jueves, 24 de enero de 2019

365 QUEJÍOS (250) – LA EUROPA QUE MUERE Y LA EUROPA QUE QUIERE VIVIR (2 de 3) LOS ANTÍDOTOS DEL RÉGIMEN CONTRA EL “POPULISMO”


El “sistema” (entendido como el poder político-mediático-cultural sostenido por una clase que actúa mancomunadamente con los intereses de los promotores económicos del mundialismo y de la globalización) no ha encontrado la “fórmula mágica” para vacunar a las poblaciones del virus del “populismo”. Las fórmulas utilizadas hasta ahora ya no sirven: cada fórmula empleada, si bien logra contener el ascenso de las fuerzas populistas, están van, poco a poco, royendo las bases electorales de los partidos “del sistema”. A lo mejor es que las posiciones populistas no son tan descabelladas desde el punto de vista del electorado y el problema es que el “sistema” ha generado una brecha creciente e insuperable entre la clase política que ha asumido la defensa de sus intereses y el electorado. Desde este punto de vista, los votantes a los partidos tradicionales, serían los “últimos engañados” por las fantasías generadas por “el sistema”, los últimos mohicanos que aún creen en la multiculturalidad, las bondades del “mercado”, las posibilidades de estabilizar la globalización, el relativismo y la mitología progresista (que no termina de advertir que cada “progreso” supone un paso al frente ante el precipicio) o de la fatuidad conservadora (que no se ha enterado que, en la cotidianeidad, ya no queda nada digno de ser conservado). El problema que tienen los partidos “del sistema” es que hoy están todos desgastados y en horas bajas después de más de casi ochenta años de regir los destinos de Europa y en España tras la experiencia de cuarenta años de partidocracia. Y, a diferencia de hace apenas una década, las opciones “populistas” ya no son marginales: están situadas en el eje del panorama político. ¿Qué lo demuestra? El que el debate político, ya no lo marcan los partidos tradicionales sino las fuerzas populistas: se habla de inmigración masiva, se habla de decadencia cultural, se habla de la globalización imposible y de la multiculturalidad, de evitar el contagio islamista, se habla de identidad… ya no se habla de lucha de clases, no se tiene fe ciega en “el mercado”, los defensores de la inmigración y del mundialismo cada vez están más arrinconados: los intelectuales “del sistema” ya no son leídos, seguidos ni respetados en sus opiniones, están cayendo como las hojas en otoño.

¿Qué fórmulas están recomendadas por el poder económico, están empleando en estos momentos, los partidos tradicionales para frenar a las fuerzas populistas?
  • 1) Aislar políticamente al “populismo”,
  • 2) Ignorar su existencia y hacer como si no existiera
  • 3) Crear una legislación de contención y,
  • 4) Tratar de integrarlo en el establishment

Cada una de estas opciones tiene sus pros y sus contras. Veámoslas con algo de detenimiento:

1) Aislar políticamente al “populismo”: el “cordón sanitario”

Es lo que se hizo con el franquismo durante la transición: se le aisló, se le redujo a partidos testimoniales, se creó y se favoreció la creación en torno suyo de un aura de violencia y terror. A ello contribuyeron grupos mediáticos (Prisa, Cadena 16 y Cadena Z, fundamentalmente), poder económico (intereses del capitalismo español para entrar en la UE y de grupos financieros extranjeros que deseaban invertir en España), que encumbraron a una clase política que quizás tuviera talla para dirigir una huelga en un centro universitario o ejercer de panfleto parlante, pero que carecía de experiencia en gestión política. La consigna era: “todos contra la extrema-derecha”. Antes se había aplicado en Italia y se resumía, en una palabra: “Antifascismo”, es decir, “todos contra el Movimiento Social Italiano”. No faltaron, ni en España ni en Italia, provocaciones procedentes de servicios de inteligencia que asumieron su parte en la tarea de aislar a la extrema-derecha. Quienes comprendieron la tormenta que se cernía sobre este espacio político, simplemente, lo abandonaron. En Italia quedó configurado un “espacio de protesta”, protagonizado por el MSI que nunca superó el 12-15% de los votos. En España, solamente en las elecciones de 1979 la Alianza Nacional pudo colocar un diputado en el parlamento. Así pues, la primera aplicación de la política del aislamiento se saldó de manera positiva. Pero, el problema es que, todo ha cambiado extraordinariamente: el nuevo “populismo” no tiene nada que ver con la vieja “extrema-derecha”: no estamos hablando de neofascistas, neonazis o neofranquistas, sino de un verdadero movimiento social y popular que si tiene nostalgia es de la estabilidad y de la tranquilidad y quiere reinstalarlas en sus vidas. No quiere ni alzar el brazo, ni cantar el Cara al Sol, ni vestir una camisa, ni aplaudir a una retórica patriótica: es un movimiento que exige eficiencia a las instituciones y que, en lo personal, figura en el bloque de los “damnificados de la globalización”. Al sistema, seamos claros, le faltan argumentos suficientes como para articular un discurso culpabilizador sobre este “populismo” y, por mucho que lo intenten, mediocres tertulianos y políticos temerosos de perder su poltrona, lo cierto es que sus argumentos chocan con la realidad de los hechos: hoy no puede tildarse de “extremistas de derechas, radicales y violentos” a gentes que conocemos de toda la vida, que hablan, conversan, discuten y lo hacen sin aspavientos ni actitudes violentas: la diferencia cada vez más marcada entre el “discurso antifascista” y la realidad del “populismo” es tal, que inhabilita de partida a los primeros que, para colmo, no pueden alardear ni de honestidad, ni de eficiencia en la gestión, ni siquiera de claridad de ideas.


2) Ignorar la existencia del “populismo”: el “muro del silencio”

Es otra actitud habitual. Lo importante para el “stablishment” es que ni se consideren, ni se atiendan, ni se responda a los debates que plantea la “extrema-derecha”: entrar a discutir es perder. Si se empieza a discutir sobre la inmigración masiva, no existe ni un solo argumento válido para seguirla defendiendo aquí y ahora. Si se discute sobre la eficiencia de los partidos tradicionales, incluso a los militantes de estos partidos, les falta valor para defender públicamente la gestión de un Gonzáles, un Zapatero, un Aznar o un Rajoy; así que mejor no discutir. Si se admite a un “populista” en un debate sobre la corrupción, el problema es que aparecerá como el único no contaminado y podrá lanzar salvas contra el resto de interlocutores que han hecho de la política su huerto particular. Y si se deja que un “populista” explique que ni es radical, ni es fascista, se corre el riesgo de que el arsenal contra él quede vaciado de argumentos. Así pues, lo mejor es que no aparezca en lugar en lugar alguno, que, en los debates sobre la inmigración, no se invite a ningún “populista”, que se cierren las puertas de los medios de comunicación a los representantes del “populismo” y que se genere un muro de silencio en torno suyo. La existía de grupos radicales “antifas” y el ejercicio de la “permisividad”, hará que las reuniones y mítines convocadas por los “populistas” sean, allí donde puedan serlo, obstaculizadas e impedidas: porque de lo que se trata, a fin de cuentas, es de negarles el derecho a la libertad de expresión, no sea que convenzan a sectores de la población. Es aquí en donde el “stablishment” utiliza a mano de obra barata y marginal para completar la creación de un muro de silencio impenetrable. La estrategia funciona, mientras el populismo no alcanza una masa crítica suficiente como para que resulta imposible ignorar su existencia. A esto se une el hecho de que las nuevas tecnologías han convertido a las redes sociales en extraordinariamente permeables para la actuación del “populismo”. Las políticas del “muro de silencio” se muestras, por todo ello, cada vez más inoperantes.

3) Crear una legislación de contención: “el muro legal”

Lao-Tsé dijo: “La justicia es como el timón; hacia donde se le da, gira”. Así es, efectivamente, el “legislador” puede hacer y deshacer leyes a su antojo. Cuando en los años 80 el Front National en Francia logró colocar a un grupo de diputados en el congreso nacional, la iniciativa del régimen fue modificar el sistema electoral e introducir la “segunda vuelta” en las elecciones generales. Obviamente, el grupo parlamentario del Front National no fue reelegido en las elecciones siguientes y el régimen pudo continuar tranquilamente otros treinta años. Luego están los obstáculos puestos a la libertad de expresión, el aguijoneo constante a los partidos disidentes mediante denuncias y apertura de investigaciones, la infiltración por parte de los servicios de seguridad del Estado que pueden llegar, incluso, a las provocaciones para conseguir introducir actitudes legalmente punibles. Esto llegó hasta tal punto que hablar sobre la inmigración masiva sin expresar un deseo favorable a la llegada de más y más inmigrantes, en países como Francia, Alemania o el Reino Unido, acarreaba inmediatamente la sospecha de ser “xenófobo y racista”. El “legislador” creó, en toda Europa, una legislación que penalizaba estos comportamientos y que, para colmo, impedía, incluso, en algunos casos, aludir siquiera al grupo étnico de un delincuente o de un violador o a impedir que se publicaran estadísticas sobre el origen étnico de los presos en las cárceles de países como Francia. No hace mucho se anunció que un partido parlamentario, en realidad, la única fuerza de oposición que existe en Alemania en estos momentos, estaba siendo “vigilada” por los servicios de seguridad. Algo parecido ha ocurrido en Francia. El arsenal legal construido ad hoc, llega allí en donde no alcanzan otras medidas. Pero también esta estrategia conlleva un problema: el primero de todos es lo que podríamos llamar “la evidencia”. Muchos comportamientos y problemas que han llegado con la inmigración masiva, son demasiado evidentes como para poderlos negar y, por supuesto, para condenarlos por parte de jueces conscientes de que se trata de una legislación de carácter político. Por otra parte, lo realmente terrible para el “stablishment” es que los partidos “populistas” no sostienen posturas “anticonstitucionales”, ni comportamientos ilegales, sino que hacen todo lo posible por mantenerse, no solo dentro de la legalidad vigente, sino incluso obligando a que esa legalidad se cumpla. Por otra parte, la aplicación de “represión legal” contra los “populistas”, por sus opiniones políticas, rompe el “frente único” de las fuerzas democráticas: en efecto, algunos sectores consideran estas medidas como afrentas y vulneraciones a la “libertad de expresión”. Por tanto, no solo la eficiencia de estas medidas sino, incluso, la posibilidad de aplicarlas, va siendo cada vez más difícil.

4) Tratar de integrarlos en el “stablishment”

Es la última opción y la más arriesgada. Se trata de negar las tres opciones anteriores y, mediante pactos y acuerdos, comprometerlos en la gestión cotidiana, lo que equivale a reducirlos a un simple partido más que, antes o después, empezará a tener los mismos problemas que cualquier otra formación del régimen: corrupción, errores de gestión, puntos incumplidos de su programa, ejercicio del transfuguismo, problemas interiores, etc. Problemas que plantea esta opción: estos partidos “populistas”, si, además de visibilidad, logran encaramarse a puestos de poder, exigirán reformas y giros políticos que comprometen la viabilidad misma del sistema mundial globalizado. Y desde el momento en el que uno de sus miembros alcanza un puesto ministerial, se corre el riesgo de que quiera aplicar la política que ha venido defendiendo desde la oposición o, en cualquier caso, parece evidente que sus declaraciones tendrán más eco y alcanzará una mayor visibilidad. Es lo que ocurre en Italia en estos momentos con el “caso Salvini”. Por el momento, las “órdenes” que llegan de la “internacional del dinero” son claras: aislar a los populistas, afianzar el “muro de silencio”, construir una política de aislamiento. Tal es el papel que va a ejercer Manuel Valls en Ciudadanos, de cara a evitar pactos entre Vox y PP y para eso, finalmente, está aquí, aspirando a la alcandía de Barcelona y luego a la dirección del propio partido. España, una vez más -y las elecciones andaluzas lo han demostrado- es el eslabón más débil en la cadena de defensa ante el “populismo” europeo: aquí la derecha está predispuesta al pacto, si eso evita que la izquierda llegue al poder: aquí, las décadas han demostrado en situaciones mucho peores que la actual, que no existe “cultura de Gran Koalición” a la alemana y que un pacto de este tipo podría hundir electoralmente tanto al PSOE como al PP y para siempre. Es el tributo que tienen que pagar a 40 años de bipartidismo y a la fractura de la sociedad española en derecha-izquierda. Después de su fracaso en las anteriores elecciones generales, Vox entendió el mensaje: había que actualizar el discurso y ocupar un espacio que existía en toda Europa y que en España todavía no estaba ocupado. Introdujo nuevos temas y la erosión del PP y su debilidad en relación al tema catalán, hicieron el resto. Ahora es el PP el que no tiene muy clara cuál es su situación, ni cuál es su política preferencial de alianzas. Y si tenemos en cuenta que Ciudadanos, como todo partido centrista, tiene una vida corta que dura lo que duran las causas que generaron su aparición (la necesidad de la transición en 1977 y la respuesta a la crisis independentista en 2010), el futuro del PP es muy complicado en este momento, en donde, por primera vez desde Cánovas, a la derecha tradicional le ha aparecido un adversario a su derecha. El “populismo” europeo, finalmente, no ha renunciado a su intención de “reformar” el régimen e introducir correcciones en beneficio de la población de sus respectivos países. Integrarlo en el régimen supone, en definitiva, un altísimo riesgo para que el régimen se mantenga en su actual configuración. Y si bien es cierto que los aparatos legislativos, no permiten reformas radicales y a corto plazo, si que toleran reformas progresivas y continuas. Vetar, por ejemplo, la importación de cítricos no europeos, supondría una revolución económica como lo sería instalar un régimen de aranceles para determinados productos o favorecer desde el Estado Español o desde la UE, la creación de empresas semi-públicas en el sector de las nuevas tecnologías. A esto tiende el “populismo” europeo: a que una serie de reformas progresivas bloqueen los mecanismos del mundialismo y de la globalización y estabilicen la situación económico-social y cultural en el continente.

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Si bien, la “integración es la fórmula que, antes o después, terminará imponiéndose (en Francia el “frente anti Le Pen” se está desgajando en estos momentos, con el tránsito de antiguos miembros del partido de Sarkozy a la formación “populista” y en otros países, fuerzas “populistas” ya están en el poder y han trenzado pactos con otros sectores políticos), lo cierto es que los sectores cavernícolas del “stablishment” (frecuentemente salidos de los medios masónicos más apegados a los “inmortales principios”, o a los medios ultraliberales vinculados a la banca o a la alta finanza internacional) tratarán por todos los medios -y en los cuatro meses que quedan hasta las elecciones europeas de seguir aplicando las tres fórmulas habituales (“muro de contención”, “muro de silencio” y “el muro legal”), lo cierto es que ninguna de estas opciones ofrece garantías de éxito. Todas tienen pros, pero, sobre todo, contras y todas hacen aparecen al “populismo” como algo radicalmente diferente al resto del panorama político en un momento de crisis de las fórmulas tradicionales. En esa óptima, el problema para el “stablishment” es que el “populismo” aparece ante los ojos del electorado como una alternativa viable y esperanzadora. Ahí reside su fuerza.


365 QUEJÍOS (250) – LA EUROPA QUE MUERE Y LA EUROPA QUE QUIERE VIVIR (3 de 3) – LAS TRES CORRIENTES DE LA POLÍTICA EUROPEA