La Unión Europea (UE)
celebró el año pasado la culminación de la década más conflictiva de su
historia. Y el año 2019 no promete ser mucho mejor, sino todo lo contrario: al
menos para la concepción neoliberal, integrada en la globalización, que han
construido desaprensivamente socialistas y populares europeos. La crisis
económica de 2008 rompió con el período de integración continental iniciada en
el Tratado de Maastricht (1993) y con la adopción del euro 1999). Los efectos
de la crisis implicaron que muchos empezaran a cuestionarse el proyecto
europeo. Crecieron las disputas entre Estados: los países ricos del Oeste
empezaron a sufrir las críticas de los países pobres del Este, los
"austeros" del norte criticaron a los "despilfarradores"
del sur, los exportadores —favorecidos por las por las políticas de la UE—
contra los importadores… La UE ha
terminado siendo lo contrario de lo que se pretendía: de foro federal y
unitario ha pasado a ser una olla de grillos mal avenida.
El golpe final fue asestado por la crisis migratoria de 2014
y 2015. Los millones de refugiados, que comenzaron a entrar de forma
clandestina a través del Mediterráneo, atraídos por las subvenciones y la
comodidad de la vida europea en comparación a la dada en sus países de origen,
terminó de desestabilizar a la UE. Nunca ha existido un acuerdo sobre los
criterios de acogida de inmigrantes, ni sobre quién debe ser considerado
“refugiado” o simplemente un oportunista económico en busca de subsidios
fáciles. A partir de ahí ya era imposible imponer reglas comunes para toda la
UE. El efecto secundario hizo que, el aumento de la población extranjera en un
contexto económico recesivo incentivó el discurso nacionalista y euroescéptico.
El triunfo del Brexit en el referéndum británico de 2016, marcó un hito
alarmante.
Los partidos populistas están en alza en casi toda Europa, y
otros los euroescépticos ya gobiernan en Italia, Hungría, Austria y Polonia. La
situación es particularmente tensa en Italia donde la Liga Norte de Marreo
Salvini y el M5S de Luigi di Maio gobiernan, aun sin estar completamente de
acuerdo en materia migratoria. Salvini rechazo al desembarco en Italia del Aquarius, un buque humanitario que
transportaba a 629 inmigrantes.
Pero si, hasta ahora, el año 2018 había sido el más difícil
de la UE, las perspectivas para el año que comienza son todavía peores. Ahora,
el primer problema es Rumania, cuyo gobierno está adoptando una deriva
populista similar a la de otros países del Este y que se mantendrá mientras
presida la UE, hasta junio de este año. El
primer reto del año será la consumación del Brexit; hay de plazo hasta el 29 de
marzo. Habrá que decidir si los acuerdos firmados entre Theresa May y
Bruselas, son ratificados o si el Reino Unido rompe con la UE sin plan. De
momento, las cosas no pintan bien en Londres, donde el acuerdo puede ser
rechazado. A partir de marzo, la única posibilidad será que la UE acuerde una
prórroga.
La importancia del Brexit no se le escapa a nadie: según cómo se haga, puede resultar
traumática para el Reino Unido… pero también para la UE. Si no hay acuerdo,
pueden generarse problemas económicos y jurídicos, sin olvidar que en Irlanda,
se endurecería la frontera entre las dos partes de la isla, dado que el
gobierno irlandés permanece en la UE, pero no así la zona del Ulster, unida a
Londres.
Entre el 23 y el 26
de mayo están convocadas las elecciones europeas que pasarán de ser 750 a 705
con la retirada británica. Es la hora que los “populistas” esperan para dar
el gran campanazo y pueden convertirse en el elemento decisivo del foro de
Strasbourg, mientras la izquierda queda reducida a la impotencia y el
centro-derecha se ve mermado. Por tradición, el voto de castigo en las elecciones europeas ha sido mucho más potente
que en las elecciones nacionales y en esta ocasión, de confirmarse la
tendencia, las consecuencias podrían incluso comprometer la existencia de la UE
en su actual configuración. Lo que parece bastante claro -y no vamos a ser
nosotros quienes lo lamentemos- es que el grupo socialista europeo y el partido
popular europea, están periclitando vertiginosamente y en toda Europa. Ellos
son los que han transformado a la UE en el caos actual. No es que los populistas vayan a convertirse en el partido mayoritario
de la cámara (además de estar divididos en varias opciones), sino que van a
tener fuerza suficiente como para impedir acuerdos. Se espera que lleguen al 20
o 25% de los escaños. Más si se confirma el ascenso de Vox en España. Con ese porcentaje pueden estar presentes
en la Comisión Europea (especie de gobierno de la UE) y, desde luego, sus
programas apuntan a la línea de flotación de dos instituciones: la Corte
Europea de Justicia y, mucho más especialmente, el Banco Central Europeo.
De lo que no cabe la menor duda es que, a partir de este año, en la UE podrá
gobernarse quizás, sin los populistas, pero no contra los populistas.
La esperanza de la izquierda socialista y del centro-derecha
es que los populistas no consigan llegar a posiciones comunes y que su fuerza
quede dispersa en el parlamento europeo en varios grupos que temen ser
perjudicados unos por la imagen de “extremistas” atribuida a otros. Otros
“centristas” quieren creer que los partidos “extremistas” (en realidad,
populistas), van a crecer menos de lo esperado. Si consiguen llegar al tope
máximo del 25% ellos serán los que tendrán en la mano la llave de la
gobernabilidad europea.
La cuestión que deben
asumir los “populistas” es que la Unión Europea es una “mala unión”, pero
Europa es necesaria e irreversible. El eslogan de “Si a Europa, pero no a esta
Europa” debería ser el leit-motiv y el eslogan electoral de todos estos
partidos. De hecho, las encuestas indican que el 47% de los europeos
consideraban a la UE como algo “bueno” en 2011, pero en la actualidad, tras el
Brexit, se ha llegado a una aceptación del 62%. Los europeos entienden la
necesidad de la UE, incluso de una moneda común y los populista se
equivocarían, si concentraran todos sus esfuerzos en volver a la peseta, al
franco o al marco. La política internacional, en su fase actual, no da pie a
estas regresiones: si los países europeos quieren tener protagonismo en el
siglo XXI y no ser colonias de Amazon o de Alibaba, deben, necesariamente,
unirse. Y esto es lo que no parece que tengan claro todos los “populismos” que
se encuentran ante su electorado con una situación similar a la del
independentismo catalán: ¿cómo explican a sus electores que la independencia de
Cataluña es imposible si la han ido predicando durante décadas? Y, análogamente
¿cómo los “populistas” van a explicar
que la iniciativa del Euro es buena… pero se ha llevado de manera catastrófica
y que, para llegar al Euro, como para llegar al “espacio único europeo” en
materia de seguridad, antes había que haber homogeneizado mucho más el
continente y optado por políticas mucho más enérgicas?
El primer ministro Viktor Orban es, quizás, el que está
llevando a cabo una política más realista: es partidario de devolver más
soberanía a los Estados miembros, pero no cuestiona la existencia de la UE, ni
siquiera la del Euro. Un mensaje así planteado puede tener mucho más calado: “Si a
Europa, pero no a esta Europa”, “Sí a Europa, pero no así”. El peor de
los escenarios posibles sería el que en Italia o en la República Checa -los
países, en la actualidad, más opuestos a la UE- se convocara un referéndum
parecido al Brexit que se saldara con la salida de ambos. Esto reavivaría el
efecto dominó y supondría la losa funeraria de la UE.
Decididamente no va a
ser un buen año para la burocracia de Bruselas. La cuestión es si la UE podrá
rectificar su rumbo actual emprendido a partir de Maastrich o quedará como la
pieza europea de la globalización. Y esto último solo pueden impedir los
partidos “populistas”… si bien el riesgo del “populismo” es que la UE se
desintegre y cada pequeña nación europea siga su curso en un mundo que ya no se
adapta a la dimensión de las “naciones-Estado”, sino que, más bien, tiende a la
política de “grandes espacios”.