miércoles, 9 de enero de 2019

365 QUEJÍOS (239) – “NARANJITO, APROVECHA HOY QUE MAÑANA NUNCA SE SABE…”


El uso de el color naranja fue lo que permitió que Ciudadanos fuera considerado como el “partido de Naranjito”, el icono de los Mundiales de Fútbol del 82. Pronto, al concluir aquellos fastos, los medios y los aficionados, se olvidaron de Citronio y, en cuanto a Naranjito solamente volvió a ser recordado a raíz de la aparición del partido de Rivera.
Ciudadanos ha sido una opción interesante (obsérvese que utilizo el pasado). En su momento, concentró la respuesta contra el nacionalismo catalán. La timidez del PP en la materia y el hecho de que hubiera sido Aznar quien apuntalase a Pujol en sus últimos años de gobierno, le resguardase de investigaciones de la fiscalía y mirara a otro lado ante la corruptelas de CiU, hizo que una parte del electorado catalán aprovechara el intento de La Caixa de crear una formación nueva de carácter antinacionalista, para traer lo que ni el PP catalán quería protagonizar, ni el PSC estaba en condiciones de hacer: responder al nacionalismo, en las instituciones y en la sociedad. El experimento tuvo éxito y Ciudadanos se llevó los votos de todos los que se oponían a lo que hemos definido como “el viaje a ninguna parte” del nacionalismo y del independentismo. Pues bien, ahí empiezan y terminan los méritos de Ciudadanos. No hay más.

Lo que ocurrió luego fue que el “movimiento de los indignados” y la aparición de Podemos demostró el desgaste de la izquierda y el que una parte del electorado estaba a favor de nuevas opciones. Así pues, en el otro lado del espectro político, a la vista del deterioro creciente del PP, de sus corruptelas, de su incapacidad para mover el “régimen” socialista andaluz, y de su timidez en materia de vertebración del Estado, parecía posible crear una alternativa a escala de Estado utilizando la sigla catalana que, al haber irrumpido en el parlamento autonómico, generó simpatías en otras regiones. Los mismos que habían promovido a Ciudadanos en Cataluña intentaron trasladarlo a nivel nacional. Y aquí las cosas son más complicadas. Porque si en Cataluña estaba claro que votar a Ciudadanos suponía votar contra el nacionalismo, ¿qué contenidos se iba a dar al partido fuera de Cataluña?


Cuando todavía era una pequeña formación regional, Rivera, decía ser “de centro-izquierda” que era lo que parecía estar de moda en la época: no era muy comprometido y tendía a recuperar los votos castellanoparlantes del PSC. Para muchos de los que votamos en aquel momento a Ciudadanos, nos importaba un higo su orientación: nos bastaba con que fuera anti-nacionalista. Ni esperábamos más, ni exigíamos más, incluso sabíamos que el antinacionalismo era una especie de límite de Ciudadanos, más allá de lo cual no había nada, ni podía esperarse nada. Las anteriores elecciones andaluzas en las que, un Ciudadanos dirigido en aquella región por un “routier” político que había pasado por todas las formaciones esperando poder extraer poder de alguna, indicaron a las claras que no podía esperarse mucho más del partido de Albert Rivera.

A la hora de encontrar una ubicación política para “el partido naranja”, alguien descubrió nuevamente la pólvora atribuyéndole una colocación “centrista”: ¿Qué es el centrismo? Es el posicionamiento habitual en tiempos de crisis y transición: la actitud no comprometida en la que cabe todo y en la que todos pueden reconocerse; se presenta como ajena a los errores de la derecha y a los de la izquierda, distante de ambas y en un equilibrio ecléctico perfecto en función de sus intereses personales. Pero una vez terminan los “tiempos de crisis”, los períodos “de transición”, el centrismo entra en barrena, se enreda en multitud de polémicas interiores: ¿con quién pactar? ¿con la derecha o con la izquierda? ¿cómo definirse? ¿socialdemócratas, liberales, democráticos? Rivera elude todos estos compromisos aludiendo al “constitucionalismo”.

España tiene la constitución que tiene porque no existen consensos suficientes para elaborar otra. Rivera la defiende porque fue un producto del “primer centrismo”, el de Suárez, olvidan que en esa constitución están contenidos todos los gérmenes de los problemas que luego se han ido acumulando y que, finalmente, han llevado a un cretino a sentarse en La Moncloa sin que nadie lo haya elegido y sin haber ganado ni una sola elección. Y, por lo mismo, si existe problema autonómico es porque la constitución es materia de vertebración del Estado es más ambigua y amorfa que Miguel Bosé con uniforme de la legión. La nuestra, hay que recordarlo, no es una gran constitución y durante el felipismo, como decía Bob Dylan en la canción que dedicó a Woody Guthrie: “Te he escrito una canción, sobre un mundo absurdo que están cansado y hecho jirones, que parece estar agonizando y apenas sí acaba de nacer”La constitución del 78 es uno de esos documentos que uno da por inevitable en su momento, que luego nadie se ve con valor de cambiar y que todos, abierta o soterradamente, reconocen, siguiendo la misma canción de Dylan que “vinieron con el polvo y se fueron con el viento”. No es como para enfatizar su defensa, como no se puede echar mucho valor al salir en defensa de las gominolas o de los zurullos secos y bien aplanados.

Pero es que, detrás del centrismo no hay nada, ni lo ha habido nunca, ni lo puede haber, aparte, naturalmente, de las ambiciones desmesuradas que contrastan siempre con las posibilidades reales. Suárez ya decía que cuando abandonara la política, siempre podría ser un vendedor de El Corte Inglés. De la misma forma que Suárez solamente estaba preparado para camelar a unos y a otros, Rivera -lo demostró en las últimas elecciones- carece de formación y talla política y hubiera debido reconocer sus carencias limitándose a ejercer sempiternamente como antinacionalista en Cataluña en lugar de aspirar a algo -un liderazgo nacional- que no está al alcance de sus capacidades por mucho que todos los líderes de todos los partidos estén hoy cortados por el mismo patrón y parezcan hechos a troquel. Macron en Francia es el ejemplo, como lo fue Obama en EEUU, del “look” aplicado a la política.

En su búsqueda de apoyos, Rivera ha encontrada un aliado en Emmanuel Valls, barcelonés de origen, francés de adopción, que pasa por haber sido un “enérgico ministro del interior” con Sarkozy y que, en su imposibilidad de escalar más allá en Francia, prueba fortuna en Barcelona. Será el número 1 a la alcaldía de la ciudad por Ciudadanos. Pero Valls ss un fraude. De momento, su condición de masón no lo sitúa como un artífice de alguna conspiración judeo-bolchevique, sino más bien como un trepa que intenta adaptarse a otro país para tratar de llegar a donde no llegó en el de adoptación. Rivera se equivoca si cree que Valls se conformará con ser un concejalillo (o un alcalde de cuatro años) en la Ciudad Condal. En primer lugar, porque llega demasiado tarde: por eficiente que sea su tarea, BCN lleva un cuarto de siglo de desorientación, degradación y gentrificación. En el 2000 quizás la situación podría remediarse, hoy ya es demasiado tarde y BCN es la nueva Marsella del Mediterráneo: ciudad caótica, agresiva, inhabitable, insana y poblada por delincuentes y manteros llegados de toda la galaxia, con millones de turistas deambulando en busca del club de cannabis más próximo, de la garimba a 26 céntimos y de una selfie con el aborto arquitectónico de la Sagrada Familia como telón de fondo. Ciudad con olor a meada de perro, porro, cloaca y gasolina quemada, ¡a ver quién es capaz de repararla y hacerla de nuevo habitable! Valls, desde luego, no.

Valls es un tipo que se ha movido entre los escorpiones más peligrosos de la política gala. Para él, Rivera es solamente un becario de pocas luces. Nada más: aspira a su puesto y quiere para tenerlo, las riendas de la alcaldía de Barcelona. Es un hombre con “voluntad de poder”, no nietzscheana, pero si política. Me recuerda en parte al pobre Zaplana: decía públicamente, primero alcalde de Benidorm, luego presidente de la comunidad valencia, luego ministro y luego presidente de gobierno. Se quedó a medio camino.

Las cosas no siempre salen bien y Valls corre el riesgo -especialmente, después de la irrupción de Vox- de que muchos de los votos que, inicialmente, iban destinado al “partido naranja”, vayan a parar al partido “citronio”, mucho más definido, con mucha más decisión, con menos lastres y más novedoso, que es hoy Vox. Porque con Vox no hay forma de engañarse: nunca pactará con socialistas, algo que Cs ya ha hecho… ¿Para qué votar al candidato escalador-masoncete a la alcaldía de Barcelona si al día siguiente puede apoyar su mayoría en el PSC y en los restos del PDCat?

Ciudadanos llegará en las próximas elecciones municipales del 2919 y a las generales (sea cuando sea que se celebren) a su límite máximo. A partir de ahí empezarán sus problemas. Es lo que tiene el “centrismo”, que nacimiento, desarrollo y muerte están siempre muy próximos. La gravedad de la crisis social, económica, cultural y nacional, es de tal envergadura, que todo lo que no sean soluciones “radicales”, es decir, que apunten a las raíces de los problemas, supone caer en medias tintas y en eclecticismos ambiguos que prolongan agonías. Mejor va siendo que los “naranjitos” se vayan haciendo a la idea de que viene Citronio en forma de eso que se llama “populismo”.