Hay que leer las páginas económicas y, sobre todo, los
informes especializados que no llegan a la prensa, para advertir que en estos momentos se están produciendo
cambios en la tendencia económica que afectarán a nuestro futuro. Y son
cambios en cadena. Ya resulta difícil entender cómo, al producirse la primera
gran crisis de la globalización, en 2007-2008 (negada hasta la saciedad por un
tontorrón llegado de carambola a la presidencia del gobierno en España) los
gobiernos de todo el mundo no adoptaron medidas al comprobarse que el mundo era
demasiado grande y, sobre todo, demasiado desigual para que existiera -en ese
momento- una economía mundial globalizada. Pues bien, ahora nos aproximamos a la segunda gran crisis de la globalización.
Si los gobiernos que comían de la mano de los “señores del dinero” que eran los
que dictaban las reglas del juego (y las siguen dictando), en esta segunda,
algo está cambiando también en el terreno político.
En efecto, lo que está ocurriendo en estos momentos en
Francia -la revuelta de los “chalecos amarillos” frente a la que la “revolución
de mayo” del 68 fue un juego de niños y la “intifada urbana” de 2005 no pasó de
ser una travesura de las “bandas étnicas”- indica que las clases medias ya no
pueden más: en un tiempo récord, el “presidente” Macron se encuentra en las
horas más bajas que haya sufrido un mandatario francés después de la derrota
ante Alemania en junio de 1945… ¿Qué ocurre? Ocurre algo tan simple como que el
electorado va por un lado y el poder económico intenta ir por otro: Macron no
es más que el delegado del poder político que, amparado por la Brunete-mediática
se encaramó en la presidencia engañando al electorado y contándole que podía
solucionar sus problemas. Luego, una vez en el poder, ha decepcionado a todos
sus electores. Sí, esto es algo normal
en política, pero, a fuerza de hacerse una y otra vez, el electorado ha ido
cambiando, gustos, preferencias y actitudes.
Si miramos en el mapa de Europa se cumple lo que auguramos
cuando se inició la crisis económica de 2007-2008: ésta sería, inicialmente,
sólo económica, pero al generar un volumen de paro insoportable y,
consiguientemente, de malestar social, mutaría en poco tiempo en crisis social
y, de persistir, terminaría siendo una crisis política. Entonces -y pueden
leerse todos los artículos que escribimos en aquellos momentos- nos fijábamos
solamente en España, pero ahora podemos constatar que se ha tratado de un
efecto mucho más amplio que abarca a toda Europa e incluso al continente
americano: ahí están Bolsonaro y Trump en sus cargos evidenciando que la crisis
social ha llevado directamente a un cambio de orientación político.
Porque una cosa era que estallara la “burbuja inmobiliaria”
(primera fase de la crisis) y que, en la fase actual, el grueso de las
viviendas ya no sea comprada por ciudadanos de a pie, sino por grupos
económicos que las destinan al turismo o bien se trata de clientes de “alto
standing”. El fenómeno de las microcasas en los EEUU o de los pisos compartidos
en España (1.000 euros por cuchitriles en los que se albergan tres
treintañeros, algo habitual en Barcelona), la incapacidad para formar familias
(que no se resuelve publicitando los “nuevos modelos familiares” o con
inmigración masiva), los bajísimos niveles de ahorro, la pérdida constante de
capacidad adquisitiva y el hecho de que los ciudadanos que tienen una nómina se
vean presionados por impuestos cada vez más asfixiantes destinados a pagar a
Estado que no quiere enterarse de que la olla a presión social está a punto de
estallar, por no hablar de una España inviable con 17 autonomías, todo esto son algunos de los elementos que
ya conocemos y que están presentes en nuestra sociedad generando un malestar
social creciente. Y lo peor está por venir: cuando la robótica reduzca
sistemáticamente los puestos de trabajo, cuando los repositores de los supers
se vean sustituidos por robots, las cajeras por chips que calculen
automáticamente el costo de la compra con solo pasar cerca del lector, cuando
los oficios de la construcción sean sustituidos por prefabricados, cuando los
servicios de correos, mensajería y logística, sean realizados por drones y los
taxis por coches dirigidos por GPS, cuando los trabajos agrícolas terminen de
ser sustituidos completamente por máquinas y, finalmente, cuando la
inteligencia artificial pueda reducir el número de técnicos, incluso de
abogados, no bastará solamente con autorizar el consumo de cannabis para tener
a la población tranquila y somnolienta.
Pero hay algo más: el precio de la gasolina no puede dejar de crecer y, si bien es cierto, que en breve buena parte del parque móvil será híbrido, no es menos cierto que aviones y barcos de mercancías jamás podrán prescindir del combustible fósil… que se va acabando y que, consiguientemente, iniciará un ascenso continuo. De hecho, ya está ascendiendo. Y esto hace que lo que hasta ahora resultaba rentable (fabricar palillos en China y traerlos a Europa en barco), a partir de ahora ya no resulte tan rentable (y sí lo sea, por ejemplo, comprarlos en Polonia). Por increíble que pueda parecer, las cifras del comercio mundial están variando: ¿qué está pasando? Muy simple: la globalización retrocede, la regionalización aumenta. Era evidente que esto podría ocurrir y, de hecho, los economistas de la “revolución conservadora” alemana de los años 30, ya habían previsto ese fenómeno: allí en donde los economistas modernos creen haber inventado la pólvora con la noción de “regionalización”, los economistas alemanes que luego se pusieron al servicio del Tercer Reich le llamaban “economía de grandes espacios”: Europa era uno de ellos. Pero la Europa que se construyó después de la guerra ha terminado siendo una pieza más de la globalización.
Copio y pego de La Vanguardia de hoy: “los intercambios globales han dado en los últimos años un paso atrás, para dejar mayor espacio a las importaciones y exportaciones que tienen lugar en un área regional delimitada”... Es la economía de los “grandes espacios”. El flujo del comercio mundial ha bajado en los dos últimos años a la mitad. Los bienes que se venden al exterior están en todo el mundo en declive. Esto ha hecho que el PIB mundial que, en 2007 estaba en el 28% haya descendido hoy al 22,5%. Incluso la deslocalización está en declive: en la actualidad, sólo el 18% de los intercambios obedece a esta lógica de producción barata y esta externalización sólo afecta al 3% de la fuerza laboral global. En otras palabras, casi ocho de cada diez unidades de consumo que se importan y exportan hoy en día y no sigue el recorrido países de bajo coste-economías avanzadas.
¿A qué se debe este fenómeno? La explicación que da la consultora McKinsey es muy fácil de entender: los países emergentes consumen ahora cada vez más lo que fabrican. Para el 2030, su población representará la mitad de la demanda mundial. Las mercancías no tienen hoy tanta necesidad de desplazarse: se quedan dentro. Es el caso de China. Hoy los chinos tienen cada vez más poder adquisitivo. En el 2007 China vendía al exterior el 17% de lo que producía. Diez años después, sólo el 9% (en Alemania el porcentaje es del 34%). Pensemos en los móviles: hoy los chinos pueden encontrar marcas locales sin tener la necesidad de comprar una extranjera.
Y luego está la logística: las rutas transoceánicas que hacían que fuera más barato un pantalón producido en Bangladesh y vendido a Europa que uno fabricado in situ en el Viejo Continente están cambiando su rumbo. La consultora ofrece cifras concretas: “Desde el 2013, el porcentaje del comercio intrarregional sobre los intercambios globales ha subido un 2,7% (a costa de las operaciones comerciales que tenían lugar entre regiones alejadas), llegando casi a la mitad del total”. Por el contrario, se ha detectado un aumento del comercio en las áreas homogéneas, como la Europa de los 28 y en el seno de la región Asia Pacífico. Para Mc Kinsey “la regionalización es tangible en aquellas cadenas de valor innovadoras, donde ahora hay que integrar los proveedores más próximos”. Dicho de otra manera: la deslocalización es algo que ya empieza a pertenecer al pasado. La robotización de los procesos, por otra parte, tiende a igualar los costes de lo producido en Europa con lo que se produce en otras regiones del mundo. Para la consultora citada, la automatización reducirá el comercio global de bienes un 10% en el año 2030.
Los dos pilares mundiales de la globalización, China y EEUU, tienden en estos momentos a estar enzarzados en una guerra comercial con aumento respectivo de las barreras arancelarias lo que hace que el comercio multilateral global sea cada vez más caro. La oleada de proteccionismo hará que el PIB chino descienda un 1,5% y el norteamericano un 1% en los próximos dos años. Parece poco, pero, considerado en bruto supone una cantidad significativa.
El esquema es el siguiente: la globalización generó crisis económicas, estas, a su vez, generaron, crisis sociales y, finalmente, de ellas se ha recompuesto el panorama político en cada nación… asumiéndose políticas (populistas) que generan, finalmente, la crisis de la globalización. Este es el planteamiento central que lo explica todo.
Ahora hará falta realizar consideraciones sobre las consecuencias político-económicas de todo este proceso y extraer algunas consecuencias.