miércoles, 9 de octubre de 2019

Crónicas desde mi retrete (24) OSWALD MOSLEY - PER ENGHAL Y EL PRIMER NEOFASCISMO EUROPEISTA


Oswald Mosley fue con Per Enghald, el único de los líderes de los partidos fascistas históricos que siguió en activo en sus países de origen tras el marasmo que supuso la Segunda Guerra Mundial. Personajes como Leon Degrelle u Horia Sima, debieron abandonar sus países, partir para el exilio y limitarse a mantener sus ideas, pero sin posibilidades de poder difundirlas en sus respectivos países. Resulta curioso constatar que, tanto Mosley como Enghald parecen estar en el origen del “neofascismo europeísta” por el que luego circuló Jean Thiriart y tantos otros. La apreciación no es completamente exacta. De hecho, a principios de los años 30, distintas revistas -especialmente Die Tat- afectas al área de la “revolución conservadora” alemana, ya habían mostrado esa tendencia europeísta que luego incorporaron al Tercer Reich. Seguir estas evoluciones es algo curioso.

Cualquier observador imparcial puede llegar a la conclusión de que, de no haber estallado la Segunda Guerra Mundial, Alemania, antes incluso de 1945, hubiera hecho gravitar toda la economía europea en torno suyo. Era el resultado de la política “racial” hitleriana que consistía en unir a todos los territorios poblados por ciudadanos de lengua alemana en una sola nación. Tras los acuerdos de Munich, este plan estaba casi completo, a falta de llegar al acuerdo sobre el “corredor de Danzig”. Parece evidente que un bloque de 100 millones de ciudadanos, unidos en torno a un régimen con una alta capacidad industrial y tecnológica y excepcionalmente estable, hubiera hecho que todas las economías europeas gravitaran en torno suyo, y eso implicaba también que Berlín hubiera sido -como, de hecho, se estaba convirtiendo- en el centro político de Europa.


El grupo Die Tat, desde finales de los años 20, ya contemplaba esta hipótesis en tres círculos:
- el primero el “germánico” (lo que luego sería el Tercer Reich),

- luego el danubiano (la llamada Mittleleurope) y, finalmente,
- un tercer círculo que abarcara a todo el continente europeo.
Tales eran las tres etapas de crecimiento económico en los que se basaba el Tercer Reich. El resultado final era una “Europa alemana”… ¿por conquista militar? No, por el peso de la economía alemana.

Cuando, durante la guerra, especialmente, tras la Operación Barbarroja, el Reich insistió en la idea de “nuevo orden europeo” y en la incorporación de voluntarios de todos los países europeos a la lucha antibolchevique, no estaba haciendo nada más que aportar un contenido político-emocional al proyecto económico continental. Per Enghald, presidente del Nysvenska Rörelsens y director del Vägen Framät, y Sir Oswald Mosley, presidente del Union Movement, después de 1945, asumieron la idea de construcción de una “Europa unitaria y comunitaria” en un momento en el que nadie hablaba aún, ni de Unión Europea, ni de Mercado Común y, solamente, el Movimiento Federalista Europeo, surgido al calor de los Coudenhove Kalergi en los años 20.

El fascismo sufrió una mutación al transformarse en neo-fascismo tras la derrota de 1945. El nacionalismo quedó en segundo plano en relación a la afirmación europeísta. Es cierto que, los partidos electoralistas (básicamente, el MSI, y más adelante el Socialistische Reichspartei, convertido luego en NDP) volvieron a utilizar el “nacionalismo” como argumento electoral (las masas siempre van más retrasadas en relación a las necesidades de su tiempo), pero lo cierto es que la gran aportación de Mosley y de Enghald después de 1945, fue recuperar el hilo paneuropeista presente en el nacional-socialismo y transformarlo en “nacionalismo europeo”.


Recientemente, hemos traducido para el número 63 de la Revista de Historia del Fascismo una serie de entrevistas realizadas a Mosley en la postguerra, así como una biografía sobre el personaje escrita por nuestro amigo quebecois, Rémy Tremblay. Mientras nos dábamos cuenta de la lucidez y de la novedad que aportó el personaje en cada momento de su vida, meditábamos sobre cómo fue posible que las masas que aplaudieron a Mosley en 1948 en su primer mitin de postguerra en Trafalgar Square, en el que proclamó la necesidad de la unidad europea, pasados los años, se convirtieran en primeros detractores de aquel proyecto y tomaran la vía del “brexit”.

Es fácil interpretar lo que ocurrió: Mosley no se equivocó en absoluto en sus apreciaciones, ni sobre el plano económico (veía la globalización y el multiculturalismo como los grandes peligros que aquejaban a Europa y, particularmente, al Reino Unido, desde principios de los años 30), ni sobre Europa (que sigue siendo hoy más necesaria que hace 70 años). Lo que Mosley en 1948 no podía prever es que la bandera de la “unidad europea” la asumieran los que han terminado siendo grandes valedores de la globalización en nuestro continente.

En efecto, después de un primer período en el que la Comunidad Económica Europea se “vendió” como un intento para racionalizar las relaciones económico-comerciales entre Francia y Alemania y evitar una guerra entre ambas generaciones, luego, ya en los años 70, pasó a ser una excusa para “democratizar” el Sur de Europa con el atractivo de ampliar las relaciones comerciales de países que iban más atrasados en el desarrollo económico, con mano de obra más barata y con la zanahoria de las subvenciones para el desarrollo. Luego cayó el muro de Berlín, y cuando parecía que la unidad europea estaba al alcance de la mano, bruscamente nos dimos cuenta de que la Unión Europea no era nada más que la pieza continental de la globalización.

El proyecto de crear una Europa libre, fuerte e independiente, autosuficiente en materia económica y que exportara excedentes de producción a cambio de las materias primas necesarias, quedó completamente desnaturalizado. Y entonces surgió la consigna: “Sí a Europa, no a esta Europa”.

Mosley, ya no pudo ver esta fase. Falleció en París en diciembre de 1980, ocho años después de haber abandonado la dirección de la Union Movement que dio vida al National Front, por un lado, y a la League of Saint Georges por otro. La traducción de textos de Mosley, nos ha dado ocasión para reflexionar sobre tres aspectos:
1) Las diferencias entre el fascismo y el neo-fascismo y la mutación histórica y doctrinal que supuso el tránsito de uno al otro.

2) El carácter europeísta del primer neofascismo, impulsado por Per Enghald y por Oswald Mosley que luego perfiló y recuperó Thiriart en el área francófona.
3) El juicio crítico que el neofascismo realizó del fascismo histórico y que Mosley resumió en las entrevistas que le realizaron en la posguerra medios de comunicación de primera fila.
El neofascismo tuvo que cargar con la losa de la derrota y de la criminalización. Pasará el tiempo, pasarán las décadas y los siglos y llegará el día en el que algún historiador, manejando biografías, documentos, declaraciones y manifiestos, llegará a la conclusión de que el primer neofascismo de la postguerra (el desarrollado entre 1948, fecha en que se inició la “guerra fría” y 1973, fecha en la que concluyó el período de expansión de la economía mundial y se inició el tiempo de las grandes convulsiones y transformaciones del capitalismo), fue excepcionalmente lúcido en sus previsiones, ponderado en sus críticas y realista en sus juicios. 

Si no fue más lejos, si Mosley nunca recuperó su escaño en la Cámara de los Comunes y si Per Enghald tuvo que contentarse con presidir la creación del Movimiento Social Europeo en 1951 que falleció víctima del electoralismo de unos y del extremismo verbalista de otros. Pero, sobre todo, porque sobre ellos pesaba el estigma de la derrota.