miércoles, 16 de enero de 2019

365 QUEJÍOS (244) – LAS CUATRO FASES DE LA REVOLUCIÓN CONSERVADORA


Andaba leyendo unos artículos de Julius Evola, escritos entre 1934 y 1943 sobre el Estado. Evola tiene un doble peligro para quienes asumen su obra de manera dogmática: el “escapismo” (utilizar sus texto para una fuga de la realidad: “si estamos en el Kali-Yuga nada puede hacerse sino esperar”) y la “casuística” (encontrar en cada momento la frase de Evola que más conviene para apoyar las propias posiciones, olvidando que su obra abarca sesenta años y situaciones muy diferentes). Pondré un ejemplo relativamente habitual entre algunos “evolianos argentinos”: dado que Evola analiza el Islam y tiene una opinión positiva de esta religión, eso lo entienden como una aceptación de cualquier cosa que provenga del Islam… incluido el yihadismo que no sería sino el peaje que debería pagar occidente por haberse separado de su tradición. Evola, obviamente, se reiría de estas posiciones y él mismo no tuvo ningún inconveniente en variar sus posiciones en varios momentos de su vida. Ahora bien, en la colección de textos escritos para las revistas Lo Stato, La Vita Italiana, Il Regime Fascista e Il Corriere Padano, pueden verse determinadas ideas -que confrontó con Carl Schmitt- sobre la “reconstrucción de la idea del verdadero Estado” y cómo llegar a él. Vale la pena recordar algunas ideas que plantea y que pueden ser considerados como la “estrategia de la revolución conservadora”.

En efecto, Evola, como se sabe, era perfectamente consciente de que el tiempo jugaba contra los principios tradicionalistas que defendía y que experimentaron un momento de ruptura en el mismo instante de la Revolución Francesa. La crisis se agravó con la Revolución Rusa. Por tanto, resultaba imposible pensar en términos de “todo o nada”: resultaba evidente que una “revolución tradicional” (es decir una re-volución que llevara al modelo ideal de los orígenes) era imposible. Así pues, descompuso el proceso de la “revolución conservadora” en cuatro fases que, como los peldaños de una escalera, debían subirse ordenadamente, uno tras otro, en una sucesión inexorable hasta el objetivo final. Los temas que debían presidir cada una de estas fases eran:
  1. Lucha contra el marxismo y sus distintas variedades, reconocibles todas ellas por el culto a las masas.
  2. Lucha contra las concepciones burguesas.
  3. Lucha por la formación de una “nueva aristocracia” y
  4. Lucha por la reinstalación en el centro del Estado de una idea superior de carácter espiritual.
Creo, además, que esta fue una idea que -surgida entre 1934 y 1940- no descartó nunca y en la que siempre se reafirmó. Es importante destacar que esta sucesión de fases debía tener como coronación, siempre en palabras de Evola, no una afirmación del “totalitarismo”, sino del Estado Tradicional. No hay que olvidar que Evola no se adhirió nunca al fascismo y que, como máximo, lo que propuso fue considerar al fascismo como un “estado de hecho” que podría ser rectificado, pero que tenía algunos elementos problemáticos, uno de ellos, el culto a las masas. En su obra El fascismo visto desde la derecha, Evola aborda las diferencias entre fascismo y Estado Tradicional, punto por punto. Pero este extremo no es el que ahora nos interesa, sino la gradación en fases. ¿A qué se debe?

El primer escalón -la lucha contra el marxismo y contra sus avatares posteriores- parece evidente: Evola, a la vista de lo que había ocurrido en la URSS y en los países en los que el comunismo había triunfado, antes y después de la guerra mundial, registraba una especie de regresión final monstruosa, una ausencia absoluta de libertades, la destrucción de cualquier residuo de organización “tradicional”, empezando por la familia y una igualdad absoluta que equivalía a una despersonalización total. No puede extrañar, por tanto, que algunos artículos de Evola en la postguerra, defendieran el alineamiento de Italia con los EEUU o a la misma OTAN. En el fondo, la política del Movimiento Social Italiano se inspiraba en las ideas de Evola y ésta era una de ellas (lo recuerden o no sus partidarios en la actualidad: no está incluida en sus grandes obras de pensamiento, pero sí en los artículos que escribió para el Secolo d’Italia o para el diario Roma). Sin olvidar, claro está, que la lucha contra el marxismo moviliza a miembros de distintos grupos sociales que “reaccionan” ante la posibilidad de que el Estado caiga en sus manos. Hasta aquí, esta postura no deja de ser la propia del centro-derecha y si todo terminara aquí, la propuesta de Evola no sería muy diferentes de las que hace cada mañana Jiménez Losantos desde sus ondas de radio. Pero Evola enunciaba un segundo peldaño.


El antiburguesismo era la segunda exigencia que habría que ondear en el momento en el que el “peligro comunista” quedara erradicado. Porque no se trataba de aceptar la instauración de unos valores burgueses y de las concepciones que, históricamente, han acompañado al nacimiento de la burguesía, del liberalismo y de las revoluciones que encabezó a partir de la Revolución Americana y de la Revolución Francesa de finales del XVIII. Es aquí en donde aparece la ruptura entre el centro-derecha liberal y las corrientes tradicionalistas: en la aceptación o no de la economía de mercado y de sus principios. Así mismo, la doctrina del burguesismo está ligada a la partidocracia y al republicanismo en lo político y en los hábitos sociales al conformismo, a la vida cómoda, al sentimentalismo y a los valores del romanticismo. Una actitud como esta no puede adoptarse en la etapa anterior: si se reconoce que el peligro más extremo es el bolchevismo, se trata de aunar fuerzas para erradicarlo, pero una vez conseguido este objetivo, se trata de tener presente que este no era el objetivo final, sino el primer objetivo intermedio: el siguiente es la lucha contra aquel elemento que ha hecho posible la existencia del bolchevismo, la burguesía industrial y su paquete de ideas.

Puede decir que el fascismo realizó estos dos objetivos e incluso que instauró unas concepciones activistas y antiburguesas, pero no fue mucho más allá, salvo en determinados sectores de la “revolución alemana”, fuertemente influidos por las ideas de los “jóvenes conservadores”. Estos sectores defendieron la creación de una nueva aristocracia para asumir las riendas del Estado. Esa “nueva aristocracia” debía tener la forma y la ética de una “aristocracia guerrera”, no tanto por su belicismo como por asumir y encarnar los valores militares. Evola, en algún momento, en los años treinta y especialmente en sus giras por Alemania y en sus conferencias en el Herrenklub, sostenía -y en esto su posición era la misma que en España sostenía la revista Acción Española- que la aristocracia de la sangre debía asumir de nuevo sus responsabilidades y configurarse como nueva élite de la nación. Evola lo resume así en un artículo publicado en Lo Stato (en febrero de 1943): “Es una nueva época aristocrática lo que debe afirmarse más allá de la decadencia burguesa de la civilización occidental”. Para Evola, son los valores que se enseñan en las academias militares y que permanecen recluidas en los altos muros del ejército, los que deberían informar a una “élite” en cuyas manos estuvieran las riendas del nuevo Estado. Aquí, la posición de Evola se distancia del tronco central de los fascismos que, en el fondo, fueron movimientos de masas, antidemocráticos, antiburgueses, antibolcheviques, pero totalitarios y sin que la idea de “élite” estuviera presente en su tronco central.

Llegamos finalmente al último punto: la finalidad de un Estado Tradicional es la construcción del Imperio entendido como la adquisición de una “potencia” que responda a una superioridad de carácter espiritual. Este es quizás el gran problema del tradicionalismo: hasta los años 60, estaba claro que cuando, en Europa, se hablaba de Tradición espiritual viva, se estaba aludiendo al catolicismo. Tras el Vaticano II, ya no está tan claro si existe o no esa referencia y sobre si la línea de la Iglesia la sitúa como una fuerza más de la modernidad, ni siquiera si está en condiciones de que sus valores sirvan para forjar una élite. No creo que en la actualidad, muchos alberguen esperanzas sobre el magisterio de la Iglesia en materia política y no solo política. Lo que Evola sostiene es que un Estado debe basarse en un “principio superior” y que ese principio, en tanto que “superior” no puede salir de las masas (porque, metafísicamente, lo superior no puede nacer de lo inferior).

Si en este último punto subsiste la “duda razonable”, se debe a que nos encontramos en momentos de transición que se caracterizan por una confusión de ideas, propio de tiempos de crisis, y por la persistencia de rescoldos de las viejas tradiciones. El tiempo y el viento -como en la canción de Bob Dylan- traerán algunas respuestas y solo el tiempo nos dirá cómo serán las síntesis del futuro que sustituirán a los actuales valores e instituciones espirituales periclitadas: de la misma forma que el paganismo en su ocaso fue sustituido por el cristianismo, en el ocaso de este aparecerá alguna otra fórmula que pueda ser tomada como referencia para coronar al “Nuevo Estado” con un principio superior digno de tal nombre.