lunes, 28 de enero de 2019

365 QUEJÍOS (257) – FALANGE, LA GUARDIA DE HIERRO Y EL HOMBRE NUEVO


Uno de los aspectos más interesantes del fascismo rumano es que, más que cualquier otra forma de esta variedad política, predicó la “formación del hombre nuevo”. No era, exactamente, lo que había dicho Nietzsche sobre el Übermensch, ni tenía nada que ver con el modelo capaz de construir sus propios valores, que sólo cree en lo real y en lo que puede ver. Como se sabe, el fascismo rumano tenía un sustrato eminentemente religioso y sus valores eran incompatibles con los de Nietzsche. La Guardia de Hierro de Corneliu Codreanu, tomaba la idea del “hombre nuevo” de la antigua Roma: el “homo novus”.

En efecto, en la antigua Roma republicana se designaba así a los primeros de entre el propio linaje que servían al Senado y podían ser elegidos como cónsules. Cuando un patricio entraba en la vida pública se decía de él que era un “homo novus”. Esta condición se adquiría al jurar su cargo. Entrar en el Senado equivalía a un “nuevo nacimiento”. La idea básica era que el hecho del nacimiento, incluso, aunque se produjera en una familia patricia, no suponía que el nuevo miembro de la comunidad “estuviera completo”: necesitaba perfeccionarse hasta adquirir la condición de “re-nacido”, esto es de “homo novus”. Un concepto parecido era el que defendieron los fascismos y, más concretamente, el fascismo rumano, de entre todos los de su variedad, el que insistió más en este concepto.

En las facultades de historia contemporánea, todavía no se ha entendido correctamente lo que significaba la propuesta de un “hombre nuevo”. En el Seminario Inter-universitario de Investigadores del Fascismo, Jesús Casquete de la Universidad del País Vasco, reducía prácticamente el tema al culto laido a los “mártires”, es decir, a uno de los aspectos del ritualismo fascista que tenia mucho que ver con la “mística fascista”. Pero el concepto de “hombre nuevo” iba mucho más allá y no tenía, en realidad, nada que ver con los muertos, sino con la propuesta que realizaban estos movimientos a la sociedad.

Este concepto no aparece en la doctrina joseantoniana, por ejemplo, en la medida en que el modelo ideal de hombre para José Antonio era el católico que, unía a su condición religiosa, un sentido social y un sentido patriótico que, en la médula de su pensamiento unía estrechamente a los valores católicos. En Mi Lucha, ni en las Obras Completas de Hitler aparece ninguna referencia al “hombre nuevo”, sin embargo, en el Michael de Goebbels, novela escrita en 1929, hay algunas alusiones interesantes: el “trabajo” es lo que forjará al hombre nuevo, el trabajo en favor de la comunidad, el trabajo como forma de superación, el trabajo considerado como sacrificio en favor de un proyecto, la anulación del individuo en beneficio de su comunidad. Obviamente, había mucho romanticismo en las líneas que Goebbels escribió justo cuando se hizo cargo de la sección berlinesa del NSDAP, pero apunta a la misma dirección que otros fascismos.

Dentro del fascismo rumano, la idea del “hombre nuevo” estuvo presente en Codreanu, pero sobre todo en su adjunto Ion Motza, muerto en la guerra civil español en el frente de Madrid. Ambos plantearon que el propósito de la Guardia de Hierro no era alcanzar el poder. En realidad, para ellos, el poder era solamente un medio para alcanzar un fin, la realidad de un nuevo orden que transformara sustancialmente al ser humana y le transmutara -por emplear conceptos de Nietzsche- todos los valores que había tenido hasta ese momento. La organización política y, más en concreto, la célula básica, el “Cuib” en la jerga legionaria, esto es, “el nido”, debía de ser el laboratorio para ese “hombre nuevo” que, luego, una vez en el poder, podía extenderse a toda la sociedad y superar al “homo economicus” traído por el liberalismo y la modernidad.


Lo esencial del “hombre nuevo” era su intento de anular su propia individualidad: renunciar a su ego y poner su personalidad al servicio de su pueblo. El ego es lo que nos separa de lo Absoluto, una vida que traslade su eje desde lo contingente a lo trascendente, implicaba para Codreanu y para los suyos el tránsito del “viejo hombre”, a una forma humana renovada que había dejado atrás todos los lastres egoístas propios del individualismo burgués y todos los deseos de revancha social que acompañaban al colectivismo bolchevique.

La pregunta que cabe realizar es si se trataba solamente de una proclama retórica o, más bien, era una línea de actuación. El propio Codreanu, no tuvo ningún inconveniente en disparar y matar al prefecto que había impulsado la persecución de la Guardia de Hierro en octubre de 1924. Luego, en 1933, cuando un grupo de miembro del partido asesinaron a al primer ministro Ion Duca, no fue la policía quienes los detuvo, sino ellos mismos los que se entregaron voluntaria y deliberadamente, aun a sabiendas de que eso implicaba una segura condena muy severa. Y otro tanto ocurrió cuando otros legionarios asesinaron a Armand Calinescu, igualmente caracterizado como represor y partidario de la alianza de Rumania con Francia e la URSS. En todos estos casos, los miembros de la Guardia de Hierro actuaron a sabiendas de que la ley de Dios les impedía matar y, por tanto, aceptaban entregarse a la justicia civil para cumplir con los castigos previstos por la ley y asumir lo antes posible el juicio de Dios. Así pues, Codreanu y Motza supieron transmitir a sus militantes y vivir ellos mismos la idea de la autoinmolación y del sacrificio por una causa que estaba más allá de sus dimensiones humanas. Llama la atención la carta-testamento que Motza envió a sus padres en el momento en el que partía para España: su lectura demuestra que tenía una premonición absoluta e indubitable de su muerte, pero que ello no era obstáculo para que no se enfrentara a su destino.

La “vía alemana”, la propuesta por Goebbels, era el “socialismo del trabajo”, la superación del ego mediante el trabajo y la solidaridad entre los trabajadores. La “vía rumana” era la del sacrificio en sus distintos niveles: sacrificio de los profesores universitarios que ejercían como camareros en los comedores de la Guardia de Hierro, sacrificio de los militantes cuando se trataba de liquidar a algún político considerado como “traidor a la patria” o “represor”, sacrificio en beneficio del partido, cuando sus miembros participaron en la construcción de la Casa Verde, sede central del movimiento, sacrificio de sus miembros durante la guerra luchando contra el invasor soviético, sacrificio, incluso, en los años 60 de algunos miembros de la Guardia de Hierro, exiliados en Alemania e Italia que dedicaban una parte importante de sus ingresos a la publicación de las obras de Motza y Codreanu en distintos idiomas, para que su mensaje fuera conocido. La “vía de la Guardia de Hierro” era la “vía del sacrificio”. No es raro que Julius Evola, al conocerla de cerca, se sorprendiera por las concomitancias que encontró entre esta doctrina y la antigua “doctrina aria de lucha y victoria” o los paralelismos con las concepciones del budismo de los orígenes.

Claro está que algo de todo esto se encuentra en el pensamiento de José Antonio, de manera algo más velada, cuando dice, por ejemplo, que “ser falangista no es una manera de pensar, es una manera de ser” y alude a continuación al “espíritu de servicio y de sacrificio, el sentido ascético y militar de la vida”, o cuando se refería a su ideal militante como “mitad monje, mitad soldado” o a su visión del mundo “con ángeles con espadas en las jambas de las puertas”. En otras palabras: a pesar de que la palabra “hombre nuevo” no aparezca en las Obras Completas de José Antonio, con la nitidez y la claridad que está presente en el movimiento de la Guardia de Hierro, los conceptos que pueden asimilarse a esta noción, están dispersos, unos incluidos en el carácter católico de Falange (como podían estarlo en el carácter cristiano ortodoxo del movimiento rumano) y otros en todo lo relativo al “estilo” falangista.