El resultado de las elecciones alemanas, lejos de solucionar los
problemas de aquel país, lo suma a la larga lista de países europeos con
problemas de estabilidad y gobernabilidad. Dicho en otras palabras: la
coalición de gobierno que salga, una vez más, no se corresponderá con los
deseos de buena parte del electorado. Esta situación afecta, precisamente,
a las dos “locomotoras europeas” (Francia y Alemania) y está repercutiendo en
toda Europa. Esta situación nace de la política del “cinturón sanitario”,
ordenada por el Foro de Davos, por los Soros y demás representantes del “dinero
viejo”, a una clase política, gastada, sin ideas, sin doctrinas, ni objetivos
salvo su propia supervivencia. Cuando los tertulianos y los dirigentes de los
partidos aluden a la “gran coalición” que se formará en Alemania, es lícito
sonreír: el SPD ya no es el segundo partido, es el tercero (en caída en picado)
y la línea política que aceptará, para participar en el gobierno, es
“continuista” en relación al anterior tripartito: no cambiar nada en materia de
energía, ni en materia de inmigración. En otras palabras, la inestabilidad y el
estancamiento económico están escritos en el futuro alemán.
EL CAMINO A LAS ELECCIONES DE 2025
En 2021, el flamante SPD obtuvo 206 diputados y 11.955.434 votos.
No era una victoria rotunda: la CDU/CSU había obtenido 197 diputados (apenas 9
menos) y 725.000 votos menos. Entonces si que una “gran coalición” hubiera sido
la “Gross Koalition”, no ahora. Pero, Olaf Scholz cometió el error de
elegir mal los aliados: los Verdes que habían registrado una de sus fugaces
subidas electorales y los Liberales que habían mejorado ligeramente. En esa
ocasión, la AfD descendió ligeramente y Die Linke se desplomó. La
coalición prometió resolver los grandes problemas del país…
Pero la economía alemana se detuvo en los años siguientes, los
atentados islamistas se convirtieron en una triste y trágica cotidianeidad, el
conflicto ucraniano y las sanciones obligadamente impuestas a Rusia, los
problemas energéticos y, sobre todo, el negro futuro, entrañaron el final de aquella
coalición que se rompió -como suele ocurrir- por la pieza más débil -el FPÖ-
temeroso de desaparecer políticamente (como así ha ocurrido). Era previsible: a
los Verdes solamente les interesaba la “política verde” y esto implicaba:
Agenda 2030, más energías alternativas, liquidación de la energía nuclear, “welcome
refugies”, aumento del gasto público y poco más… que eran, algo más
radicalizadas, propuestas idénticas a las del SPD.
Para la población, era evidente, que esta política no funcionaba.
Y lo que era peor para los partidos del stablishment: en algunas
encuestas, la AfD aparecía, en la primera mitad de 2024, como el partido con
mayor intención de voto. En apenas tres años, la popularidad del gobierno había
caído del 52% al 33%. Al tratarse el problema del aumento del gasto público en
noviembre de 2024, las posiciones de la coalición gubernamental eran
irreconciliables. Los liberales rompieron la baraja proponiendo reducir el
gasto público, especialmente en materia climática y en políticas sociales.
A esto se sumó la derrota de los partidos de la coalición en las
elecciones europeas y en todas las elecciones regionales que se convocaron. El
partido menos afectado en estas elecciones regionales había sido el FPÖ que
creía, verdaderamente, poder sustituir a la AfD como “partido de protesta”…
olvidando que hasta ese día era “partido de gobierno”. La destitución del
ministro de finanzas, Lindner (presidente del FPÖ), fue la excusa para que este
partido rompiera la coalición, obligando a Scholz a convocar nuevas elecciones
al no superar la moción de confianza…
LOS DIEZ MILLONES DE VOTOS DE AfD ANTIINMIGRACIÓN,
SON, EN
REALIDAD, MÁS
Casi podría decir que la socialdemocracia alemana ha vuelto a sus
orígenes, obteniendo el peor resultado en 140 años… Esto no es poco: no debemos
olvidar que existe la Internacional Socialista, porque existe el SPD y que esta
estructura internacional se formó en torno a tres puntales: el socialismo
francés (la SFIO, hoy PSF, en crisis profunda), el laborismo británico (Starmer
es el político peor valorado del Reino Unido) y el pilar alemán (a partir del
23-F sumido en la irrelevancia). Después del Congreso de Bad Godesberg, con la
renuncia al marxismo y la aceptación del capitalismo, esa doctrina impregnaría
a todo el socialismo mundial. Esta idea suponía equilibrar logros sociales con
crecimiento capitalista. Y esto “funcionó” para el electorado hasta la gran
crisis económica de 2007-2011 cuando la socialdemocracia europea, puestos a
salvar a la clase trabajadora o a la banca, allí donde gobernaba (en España,
con ZP, sin ir más lejos) optó por el “salvataje” de la banca… Ahí empezó el
principio del fin de la Internacional Socialista…
Caída la “ideología de Bad Godesberg”, la socialdemocracia optó
por el “pensamiento excéntrico” o la “izquierda marciana”: identificar su
ideario con las nuevas ideas irradiadas por el Foro de Davos, por las
organizaciones internacionales de la ONU y sus agencias, problemas climáticos,
energías verdes, estudios de género, inmigracionismo, sintetizados luego en la
Agenda 2030. La socialdemocracia abandonó sus orígenes para convertirse en un
híbrido extraño y anómalo cuyo electorado estaba formado por profesionales
progresistas, inmigrantes nacionalizados, okupas, minorías sexuales, especies en
vías de presunta o real extinción y poco más. Las clases trabajadoras buscaron
otras listas electorales que defendieran sus intereses. Y se orientaron, en
toda Europa, hacia el “nacional-populismo”.
En Alemania, desde finales de los años 60, se había conseguido
evitar que el NPD superase la barrera del 5% de los votos -necesaria para
entrar en el parlamento federal-; esta norma, unido a la actividad de la
Oficina de Protección de la Constitución, OPC (que infiltraba miembros
provocadores y sometía a una estricta vigilancia a los partidos de
“extrema-derecha”), consiguió que las distintas formaciones de tipo
“nacional-popular” que se había ido sucediendo desde 1948, (SRP, DRP, NPD,
Republikaner, etc) tras un período de ascenso, finalmente, vieran entorpecidas
y detenidas sus perspectivas de crecimiento. Hasta que apareció Alternativa por
Alemania (AfD).
En realidad, los partidos de “extrema-derecha” que hemos
mencionado antes podían calificarse como “neo-fascistas”, o bien contaban con
antiguos miembros del NSDAP. Esto era suficiente para que fueran excluidos de
la vida política alemana. Sin embargo, con la AfD estamos hablando de otro tipo
de partido. Esta formación, no acepta, por ejemplo, a miembros que hayan tenido
militancia en el pasado en formaciones de extrema-derecha… para evitar las
trabas puestas por la OPC
La cuestión es que, en las elecciones del 23-F la AfD ha
experimentado un tirón que le ha llevado a convertirse en la segunda fuerza
política del país, con 10.327.148 votos, 151 diputados (68 más que en las
anteriores elecciones), aumentando su cuota electoral en un 114’7%... con dos
millones de votos mas que la socialdemocracia y tres millones y medio de votos
menos que los democristianos.
Lo sorprendente de esta formación es que ha logrado el trasvase a
su patrimonio electoral de dos millones de votos de la CDU y de algo menos de
un millón de votos del SPD. Lo que ha generado esta riada de votos es la
pérdida de vitalidad económica y la inmigración masiva -resultado de las
políticas erróneas de gobiernos anteriores, especialmente de la Merkel- a lo
que hay que sumar el yihadismo en plena ofensiva que, en los últimos meses,
prácticamente cada semana realiza algún apuñalamiento o atropellos masivos.
Pero, no nos engañemos: el rechazo a la inmigración es todavía más
masivo de lo que parece. Por unos votos ha logrado entrar en el parlamento
federal, la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), una formación que ha logrado un 5%
de los votos (2.468.670 votos) con un solo diputado, un partido de izquierdas,
escindido de Die Linke, antiinmigración. En otras palabras: sumado el
potencial antiinmigración de la AfD y de la BSW, prácticamente iguala los
resultados de la CDU (sin olvidar que, parte de la rama bávara de la CDU, la
CSU, está en posiciones más conservadoras que la AfD…).
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LA “PEQUEÑA GRAN COALICIÓN”
No se puede dudar de que los resultados electorales conducen
directamente a una alianza entre la CDU y el SPD. Hará falta esperar a los
términos del acuerdo y del programa de gobierno para darse cuenta de lo que
dará de sí. Y todo induce a pensar que no tendrá un largo recorrido. Para que
pudiera triunfar, debería de revertir las políticas que democristianos y
socialdemócratas han aplicado en las últimas décadas. Sería como decir: “lo
hemos hecho rematadamente mal durante desde hace treinta años, pero,
tranquilos, ahora lo haremos de maravilla”… Y, ciertamente, el electorado
podría creer el “relato” construido ad hoc si no fuera porque no hay
ningún dato que permita ser optimista.
A esto se une, además, que la disolución de la USAIDS empezará a
sentir su influencia en los medios de comunicación occidentales
pro-globalistas, que se verán privados de fuentes de ingreso para difundir sus
campañas de agitación. Si el futuro gobierno alemán logra prolongar su
existencia los cuatro años de la legislatura, nadie sabe cómo podrá revertir la
tendencia a un aumento de la deuda pública, a una necesidad de energía que las
“renovables” no están en condiciones de ofrecer, o detener al terrorismo
yihadista y al deterioro del orden público, sin repatriaciones masivas,
expulsiones de islamistas raciales, o cómo se va a financiar la reconstrucción (o
la ayuda militar) de Ucrania (¿con bonos? esto es, con más deuda europea…), ni
siquiera cuál va a ser la política exterior de la RFA y de la UE.
ALGUNAS CONCLUSIONES
La tendencia del electorado alemán es a un corrimiento hacia la
derecha. La CDU crece, pero a costa de perder votos en dirección a AfD (y
ganarlos, de antiguos votantes del SPD y del FPÖ). La CDU crece, pero su rama
bávara está mucho más próxima a la AfD que al SPD.
Por otra parte, la AfD no es un partido ni “extremista”, ni
“neo-nazi”: es el partido que mejor responde y de manera más clara a los
problemas de la sociedad alemana en este momento. De hecho, su programa
contiene elementos ultraliberales en lo económico, pero también
proteccionistas, antiinmigración, y a partir de 2020 se autodefine como
“partido social”. Dista mucho de ser un partido unitario, al menos si hacemos
caso a sus documentos.
Ahora bien, existe entre las distintas tendencias, un acuerdo: “el islam no pertenece a Alemania” (resolución política de la AfD en 2016), que rectificó la consigna de 2013 (“Política de asilo más generosa y de inmigración más estricta”) y en “Detengan la locura de género”. Los 25.000 afiliados al partido están de acuerdo unánimemente en estas posiciones.
El partido
mantiene un ala más radicalizada, Der Frügel, dirigida por Björn Höcke y
Dubravko Mandic, que ha sido declarada como ”extremista” por la Oficina de
Protección de la Constitución (OPC). La propia AfD pidió la disolución de esta
tendencia (que tenia entre el 20 y el 40% de apoyo de los afiliados) que,
consciente del riesgo que implicaba enfrentarse a la inquisición gubernamental,
cambió de nombre… Sobre todo, en los länders de Turingia y Sajonia donde
el partido ha obtenido más del 30% de los votos y en el territorio de la
antigua República Federal Alemana, en donde este partido es mayoritario. La
rama juvenil, del partido, Alternativa Joven es la más radicalizada y, constituye
el motor activista de la AfD.
Los “tránsitos” de la AfD en Europa son indicativos de ciertas
ambigüedades de su orientación -tributos a su deseo de supervivencia y para
esquivar la vigilancia de la OPC- Inicialmente, intentó acomodarse en el
parlamento europeo en el grupo de Conservadores y Reformistas Europeos, con la
oposición de Markel y Cameron. Cuando algunos diputados de la AfD propusieron
que se autorizara la utilización de armas de fuego contra los “refugiados”, se
les pidió que abandonaran el grupo. Este partido está en excelentes relaciones,
desde 2016 con el FPÖ austríaco, con el que fraguó una “Alianza Azul” ese mismo
año. En 2023, la AfD se integró en el
Grupo Identidad y Democracia formado por el FPÖ, la Lega Nord, y el
Rassemblement National francés. La situación de las “fuerzas alternativas” en
Europa es hoy mucho más diáfana de lo que suele creerse: están a las puertas
del poder y este les hace ser especialmente cautos en sus relaciones con otros
partidos hermanos.
Cuatro años más y el fracaso de las coaliciones de gobierno en
Francia y en Alemania, así como el presumible desastre del laborismo británico
o el cambio de rumbo en EEUU, dejan presagiar el hundimiento de las formaciones
tradicionales que han constituido las columnas del sistema político europeo
desde 1945: el centro-derecha y el centro-izquierda.
La política del “cinturón sanitario” frente a la “extrema-derecha”
(en realidad, frente al “populismo euroescéptico”), en realidad, no hace más
que prolongar la agonía de los partidos del stablishment que esperan
que, por un milagro de la providencia, se pueda revertir la decadencia
histórica de Europa, el yihadismo se extinga como una vela, la inmigración y
islamización de Europa, brusca e inesperadamente, se integren y la economía
fluya como en los mejores años de prosperidad, mientras que la deuda decrece
ampliándose el gasto público… ¿tienen sentido estas esperanzas imposibles? Desde
luego que no: la cuestión no es saber quién gobernará en Europa en los años 30
del siglo XXI, sino si la situación en ese momento podrá enderezarse y la larga
agonía de los partidos de los partidos y de las políticas del stablishment ya
nos habrá sumido en una crisis irreversible marcada por la quiebra económica,
la islamización y la guerra civil racial, étnica y social.
No hay distintas encrucijadas; sólo hay una: o se está con los
partidos del stablishment o se está con la alternativa. Y todo induce a
pensar que mientras unos menguan, los otros crecen, Esta es la tendencia en
toda Europa y que no dejará de aumentar en lo que, gracias a los partidos del
stablishment, se ha convertido en el “islote woke mundial” . Solamente
cuando este proceso se haya realizado en Francia y Alemania será posible la
reformulación de la UE, y abordar la necesaria reforma de la Unión.
Por el momento, el resultado de las elecciones alemanas, ha sido
un paso al frente en esa dirección y la “pequeña gran coalición” el síntoma de
la crisis de los partidos del stablishment.
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