#Groenlandia #desglobalización #Trumppoliticaexterior #tierrasraras #guerraarancelaria #autarquia
Desde que Donald Trump asumió la presidencia de los EEUU, todos los informativos de comunicación, en España, incluida la “cadena de los obispos”, repiten el mismo esquema: “las decisiones de Trump las toma a la ligera”, “conduce a una recesión económica mundial”, y, la mejor de todas, “su expansionismo es hitleriano”. Para “confirmar” los dos primeros juicios de menciona la “guerra arancelaria”, para el último, su “intención” de comprar Groenlandia y de acabar con el "conflicto ucraniano". De lo que apenas se habla es de las "tierras raras" presentes en ambos escenarios. Dado que todos estos temas no están muy distanciados, vamos a abordarlos en este estudio.
GLOBALIZACIÓN SIN ARANCELES,
POSGLOBALIZACIÓN CON ARANCELES
Desde 1989 hemos vivido la época de la globalización. No ha sido
un período tranquilo: más bien, a lo largo de estos 36 últimos años, hemos
vivido una situación de cambios forzados e inestabilidad continua. No es
cierto que “todos” nos hayamos beneficiado con la globalización. De hecho, era
el sistema mas absurdo que pudiera establecerse.
Con un ejemplo se entenderá mejor el absurdo: acabo de comprar en
el mercado jengibre. Es un tubérculo cuyo cultivo no registra absolutamente
ningún problema: incluso puede intercalarse en hileras de tomateras para
impedir que los parásitos las invadan. Solo precisa sol y ningún cuidado
especial. Es algo caro (100 gr. 1,5 euros, 1 kilo 15 euros…), por tanto muy
rentable para la agricultura. En un supermercado, la etiqueta indicaba que
venía de Perú, en otro, de China… ¿Cómo es posible que se trasladen contenedores
enteros de jengibre desde ambos países -en ambos casos, más de 10.000
kilómetros en línea recta- teniendo en cuenta la “emergencia climática” y las
“emisiones de CO2”, que resultan “fatales para la atmósfera”, sobre
todo, teniendo en cuenta que cualquiera, en un tiesto, puede cultivar este
tubérculo o que en España hay miles de hectáreas abandonadas? ¿Hace falta
buscar un producto tan sencillo de obtener como éste, a las antípodas? Lo que no es lógico es traer un tubérculo de fácil
cultivo del otro extremo del mundo, para favorecer, no tanto a campesinos
chinos o peruanos, como para aumentar la cuenta de beneficios de los que lo
comercializan. No es lógico encargar a Ali-Baba o a Temu, un
motor eléctrico que podría fabricarse, con mayor calidad en Europa. Y, así
sucesivamente. Los ejemplos podrían multiplicarse.
LA PATÉTICA HISTORIA DE LA ORGANIZACIÓN MUNDIAL DEL COMERCIO
Tras la caída del Muro de Berlín, en el año 1993, 103 países
firmaron el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, General
Agreetment on Tarifs and Trade). Hasta llegar a ese punto, el recorrido
había sido largo: desde 1947, periódicamente, se convocaban “rondas” de
conversaciones para reducir aranceles. El GATT se prolongó hasta la “Ronda
Uruguay” de la que surgiría la Organización Mundial del Comercio establecida el 1º de enero de
1995. A pesar de su nombre, la OMC no forma parte del “sistema” de Naciones
Unidas, ni está vinculada al Banco Mundial o al Fondo Monetario Internacional. Se trata de una organización nacida con un
criterio ultraliberal que tiende a la desaparición de las regulaciones
arancelarias. Agrupa a 164 miembros (entre ellas, la UE) y 20 naciones como
“observadores” y está gestionada por 650 funcionarios en la secretaria, con
un presupuesto de 197 millones de francos suizos.
Desde su nacimiento no han faltado las
polémicas. Se alude a negociaciones trucadas, a la marginación de las economías
más débiles y a un protagonismo excesivo de los “países más fuertes” a los que
se califica como “oligarquía de países ricos”, que llegan a acuerdos que luego
se presentan a los países más débiles. Esta acusación viene generalmente
acompañada por la de falta de transparencia: los acuerdos negociados -en
“rondas” que se prolongan ¡15 años!- y nunca está claro en función de qué datos
o principios se han tomado las resoluciones. Para colmo, los acuerdos adoptados
-que deben ser refrendados por los parlamentos nacionales- no siempre son
respetados. Los países en vías de desarrollo se quejan de que son “convidados
de piedra”, que se generan situaciones de dumping (cuando el precio de
un producto se vende en un país importador, a precio inferior a como se vende
el mismo producto en el país exportador). Y así sucesivamente… nunca llueve a
gusto de todos, por supuesto, pero es que hay una serie de “realidades” que la
OMC nunca ha tenido en cuenta, desde sus orígenes.
Como su nombre indica, la OMC está compuesta
-más que por “Estados”- por “comerciantes” y es obvio que los “comerciantes” no
serán interesados en producir productos o bienes, sino en comerciar con ellos.
Por otra parte, por mucho que los doctrinarios ultraliberales se empeñen,
resulta imposible desregularizar todos los sectores económicos. Y, en última
instancia, el comercio está sometido a elementos que se sitúan por encima de
él: la seguridad nacional, por ejemplo, o bien el empleo que genera o destruye
el comercio mundial.
En efecto, imaginemos un país que renuncia a tener
producción agrícola propia, simplemente porque resulta más barato importar
carnes y vegetales de otro país. En teoría, este comercio facilitaría el que
los precios de las carnes y de los vegetales importados disminuyeran el precio,
a pesar de que quedarían desamparada la industria agroalimentaria del
importador. Y es que la OMC desconoce, por completo, la dimensión social del
comercio: ¿Son admisibles acuerdos comerciales que arrojen a miles de
personas al paro en un país y se basen en salarios bajos y déficit de
coberturas sociales en otro? O, peor todavía: un país que depende en
materia alimentaria de las exportaciones llegadas de otros ¿puede considerarse
verdaderamente “independiente, libre y soberano”? Difícilmente: está en manos
del país exportador que, el día que decida cortar el flujo alimentario, verá
como se le imponen condiciones draconianas si quiere sobrevivir. Y otro
tanto puede decir de la dependencia del acero, de las manufacturas o de las
nuevas tecnologías. La independencia, la soberanía, la seguridad y la
estabilidad social están reñidas con la idea del “comercio mundial”.
UN SISTEMA QUE NUNCA HA FUNCIONADO BIEN
Es evidente que un Estado moderno precisa del
“comercio mundial”: de importaciones y exportaciones, de comprar unos productos
y vender otros en países extranjeros. Siempre ha existido importación y
exportación. Ahora bien: todo esto hay que supeditarlo a dos factores: la
“razón de Estado” y la “estabilidad social”.
Lo cierto es que, si el sistema globalizado de
“comercio mundial” funcionara razonablemente bien, resultaría difícil
criticarlo. Si absorbiera bolsas de paro, si tendiera al abaratamiento de los
productos, si el sistema económico mundial fuera estable, si se tratara de un
sistema equilibrado en el que los países se especializaran en la producción de
determinados productos y en su intercambio por otros cuya manufactura carece de
posibilidades de realizarse en el propio territorio por falta de recursos económicos,
de industria o de materia prima; y así sucesivamente, todo esto lo haría
inatacable: pero no, el problema es que el sistema económico mundial no
funciona correctamente y ha generado en algo más de tres décadas, asimetrías,
desequilibrios y múltiples disfunciones.
La primera experiencia neoliberales, en Chile, a
mediados de los años 70, promovidos por los “Chicago boy’s”, concluyó en
un fracaso absoluto: la empresa nacional de fósforos debió de cerrar, porque
los fósforos importados de Canadá eran más baratos y vistosos (la base estaba
hecha de madera, mientras que los chilenos eran de cartón o papel encerado). El
resultado fue que la Fosforera Nacional chilena cerró sus puertas. Pero eso
ocurrió en otros sectores de la economía y, si bien es cierto, que el precio de
los fósforos no se disparó, también fue cierto que generó un problema nuevo de
naturaleza social: cientos de trabajadores chilenos resultaron despedidos. Esto
mismo ocurrió en otros sectores de la industria: el balance final dio como
resultado un período de recesión y crisis social, destrucción de empleo y
cifras macroeconómicas engañosas. Los beneficios del “comercio” quedaban
anulados para la comunidad por los costes sociales generados directamente por
ese mismo “comercio”.
Pero, eso sí, el “comercio internacional” (y los
comerciantes especializados) resultó beneficiado y, a partir de ahí, las
fórmulas económicas que, tras la Segunda Guerra Mundial se habían adoptado (y
que contemplaban en gran medida, subvenciones y ayudas), saltaron por los aires.
Margaret Tatcher, liquidó buena parte de la minería británica, inspirada por
las teorías de la “escuela austríaca” (Von Misses y Friedrich Hayek); la
victoria en la Guerra de las Malvinas, hizo olvidar el fracaso de su concepción
económica que, luego, al triunfar en EEUU con el inicio de la “era Reagan”,
tras el colapso de la URSS, generó un mundo globalizado.
La idea era que cada país se especializara en
algún producto que pudiera exportar al resto a un precio razonable. Así
participaría de un mercado único global en el que el resto de países harían
otro tanto: cada uno compensaría a otro de aquello que no podía producir y, a
su vez, se vería compensado en lo que no producía por lo producido por otros… Un mundo feliz, en definitiva, que partía de
un presupuesto completamente falso y que, a nadie, con una capacidad mínima
de razonamiento se le podía escapar: las condiciones de producción, no de un
solo producto, sino del total de la producción, eran muy diferentes en cada
país.
No existía, pues, el primer requisito para una
competencia leal y efectiva: unos países tenían salarios altos, en otros eran
bajos, unos países eran pequeño o con población limitada, otros grandes y
otros, incluso, gigantescos. Desde el momento en que se fueron levantando
las barreras comerciales, era evidente que allí donde la producción era más
cara (por salarios y por coberturas sociales, por fiscalidad y por alejamiento
de las fuentes de materias primas) las empresas migrarían para cumplir la ley
de oro del capitalismo (producir más al coste más bajo y reportando el mayor beneficio). Con este
aliciente se inició el fenómeno de la deslocalización industrial: las plantas
de producción migraron de Norte a Sur y de Occidente a Oriente.
Como era evidente que “Occidente” perdía
competitividad, se artículo un fenómeno, que inicialmente, debía ser el
contrapeso: paralelamente a la deslocalización industrial se inició el fenómeno
migratorio cuyo objetivo no era otro que obtener un incremento de “competitividad” para
las economías occidentales. En efecto, importando trabajadores se conseguía
que el precio de la mano de obra bajara. Y fue por eso, inicialmente, en base a
lo que se justificó la inmigración masiva hacia los países de Europa Occidental
y EEUU.
Así pues, la globalización fue, en la práctica una
ruta de dos direcciones: Deslocalización (de Norte a Sur y de Occidente a Oriente) e inmigración masiva (de Sur a Norte). El problema fue que, a medida que aumentaba
el volumen de las deslocalizaciones, aumentaba también el flujo de inmigración,
sin que se crearan nuevos puestos de trabajo que pudieran absorber a las
legiones procedentes del Tercer Mundo que, por otra parte, tenían una formación
profesional muy limitada: no era el tipo de inmigración que Occidente precisaba. A esto se unió el que los recién llegados
-especialmente los procedentes del mundo islámico y del continente africano- se
adaptaban muy mal a la cultura y a los ritmos occidentales. En otras palabras: la
inmigración no resolvía el problema de la competitividad y generaba muchos más
conflictos que resolvía situaciones.
CHINA, EL GRAN BENEFICIARIO DE LA GLOBALIZACIÓN
Hacia finales del milenio, parecía muy claro que
había que cortar esta autopista infernal de doble dirección. Ya se había puesto en claro que China se había
convertido en la “factoría mundial” y que este país podía abastecer a todo el
mundo de cualquier manufactura producida a un coste muy inferior a los países
occidentales. Así que los puestos de trabajo que se crearon en Occidente para
sustituir a los puestos de trabajo industrial perdidos, se concentraron en el
“sector servicios”.
Pero esto suponía olvidar que China no era un
país como cualquier otro: el eslogan “un país, dos sistemas”, propuesto por
Deng Xiaoping, creado inicialmente para facilitar la integración en la
República Popular China de Hong Kong y Macao, se extendió, posteriormente a
todo el país. Inicialmente, la doctrina planteaba que “de forma
transitoria” existirían en todo el territorio zonas con sistemas económicos
diferentes (antiguas colonias en las que se practicaba el capitalismo) que
coexistirían con el sistema socialista. El concepto iba también dirigido a
intentar la integración de Taiwán e, incluso, se interesó por él, el Dalai
Lama por si se podía incluir al Tíbet ocupado por China. El éxito del eslogan hizo que se ampliara a todo el territorio chino.
A partir de ese momento, se inició un período marcado por un extraordinario superávit de la economía china que le permitió recuperar el
tiempo perdido y constituirse como una de las grandes potencias mundiales desde
mediados de los años 90.
La política exterior china se basaba en ese
período en tratar de ofrecer mano económica tendida a los EEUU y por eso, las
bolsas norteamericanas, siempre necesitadas de yuanes, petrodólares, euros y
yenes, para asegurar su consumo interior, se vieron beneficiadas por el dinero
chino. La tesis era que los intercambios comerciales y las inversiones
supondrían una política de “apaciguamiento”… mientras China no estuviera en
condiciones militares y económicas de vencer en la lucha por la hegemonía
mundial.
Pero esta política tuvo un “bache” cuando se
desencadenó la crisis económica de 2007-2011, especialmente en su primera fase,
cuando la burbuja inmobiliaria estalló y el gobierno chino estuvo a punto de
perder ¡medio billón de dólares! en las inversiones realizadas en las empresas
que conceden y garantizan las hipotecas hechas en EEUU, Fannie Mae y Freddie
Mac. Puesto en claro que ambas empresas estaban en quiebra y que el
gobierno de George W. Bush no iba a salvarlas, bastó una llamada del presidente
chino Hu Jintao, para que el gobierno norteamericano cubriera la deuda de ambas
financieras hipotecarias. Eso o China cesaba sus inversiones en EEUU… Con el
paso de los años y desde entonces, el gobierno chino ha ido disminuyendo poco a
poco sus inversiones en EEUU, a medida que iba aumentando su poder económico y
su fuerza militar.
Mientras China se fortalecía con la globalización,
Occidente se debilitaba con la pérdida de industrias estratégicas. En el sector
primario ocurrió otro tanto. Especialmente en Europa, desde el momento en el
que la UE empezó a trenzar “acuerdos preferenciales” y otorgando rangos de
“países más favorecidos” a países no europeos con una alta producción agrícola
y con regulaciones mucho más laxas, la cuestión era cómo liquidar la
agricultura europea. Especialmente, el territorio de la UE tiende a convertirse
en el paraíso del “sector terciario” (servicios), mientras que la desertización
industrial y su inexplicable preferencia por las agriculturas no europeas está
liquidando este sector a marchas forzadas en el propio territorio de la Unión.
LAS PREGUNTAS CLAVE DE LA GLOBALIZACIÓN
Llegados aquí, se plantean varias cuestiones a las
que respondemos sintéticamente:
1) ¿Quién estuvo interesado en desencadenar el
proceso “globalizador”?
- En primer lugar, el capital financiero, que trataba de invertir en aquellos lugares más atractivos sin que existieran restricciones, especialmente por el aumento de su capital tras el proceso de “privatizaciones” promovido por el FMI y el Banco Mundial.
- En segundo lugar, las empresas multinacionales que, por su mismo concepto, necesitaban ampliar al máximo sus volúmenes de negocio y rebajar los costes de producción
- En tercer lugar, las empresas vinculadas a la logística mundial y al comercio internacional, especialmente navieras.
- En cuarto lugar, los países beneficiados con la deslocalización.
En general, el máximo beneficiario de la globalización
ha sido el “dinero viejo”, esto es, las grandes acumulaciones de capitales surgidos al
calor de la Segunda y Tercera Revolución Industrial.
2) ¿Cuál ha sido su balance?
- Un desequilibrio y una asimetría absoluta del comercio mundial.
- La desertización industrial que ha arrasado países, unido a la terciarización de la economía.
- El aumento del poder de las grandes concentraciones de capital especulativo, paralelo al debilitamiento de los Estados Nacionales.
- Un proceso creciente de privatizaciones que termina afectando a la calidad de los servicios públicos, especialmente en los países occidentales.
- Una inestabilidad económica continua: la facilidad para la entrada y salida de capitales, hace que tan pronto estén interesados en un país, como pasen a estarlo en otro: esto genera una migración continua de capitales en busca de los horizontes más lucrativos. Países en lo que el crecimiento era continuo hasta el “día D”, el “día D+1” se han visto arruinados.
- En la globalización, las crisis económicas son “globales”, nacidas en algún país concreto, tienden a repercutir en todo el conjunto.
3) ¿Cuáles han sido las enseñanzas de la crisis
mundial de 2007-2011?
- El capitalismo siempre ha sufrido crisis cíclicas (“burbujas”). La crisis de 2007-2011 fue mundial. Se redujo la liquidez y se contrajo el crédito.
- Los Estados impulsaron la emisión de deuda para “tapar” las consecuencias de la crisis. La emisión de deuda se convirtió en una práctica habitual.
- Con esa deuda de salvó a la banca, en primer lugar, y se aumentaron las subvenciones a los grupos más desfavorecidos (que, en Europa, eran siempre inmigrantes). Se creía que así se compraba la “paz social”, pero en realidad, se estaba comprando la “paz étnica” e invitando a más inmigrantes a llegar a Europa.
- A pesar de que era evidente que los capitales retirados del mercado habían ido a parar a “paraísos fiscales” y a reunirse allí con dinero procedente del narcotráfico y de la corrupción política, no se ha hecho nada para borrar de la faz del planeta esas áreas.
- Se hizo evidente que la globalización había beneficiado extraordinariamente a China y perjudicado a los países occidentales. Gracias a los réditos de la deslocalización en Occidente, pudo acelerar su despegue económico, financiar su modernización, e invertir cantidades extraordinarios en bolsas y empresas occidentales.
4) ¿Cuál es el futuro de la globalización?
- A partir de la crisis de 2007-2011 era evidente que una economía mundial globalizada era completamente inestable y hubiera sido el momento de regular los flujos de capitales y el comercio mundial. Pero la solución elegida no fue “radical” (es decir, no tendía a resolver la raíz del problema), sino que se limitó a rebajar los tipos de interés y emitir deuda.
- Cuando se inició el conflicto ucraniano, los EEUU (y, en concreto, el "complejo militar-industrial) y sus vasallos impusieron a Rusia sanciones económicas y la censura informativa. El proceso globalizador entró en crisis: la “sanciones” se habían impuesto olvidando la existencia de “países BRICS” (que no las aceptaron, ni las aplicaron).
- La llegada de un empresario, Donald Trump, al gobierno de los EEUU, y la alianza del conservadurismo con el “dinero nuevo” (procedente de las empresas tecnológicas norteamericanas y del capital-riesgo), sentenció el destino de la globalización. Los medios anuncian una “guerra de aranceles” que, en realidad, es más propio llamar “desglobalización”, esto es una disminución de la interdependencia de las economías nacionales.
Y es así como llegamos a la situación actual
que puede caracterizarse por cuatro factores:
1) Una reimplantación progresiva de aranceles, para conseguir relocalizar las plantas de producción y desincentiva la producción en países con salarios más bajos y menos coberturas sociales.
2) Esa reimplantación tendería a reindustrializar a los países occidentales (o, al menos, a los que la pusieran en práctica) y a reducir la dependencia del comercio exterior y de los suministros alimentarios llegados del exterior.
3) Esto implicaría el descenso progresivo de algunos índice macroeconómicos (en especial el volumen mundial de intercambios comerciales internacionales), pero, tendría como contrapartida en Occidente la creación de puestos de trabajo “de calidad”, una disminución del paro, con aumento paralelo de la capacidad adquisitiva de las familias y reducción de impuestos (unido a una buena administración de recursos y a un achicamiento del volumen de los Estados).
4) Los Estados y las empresas deberán de dejar de mirar continuamente al exterior, para concentrarse en los mercados interiores. Las empresas deberán vender más baratos sus productos en los mercados interiores al no poderlos exportarlos con tanta facilidad. Si el aceite de oliva o el jamón no se puede vender en EEUU, esto debería repercutir en una bajada de precios en España que debería compensar la subida de precios en otros productos.
4) Si bien, todavía no está claro, como afectaría una deslocalización (la consabida “guerra arancelaria”), está mucho más claro que disminuiría el comercio internacional y se debilitaría la demanda global. Algunos países quedarían más afectados que otros. La medida, sobre todo, afectaría a China que vería reducida drásticamente su producción e, incluso es posible que surgieran problemas internos y estallara la contradicción entre el Partido Comunista y los conglomerados tecnológicos, hoy aliados.
LA LÓGICA IMPLACABLE DE LA POLÍTICA ARANCELARIA DE
DONALD TRUMP
Y este último punto, explica las medidas
proteccionistas de la administración Trump. Como ya hemos analizado, con la
nueva administración norteamericana se ha producido un vuelco geopolítico. Trump
considera a China como “el enemigo”, mientras que Rusia ha pasado a ser “el
adversario”: al enemigo se le destruye, al adversario se le debilita. Para
EEUU, la administración Trump es la única posibilidad de no ser superada,
económica y políticamente por China. Para las anteriores administraciones
demócratas, el orden era inverso: un orden heredado de la guerra fría en el que
Rusia seguía siendo considerada el “enemigo” y China solamente un adversario
económico. Pero el crecimiento de China, la presencia de su flota en todos
los mares y la alianza entre el Partido Comunista y las empresas tecnológicas,
ha generado un nuevo escenario para el conservadurismo norteamericano que no se
resigna a ser la segunda potencia mundial.
En realidad, Trump, en su primera legislatura,
se conformaba con reconstruir infraestructuras, liquidar la herencia de guerras
iniciadas en períodos anteriores y mejorar la vida del americano medio. La
aparición de “coronavirus” y la irrupción de la tecnología 5G dio al traste con
estos propósitos. Aquel primer mandato se dispersó en medidas erráticas. Hay
que tener en cuenta que, en 2017, cuando fue elegido frente a Hillary Clinton,
ella era la representante del stablishment, mientras que Trump era un outsider,
un empresario metido en política. No solamente se vio desbordado por unos
engranajes que no conocía suficientemente, sino por una inclusión de
neoconservadores al frente de los departamentos de la administración, que no compartían sus puntos
de vista. El “segunda Trump”, sin embargo, tiene la piel más dura, conoce bien la
administración pública, se ha rodeado de colaboradores más “radicales” y quiere
implementar políticas más claras: sabe que China aspira a la hegemonía mundial
y que el “segundo puesto” es, en realidad, una derrota que empobrecería más a
los EEUU. De ahí la imposición de aranceles a los productos chinos.
¿Es esa imposición razonable? ¿conduce a una
“guerra de aranceles”?
Uno de los elementos que más ha favorecido la
reelección de Donal Trump es que se trató del primer presidente que no inició
una guerra desde finales del siglo XIX. Esto equivale a otorgarle el adjetivo
de “pacifista”, mientras que, desde el inicio del conflicto ucraniano, tanto
Biden como sus socios europeos, aparecían visiblemente como “belicistas”. Nadie,
está dispuesto, a morir por Zelensky… ni siquiera los que comparten los puntos
de vista del gobierno de Kiev. Nadie. De ahí que el agit-prop mediático
haya querido liquidar este aspecto “positivo” de Trump “el pacifista”,
uniéndolo a una “guerra”: la de aranceles. Sin embargo, no se trata de una "guerra". Como máximo cabría hablar de “rearme arancelario”. Y un rearme,
puede, perfectamente, ser una medida defensiva. Como es en este
caso.
Las empresas norteamericanas que deseen vender sus
productos en EEUU deberán relocalizarse o bien pagar unos aranceles… que
desincentivarán su presencia en China. El resultado previsible a corto plazo
(por eso Trump ha iniciado su legislatura con esta medida desde el día 1 de su
mandato) será un relanzamiento de la economía norteamericana, una absorción del
paro, mientras que se generan en “el enemigo” problemas de más difícil
solución.
¿Alguien podría reprocharle a Trump esta escalada arancelaria? Los beneficiarios de la globalización, por supuesto. Pero, en realidad, lo que tiende es a llevar a la práctica el “American First”. Todos los Estados, en todas las épocas, han practicado el “egoísmo nacional”: "primero" sus intereses nacionales y el de sus gentes, y "detrás" el de todos los demás países. Trump no hace sino aplicar esta ley de hierro. No es un belicista: es un conservador con experiencia empresarial. Sabe cómo se negocia y cómo se gestiona una empresa: reducción de gastos, plan estratégico de viabilidad de la empresa a medio y largo plazo, no ceder ante otras empresas, no regalarles ventajas, no pensar en otros ciudadanos más que en los de su propia nación, asegurarse los suministros básicos para su “empresa”, partir de "máximos" para llegar a acuerdos ventajosos. Su “empresa” son los EEUU...
Resulta difícil reprochar una política de este
tipo, especialmente en un país como España que se ha propuesto, por todos los
medios, aupar al “enemigo del Sur”, considerar “amigo” al “enemigo” secular y
tenderle mano hasta la humillación final, enviando fondos prácticamente
continuos e ilimitados, abriendo las puertas de par en par a su inmigración y a
sus mezquitas, a su Corán e, incluso a la enseñanza en las escuelas de la
religión islámica (pero no de la católica que no tiene nada parecido al
“yihadismo” como uno de sus pilares) y restringiendo el presupuesto de Defensa,
aun cuando es evidente que Marruecos se está armando de forma masiva.
Si el stablishment mundial ha impuesto en
los medios la palabra “guerra comercial”, también hay que denunciar que la
deriva emprendida ha sido calificada como “autarquía”, lo que remite a los
“odiados fascismos”. En realidad, las economías autárquicas eran
pre-fascistas y se basaban en una lógica aplastante: cada país debe procurar
vivir de su propia producción, intercambiando los eventuales excedentes de su
producción por otros productos excedentarios en otros países. “Autarquía”,
técnicamente, no ha significado nunca cierre de puertas y ventanas al comercio
exterior (España, en sentido estricto no fue “autárquica” en los años 40,
sino que la “autarquía franquista” fue una necesidad en respuesta al aislamiento
internacional decretado por Naciones Unidas).
Quizás la principal contradicción en la caen las
Greta Thumberg y los defensores del “cambio climático” sea no oponerse,
precisamente a la globalización que hace posible que un tubérculo de jengibre
tenga que recorrer 10.000 de distancia para ser comprado en un supermercado
español. Porque si hay algo que consume combustibles fósiles y emite CO2,
es precisamente el comercio mundial.
EN DEFENSA DE LAS ECONOMÍAS DE PROXIMIDAD
Por otra parte, la estabilidad de una sociedad y
su sensación de seguridad, se basan en la confianza del consumidor en los
productos servidos por el productor, en su calidad y en su “trazabilidad” (en
el caso de productos alimentarios). Un cultivador que vende sus productos en el
mercado de su pueblo, debe procurar que estos sean de calidad aceptable, si
quiere mantener su clientela y pasearse orgulloso por su pueblo sin despertar hostilidad. ¿Ocurre eso mismo con un productor situado en las
antípodas? ¿Qué le importa a un agricultor marroquí el que sus hortalizas sean
regadas con aguas fecales contaminadas? Cuándo un campesino colombiano rocía a
sus mangos con sobredosis de vermicidas para afrontar una plaga de gusanos de última hora, ¿piensa
que los metabolitos generados por el producto afectarán negativamente a la
salud de consumidores situados a 10.000 km de distancia?
Un país cuya economía se basa en la importación es
un país que no es dueño de su propio destino. Un país que no produce lo
necesario para alimentar a su población, está, en realidad, a merced del que le
vende provisiones. Trump ha
entendido perfectamente esta lección y sus esfuerzos desde el día 1 de su
segundo mandato van orientados a dos fines: el “American Firts” y a
considerar a China como “enemigo”. A partir de ahí se entiende toda su política
que, es, en definitiva, el resultado de la alianza del “conservadurismo”
norteamericano con los grandes consorcios tecnológicos (ver el Cuaderno Para
Entender Nuestro Tiempo nº 1), esto es, con el “dinero nuevo”.
Los medios de comunicación occidentales -desde la
Sexta hasta la Trece- son hostiles a este planteamiento. Dependen de la
publicidad del “dinero viejo” y del Estado (o de la Iglesia en el caso del
canal Trece), pero, sobre todo, dependen de conceptos heredados de tiempos que
ya se han volatilizado: “globalización
mejor que proteccionismo”, “todos los gobiernos buscan la paz y la armonía
mundial”, “globalización bueno, autarquía malo”, “neoconservadurismo mejor que
conservadurismo aliado con tecnológicas”, “Rusia es el enemigo que nos
invadirá”… y así sucesivamente. Tópicos de otra era, que ya no están
vigentes, algo que los medios de comunicación españoles, incluidos los
digitales, deberán reconocer antes o después. Acaso por eso son inatendibles y
aquellos que tienen inquietudes optan por buscar ellos mismos -a costa de
equivocarse a veces- en lugar de recurrir a información sesgada en defensa de
la globalización.
Mucho más importante para el futuro que el “rearme
arancelario” es la cuestión de las “tierras raras” y ahí es donde entran
Groenlandia y Ucrania.
