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¿Qué es lo que ha cambiado
en la geopolítica mundial?
La geopolítica nació para justificar (mucho más que para explicar)
los distintos expansionismos nacionalistas del siglo XIX y, por tanto, está
vinculada a la Segunda Revolución Industrial, período en el que aparecieron los
distintos nacionalismos y fue la época dorada del colonialismo. A partir de
1945, la única geopolítica válida y aplicable a la realidad fue la enunciada
desde los EEUU: es decir, “el atlantismo”. Fue la victoria del “poder marítimo –
comercial” sobre el poder estatal terrestre. Y, entre 1989 y 2001, esa
victoria fue total y coincide con el inicio del período globalizador que
entraría en crisis en 2007 y se desmoronaría definitivamente con el inicio del
conflicto ucraniano. A partir de 2021, los paquetes de sanciones impuestos
por EEUU a Rusia, tenderían a estrechar la alianza de los “países BRICS” y a
enterrar las fantasías de un “mercado único global”.
En esa nueva situación, la administración Biden (que estaba
aupada por el “dinero viejo”, por las dinastías económicas vinculadas al
capital especulativo, al mundo de la banca y de las finanzas, a las
multinacionales y al complejo militar-industrial) siguió considerando a Rusia
como el “único enemigo geopolítico”, fieles de estricta observancia de la
geopolítica enunciada en la segunda mitad del siglo XIX y en la primera mitad
del siglo XX. Pero se trataba de una visión esclerotizada de la política
mundial que ignoraba los elementos nuevos que se habían incorporado a la
ecuación.
Y son esos nuevos elementos los que han sido, finalmente,
reconocidos por la nueva administración norteamericana, mucho más realista,
mejor orientada de cara al futuro y con apoyo electoral suficiente como para
imponer una nueva línea en política exterior. Una línea que se traduce en un
nuevo diseño geopolítico, basado en los siguientes principios:
1. Rusia ha dejado de
ser “el enemigo”
Para la nueva administración norteamericana, Moscú ya no es el
enemigo. No solamente no propone un sistema comunista, sino que no muestra ninguna
ambición expansionista. Pero, eso sí, es extremadamente celosa con su seguridad
y con su soberanía. La administración norteamericana, por primera vez desde
1945, ha podido constar que Moscú ni desea exportar una ideología, ni incorporar
otros territorios y que, todos aquellos que acusan a Rusia de querer “incorporar
a Polonia” a su territorio o de preparar la “invasión de Rumania”, no son más
que patanes, loros que repiten lecciones que otros han redactado, o simplemente
mentirosos que diariamente son desmentidos por los hechos. Y lo que es aún
mas importante para los EEUU: Rusia no aspira a la hegemonía mundial, ni
siquiera a desestabilizar a adversarios geopolíticos. Los territorios de
los que dispone son inmensos, interminables, especialmente en Siberia,
absolutamente inexplotados, reservas naturales de petróleo, gas, tierras raras
y demás minerales estratégicos. Todo lo que necesita para impulsar su crecimiento
económico está en el interior de sus fronteras. En buena lógica, ni el gobierno
Putin, ni los gobiernos que le sustituirán aspirarán jamás a desestabilizar a
adversarios geopolíticos o a imponer gobiernos “comunistas”.
2. Si Rusia no es “el
enemigo”, la OTAN no es tan importante para EEUU
Este reconocimiento de que Rusia ya no es el enemigo geopolítico,
devalúa la importancia de la alianza atlántica: si Rusia no tiene
aspiraciones territoriales, Europa no está en peligro, por mucho que sus élites
al servicio del “dinero viejo”, repitan una y otra vez que el Viejo Continente
está amenazado por Rusia. Los envíos de gas de Rusia a Europa han demostrado
suficientemente que, desde Moscú, se mira a la UE como un “cliente”. Lo
único que Rusia no está dispuesta a ceder es en la instalación de los misiles
de la OTAN en las puertas de su frontera y a 15 minutos de sus objetivos en
Moscú. La administración Trump no está dispuesta a disolver la OTAN, pero si
a sumirla en la irrelevancia estratégica. De ahí la necesidad tantas veces
proclamada por Donald Trump de que “Europa debe aumentar su presupuesto de
defensa”… lo que, en otras palabras, quiere decir que “Europa debe defenderse a
sí misma”. A diferencia de las anteriores administraciones norteamericanas, Donald
Trump no está dispuesto a ejercer críticas a sus aliados, pero tampoco a romper
con ellos. Por el momento, todo se reduce a pedirles que aumenten sus
presupuestos de defensa y se rearmen… consciente de que ese rearme supondrá un
incremento de ingresos para el complejo militar-industrial que, al menos en una
generación, no tendrá necesidad de nuevas guerras para dar salida a lo
producido en sus fábricas: Europa pagará su defensa… que nunca será “ofensiva”
frente al poder ruso. Por lo tanto, la paz quedaría asegurada en Europa.
3. Y, por tanto, la OTAN
no es una prioridad, ni Ucrania una necesidad
La OTAN seguirá existiendo, aunque languidecerá. La falta de
liderazgo en Europa, la ausencia de cualquier sentido de realismo por parte de
los distintos jefes de Estado y de gobierno europeos, garantiza la irrelevancia
de Europa en las próximas décadas. Ni el rearme se consigue de un día para
otro, ni Europa está en condiciones de afrontar enemigos exteriores, a la vista
de que, como se encargó de recordar J.D. Vance, vicepresidente de los EEUU, en
la Conferencia de Seguridad de Múnich: el enemigo de Europa “ya está dentro de
Europa”. La triste realidad es que Volodimir Zelensky creyó en las
promesas de la administración Biden y en las seguridades dadas por el “dinero viejo”
que le aconsejaron entrar en la OTAN y en la UE, sin pensar que las elecciones
celebradas cada cuatro años, podrían dar un vuelco a la situación
internacional. La alianza entre el sector tecnológico (el “dinero nuevo”) y
el nuevo conservadurismo, ha roto las esperanzas de una integración de Ucrania
en la OTAN y alejado el sueño del complejo militar-industrial y del “dinero
viejo”: ampliar la guerra, multiplicando las destrucciones y la quema de
armamentos, para aumentar la cuenta de beneficios, tanto durante la guerra como
en la posterior reconstrucción. Pero, el “dinero viejo” ha sido derrotado
en las pasadas elecciones norteamericanas y solo tiene peso en los países
europeos. Zelensky, ante esta realidad, se ha quedado en la cuerda floja:
abandonado por los EEUU, sostenido solamente por países europeos que no han
advertido todavía su irrelevancia, sin ninguna as en la manga, con las peores
cartas de la baraja y sin posibilidades de ligar ninguna alternativa (como se
encargó de recordarle Trump), recibe abrazos de Starmer, Macron y Sánchez, que
no pueden aportarle ninguna ayuda efectiva, sino créditos a devolver y un plan
de paz irreal que básicamente consiste en que fuerzas pertenecientes a países
de la OTAN constituirían la “fuerza de paz” presente en Ucrania… justo lo que
desencadenó la guerra en febrero de 2022.
4. Sólo el “dinero viejo”
sigue considerando a Rusia como su enemigo.
En anteriores artículos hemos señalado la contradicción entre dos
formas de capitalismo avanzado: el “dinero viejo” y el “dinero nuevo”. En otras
palabras, a un lado, el dinero procedente de las multinacionales, de los
fondos de inversión, del préstamo con interés, del complejo militar-industrial
de los EEUU y de la actividad financiera clásica; de otro, el dinero procedente
del capital-riesgo y de las empresas tecnológicas. Ambas representan dos estadios
sucesivos del capitalismo: el vinculado a la Segunda y Tercera Revolución
Industrial y el vinculado a la Cuarta, actualmente en curso. El “dinero
viejo” apoya las políticas clásicas surgidas desde 1945 y, tiene una concepción
surgida de la Guerra Fría: “Rusia es culpable”. Necesita “enemigos” y guerras
para multiplicar sus beneficios. Por otra parte, está vinculada al comercio
mundial y precisa un sistema globalizado cuyos garantes son las estructuras internacionales
surgidos de la derrota de 1945: la ONU y sus agencias, el Banco Mundial, el
Fondo Monetario Internacional. El “dinero viejo”, políticamente, mantiene a
los partidos de centro-derecha y centro-izquierda como únicas alternativas y tiende
a adjetivar todo lo que escapa a su control como “extrema-derecha”, o “gobiernos
antidemocráticos”. Su discurso es inmovilista en relación a la Guerra Fría, sin
advertir que la Cuarta Revolución Industrial está afectando radicalmente a las
sociedades y que las fórmulas que en otro tiempo fueron eficientes, están hoy
esclerotizadas, especialmente las políticas (partidocracia, subordinación de la
política a la economía). El “dinero viejo”, en particular, teme que Rusia, a
través de los BRICS, precipite el final del orden económico mundial.
5. Y el “dinero viejo”
es el que marca la agenda política europea.
El orden mundial surgido en 1945 se aplicó especialmente en
Europa, y durante ocho décadas, el continente fue dirigido por partidos de
centro-derecha y de centro-izquierda (democristianos y socialdemócratas),
primero la Europa Occidental y después de 1989, el resto del continente. Pero,
poco a poco, los efectos negativos de la globalización y de su “pata europea”,
la UE, ha ido restando apoyo electoral a estas opciones que, finalmente, con la
estrategia del “cinturón sanitario” han revelado lo que verdaderamente son: un “partido
único” en el que todas sus tendencias están de acuerdo en lo esencial:
mantener el statu quo mundial, aceptar la globalización y sus instituciones (la
UE, en concreto), ver a Rusia -el país más refractario al poder del “dinero
viejo” y de las instituciones internacionales- como “el enemigo” y mantener
como apestados y marginados a todos aquellos que critiquen la decadencia
europea, la llegada masiva de inmigración, la multiculturalidad. En la
práctica, el “dinero viejo”, hasta ahora, ha tenido una orientación política
única: ha priorizado a las opciones “progresistas” frente a las “conservadoras”·(la
única derecha a la que apoyaban era la “derecha progresista”) que era, justo lo
que proponían los centros de poder económico: la Comisión Trilateral, el Foro
de Roma, el Club Bildelberg, el Foro de Davos. El poder político en Europa
está, en la actualidad, ligado directamente a opciones dependientes de todas
estas instituciones económicas. Y este es el principal factor de degradación
de la vida político-económica y cultural en Europa
6. Las fortalezas del “dinero
viejo”: ONU, Agenda 2030 y UE.
A partir de los años 90, resultó evidente que las organizaciones internacionales,
concluida la Guerra Fría, estaban asumiendo un papel para el cual no habían
sido creadas: si hasta ese momento, se habían
limitado a intervenir en algunas situaciones de crisis internacional, a enviar “fuerzas
de interposición” en “zonas calientes” y su organismo esencial era el “Consejo
de Seguridad”, a partir de mediados de los 90, pasaron a ser instrumentos
para impulsar un “gobierno mundial” y laboratorios del “nuevo orden mundial”:
establecieron, inicialmente, “objetivos del milenio”, tras cuyo fracaso,
optaron por transformar en “Agenda 2030”. El “prestigio internacional” de la
ONU y de sus agencias, hizo que, de ser un foro de gobiernos de los
distintos países, pasaran a ser un laboratorio de ideas y de propuestas progresistas
que emanaban de gentes a las que nadie había elegido (una burocracia
funcionarial) y que proponían a los gobiernos nacionales tomas de posición que
iban en contra de sus intereses nacionales y de la propia lógica. La ONU
estableció las prioridades del “progresismo” a través de la Agenda 2030:
multiculturalidad, idea del cambio climático antropológico, de la “huella de
carbono”, de las energías verdes, de la libre circulación mundial de personas, de
los “estudios de género”. Pues bien, solamente la UE ha asumido la totalidad
del programa suicida incluido en la “Agenda 2030” que ha pasado completamente
desapercibido en otros continentes. Y esto ha supuesto lo que algunos han
definido como “la soga verde” que está liquidando con pasos agigantados, la
industria, la prosperidad y el trabajo en Europa para mayor gloria de la “Agenda
2030”. En la medida en que es en Europa donde se han conquistado más derechos
sociales, el “dinero viejo” ha optado por destruir el tejido industrial (mediante
la deslocalización y la conversión en una zona de servicios) y social (a través
de la inmigración masiva y la multiculturalidad) europeo. Y esto se ha
hecho y se está haciendo a través de la UE.
7. Los BRICS: como alternativa
al dólar y la hegemonía norteamericana.
Hasta la administración Biden, los EEUU consideraban a Europa como
su “protectorado”. Los propios gobernantes europeos se consideraban “aliados”
de los EEUU, olvidan que los “imperios” no tienen aliados: tienen “súbditos”.
Estaban convencidos de que la globalización prosperaría sin menoscabo para
Europa y, por tanto, sin alteraciones en su relación con los EEUU. Sin embargo, la situación mundial estaba cambiando y solamente
la narcosis en la que habían caído los gobiernos europeos provocada por los “objetivos
del milenio” o por la Agenda 2030, les impedía ver una realidad mundial
cambiante: el inicio del conflicto ucraniano en 2022 evidenció algunos de estos
problemas: los dieciséis “paquetes de sanciones” ordenados por la administración
Biden contra Rusia, generaron más dificultades a la UE que a Rusia: el precio
del gas y del petróleo se encareció. Amparados en la creencia de que “todo el
mundo” respaldaba a Ucrania no advirtieron que la mayor parte del mundo estaba,
precisamente, apoyando, activa o pasivamente, la posición rusa. Países como
China, India, Irán, se ubicaban en una posición neutral que, de hecho, era
favorable a los intereses rusos. Los países BRICS, ralentizaron -pero no
descartaron- la creación de una nueva moneda de cambio internacional que
compitiera con el dólar (que siguen teniendo como proyecto). No hay que
olvidar que los países BRICS, tienen como objetivo un mundo multipolar que no
era, precisamente, el diseño del progresismo norteamericano: un mundo
globalizado con un único gendarme mundial y una única moneda de cambio
internacional, el dólar. Sueño en el que los EEUU han persistido hasta el
cambio de administración y se ha impuesto el realismo y el sentido común. Es
significativo que, en este contexto, la voz de la UE haya estado completamente
ausente y los distintos gobiernos europeos hayan seguido las órdenes de la
administración Biden en el tema de las sanciones a Rusia: pero es más significativo
todavía que los medios de comunicación de la UE insistieran en la “soledad de
Putin”, en que “la invasión de Ucrania ha aislado a Rusia”, cuando en realidad,
lo que había ocurrido es que la globalización había saltado por los aires: de
repente, desapareció el “mercado único mundial”, el comercio volvió a tener
fronteras (generadas por las sanciones a Rusia, adoptadas solamente por la UE).
¿Qué había ocurrido? Acaso el “dinero viejo” no buscaba un modelo globalizado.
Sí, pero cuando hablamos de “capitalismo” y de “dinero viejo”, no debemos
pensar que éste es una realidad homogénea: en su interior existen distintos
intereses: el conflicto ucraniano fue el resultado de la presión del complejo
militar-industrial norteamericano, por una parte, y del sector energético para
aumentar sus ventas en la UE.
8. El intento trumpista:
aproximarse a Rusia para que se aleje de China
El “American First” de Donald Trump no puede extrañar a
nadie. Es una consigna lógica: mucho más absurdas son las políticas europeas de
“Europa tierra de acogida” o el “Welcome refugies”, por no hablar de renunciar
a la autonomía alimentaria para promover la economía marroquí... En realidad, los
países BRICS habían descubierto el trumpismo ante litteram: sus países
primero, por encima de un orden mundial querido por el “dinero viejo” que les
perjudicaba. Si en política interior, la administración Trump ha marcado
claramente sus prioridades (reconstrucción de infraestructuras, relocalización
empresarial, crear puestos de trabajo en el sector industrial), falta definir
una política internacional que considere a los países BRICS como actores internacionales
y potencias emergentes. Y aquí el vuelco ha sido histórico: el conflicto
ucraniano ha dado la excusa a los EEUU para cambiar sus alianzas y sus prioridades
geopolíticas. Europa ya no es el aliado preferencial. La política trumpista está
tratando de aproximarse a Rusia para hacer que este país sea equidistante tanto
de EEUU como de China y evitar así que el frente de los países BRICS erosione
para siempre el poder del dólar y, por tanto, sea un menoscabo para los EEUU.
Es una apuesta arriesgada, pero que confirma una realidad: EEUU, Rusia y
China son el tríptico sobre el que descansa la geopolítica mundial. La
capacidad de producción industrial china es muy superior a lo que su propio
país puede absorber y, por tanto, precisa de exportaciones. Esto choca con la
política de relocalizaciones y rearme industrial de la administración Trump. La
esperanza de la administración Trump es que un parón en la actividad comercial
china, genere problemas en el interior del país y obliguen a China a cambiar su
política comercial al tiempo que aumentan las contradicciones entre el Partido
Comunista y las empresas tecnológicas chinas. Pero, el punto débil de
esta estrategia es si Rusia optará por aproximarse a EEUU o bien mantendrá su
cooperación con China dentro de los BRICS. Para Rusia, lo esencial, seguirá
siendo su seguridad y la exportación de productos energéticos a cualquiera que
se lo solicite. China, por su parte, mantiene fundadas esperanzas en alcanzar
la hegemonía mundial en los próximos años: para ello cuenta con población
homogénea, territorio, riquezas en minerales estratégicos y tecnología, pero su
debilidad es la dependencia del comercio mundial. Debilidad que no afecta a
Rusia y de la que los EEUU quieren protegerse relocalizando industrias e
impulsando la reforma del sector primario para alcanzar autonomía alimentaria.
9. La globalización
añorada por el “dinero viejo”
Hasta ahora, el principal beneficiario de la globalización ha
sido, en términos nacionales, la República Popular China. Esto genera una alianza
objetiva entre el “dinero viejo” (partidario de la globalización y las deslocalizaciones)
y el conjunto chino (Partido Comunista y empresas tecnológicas). China es
consciente de que su gran enemigo, no es, en realidad, el conservadurismo
norteamericano, sino la alianza de éste con las empresas tecnológicas de EEUU y
que es en el terreno de las nuevas tecnologías en donde se dirimirá la hegemonía
mundial. Pero hay contradicciones importantes: el
“dinero viejo” nació de la explotación capitalista durante la primera y en los
orígenes de la segunda revolución industrial. Esta explotación generó dos
fenómenos opuestos como protesta y reivindicación de las clases trabajadoras:
el fascismo (nacido en las clases medias, con vocación nacionalista y social) y
el comunismo (nacido en la clase obrera, con vocación internacionalista y
social). El actual gobierno chino ha unido lo peor del capitalismo
(consumismo, derechos sociales disminuidos, grandes acumulaciones de capital) a
lo peor del comunismo (sometimiento al Estado, falta de libertades cívicas,
pensamiento único obligatorio). Tal es la realidad del eslogan: “un
país, dos sistemas”. Por su parte, el “dinero viejo”, tendía hacia una
realidad similar a escala mundial: sometimiento del Estado a la economía,
gobierno de las grandes acumulaciones de capital, consumismo, recorte creciente
a las libertades, pensamiento único. Su eslogan, en la práctica, era “un
mundo globalizado, un único sistema mundial”… pero, en el fondo, lo que
más se parece al proyecto globalizador es lo realizado por China, su máximo
beneficiario junto con las élites mundialistas propietarias del “dinero viejo”.
De ahí que, el problema no sea la política exterior y comercial china, sino su
alianza objetiva con las élites occidentales propietarias del “dinero viejo”,
el enemigo jurado de la alianza temporal entre el conservadurismo
norteamericano y los propietarios de las empresas tecnológicas. Aquel que
logre romper primero las alianzas del contrario, es el que saldrá victorioso de
este conflicto: o la alianza entre el Partido Comunista Chino y las
tecnológicas del país, o la alianza entre los conservadores y las tecnológicas
norteamericanas.
10. Del Atlántico Norte
al arco del Pacífico.
Pero el elemento más destacado de la nueva situación internacional es el reconocimiento explícito de que el eje de la economía mundial, ya no se sitúa, como durante todo el siglo XX en el eje Europa-Estados Unidos (esto es, en el “Atlántico Norte”), sino en el eje Asia-Pacífico. Y allí nuevos actores entran en juego: Taiwán, Australia, Filipinas, Japón, Corea, el sudeste asiático… además, naturalmente, de los dos polos de atracción, EEUU y la República Popular China. En esa zona es donde se encuentra concentrada la mayor parte de la población mundial y, por tanto, los nuevos y más prometedores mercados de consumo. La administración Trump ha entendido perfectamente que, para tratar de emancipar a Rusia de la amistad con China, es preciso acabar con la guerra de Ucrania que, desde el principio, solo ha tenido interés para el complejo militar-industrial norteamericano. Esa actitud pacifista, muestra de mano tendida de EEUU hacia Rusia, mientras que los gobiernos europeos, todos ellos debilitados por la mezcla étnica, la partidocracia terminal y la ignorancia del rechazo a sus políticas (que se muestra en el crecimiento del “euroescepticismo” y en el voto a los partidos “populistas”, sometidos al cerco del “cinturón sanitario”), todavía no han entendido que ya no representan nada en el contexto político mundial. Siguen viéndose a sí mismos, como las potencias coloniales que fueron en el siglo XIX o con pretensiones de ganar protagonismo en política internacional que haga olvidar sus errores, sus omisiones y sus fracasos, tanto en sus respectivas políticas nacionales, como en la política de la UE. Derrotado en EEUU, derrotado por la política cotidiana cada vez en más países europeos e iberoamericanos, derrotado por el fin de la globalización, el “dinero viejo” tenderá a hacer de la UE su refugio: convertir a la UE en el “islote woke mundial”, seguir manteniendo los objetivos de la Agenda 2030, y esperar mejores tiempos para que el “cordón sanitario” pueda mantenerse por tiempo indefinido y a despecho del electorado europeo que cada vez con más fuerza pide un cambio radical. Cambio que, por supuesto, ni los Sánchez, ni los Draghi, ni los Von der Leyen, ni los Schwab, ni los Macron, ni los Merz, ni los Trudeau en Canadá, todo ellos “hijos de Soros”, ni están dispuestos a llevar a cabo, ni sabrían cómo hacerlo sin traicionar al “dinero viejo” del que son sus últimos valedores.
