En Germánicos contra bereberes no se
habla de sindicalismo, ni siquiera se alude a rasgos propios de lo que hasta
ese momento se consideraba como “doctrina falangista”. Se alude a lucha de
razas, conflictos étnicos y superposición de oleadas invasoras y sobre cómo
influyeron sobre la historia de España.
Hasta ese momento solamente
existían rudimentos de algo que pudiera considerarse como una “teoría sobre la
historia” en el medio falangista. El único que había desarrollado algo parecido
(y limitado a los últimos doscientos años de historia de España) había sido
Ramiro Ledesma en su Discurso a las Juventudes de España. Si
tenemos en cuenta que la difusión de este libro en la pre–guerra había sido
excepcionalmente limitada, a pesar de ser la única obra doctrinal sólida sobre
el movimiento nacional–sindicalista, se entenderá que exista un vacío.
Lo que José Antonio pronunció en el Teatro de la
Comedia, sobre que “el nacimiento del socialismo fue justo”, no
puede considerarse –como han hecho algunos– como una influencia “marxista” y,
en lo que se refiere a la obra de Spengler la discusión sobre el papel que tuvo
realmente en José Antonio está todavía sujeta a caución. En nuestra opinión, lo
que une a José Antonio y a Spengler es tan fuerte como lo que le separa. No se
ve en qué punto aceptaría José Antonio la tesis spengleriana sobre la
diferencia entre cultura y civilización, ni mucho menos referencia alguna en la
que aceptara una interpretación cíclica de la historia. Si existió influencia
spengleriana no fue en los temas centrales, como máximo, en los periféricos de
este autor. En cuanto a la tesis de que José Antonio tomó de Spengler la
cuestión del “estilo” (que defendió Salvador de Brocá), es,
igualmente improbable y basada en una sola frase de José Antonio pronunciada en
el brindis que pronunció en el banquete en honor de Eugenio Montes. En otro
lugar hemos escrito que el “estilo” que defendía José Antonio
tenía tres fuentes: el estilo propiamente católico, el estilo aristocrático y
el estilo fascista… que no eran excesivamente diferentes del defendido por
Spengler, sólo que éste había llegado a él a través de Nietzsche y del
pensamiento conservador alemán del XIX, una fuente incompatible con el
catolicismo joseantoniano.
No vemos una indiscutible influencia de Spengler en
José Antonio, mejor dicho: vemos poca influencia de La Decadencia
de Occidente (a pesar de que incluyera el libro en el plan de lecturas
en las cárceles de Madrid y Alicante y se convirtieran en material de lecturas
del SEU). La influencia spengleriana más directa, no deriva de La
Decadencia de Occidente, sino, de Años Decisivos.
En la conferencia pronunciada en el Ateneo de
Santander el 14 de agosto de 1934, José Antonio demuestra haber leído este
libro: “¿Cuándo empieza la descomposición que se inicia con la madurez?
Spengler dice que en 1730. Yo creo que fue treinta años más tarde”. Es
en Años Decisivos cuando Spengler alude a este tema. Es
también en esta obra en donde Spengler critica a Rousseau, un tema muy querido
para José Antonio. La obra le sirvió para tomar conciencia de las
características de su tiempo, un tiempo de grandes mutaciones históricas,
siendo el libro más “aristocrático” de Spengler: en él se denuncia las
revoluciones proletarias, los procesos de descolonización que se avecinan y la
pérdida de influencia de Europa en el mundo… y las guerras étnicas entre
pueblos blancos y de color. Y, lo más importante, al final de las Obras
Completas en los comentarios al plan de lecturas de los falangistas
encarcelados, se dice: “En la Prisión Provincial de Alicante, José
Antonio padeció una verdadera escasez de libros. Con todo, pudo salvar su Biblia, y
otro libro de Spengler: Años Decisivos”. Parece natural
que fuera la lectura de este libro el que le inspirara Germánicos
contra bereberes. Creemos que con mostrar los títulos de los únicos cinco
capítulos de los que consta el libro estará claro el motivo por el que vemos
en Años Decisivos el camino que lleva a escribir Germánicos
contra bereberes. Tal es el sumario de la obra:
— Introducción
— El horizonte político
— Las guerras y las potencias mundiales
— La revolución mundial blanca
— La revolución mundial de color.
Spengler se situaba mucho más en
el ámbito de la “revolución conservadora” que en el de los fascismos. Sin
embargo, su teoría sobre la “lucha de razas” (que expone en Años
Decisivos) vino en ayuda de los planteamientos raciales del movimiento
nacional-socialista y de su interpretación de la historia. A partir de la
página 76 y hasta el final de la obra, Spengler plantea una historia racial de
la modernidad y de sus conflictos, reducidos a conflictos étnico-raciales. Éste
era el libro que acompañó a José Antonio en sus últimos meses de vida, junto a
la Biblia...
José
Antonio cita en media docena de ocasiones a Spengler en sus discursos y
escritos. En dos ocasiones trae a colación la famosa frase sobre el pelotón de
soldados que salva a la civilización y quizás sea la lectura de Spengler la que
refuerza su opinión contraria a las concepciones roussonianas. Pero resulta
casi inevitable pensar que Germánicos contra bereberes, escrito
en la cárcel, es hijo directo de la lectura en Años Decisivos, el
único libro que pudo trasladar de la prisión Modelo de Madrid a la cárcel de
Alicante y que trataba en buena medida, como hemos visto de temática étnico–racial.
Spengler
estaba diametralmente alejado del humanismo del que hacía gala José Antonio.
Nacer, para Spengler, no era garantía de llegar acompañado de “valores
eternos”; había que demostrarlo. Era un escéptico en lo que respecta a la
humanidad; escribió: “El escepticismo, que es la condición necesaria
para la visión histórica, para la visión de la historia desde adentro –así como
el desprecio a los hombres es la premisa necesaria para su conocimiento
profundo– no está en el principio de las cosas”. Para Spengler el Estado era la herramienta
para rectificar todas las desviaciones de la conducta humana. Para José Antonio
la idea de “libertad del individuo” era la esencial. Decir –como nuevamente
dice Salvador de Brocá– que José Antonio tomó de Spengler la crítica al sistema
democrático es otra gratuidad: Ibsen, Maurras, los integralistas portugueses,
Maeztu, Balmes, Mussolini, Hitler… habían realizado una crítica a la democracia
que José Antonio conocía bien.
Las principales tesis de La Decadencia de
Occidente están ausentes del pensamiento joseantoniano. No se perciben
fragmentos significativos en las Obras Completas de José
Antonio en la que se encuentre alguna referencia explícita a civilizaciones que
nacen, crecen, se desarrollan y mueren, salvo en la conferencia que pronunció
en el Ateneo de Santander y que ya hemos mencionado. Lo que hay de Spengler en
José Antonio es lo que pasó a través del filtro de Ortega y Gasset, en el que
es perceptible la influencia del pensador alemán, especialmente en La
rebelión de las masas. Tampoco vemos que José Antonio haga especial énfasis
en la diferencia entre “cultura” y “civilización”. En
cuanto a la idea del “estilo” que propone, no deriva de
Spengler sino directamente del fascismo italiano y de la tradición de la aristocracia
guerrera católica. Finalmente, cuando José Antonio alude a la “invasión
de los bárbaros” (y lo hace reiteradamente) no está utilizando a
Spengler sino a Berdiaeff que responde mucho más directamente a su concepción
católica de la vida.
BERDIAEFF Y LA CONCEPCIÓN HISTÓRICA DE JOSÉ ANTONIO
Es cierto que en las Obras Completas de
José Antonio aparecen muchos elementos “historicistas”, especialmente en lo
relativo a la defensa de España y a la justificación de la Nación, a la
monarquía y a la Hispanidad. Se trata de referencias que indican por dónde iba
su pensamiento y en qué fuentes había bebido, mucho más que señalar la
existencia de una “doctrina oficial nacional-sindicalista de la Historia”,
concatenada y coherente. Ledesma trabajó mucho más en esta dirección en cuanto
se vio libre de las tensiones generadas por la militancia activa y la dirección
política, tras abandonar Falange y renunciar a reconstruir las JONS a finales
de la primavera de 1935. Pero, aún así, hay que reconocer que el Discurso
a las Juventudes de España, en sus primeros capítulos, es sobre todo, una
reflexión sobre los dos últimos siglos de “nuestra historia”, no
sobre la “Historia”.
Durante
los años 60 especialmente, cuando los jóvenes falangistas debían afrontar a la
izquierda marxista, se sentían huérfanos de esa “concepción nacional–sindicalista
de la Historia” con la que poder responder
al “concepción materialista de la Historia”.
De ahí surgió un complejo de inferioridad que es particularmente evidente a
medida que leemos los textos de la “izquierda falangista” de la época y que
alcanza su zénit en los años 70. José Antonio no enunció un “método de
interpretación de la Historia”, ni los falangistas de la postguerra pudieron o
quisieron hacerlo, entre otras cosas porque hubieran tenido que recurrir al
texto Germánicos contra bereberes (que se conocía, como
mínimo, desde los años 60. Ver nota final). En efecto, el “último José
Antonio”, involuntariamente apeado del frenesí de la lucha política cotidiana
tras el atentado contra el vicepresidente del parlamento Jiménez de Asúa,
escribe este texto con la clara intención de definir una “interpretación de la
historia”.
Todos los que han intentado realizar un análisis
pormenorizado de la procedencia de las influencias ideológicas que pesaron
sobre el pensamiento joseanto-niano, han reconocido un amplio abanico que va
desde Maurras hasta Marx, desde Balmes hasta Ortega, desde Bergson hasta
Spengler y desde Santo Tomas a Kant, sin olvidar, por supuesto, el pensamiento
español del 98. Lamentablemente, después de enumerar todas estas fuentes y
colocar algún fragmento de las Obras Completas que, más o
menos, concuerde con el autor en cuestión, eluden el especificar qué influencia
fue la más importante y, sobre todo, cómo se trasladó a las concepciones de
Falange Española. El Punto 3º de Falange Española es el único en el
que se alude a la historia:
"Tenemos
voluntad de Imperio. Afirmamos que la plenitud histórica de España es el
Imperio. Reclamamos para España un puesto preeminente en Europa. No soportamos
ni el aislamiento internacional ni la mediatización extranjera”.
Parece un redactado propio de Ramiro Ledesma (a quién
le correspondió, inicialmente, la elaboración del programa de los 27 Puntos).
Sin embargo, el añadido, si tiene más ecos joseantonianos:
“Respecto de los
países de Hispanoamérica, tendemos a la unificación de cultura, de intereses
económicos y de Poder. España alega su condición de eje espiritual del mundo
hispánico como título de preeminencia en las empresas universales”…
Pero, lamentablemente, ni en el programa de los 27
puntos, ni en otros discursos de José Antonio se percibe un análisis de lo que
fue el Imperio, ni porqué declinó, ni siquiera se aporta gran cosa sobre el
concepto de Imperio.
Como máximo, los elementos esenciales de la
inter-pretación joseantoniana de la historia están contenidos el texto que ha
llegado hasta nosotros de la conferencia que pronunció en el Teatro Calderón de
Valladolid el 3 de marzo de 1935. Es, ante todo, una conferencia sobre
historia. Es altamente improbable que el texto que ha llegado hasta nosotros en
las Obras Completas, refleje la totalidad de lo que allí se dijo.
En primer lugar por la importancia del acto (el primer aniversario de la
unificación con las JONS), en segundo lugar, por la importancia de la sección
de Valladolid y en tercer lugar porque el texto es demasiado breve y no existe
ninguna referencia directa a la política del momento, algo impensable en un
mitin político realizado cuando todavía el partido no se había recuperado del
impacto que le habían supuesto los problemas encadenados que aparecieron en el
semestre anterior, incluida la pérdida de Ledesma y de un buen número de
jonsistas y la polémica que en esos mismos momentos se estaba dando con el
intercambio de palabras gruesas entre La Patria Libre, portavoz de
los escindidos, y Arriba. Así pues, hay que darle al texto del
discurso el valor de fragmento de un puzle. Por lo demás, el texto
en algunos puntos no es particularmente comprensible y la exposición se
presenta como algo deslavazada, lo que agrava la sensación de que “falta algo”
en la transcripción.
Empieza José Antonio explicando que “las
edades pueden dividirse en clásicas y medias”. Las primeras son las que
tienen la “unidad” como atributo propio, las segundas son las
que “buscan la unidad”. El tránsito de las primeras a las segundas
ocurre mediante una catástrofe. El tránsito del imperio romano (mundo clásico)
al medieval, se realizaría por medio de la invasión de los bárbaros. Parece
atribuir al cristianismo la erosión de los cimientos de la “Roma agitada”, pero
ve en la invasión de los bárbaros el desbarajuste final que apuntillará al
Imperio; sin excluir el que pueda haber algún error de transcripción,
dice: “El cristianismo reinó [sobre] los cimientos de la Roma agitada;
pero falta todavía, para que Roma acabe de desaparecer, la catástrofe, la
invasión de los bárbaros”. A partir de ese momento empezará un período de
recomposición de la humanidad medieval en el curso del cual “van
prendiendo las raíces de la unidad por Europa” y que culminará en el
siglo XIII (“el siglo de Santo Tomás”).
El “mundo” (en realidad Europa) ha encontrado su
unidad: “Pronto se realizará el Imperio español, que es la unidad
histórica, física, espiritual y teológico”. Pero, hacia la “tercera
década del siglo XVIII empiezan las congojas, las inquietudes; la sociedad ya
no cree en sí misma, ya no cree tampoco, con el vigor de antes, en ningún
principio superior. Esta falta de fe, en contraste con la pesadumbre de una
sociedad otra vez perfecta, impulsa a los espíritus débiles a la fuga, a la
vuelta a la Naturaleza”: es la doctrina de Juan Jacobo Rousseau con
su Contrato social. En apenas un párrafo explica la aparición del
liberalismo (“Surgen los economistas y empiezan a interpretar la historia
por referencia a las nociones de mercancía, valor y cambio”), del proletariado
(“Surge la gran industria, y con ella la transformación del artesanado en
proletariado”) y, finalmente, el marxismo (“Surge el demagogo, que
encuentra dispuesta una masa proletaria reducida a la desesperación”). ¿La
conclusión? La percepción de la decadencia: (“Lo que se creyó progreso
indefinido estalla en la guerra de 1914, que es la tentativa de suicidio de
Europa”).
Se ha dicho que esta era la tesis de Spengler y de
Ortega. Lo es, pero sólo en parte. Cuadra mucho mejor con la doctrina expuesta
por Nicolás Berdiaeff (tal fue la forma en la que se difundió el nombre de
Nikolái Aleksándrovich Berdiáyev en España en los años 20 y 30). Su obra Un
nouveau Moyen âge (que se tradujo en España con el nombre de Hacia
una nueva edad media. Reflexiones acerca del destino de Rusia y de
Europa. Ediciones Apolo, Barcelona 1935, edición original en París, 1924)
era conocida por José Antonio (que hablaba y leía correctamente en francés) y,
a lo largo de su vida, realizó numerosas alusiones a ella. La frase que utiliza
es característica de la temática abordada por Berdiaeff: “En esta
situación, perdida, además, toda fe en los principios eternos, ¿qué se avecina
para Europa? Se avecina, sin duda, una nueva invasión de los bárbaros”. En
nuestra obra José Antonio y los no–conformistas ya explicamos
los vínculos entre José Antonio y Berdiaeff.
Percibimos muchas más influencia de este pensador ruso
que de Spengler, a pesar de que ambos autores se sitúen en planos relativamente
similares: para ambos, en efecto, el proceso de decadencia de Europa es
irreversible. De hecho, en el curso de la citada conferencia, José Antonio
expone las dos líneas de interpretación histórica sin nombrar a sus
representantes: “la catastrófica, que ve la invasión como inevitable y
da por perdido y caduco lo bueno, la que sólo confía en que tras la catástrofe
empiece a germinar una nueva Edad Media, y la tesis nuestra, que aspira a
tender un puente sobre la invasión de los bárbaros: a asumir, sin catástrofe
intermedia, cuanto la nueva edad hubiera de tener de fecundo, y a salvar, de la
edad en que vivimos, todos los valores espirituales de la civilización”.
Cuando alude a “Los bárbaros” se
refiere, al “comunismo ruso”. Ve en esa doctrina “algo que
puede ser recogido: su abnegación, su sentido de solidaridad”, pero rechaza
su ausencia de “valor histórico y espiritual”. Es la “antipatria
y carece de fe en Dios”. Así pues, se trata de partir de otro punto de
vista para “salvar las verdades absolutas, los valores históricos, para
que no perezcan”. Rechaza el “desatino” de la
socialdemocracia que “se dedica a echarle arena en los cojinetes” del
capitalismo.
Rechaza, así mismo, los “Estados
totalitarios” cuya existencia niega. Percibe a los gobiernos alemán e
italiano como “dictadores geniales, que han servido para sustituir al
Estado”. Pero “esto es inimitable y en España, hoy por hoy,
tendremos que esperar a que surja ese genio”. Obviamente, José Antonio
no se veía en marzo de 1935 como ese “genio” que había alumbrado al fascismo
italiano y al movimiento nacional–socialista (en realidad, tampoco Hitler se
veía en 1919–1929 como el “fuhrer” que requería la situación, sino sólo
como el “tambor” para el despertar de Alemania y él mismo aspiraba sólo a
“aconsejar” a algún gran líder, tal como explica en Mi Lucha, no a
ocupar ese lugar). En cuanto a Mussolini es el “motor de la revolución
fascista”, pero hasta bastante después de la Marcha sobre Roma no se
considera más allá de cómo un simple presidente de gobierno y jefe de un
movimiento político, en el interior del cual, como Hitler, tiene que
equilibrar, alternar o contrarrestar distintas influencias. Luego, niega
también que las “confederaciones, bloques y alianzas” sirvan
para “evitar la catástrofe”. Obviamente se está refiriendo a
la CEDA, al Bloque Nacional y al Frente Nacional Contrarrevolucionario del que
se estaba empezando a hablar en la universidad y que, luego, iría cobrando
forma a medida que avanzara la línea del tiempo hacia las elecciones de 1936.
Ataca especialmente a “otros bloques de ésos que se declararan, por
ejemplo, corporativistas” en nueva alusión directa al Bloque Nacional
que era en esos mismos momentos el que había incorporado esa temática a su
programa. La insistencia de José Antonio en atacar al Bloque Nacional de Calvo
Sotelo se debe a tres factores: 1) una notoria rivalidad personal con él
difícilmente explicable, 2) el hecho de que la creación del Bloque Nacional
hubiera dejado en suspenso la ayuda alfonsina prevista en la renovación de los
Pactos de El Escorial entre José Antonio y Sáenz Rodríguez que apenas se
prolongó en el verano de 1934 y se interrumpió en el otoño de 1935 cuando Calvo
Sotelo lanzó su formación frentista, y 3) al atribuir a los medios alfonsinos
la inspiración y responsabilidad de los problemas que había registrado Falange
en los seis meses anteriores: expulsión de Ansaldo y salida de 2.000 afiliados
que llegaron en los primeros momentos del partido y eran de inspiración
alfonsina, escisión de los jonsistas con Ledesma al frente...
En ese momento, la principal influencia que se percibe
en José Antonio, es la de los “no conformistas franceses”; es el tiempo en el
que ha asumido los valores “personalistas”. Decía, por ejemplo: “Cuando
el mundo se desquicia no se puede remediar con parches técnicos; necesita todo
un nuevo orden. Y este orden ha de arrancar otra vez del individuo. Óiganlo los
que nos acusan de profesar el panteísmo estatal: nosotros consideramos al
individuo como unidad fundamental, porque éste es el sentido de España, que
siempre ha considerado al hombre como portador de valores eternos. El hombre
tiene que ser libre, pero no existe la libertad sino dentro de un orden”. Era
lo mismo que había dicho Arnaud Dandieu: “Cuando el orden no está en el
orden, está en la revolución, por eso queremos la revolución del orden”.
Tanto José Antonio como los no–conformistas franceses tenían varios nexos
comunes: Berdiaeff era uno de ellos. Éste, definía su filosofía con los
siguientes rasgos: “es una filosofía de la libertad, filosofía del acto
creador, filosofía personalista, filosofía del espíritu, filosofía existencial”.
El José Antonio de 1935 la podía firmar... pero ¿y el “último José Antonio”?
A partir de aquí, las ideas que repite José Antonio en
el resto del discurso no están muy alejadas de las que ya expuso en el otro
discurso del Teatro de la Comedia: crítica al liberalismo, lo responsabiliza de
la miseria del obrero y, para remediarla, nace el socialismo (un nacimiento
que “fue justo”), etc. En este nuevo discurso del Teatro Calderón
añade la idea de la planificación económica (típica de los no–conformistas
de L’Ordre Nouveau y de la Jeune Droite): “El
liberalismo dijo al hombre que podía hacer lo que quisiera, pero no le aseguró
un orden económico que fuese garantía de esa libertad. Es, pues, necesaria una
garantía económica organizada; pero dado el caos económico actual, no puede
haber economía organizada sin un Estado fuerte, y sólo puede ser fuerte sin ser
tiránico, el Estado que sirva a una unidad de destino”. El círculo se
cierra: para superar el liberalismo y evitar los excesos del liberalismo y la
reacción marxista, hará falta un Estado fuerte capaz de planificar la economía
y, para evitar que sea “tiránico”, el Estado tendrá que estar al servicio de la
Nación y de su misión histórica.
El resto del discurso tiene poco que ver con el tema de este estudio: la concepción joseantoniana de la mecánica histórica a partir de la lectura de su último texto, Germánicos contra bereberes. Se trata de un discurso en el que quedan muchos cabos sueltos. La influencia de Berdiaef parece, en cualquier caso, notoria.