domingo, 6 de abril de 2025

DE NUEVO LOS JÁZAROS Y NOTAS PREVIAS A LA CUESTIÓN JUDÍA (I de III) – Las implicaciones del problema

 


#conflictopalestino, #orientemedio, #intifada, #inmigracionmasiva

La publicación en inglés del libro de Gordon Duff, Gratness and Controversy, reaviva la polémica en torno a los jázaros. Hace unos años tradujimos y prologamos un libro notable, La historia oculta de los falsos Hebreos. Los Jázaros: Los judíos modernos no descienden de Israel, de Benjamín H. Freedman, un hombre notable que estuvo situado en la alta política norteamericana en la primera mitad del siglo XX. Era judío convertido al catolicismo y su obra había sido olvidada después de 1945, cuando la sombra del Holocausto se proyectaba sobre toda la humanidad. Era evidente, que un libro escrito por un judío no podía ser antisemita y, seguramente por eso, su autor no fue perseguido. Sin embargo, cuanto menos se hablase de él, mejor, porque suscitaba dudas sobre la legitimidad de las reivindicaciones sionistas sobre Palestina. Así que fue relegado al olvido, hasta que supimos de su existencia y lo tradujimos para el público de lengua española.

Ahora, el libro de Gordon Duff, reaviva la polémica en torno a los jázaros. Y esto nos induce a reproducir el resumen de la obra publicado en la web The Intel Drop y también a hacer unas consideraciones sobre la “cuestión judía” y el conflicto en Oriente Medio, especialmente a la luz de los escritos de Guillaume Faye.

1. EL CONFLICTO DE ORIENTE MEDIO EN ABRIL DE 2025

El problema que plantean los trabajos de Gordon Duff y de Benjamin Freedman es el siguiente: la mayoría de “judíos” no tienen sangre judía… son judíos de religión (pero no de raza).

El planteamiento no es algo nuevo, sino que el “neosefarditismo” español de la primera mitad del XIX, (que contó con personajes tan interesantes como Ernesto Giménez Caballero y a Blas Piñar López como su último representante), ya contempló. Ya tratamos esta temática ampliamente en una serie de artículos publicada en Info-krisis en febrero de 2020. Esta tendencia consideraba como “irrecuperables” para la catolicidad, a los judíos “askenazíes” (procedentes de Europa Central y Oriental), mientras que veía a los judíos sefarditas como radicalmente diferentes, muchos de los cuales se convirtieron al cristianismo y renunciaron a su origen, abrazando el catolicismo “con la fe del converso”, es decir, que no solamente ha cambiado de religión, sino que adoptar opiniones no solo totalmente contrarias a lo que antes pensaba, sino incluso extremas dentro de su nueva religión.

A los “neosefarditas españoles les admiraba el que algunas comunidades judías instaladas en Turquía conservase cuatrocientos años después su propia lengua (el “ladino”) y se transmitieran de generación en generación las llaves de los hogares de los que habían sido expulsados. El “neosefarditismo” español consideraba a los askenazíes como un verdadero fermento revolucionario y disgregador, pero sostenían la necesidad de integrar en la “hispanidad” a los judíos sefarditas.

Freedman, por su parte, sostenía que la inmensa mayoría de judíos no pueden ser considerados como tales por su raza, sino, más bien, por su religión o por sus costumbres. Explicaba que proceden del antiguo Imperio Jázaro, situado en el territorio del Cáucaso y en parte de la Ucrania actual que, en un momento dado, se convirtieron masivamente al judaísmo, despés de oir a predicadores cristianos, a emisarios mahometanos y a rabinos judíos. Quisieron formar parte del “pueblo elegido”. Luego, cuando se produjeron corrimientos de pueblos, iniciaron una emigración hacia Europa Central, lo que explicaría, en primer lugar, la existencia de yidish (una lengua que no tiene nada que ver con el hebreo, pero es hablada por el judíos askenazíes como rasgo de identidad), costumbres antropológicas completamente diferentes a los sefarditas y el hecho de que existan amplias comunidades en la actual Ucrania, en Polonía, Hungría y en el área germánica.

Los sionista no hicieron mucho caso de esta diferenciación entre askenazíes y sefarditas. El fundador del sionismo, Teodoro Hertz, no estaba impregnado por la religión y tenia ideas completamente laicas: el movimiento que creó estaba en sintonía con los ideales del XIX, la época de los nacionalismos y, de hecho, el sionismo, es el “nacionalismo judío”. El sionismo originario reivindicaba una “patria” para Israel y despachó la “cuestión jázara”, incluyéndola en la leyenda -y decimos bien: “en la leyenda”- de las “tribus perdidas” de Israel.

Pero esto, naturalmente, restaba legitimidad a la reivindicación de Palestina como emplazamiento del futuro Estado de Israel. Si solo una ínfima minoría de los judíos existentes en el mundo podía reivindicar el derecho a volver a Palestina, tierra que habían abandonado en la “diáspora”, esto suponía un débil argumento ante la realidad de que la mayoría de judíos nunca, ni por sangre ni por religión, tenían nada que ver con la tierra de Palestina. Benjamin Freedman investigó la cuestión y redactó su trabajo que supuso el descubrimiento para muchos del “Imperio Jázaro”, el extraño caso de un pueblo caucásico convertido al judaísmo. Hoy sabemos, gracias al ADN, que tenía razón. Inapelablemente.

Teodoro Herz, probablemente también conocía algo del Imperio Jázaro y esto explicaría que, en los primeros pasos del movimiento sionista no reivindicara con particular énfasis Palestina, sino que contemplara otras posibilidades, incluso en la Patagonia, aún reconociendo que para el judaismo, existía un vínculo sentimental con Palestina.

¿Supone eso negar, aquí y ahora, en pleno siglo XXI, el derecho a la existencia del Estado de Israel? No exactamente. ¿Implica tomar partido por los palestinos en detrimento del Estado de Israel? Tampoco es eso. Vale la pena realizar una retrospectiva para entender la situación.

Desde principios del siglo XX, poco a poco, mediante la compra de terrenos y el establecimiento de colonias, los judíos fueron asentándose en Palestina. Es una historia bien conocida. Hace ya un siglo empezaron las hostilidades entre las comunidades palestinas y los incipientes grupos de colonos judíos. No se llevaban bien. Se produjo la Declaración Balfour (como pago a los servicios prestados por la prensa judía norteamericana para facilitar la entrada de EEUU en la Primera Guerra Mundial, es Freedman quien lo cuenta y debía saberlo porque estaba próximo a las esferas del poder), luego, la subida al poder de Hitler en Alemania (que, básicamente, estaba de acuerdo en que la solución a la “cuestión judía” era la que proponía el sionismo: que los judíos alemanes se marcharan del país hacia su nueva nación, con o que coincidía, directamente, con los ideales sionistas: disponer de una nación propia en la que no se sintieran “extranjeros”), más tarde la creación del Estado de Israel y una sucesión sin fin de conflictos con grupos palestinos y países árabes...

Dentro de poco se cumplirá el 80 aniversario de la fundación del Estado de Israel. Hasta 1967, esto es, hasta la Guerra de los Seis días, podía cuestionarse su existencia y sostener que los territorios que formaban parte del Estado de Israel habían sido usurpados a sus antiguos propietarios palestinos. Incluso cabía recordar que la mayoría de judíos que se habían asentado allí eran de orgien askenazí y, por tanto, tenían poco que ver con Oriente Medio.

Pero, desde 1967, hasta 2025, han pasado casi 70 años y en esas décadas han cambiado muchas cosas. Lo primero que cabe decir es que los palestinos no han sabido defender su causa. Ni ellos, ni sus aliados árabes. Sin olvidar, naturalmente, que en 1967, los gobiernos árabes de la región eran laicos y que hoy, en cambio, son islamistas. Algunos, como Arabia Saudí, se han convertido en el centro irradiador del wahabismo a todo el mundo. Por no recordar que, Turquía, Arabia Saudí e Irán, se disputan la primacía en el mundo islámico y que resulta difícil hacer coincidir a los tres países en cuestiones políticas. Irán es, desde luego, el que más se ha preocupado de “exportar” su chiísmo a Palestina, a través de las organizaciones creadas en los años 80: Hamas y Hezboláh. Estamos muy lejos de 1967, cundo Al Fatah y la Organización para la Liberación de Palestina, eran organizaciones laicas: hoy la “resistencia palestina” está fanatizada por el mensaje islamista radical.

Cuando decimos que los palestinos no han sabido defender su causa nos referimos a que han confundido la “guerra santa” con el terrorismo. Subir a un autobus repleto de civiles en Tel Aviv e inmolarse haciendo estallar una bomba, no tiene nada que ver con una “lucha de liberación” (entre otras cosas, por que un 20% de la población del Estado de Israel es de origen palestino), sino solamente con el terrorismo más ciego e irresponsable.

Aún estamos intentando entender quién tomó la más estúpida decisión  de todas las que haya adoptado la “resistencia palestina”, el pasado 7 de octubre de 2023, atacando las colonias judías próximas a Gaza cuando se cumplía el medio siglo del inicio de la Guerra del Yom Kipur. El ataque se saldó con el asesinato de 695 civiles israelíes (de los que 36 eran menores de edad), 71 civiles extranjeros, 373 soldados y policías y la toma de 251 rehenes (iniciativa definida por el derecho internacional como “crimen de guerra”). ¿Era una operación meditada? ¿Es que Hamas y la Yihad Islámica -que protagonizaron el ataque- no eran conscientes de que represalia judía sería terrible? ¿Es que se les había escapado el detalle de que Benjamin Netatyahu, antes de dedicarse a la política, era soldado de élite y que para un soldado solamente hay una reacción posible ante un ataque así: la destrucción completa del enemigo? ¿Es que se sentían seguros en sus miles de kilómetros subterráneos y de arsenales situados cerca de escuelas y hospitales e, ingenuamente, pensaban que Israel no iba a atacarlos con bombas que destrozaban los túneles y todo lo que se encontraba en la superficie? Hemos visto imágenes del conflicto ucraniano, del que siempre hemos dicho que se trataba -al menos para la Federación Rusa- de una “guerra limitada”- e imágenes de la franja de Gaza apenas 15 días después del primer ataque palestino: no quedaba nada en pie...

La zona lleva un siglo de conflicto continuo. Parece claro que no queda más camino que la negociación y para negociar es preciso, en primer lugar, tener voluntad de hacerlo y comprender que los ataques terroristas, lejos de favorecer la causa que se defiende, contribuyen a que un país dirigido por un antiguo soldado de élite y que siempre ha tenido preferencia por la “ley del talión” (“ojo por ojo y diente por diente”) no iba a permanecer acobardado. Lo que ha ocurrido después, puede cargarse a hombros de los que desencadenaron aquel primer atraque terrorista.

Sí, claro está que podemos remontarnos a las “causas primeras” y que los ataques contra colonos del 7 de octubre de 2023 eran el resultado de un pueblo arrinconado y expulsado de su tierra natal... o bien, remontarnos al Moisés bíblico para defender que Palestina es la “tierra prometida”... cada cual, pro-palestino o pro-judío, se quedará en el tramo histórico que contribuya a justificar su posición. Con lo cual, deberemos concluir, que no hay solución al conflicto de Oriente Medio: o los judíos derrotan a los árabes (como han hecho a través de cuatro guerras árabe-israelíes) o bien los palestinos echan al mar al Estado de Israel (lo que parece difícil a tenor de las diferencias entre los distintos centros de poder árabes y dada la protección que EEUU ejerce sobre Israel y a los continuos errores palestinos). ¿Unica solución? La negociacion. Y esa piltrafa de la “Unión Europea” haría bien en tratar de mediar, antes de seguir financiando las estructuras de un “Estado Palestino” o bien de aceptar inmigrantes palestinos en su territorio (inmigrantes palestinos que, por lo demás, son rechazados sistemáticamente por los países árabes vecinos).

Esto nos lleva a otro problema: por increíble que parezca, Gaza, una pequeña franja costera de 6 km de ancho y 360 km de largo, está poblada por casi dos millones de habitantes, siendo la tercera entidad política más densamente poblada del globo (después de Singapur y Hong-Kong, con un crecimiento anual de 2,33% en 2017, una de las más elevadas del mundo). Se suele recordar que Israel tiene bloqueada militarmente a la franja desde 2007... pero se suele olvidar que Egipto también la mantiene bloqueada.

Así pues, Europa es la tierra de promisión: 25.000 palestinos viven en Francia, 20.000 en el Reino Unido, Otros 20.000 en la pequeña Dinamarca, 18.000 en Suecia, y varios miles en España... Nada comparado con Alemania en donde se han asentado 200.000 gracias a los “esfuerzos humanitarios” de la Merkel. La facilidad con que se da la nacionalidad en España, hace que las cifras de palestinos sean mucho más bajas de lo que la realidad y la lógica imponen: existen palestinos en España desde 1970, como resultado de “nuestra tradicional amistad con los árabes” de la que alardeara el franquismo; muchos de los que llegaron como estudiantes, se quedaron luego a vivir aquí y han recibido la nacionalidad española. Pero, en nuestro país, existe una completa opacidad estadística en la materia y, probablemente, las cifras estén próximas a las de Suecia.

Resulta incomprensible que Gaza suea una de las zonas con una de las tasas de reproducción más altas del mundo, cuando sus habitantes deberían ser conscientes de que -en las actuales circunstancias- el “creced y multiplicaros” solamente puede generar hijos traumatizados, arrojados a una existencia insegura y a un futuro de tristeza y desolación. No podemos olvidar que, si hace 100 años que dura el conflicto judeo-palestino, ya son cuatro generaciones enteras que han nacido y vivido entre humo de incendios, tableteos de ametralladoras y detonaciones de bombas. Razones suficientes como para buscar una salida negociada al conflicto.

Pero, veamos ahora la postura que puede tomarse desde Europa. Cuando se inició la “segunda intifada” (que duró hasta 2005), se produjeron manifestaciones de solidaridad con Palestina en diversas ciudades de España... A ellas acudieron, miembros de la extrema-derecha que suele sostener, por tradición, posiciones antisemitas. Se sorprendieron porque algo había cambiado en relación a las manifestaciones de solidaridad con la “primera intifada”: en 1987, las manifestaciones estaban protagonizados por españoles que se solidarizaban con la causa palestina, dieciocho años después, en esas mismas manifestaciones, el número de españoles había disminuido, sustituidos por inmigrantes de origen árabe... entre los que los pocos miembros de la extrema-derecha, que estaban con la inmigración masiva y contra la islamización de Europa se encontraron subsumidos en medio de una marejada de chilabas, velos islámicas e imprecaciones en árabe...

Hay que ser coherentes. En política, hay que saber elegir entre “amigo y “enemigo” (Carl Schmidt). Y, utilizando una clasificación clásica y romana, entre “enemigo” y “adversario”. O, si se prefiere una clasificación política, entre “enemigo principal” y “enemigo secundario” o entre “amigos”, “camaradas” y “compañeros de viaje”. No importa el sistema elegido: lo fundamental es no caer en contradicciones. Resulta contradictorio estar contra la inmigración masiva (problema más grave que tien Europa en estos momentos, porque, el contingente islámico va creciendo y cada vez tiene más conciencia de su propio poder y de la debilidad de las sociedades europeas para afrontarlo, lo que genera un futuro incierto en el que la guerra civil religiosa-social-étnica está cada vez más cerca), pero a favor de la causa palestina. Especialmente, en estos momentos en los que el [des]gobierno Sánchez, en cualquier momento, puede declarar puertas abiertas a la inmigración de palestinos procedentes de Gaza... por “razones humanitarias”, claro está.