Las reflexiones que hizo Guillaume
Faye en uno de sus últimos libros -La nouvelle question juive- sin duda
el más polémico- tienen hoy mucho más valor que cuando se escribieron, por que
da la sensación de que los problemas que planteó se van agudizando de día en
día. No pasa una semana, sin que en algún lugar de Europa se produzca algún
atentado yihadista. Lo peor es que Europa se está habituando y solamente
reacciona el día de las votaciones apoyando a opciones populistas... pero esto
ya no basta, porque lo hecho avanzan a velocidad de vértigo. Delincuencia,
inmigración islámica y yihadismo están creando disfunciones y conflictos en
toda Europa que hace apenas cinco años no existían.
Ha bastado un lustro de gobierno de
Pedro Sánchez para que las mafias de la inmigración, de la delincuencia y de la
droga, controlaran zonas enteras del país. Y para que cualquier delincuente
amnistiado al término de cada Ramadán por Mohamed VI, se embarque para España
en donde podrá seguir delinquiendo, mantenido por el Estado y sin pisar un
recinto carcelario por años.
Faye, se oponía a esto y lo venía
denunciando desde principios de los años 90. Su posición era lógica y suponía
tomar partido. Lo hizo en muchas ocasiones. Hemos seleccionado unas cuantas frases
de Faye pronunciadas en el curso de presentaciones de libros, incluidas en
algunas de sus obras, en entrevistas y artículos, para fijar una posición que puede resumirse en estos puntos:
- El conflicto palestino no es
“nuestro problema”.
- Pensar en Palestina cuando aquí y
ahora hay una situación de tensión creciente, es puro sinsentido.
- No debería importarnos lo que ocurra
en Palestina, sino lo que está ocurriendo en Europa.
- Los islamistas están creciendo en
Europa, los palestinos son islamistas, luego, no puedo solidarizarme con ellos:
que se solidaricen los Estados Árabes.
- Es un mito de la peor especie
sostener que los judíos están detrás de los lobbys de la inmigración masiva.
- Lo más razonable es no ser ni
pro-judío, ni pro-arabe, sólo pro-europeo.
Reflexionar sobre estos fragmentos de Guillaume Faye clarifican extraordinariamente la visión del conflicto de Oriente Medio y ayudan a tomar una posición desde Europa.
“Escribo, en
primer lugar, que la comunidad judía ya no es lo que era en los años sesenta y
setenta. Ahora está muy nerviosa. Hay que subrayar que existen dos comunidades
judías. Una, religiosa, que sólo se interesa por sí misma. La segunda, formada
por intelectuales judíos, es la que promovió la inmigración. Dentro de esta
comunidad, muchos (pero no todos) se han dado cuenta de que cometieron un gran
error al hacerlo. El representante típico es Finkelkraut. Dicen que, a pesar de
todo, quizá deberían haberse quedado en Europa porque, en contra de la creencia
popular, los europeos no eran tan antisemitas como parecía, y comparativamente
mucho menos que el mundo árabe. La prueba: tras la independencia del Magreb,
los judíos llegaron a Francia. ¿Por qué no se quedaron allí? Extraño, ¿verdad?
La segunda tesis que defiendo en mi libro es que el Estado de Israel está
quizás condenado a medio plazo por razones demográficas. No encuentro aquí nada
de lo que alegrarme y no veo cómo la erradicación de Israel resolvería nuestros
problemas frente a la embestida del islam y del Tercer Mundo. Mi tercera tesis
es, de hecho, una pregunta filosófica: ¿por qué este pequeño pueblo ha tenido
tanta influencia en el mundo occidental? No soy ni antijudío ni projudío, ni
antiárabe ni proárabe, simplemente observo la historia. Y digo que, en el mundo
venidero, que estará dominado en parte por las potencias emergentes y
colosales, China e India, la cuestión judía perderá poco a poco su importancia.
También abordo el problema del revisionismo. La propia Simone Veil pidió la
derogación de la ley Gayssot[1], por
considerarla una enorme estupidez. En Estados Unidos, los lobbies judíos
siempre se han opuesto a leyes de este tipo. Yo digo que cometemos un error
entre nosotros, pensando que, una vez levantado el tabú, todo cambiará. El
problema es que el 95% de los árabes son revisionistas y, sin embargo, nada
cambia para nosotros. A los europeos no se les culpa de la Shoah, se les
culpa del colonialismo, de la acusación de esclavitud, por el etnomasoquismo
cistianomorfo y el igualitarismo en general. Se culpa a los europeos de una
enfermedad interna. Los judíos tienen poco que ver con esta enfermedad. Por lo
tanto, para mí, el revisionismo no es la lucha esencial.
Novopress: Sin embargo,
hay que constatar que, desde hace cinco años, hay una explosión en Internet de
sitios supuestamente «patrióticos» y «antiinmigración» que son visceralmente
sionistas y proisraelíes. Uno tiene realmente la impresión de asistir a una
operación de seducción por parte de los medios de comunicación nacionalistas de
ciertos miembros de la comunidad judía. Esta seducción consiste, en estos
sitios, en palabras de aliento como: «¡vamos, chicos!» ¡estableced la primera
línea contra las hordas de inmigrantes árabes y antisemitas!». Esto nos remite
directamente a «El Príncipe», en el que Maquiavelo describe estrategias
similares; «con la eliminación de aquellos que se han ensuciado las manos (y
despertado cierto resentimiento) el trabajo está hecho». Como maquiavélico que
es, ¿qué opina al respecto?
Guillaume Faye: Mi respuesta es
muy sencilla: «¡No necesito a nadie en una Harley—Davidson!». Aunque los
nacionalistas judíos se unieran a nuestra causa, no me aliaría con ellos contra
los árabes». No es necesario pensar en una alianza con la comunidad judía. Más
bien, es necesario razonar cínicamente como ellos. Ellos defienden su bando,
nosotros el nuestro. No pueden imaginar ni por un segundo que vamos a luchar
por ellos. Igual que ellos no tienen ninguna intención de luchar por nosotros.
¡Luchamos por nosotros mismos! Ese es el problema de la tercera vía. No se
trata de aliarse con los judíos contra los árabes, ni de aliarse con los árabes
contra los judíos. Es más, los judíos no representan una amenaza demográfica en
Francia. Algunos representan una amenaza política y cultural para nosotros,
pero se trata de una minoría de intelectuales judíos. Y no es por ser judíos
por lo que hay que atacar a estos intelectuales que nos odian, sino por ser
ideólogos decadentes e ingenuos. Sobre todo, no debemos caer en la trampa del
antisemitismo antidreyfusardiano[2]. De lo
contrario, les resultará extremadamente fácil atacarnos con las habituales
acusaciones de apoyo a la «Shoah». En resumen, simplemente digo: «¡dejen
de obsesionarse con los judíos! No les defenderemos. Ellos tampoco vendrán en
nuestra defensa. La mejor postura es considerarlos un pueblo como los demás.
Pienso simplemente que los seis millones de musulmanes presentes en Francia y
en constante aumento parecen plantear un problema etnopolítico más grave y
urgente que seiscientos mil judíos. No hay que obsesionarse con el pasado, sino
prepararse para el futuro y no vivir con un retrovisor en la cabeza.
* *
*
¿Cuál es el papel del Estado
de Israel?
No estoy aquí para hablar del estado
de Israel, pero, sin embargo, diré unas palabras sobre el tema. Por razones
demográficas, creo que la utopía sionista fundada por Hertzl y Buber y
materializada desde 1949 no durará más que la utopía comunista y que el Estado
hebreo está condenado. Actualmente estoy preparando un ensayo sobre la nueva
cuestión judía, que espero que será traducido al ruso.
¿Alguna conclusión?
Nunca se debe ser fatalista. La
Historia está siempre abierta y presenta con frecuencia caprichos y vueltas de
tuerca inesperadas. No olvidemos la fórmula de Guillermo de Orange: allí donde
hay una voluntad hay un camino. Por el momento estamos en una fase de
resistencia y de preparación para acontecimientos muy graves que se anuncian,
por ejemplo, la conjunción de las guerras étnicas y de una recesión económica
gigante.
Por lo tanto, desde ahora hay que
pensar en lo que vendrá después del caos y organizarse en consecuencia. Para
terminar, he aquí la consigna que suelo difundir: de la resistencia a la
reconquista, de la reconquista al renacimiento.
* *
*
“Dado
que los judíos son muy influyentes en los medios de comunicación, sería
interesante que los círculos identitarios se aliaran con ellos para oponerse a
la islamización y a la inmigración, a cambio de abandonar todo matiz antijudío
y todo apoyo a los revisionistas. […] Mi tesis es que, si bien es cierto que
los judíos han tenido un peso y una influencia extraordinarios (en relación con
su número) en todo el Occidente europeo y americano durante los dos últimos
siglos, extremadamente negativos para unos y positivos para otros, esta
influencia judía está ahora en pleno declive. Hay muchas razones para ello: la
mala imagen de Israel, la pérdida de poder económico y financiero de las
comunidades judías en Europa y Estados Unidos, la islamización acelerada de
Europa, la descentralización del mundo en favor del Lejano Oriente indiferente
a lo judío, y muchas otras cosas más”.
La Nouvelle question juive
* *
*
Es cierto que la
etnia judía se encuentra en un estado de contradicción permanente, en primer
lugar, en cuanto a su definición. ¿Son una entidad étnica, una nación, una raza
o una comunidad religiosa? Los propios judíos se sienten incómodos al tener que
responder a estas preguntas: «¿Quiénes somos?». Prefieren responder a la
pregunta inversa: «Mira lo que no somos»; «¿Quién está entre nosotros?» En
cualquier caso, parece que el sentimiento de pertenencia a una entidad judía o
israelí es mucho más fuerte entre las clases medias y bajas —la mayoría son
sefardíes— que entre las clases altas de origen judío. Esta situación se está
acentuando cada vez más en la actualidad.
De hecho, la
religión parece estar en el corazón de la etnia judía, pero, por otro lado, la
religiosidad judía resulta ser muy débil. El judaísmo es una religión en el
sentido etimológico estricto: une (re—ligare) a las personas de manera
etnocéntrica. Pero las relaciones que ha establecido con su Dios son de
naturaleza política y contractual, manteniendo la distancia y sin el misticismo
de las creencias esotéricas. El agnosticismo coexiste con el ritualismo. La
teología rabínica y talmúdica rechaza cualquier vía afectiva, porque el
espíritu calculador y el modo analítico de investigación del judaísmo están
exentos de cualquier «romanticismo». El judaísmo rechaza lo sacrosanto —en el
sentido hindú o católico— así como la superstición; en esto se diferencia del
islam.
El alma judía se
encuentra en una tensión permanente entre un particularismo exacerbado y un
sentimiento universalista, entre un espíritu de gueto y un espíritu
conquistador. Así, el deseo de ser un mártir se asocia con la necesidad de
dominar y sentirse seguro. De acuerdo con el sacrificio de Abraham, en la
conciencia del alma judía, las persecuciones sufridas a lo largo de su
historia, cuya culminación metafísica sería la Shoah, hacen del pueblo judío un
pueblo sacrificial y divino, un emblema ejemplar del hombre que sufre. Este
síndrome es muy antiguo, ya que Cristo no es más que la recuperación de la
posición martirológica del pueblo de Israel, un emblema de sacrificio para
salvar a toda la humanidad.
De ahí surgen una
serie de características contradictorias: buscar la paz y la seguridad, pero
complacerse en la idea de ser odiado por envidia y perseguido; aspirar a la
dominación y al orgulloso reconocimiento de una superioridad intrínseca, pero
adoptan la imagen de un pueblo pequeño y perpetuamente amenazado. Esto también
se corresponde con la doble atracción de la diáspora internacional y la idea
sionista de regresar a su patria, una patria sacrificial e inalienable; e
incluso, dentro del sionismo, con la oposición entre la visión puramente judía
de un Eretz Israel[3]
y el concepto laico y abierto de un Estado judío.
Estas
contradicciones no constituyen necesariamente factores prohibitivos; al
contrario, dan lugar a una energía febril y única en un pueblo poco numeroso.
El pueblo judío se ha arraigado profundamente, a lo largo de su historia, en su
particularismo de origen semítico y, sin embargo, se ha integrado en la
aventurada fabricación de la civilización europea de la raza blanca. Los judíos
han sabido influir en Occidente gracias a la fuerza de su genio mitológico y
también a su inteligencia, mucho más neocortical que límbica. Han demostrado
ser una pequeña minoría capaz de desempeñar un papel desproporcionado en
relación con su número.
Volviendo al
antirracismo promovido por algunos de los intelectuales judíos contemporáneos,
hay que entender que estos agentes de influencia del cosmopolitismo —Jacques
Attali, Bernard–Henri Lévy o Dominique Strauss–Kahn— son fundamentalmente lo
que se conoce como «judíos de la corte». Además de estar más o menos
desarraigados, se preocupan poco por la etnia judía de la que proceden, hasta
tal punto que no verían ningún problema en servir a un gobierno musulmán en un
Francia islamizada. Su lucha por la propagación del cosmopolitismo en Francia y
en otros Estados no judíos no tiene nada que ver con el deseo de proteger a
Israel de esos países, difundiendo el veneno del cosmopolitismo de tal manera
que su homogeneidad étnica se erosione y su población autóctona se desvirtúe.
La verdad es que,
entre los intelectuales judíos, los que apoyan el cosmopolitismo querrían que
triunfara tanto en Israel como en Francia, Alemania, Gran Bretaña o Estados
Unidos, por no hablar de que la mayoría de ellos son abiertamente
antisionistas. Sin embargo, un grave error de análisis por parte de los autores
antisemitas, y más concretamente de Kevin B. Mac Donald[4],
ha sido centrarse en los rasgos psicológicos de los movimientos intelectuales
judíos a favor del cosmopolitismo y confundir estos rasgos con los patrones de
comportamiento y mentalidad de la etnia judía. Mientras que el influjo
intelectual de los judíos cortesanos disminuye con firmeza en Occidente, un
porcentaje cada vez mayor de «judíos de la vida cotidiana» rechaza ahora el
antirracismo y el cosmopolitismo, en parte como reacción a la invasión árabe—musulmana.
[...]
En cuanto a la
probabilidad de que surja un imperio judío en Oriente Medio, creo que Israel es
demasiado débil económica y militarmente para continuar su expansión
territorial. Aunque Israel, donde la proporción de ingenieros en relación con
la población es la más alta del mundo, se ha convertido sin duda en una
potencia tecnológica, no ha logrado luchar contra la pobreza: su clase media
está insuficientemente desarrollada. Por otra parte, Israel sufre dos
problemas: por un lado, la presencia de judíos ultraortodoxos, que no muestran
ningún interés por la ciencia y la tecnología y solo se interesan por el
estudio del Talmud; por otro lado, debe afrontar la alta tasa de natalidad de
la población árabe—musulmana, tanto dentro como fuera del territorio israelí.
[...]
Es necesario por supuesto tener
perfectamente conciencia de que los palestinos (como los tibetanos, de los que
nadie habla) son víctimas de una agresión injustificada. Pero, ¿ellos, nos
apoyarían si estuviésemos pasando por una situación similar? Cada pueblo razona
de manera egoísta, nunca de manera moralista, sino de forma política y cínica.
A partir del momento en que el islam se propone abiertamente invadir Europa, no
veo por qué debemos defender a sus mártires en Oriente Próximo. En cuanto al
sionismo, el destino del pueblo judío, me es tan indiferente como el de los inuits,
los patagones o el de los palestinos. Los propios hebreos son bastante mayores
para defenderse, con la ayuda (que no les durará eternamente) de sus guardias
norteamericanos. No tenemos que tomar partido ni a favor del sionismo ni a
favor del arabismo. No debemos entrar en los problemas de familia. Soy partidario
del egoísmo etnopolítico: cada uno que se ocupe sus propios problemas.
Lo que me diferencia de mi querido
amigo Jean—Edern Hallier[5]
y lo que causó entre nosotros debates muy apasionados, es que él era partidario
de la “causa de los pueblos”, de todos los pueblos, mientras que yo era más
bien partidario de la causa de mi pueblo. En ese sentido, creo que tanto un
israelí como un Palestino estarán de acuerdo conmigo, ¿no le parece?
[...]
Asistí al
congreso de American Renaissance, un lobby anti—Bush, cuyas posiciones van en
la línea de «antes de ir a jugar a los vaqueros en Irak, ocupémonos de nuestra
frontera mexicana». No son ni prosemitas ni antisemitas y están totalmente
desinteresados por el conflicto palestino—israelí. Después de mi conferencia,
se publicaron artículos en mi contra, sobre todo en el Washington Post.
Lo que dije durante esa conferencia fue: «antes de hacer el tonto en Oriente
Próximo, defiéndanse en su propio territorio de unos flujos migratorios menos
graves que los nuestros, pero no por ello menos importantes». Mi objetivo, como
he dejado claro recientemente en Rusia, España, Alemania y Canadá, es
únicamente defender la identidad en peligro de las personas de origen europeo
en todo el mundo, en torno a cuatro nociones:
— La etnopolítica
por encima de la geopolítica.
— Eurosiberia.
— El choque Norte—Sur.
— La amenaza del islam.
* *
*
¿Trata de comparar a los jóvenes palestinos con la escoria de los suburbios?
Guillaume Faye: ¡Claro que no!
No se trata de desinteresarse ni de comparar a los revoltosos de los suburbios
con los palestinos. La revuelta de los suburbios es étnica. Se basa
principalmente en un complejo de inferioridad y de venganza que entra en el
ámbito del psicoanálisis político. La comparación con los palestinos es una
farsa. Lo que quiero decir es que tendríamos un problema en los suburbios
incluso sin el conflicto de Oriente Próximo, y que tendríamos un problema con
la Yihad y los musulmanes incluso sin la existencia del Estado de
Israel. Israel no es un factor desencadenante, sino agravante. Lo que poca
gente sabe, y que explicaré en mi próximo libro, es que el sionismo no data de
1947. Los primeros asentamientos judíos en Palestina se remontan a los años 80
del siglo XIX, en tierras compradas por el barón de Rothschild. Por tanto, no
hay que desinteresarse de los problemas de Oriente Próximo y Oriente Medio,
pero tampoco hay que centrarse sólo en eso. Cuando veo a ciertos activistas de
nuestro entorno preocuparse por la causa palestina — «masturbación mental,
sustitución del tipo ideal»— o compadecerse de los libaneses bombardeados por
Israel, me doy cuenta de que no se interesan por nuestros problemas en el
preciso momento en que estamos en pleno proceso de islamización masiva. ¿Por
qué indignarse por los demás? Cuando veo que otros simpatizan profundamente con
Israel, me hago la misma pregunta. ¿Por qué pensar que Israel es el escudo de
Occidente? Nuestro único escudo somos nosotros mismos. Maquiavelo decía que sólo
debemos luchar por los nuestros y que cualquier alianza nunca debe superar un
cierto «grado de intensidad», que es «el umbral de la ingenuidad». Todo el
problema reside en definirse a uno mismo, en aferrarse a la propia identidad y
no a la de los demás.
[…] Se puede ser antiamericano, antisionista, lo que se quiera, pero es cansino que los europeos se interesen incesantemente por los demás. Tenemos problemas mucho más urgentes que resolver. No deberíamos posicionarnos en relación con un problema árabe—israelí. Eso es incultura política. Eso es no conocer la historia. Deberíamos centrarnos en los retos que nos amenazan. Por último, aprendamos a ser egoístas como todos los pueblos del mundo.
[…] ¿Qué tengo yo que ver con que los israelíes bombardearan Canaán? ¿Acaso Julio César, cuando se lanzó a la conquista de la Galia, se preocupó de lo que ocurría en China? Existe una obsesión judeomaníaca en nuestros círculos: ¿a favor o en contra de los judíos? ¿A favor o en contra de los israelíes? Pronto saldrá un libro mío, cuyo título aún no he revelado, pero que trata del problema judío. Escribo que la comunidad judía está completamente dividida, esquizofrénica y al borde de la explosión. Pero eso no resolverá nuestro problema. Es un tema que capta la atención de todo el mundo y es por ello que decidí escribir este libro, con la esperanza de poner efectivamente los «puntos sobre las íes», y así establecer para nuestro medio una doctrina realmente clara y sencilla sobre la cuestión judía y el problema de Israel, sin odios, sin tabúes, sin faccionalismos.
Novopress: Para aclarar
las cosas una vez más y acallar los rumores, ¿se hizo o no sionista?
Guillaume Faye: ¡Por fin! ¿Cómo
puedo ser sionista si no soy judío? No soy ni sionista ni antisionista: ¡ese no
es mi problema! No hay que tomar partido. ¿Acaso un africano o un israelí se
van a preguntar: «Estoy a favor de Ségolène Royal o de Sarkozy»? ¡No tiene ningún
sentido! Tenemos que olvidarnos de estos problemas. En Francia tenemos un
problema: la inmigración. La cuestión, entonces, es cuál es el papel de los
intelectuales judíos en este asunto. Estos últimos, además, dan la espalda y se
muerden el dedo por lo que han hecho. Pero, como mostraré en mi próximo ensayo,
¡el lobby de la inmigración está muy lejos de estar dirigido por la
intelectualidad judía! El papel de los goym neomarxistas masones,
cristianos e islamófilos es mucho más importante.

[1]
La Ley Gayssot, ley francesa n.º 90-615 del 13 de julio de 1990, «destinada a
reprimir todo propósito racista, antisemita o xenófobo». Fue propuesta por el
diputado comunista Jean Claude-Gayssot y, entre otras cosas prohíbe el
negacionismo del “holocausto”. El historiador
revisionista Robert Faurisson consideró esta ley como una «violación de su
derecho a la libertad de expresión». [NdT]
[2]
Alusión a la lucha que tuvo lugar a finales del siglo XIX
y principios del XX, entre partidarios y detractores de Alfred Dreyfus, oficial
francés de origen judío, acusado de espionaje. [NdT]
[3]
Tierra de Israel (ארץ ישראל, Eretz Yisra'el),
término empleado para referirse a los antiguos reinos de Judá e Israel,
esto es, al territorio de los hebreos.
[4]
Kevin B. MacDonald (24 de enero de 1944), profesor emérito de psicología
evolutiva en la Universidad de California. MacDonald es conocido por su
tesis de que los judíos occidentales han tendido a ser políticamente liberales
y a participar en movimientos sociales, filosóficos y artísticos política o
sexualmente transgresores, porque los judíos han evolucionado biológicamente
para socavar las sociedades en las que viven. [NdT]
[5][5]
Jean—Edern Hallier (1936-1997), escritor, polemista, panfletario, crítico y
editor judío-alsaciano, creador de los Premios anti-Goncourt y de la revista L’Idiot
International. De vincularse a la extrema-izquierda, pasó a mantener
relaciones con algunos miembros de la Nouvelle Droite e, incluso, en 1991, se
habló de su probable ingreso en el Front National. En una entrevista a Le Monde
había declarado: “Le Pen representa a muchos franceses de la Francia profunda.
Es preciso reconciliar a Doriot y Thorez. Adoptó, igualmente, una postura
particularmente hostil contra François Mitterand. [NdT]
