Julius Evola
escribió su Cabalcare la Tigre en 1961. En aquel mismo año se lanzó el
Enovid (la píldora anticonceptiva). En la misma década, otros fenómenos,
conectados con éste, como la irrupción de la minifalda en 1965 por Mary Quant,
con apenas 35 centímetros, el inicio de la “revolución sexual” (que tendrá su
primera plasmación en el “verano del amor” de 1967 y en el movimiento hippy) y la
aparición del movimiento de liberación de la mujer en EEUU (el Women’s Lib),
cambiarán la sexualidad para siempre.
La visión que
tenía Evola en aquel momento sobre la sexualidad, derivaba de su análisis de
los cambios sociales y culturales que se habían producido en EEUU y en Italia
en la postguerra. Como buen conocedor de la sexualidad y autor de un libro
fundamental para reconstruir la historia de la sexualidad y su presencia en
todas las tradiciones, Evola era consciente de que se estaba caminando hacia el
“pansexualismo”. Para vender desde un vehículo hasta una marca de jerez o de
colonia, se recurría a generar la excitación sexual. Además, los concursos de
belleza que se habían popularizado desde 1950 contribuían a que la mujer
adquiriera la condición de un objeto de consumo, con una falta de dignidad que
jamás se había conocido en la historia.
Existía
pornografía, pero todavía circulaba solamente en medios muy restringidos y
sometida a limitaciones legales. Algunos empresarios espabilados, como Hug
Hefner, se dieron cuenta de que, el error de la literatura pornográfica
consistía en su sordidez y optó por hacerla presentable. La excusa era exaltar
la belleza del desnudo femenino y quedarse un paso antes de la pornografía, en
el terreno del erotismo. A fin de cuentas, el desnudo siempre había estado
presente en la estatuaria desde el mundo clásico y era una constante en la
pintura. El primer número de Play-Boy aparecería en 1953, pero su gran
éxito se produjo en la segunda mitad de los sesenta y, sobre todo, en los años
70, cuando tuvo que competir con otras publicaciones similares de Europa (Lui)
y américa (Penthouse), siendo paralelo a los fenómenos enumerados en el
párrafo anterior.
Otro hecho
histórico merece ser tomado en consideración. En 1962 se abrieron las sesiones
del Concilio Vaticano II que se prolongaría hasta 1965. Parecía oportuna la
celebración de una asamblea de la cristiandad, porque era evidente que los
tiempos estaban cambiando y que la Iglesia precisaba un aggiornamento, a
menos que quisiera ser rebasada por los tiempos tal como le había ocurrido en
su toma de posición sobre el liberalismo 100 años antes. Evola, al escribir su
última obra importante, no pudo conocer las conclusiones de los “padres
conciliares” y, por tanto, ignoraba que en materia de sexualidad no cambió
absolutamente ninguna posición y que, por tanto, todos los demás cambios en la
cuestión del ecumenismo y de la unión de las iglesias, el culto mariano, de
liturgia, y los demás decretos pastorales, decepcionaron, especialmente, a
millones de jóvenes católicos que esperaban, una moral más relajada en materia
de sexualidad. Las distintas comisiones del Concilio, ni siquiera se propusieron
explicar de una manera más inteligible la moral sexual católica.
Previendo todos
estos desarrollos y los que se producirían luego, Evola, en materia de
sexualidad, afirma en esta obra:
1) La sexualidad que está en crisis, no es la sexualidad tradicional, sino las formas burguesas de sexualidad y, en grandísima medida, a la concepción católica de la sexualidad. Esto abre un “espacio de libertad” sexual que puede ser aprovechado por los “hombres diferenciados”.
2) Las cuestiones relativas a la moral sexual y a la ética quedaron unidas en las distintas ramas del pensamiento cristiano desde sus orígenes mismos y se ha seguido manteniendo hasta no hace mucho, quedaban abolidas.
3) Términos que, inicialmente, no tenían nada que ver con la sexualidad (como el término “virtud”, que, era una cualidad del “vir”, y tenía un significado de fuerza de ánimo y potencia, con el paso del tiempo, pasaron a medir solamente el rigorismo y puritanismo en materia de sexualidad. Esto también estaba en crisis. Eran posiciones que no valía la pena defender en tanto que pertenecían ya a una época de crisis.
4) Ética, sexualidad y honor son campos completamente diferentes y se equivoca quien los sitúa en el mismo plano, el honor nunca se ha perdido, salvo en la sexualidad burguesa, por mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio. Se pierde el honor al romper la promesa de fidelidad, no por el hecho de haber mantenido relaciones sexuales con otro.
5) En la antigüedad no existía una gran preocupación por la sexualidad, es con el cristianismo cuando aparece esa obsesión por el sexo (en algunas ocasiones, Evola utiliza el término “odio teológico al sexo” para definir la posición cristiana), ausente en formas religiosas anteriores.
4) Crítica a aspectos de la sexualidad católica y al tabú de la virginidad, según la cual una mujer debía dejarse matar antes que ser violada y que convirtió en Santa a María Goretti, con lo que la Iglesia daba más peso al tabú sexual que a la vida.
5) Cuando una religión demuestra una preocupación fuera de toda medida por la sexualidad es que esa misma religión es mucho más dependiente de ella como cuando se exalta.
6) Una vida sexual libre tiene un sentido muy diferente al de una vida libre (o liberada) del sexo.
7) El “demonismo del eros” (esto es, crecimiento del poder desmesurado y obsesivo del eros), es una característica de la época actual, normal en las fases crepusculares de un ciclo de civilización.
8) El “demonismo del eros” se caracteriza porque supone una intoxicación sexual crónica, manifestada de mil maneras en la vida pública y en las costumbres, corresponde a una ginecocracia virtual, una tendencia sexualmente orientada a la prepotencia de la mujer, prepotencia que, a su vez, está en relación directa con la involución materialista y utilitarista del sexo masculino.
9) Este demonismo se ha manifestado particularmente en los Estados Unidos, donde el proceso involutivo está más adelantado, gracias al "progreso".
10) En las distintas variedades de erotismo comercializado, la persona real de la mujer es una especie de soporte desprovisto de alma, un centro de cristalización de esta atmósfera de sexualidad difusa y crónica, de tal modo que la mayor parte de las "estrellas" cinematográficas, de rasgos fascinantes, "mujeres fatales", en realidad, como personas, tienen cualidades sexuales muy mediocres y decadentes, siendo su fondo existencial, más o menos, el de mujeres ordinarias con rasgos neuróticos. Es la contrapartida en la mujer de los numerosos hombres que se distinguen, hoy en día, por su fuerza, su vigor, por su masculinidad puramente atlética o deportiva, como "duros", "machos”, etc.
11) Los procesos de disolución que se han manifestado en las costumbres sexuales podrían presentar un aspecto positivo cuando contribuyen a eliminar las interferencias anormales entre ética y sexualidad, entre espiritualidad y sexualidad. Lo importante sería sacar partido de esta nueva situación para hacer valer, más allá de las costumbres burguesas, una concepción más sana de la existencia, liberando los valores éticos de sus conexiones sexuales.
12) Más allá del "virtuosismo", la eventualidad de una vida sexual libre, en personajes de una estatura excepcional, no debería atentar de ningún modo a su valor intrínseco (de lo cual la historia es rica en ejemplos). Debería poder concebirse, entre hombre y mujer, incluso dentro de la perspectiva de una vida en común, relaciones más claras, más importantes y más interesantes que las que corresponden a las costumbres burguesas y a la intransigencia sexual.
13) Además de la atmósfera de intoxicación erótica, pandémica y difusa de la que ya hemos mencionado, el sexo disociado y “libre” puede conducir prácticamente a una banalización y a un "naturalismo" de las relaciones entre hombre y mujer, a un materialismo y a un inmoralismo expeditivo en donde faltan las condiciones más elementales para realizar experiencias sexuales de algún interés o intensidad.
14) La crisis del pudor femenino hace que mirar un cuerpo desnudo de mujer termine siendo algo tan banal como mirar a un gato. De aquí deriva una despolarización de los sexos y la disminución de la tensión erótica.
15) Como ya hemos dicho, la situación actual excluye la posibilidad de integrar el sexo en una vida llena de sentido que transcurra dentro de marcos institucionales. Para un “hombre diferenciado”, la sexualidad deberá estar desvinculada de la concepción romántica y burguesa del amor y tampoco encontrará el sentido de la vida en una mujer o en la familia y los hijos. 16) Para un tipo de hombre así, lo “natural” será la libertad acrecentada de las fuerzas más modernas y la transformación de la mujer, gracias a relaciones que, sin ser superficiales o "naturalistas", sean claras y se funden, en el plano social y ético, sobre la lealtad, la camaradería, la independencia y la valentía, guardando siempre, hombre y mujer, la conciencia de ser dos seres con vías distintas que, en un mundo en disolución, sólo pueden sobrepasar o superar su aislamiento existencial y fundamental gracias a lo que procede de la pura polaridad sexual. No se tratará de la necesidad de "poseer" al otro ser humano, y tampoco se hará de la mujer un simple objeto de placer y una fuente de sensaciones buscada para confirmarse uno mismo.
17) Los actuales movimientos de liberación sexual no son más que degeneraciones “naturalistas” que no se diferencian mucho de la sexualidad animal, reino en el que encuentran muchos de sus argumentos y justificaciones.
18) Hoy, cuando el psicoanálisis, con su inversión casi demoníaca, ha subrayado la primordialidad infrapersonal del sexo, hay que oponer a éste otra primordialidad, metafísica ésta, de la cual, la primera, es una forma degradada.
19) El régimen de residuos que se inspira, en los países latinos, en el conformismo católico y burgués, o en los países protestantes, en el puritanismo, todavía conserva cierta fuerza. La vida sexual se convierte en neurótica cuando están presentes las inhibiciones o bien, si las costumbres son completamente libres, las relaciones sexuales tienden hacia un naturalismo insípido y hacia el primitivismo.
Evola renuncia a
repetir lo que ya explicó en su Metafísica del Sexo, a saber:
- Que el sexo es una de las mayores fuerzas de la naturaleza.
- Que, por tanto, quien domina su sexualidad, se domina a sí mismo, y por eso mismo puede considerarse, desde el punto de vista metafísico como Libre.
- Que la sexualidad se proyecta sobre tres funciones: la naturalista, que tiene que ver con el instinto de supervivencia y la relación con la reproducción; la hedonista, en tanto que búsqueda del placer; y la metafísica, como una forma de aproximarse, en el momento del orgasmo, a un instante en el que se accede a otra dimensión y tiene lugar una desconexión con la conciencia ordinaria que puede ser utilizado como puerta de acceso a la trascendencia.
- Que esta última vía, era enseñada por determinadas corrientes iniciáticas (en el tantrismo, en el taoísmo chino, en algunas escuelas de misterios), pero que hoy se ha perdido prácticamente la posibilidad de acceder a ese tipo de enseñanza.
¿Qué elementos
nuevos han aparecido en materia de sexualidad después de 1961?
Además de los
desarrollos que se iniciaron en los años 60 y que Evola supo identificar, la
aceleración del proceso de decadencia generalizado se ha puesto particularmente
de relieve con elementos nuevos aparecidos en las últimas décadas. Todos estos
elementos van en la misma dirección del “pansexualismo” al que apuntaba Evola;
pero su análisis pormenorizado, en nuestros días, implica una aceleración del
proceso que, en algunos casos, no es espontáneo, sino que viene marcado por las
necesidades que en la actualidad afronta el sistema político-económico, como
veremos.
Reconocemos,
pues, cinco nuevos rasgos
1) Pérdida de la identidad y de los roles sexuales.
Tras el
feminismo, llegó la aurora de los “movimientos de liberación sexual”. Hubo que
reconocer a las lesbianas como entidad aparte, a pesar de que, desde el inicio
del movimiento feminista, siempre habían estado presentes en sus filas, como
también estuvieron en el movimiento gay. Pero en los 90, la mujer lesbiana se
consideró con entidad numérica suficiente como para reivindicar entidad propia.
Luego se sumaron aquellos que se consideraban bisexuales y que, por tanto, no
encajaban ni con gays ni con lesbianas. Así se fueron sumando iniciales: LGB,
Así se llegó al cambio de milenio.
En ese momento,
la “corrección política” ya había logrado imponer sus criterios en buena parte
de la sociedad, y así pudo hablarse de transexuales (identificadas con el
género opuesto al sexo fisiológico con el que habían nacido y que siguen
tratamientos quirúrgicos y químicos para acentuar las características del sexo
de elección), intersexuales (que poseen rasgos genéticos de los dos sexos), los
“queer” (término que indica “extraño” o “poco usual”, con el que se
califica quienes se niegan a integrarse en ninguna clasificación con base
sexual, reivindicando una libertad absoluta de elección en cada momento).
A las iniciales
LGB se sumaron, pues, LGBTI. Los últimos en llegar, los “queer” fueron
reconocidos por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 2015 como “una
identidad sexual o de género”, son representados por el signo “+”,
sugiriendo que en esta denominación cabe todo lo que pudiera aparecer con
posteriores (y que estamos seguros de que aparecerá cuando los representantes
de varias “parafilias” salgan de sus particulares “armarios”). Así pues, el
conjunto de las “ideologías de género” se reconoce por las siglas LGTBI+.
En realidad, las
“ideologías de género” no se reconocen como tales: prefieren ser llamadas
“estudios de género”. Tales “estudios” se presentan como realizados según los
patrones de la investigación científica aplicada a la sociología, pero, a poco
que se realiza un examen, se percibe que en todos ellos hay algo distorsionado
y, desde luego, nada científico: tanto la selección de datos, como la
interpretación de estos y la omisión de otros, especialmente, de las teorías
opuestas que, si se tienen en cuenta, es solamente para caricaturizarlas (sino
para agredirlas verbal e, incluso, físicamente), cualquier sesgo de objetividad
y método científico es inexistente.
Y, para colmo,
ni siquiera la gran pregunta que sería pertinente aparece en lugar alguno: “¿A
qué se debe que, en la actualidad, se haya disparado el número de personas que
nacen con problemas de sexualización?”.
Sin olvidar que
estos estudios, en grandísima medida, están basado en la temática freudiana,
hasta el punto de que los estudios del feminismo de la “tercera ola” realizados
por Nancy Chodorow (socióloga, psicoanalista y feminista, autora de Feminities,
Masculinities, Sexualities: Freud and Beyond) o Julliet Mitchell
(psicoanalista feminista y marxista, autora de Psicoanálisis y feminismo),
entre otras, son especialmente deudores y adaptadores de la teoría freudiana,
ampliamente superada, desmentida y rebasada en la actualidad.
El planteamiento
puede ser resumido así: para Freud el niño “nace bisexual” y forma sus
criterios sexuales en su primera infancia hasta el punto de que su madre es el
primer “objeto sexual” con el que tiene relación. A partir de ahí,
experimentará un sentimiento de rechazo a la figura del padre a quien empieza a
considerar como un competidor, actitud que solamente superará con el paso del
tiempo (y no siempre). Es el famoso “complejo de Edipo”. Pero de esos años, en
los que ha sido presa de la pulsión edípica, ha extraído como conclusión que
debe ser independiente y fuerte -como su padre- para poder disponer y dominar
de la madre, de la esposa, de la mujer, en definitiva. Pero ¿qué ocurre con las
niñas? Al identificarse más la madre con la niña, al ser de su mismo sexo,
bloquea el desarrollo de su yo. Si el niño experimenta una “relación diádica”
(madre-hijo), en la niña se da una “relación triádica” a causa de que la hija,
además de la relación con su madre, contempla la relación con el padre que, por
su parte, se ve atraído por un ser del sexo opuesto. Estas pautas seguirán
desarrollándose, cuando la niña se convierta, a su vez, en madre y se vea
atraída, bloqueada y desviada de su verdadero querer, por la maternidad. Esto
le servirá al feminismo de la “tercera ola” para explicar la apatía de la
mujer-madre hacia el sexo (al dedicarse a los niños, dejará de interesarse por
la sexualidad), la aceptación de su rol (tenido como servil y subordinado en
relación al varón) y lo que llaman “degradación universal de las mujeres en la
cultura”.
Por supuesto, no
hay en toda la literatura feminista de la “tercera ola”, ni una sola línea
hacia el instinto de reproducción o de supervivencia de la especie manifestado
a través de la sexualidad, ni siquiera del amor entendido como mutua entrega y,
ni, claro está, la sospecha de que la sexualidad puede ser utilizada para algo
distinto de la denostada maternidad y de la búsqueda del placer, como una de
las vías hacia la trascendencia.
La pobreza del
argumentario que acompaña a las “investigaciones de género” llama la atención:
se trata siempre de ideas cogidas por los pelos, utilizando como base para
teorías no demostradas, concepciones cuya falsedad es aceptaba universalmente,
aplicando criterios antropológicos extraídos de otros pueblos, razas y épocas,
a la condición femenina del mundo occidental moderno. Por otra parte, ni
siquiera está claro que estos trabajos sean el resultado de “investigaciones”
insuficientes, incompletas o erróneas, sino que, en muchos casos, parecen
autojustificación de las propias tendencias interiores de sus autores dispuestos
a intelectualizarlas. A medida que se viaja a través de cada una de las
iniciales de las siglas LGTBI+, se entra en un universo cada vez más
desconectado de la lógica y del método científico, una lógica del absurdo,
artificiosa, creada ad hoc e, incluso, con ribetes freakys muy
marcados, hasta el punto de que, en España, una dirigente de Unidad Podemos, ha
llegado a utilizar la frase “todos, todas y todes…” para evitar que
nadie pueda sentirse excluido, estupidez de tal calibre que no merece ni
comentarse salvo como caricatura.
Pero, si la
debilidad argumental, acompaña inevitablemente a las “ideologías de género” y
la vulneración de las leyes de la lógica es constante en estas teorías,
entonces ¿por qué son aceptadas y por qué gozan de una aceptación tan universal
en nuestros días? Es simple, se debe a dos circunstancias:
- La crisis de 2007-2011 destruyó la credibilidad de la izquierda socialdemócrata (que, tras medio siglo de presentarse como abanderada de la coexistencia entre las políticas sociales y el capitalismo, a la hora de la verdad, terminó “rescatando” al elemento más odioso del capitalismo, la banca, y permitiendo el paro de millones de trabajadores). Aquella crisis económica fue algo similar para la izquierda socialdemócrata a lo que constituyó para la izquierda comunista, la caída del Muro de Berlín y el final de la URSS. Al quedarse huérfanos de ideas-fuerza, la socialdemocracia optó por centrar su atención en la “ingeniería social”: ya que no era posible transformar la sociedad capitalista, había que explorar un terreno mucho menos peligroso y que siempre contaría con un “suelo” electoral que compensaría la pérdida del electorado tradicional de la izquierda, la clase obrera. Desde este punto de vista, las ideologías de género son muestras de la crisis ideológica de la izquierda. Gracias a las reivindicaciones de género, la izquierda y la extrema-izquierda han podido imponer una legislación destinada a remodelar la sociedad y destruir las bases del conservadurismo.
- A partir de principios del siglo XXI, estas teorías de género fueron bendecidas por un poderoso aliado: las organizaciones internacionales de carácter mundialista construidas a partir de 1945. En efecto, todas estas creencias de género se basan en el dogma de que la identidad sexual es una “construcción social artificial” que se confunde y utiliza abusivamente la identidad biológica de nacimiento. La propia Organización Mundial de la Salud alude a los géneros como a “roles socialmente construidos, comportamientos, actividades y atributos que una sociedad considera como apropiados para hombres y mujeres”. De esta “construcción social” derivarían los prejuicios, diferencias, jerarquías que impedirían “avanzar” a la humanidad hacia una verdadera “igualdad”. Tanto la OMS, como la UNICEF y la UNESCO, sostienen que una perspectiva así es negativa al confundir “sexo” con “género”. De esta confusión derivaría la vulneración del principio de la igualdad con la consiguiente aparición de las lacras de “discriminación” y “violencia sexista”. Así pues, la conclusión extrema a la que llegan todas las “investigaciones de género” es a que, solamente haciendo desaparecer las diferencias entre los sexos se conseguirá una “construcción social” igualitaria en la que el haber nacido con pene o con vagina, el querer cambiar una por otra mediante el “género a la carta”, ya no tendrá ninguna importancia. Estaremos, pues, a las puertas del más feliz de los mundos. A pesar de tratarse de “organizaciones internacionales", lo cierto es que sus llamamientos exceden con mucho a las funciones para las que, inicialmente, fueron creadas (y cuya gestión, en gran medida, ha resultado un fracaso: ni la OMS estuvo en condiciones de contener el Covid-19, ni la UNICEF desde su fundación ha creado mejores condiciones de vida para la infancia, ni mucho menos la UNESCO ha contribuido a elevar el nivel cultural de los pueblos), pero se han convertido en centrales que marcan “calendarios” y “objetivos”, dirigidas por élites funcionariales “iluminadas” que tienden todas a abolir cualquier tipo de identidad que pueda suponer un obstáculo para una “unificación mundial igualitaria”, delirio que ya estaba implícito en el ocultismo del finales del XIX.
Las grandes
organizaciones mundialistas mencionadas vuelve aquí a hacer de “elefantes” en
marcha por la ruta de la igualdad, mientras que todos los pequeños y mediocres
teóricos que especulan y crean consignas para uso de la “marabunta” de
organizaciones LGTBI+ y medio de comunicación al servicio de la “corrección
política”, tienden al mismo objetivo: abolir cualquier forma de identidad
sexual, cuestionarla, denigrarla con los adjetivos de rigor (“machista”,
“discriminatoria”, “violenta”, “sexista”, “estereotipada”, etc, etc).
Pero, si esta es
una de las tendencias de la modernidad en relación al sexo, la otra no es menos
inquietante: el pansexualismo, forma extrema de neurosis que da rienda suelta a
los impulsos instintivos.
Hasta ahora la
teoría sobre la “polaridad sexual” parecía la más adecuada para explicar las
relaciones entre hombre y mujer: dos polos, uno positivo y otro negativo se
atraen, o lo que Platón quiso explicar mediante el simbolismo del andrógino (el
ser primordial era bisexual pero los dioses, para neutralizar su potencia, lo
partieron en dos, hombre y mujer, que se buscan para reconstruir en el acto
sexual, su unidad originaria).
La
heterosexualidad es, por tanto, la relación “normal”: se da cuando existe esa
polaridad. Es más, hasta no hace mucho, esa polaridad era la fuente de las
identidades sexuales. Se podía ser hombre o mujer en distintos grados y la
pareja perfecta -los textos clásicos de la sexualidad oriental y del mundo
griego y romano, así lo indican- es aquel en que hombre y mujer de similares
“intensidades”, se encuentran y se unen.
Ahora bien, si
se atenúan los rasgos masculinos y femeninos, se tiende a abolir las
polaridades y, por tanto, en ese espacio aparece todo el alfabeto LGTBI+.
Mientras estas polaridades y las identidades sexuales que describían estaban
bien afirmadas, todo lo que se situaba en otro terreno eran desviaciones que
afectaban a individuos que, por algún motivo, habían sufrido algún problema
físico, genético o psicológico en el desarrollo de su identidad sexual. Pero,
al imponerse el dogma de la “igualdad” en materia sexual, el lenguaje
políticamente correcto abolía cualquier diferenciación, y, por tanto, toda
polaridad. Era un ataque a cualquier sistema de identidades, propio de la
modernidad y de tiempos de crisis en los que se pierda toda noción de lo que se
es y del lugar que se ocupa. En período crepusculares todo se sume en un caos
ideológico y social, en el que una mínima aproximación a la idea de “orden”,
cualquiera que sea, es denunciado como “reaccionario”, “machista”, “violento”,
“discriminador”, sino como algo peor.
La idea de
“pudor”, no había aparecido en un momento dado de la civilización como una
virtud mojigata, sino más bien para mantener cierto misterio en torno a los
cuerpos que contribuía a que aumentara la polaridad entre los dos sexos. A
medida que hombres y mujeres “desinhibidos” han ido mostrando partes más
amplias de sus cuerpos hasta la desnudez total -tal como ocurre en las playas
nudistas- la tensión sexual y erótica, la excitación, salvo para casos de
obsesos, tiende a disminuir hasta desaparecer. Básicamente, las civilizaciones
tradicionales parecían aceptar el principio según el cual, todo lo que aumenta
la polaridad, el misterio del “eterno femenino” y del “eterno masculino”, es
positivo y favorable para el desarrollo de una sexualidad sana en el seno de una
sociedad en la que prevalezca una mínima idea de “orden”; y, por lo mismo, todo
lo que atenúa los roles y las identidades sexuales -que, en buena medida, están
condicionadas (aunque no son dependientes) por la biología- tiende a generar el
caos y a ser fuente de frustración, malestar psicológico, además de cerrar la
puerta de la sexualidad como forma de acceso a la trascendencia e, incluso, a
algo tan elemental e instintivo como la supervivencia de la especie.
Los sexos
existen como existen las razas humanas en las que se divide a la “especie
humana”. Hay dos géneros, masculino y femenino, basados en las identidades
sexuales. Esto es, al menos, lo “normal”. Las “sexualidades disidentes” (no las
llamaremos “anormales” para no herir susceptibilidades) lo único que evidencian
es la existencia de problemas en el proceso de sexualización. Negar la
existencia de los sexos, multiplicarlos hasta el agotamiento del alfabeto
latino, evitar reconocerlos, como desconocer cualquier régimen de identidades,
supone combatir contra la lógica, el sentido común, la biología y la genética,
manifestadas en las construcciones culturales y antropológicas de las
sociedades que nos han precedido. Batalla perdida por anticipado.
2)
Pornografía gratuita y al alcance de todos.
La diferencia
entre la pornografía que se difundía en los tiempos en los que Evola escribía
el Cabalgar el Tigre y la pornografía actual no es solamente
cuantitativa, sino cualitativa, incluso sus objetivos son diferentes. En los
años 60, la pornografía era el recurso al que recurrían jóvenes que todavía no
habían tenido sus primeros contactos sexuales, ni existían clases de “educación
sexual”, y querían saber “cómo” era la mujer. Existía una pornografía
“especializada”, especialmente en materia de sado-masoquismo, pero de difusión
muy reducida. La pornografía era el acompañamiento para aquellos que, en un
momento dado de su vida, se encontraban solos y no tenían otro recurso para
satisfacer sus necesidades, más que la masturbación, habida cuenta que nadie les
había enseñado la importancia de ser “libres” en relación al sexo. En España,
hasta prácticamente mediados de los años 70, la pornografía estaba prohibida
por el régimen franquista. Fue tras la muerte de Franco cuando se liberalizó y
en apenas unos meses alcanzamos los estándares europeos en la materia, pero el
cambio sustancial tuvo lugar hacia los últimos años del milenio, cuando
irrumpió el fenómeno de Internet. En los veinte años siguientes, incluso la
pornografía en la red ha ido variando espectacularmente.
En la
actualidad, algunas estadísticas son elocuentes: un informe de Save the
Children, desvela que el 70% de los adolescentes consumen pornografía
habitualmente a partir de los 12 años, con todo lo que ello supone en una etapa
de formación afectivo-sexual. En los chicos el porcentaje alcanza en 87’5% y en
las chicas el 38’9%. Otras fuentes reducen la edad de inicio del consumo de
pornografía hasta los 9 años y, en todos los casos, se trata de “porno duro”,
en absoluto de erotismo, ni material ingenuo.
Si hemos
hablado, en primer lugar, del consumo de la pornografía entre los jóvenes se
debe a lo absolutamente absurdo que supone que un varón de 9 años nutra buena
parte de su tiempo de ocio con “porno duro” y que ni siquiera gobierno alguno
del planeta se haya planteado una ley que limite la pornografía para niños.
Pero las cifras a nivel global son escalofriantes y demuestran la precisión de
Evola al llamar a nuestro tiempo “época de pansexualismo”. Existen en todo el
mundo mil millones de páginas web con contenidos pornográficos, más o menos
duros. El negocio del sexo en la red consume 2.500 millones de dólares anuales
¡sólo en los EEUU! Tres millones de habitantes de este país gastan una media de
70 dólares al mes en pornografía en la red. En España las cifras no son muy
diferentes: cada español, como promedio, emplea cada día 8 minutos y 4 segundos
en consultar páginas pornográficas (el 26% mujeres). España ocupa el puesto
número 13 mundial en consumo de pornografía, pero las cifras son engañosas porque
no tienen en cuenta porcentajes sino números absolutos (que son más grandes en
los países más poblados). En todo el mundo, el porno es la temática más
consumida de Internet, por encima de los deportes, la información política, la música
o los hobbys.
Es difícil
entender cómo es posible que la pornografía en Internet haya evolucionado tanto
en tan poco tiempo. No se entiende bien por qué la pornografía es prácticamente
abierta en la red y cualquiera puede encontrar material sobre aquellas
parafilias que le satisfagan. En realidad, ni la pornografía ni ninguna red
social es “gratis”, pero, como ya explicaremos en su momento, lo que venden las
webs de amplio seguimiento y las redes sociales, son datos sobre las personas
que acceden a ella: en otras palabras, el ciudadano se convierte en “el
producto” que se vende, entendiendo por tal, sus datos esenciales que permiten
construir un perfil de él como consumidor, con sus gustos y sus aficiones. El
crecimiento de la pornografía en la red es exponencial: entre 1998 y 2005, el número
de páginas pornográficas pasó de 14 a 428 millones y, probablemente en nuestros
días supere los 1.000 millones. Con estos datos, parece irrefutable el que la
pornografía se ha convertido en un fenómeno de masas -cosa que no era antes de
la aparición de Internet- y que afecta inevitablemente a la sociedad y,
especialmente, a los que están en período de formación de sus criterios en la
materia.
El gran riesgo
de la pornografía en Internet es que sitúa la sexualidad en el terreno de lo
“imposible”. Una parte importante de lo que puede verse en Internet, tal y como
los más jóvenes lo perciben, es un sexo “imaginario”, realizado por actores y
actrices porno, que resulta inviable en la práctica. Algunas de estas páginas
tienen que ver con la búsqueda de “nuevas fronteras” para la sexualidad, tales
que contribuyan a mantener el binomio “tensión-novedad” al que hemos aludido
antes. Sirven sólo como temas de excitación onanista, pero resultan imposibles
de llevar a la práctica con un partener y, mucho más, que resulte satisfecho.
Esto hace que la imposibilidad de traducir estas prácticas en sexo real,
conduzca, o bien, a abusos sexuales (el aumento de las violaciones “en manada”,
no es independiente, sino todo lo contrario, del aumento progresivo de clips y
material pornográfico que apunta en la misma dirección) o a prácticas sexuales
aborrecidas por la pareja (desde temáticas best, hasta ahogamientos, gangbangs,
sexo con menores, etc, etc, etc) y esto conduce a tres fenómenos: 1) onanismo,
2) sexualidad insatisfecha y 3) obsesiones, a lo que podría añadirse un último
extremo de violencia y sexualidad no consentida (que la crónica de sucesos nos
indica cada día como delito en aumento y que, desde luego, no es independiente
del aumento de la pornografía en la red.
La pornografía
en la red tiende a convertirse en obsesión en tres grupos de población: entre
los más jóvenes, entre los que llevan una sexualidad que no cumple sus
expectativas y, entre aquellos que muestran interés por parafilias poco frecuentes
y que difícilmente encontrarán a alguien que acepte compartir sus fantasías
eróticas. Pero, de lo que se trata en la pornografía servida en Internet no es
de velar por la salud mental de los usuarios, sino de alimentar las obsesiones
y las necesidades más básicas de un amplio sector de la población, a efectos de
lograr la “la estabilidad social”, disminuir los riesgos de tensiones y
protestas y mantener a una parte sensible de la población, ligada a cualquier
terminal telemática, pendiente de las novedades y de llevar algo de excitación
y placer a sus vidas.
Así se entiende
la gratuidad, la facilidad de acceso y la falta de regulación internacional de
la pornografía en Internet. La red, de ser la expresión de un espacio de
libertad, se convierte en fuente de obsesiones, adicciones e, incluso, en el
peor de los casos, de delitos.
3) Fármacos
para prolongar la vida sexual.
Hasta ahora, la
sexualidad estaba sometida a un ciclo vital. Al alcanzar determinada edad, el
hombre perdía la capacidad para mantener erecciones y las iba espaciando cada
vez más, ocurriéndole a la mujer algo similar. Llegaba un momento en que
reconocía que el tiempo en el que la sexualidad les podía reportar placer mediante
la penetración había quedado atrás y asumía otras perspectivas. Esto era bueno,
en la medida en que, se reconocía que cada edad tenía sus prioridades
específicas. La forma de concebir el “ars amandi” variaba en cada ciclo
de edad.
Sin embargo, el
hallazgo de la molécula del Sidelnafilo que, más tarde, se lanzaría al público
con el nombre de Viagra en 1998 como un remedio para la disfunción eréctil ha
liberado a la sexualidad del paso del tiempo (al menos, relativamente). Este es
uno de esos elementos nacidos con la modernidad que pueden ser considerados
como rasgo característico de una época de decadencia marcada por el
pansexualismo, pero también como una ventaja en la medida en que resuelve un
problema para los aquejados de disfunción.
Antes, las
viejas tradiciones recomendaban que, a medida que se fuera avanzando en edad,
fuera disminuyendo la frecuencia del acto sexual, espaciándolo cada vez más,
con el fin de ahorrar energía, pero también para evitar precisamente los
problemas de disfunción eréctil. El principio era bien simple: salva casos de
sexualidad puramente naturalista, lo normal es que el acto sexual vaya
acompañado de cierto erotismo; pero, de la misma forma que alguien glotón,
tiende siempre a comer cada vez más, el erotismo es algo que precisa de dos
factores: la novedad y la intensidad; y ambos están en razón directa: cuando la
novedad queda lejos, la intensidad disminuye y, a la inversa, cuando la introducción
de elementos eróticos nuevos es garantía de la intensidad del intercambio
sexual.
Esto explica,
por sí mismo, el aumento de las parafilias en las últimas décadas e, incluso,
de las cada vez más excéntricas y extremas, enfermizas en todo caso. Se diría
que determinados seres humanos requieren, constantemente, o bien parteners
nuevas o formas no experimentadas antes de sexualidad. Para ellos cualquier
tipo nuevo de relación o cualquier fórmula novedosa es una necesidad para
lograr excitarse. Como veremos, este puede ser el camino directo hacia las
neurosis de tipo sexual, pero también hacia la criminalidad, el abuso de
menores o formas de lo que hemos llamado “sexualidad imposible”.
De ahí la
sabiduría antigua que implicaba, espacial el coito para evitar esta carrera sin
fin entre la novedad y la intensidad. Llegaba un momento en el que el corazón,
la presión arterial, el aparato respiratorio, además de los órganos sexuales y
el sistema hormonal, ya no respondían ni se recuperaban con la velocidad de
años anteriores. Quedaba entonces el recurso a nuevas formas de excitación o a
nuevas formas de concebir las relaciones entre dos seres de edad en la que ya
han quedado atrás los ardores juveniles. Era en esos momentos, cuando se
evidenciaba lo acertado del consejo de espacial al máximo las relaciones
sexuales.
Pero la Viagra y
los fármacos que han salido al mercado con posterioridad han roto esa barrera.
En general, estos medicamentos no hacen otra cosa más que aumentar el flujo
sanguíneo en dirección al pene ayudando a mantener las erecciones. El fármaco
no se ha concebido para determinada franja de edad, sino para remediar la
“disfunción eréctil”. Es significativo que, por sí mismo, el principio activo
del Viagra no genera erecciones: se precisa la existencia de un elemento
erotizante. Lo cual, lleva de nuevo a la loca carrera “novedad-intensidad”. Por
otra parte, se desaconseja ante determinados cuadros clínicos (si existen
problemas graves en el hígado o en el corazón, si se ha tenido algún derrame,
si la presión arterial es baja) y combina mal con el nitrito de amilo propio de
los “poppers”.
Los médicos se
niegan a recetar algunos de estos fármacos a partir de los 78 años, pero existe
un mercado negro y ventas por Internet que salvan fácilmente la prohibición. El
resultado es que la obsesión por el sexo, que debería irse extinguiendo con el
simple paso del tiempo y como efecto de la biología, se puede mantener vivo y
activo hasta última hora. Y esto es bueno y es malo: es bueno para un tipo de
hombre que nunca se ha visto obsesionado por el sexo y que ha sabido
controlarlo, dosificarlo y utilizarlo sin ser sometido por él y por las
obsesiones pansexuales de nuestro tiempo; pero es, negativo, para el individuo
que se ve dominado por el sexo y que, hasta el último momento, pensará en cómo
encontrar a alguien o algo que satisfaga sus necesidades.
4) En impacto
de las bases de datos y las redes sociales en la sexualidad
En otro tiempo,
desde luego muy cercano, para conocer a alguien e iniciar una relación sexual,
era preciso un contacto directo, humano, en definitiva. La propia proximidad,
sugería si se trataba de un partener adecuado o la relación resultaría inviable.
Se entablaba conversación con aquellos seres con los que existía una mínima
posibilidad de obtener una estabilidad. Existía, naturalmente, la figura del
“don Juan”, el “burlador”, pero, incluso éste, antes o después, terminaba
buscando la estabilidad. Una relación humana era aquella que llegaba de uno a
otro corazón, que suponía cierta sintonía de carácter psicológico y una
complementariedad en el terreno sexual.
Estaba claro
que, en aquellas personas más predispuestas a la meditación que a la acción, la
búsqueda de la estabilidad y la formación de una familia, era anterior y
superior a cualquier otra consideración. El tipo donjuanesco, el
“conquistador”, era propio de aquellos otros en los que la predisposición a la
“acción” era la componente dominante. Evola recordó, tanto en Metafísica del
Sexo, como en el Rivolta contro il Mondo Moderno, que uno de los
aspectos degenerativos de la casta guerrera es el transformar la cualidad
heroica en actitud fálica. El “conquistador” parece buscar el sexo en muchas
mujeres ante la imposibilidad de amar a ninguna, en el sentido de entrar en
sintonía con el otro ser, eliminar cualquier contradicción y entregarse
mutuamente. Pero, al “don Juan” se le exigía una inversión en tiempo que la
velocidad acelerada a la que circula la civilización no está en condiciones de
darle. Por eso, las nuevas tecnologías, no sólo han acudido en ayuda del
“burlador” (y de la mujer afrodítica), sino que han facilitado el que cualquier
hombre o mujer, situados detrás de un ordenador, busquen realizar el máximo de
intercambios sexuales en el mínimo tiempo posible. Casi estamos tentados de
llamar a este fenómeno “la democratización del donjuanismo”. El fenómeno es
mucho más complejo y perturbador de lo que podría imaginarse a primera vista,
pero al igual que los demás elementos nuevos aparecidos en los últimos tiempos
en relación al sexo, tiende a mantener la sexualidad dentro de los límites de
la permanente búsqueda de placer y como principal cobertura al nihilismo.
Si bien es
cierto que algunas de estas relaciones entabladas a partir de la red, se
consolidan, lo más habitual es que sean fugaces y no se prolonguen durante
mucho tiempo. En primer lugar, porque el “donjuanismo” y el “afroditismo”, están
en permanente búsqueda de nuevas fronteras, las conquistadas no bastan porque
no terminan de aportar ese placer que se busca y que parece escurrirse como
agua entre los dedos. En segundo lugar, porque, cada una de las partes busca en
este tipo de encuentros algo para sí mismo: está dispuesto a recibir placer,
pero bastante menos para darlo a la otra persona. En toda relación siempre
existe un período de adaptación en el que cada parte va adaptándose a los
gustos y ritmos de la otra persona, período que no es habitual en las
relaciones iniciadas a través de la red y que buscan el placer rápido e
inmediato.
En realidad,
este tipo de encuentros no es nuevo. Siempre han existido locales a los que
acudían individuos con necesidad de conquistas rápidas y relaciones sexuales
aceleradas y no necesariamente de pago. La gran diferencia es que ahora,
gracias a las nuevas tecnologías, estas prácticas han pasado a ser masivas y no
es la figura literaria del Don quien emprende una búsqueda incansable,
insaciable, interminable y permanentemente decepcionada de sexo, sino millones
de individuos para los que esa tarea se ha convertido en la única búsqueda de
sus vidas. Esta es la gran diferencia y lo que sitúa, también en este terreno,
en un modelo de sexualidad propia de fin de ciclo, característica de períodos
de decadencia.
En cierto
sentido, este tipo de prácticas, asumidas por un “hombre diferenciado” podrían aportarle
algo positivo, en la medida en que el sexo que se practica a partir de
encuentros sexuales facilitados por las redes sociales y las webs
especializadas en intercambios de este tipo, no está sujeta a ningún tipo de
convencionalismo pequeño burgués y, al menos, en principio, son completamente
libres. Pero, en realidad, a poco que se arañe en la superficie vemos que,
aparte de los tipos donjuanescos masculinos y de sus equivalentes afrodíticos,
el resto son personajes que, en sí mismos, representan -como los anteriores-
los rasgos de la crisis de la sexualidad de nuestro tiempo, de la
insatisfacción sexual, incluso del miedo a establecer relaciones que vaya más
allá de lo puntual, cualquier cosa para evitar compromisos de por vida y
promesas de fidelidad que no se mantendrían.
Los
participantes en estos círculos suelen ser hombres y mujeres de edades
intermedias que buscan nuevos alicientes en la sexualidad. O son el resultado
de relaciones convencionales fracasadas o gentes que piensan que todavía no les
ha llegado la hora de “sentar la cabeza”. Hay algo de patético en estos
círculos y en estas formas de relacionarse y, especialmente, en los resultados
de muchas de estas relaciones que apenas proporcionan satisfacciones
inmediatas, pero que, como hemos dicho, raramente se prolongan en el tiempo.
Pero si este
tipo de relaciones son, en sí mismas, problemáticas y sin desembocadura (más
que el repetir permanentemente el mismo ciclo “búsqueda – encuentro –
despedida”), mucho peor es el “sexo virtual” o “cibersexo”, en el que las
partes dan prioridades a las relaciones y al intercambio de mensajes a través
de la red, antes que al encuentro personal.
Durante un par
de décadas, entre finales de los años 80 y los primeros años del milenio, el
sexo telefónico supuso una fuente de adicción que requería gastar grandes sumas
de dinero. Las empresas que se dedicaban a este tipo de servicios, no tenían
ningún empacho en preguntar a quienes llamaban si deseaban “tarot o sexo”. De
hecho, las personas que realizaban las “predicciones” o contestaban al teléfono
erótico, eran las mismas y su aspecto físico, en general, no resultaba ser el
que imaginaba la persona al otro lado del teléfono. Esto ya era de por sí un
exponente de la miseria sexual de nuestro tiempo que no mejoró con los
“productos” que aparecieron posteriormente. El ancho de banda y la fibra
óptica, facilitaron que, de la voz recibida a través del teléfono, se pasara al
“chat” comunitario y de éste a la integración de voz, imagen y a la posibilidad
de cambiar imágenes, vídeos.
Todo lo que se
genera en el cibersexo es falso: las mujeres no son como dicen ser y mucho
menos los hombres, las situaciones reales son adulteradas sin el menor recato,
todas las partes lo dan por supuesto, pero no encuentran reprobable que sus
propias mentiras se vean acompañadas por las mentiras de otros: todo sea para
construir perfiles que, aunque ilusorios, revistan atractivo para alguien. Lo
que se cuenta y se dice no tiene la más mínima relación con la verdad, sino con
la imaginación y la fantasía erótica. El objetivo del cibersexo no es llegar a
una consumación real del acto sexual, sino a la simulación de una experiencia
sexual, por tanto, no importa quién esté al otro lado, ni siquiera importa su
sexo, solamente que sepa adaptarse e interpretar las fantasías del interlocutor
y, por tanto, generar una sensación de placer mental que conduzca al onanismo
como única posibilidad de disfrute.
El cibersexo
apareció casi contemporáneamente -en su versión de “líneas eróticas”- al del
SIDA y de ahí su extraordinario éxito. La distancia impedía el contacto y la
transmisión de enfermedades. Todo esto tenía como contrapartida, la obsesión, y
el encarrilamiento de la vida sexual hacía vías muertas. Hacia mediados de la
última década del siglo XX apareció otro problema, los depredadores sexuales
convirtieron la red en su campo privilegiado de actuación. Aparecieron
fenómenos que hasta ese momento era muy minoritarios y contenidos: la
pornografía infantil, la pedofilia, el acoso a través de la red, y otros
fenómenos ante los que la justicia no supo reaccionar a tiempo, ni siquiera ha
existido unanimidad entre los grandes operadores en las formas de combatir
estas plagas. Todo esto, sin contar los problemas de adicción a la red y al
sexo a través de la red que generan efectos similares en el cerebro a los de
cualquier otra droga.
El resultado de
todo esto es descorazonador. Es posible que una minoría aproveche estas
herramientas facilitadas por las nuevas tecnologías para mejorar su nivel de
satisfacción sexual y, por tanto, por liberarse de la presión de una sexualidad
insatisfecha, pero también es posible -y, de hecho, ocurre con mucha mayor
frecuencia- que la red y sus herramientas se conviertan en potenciadores de las
obsesiones eróticas y perversiones.
5) Robótica y
nuevos desarrollos de la inteligencia artificial aplicados a la sexualidad.
La tendencia a
la deshumanización en todas las manifestaciones de la modernidad, ha sido una
consecuencia directa de la tendencia anterior a la “materialización”, esto es,
a la negación de cualquier realidad de carácter espiritual. Rechazada, superada
y abandonada la existencia de “lo Absoluto”, convirtiendo al ser humano, en libre,
igual y fraterno, rey del planeta y dueño y señor de la técnica, se ha llegado
a una nueva fase en la que la técnica amenaza con reemplazar a lo humano.
Nuestra época, este tiempo terminal de un ciclo, solamente podrá consumarse
amenazando cualquier régimen de identidades. Estos tiempos de fin de ciclo,
son, en definitiva, tiempo de confusión.
En el terreno de
la sexualidad, parece que en el 25.000 a. C ya se utilizaban lo que hoy se
conoce como “juguetes sexuales”. Existían en la Edad del Hielo y se han
encontrado lo que podrían llamarse “proto-consoladores” en la cueva Hohle Fels,
en Ulm. En Egipto eran relativamente habituales y se han encontrado, incluso de
allí procede lo que se tiene por el “primer vibrador” de la historia: un forro
de cuero fino repleto de abejas que zumbaban generando algún placer vaginal. Los
romanos solían tener falos, tanto como objetos de culto priápico, como para
obtener placer. Así pues, a nadie le puede extrañar que este tipo de “juguetes”
hayan sobrevivido y evolucionado con el paso de los tiempos. La diferencia
estriba en que, mientras en la sexualidad del pasado jugaban un papel
completamente accesorio, poco a poco, el “juguete erótico” se ha ido
convirtiendo en imprescindible. Todo sea para introducir novedad y alcanzar
mayores niveles de intensidad en la relación…
Pero, en la
deriva de la sexualidad moderna, hay un momento en el que esta temática rebasa
los límites de lo admisible en tanto que medio para alcanzar un fin y se
convierte en un fin en sí mismo. En abril de 2020, la prensa publicó el
encuentro de unos periodistas con la primera “robot sexual” (no se trata de
muñecas de goma o de látex que imitan pobremente los agujeros y las formas
femeninas, sino de la réplica, lo más fiel posible, incluso en sus reacciones y
en su comportamiento, a una mujer. Se trataba del “robot sexual con
inteligencia artificial” fabricado por RealDoll y vendida el precio de 7.999
dólares USA. Uno de los primeros usuarios describió su utilización como “una
experiencia alucinante”. Las fotografías que acompañan al reportaje dan cuenta de
que, efectivamente, el parecido es sorprendente y, para colmo, responde a
determinadas preguntas. En el mismo artículo se menciona que se está ensayando
también un prototipo de robot masculino. Los más pesimistas admiten que en 50
años, los robots habrán entrado en nuestras vidas, pero los hay que opinan que
al llegar a 2030, existirán en el mercado modelos de robots domésticos para
distintos usos, y el sexual, será uno de ellos.
Por otra parte, se
están estudiando formas de reproducir sensaciones táctiles a través de Internet
que darían nuevas dimensiones a la sexualidad a distancia. Dos personas que ni
siquiera se conozcan personalmente, pueden mantener relaciones sexuales a
distancia, tocarse y sentirse mutuamente. Se trata, claro está, de distintas formas
de onanismo, más o menos disfrazado, prolongaciones a mayor distancia de los
“peep-shows”, aquellos espectáculos que se daban desde la postguerra (y que
aparecieron en España en la década de los ochenta). Entonces se trataba de
“mirar” un espectáculo de striptease, sin ser visto, a través de una mirilla
que se abría y cerraba según se echasen o no monedas. La otra parte permanecía
inaccesible, ajena, evolucionando en el escenario, sin importarle la identidad
de quien pudiera o no observarla, e interesada solamente en los billetes que
iba depositando. Esta fórmula, que separaba entre dos y tres metros a la
striper y al voyeur, ha variado sólo cuantitativamente: hoy, la otra parte
puede estar en las antípodas.
En ambas
modalidades, tanto con la utilización de “robots sexuales”, como con el sexo a
distancia (se están ensayando trajes provistos de sensores que reflejarían
fielmente las caricias y las sensaciones táctiles presentes en una relación
convencional), se percibe una línea de tendencia que lleva a la deshumanización
del sexo. Para tener algo que podría llamarse “vida sexual”, ya no es
necesario, ni la proximidad, ni el contacto, ni siquiera el que al otro lado
del monitor se encuentre un partener de naturaleza humana: basta con que una
figura provista de inteligencia artificial que responda tal como lo haría una
mujer adiestrada para satisfacer a ese partener en concreto y no a otro. Y, en
cuanto a la robótica, permitirá trasponer todo lo que se experimenta con una
mujer real, a una figura con aspecto humano, con formas y reacciones humanas,
incluso con tacto, voz y movimientos humanos, pero surgido de un laboratorio o
de una fábrica de manufacturas en serie.
Una humanidad
que ha llegado hasta estos extremos, es una humanidad que ha rebasado cualquier
límite de la decadencia y que ha perdido el sentido de lo humano. Pero estas
son las tendencias de la sexualidad moderna y, en tanto que los medios de
comunicación las conviertan en modas, no cabe la menor duda de que serán
aceptados unánimemente.
¿Hay lugar
para la sexualidad en la formación de una élite?
No puede huirse
del sexo, salvo que se adopte una actitud contemplativa y la castidad pase a
ser una posibilidad operativa. Incluso en esos casos, el sexo puede seguir
estando presente. Podemos enunciar un pequeño decálogo a este respecto, que, en
el fondo no supone más que un recordatorio de los principios establecidos por
Julius Evola en este mismo terreno:
1) Una élite de reconstrucción no puede enarbolar la idea de la “liberación sexual”, de la “libertad sexual”, por muy antiburguesa que sea. Su propuesta debe ser la lograr que el miembro de la élite se vea libre de la tiranía del sexo.
2) Ser “libre del sexo”, no implica un rechazo al disfrute ni al placer, sino el reconocimiento de que, siendo el sexo la “fuerza más grande de la naturaleza”, aquel que logre controlarlo, podrá ser considerado un “hombre libre”. Mientras que el adicto al sexo, el que actúa solamente en función de la “libertad sexual” puede ser un simple esclavo de sus instintos, atado a sus obsesiones y neutralizado por ellas.
3) Una élite de reconstrucción debe estar formada por Hombres y Mujeres que lo sean verdaderamente, tanto en su constitución física como en la asunción de sus identidades sexuales y en la constitución interna de sus valores y de su forma de pensar.
4) El principio ya mencionado de que todo lo que afirma, define y concreta una identidad es positivo y todo aquello que la abole, la disminuye o la difumina, es negativo, debe ser incorporado al terreno de la sexualidad propuesta por la élite de reconstrucción.
5) Las letras del alfabeto presentes en el anagrama de las ideologías de género, LGTBI+, no tienen sentido para la élite de reconstrucción. Es más, son expresión de las carencias de una ideología propia del fin de ciclo que insiste en lo accesorio y da carta de naturaleza a lo que, en otra época, no habrían tenido el más mínimo interés, confirman que el momento histórico actual se caracteriza por apreciar todo lo que fue rechazado como irrelevante en otra época.
6) El rasgo dominante de la sexualidad en la fase termina de este ciclo se caracterizará en los próximos quince años, por el fracaso de las “ideologías de género”, el aumento de las neurosis con base sexual y la extensión del pansexualismo a todas las actividades humanas que, sin embargo, no conseguirán desterrar la sensación de insatisfacción de la persona ante la modernidad. Antes que el retorno a la moral sexual burguesa anterior, este fracaso será uno de los puntales más evidentes en los que se basará la formación de una élite de resistencia y renovación. Por tanto, desde ahora, quien se sienta llamado a esta élite deberá permanecer atento, firme en sus postulados, y crítico ante las formas que va adquiriendo la sexualidad en el fin del ciclo.
7) Además de una vida sexual plena y normal, en el sentido estricto de la palabra, será necesario que la persona que aspire a participar en la élite de reconstrucción, especialmente aquellos en cuyo interior late el fuego de la acción, estudien las formas del amor caballeresco medieval y lo practiquen como forma de entrega de uno mismo y de la propia acción al objeto idealizado que constituye su “dama”. Dama icónica, dama inaccesible, dama ideal, lo importante es estudiar esta forma de amor caballeresco como una de las posibilidades para la reconstrucción de una sexualidad alternativa. Para ello, la lectura del Misterio del Grial, marcará el camino a seguir y los valores de la experiencia del amor caballeresco.
8) Las relaciones sexuales entre los miembros de la élite de reconstrucción deberá ser presidida por el principio de “liberados y complementarios”, como sustitución del principio de “libres e iguales”. Deberán de tener en cuenta que no se trata solamente de una superación del modelo burgués de sexualidad, ni del surgido al calor de la “revolución sexual” y de todo lo que ha seguido, que no serían sino superaciones “por abajo”, sino de superar ambos fenómenos “por arriba”, devolviendo al sexo su triple dimensión: como medio para satisfacer el instinto de reproducción de la especie, como medio para obtener placer y como una de las puertas abiertas a la trascendencia.
9) Poco o nada puede extraerse de ventajoso en el arsenal ofrecido por las nuevas tecnologías para la satisfacción de la sexualidad, pero, en cualquier caso, su deriva es la mejor demostración de la inviabilidad de una sociedad dominada por el pansexualismo, la pérdida de las identidades sexuales y la introducción de la máquina como instrumento de la sexualidad de la última fase de la Edad Oscura.
10) La lectura atenta del Metafisica del Sexo, debería aportar ideas básicas sobre el papel de la sexualidad y la naturaleza de las técnicas sexuales tradicionales, así mismo, los textos taoístas y tántricos sobre la materia estarían en condiciones de ponernos en las pistas para controlar, aprovechar y orientar la energía sexual.