lunes, 1 de septiembre de 2025

Años 60: la encrucijada del neofascismo (7ª parte) - De las "Brigadas Europeas" a las "Brigada Rojas"


De las Brigadas Europeas a las Brigadas Rojas

Thiriart no fue el responsable de lo que algunos de sus epígonos escribieron. Pero le cabe la responsabilidad –como hemos visto en el caso de Roger Coudroy– de facilitar la pólvora literaria que otros hicieron estallar. Lo más sorprendente del título del folleto escrito por Cuadrado Costa es que aspira a vincular el nombre de Jeune Europe al de las Brigate Rosse. El autor comete el error metodológico del principiante: tomar la anécdota como corriente general de la historia, confundiendo la parte con el todo e incorporando a ese “todo” detalles minúsculos, sugiriendo que son estas minucias lo esencial de un fenómeno político. O en román paladino: “confundir churras con merinas”. Algo que solamente está al alcance de alguien muy cegado por el subjetivismo, empeñado en demostrar lo indemostrable. Lo volvió a demostrar en su estudio sobre Ramiro Ledesma que causa vergüenza ajena a los conocedores de la vida y de la obra de Ledesma.

En esta parte del estudio nos veremos obligados a especificar, lo que fue el “maoísmo” en Europa y lo que fueron las Brigate Rose italianas

Debió ser en el 67 o quizás a finales del 66, cuando el maoísmo chino empezó a ponerse de moda en Europa entre la juventud de izquierdas. Era frecuente que, en Carnaby Street, la calle del Soho londinense desde la que irradiaba la moda “pop” de mediados de los 60, se vendieran a buen precio, “chaquetas y boinas Mao” que, solamente en 1967 serían superados por la venta de camisetas con la imagen del Ché. Paralelamente, los partidos maoístas empezaron a aparecer como hongos en Europa de la mano, unos de la Embajada de la República Popular China en Bruselas –lugar de residencia de Jean Thiriart, por pura casualidad– y de la mano de la CIA desde su estación en Suiza[1]. Los unos porque querían exportar un producto propio de carácter “antirrevisionista”, y los otros porque aspiraban a debilitar a los partidos comunistas que operaban en Europa Occidental.

Estos datos son básicos para entender la situación. Pero hay algo más importante: la doctrina política maoísta, apenas tiene nada que ver con la que sostenía Jean Thiriart. De hecho, no tenía absolutamente nada que ver, porque si bien es cierto que Thiriart percibió en la segunda mitad de los sesenta a una República Popular China antiamericana, lo cierto es que, en aquella época, preocupaban más a los chinos, los tanques y artillería rusa situada en la región del Usuri que el enfrentamiento con los norteamericanos en Vietnam. En la segunda mitad de los 60, la zona del Usuri se convirtió en teatro de refriegas “calientes” entre las dos partes enfrentadas. A fin, de cuentas, en Vietnam, los marines no se enfrentaban con chinos, sino con vietnamitas.

La decepción vino cuando los furibundos militantes anti–imperialistas que acampaban bajo las siglas de los partidos maoístas europeos, se enteraron por los medios de comunicación de la “política del ping–pong” y del viaje del presidente norteamericano Richard Nixon a Pekín para estrechar la mano de Mao. Cuando se produjo este evento en 1972, el maoísmo europeo entonó su canto del cisne, se refugió en la Albania de Enver Hoxa que era como abandonar el camino de la “gran política” e introducirse en el campamento de las “pequeñas sectas políticas”. Thiriart quedó definitivamente descolocado y no consiguió reubicarse hasta los años 80, cuando se iniciaron los cambios en la URSS.

¿Y las Brigadas Rojas? A decir verdad, las Brigadas Rojas ni siquiera tuvieron gran cosa que ver con el “maoísmo”; no hubo “unas” Brigadas Rojas, sino que, en la misma sigla, se agrupaban distintas sensibilidades. Y finalmente, ¿qué tienen que ver las Brigadas Rojas con Jeune Europe? Solamente esto: uno de los organizadores de las primeras Brigadas Rojas, Renato Curzio, en su primera juventud, había militado en Giovane Europa. O así se dijo. Y luego hubo otro antiguo militante de Giovane Nazione, Claudio Orsi, formó una asociación de amistad, Italia–China. Sin olvidar, por supuesto el pequeño texto de Claudio Mutti, también ex Giovane Europa, sobre maoísmo y tradición[2]. Eso es todo. Vamos a tratar de explicar la ingenuidad de todo este planteamiento, reconociendo que vamos a entrar en unos aspectos que resultarán decepcionantes para algunos.

1) Un análisis doctrinal: desde el punto de vista evoliano

Siempre han existido neo–fascistas dispuestos a confundir sus deseos con realidades. En el famoso Libro Rojo de Mao (una simple recopilación de frases dispersas en los textos del dirigente chino) era posible encontrar alguna frase “anti–imperialista” que sugiriera algún tipo de reflejo de familiaridad con los ideales de Joven Europa. De hecho, había varias frases que permitían pensar que, al menos, algunos de los enemigos de los neo–fascistas y de los maoístas eran los mismos, así que, en Italia y en estos ambientes –y entre mediados de 1967 y los incidentes de Valle Giulia en Roma en marzo de 1968– se tendió a evitar enfrentamientos entre ambos bandos. Esta actitud parece lógica y razonable[3], a condición de no olvidar que se trataba de dos familias políticas provistas de tradiciones políticas muy diferentes y de raíces completamente independientes. No se podía olvidar que Mao–Tsé–Tung… era marxista–leninista y que su modelo, además, había sido forzado por la realidad china que no tenía absolutamente nada que ver con la europea de la época.

Julius Evola fue uno de los sorprendidos por la irrupción del “maoísmo” en medios no–marxistas y, más en concreto, neo–fascistas. Escribe: “[el maoísmo] merece ser examinado, [por la] sugestión que ha ejercido el “maoísmo” en algunos ambientes europeos, incluso en grupos no marxistas” [4] Y añade: “En Italia se pueden incluso mencionar algunos ambientes que reivindican una experiencia “legionaria” y una orientación “fascista", aun oponiéndose al Movimiento Social al que consideran como no "revolucionario", aburguesado, burocratizado, limitado por el atlantismo. En estos ambientes se habla de Mao como de un ejemplo”. Esto fue lo que le indujo a repasar el famoso librito de Mao–Tse–tung para tratar de ver claro y descubrir qué es lo que puede justificar tales sugestiones”. Lo hizo, con la paciencia benedictina que le caracterizaba y sentenció: “El resultado ha sido negativo. Entre otras cosas, no se trata ni siquiera de una especie de breviario escrito con una cierta sistematicidad, sino un conjunto heteróclito de fragmentos de discursos y de diferentes escritos comprendidos en un largo período de tiempo. No se puede hablar en absoluto de una verdadera y específica doctrina maoísta”.

Evola lo tenía fácil para demoler la ficción construida en los ambientes de La Nazione Europea, sobre similitudes entre maoísmo y neofascismo. Escribe: “¿Qué es lo que se puede pensar cuando desde la primera página del librito se leen frases categóricas como la siguiente: “El fundamento teórico sobre el cual se basa todo nuestro pensamiento es el marxismo–leninismo"? Bastaría esto para poner a un lado el nuevo evangelio en donde, por los demás, los habituales y desgasta­dos slogans de la subversión mundial “lucha contra el imperialismo y sus la­cayos”, “liberación del pueblo de sus explotadores”, etc., se hallan a cada paso”.

Claro está que los chinos discutían con los rusos, pero, Evola, siempre cáustico cuando tenía que calificar posiciones poco coherentes, se limitó a escribir que estas polémicas entre vecinos “no nos tendrían que interesar para nada, a no ser por la esperanza de que los dos “socios” terminen peleándose”. Evola se pregunta cómo ha podido aparecer esta “sugestión maoísta” y concluye se trata de un “puro mito (…) del cual emanan formulaciones ideológicas precisas, con interpretaciones irreflexivas y sobre todo con el relieve dado a la llamada ‘revolución cultural’ ”. A partir de ahí empieza a analizar los mitos maoístas.

El primero que aparece ante sus ojos es el presunto “nacionalismo” de la experiencia china en relación a la soviética. Evola acepta que en determinadas fórmulas comunistas aparece cierto grado de nacionalismo, pero, advierte que quienes opinan así:

“[dejan] a un lado el punto esencial, es decir que el maoísmo se trata, inequívoca­mente, de un nacionalismo comunista; en el mismo la base es la concepción colectivista de masa, casi de horda, de la nación, no distinta en el fondo de la concepción jacobina. Cuando Mao quiere combatir el proceso de concreción de rígidas estructuras burocráticas de partido para alcanzar un vínculo directo con el “pueblo", cuando habla de un "ejército hecho uno con el pue­blo" retornando a la bien conocida fórmula de la "movilización total", mani­fiesta, más o menos, el mismo espíritu, o pathos, de masa de la Revolución Fran­cesa y de las “levées des enfants de la Patrie”, mientras que el binomio masa­–jefe (el “culto de la personalidad" combatido en la Rusia post–estaliniana, ha resurgido potenciado en la persona de Mao, ídolo de las masas chinas fanati­zadas) reproduce uno de los aspectos más problemáticos de los totalitarismos dictatoriales. Comunismo más nacionalismo es justo lo opuesto a la concep­ción superior, articulada y aristocrática, de la nación”.

El segundo elemento que aísla Evola en el maoísmo es el “voluntarismo”, algo que los difusores del pensamiento maoísta en los medios de extrema–derecha se centraban particularmente comparándolo al “legionarismo ascético” de la Guardia de Hierro[5]. El “voluntarismo” maoísta (que, en realidad, es el aspecto de su pensamiento más vinculado a Lenin y a su concepción del partido que Mao rectifica para encajarlo mejor en la sociedad rural china) es un “voluntarismo progresista”. Mao lo dice: "Noso­tros luchamos contra las guerras injustas que obstaculizan el progreso, pero nosotros no estamos en contra de las guerras justas, es decir en contra de las guerras progresistas". Y Evola se limita a comentar:

“No es necesario aclarar lo que signifique el "progreso" en tal contexto, es decir facilitar el advenimiento en cada país del marxismo y del comunismo. Por lo demás no se ve qué impida que también nosotros no sostengamos la “concepción activa de la guerra", de nuestra "guerra justa”, el que es hasta las últimas consecuencias contra la subversión mundial, dejando que los demás se desahoguen denunciando al “imperialismo", exaltando al “heroico Vietcong, al generoso castrismo y así sucesivamente: todas estupi­deces buenas sólo para cerebros que han padecido un "lavado" que les ha priva­do de cualquier capacidad de discernimiento”.

Evola, como puede deducirse fácilmente de la lectura de estas líneas, empezaba a estar harto en esa época de jóvenes que venían a visitarlo, definiéndose como “tradicionalistas” y le participaban de la buena nueva del descubrimiento del maoísmo.

Otro de los argumentos que destila el viejo maestro es la “concepción maoísta de la historia”, sobre la que dice:

“He aquí otros elementos del mito maoísta. El maoísmo consideraría al hombre como el artífice de la historia, se encuadraría en contra de la tecnocracia en la cual convergen tanto la URSS como los EEUU. La "revolución cultu­ral” sería positivamente nihilista, apuntaría a una renovación que parte del punto cero. Todas éstas no son sino palabras. En primer lugar, no es al hombre que Mao se dirige propiamente, sino al "pueblo": "el pueblo, sólo el pueblo es la fuerza motriz, el creador de la historia universal". El desprecio por la persona, por el sujeto, en el maoísmo no es menos violento que en la primera ideología soviética. Se sabe que en China Roja la esfera privada, la educación familiar, toda forma de vida en sí, los afectos y el mismo sexo (si es que no es reducido a su mínima expresión y a sus formas más primitivas) son relegados al ostra­cismo. La integración (es decir la desintegración) del sujeto en lo "colectivo" fanatizado es la consigna”.

Evola ve, pues, en el maoísmo, otra concepción “horizontal”, “niveladora”, “homogeneizadora” y “reduccionista” del ser humano cuyo único sentido es el de ser un grano de arena exactamente igual a otros granos de arena en el magma del “pueblo”.

Quedaba la “famosa revolución cultural” con la que Evola se despachó en pocas líneas:

“la revolución cultural es, propiamen­te, una revolución anticultural. La cultura en el sentido occidental y tradicional (pero también en la china tradicional se recuerde el ideal confuciano del jen, que se podría bien traducir con humanitas, y del kiu–tseun, u "hombre integral", opuesto al siaojen, u "hombre vulgar”), es decir corno una formación de sí que no sea una función colectiva, es rechazada”.

A mitad del artículo, se percibe el cansancio de Evola al dedicar unos folios a una tarea tan inútil como comparar la identidad del maoísmo con la de cualquier variedad de neo–fascismo. Y resume:

“Lo interesante no es el punto de partida, sino el fin, la direc­ción, el terminus ad quem. Mao quiso “construir el socialismo”, el “socialismo marxista”: Así pues, lejos de poder visualizar una revolución regeneradora, que contemplase sólo al "hombre", y que partiese del punto cero anticultural, en­contramos un movimiento sobre el cual desde el principio grava una pesada hipoteca, justamente la del marxismo. Ningún juego de magia puede cambiar esta situación de hecho”.

Los círculos neofascistas de la época, fascinados por el maoísmo, procedían casi sin excepción de Giovane Europa. Hubieran podido buscar inspiradores en su propia tradición cultural:

“Quien se sienta atraído por una revolución que parta verdaderamente de un punto cero, de un nihilismo respecto de todos los valores de la sociedad y de la cultura burguesa, demuestra ser un despistado si no conoce a otros en quienes inspirarse, fuera del gran Mao. ¡Cuántos puntos de referencia más válidos po­dría ofrecerle, por ejemplo, las ideas sobre el "realismo heroico", formuladas fuera de toda instrumentalización y desviación marxista por Ernst Jünger en el período posterior a la Gran Guerra!”.

Evola interrumpe sus reflexiones:

“Sería fácil proseguir con observaciones de este tipo. Pero las desarrolladas hasta aquí indican que la infatuación[6] filo–china se basa en límites que, para quien sabe pensar hasta el fondo y para quien se remite justa­mente al librito–evangelio de Mao, parecen privadas de fundamento. Aquellos que, aun no siendo marxistas o comunistas, están infatuados de maoísmo, demuestran, en verdad, algo muy distinto de una madurez intelectual, la natura­leza de su "contestación total” y de sus ostentosas vocaciones revolucionarias es más que sospechosa, si ellos no saben tomar sino tales puntos de referencia”.

El viejo maestro tiró de las orejas a sus discípulos menos aventajados que quisieron ver la panacea universal de los años 60 en el maoísmo.

Un análisis doctrinal desde el punto de vista marxista

Los que sufrieron el “encaprichamiento” (o infatuación) con el maoísmo, son los mismos que más tarde lo tendrían con la figura del Ché Guevara o, incluso, en los 80, fugazmente con los sandinistas, habitualmente, no eran “tradicionalistas”, en el sentido evoliano o guenoniano del término. Thiriart mismo, era impermeable a cualquier concepción que no fuera “maquiavélica” y “jacobina”. Pero si examinamos el maoísmo desde un punto de vista no tradicionalista, simplemente político, llegaremos a las mismas conclusiones.

El maoísmo que defendían los partidos comunistas “marxistas–leninistas”, era una versión del marxismo clásico aderezado con los elementos propios del leninismo, a los que se habían sumado algunas experiencias extraídas directamente por Mao. Los partidos comunistas de esta tendencia no eran “maoístas”, sino “marxistas–leninistas”, lo que equivalía a decir que Mao no había modificado nada sustancial de esta corriente, sino sólo añadió la experiencia personal que vivió en su “larga marcha”. Porque el comunismo chino venció, no gracias a la agitación y propaganda, sino a la guerra civil en la que consiguió imponerse. La “experiencia maoísta” es, pues, una experiencia militar, de la misma forma que la “experiencia leninista” está vinculada con una conspiración, en ambos casos, realizada por una estructura política (el Partido Comunista), formado al calor de una “ideología global” (el marxismo).

Cuando se leen las tonterías que Lenin escribió durante su estancia en Suiza[7] o las que escribió en sus últimos años de vida (cuando reconocía que el “modelo” para la sociedad soviética del futuro era la sociedad norteamericana de los años 20) o las creencias compartidas por las distintas sectas marxistas, sobre la “conciencia de clase”, resulta difícil encontrar una explicación político–doctrinal a porqué algunos neofascistas de los años 60, se sintieron atraídos por el “maoísmo”, salvo que se dejaran arrastras por las modas o por la famosa “infatuación” (más adelante apuntamos las causas).

Mao debió desarrollar su lucha en una sociedad rural en la que el proletariado estaba casi completamente ausente y la burguesía era poco menos que inexistente. En la rigurosa óptica marxista, una revolución socialista solamente podía partir de la contradicción entre burguesía y proletariado y nunca en una sociedad semifeudal como la china de la “Larga Marcha”. Mao se vio obligado a introducir correcciones en la “práctica marxista”: si no había proletarios, la base debía ser lo que más se pareciera, el campesinado, y el adversario sería el Kuomintang, lo más parecido a un movimiento democrático–burgués.

En los años 20, China tenía algo más de 400 millones de habitantes, en una población tan extensa era imposible construir un partido al estilo leninista con el inexistente proletariado como base social, así que Mao optó por armar a los campesinos, explotar sus sentimientos de revancha y tomar a las ciudades como “enemigo”. Su famoso axioma de “el poder está en la punta del fusil” era la desembocadura de su estrategia de “rodear a las ciudades a través del campo”. La revolución de Mao fue, sobre todo, rural. Y, desde luego, la Europa de 1930–70 se parecía tanto a China como un huevo a una castaña. Ese es otro de los aspectos por los que resulta todavía más increíble el que algún “europeísta” quisiera inspirarse en el “modelo chino”.

Pero la estrategia que adoptó era, eminentemente “militar”, mucho más que política (a diferencia del “leninismo conspiracionista”) y, de ahí, salieron sus ideas sobre la “guerra popular prolongada” y la “insurrección armada masas” que constituían los leit–motiv de todos los partidos marxistas–leninistas en Europa. Estas líneas estratégicas solamente las podía aplicar alguien que viviera en países con estructuras sociales muy parecidas a la China (países africanos, sudeste asiático), o bien aventureros inmaduros como el Ché Guevara, que siguieron pensando que países como Bolivia (que, por cierto, ya había realizado su “revolución agraria” con el MNR, y tenía los núcleos de población muy dispersos con zonas casi deshabitadas, podía realizarse una “guerrilla rural” como la maoísta) eran teatros privilegiados para experiencias guerrilleras castro–guevaristas.

Por su parte, el castrismo–guevarismo, si hemos de creer a su principal difusor en Europa, Regis Debray, se diferenciaba del maoísmo, en que el segundo consideraba que las “condiciones objetivas” de un país concreto bastaban para crear el “foco guerrillero”, mientras que los castro–guevaristas, a partir de la experiencia de Sierra Maestra, opinaban que la “presencia del foco guerrillero”, por sí mismo, basta para crear las “condiciones objetivas” necesarias para la revolución. En uno y en otro caso, no fueron lo suficientemente hábiles para entender qué es lo que había de cierto en los procesos que los llevaron al poder y qué era producto de su propia propaganda. Castro llega al poder porque los americanos lo consideran un “nacionalista cristiano” al que pueden manipular. Llega al poder, no tanto gracias a las acciones de un grupo de guerrilleros aislados en las montañas, sino por la acción de los estudiantes de La Habana en las calles de la capital), mientras que Batista era para los EEUU una mala bestia cuya utilidad había caducado.

Por su parte, en China, el triunfo de Mao es inseparable de la guerra civil, de la guerra chino–japonesa y de la ayuda soviética. Unos y otros, en el poder, edificaron sus construcciones míticas para uso de propaganda y terminaron creyéndose sus propias ficciones. Por eso, no hay un solo país en la que haya triunfado el castro–guevarismo, ni uno en el que se hayan dado circunstancias parecidas a la que sentó a Mao en su trono de “emperador rojo” en Pekín.

No hay que perder de vista que el marxismo que asumían unos y otros, no es más que una forma de reduccionismo mecanicista, enunciado en el XIX y con fecha de caducidad en el último cuarto del XX. El maoísmo, como el castro–guevarismo, es inseparable de la idea de “lucha de clases” y de la contradicción socialismo–capitalismo. Para Mao, no bastaba con llegar al poder y proclamar una “sociedad socialista”. La burguesía, en cualquier momento, podía reconstruir su poder, y pasar a la contraofensiva con la idea de restaurar el capitalismo. Así era como Mao había interpretado lo ocurrido en la URSS tras la muerte de Stalin. La desembocadura a esto era la necesidad de abordar una “revolución cultural”, algo que ni Lenin ni Stalin habían implementado explícitamente y que condujo directamente al “revisionismo”. ¿Y que tenía de “cultural” esa revolución? Realmente poco, era una simple purga de todos los elementos “burgueses” dentro del partido y la liquidación de los focos de “cultura burguesa” en la sociedad china, en la práctica, todos los que se oponían a Mao dentro del partido y todo lo que procedía de la tradición y de la cultura ancestral china. Como toda secta escatológica y milenarista, el “marxismo–leninismo/pensamiento Mao–Tsé–Tung”, como se decía en la época, habían emprendido una lucha sin perdón por el triunfo del socialismo y por un reseteado de la historia.

El hecho de que Evola, algunos doctrinarios del NSDAP y del Partido Nacional Fascista, el propio Codreanu, hablaran de la necesidad de “construir un hombre nuevo” para lo cual debían de abordar una ruptura cultural con el “hombre viejo”, no implica que esto fuera en absoluto parecido a lo que quiso hacer Mao y su “revolución cultural”. También aquí –sobre todo aquí– se había producido una “infatuación” o, más claramente, una infantilización de los conceptos políticos que manejaban algunos neo–fascistas que, por una homonimia casual, llevaron a identificar dos cosas que no tenían nada que ver. Porque, a fin de cuentas, los fascismos buscaron crear un “hombre nuevo” en ruptura con el burgués, pero –y tal es la diferencia– superándolo “por arriba”, en el terreno de la espiritualidad, mientras que Mao, no solamente negaba esa misma espiritualidad, sino que además la emprendió contra todo aquello que sobrevivía de la China tradicional.

Al llegar aquí se nos permitirá una interpolación casi obligada. La “nouvelle droite”, descubrió el “gramscismo” a mediados de los 70. El antiguo secretario del Partido Comunista de Italia durante el fascismo, se dio cuenta de que la “revolución” solamente podía producirse si, antes de irrumpir en el terreno político, había afirmado su “hegemonía cultural”. Esta idea fue trasladada por Benoist, Faye, etc, a la “nouvelle droite”, olvidando que Gramsci no hablaba como un intelectual independiente o un sociólogo en ejercicio de sus funciones, sino como militante de una estructura política, el PCI, armado con una doctrina que interpretaba la realidad, el marxismo–leninismo. Si no se partía de esta estructura política, ni de este sistema ideológico cerrado, era imposible llevar a cabo una “lucha cultural” que desembocase en algo tangible. Cómo máximo se podía ejercer como “divulgador cultural”, pero nada más y aspirar que, por sí mismas, y por su justeza, esas ideas penetraran en la sociedad, sin necesidad de disponer de un aparato político centralizado. Algo que, de hecho, es lo realizado –brillantemente, por lo demás– por Benoist en los últimos 60 años. Pero, esto no ha cambiado la percepción de la sociedad francesa sobre sus propios problemas, sino que éstos siguen siendo mucho más graves que los existentes en junio de 1968 cuando apareció el primer número de Nouvelle École. Y aún más: los porcentajes logrados por la saga de los Le Pen en los últimos 40 años, no tienen absolutamente nada que ver –y hasta cierto punto son, incluso, contradictorios– con las posiciones defendidas por la Nouvelle Droite.

Retornando al maoísmo. Cuando Khrushchev realizó su crítica a Stalin en 1956, durante las sesiones del XX Congreso del PCUS, Mao lo acusó de haber renunciado también a Marx y a Lenin. Por tanto, esto era la prueba de que la “burguesía” se había hecho con el control de la situación en la URSS y había arrebatado los logros al “proletariado”. Mao aderezó esto escribiendo que se había producido un proceso de “socialfasticización” en el interior del país y que la política de la URSS se había vuelto “socialimperialista”. En realidad, lo que había ocurrido era algo que siempre había estado presente en la “internacional comunista” (a pesar de que ya no existiera): una cosa era el “socialismo” y otra el “nacionalismo” y el socialismo no era lo bastante fuerte como para superar al nacionalismo en aras de la lucha de clases. Era cierto que la URSS velaba, sobre todo, por la preservación de la “patria del socialismo” (la propia URSS) y que había trasformado a los Partidos Comunistas en piezas al servicio de su política exterior, pero también era cierto que existía una disputa “geopolítica” (y, más que geopolítica, “nacionalista”) entre la URSS y China por cuestiones fronterizas, zonas de influencia y territorios en disputa: era, a fin de cuentas, una simple disputa “nacional”. A partir de aquí, el problema para Mao fue cómo conseguir interpretar este conflicto y darle forma “doctrinal”, es decir, cómo encajarlo dentro de la interpretación marxista. Fue entonces cuando se zambulló en la explicación sobre la “reconstrucción del poder burgués” y en la “lucha contra el revisionismo”, expresión política de ese poder. Todo encajaba con el marxismo–leninismo, con fórceps y vaselina…

No hay más ideas “maoístas”. Esto es todo. Poco, realmente. Nada que ver, desde luego, con las exaltaciones europeístas de Jean Thiriart en los años 60. Entonces, ¿cómo fue posible que algunos neofascistas y el propio Thiriart se vieran atraídos por la República Popular China? ¿Cómo se explica que algunos miembros de Giovane Europa terminaran recalando en grupos maoístas o que firmaran un panfleto (no dos, ni tres, uno, uno sólo, eso sí, repetido hasta la saciedad, como hace el autor de De Joven Europa a las Brigadas Rojas, reproduciéndolo sin que le importe mucho lo primario de su contenido[8])?

Para eso, vale la pena penetrar en otro territorio, como mínimo tan vidrioso como éste.

¿Maoísmo y tradición?

En 1973 se publicó en Bolonia, Italia, el folleto ya mencionado Maoísmo y Tradición. Su autor fue Claudio Mutti, antiguo miembro de Giovanne Europa. El texto fue aprovechado por Cuadrado Costa como apoyo de su cuaderno De Joven Europa a las Brigadas Rojas. Si bien, hay que decir, que Mutti tenía una sólida formación tradicionalista, mientras que el segundo ignoraba –y, en su absoluta ignorancia, atacaba como podía– el concepto mismo de “tradición”. De hecho, el título del folleto de Mutti, reforzaba lo que Cuadrado Costa quería demostrar, por encima de todo, a saber, que existía un nexo entre Joven Europa y el maoísmo. Pura fantasía. De todas formas, vale la pena darle un vistazo al folleto de Mutti, porque, en sí mismo, demuestra los límites de esa analogía. Mutti parte de una frase de la obra de Mao, Sobre las contradicciones[9]. Se trata de una interpretación con ribetes personales de la filosofía del materialismo dialéctico. Escrito en 1937, lo curioso de esta obra es que está destinada a combatir cualquier forma de metafísica, núcleo, precisamente, del pensamiento tradicional.

Mutti, de entre todas las frases del libro, elige dos, las descontextualiza y las pone al lado de textos de Evola, Guénon y Lao–Tsé, con la intención de decir: “¿Véis? En última instancia, maoísmo y tradición, estarían inspirados por la misma fuente taoísta y por eso no hay oposición alguna entre ambas posiciones”. Error. Las dos frases en cuestión son:

“La ley de las contradicciones inherentes a las cosas, es decir la ley de la unidad de los opuestos, es la ley fundamental de la naturaleza de la sociedad y, por extensión, del pensamiento”[10].

Comentando última frase, Mutti escribe:

“Mao admite, con Marx, que la contradicción es el motor universal de todo desarrollo. Pero el pensamiento de Mao difiere del pensamiento marxista desde el momento en el que, situándose en las posiciones de la tradición taoísta, describe el carácter complementario de los contrarios”

y es aquí donde cita la segunda frase de Mao:

“Sin lo alto, no hay bajo; sin lo bajo no hay alto”.

A esto se le llama “casuística”, que es lo contrario que basar dos comparaciones en “principios”. Si comparamos los miles de páginas escritas por Mao, es seguro que encontraremos alguna concepción que sea semejante, por ejemplo, a las concepciones de la Cientología y del pensamiento raëliano, de la misma forma que en las más de 1.000 páginas de las Obras Completas de José Antonio Primo de Rivera, existe una línea en la que se reconoce la “justeza” del nacimiento del socialismo. Pero eso no quiere decir que el pensamiento raëliano o la Cientología tengan algo que ver con el maoísmo, como la frase de José Antonio de que el “nacimiento del socialismo fue justo”, no exime a este autor, ni a los falangistas de ser antimarxistas. Una cosa son las “casualidades” que aparecen inevitablemente al comparar dos pensamientos expresados en cientos de páginas, y otra muy diferentes, los “principios” que inspiran a ambos. Es muy frecuente entre quienes utilizan la “casuística” que se produzcan abusos y que se terminen comparando dos elementos que tienen muy poco o nada que ver.

Porque, si de lo que se trata es de comparar “maoísmo y tradición”, habrá que atender a las intenciones del propio Mao a la hora de escribir esta obra:

“Durante largo tiempo en la historia, tanto en China como en Europa, el modo de pensar metafísico formó parte de la concepción idealista del mundo y ocupó una posición dominante en el pensamiento humano. En Europa, el materialismo de la burguesía en sus primeros tiempos fue también metafísico. Debido a que una serie de países europeos entraron, en el curso de su desarrollo económico–social, en una etapa de capitalismo altamente desarrollado, a que las fuerzas productivas, la lucha de clases y las ciencias alcanzaron en esos países un nivel sin precedentes en la historia y a que allí el proletariado industrial llegó a ser la más grande fuerza motriz de la historia, surgió la concepción marxista, dialéctica materialista, del mundo. Entonces, junto al idealismo reaccionario, abierto y sin disimulo, apareció en el seno de la burguesía el evolucionismo vulgar para oponerse a la dialéctica materialista”[11].

Así pues, desde la primera página de Sobre las contradicciones, el objetivo de la obra –al menos, el primer objetivo– está bastante claro: atacar a la metafísica como una forma de “idealismo burgués”. Pero la metafísica es bastante más que esto: es la práctica tradicional por excelencia que nos lleva a lo que está “más allá” de lo físico. Esto da pocas posibilidades para que el autor de Maoísmo y Tradición salga airoso de la comparación. Más aún, Mao, no duda, a despecho de lo que haya escrito Mutti, que su pensamiento está alejado del taoísmo. Y, no sólo eso, sino que es, justo su inversión:

“En China, el modo metafísico de pensar expresado en el dicho "El cielo no cambia y el Tao tampoco", ha sido durante largo tiempo sostenido por la decadente clase dominante feudal. En cuanto al materialismo mecanicista y al evolucionismo vulgar, importados de Europa en los últimos cien años, son sostenidos por la burguesía”[12]

Mao parte del “principio” marxista, sin ninguna alteración doctrinal. Sus variaciones, como hemos visto, se encuentran en el terreno de la estrategia y de la táctica revolucionaria. Es obvio, por lo demás.

El maoísmo niega la “tradición” y, particularmente, la forma taoísta de tradición. Es cierto que, Mao se muestra algo condescendiente con el taoísmo cuando dice que “tenía un carácter espontáneo e ingenuo” que solamente empezó a superarse con “Hegel, célebre filósofo alemán de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, hizo importantísimas contribuciones a la dialéctica, pero su dialéctica era idealista”, y fue definitivamente arrojada al estercolero “cuando Marx y Engels, los grandes protagonistas del movimiento proletario, crearon la gran teoría del materialismo dialéctico y del materialismo histórico sintetizando todo lo positivo conquistado en la historia del conocimiento humano y, en particular, asimilando críticamente los elementos racionales de la dialéctica hegeliana, se produjo en la historia del conocimiento humano una gran revolución sin precedentes. Esta gran teoría ha sido desarrollada posteriormente por Lenin y Stalin. Al ser introducida en nuestro país, provocó enormes cambios en el pensamiento chino”[13].

Pero hay algo más. Cuando Mutti escribía el folleto Maoísmo y Tradición en 1973, la “gran revolución cultural”, iniciada en 1966, se encontraba en su última fase (terminará en 1976). Este movimiento, estuvo protagonizado por los “Guardias Rojos”, jóvenes maoístas armados con el Libro Rojo (catecismo maoísta) que saquearon, destruyeron, asediaron y arrasaron lo que quedaba de “cultura tradicional” en China. El Templo y el Cementerio de Confucio en Shandong fue asediado en noviembre de 1966, como uno de los primeros actos de aquel movimiento, en realidad, una verdadera orgía de destrucción. A este asalto, siguieron destrucción de bibliotecas, cementerios, templos de todas las religiones, consideradas como “restos de elementos capitalistas y tradicionales de la sociedad China”. La tumba de Dajian Huineng, uno de los monjes más influyentes de la Escuela Chan fue también atacada. Los jóvenes “guardias” no distinguían muy bien entre “tradicionalistas” y las “cinco categorías negras” a las que Mao había declarado la guerra (derechistas, contrarrevolucionarios, campesinos ricos, terratenientes y “elementos malos”), así que optaron por liquidar cualquier rastro anterior al ascenso del comunismo en China. Era una consecuencia de la “lucha contra los cuatro viejos”: “viejas costumbres”, “viejas ideas”, “viejos hábitos” y “vieja cultura”. Es decir, contra la “vieja Tradición”…

Mariola Moncada, doctora en Historia Contemporánea China por la Universidad de Fudan, resume así la actitud de los “guardias rojos” ante Confucio y la tradición china:

“Durante la llamada “revolución cultural proletaria” (1963–1975), la radicalización extrema llevó a aniquilar todo aquello que no fuera revolucionariamente “correcto” y se identificara con el régimen feudal anterior. La campaña puesta en marcha por Mao de contra Lin Piao y contra Confucio en 1974–5 relegó la figura de Confucio y la tradición letrada a anatema de la revolución”.

No vale la pena, por tanto, insistir: Mutti ha cometido el error metodológico de fiarse de la analogía “casual” entre una frase concreta y el “pensamiento tradicional”, tomando la parte por el todo y olvidando los “principios” de los que parte Mao, que son, simplemente, los del materialismo dialéctico. Y lo curioso es que la frase que precede al texto de su folleto es de Lim Piao: “El estudio ideológico debe estar basado en el 99% en las obras del Gran Timonel Mao Tse Tong, porque estas superan a las opiniones de Marx, Engels, Lenin y Stalin”[14]Poco podemos añadir a esta frase lapidaria, propia del monaguillo de una secta.

Mutti sigue en los tres capítulos siguientes el mismo sendero. El segundo es definitivo para los que creen que el marxismo y la tradición son sinónimos. Se titula “Aspecto solar del nuevo orden maoísta”:

“El desarrollo de todas las cosas depende del Sol y hacer la revolución depende del pensamiento de Mao”. Frase que no hemos podido localizar y que, más bien, atribuimos a algún folleto de publicistas chinos de la época, al igual que otra frase que cita unas líneas más abajo: “Oriente es rojo, el Sol se alza | sobre la tierra China aparece Mao Tse Tung”. Mutti comenta: “Mao ha heredado de los emperadores esta imagen analógica”. Y luego cita otras similares: “El Partido Comunista es como el Sol: allí donde aparecen sus rayos, todo se ilumina”. Item más: “El pensamiento de Mao Tse Tung es un Sol que no se pone jamás”. Y esta otra, que, sin duda, es la loa, glosa y alabanza más conocida: “Para navegar en alta mar, hay que tener un timonel”. O esta, que también incluye Mutti: “Respetad y amad al Presidente Mao, el gran educador, el gran guía”. Mutti comenta al final de este capítulo “La característica solar que se atribuye con insistencia al papel de Mao lleva a pensar que el maoísmo es la aparición contemporánea de la tradición imperial”

Después de repasar este folleto, quedamos mucho más convencidos que antes, de que “maoísmo” y “tradición”, no solamente no tienen nada que ver, sino que, además, están situados en las antípodas del pensamiento, como el día lo está de la noche. El propio Mao, no solamente no es el “emperador” de China, sino su justa inversión, de la misma forma que Lenin y los demás “zares rojos” basaban su poder en los principios opuestos 180º a la monarquía tradicional rusa. Nada de esto nos puede extrañar: en el fondo, la “modernidad” –y el maoísmo, así como el marxismo–leninismo, no son más que productos de la modernidad– es decir, no es un conjunto de elementos “parecidos” en algún aspecto a la “tradición”, sino justamente su oposición más absoluta. Si el día se parece a la noche es porque en el primero hay luz y en la noche tinieblas, que no son más que “ausencia de luz”. Nadie podría demostrar que noche y día son algo más que los dos aspectos opuestos de la misma moneda. Y, en cuanto a maoísmo y tradición, esa oposición permite incluso pensar que se trata de dos “monedas” diferentes...

La cuestión de fondo es que, en la segunda mitad de los años 60, el maoísmo empezó a ser una moda entre los “revolucionarios snobs” europeos. Y algunos neofascistas que no pertenecían a esa tradición política (el marxismo), apenas un puñado, la asumieron: quisieron jugar en un terreno y en un equipo que no era el suyo, quisieron retorcer el cuadro de las similitudes entre uno y otro, se hicieron ilusiones, aspiraron a subirse a la corriente “revolucionaria” de la época, que, en realidad, no fue más que un elemento de la “cultura pop” de los 60. Y, como era de esperar, esa actitud se demostró completamente estéril, no consiguió atraer a otros revolucionarios, sino solamente sembrar de confusión entre los propios.

Los que conocimos aquella época, sabemos que ninguna de estas actitudes atrajo el más mínimo interés salvo el de algún gacetillero en busca de freakysmos excéntricos (el “nazi–maoísmo”). Y ahora, volvamos a Thiriart.

Los euro–maoístas de Imperia

En 1965 Imperia era un pueblo grande (o una ciudad pequeña) de no más de 20.000 habitantes con 150.000 en toda la provincia. Está muy cerca de la frontera francesa, en la costa Mediterránea y su tipismo era aprovechado por una incipiente industria turística. Como en todas las poblaciones italianas, los principales partidos políticos tenían una pequeña sección, habitualmente albergada en locales minúsculos. La vida cultural se centraba en torno a un cinefórum en el que se discutía sobre neorrealismo italiano y nouvelle vague francesa. La política parecía una actividad atractiva para jóvenes provincianos que acababan sus estudios de bachillerato y se preparaban para ingresar en la Universidad de Génova.

Pues bien, en Imperia existió en la segunda mitad de los años 60, un pequeño grupo de Giovane Europa y del Partito Comunista d’Italia Marxista Leninista. Por algún motivo, seguramente porque unos y otros eran pocos en una ciudad de provincias, acaso porque los dirigentes de cada grupo eran amigos o estudiaban en el mismo centro, el caso es que los comités provinciales de ambos grupos lanzaron en 1968 un panfleto conjunto titulado “El frente del Tercer Mundo pasa por el río Usuri”

Su texto completo decía así:

“El imperialismo revisionista soviético y el imperialismo capitalista americano, siempre han demostrado a los pueblos del Tercer Mundo (incluidos los europeos) querer dirigir el mundo reprimiendo cualquier intento de rebelión (ver Praga y Vietnam).

La entente de los nuevos zares del Kremlin y de los perros de presa de la Casa Blanca, ha sido finalmente desenmascarada por China que, bajo la guía de Mao Tse Tung se propone honestamente apoyar a todas las fuerzas revolucionarias del mundo antiimperialista, y actuar de manera determinante de forma que esta esclavitud sea definitivamente derrocada.

En la frontera mongola, la URSS amenaza el destino de 700 millones de chinos con terribles mísiles apuntados sobre ellos. En la Europa del Este controla las calles de Praga para asegurarse el dominio colonial con el imperialismo USA que en la Europa Occidental tiene sus bases OTAN y en Oriente Medio se sirve del Estado de Israel para privar del petróleo a 100 millones de árabes.

Esta situación no puede ser tolerada por China, ni por las fuerzas revolucionarias que en Europa y en el mundo combaten realmente por la libertad y por el socialismo.

¡Que los colonialistas rusos y norteamericanos no se ilusionen: los 700 millones de chinos no están solos! Con ellos están todos a aquellos a los que les repugna la servidumbre, que creen en la libertad y en la autodeterminación de los pueblos, mañana también dispuestos a defender con las armas el Frente del Tercer Mundo”

El panfleto como puede ver es de un anti–imperialismo bastante primario. El texto firmado por el “Comité Provincial del PCd’I(m–l)” y por la “Federación Provincial de Giovane Europa”, no pasará, desde luego, a la historia por su agudeza. Se trataba, simplemente, de defender a la China de Mao y de sostener que era la mejor garantía “anti–imperialista” para “los pueblos oprimidos”. Un lustro después, esa misma China, recibía a Nixon en Pekín, se desinteresaba completamente de la “causa árabe” (que, por otra parte, jamás le había atraído particularmente). Realmente poco, porque dos décadas más tarde, esa misma China (que todavía muestra un gran retrato de Mao en la plaza de Tienanmen), veía como la política de “que nazcan mil flores, que se abren mil escuelas” y el “gran salto adelante”, había terminado convirtiéndola en la factoría mundial capitalista, el gran pilar de la globalización… sin la cual no sería posible.

Aquel panfleto no pareció tener un gran impacto, ni siquiera en la pequeña Imperia. De hecho, nadie se acordaría de él, como algo más que un mero exotismo político, de no ser por esa obsesión en demostrar la posibilidad real de un “fascismo rojo”, la legitimidad de las tesis de Jean Thiriart sostenidas en La Nation Européenne y sus intenciones revolucionarias anti–imperialistas. Y, sin embargo, visto hoy, a más de 50 años de distancia, ese panfleto genera una irreprimible tristeza.

Como en el caso de Roger Coudroy, ese panfleto es un nuevo “testimonio único” (ergo, “testimonio nulo”) tan habitual en toda esta historia. Con él se intenta demostrar que Giovane Europa fue “otra cosa”, que se salvó el aislamiento de otros grupos neofascistas y que se abrió a colaborar con fuerzas anti–imperialistas pro–chinas, como resultado de las especulaciones de Thiriart en esa época. No consta ninguna prueba adicional, ni nada que demostrara que esa línea podía cristalizar en algo sólido, tangible y políticamente significativo. Fue, como máximo una anécdota local en un pueblo pequeño. Diferente fue, por ejemplo, lo que leemos en las memorias de Stefano delle Chiaie sobre el intento de entendimiento en Valle Giulia entre neo–fascistas y pro–chinos. Todavía quedan fotos y posters, con los nombres de los que estuvieron allí, enfrentándose a la policía[15]. Aquella táctica fracasó igualmente, pero al menos queda algo más que un panfleto olvidado.

Renato Curcio, “nuestro hombre” en las Brigadas Rojas…

La siguiente excepción es, desde luego, mucho más espectacular que la iniciativa “unitaria” de los jóvenes de Imperia, hoy ya setentones. ¿Sabían que Renato Curcio había militado en Giovane Europa? Esta militancia no aparece en algunas de sus biografías, pero en las webs que incorporan el dato es considerada benévolamente como un “pecadillo de juventud”, breve en el tiempo y que no tuvo la menor trascendencia en su carrera político–terrorista posterior como uno de los fundadores de las Brigate Rosse. 

En la biografía de Curcio colocada en Wikipedia puede leerse:

“Sus primeros pasos en política van en dirección a la extrema–derecha, según indican algunos folletos publicados por éste área”[16]. En Albenga militó primeramente en el grupo “Giovane Nazione” (…) Curcio es citado como jefe de la sección de Albenga y felicitado por su celo militante en la revista Giovane Nazione (…) En el otoño de 1963, Curcio frecuenta la Universidad de Trento –ciudad a la que se ha transferido en junio de 1962 después de un año en Génova– y a sus estudiantes. Curcio no ha hecho nunca referencia esta militancia en la extrema–derecha, afirmando haber empezado a ocuparse de política cuando estaba ya en la Universidad de Trento, “y ni siquiera inmediatamente”.

De lo que no cabe la menor duda es que la estancia de Curcio en la extrema–derecha no se prolongó más allá de 1962–3, como máximo cuando tenía 20 años. En 1967 ya es un izquierdista muy conocido en la Universidad de Trento y se adhiere al PCd’I(m–l), según nos dice el folleto De Joven Europa a las Brigadas Rojas[17]… lo que parece querer sugerir que las relaciones entre este partido maoísta no se limitaron al pequeño panfleto de la pequeña localidad de Imperia. Pero, en realidad, hemos buscado rastros de la militancia de Curcio en esa formación maoísta y no aparecen ni en su biografía ni en lugar alguno de Internet. En realidad, las relaciones de Curcio con la izquierda en Trento fueron muy convencionales: fue empleado por el vicealcalde de la ciudad, Iginio Lorenzi, un socialista, y participa, como hombre de la “izquierda cristiana”, en la ocupación de la universidad. De hecho, ingresará en un círculo (el Grupo Trentino de Entente Universitaria) de inspiración cristiana donde conocerá a Mara Cagol, otra estudiante con su misma orientación cristiana. A partir de aquí, se irá radicalizando cada vez más y se vincula con gente que luego fundará Lotta Continua, formará la “Università Negativa” en 1967 que estudiará textos de Mao, Marcuse, el Ché, y de otros doctrinarios de la izquierda tercermundista. Escribirá en la revista Laboro Politico de carácter marxista–leninista, atacando a lo que define como “filocastrismo” tal como adjetiva a “una forma de aventurerismo que propone acciones armadas en Italia” propuesta por “pequeños burgueses en busca de emociones fuertes”. Considera que el “filocastrismo” intenta eludir que la toma del poder por el proletariado es un largo proceso que no puede ser reducido a las consignas y acciones guerrilleras.

El 1º de agosto de 1969, Curcio y la Mara Cagol se casarán (por la iglesia) en el santuario de San Romedio. Y, por aquello de la coherencia, marido y mujer, se lanzan por la denostada vía “filocastrista” ese mismo año. En efecto, el 8 de septiembre de 1969 fundan el Colectivo Politico Metropolitano que será uno de los núcleos de las “primeras Brigadas Rojas” que debutarán el 17 de septiembre de 1970 con el incendio del vehículo de un directivo de la Siemens en Milán. Curcio apenas participa en las acciones, se define como “ideólogo” y se limita a redactar los documentos reivindicativos. Y con esta tarea es incorporado al Comité Ejecutivo de la organización. El 17 de junio de 1974, resultan asesinados en la sede del MSI de Padua dos militantes del neofascista MSI, Graciano Giralucci y Giuseppe Mazzola. Curcio será considerado como el “instigador” de este atentado del que redactará la reivindicación[18].

No es nuestra intención establecer la historia de las Brigadas Rojas, ni mucho menos criticar sus posiciones, sino establecer si puede considerarse de alguna manera correlación entre la militancia en Jeune Europe y en esta organización terrorista. Quienes dicen que no existe contradicción, alegan que Jeune Europe era “anti–imperialista”, las Brigadas Rojas también, ergo…

Vayamos por partes: la única prueba escrita de la estancia de Renato Curcio en Giovanne Europa es la que aparece en el texto De Joven Europa a las Brigadas Rojas. No existe ninguna otra fuente. Sobre Giovane Nazione, de la que Curcio sería el dirigente en Albenga (un pequeño municipio que en los años 60 apenas pasaba de 15.000 habitantes), mientras estudiaba el bachillerato en el Liceo Ferrini[19].

Ya tenemos las claves para intuir si Renato Curcio pasó o no por Giovane Europa. Por las fechas, todo induce a pensar que tuvo participación en Giovanne Nazione, pero esas mismas fechas sugieren que no pudo militar en Giovanne Italia y esto por una sencilla razón: el grupo de Thiriart se funda en Italia en febrero de 1964 al transformarse la organización primigenia en la rama italiana de Jeune Europe. No hay ninguna referencia sobre la militancia política de Curcio durante su pasó por Trento en 1963, ni por Génova en 1962, menos en Giovane Europa. Todo se reduce a Albenga… en una época en la que no existía Giovane Europa.

Así pues, Curcio nunca pudo militar en esta organización. Casi resulta patético admitir que siendo Giovanne Nazione precedente de la sección italiana de Jeune Europe, por este mismo hecho, todo el que haya pasado por la primera organización, puede considerarse de facto miembro de la segunda, aunque en esa época, Curcio coqueteara con socialistas y cristianos progresistas, a pesar de que –según leemos en la “Discusión” que ha quedado grabada en Wikipedia, durante su estancia en Génova, vivía “con una prostituta y un alcohólico”. Pero hay un dato definitivo: el interesado, Renato Curcio, que vive y goza de buena salud, nunca ha confirmado su militancia en la Giovanne Europa.

En la discusión sobre la entrada de Curcio en Wikipedia, hay una referencia Mario Borghezio, que sí militó en Giovanne Europa, extraída de un libro del periodista y escritor Sergio Flamigni, miembro del PCI, La sfinge delle Brigate Rosse (2004) que afirma que Curcio asistió a “una sola reunión” de Giovanne Europa”, afirmación que se da como “incorrecta” en la misma discusión.

En conclusión, lo más probable es que Curcio tuviera una presencia breve en el tiempo y reducida a Albenga en Giovanne Nazione (parece que su nombre apareció en el “cuadro de honor” en una revista del grupo), pero no en Giovane Europe, la organización de Thiriart, a la vista de que el momento de su fundación corresponde a otra etapa en la vida del interesado.

Pero, y a todo esto, ¿qué importancia puede tener que Renato Curcio tuviera un período de militancia en Giovanne Europe? Lo esencial es que su tránsito por allí no pasaría a la pequeña biografía del personaje, sino que, de ser cierta, constituiría una mera anécdota que no tiene –contrariamente a lo que sostiene el autor de De Joven Europa a las Brigadas Rojas– absolutamente nada que ver con su trayectoria posterior, ni con la organización terrorista en la que ejerció funciones de dirección. Porque, ¿qué eran y qué pretendían las Brigadas Rojas?

Es cierto que en Italia el “maoísmo” tuvo más repercusión que en Francia, en donde el trotskismo fue hegemónico en la extrema–izquierda. Ahora bien, el “maoísmo” italiano era un fenómeno variopinto, caótico, que cristalizó en más de una docena de siglas, tres de ellas consideradas como “terroristas” y que contenía influencias “chinas” en distintos grados. Además, con el paso del tiempo, esos grupúsculos tuvieron distintas evoluciones: unos desaparecieron, otros se estancaron, otros convergieron entre sí, otros pasaron a la lucha armada y otros volvieron al PCI, PSI u a otras formaciones de izquierda. Es un error, por tanto, hablar de “maoísmo” en Italia. El plural es lo que conviene al fenómeno.

Las Brigadas Rojas (a partir de ahora, BR) se constituyeron a partir de tres núcleos: uno, procedente de la región de Reggio–Emilia, cuyos miembros habían salido del PCI. Otros procedían de la inmigración interior, especialmente del sur de Italia, que convergieron en las fábricas milanesas; y el tercer grupo era el de los estudiantes trentinos de sociología que habían participado en las protestas estudiantiles de 1967. A este último grupo pertenecía el matrimonio Curzio–Cagol. Se trataba del Collettivo Politico Metropolitano (CPM), fundado el 8 de septiembre de 1969 en Milán que no era en absoluto “maoísta”, pero que retenía de esta corriente, su tendencia a establecer una estrategia radical y “armada”. Entre finales de 1969 y principios de 1970 (período de ascenso de la extrema–izquierda italiana) el CPM se transforma en Sinistra Proletaria (con una revista tabloide del mismo título del que aparecerán un par de números, casi monotemáticos, dedicados a reflexionar sobre la “lucha armada”). Finalmente, el septiembre de 1970, parte del grupo pasa a la clandestinidad y fundan las Brigadas Rojas el 17 de septiembre de 1970.

El profesor–investigador de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Matteo Re, describe la ideología del grupo como “de tipo marxista–leninista en la que se auspiciaba la llegada de la revolución[20], lo cual no es decir mucho. Afortunadamente da alguna pista más: “Dicha revolución tenía que llevarse a cabo por parte de todo el pueblo unificado, pero con especial vehemencia por parte de la clase obrera, que era la clase revolucionaria por excelencia”. Las BR se configuraban como la “vanguardia combatiente del proletariado”, capaz de iniciar el enfrentamiento radical contra el Estado. ¿Y qué era el Estado? El profesor Re nos lo explica: “era identificado como el Estado de las multinacionales”, definición, como mínimo simplista; también aquí añade: “y la lucha de las BR se daba también en clave antiimperialista”…

Fue esto último lo que llamó la atención del autor de De Joven Europa a las Brigadas Rojas: así pues, este grupo terrorista era “anti–imperialista”[21]. De ahí la excusa para extraer una identidad remota entre ambas organizaciones.

Lo anterior, el carácter proletario de la revolución, dice muy poco sobre las convicciones maoístas del grupo y desdice su filiación “filoguevarista”. Como se sabe, Mao consideraba a los campesinos como fuerza revolucionaria en China (en realidad, casi toda China era campesina y los núcleos obreros eran minúsculos y dispersos como para poder aportar la base militante objetiva para la revolución). El rapsoda francés del castrismo, Regis Debray, y el Ché Guevara en sus Escritos Militares, sostenía que el ejemplo de Sierra Maestra desplazaba el eje de las operaciones a las zonas rurales. En ambos casos, se trataba de sitiar las ciudades a través del campo, como fórmula estratégica. Algo que no se ve en las Brigadas Rojas que, debieron más a la experiencia de los Tupamaros uruguayos que a cualquier otro ejemplo de la época. Las BR fueron un grupo, esencialmente “urbano”, que practicó un “terrorismo urbano” y en el que está ausente cualquier ortodoxia maoísta. Más adelante se verá por qué insistimos en este punto.

En la práctica, no existirán “una”, sino “dos” BR: la primera será la que tendrá al matrimonio Curcio–Cagol como dirigentes; durante esos años realizarán acciones de lo que llamaban “propaganda armada”: bombas, la mayoría en oficinas de fábricas, incendios de vehículos de dirigentes empresariales, pero también los primeros asesinatos (los dos miembros ya citados del MSI). Curcio, que no estaba muy convencido de la conveniencia de esos asesinatos, al tratarse de “fascistas”, terminó defendiendo la posición de los que dispararon sus armas: “era necesario también saber que, si era necesario, las BR mataban”.

El 8 de septiembre de 1974, Curcio será detenido. Pero ahí estaba su esposa para preparar su evasión que tendrá lugar en febrero de 1975. A partir de ese momento, el papel de Curcio en la organización será muy marginal y todavía más cuando en junio de ese mismo año, la Cagol muera en un tiroteo con los carabineros. Después de escribir un comunicado en donde se calificaba a “Mara” Cagol de “comandante político–militar de la columna” añadía que “supo guiar victoriosamente algunas de las más importantes operaciones” y no desdeñó utilizar la retórica: “Mil brazos recogerán tu fusil”, “continuaremos cultivando esta flor de libertad hasta la victoria final”. Todo lo cual no fue obstáculo para que el 18 de enero de 1976, Curcio fuera arrestado con Nadia Mantovani, que había sustituido a la Cagol en sus funciones de compañera.

A partir de la muerte de la Cagol, puede hablarse de las BR 2.0., que estarán guiadas por Mario Moretti. Y, a partir de ahí, la escalada terrorista en los cinco años siguientes, generará un reguero de sangre en Italia. Hasta mediados de los años 80, Curcio aceptó todas las “acciones armadas” de las BR, hasta que en 1987 y declaró “terminada la lucha armada”. El “hasta la victoria siempre” se convirtió en “en la cárcel, hasta que me arrepienta”. Concluyó su estancia en cárcel en 1998. Hoy se niega a comentar nada de su pasado, ha dejado el “marxismo–leninismo” y se considera “anarco–comunista”, dice que solo le importa su “trabajo como investigador, el resto no me interesa”. Lo podría haber pensado antes.

El balance de las BR es triste: 88 homicidios, sin contar heridos, secuestros, robos… Entre las víctimas no se encuentra ningún “imperialista”: Aldo Moro, el más importante, era un político democristiano partidario del entendimiento de la DC con el PCI. El resto de los asesinados eran policías, carabineros, funcionarios de prisiones, y muy tardíamente, en 1984, Leamon Ray Hunt, un diplomático estadounidense que había sido director de la Multinational Force and Observers de la Fuerza Multinacional del Sinaí, de la que era considerado “padre fundador”, creada para controlar los acuerdos de “alto el fuego” entre Egipto e Isael).

El grupo fue desarticulado, a partir del inicio del fenómeno de los “arrepentidos”, el primero de los cuales fue Patrizio Peci, brigadista y toxicómano. La respuesta de las BR fue asesinar a su hermano Roberto Peci después del teatro siniestro de un “proceso proletario” y del envío de las fotos de la “ejecución” a la prensa. No pudieron evitar que el fenómeno de los “arrepentidos” pusiera fin a la actividad de las BR.

Las conclusiones que pueden extraerse de todo lo anterior son las siguientes:

1) El hilo que une a Renato Curcio con Giovanne Europa es completamente inexistente, a diferencia de la militancia con la organización Giovanne Nazione por la que, al parecer, si pasó, como máximo año o año y medio como máximo. Una anécdota de juventud.

2) Ni Curcio, ni las Brigadas Rojas fueron “organizaciones maoístas”, fueron grupos “marxistas–leninistas” partidarios de la “lucha armada”, que, ni siquiera siguieron los principios estratégicos maoístas, castristas, ni guevaristas.

3) El carácter “anti–imperialista” de las BR se proclamó, desde el principio, pero salvo en el caso del asesinato de Leamon Ray Hunt, no hubo ningún otro atentado, ni asesinato que pudiera ser considerado “anti–imperialista”.

4) Las BR son hijas de las fantasías revolucionarias y de los mitos de una época: el Ché, el Vietcong, Sierra Maestra, las guerrillas tercermundistas, que indujeron a algunos grupos de exaltados a cometer atentados contra bienes y personas, sin haber reflexionado lo suficiente, sobre la idoneidad de esta estrategia, ni siquiera sobre lo que significaba moralmente asesinar a alguien (especialmente si ese alguien era irrelevante en la marcha de los acontecimientos políticos: como lo fueron casi todos los asesinados, salvo el de Aldo Moro).

Mejor no hablar sobre las sombras que recaen sobre Moretti de haberse beneficiado de la complicidad de algunos miembros de la inteligencia italiana (e, incluso, de la norteamericana). Moro era el representante de la tendencia de la Democracia Cristiana a formar gobierno con el Partido Comunista de Italia, lo que, en la práctica, hubiera supuesto, la ruptura de los acuerdos de Yalta. Y de la misma forma que “Occidente” calló ante las intervenciones soviéticas en Hungría o Checoslovaquia, la URSS también callaría ante quienes impidieron que los Partidos Comunistas occidentales (especialmente el francés y el italiano) llegaran al poder. Pero esta, como siempre, es otra historia.

Jean Thiriart y la “lección cuatricontinental” al alumno Chu–Enlai

Sin duda, uno de los parágrafos más curiosos del exótico folleto De Jeune Europe aux Brigades Rouges es el titulado “El encuentro Thiriart–Chu–Enlai en Bucarest (verano de 1966)[22]. Lo reproducimos en su totalidad:

"En su fase inicial, mi encuentro con Chu Enlai no fue más que un intercambio de anécdotas y recuerdos. Chu Enlai estaba interesado en mis estudios de escritura china[23] y yo en su estancia en Francia que para él representó un agradable recuerdo juvenil. La conversación luego se centró en el tema de los ejércitos populares, un tema querido tanto por él como por mí. Las cosas se volvieron amargas a medida que se acercaba progresivamente a lo concreto. Sufrí luego un verdadero curso de catecismo marxista–leninista. Chu se extendió luego en el inventario de los graves errores psicológicos cometidos por la Unión Soviética. Y la lección pasó a las nociones sobre "alianza jerárquica" y "alianza igualitaria". Para relajar el ambiente, abordé el problema de los disturbios que había organizado en Viena en 1961 durante la reunión Khrushchev–Kennedy[24]. Pero el intento de hacerle aceptar el concepto de la lucha cuatricontinental global de todas las fuerzas antiamericanas en el mundo, fueran cuales fueran sus orientaciones ideológicas, fracasó. Con ese fin, llamé su atención sobre el hecho de que también era la opinión del general Perón, amigo desde hacía mucho. Saltó un poco cuando le señalé que, en Argentina Perón, a nivel psicológico, era una fuerza inconmensurablemente más fuerte que el comunismo.

"Soy un hombre pragmático. Así que le pregunté sobre los medios: dinero para desarrollar nuestra prensa y un santuario para nuestra organización y para la preparación y estructuración de un aparato político–militar revolucionario europeo. Me remitió a sus servicios. El único resultado fue, al final de la reunión, un excelente almuerzo, en un ambiente muy relajado. Entonces reaparecieron los oficiales rumanos, que no habían asistido a las reuniones políticas. Más tarde, no pude obtener nada de los servicios chinos, cuya incomprensión de Europa era total, tanto psicológica como políticamente".

Cabe señalar que Patrice Chairoff, cuyos contactos con varios servicios secretos (incluido el israelí) han sido revelados en varias ocasiones y cuyo libro lleno de odio, Dossier Neo–Nazisme se ha beneficiado de varias indiscreciones procedentes del medio neo–fascista francés, confirma este aspecto de las cosas:

"El PCE (Parti Communautaire Européen, formado en octubre de 1965 por Jeune Europe) y sus devotos militantes, ofrecieron una logística apreciada por los servicios especiales chinos representados en Bruselas por Wang–Yu–Chang y muy interesados en los organismos de la OTAN y del SHAPE con sede en territorio belga, pero la personalidad muy particular de Thiriart puso fin abruptamente a esta colaboración. A pesar de una reunión del jefe del PCChino, con Chu Enlai en Rumanía en la primavera de 1966, unos meses después se produjo la ruptura..."[25].

Aquí terminan las referencias a esta reunión que, como mínimo, podemos calificar de “extraña”: extraña, porque en 1961, cuando tiene lugar el encuentro de Khrushchev con Kennedy en junio de 1961, existía el Mouvement d’Action Civique y, si bien es cierto que durante el encuentro de Viena se produjeron “manifestaciones”, difícilmente podían haber sido organizadas por Thiriart. De hecho, la referencia que da el autor sobre estas manifestaciones corresponde a la revista Nation Belgique, nº 46, que era el órgano del M.A.C. Es posible que Thiriart, en esa época, ya tuviera contactos en Austria y que estuvieran presentes en las manifestaciones contra la cumbre. Por otra parte, por muy desinformados que andaran los servicios de información chinos en Europa, bastaba con preguntar a la embajada china en Bruselas (el centro de la actividad diplomática de la República Popular China en Europa) quién eran Jean Thiriart y elaboraran –como suele ocurrir con quienes llaman a la puerta de un Estado para tener una entrevista con algún dirigente de primera fila en todos los Estados–  un pequeño dossier sobre él que, sin duda, debería de haberse confeccionado en base a las informaciones aparecidas en la prensa y a los informes comprados a la policía belga. Y no cabrían dudas: Jean Thiriart era un “neo–fascista” que defendía la presencia belga en el Congo, que colaboraba con la OAS, que sostenía que “Europa se defiende en Argel”, que se carteaba con notorios elementos neofascistas alemanes e italianos, portugueses y españoles… Ninguno de estos detalles podía haber pasado desapercibido para los servicios de información chinos en 1965, especialmente cuando apenas se percibía el deslizamiento de Thiriart que luego se haría más acusado al final de Jeune Europe y en la nueva versión del Parti Communautaire Européen.

Cabría preguntarse el interés que Chu–Enlai podría tener por un neofascista belga que no se declaraba marxista, y que solamente aludía a un “leninismo” (que, a ningún marxista se le escapaba que no tenía nada que ver con lo que un militante comunista considera como doctrina de Lenin, ni siquiera en materia organizativa). Lo sorprendente es que el dirigente chino accediera a la entrevista, cuando en realidad, lo habitual en esos casos es que, quien pide la entrevista –Thiriart en este caso– hubiera debido pasar por tres filtros:

– el primero el de los servicios de inteligencia de la embajada china en Bruselas,

– el segundo el de un encuentro con algún dirigente de los servicios de inteligencia chinos y,

– en último lugar, el interés del que era, no lo olvidemos, primer ministro de la República Popular China que, en aquel momento, era una potencia emergente que vivía una situación interior explosiva que terminaría en la “gran revolución cultural” que, en realidad, fue una “gran convulsión”.

Porque, mientras, Chu–Enlai –presuntamente– se entrevistaba con Thiriart, en junio de 1965, Mao, viajaba a Shanghái, buscando apoyos para fortalecer su posición frente a los que consideraba “dirigentes reaccionarios de Pekín” (el alcalde Peng Zhen, y los partidarios de Liu Shaoqi y Deng Xiaoping). Chu–Enlai, a todo esto, que había sobrevivido como Primer ministro al desastre económico del “gran salto adelante” y sobreviviría a la “gran revolución cultural”, gracias a su manifiesta lealtad hacia Mao, no parecía la persona más idónea para estar interesado en una entrevista con Thiriart. Ese mismo Chu–Enlai al que Thiriart propuso una ingenua “alianza cuatricontinental”, sería el mismo que poco más de un lustro después recibiría al presidente Nixon en Pekín. Tampoco la época era la más adecuada: el dirigente chino sabía que en su país existía una lucha abierta por el poder, a la que se superponían las disputas fronterizas con la URSS.

Igualmente extraño es el papel de los servicios rumanos en esta entrevista. Dice Cuadrado Costa: “Pero el resultado más espectacular de estos contactos al más alto nivel será el encuentro entre Chu–Enlai y Jean Thiriart, organizado por los servicios de Ceaucescu con ocasión de la visita del Primer Ministro Chino a Bucarest en el verano de 1966”[26].

El viaje de Chu–Enlai a Bucarest se prolongó desde el 16 hasta el 24 de junio de 1966. En YouTube[27] puede verse un reportaje sobre la recepción que recibió el mandatario chino al llegar. Obsérvese el séquito y la comitiva de coches que le acompañaban desde el aeropuerto. También hemos encontrado en la prensa rumana algunos datos sobre aquel viaje. Para ambos países se trataba de “abordar multitud de temas”. Ceaucescu destacó en los encuentros que Rumanía tiene "relaciones económicas y políticas con todos los países socialistas y nos esforzamos por desarrollar estas relaciones de colaboración en todos los ámbitos de actividad”.

Los objetivos de la visita eran, fundamentalmente económicos para los rumanos (que entonces empezaban a dar señales de cierta independencia formal en relación a la URSS). Los chinos querían que los rumanos se expresaran públicamente “contra el revisionismo”, algo que los comunistas rumanos no estaban dispuestos a realizar. Ceaucescu explicó durante las conversaciones del 22 de junio: “Me gustaría agradecer nuestro apoyo al apoyo expresado por el camarada Chu Enlai y los compañeros chinos en la lucha contra estas manifestaciones. Sin embargo, creemos que debe expresarse de cierta forma, lo que creará las condiciones para que actuemos en el futuro. Aquí están las diferencias entre nosotros y nuestros camaradas chinos". Rumania estaba interesada en mantener relaciones con los países socialistas vecinos, era miembro del Pacto de Varsovia[28] y del resto de acuerdos comerciales entre los países del bloque soviético. Más adelante en la misma reunión Ceaucescu fue más claro aún: "No comparto la opinión del camarada Zhou Enlai de que la Unión Soviética habría traicionado al socialismo, e iría a la traición". El 23 de junio prosiguieron las conversaciones. Al día siguiente, Chu Enlai descubrió que “existe una diferencia fundamental entre nosotros en la forma en que vemos el revisionismo soviético. En su opinión, los revisionistas soviéticos contemporáneos han cambiado desde la época de Khrushchev”. El PCCh aprecia que los revisionistas soviéticos contemporáneos "traicionaron nuestra causa común, el marxismo–leninismo". En este asunto, "hay diferencias fundamentales" entre los dos partidos, y la dirección del PCCh reconoció "Ustedes son parte del Pacto de Varsovia, están en Europa y por lo tanto es imposible no tener vínculos con ellos”. Chu Enlai fue claro: “existe una diferencia fundamental entre nosotros en la forma en que vemos el revisionismo soviético. En su opinión, los revisionistas soviéticos contemporáneos han cambiado desde la época de Khrushchev; mientras que el PCCh aprecia que los revisionistas soviéticos contemporáneos traicionaron nuestra causa común, el marxismo–leninismo". 

Finalmente, se llegó a una solución de compromiso: Chu Enlai propuso que se emitiera un breve comunicado, en el que "se enfatizaron las relaciones amistosas entre nuestros partidos y nuestros países". Nicolae Ceaucescu estuvo de acuerdo y destacó que "debe reflejar el deseo común de desarrollar aún más las relaciones de amistad y colaboración entre nuestros partidos y pueblos".

El 23 tuvieron lugar manifestaciones públicas de solidaridad y amistad entre ambos países y se celebró igualmente un mitin político que fue retransmitido por la televisión nacional y que se prolongaría hasta las 22:00 horas y en el curso del cual hablaron Chu y Ceaucescu, sin pronunciar una sola palabra sobre la situación internacional y aludiendo solamente a las “realizaciones del socialismo” en ambos países y a la “amistad chino–rumana”. La ausencia de alusiones a la situación internacional, era el indicativo de que existían graves diferencias de opinión.

Hasta aquí, de todo esto se deduce que

1) La visita tuvo, sobre todo, una motivación económica,

2) Existieron diferencias en política internacional,

3) China no consiguió que el gobierno rumano aceptara condenar el “revisionismo soviético”, ni siquiera parcialmente.

4) Rumania había elegido mantener los acuerdos con la URSS.

Esto fue al menos lo que se deduce de los documentos accesibles por Internet que permiten preguntarnos:

1) ¿Qué interés podrían tener los servicios de inteligencia rumanos –los más débiles de Europa del Este– mediando en un encuentro entre Thiriart y el poderoso visitante chino, especialmente cuando estaba claro que Rumanía no estaba en absoluto dispuesta a indisponerse con la URSS?

2) ¿En qué momento tuvo lugar la entrevista entre Thiriart y Chou Enlai, dado que el mandatario chino llegaba con una agenda apretada que contemplaba colaboraciones económicas bilaterales y, sobre todo, convencer a Bucarest de condenar el “revisionismo”?

3) ¿Qué esperaba Chu–Enlai de una entrevista con aquel que pasaba unánimemente por ser un “dirigente neofascista europeo”, cuyo movimiento había sufrido ya algunas escisiones y alcanzado un punto de inflexión que le llevaría en los dos años siguientes a perder la totalidad de las secciones nacionales?

Sabemos lo que esperaba Thiriart (medios económicos, y un “santuario” para desarrollar su organización), pero ignoramos por completo lo qué podía esperar Chu–Enlai.

La revista de Thiriart publicó un amplio reportaje sobre su viaje a Bucarest en los números 11, 12 y 13. Cuadrado Costa describe los artículos en cuestión reconociendo que fueron facilitados por la “agencia gubernamental de prensa rumana”, es decir, propaganda oficialista: “La industrialización en Rumania”, “Ciencia y Arte en Rumanía”… Tan plúmbeos como cualquier otra pieza de “propaganda”. De haber sido los contactos de Thiriart en Rumania, lo suficientemente intensos como para poder contar con enlaces en los “servicios de inteligencia”, estos le habría facilitado material periodístico mucho más interesante: fugas de información, exclusivas, material sensible para los gobiernos occidentales, verídico o productos de intoxicación informativa tan habituales en la Guerra Fría, etc. La mera publicación de artículos de publicidad del gobierno rumano, indica que tales contactos debieron ser superficiales (envíos de boletines de propaganda, de circulares periodísticas, invitaciones a recepciones, como máximo)

Pero lo que resulta completamente increíble es que fuera a través de los servicios de inteligencia rumanos como pudiera tramitarse la entrevista con el Primer Ministro Chino. Y lo más curioso aún: que solamente años después, una vez muerto Chu–Enlai, fuera cuando Thiriart le cuenta la historia de la entrevista a Cuadrado Costa que, en el fondo, era un joven español, sin militancia previa conocida y que solamente reconocía compartir sus escritos, con una capacidad muy limitada en la época para difundir las informaciones en su poder. Hasta ese momento, solamente había sido circulaba en el reducido entorno de Thiriart. Y de ahí salto a libro de Chairoff que se difundió solamente en el área francófona[29]. Es, a través de Cuadrado Costa como empieza a circular en los ambientes neo–fascistas, la versión de Thiriart de su entrevista con el dirigente chino[30].

Le hemos dado vueltas una y otra vez a esta entrevista, a lo escrito por Cuadrado Costa, y solamente caben cuatro posibilidades:

1) El encuentro tuvo lugar en donde dijo Thiriart (Bucarest, 1965), pero en condiciones muy diferentes a cómo la contó. Es posible, incluso, que se tratara de un congreso internacional de optometristas o de un viaje privado en el curso de la cual –acaso en alguna recepción en la embajada belga– tuvo ocasión de saludar al mandatario chino y cambiar con él unas palabras que luego, a posteriori, magnificó.

2) También es posible que la información sobre la entrevista refleje un eco deformado de algún encuentro con algún funcionario menor de la embajada China en Bruselas o en Bucarest, cuando Thiriart albergaba la esperanza de poder ser recibido posteriormente por algún dirigente de la República Popular China. Presentó sus peticiones (financiación y “santuario”) a este funcionario y nunca recibió respuesta.

3) Thiriart jamás se entrevistó con Chu–Enlai y Cuadrado Costa publicó los datos creyendo que eran ciertos. Todo fue un producto de su imaginación para impresionar a un joven discípulo ávido de “revelaciones” que aumentaran su veneración por el icono que había iluminado su iniciación política. Cuadrado Costa creyó las “revelaciones” que Thiriart le realizó. Lo sorprendente son las precisiones muy concretas –incluso sobre la misma conversación– que aporta Cuadrado Costa: es imposible que éste las hubiera ideado en vida de Thiriart que hubiera podido desmentirlas con facilidad. De ahí que pensemos que lo que publicó Cuadrado Costa era lo que Thiriart le había comunicado en un alarde de imaginación.

4) Thiriart jamás se entrevistó con Chu–Enlai y Cuadrado Costa publicó los datos a sabiendas de que no eran ciertos, para dar la razón a la tesis expuesta en De Joven Europa a las Brigadas Rojas

. 

Sauveur y Costa recibieron una carta de Thiriart en la que éste decía: “Se ha publicado en Bélgica un libro de denuncia–chantaje […] en el que se me consagran 20 páginas. Ni una palabra sobre mis escritos o mis libros. Me entero que he conocido a Chu–Enlai en Bucarest. Nada menos…”. La carta está fechada el 26 de febrero de 1983. Sauveur, cuya opinión siempre es favorable a Thiriart escribe: “Pero a Thiriart ni siquiera se le ocurre que él está en el origen de esta leyenda una década antes. Dicha leyenda se retomará, de libro en libro, tanto que Thiriart la aprovechará y embellecerá la historia”[31]. La redacción del texto, como se ve, es ambigua, evita decir explícitamente: “Todo fue una invención de Thiriart”. Pero si se lee el texto, es la única conclusión que puede deducirse[32].

Nos inclinamos por rechazar las dos primeras posibilidades, reconociendo que las dos siguientes son las más verosímiles en aplicación de las leyes de la lógica.

De lo que no nos cabe la menor es de que la entrevista con Chu–Enlai no pudo celebrarse ni en Bucarest ni en ningún otro lugar: la versión que dio Thiriart no responde a las circunstancias que se daban ni en la política rumana, ni en las relaciones de Rumanía con la República Popular China, ni en las circunstancias que atravesaba este país, ni a la vista del historial previo de Thiriart como “neo–fascista” (justo en un momento en el que no podía pasar desapercibido a los servicios de inteligencia chinos, los intentos de la CIA de infiltrarse en los partidos marxistas–leninistas europeos a través de medios neofascistas[33] y siempre cabía la que la inteligencia china sospechase de que se tratase de otro intento de infiltración).

Es muy fácil, por lo demás, reconstruir cómo y por qué Thiriart dictó a su amanuense ocasional, Cuadrado Costa, los elementos esenciales de la entrevista. Thiriart, en efecto, tenía una psicología muy particular que no se escapaba a quien lo conocía ni siquiera en la primera entrevista:

1) Tenía un ego muy crecido, una muy alta valoración de sí mismo y de su liderazgo político: de ahí que aspirase, no a una entrevista con un funcionario de segunda o tercera fila, sino con un “primer espada” de la política China y de la no–alineación: Chu–Enlai. Habitualmente, este ego crecido viene acompañado de falta de realismo: de tenerlo, hubiera debido saber que una entrevista de estas características, entre el mandatario de una nación de 700 millones de almas y 2 millones de soldados en armas y el dirigente de una organización, en ese momento en crisis, que nunca llegó a los 5.000 afiliados en todo el continente europeo y la mayoría de cuyas “secciones nacionales” eran pura ficción o se vaporizaron a los pocos años de constituirse, era completamente imposible y mucho menos en Rumania, durante un viaje cargado de eventos y conversaciones muy duras, gestionada por la inteligencia de ese país.

2) Adolecía de falta de empatía lo que, junto a su ejercicio del liderazgo en las organizaciones en las que participó, se permitía impartir lecciones magistrales a sus interlocutores ocasionales: de ahí que introdujera el tema “cuatricontinental”, su idea personal para rivalizar con la “idea tricontinental” de un “frente antiimperialista formado por los países de África, Asia y América Latina”. Aquí se muestran también los afanes “profesorales” de Thiriart y su pretensión ingenua de dar una “lección magistral” a un mandatario de talla mundial.

3) Un aprovechamiento de la temática para introducir “morcillas” que denotarían cualidades añadidas a su personalidad: su conocimiento de la escritura China y su amistad con Perón, en concreto (al que, efectivamente, entrevistó para su revista en Madrid).

4) El ya mencionado “complejo de infalibilidad”: Thiriart nunca se equivocaba, nunca reconocía un error, cualquier problema tanto en la construcción de Jeune Europe, como en otras experiencias política anteriores y posteriores, se debía a la “incompetencia de sus colaboradores”, nunca a errores en las propias apreciaciones. Y este elemento está también presente en este episodio: se equivoca Chu–Enlai en su análisis y al rechazar su proyecto “cuatricontinental”, se equivocan los “servicios [de inteligencia] chinos incompetentes”.

Jean Thiriart y el “leninismo”

Uno de los aspectos más estrafalarios del folleto De Joven Europa a las Brigadas Rojas, es su insistencia en el “leninismo”. Parece que el autor –y, seguramente, el propio Thiriart, del que el autor es solamente un portavoz– consideran que el “leninismo” es sinónimo de “partido unitario, estructurado y jerarquizado”. Así pues, ¡el Partido Nacional Fascista o el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán serían, por lo mismo, “partidos leninistas”! Resulta imposible de aceptar tanto simplismo. Pero todas las referencias al leninismo en la obra de Thiriart apuntan en esa dirección y en el mismo folleto que comentamos, todo un parágrafo de la obra lleva por título “Modelo leninista y tradición jacobina: convergencia entre Joven Europa y las Brigadas Rojas”[34]. Allí se dice: “Jeune Europe estaba organizado según el esquema clásico del partido leninista”. Es todo lo que se dice sobre “leninismo”, añadiéndose el testimonio de Marcel Ponthier, uno de los colaboradores de Thiriart que escribirá: “Mucho más tarde, en la edad madura (…) descubre aquellos a los que debe una parte de su pensamiento política (…) Lenin (en lo relativo a las técnicas del partido revolucionario)”. Dado que las Brigadas Rojas “se inspiran en el modelo centralista y jerarquizado del leninismo”, el autor termina resaltando que esta es “otro” punto de convergencia entre Jeune Europe y las Brigadas Rojas…[35]

El problema es que el “leninismo” no se agota en la concepción “centralista y jerarquizada”. En realidad, cualquier partido que aspira a ocupar el poder, incluso los más liberales, y al margen de lo que declaren, si no quieren ser un amasijo anárquico, tenderán casi espontáneamente, a una estructura “centralista y jerarquizada”, que puede resumirse así: el que abandona la línea oficial, resulta expulsado. No, el “leninismo organizativo” es otra cosa muy distinta.

La única contribución notable que realizó Lenin al proceso revolucionario fue concebir un partido basado en el “centralismo democrático”. Este método organizativo consistía en la aplicación de tres principios:

1) Las minorías se subordinan a las mayorías,

2) Los organismos inferiores a los organismos superiores y

3) La totalidad del partido al comité central.

Estas son las ideas contenidas en el ¿Qué hacer?, escrito por Lenin en 1902 y que ni Mao ni ningún otro estratega rectificaron. En su polémica con los socialdemócratas alemanes, Lenin también define este sistema como “libertad de acción y unidad de discusión”. En realidad, el “centralismo democrático” nunca se aplicó completamente, ni antes ni después de la revolución de Octubre. Con Lenin vivo, incluso las fracciones y corrientes de opinión fueron prohibidas dentro del partido. Así pues, debemos de realizar la crítica a este principio en su teoría, mucho más que en su inexistente práctica[36].

Este método organizativo implicaba una organización “vertical”, construida de abajo a arriba. Es importante remarcar el sentido “ascendente” y “democrático” impreso en la concepción leninista de la organización. Eran las bases quienes elegían al secretario general, el cual, una vez elegido, pasaba a ser prácticamente intocable y sus decisiones palabras de ley. Porque el leninismo, a diferencia de las corrientes “marxistas–revolucionarias” o del “anarquismo”, reconocía que, en el período entre dos congresos, todo quedaba en manos del comité central y de su secretario general, mientras que los otros aludían a “comités elegidos y revocables” en cada momento.

Establezcamos que todo partido político es una “estructura vertical, jerarquizada”. O, al menos, actúan como tales. Jeune Europe, lo era también, pero en su sistema organizativo no se vislumbra destello alguno de “leninismo”. El partido era la imagen de Thiriart: si Thiriart colaboraba con la OAS, no le preguntaba a nadie, simplemente lo hacía. Si Thiriart decidía dar un giro estratégico, no hay constancia de que lo notificase antes al organismo de dirección de su partido. Thiriart se reservaba el derecho de expulsar minorías y secciones nacionales. No consta que nada en Jeune Europa se hiciera “democráticamente”, ni por supuesto, las alteraciones en el rumbo de la organización (del MAC a Jeune Europe y Jeune Europe al Parti Communautaire Européenne) no derivaron de una reflexión doctrinal y estratégica colectiva, sino de las reflexiones personales del propio Thiriart.

El “método organizativo” de Thiriart estaba mucho más próximo al NSDAP que al “leninismo”. Hay mucho que recuerda al “führerprinzip” por el que se regía el NSDAP. Pero también se trata de una fantasía. Este método germánico consistía en que los “pares” elijen al jefe y le encomiendan una misión. El “führer” asume todas las responsabilidades, nombra gauleiters, guía la propaganda, elije por decisión propio quién formará parte de la dirección del partido y con qué responsabilidades. Sus “pares” lo apoyan mientras la organización percibe que está avanzando en la conquista de los objetivos políticos propuestos. Si se consuma, el éxito político es suyo. Si fracasa, la responsabilidad que debe asumir es total y sin justificaciones posibles. Sin excusas, sin coartadas, sin traslado de responsabilidades a otros niveles jerárquicos. El problema de Thiriart es que, a diferencia del NSDAP, su liderazgo en Joven Europa fue más débil: no pudo superar los primeros errores, cambio demasiadas veces de orientación en poco tiempo y, las primeras escisiones que sufrió en Bélgica supusieron golpes demoledores para la central.

Entones, ¿a qué se debe esa insistencia en pretender demostrar el “leninismo” de Jeune Europa? Cuando Jeune Europe entró en reflujo, y Thiriart se orientó en exclusiva “hacia el anti–imperialismo”, introdujo correcciones en sus planteamientos: ya hemos visto que las “brigadas europeas” que en su libro ¡Arriba Europa! deberían de haber combatido junto a los insurgentes húngaros en 1956, a partir de 1967 se convierten en émulos ideales del Ché, de las guerrillas iberoamericanas, del Vietcong, de la OLP… Era necesario, por tanto, “teñir” todos los aspectos del grupo de cierto tono “izquierdista”. Incluido en materia organizativa.

No hubo ni siquiera rastros de “leninismo” en Jeune Europe, ni tampoco en su avatar, el PCE, nada que fuera más allá del verbalismo revolucionario, cada vez más decantado hacia la izquierda y de lo que podríamos calificar como “seguidismo estético” que, en realidad, era una simple impregnación de las ideas que en ese momento estaban de moda en la nueva izquierda.

La apertura a los países árabes

Cuando Thiriart fecha su encuentro con Nasser, Egipto el país vivía las consecuencias de la derrota en la Guerra de los Seis Días: los jóvenes estudiantes pedían estruendosamente en las calles el juicio a los comandantes militares responsables de la catástrofe del año anterior. Se trataba de las movilizaciones populares más amplias desde que ocupó el poder en 1954. Para acallar las protestas, Nasser se vio obligado a rectificar buena parte de lo que había sido hasta ese momento su rumbo. Proclamó la “caída del Estado mukhabarat” (servicio de información, inteligencia y seguridad), reformó la Unión Socialista Árabe[37] e inició una campaña para erradicar la corrupción. En general, las medidas adoptadas por Nasser ese año tendieron a una mayor liberalización de su régimen, prometiendo acabar con la represión contra los adversarios políticos. En ese punto es cuando se inicia el deterioro de las relaciones entre Nasser y sus compañeros de armas que, hasta ese momento, le habían apoyado incondicionalmente.

En enero de 1968, Nasser empezó a entregar armas y financiación a la resistencia palestina, pero sólo lo hizo tras la batalla de Karaméh, cuando la OLP demostró su capacidad y su voluntad de lucha contra Israel. Antes, las relaciones de Nasser con al Fatah habían sido particularmente frías. Fue solamente a partir de que hiciera patente su combatividad cuando Nasser prestó ayuda: como militar, le interesaban más los hechos que las palabras (no era como decía Thiriart “un hombre de gestos teatrales”). Pero también en ese período, la política de Nasser en la región cambia de tono y recomienda a los palestinos que negocien con los judíos el reconocimiento de un Estado Palestino formado por la franja de Gaza y por Cisjordania. A pesar de que la tensión en esa época nunca cesó, lo cierto es que, a partir de 1970 y especialmente tras el Septiembre Negro de ese año, los raids contra el Estado de Israel empezaron a realizarse desde el Sur del Líbano (no desde el Sinaí, ocupado por los judíos, ni desde la orilla del canal de Suez controlada por los egipcios), en una escalada que terminaría con la desestabilización del país y precipitando al país a la guerra civil desde mediados de los 70[38].

Así pues, el momento elegido por Thiriart para su gira por el mundo árabe no era el mejor. En la experiencia que hemos podido tener directamente, sabemos que, la recepción de cualquier individuo por parte del presidente de cualquier país, incluso del Tercer Mundo y en los años 60–70, no era algo que pudiera realizarse, simplemente, llamando a la puerta. Ya lo hemos recordado al hablar de Chu–Enlai. Existía un proceso previo de selección e información sobre el visitante. Las precauciones que justifican los filtros propios de este proceder son múltiples –evitar atentados, evitar infiltraciones, evitar encuentros que luego pueden redundar negativamente en la imagen del anfitrión, etc, etc– y mucho más en países que se encuentran en el centro de las tensiones (como era el caso de la República Árabe Unida en el momento en que Thiriart aspira a ser recibido por Nasser). Ahora bien, también existe la posibilidad de que, tanto en el caso de Nasser, como en el de cualquier otro mandatorio de relieve, acudan a actos públicos (en este caso, el congreso de la Unión Socialista Árabe a la que, una “revista belga”, La Nation Européenne, podía haber solicitado estar presente y se le hubiera concedido). En este caso, la relación puede calificarse como “casual”: el mandatario intercambia unas palabras protocolarias con este o con aquel redactor y aquí termina todo. Esto es lo que nos inclinamos a pensar que ocurrió con algunas entrevistas que suele mencionar Thiriart. Y se entiende perfectamente, porqué La Nation Européenne no aparecía ya –a diferencie de Jeune Europe– como el órgano de un Parti Communautaire Européen, sino como una revista independiente de cualquier organización política…

Uno de los amigos y colaboradores más estrechos de Thiriart, incluso su biógrafo, Yannick Sauveur, opta por no detenerse mucho en la entrevista con Nasser. Menciona que el dato aparece por primera vez en la entrevista realizada por Gil Mugarza. Sauveur se limita a decir que: “Cuando se conocía el narcisismo de Thiriart, se puede razonablemente sorprenderse de que ninguna foto acredite tal encuentro”[39].

A pesar de los esfuerzos de Thiriart para congraciarse con el mundo árabe, a pesar de la publicación de artículos escritos por diplomáticos árabes destacados en el área francófona, a pesar de las entrevistas realizadas a personalidades árabes, lo cierto es que ni en Argel, ni en Egipto, ni en Siria e Iraq, Thiriart pudo establecer contactos propios y duraderos con el mundo árabe[40]. Los más sólidos fueron a través de Gilles Munier, el corresponsal de su revista en Argel.

Lucha armada, con “armador” pero sin marineros voluntarios

Dice el autor de De Joven Europa a las Brigadas Rojas: “Hemos visto que la lucha armada en el marco de una insurrección anti–americana en Europa es una hipótesis seriamente contemplada por Thiriart. Desde entonces va a buscar los medios para dotar a Joven Europa de un aparato político–militar y de encontrar un terreno donde entrenarlo y formarlo. En esta óptica interviene el proyecto de creación de las Brigadas Europeas[41]. El parágrafo en el que está incluido este texto se titula “Del concepto de las Brigadas Europeas a la praxis de las Brigadas Rojas”[42]. Ahora sabemos que la “praxis” de las BR fue cualquier cosa menos anti–imperialista.

Por nuestra parte –y hemos conocido a miembros de Joven Europa en España, en Portugal, en Suiza, en Bélgica– dudamos muy seriamente que el proyecto de “brigadas europeas” pasara de la conversación informal. Nadie de la militancia de estas organizaciones estaba informado de iniciativas insurreccionales durante la vida de la organización. Aunque siempre, es cierto, Thiriart había tenido cierto fetichismo por las armas y eso explica tanto su apoyo a los mercenarios que combatieron en el Congo, como su apoyo a la OAS, como posteriormente las portadas de su revista mostrando armas automáticas.

Claro está que el Thiriart de 1964 que escribe Europa un imperio de 400 millones de hombres, no es el mismo que tres años después lanza la revista La Nation Européenne y que da un giro radical a sus planteamientos, con frecuentes portadas en las que aparecen brazos portando metralletas, consignas antiimperialistas, antisionistas y fraseología antiimperialista. Pero, en cualquier caso, incluso este “segundo Thiriart”, negamos absolutamente que contemplara “seriamente” esa hipótesis de iniciar una “lucha armada antiimperialista” en Europa.

Nos ha tocado estudiar todos los movimientos guerrilleros iberoamericanos. No solo los de “nuestro lado” (la Tacuara argentina, y la Falange Socialista Boliviana), sino también, y muy especialmente, a los doctrinarios de la guerrilla urbana, desde Carlos Marighela, hasta Raúl Sendic, desde el desarrollo del movimiento montonero hasta el del ERP, del inicio de las guerrillas colombianas en la “República de Marquetalia”, hasta la experiencia de Sierra Maestra, pasando por la guerrilla del Ché en Bolivia (incluso estuvimos en los mismos lugares que recorrió y donde fue capturado y tuvimos ocasión de examinar los documentos guardados en las instalaciones de Miraflores del Estado Mayor del Ejército Boliviano). Durante nuestra estancia en Iberoamérica pudimos discutir con algunos supervivientes de estos movimientos, incluso con dirigentes comunistas ortodoxos recabando sus visiones de estos movimientos desde el punto de vista de la izquierda pro–soviética y de la extrema–izquierda (los maoístas bolivianos apoyaron en 1980 al gobierno del general García Meza). Hemos leído Insurrección en Euzkadi de Álvarez Emparanza y el Vasconia de Federico Krutwig, textos estratégicos doctrinales de ETA, las obras de Debray ¿Revolución en la revolución? y De las armas de la crítica a la crítica de las armas, los escritos militares de Mao, de Giap, del Ché Guevara. Y, claro está, nos ha tocado leer también los manuales antiguerrilla e incluso las narraciones de autores como Jean Larteguy (Los guerrilleros). En el primer libro que escribimos en 1974, el Minimanual de Lucha Política, las 70 páginas finales eran sobre los elementos y métodos de la guerrilla urbana y de la guerrilla rural. Con todo este bagaje a la espalda, podemos afirmar que, de todo lo que hemos leído de Jean Thiriart, en ningún, contempla “seriamente” la posibilidad de abordar la lucha armada. En donde aparecen algún atisbo de estas ideas es: en el Arriba Europa, publicado originariamente en 1964 y, como ya hemos dicho, con la intención de ayudar a las revueltas que pudieran darse en el bloque comunista y la expulsión de los americanos de Europa Occidental. Pero, a decir verdad, en la historia de Jeune Europe no hay absolutamente ninguna iniciativa en esa dirección (y ya hemos puesto en duda todo lo relativo a Roger Coudroy y, por supuesto, un campamento veraniego no es lo mismo que la preparación de una guerrilla).

La “lucha armada” no es una estrategia entre cualquier otra: es la más peligrosa, arriesgada y, sin duda, la más fácil de desarticular por las fuerzas del orden. Ninguna experiencia armada en Europa ha tenido éxito en la segunda mitad del siglo XX y todas, absolutamente todas, han consumido en las cárceles o en los cementerios a quienes lo han intentado. No digamos en Iberoamérica en donde varias generaciones han pagado con su vida el aventurerismo irresponsable de sus líderes (particularmente pesada es la responsabilidad de la dirección del movimiento montonero, en especial de Mario Firmenich que encarna los peores comportamientos del diletantismo guerrillero, el uso privado de los fondos obtenidos en secuestros y el envío a la muerte de sus partidarios, mientras él permanecía en el exilio más dorado).

Pues bien, no hemos leído ni una sola línea seria escrita por Jean Thiriart en la que se abordase la cuestión de la “lucha armada” en profundidad, ni de manera decidida. Ni una. Sin embargo, diez años después de su cese de actividades públicas, un joven, sin militancia política previa, tras sus encuentros e intercambios de correspondencia con Thiriart, empieza a “descubrir” (y, lo que es peor, a difundir) nexos que jamás existieron y que, al tratarse de meras anécdotas jamás fueron significativos de las intenciones de ese entorno político.

La cuestión es que en la primera mitad de los 60, la “lucha armada” estaba “de moda” en los ambientes de extrema–derecha: OAS, Tacuara argentina, Squadri d’Azione Mussolini, Falange Boliviana en su lucha contra el MNR de Víctor Paz, mercenarios del Congo, acciones terroristas en el Tirol del Sur, etc. Pero, en la segunda mitad de los años 60, el péndulo oscila y pasan a ser una moda estratégica en la extrema–izquierda con la guerrilla del Ché, el Vietcong, las ideas del Libro Rojo de Mao, la resistencia palestina, etc. Y Thiriart se adapta a esa moda, limitándose al verbalismo revolucionario y a la estética. No va más allá. Busca apoyos en fuentes en las que también tratan de encontrar ayudas los distintos movimientos de extrema–izquierda que aparecen como hongos en toda Europa. Es un camino ya trillado que, por supuesto, no puede llegar a ningún destino tangible.

Cuando, para colmo, Thiriart comete el gran error de convocar una reunión en España durante el franquismo, en donde su organización era simplemente “tolerada”, empieza el canto del cisme para esta nueva estrategia. En efecto, del 20 al 23 de marzo de 1967, tuvo lugar el encuentro anual internacional de Joven Europa (a través del Centro de Estudios Políticos y Sociales Europeos, editor de La Nation Européenne). Asisten nueve representaciones nacionales: Francia con Gérard Bordes, Italia con Renato Cinquemani, Portugal con Santos Costa, Reino Unido con W.G. Eaton, Roland Gueissaz por Suiza, Pedro Vallés por España, Wulf Riedell por la República Federal Alemana y Ronald Otten por Holanda.

Los contenidos de las charlas fueron sometidos a censura, después de que el Ministerio de Exteriores comunicara lo “embarazoso” del encuentro. No se realizaron actos públicos, la policía vigiló el evento e inmediatamente. Para todos los asistentes, fue evidente que España no era la mejor opción para el enfoque quería dar Thiriart a su movimiento. Suponía ignorar que el gobierno español era el más seguro aliado de Washington en Europa, potencia con la que, de ninguna manera, quería tener fricciones. Los ministerios de gobernación y de exteriores, no estaban de ninguna manera dispuestos a favorecer ninguna forma de anti–americanismo. La situación de España en relación a otros países (a Francia, en concreto) no era la misma que había mostrado hasta 1963: España había permitido hasta ese momento, la actividad de la OAS, solamente con el objetivo de obligar a que De Gaulle impidiera la actividad de las últimas redes anarquistas que operaban desde Toulouse (como así hizo, en efecto), pero ahora, España, además de su alianza de hierro con los EEUU, miraba a Europa y había solicitado ya su adhesión a la Comunidad Económica Europea[43]. El encuentro pasó completamente desapercibido en los medios de comunicación y generó problemas internos a la organización y un aumento de las críticas a la forma en que Thiriart la dirigía. Realizar, en aquella época, un congreso en España, suponía, ser visto ante la opinión pública internacional como una alineación con el régimen, o bien arriesgarse, como ocurrió, que el propio gobierno, sometiera a un cerco de silencio informativo el evento y, simplemente, lo asfixiara.



[1] Véase El Águila y el Cóndor, Stefano delle Chiaie, EMInves, Barcelona 2019. Especialmente el capítulo Los carteles chinos, pág. 72-80.

[2] Maoisme et Tradition, Claudio Mutti, Ars Magna, 2021, edición original Quaderni del Veltro, Bolonia, 1973.

[3] Véase El águila y el cóndor, op. cit., capítulo El año 68, págs. 91 y sigs.

[4] Julius Evola, La infatuación maoísta, publicado originariamente en la revista Il Conciliatore, en 1968 y añadido como apéndice a partir de esa fecha a la edición de Los Hombres y las Ruinas. Nosotros mismos realizamos la traducción de la edición de esta obra publicada por Ed. Pardes en 1984. El artículo puede leerse en https://juliusevola.blogia.com/2006/112801-la-infatuacion-maoista.-julius-evola.php

[5] C. Mutti. Op. cit., pág. 14.

[6] El título del artículo de Evola, incluye la palabra “infatuación”, que apenas se usa en castellano, en tanto que término derivado de la lengua inglesa (infatuation), que indica un “estado emocional caracterizado por el dejarse llevar por una pasión irracional, especialmente por el amor adictivo hacia alguien”. La Real Academia propone como sinónimo más común “encaprichamiento”.

[7] Estaba convencido de que sería en ese país en el primero en donde triunfase la “revolución socialista” por el simple hecho de que allí los proletarios estaban armados… es decir, que tenían acceso a armas de caza y se llevaban las armas a casa durante su servicio militar

[8] J. Cuadrado Costa, op. cit., pág. 35.

[9] La obra fue publicada por primera vez en castellano en 1968 por las Ediciones en Lenguas Extranjeras de Pekín y hoy puede encontrarse fácilmente en Internet y que está incluida entre las Obras Escogidas de Mao.

[10] C. Mutti, op. cit., pág. 9. En el texto original, la frase es la que abre el capítulo VII – Conclusión. Mutti, al haber cortado la frase después del primer punto seguido, evitar el contexto en el que Mao la cita. La frase en cuestión sigue: “Esta ley se opone a la concepción metafísica del mundo. Su descubrimiento representó una gran revolución en la historia del conocimiento humano. Según el materialismo dialéctico, la contradicción existe en todos los procesos de las cosas objetivas y del pensamiento subjetivo, y los recorre desde el comienzo hasta el fin” (https://www.marxists.org/espanol/mao/escritos/OC37s.html). Oposición a la metafísica y adscripción al materialismo dialéctico… así -y no de otra manera- considera Mao la contradicción, no en el sentido taoísta, ni próxima al taoísmo.

[11] Mao-Tse-Tung, op. cit., capítulo I – Las dos concepciones del mundo.

[12] Ibid., la nota al pie de página vinculada a esta frase dice: “Palabras de Tung Chung-shu (179-104 a.n.e.), célebre exponente del confucianismo durante la dinastía Jan. Una vez Tung dijo al emperador Wuti: "El Tao se origina en el cielo. El cielo no cambia y el Tao tampoco." "Tao", término comúnmente usado por los filósofos chinos de la antigüedad, significa "caminó", "razón" y también "ley".

[13] Mao-Tse-Tung, op. cit., capítulo I.

[14] Op. cit., pág. 7.

[15] S. delle Chiaie, op. cit., págs. 91-105.

[16] Alusión a De Joven Europa a las Brigadas Rojas y a Conscience Europeenne, nº 11, órgano del Partico Comunitario Europeo, que, a fin de cuentas, son la misma fuente.

[17] El dato que presenta Cuadrado está extraído de Il terrorismo italiano 1970-1978, Giorgio Bocca, Rizzoli Editore, Milán, 1978, pág. 10-11. No es la mejor garantía: Bocca el 8 de septiembre de 1943 era uno de los que se había dormido como fascista y se despertó como partisano. Y para hacer olvidar los artículos que había escrito contra el “imperialismo sionista” y exaltando la autenticidad de los Protocolos de los Sabios de Sión, cuando llegó a ser “comisario político” de la Segunda División partisana Giustizia e Libertà, firmó como “partigiano Giorgio”, la condena a muerte de cuatro prisioneros de la República Social Italiana. Luego militó en la izquierda y en 1975 sostuvo la tesis de que las Brigadas Rojas era una creación de los servicios secretos, aunque, cuando pasó el fenómeno reconoció: "Debemos admitir que nos equivocamos". Del republicanismo liberal se pasó a la izquierda, y de ahí a la Lega Nord… Todos estos datos bastan para configurar la personalidad del autor de la obra y de su fiabilidad intelectual y moral.

[18] Será veinte años después, cuando Curcio diga a un periodista que se trató de “un episodio no querido”, un “error grave”, “un desastre político”, todo lo cual no le impidió redactar el comunicado asumiendo la acción.

[19] En el libro de Antonio Martino, Movimenti neofascisti nelle carte della questura di Savona (1945-1983) se cita a la Associazione Italiana “Giovanne Nazione”, que actuó entre 1963 y 1964 y que “disponía de un grupo en Albenga”.

[20] Artículo Estructura y características del grupo terrorista Brigadas Rojas, pág. 139. https://burjcdigital.urjc.es/handle/10115/1850

[21] J. Cuadrado, op. cit., págs. 55-58

[22] J. Cuadrado, op. cit., págs. 27-29

[23] Thiriart mantuvo amistad con el pintor chino Sadji (1914-2005), radicado en Bélgica. Fue Sadji quien le enseñó rudimentos de caligrafía china y despertó su interés por la cultura de este país (Y. Sauveur, op. cit., pág. 27).

[24] No dudamos que estos disturbios se produjeron, pero, desde luego, no han dejado rastros en la prensa española de la época.

[25] Patrice Chairoff, Dossier néo-nazisme, Ramsay, París, 1977, pág. 445.

[26] J. Cuadrado, op. cit., pág. 27.

[28] Limitó su “disidencia” a no participar en la invasión de Checoslovaquia que enterró la “primavera de Praga”. Rumania -a diferencia de Albania- nunca se retiró del Pacto de Varsovia.

[29] Chairoff captó bien la psicología de Thiriart; escribe: “la personalidad particular de Thiriart hizo que estos contactos fueran breves”, añadiendo: “a pesar del encuentro del jefe del PCCh con Chu-Enlai en Rumanía en la primavera de 1966, la ruptura se produjo poco después”. Chairoff disponía de informadores en la extrema-derecha neo-fascista de los 70, en el área francófona. Chairoff (un seudónimo: su verdadero nombre era Dominique Calzi) militó en los años 60 en el Partido Proletario Nacional Socialista de Jean Claude Monet del que fue expulsado, escribió el libro en cuestión en 1977 (había sido condenado por estafa a dos años de cárcel a finales de los 60). Certificamos que llamó a algunas puertas correctas y consiguió publicar datos exclusivos -y auténticos, aunque, en general, dándoles un tono amarillista- sobre las redes de extrema-derecha francesa y europea en los años 60/70. De hecho, a pesar de ser un libro antifascista, a diferencia de Strage di Stato (que también contó con algunos “pájaros cantores” de la extrema-derecha italiana, procedentes, por cierto, del “nazi-maoísmo”) que buscaba efectos políticos, su libro no tenía otras intenciones más allá de las puramente crematísticas y sensacionalistas.

[30] En tanto que “plumífero”, interesado en best sellers de carácter antifascista y escandaloso, fue el primero en sacar a la superficie el asunto de la entrevista Thiriart-Chu Enlai. Debió ser, a partir de la lectura de esta obra de Chairoff cuando Cuadrado Costa le preguntó a Thiriart sobre estos contactos y Thiriart le expuso lo que ya hemos repasado.

[31] Y. Sauveur, op. cit., pág. 71-72

[32] Dando por supuesto que los datos con los que se mueve Sauveur son buenos dada la relación de proximidad que tuvo con Thiriart, es imposible dudar de su palabra. Ahora bien, hay unos datos sobre la relación que mantuvo Thiriart con Cuadrado Costa que no coinciden con los datos que nos dio el propio Thiriart: escribe Sauveur (op. cit., pág. 97): “Cuadrado al que conocí a mediados de los años 70, Había nacido en 1954. Militó en el Partido Comunista Español de 1969 a 1972 hasta su expulsión por oposición a la línea oportunista (eurocomunista). Habiéndose puesto en contacto con Thiriart en 1981, se convertirá en su hombre de confianza y en el que situaba muchas esperanzas. Cuadrado tenía una sólida formación intelectual: jurista, conocía bien a Carl Schmitt; impregnado de cultura militante -había leído a los autores comunistas y la historia de la revolución bolchevique no tenía secretos para él- era ateo y materialista y esto estaba presente en los escritos que escribía para Thiriart. Había, igualmente producido una amplia crítica argumentada a un texto de Ernesto Milá Rodríguez, El nacionalismo europeo y sus límites (…). La influencia ejercida por Cuadrado sobre Thiriart fue bastante palpable, pero menos éxito haciéndole conocer a Ramiro Ledesma Ramos, que admiraba”. Los datos no cuadran: cuando nos entrevistamos por Thiriart en Barcelona, en un momento dado, nos preguntó por Cuadrado Costa, había dejado de tener noticias suyas desde hacía tiempo, nos dijo. Cuando le dijimos que había muerto y que corrían rumores de que se había suicidado, se limitó a añadir lacónicamente: “Cela ne me surprend pas…”, marcando un inequívoco tono de distancia (en esa época ya circulaba la versión italiana y española del folleto escrito por Cuadrado Costa sobre Joven Europa y las Brigadas Rojas y es posible que Thiriart quisiera desvincularse de su contenido). La militancia comunista que señala Sauveur tampoco coincide en fechas: en 1969, un nacido en 1954, tenía 15 años. En Santander, lugar de residencia de Cuadrado, el Partido Comunista en esa época era casi inexistente. Los escritos que hemos leído de Cuadrado sobre Ledesma denotan una absoluta parcialidad y desconocimiento completo del personaje y de lo esencial de su trabajo político (véase nuestra obra Ramiro Ledesma a contraluz, EMInves, Barcelona, 2016) Simplemente se dejó fascinar por la leyenda del “Ramiro Ledesma = izquierda nacional española” y decidió desarrollarlo como pudo. Por último, cuestionamos su formación bolchevique y sus conocimientos sobre la materia: en el folleto De Joven Europa a las Brigadas Rojas, están por completo ausentes: ignora lo que es el leninismo, ignora lo que es el maoísmo, ignora las fases de la guerra revolucionaria, ignora las condiciones objetivas para un proceso de lucha armada, etc, etc, etc. En la práctica, el “misterio Thiriart” nos ha llevado al “misterio Cuadrado Costa”: alguno de los dos puso demasiada imaginación en el episodio de la entrevista con Chu-Enlai. Sauveur termina así la referencia a Cuadrado Costa: “Thiriart le envió libros, dinero para comprar una máquina de escribir. Cuadrado paso un mes en Bruselas a finales de 1984, trabajando en el proyecto de libro. Su muerte, poco tiempo después, fue sentida duramente [por Thiriart] y esta es, en mi opinión, una de las explicaciones a la pérdida de dinamismo de Thiriart” (op. cit., pág. 98). La impresión que nos dio Thiriart en Barcelona no fue esa. En lo personal atribuyo la “pérdida de dinamismo” a algo tan prosaico como la edad. En efecto, cuando lo conocimos, había cumplido 70 años, cuando desapareció Cuadrado Costa, tenía 63: era un buen momento para empezar a economizar fuerzas, justo cuando, por lo demás, empezaba a manifestarse su dolencia coronaria.

[33] Además del ya citado testimonio de Delle Chiaie sobre “Los carteles chinos”, en el libro L’Etat Masacre, Éditions Champ Libre, París, 1971, pág. 15-17, edición francesa de Strage di Stato, y en la misma obra de Patrice Chaïroff sobre el neo-nazismo, se habla de intentos de infiltración -que se consumaron positivamente- del entorno de Aginter Press en los medios maoístas europeos a través de Bélgica y Suiza. Era normal que los servicios de inteligencia chinos ya estuvieran alertados de estos intentos, realizados por la CIA o por agencias privadas anticomunistas próximas al universo neo-fascista. Estas infiltraciones llegaron hasta controlar el Partido de los Trabajadores de Suiza y utilizar su revista, L’Etincelle, para solicitar realizar reportajes sobre los campos de entrenamiento de las guerrillas en las colonias portuguesas, cuyas ubicaciones eran luego entregadas a la inteligencia de Lisboa, donde estaba la sede de Aginter Press (en rua Campolide) formada por antiguos miembros de la OAS de orientación católica tradicionalista y anticomunista, especializada en realización de trabajos especiales y de inteligencia.

[34] J. Cuadrado, op. cit., pág. 65-67.

[35] Ibid.

[36] Este principio organizativo es todavía mantenido por algunos Partidos Comunistas, particularmente afectos al “modelo histórico”. En el Partido Comunista de España, fue abandonado por Santiago Carrillo en un período indeterminado situado entre el lanzamiento del “eurocomunismo” y el IX Congreso del PCE celebrado en 1981. Sin embargo, la posición está todavía sujeta a discusión (ver artículo de Mundo Obrero, El debate del leninismo en el PCE (1972-2018), por Francisco José Martínez, 25 de noviembre de 2018 (https://www.mundoobrero.es/pl.php?id=8141).

 

[37] Según Cuadrado Costa, Thiriart “es recibido por el presidente Nasser y asiste como observador acreditado a los trabajos de apertura del congreso de la Unión Socialista Árabe, el partido gubernamental egipcio. Es igualmente recibido por diversos oficiales entre ellos los ministros Hafez Ghanem y Ahmed el-Morshidy” (op. cit., pág. 42). De este último, Sauveur dice que era el “subsecretario de Estado para la Planificación de la República Árabe” (op. cit., pág. 75). El hecho de que las informaciones facilitadas no sean seguidas de más especificaciones, deja intuir que se trató de contactos ocasionales, que no tuvieron ni continuidad, ni desembocaron en nada concreto.

[38] Cf. Revista de Historia del Fascismo, nº LXXII, marzo-abril 2021, dossier sobre Falanges Libanesas “Kataeb”, Del “fascismo fenicio” a la defensa de la identidad cristiana. En este volumen se explica con detalle el proceso que llevó a la guerra civil.

[39] Y. Sauveur, op. cit., pág. 71.

[40] El repertorio completo de todos estos contactos aparece disperso en las páginas del folleto de Cuadrado Costa (op. cit., págs. 21-23, 40-44, págs. 73-75). Detrás de esta enumeración exhaustiva, el hecho de que la publicación dejara de aparecer en febrero de 1969 (y en junio de 1970, la edición italiana), indican que no reportaron absolutamente ningún beneficio, ni tuvieron continuidad. Fueron, en una palabra, intentos frustrados. Thiriart no logró interesar a ninguno de los interlocutores.

[41] J. Cuadrado, op. cit., pág. 37.

[42] Ibid.., pág. 37-40.

[43] Las gestiones se iniciaron en 1962 y en 1966, la Comisión Europea realizó un primer informe aconsejando una integración aduanera en dos etapas. A nadie se lo ocultaba que el gran problema político era la forma de gobierno española. Sin embargo, las dos partes tenían voluntad de llegar a algún tipo de acuerdo (lo que se logró en 1970 con la firma del primer Acuerdo Preferencial) de reducción de aranceles. Este acuerdo sería ampliado en 1973 y, posteriormente, a partir de 1977, se iniciarían las negociaciones definitivas para la integración española que se produjo en 1984, tras la integración en la OTAN. Especialmente, en los primeros pasos de este proceso que se prolongó casi 20 años, en 1966-67, el gobierno español tuvo un cuidado extremo en realizar políticas “gratas” a la Comunidad Económica Europea.