La tercera etapa de nuestro rápido estudio tiene como
objetivo repasar el lugar de España en
el mundo post-globalizado. Si realizamos un rápido recorrido de lo ya visto
podemos resumir afirmando que la globalización económica, en estos momentos está
siendo sustituida por la “regionalización” (esto es, por lo que, desde los años
30, los economistas alemanes llamaron “economía de grandes espacios”). Sin
embargo, la globalización conserva todavía la iniciativa en el terreno de la
economía financiera y está a la ofensiva en el terreno cultural a través de su
punta de lanza, la UNESCO. Sin embargo, en este terreno, el radicalismo y la
irrealidad de sus propuestas, han contribuido, junto con el rechazo a la idea
de inmigración masiva, multiculturalidad y mestizaje, una reacción por parte
del electorado que, de momento, el stablishment
no ha logrado recuperar. Así las cosas, queda examinar el papel de España y la
situación de nuestro país en un mundo post-globalizado.
En el terreno en el que España está ubicado geopolíticamente,
la Unión Europea, se produjo una mutación en los años 90: tras el Tratado de Maastrich, las instituciones centrales europeas
ganaron peso y fueron conquistadas por políticos neoliberales que la
transformaron en la “pieza europea de la globalización”. Eso implicó un
creciente rechazo por parte del electorado que se concretó en la negativa holandesa y
francesa aceptar la “constitución” propuesta por la Comisión Europea. Luego
vino la crisis económica de 2007, los problemas de la deuda en los países del
Sur de Europa y, diez años después, el panorama político de la UE ha cambiado
radicalmente (los partidos clásicos de centro-derecha y de centro-izquierda
están en recesión y se asiste al nacimiento de fuerzas políticas nuevas que
pueden obtener hasta el 25% de los escaños en el Parlamento de Estrasburgo esta
primavera), mientras que el proceso de “construcción”
europea ha quedado embarrancado.
Algo parecido ha ocurrido con la OTAN que los gobiernos norteamericanos
han querido seguir manteniendo como piezas militares de su política militar
contra, a pesar de que la URSS desapareciera. Los gobiernos europeos han ido
ahorrando inversión en defensa, considerando que, subsidiariamente, el
Pentágono llega allí donde no llegan nuestros gobiernos. El resultado ha sido
doble: Europa sin defensa y Europa sin
política exterior independiente de los EEUU en relación a Rusia. Esto lleva
al absurdo de que reactores españoles vayan al Báltico a “vigilar” las inexistentes
incursiones de cazas soviéticos o que la infantería española, legión y paracas,
vayan a los países más lejanos como “tropa auxiliar” de las aventuras
coloniales de EEUU.
Todo esto, unido a la debilidad y a la falta de carácter y
estatura de los distintos gobiernos españoles, a ocupar un lugar periférico en
la UE: España hoy, a pesar de ser, con Polonia, los dos países de tamaño medio
de la UE que podrían bloquear cualquier iniciativa que fuera contra sus
intereses, nuestros gobiernos nos han transformado en el “convidado de piedra”
de la UE. Esto ha hecho que algunos nos planteáramos sinceramente si el lugar
España en la geopolítica del futuro estuviera vinculada a la UE o a
Iberoamérica. Es más, algunos hemos
establecido la prioridad en política exterior: confluir con Portugal, condición
sine qua non, para jugar un peso
decisivo en cualquiera de las dos opciones.
Es hora de tener el valor de reconocer que los tiempos de Aljubarrota y de las rivalidades entre España y Portugal pertenecen al pasado. La organización de una “federación ibérica” en la que los antiguos reinos de Castilla, Aragón y Portugal participaran, liquidaría de un plumazo el absurdo problema autonómico, salvaría a Portugal de la situación en la que se encuentra hoy tras el Brexit al ver debilitada su tradicional alianza con el Reino Unido, y supondría una formidable plataforma de actuación tanto de cara a todo el continente americano como a Europa.
Sobre Europa: la irrupción del “populismo” en Europa es
todavía confusa en esta materia. Para sus dirigentes más lúcidos, no se trata
de regresar al viejo nacionalismo decimonónico, sino más bien de reconocer que
la fórmula de organización en Estados-Nación ha quedado fuera de la corriente
general de la historia y que se precisa algún tipo de cooperación entre países
del mismo ámbito geográfico, étnico, cultural y económico. La idea que, en
estos momentos, se está gestando en los cerebros más lúcidos del populismo
europeo es: “Si a Europa, no a esta Europa”, o bien “Europa sí, pero no así”. Son muy pocos, cada vez menos, los que
rechazan la idea de una aproximación de las políticas y de las economías
europeas. Incluso en el ámbito del euro, el hecho de que su implantación haya
causado perjuicios extraordinarios en las economías del sur de Europa, no es
óbice para que la idea de una divisa única para todo el continente, no sea
buena. El cambio de posición de Marine Le Pen en la materia a principios de
2019 confirma lo que decimos.
¿Qué puede hacer España ante la futura Europa? En primer lugar, recuperar lo que nunca
debimos de haber perdido: el que las enormes extensiones agrícolas de España se
vuelvan a convertir en el granero de Europa. Resulta increíble que nuestros
gobiernos no hayan hecho nada para vetar los acuerdos agrícolas de la UE con
Marruecos, Argelia, Sudáfrica o Israel y que tengamos que estar comiendo
mercaderías procedentes de estos horizontes mientras nuestros campos de cultivo,
cada vez más, se ven desiertos. España
necesita una “segunda revolución agraria” que reordene el sector, especialmente
todo lo relativo al cooperativismo. En segundo lugar, la UE precisa defenderse con aranceles proteccionistas de la ofensiva
de manufacturas importadas. Es mucho más importante protegerse de la
penetración china -porque, en cualquier momento, China se puede ver abocada a
un conflicto interior o bien puede presionar a Europa con la amenaza de
interrumpir importaciones e inversión- que exporta a China. En tercer lugar, Europa -y con ella España- precisa
olvidarse de la economía liberal y neo-liberal y obligar al Estado a
intervenir, por una parte, regulándola en beneficio de la empresa y del
consumidor europeo y, por otra parte, generando iniciativas económicas a
nivel europeo que permitan que los beneficios de las nuevas tecnologías se
queden en Europa. Esto implica también, invertir preferencialmente en el sector
tecnológico.
Para ello habrá que
sacrificar otros sectores: la ayuda al tercer mundo en primer lugar, los
subsidios a la inmigración que deberá retornar ordenadamente a sus países de
origen y generar allí riqueza en lugar de absorber recursos en Europa y,
finalmente, obligar a que sea la iniciativa privada la que financie a las ONGs
existentes. Si todo el dinero que hoy se dilapida en estos sectores sin
futuro, se invirtiera en renovación tecnológica podrían ponerse en marcha
nuevos proyectos científicos y económicos capaces de hacer que, en apenas una década,
Europa recuperase el retraso que lleva. España tiene mucho que ofrecer en este
terreno, pues no en vano, disponemos de universidades capaces de formar
profesionales competentes. Nuestro problema está en la enseñanza primaria que
ha perdido su carácter educativo para convertirse en un simple almacén de niños
díscolos. Una de las primeras exigencias que requiere nuestro país es una reforma radical de la enseñanza, con
renovación completa del cuerpo profesoral, y con una orientación radicalmente
diferente a la que ha tenido en los últimos 45 años. Está claro que sin una política de juventud que incluya
prohibición de cualquier tipo de drogas y condenas ejemplares para quienes
trafiquen con la salud pública, nada de todo esto puede ser eficiente.
La península ibérica
es una especie de gigantesco portaviones situado en el Atlántico: es la
plataforma para llegar al continente americano y también la puerta del
Mediterráneo. Esto último es lo que determina nuestro papel en Europa:
contener al “sur”, contener al Islam que se ha mostrado incompatible e
irreductible a cualquier otra forma de vida que no sea la que propone. Esto determina
una actitud clara: no hay lugar para el
islam en Europa y, por supuesto, desde 1492 no hay lugar para el Islam en España.
La orilla norte del Mediterráneo debe protegerse de la incapacidad de la orilla
sur para ordenar sus países.
Así pues, primera
prioridad: federación ibérica. Segunda prioridad: renegociación del tratado con
la UE sobre bases nuevas y en base a la primera prioridad, con el objetivo de
abandonar la periferia europea en la que estamos ahora España y Portugal y
pasar al “centro”, a ser uno de los ejes directores de una Unión Europea
reformada y emancipada de las redes mundiales de la globalización.
Pero esto último no puede hacerse sin atender a lo que está
ocurriendo en el continente americano. A
efectos geopolíticos, el problema histórico de España ha sido desde el siglo
XVI que está geográficamente en Europa, pero… en un extremo de Europa. Las
necesidades geopolíticas y el papel de España no puede ser el mismo que el de
Rumania (fronterizo con Rusia) o el de Alemania (centro de Europa). Además, la
lengua que se habla en Iberoamérica es el castellano (incluso en Brasil va
progresando) y el avance de los “latinos” en los EEUU es superior al de
cualquier otra comunidad étnica: hoy en un 15% de los EEUU se habla castellano
de manera preferencial y esto es solo el comienzo del vuelco demo-lingüístico
que está teniendo lugar y que el presidente Trump ha identificado demasiado
tarde. Por tanto, la habilidad de una
conducción política en España consiste en hacer pasar los intereses de Europa
en Iberoamérica a través de España y viceversa. Si bien la lejanía
geográfica es un impedimento para poder hablar de algo más que cooperación
económica, política y cultural, si parece claro que una federación ibérica
debería de orientar su política de cooperación e inversiones hacia el
continente americano. Por eso
precisamente es necesaria una “federación ibérica” porque a través de Castilla
debería ponerse el ojo en la presencia en la UE renovada, a través de Aragón en
el Mediterráneo y a través de Portugal en la proyección oceánica sobre el
continente americano.
¿Qué hace falta para aproximarse a este ideal? Voluntad
política que solamente puede salir de una renovación de la clase política actual
y de una verdadera “revolución” que liquide la herencia nefasta de los últimos
cuarenta años de corrupción y de debilidad política. Y es entonces cuando
regresamos a lo que ya hemos tratado en anteriores “quejíos”: véase el artículo
LAS
CUATRO FASES DE LA REVOLUCIÓN CONSERVADORA. Hacía solamente cuatro
años, nada de todo esto podía siquiera intuirse: pero los cambios políticos que
se han producido tanto en Europa como en América, permiten pensar en nuevos
objetivos y, sobre todo, sentenciar la recesión de la colaboración y la crisis
del modelo humanista-universalista propuesto por los mundialistas de la UNESCO
y por sus antenas en la izquierda española.
No existen grandes
diferencias en la izquierda: el PSOE se ha declarado siempre partidario de la globalización
y del mundialismo, a diferencia de Podemos que se sitúa contra la globalización
pero se muestra a favor del mundialismo. Tales son los “enemigos principales”
porque la lucha decisiva es tanto contra la globalización económica como contra
el mundialismo cultural en la medida en que ambos restan identidad, soberanía y
personalidad a los pueblos.