Se apuntaba a un grupo esotérico porque creía que con un mes de pago de cuota iba a poder realizar “desdoblamientos astrales” o a conocer sus vidas anteriores. Otros pensaban que les enseñaran a adquirir poderes olvidando que “lo que la naturaleza no te ha dado, Salamanca no te lo regalará”… La gente que acudí a estos grupos, o bien quería calor humano, o adquirir “poderes”. Era como el que se apuntaba a la masonería, lo hacía para el “progreso del género humano”, sí, pero también y sobre todo por la creencia generalizada de que ir a las logias podía proporcionar poder personal.

Luego vino el mundo de las videntes. En los años 80 y 90 cada emisora de radio tenía su programa sobre “esoterismo” que se financiaba con cargo a la publicidad contratada con videntes. La mayoría de ellas eran incapaces de distinguir si iba a llover o no, a pesar de que el cielo estuviera cubierto de gruesos nubarrones. También aquí, la inmigración operó a la baja en el sector: aparecieron todo tipo de babalaos, paydesantos, grandes brujos, que vendía encantamientos y magia vudú. Sus servicios eran gratuitos -les movía un indecible “amor a la humanidad”- pero los medios que servían para su culto (harina de mandioca, raíces exóticas, productos rituales, velones, aceites consagrados) había que pagarlos a precio de oro. Todos, sin excepción, eran fraudes como eran fraudes los “sanadores filipinos” que practicaban cirugía psíquica, los chamanes de medio pelo que ofrecían ayahuasca (algo de LSD con harina de algarroba…) y los erotómanos que vendían “tantrismo” y los que se anunciaban en call-centers como “consejeros espirituales”.

Si el viejo ocultismo ha desaparecido, las videntes telefónicas experimentan un visible reflujo, quedan siempre las religiones exóticas llegadas del tercer mundo: puestos a ser crédulos, nuestra sociedad ha concluido que un africano que ha conocido al brujo de la tribu o que afirma serlo él mismo, es mucho más eficiente que un psiquiatra, un sacerdote o la propia capacidad para tomar conciencia de uno mismo.

Reconozco que el mundo de las sectas y de las nuevas religiones ya no es como el de antes. Todo ha ido eclipsándose y decayendo. Uno estaría por creer que las concepciones religiosas que han estado en vigor en Europa en los últimos 2.000 años, son las correctas y desearía volver a ellas. Las abandoné en 1966, cuando tenía 14 años, pero si hoy me dediciera a volver a ellas me daría cuenta de que la propia Iglesia ya no es la que era: de hecho, no existe una Iglesia sino una multitud de sectas (que si el Yunque, que si el Opus, que si los catekumenales, que si comunión y Liberación, que si los kikos, que si Familia-Trabajo-Propiedad, qué se yo…). Demasiadas para alguien que le atraían mucho más los benedictinos, los franciscanos o el Císter. Reconozcámoslo: el hombre moderno, es un desahuciado en materia espiritual. No puede confiar en nadie, ni en la religión tradicional, ni en las sectas del siglo XX, ni en las nuevas religiones, ni en las operadoras de los call-centers, ni en el chamán o el babalao de turno. Como decía aquel: “el fuerte es más fuerte, cuando está solo”.