Ayer se conoció la película ganadora del Festival de Sitges.
TV3 dio la noticia de era una película “catalana”, luego que era “vasco-catalana”;
hoy La Vanguardia reconoce que era una “película vasca” y, para
colmo, El País habla de “película española”. Ítem más: la semana
pasada los medios de comunicación de la gencat alardearon de la inauguración de
la sede de una conocida empresa de informática en Barcelona. Asistieron
consellers, escoltas, función arios de la gencat de a pie, etc y la noticia se
vendió en los medios de comunicación catalanes como “retorno de empresas”. En
realidad, la empresa en cuestión, Candy Crush, existía ya, solo que
se trasladó del Ensanche a Glorias, sin crear un solo puesto de trabajo… A
nadie le extrañará que, por lo mismo, la manifestación unionista de ayer en
Barcelona, no merezca más que flashes de intoxicación informativa por parte de
los medios de la gencat (que si 6.000, que si 10.000, etc.). La
Vanguardia, siempre prudente cuando pintan bastos, aludía a “varios
miles”), lo que todos ocultaban era que entre los “varios miles” estaban
presentes “miles” de jóvenes salidos de las escuelas de la Generalitat y que, al parecer, no han asimilado su supremacismo. Yo
opté por irme a la montaña y tratar de ver el panorama de este país desde lejos
y desde lo alto. Lo que vi no me gustó.
La gencat ha lanzado un desafío directo y abierto al
Estado. Lo perderá. En el siglo XXI este tipo de desafíos se pierden siempre:
nadie, apuesta por la creación de un nuevo Estado en Europa que precedería a la
fragmentación de la UE en 150 regiones cada una tratando que su lengua fuera
oficial en Estrasburgo. Nadie absolutamente. Si Soros no entra ni
sale en el asunto independentista (las informaciones sobre su implicación
tienen su origen en la Embajada de la Federación Rusa que responde así a las
intoxicaciones generadas desde la Embajada de los EEUU intoxicando sobre la
implicación de Putin en el asunto) es porque, simplemente, la independencia es
un mal negocio y no sólo porque él mismo tenga más intereses inmobiliarios en
Madrid (a duetto con Golman Sachs) que en Barcelona.
“Vale, reconocen los indepes: la independencia es un mal negocio, pero la libertad está por encima de cualquier consideración”. Y Cataluña “tenía derecho a un referéndum de autodeterminación”. Argumento falaz: cuando la gencat convocó el referéndum, paralelamente, ya dio por sentado cuál iba a ser el resultado (algo que distaba mucho de estar claro, por otra parte) y empezó a preparar las “leyes de desconexión”.
Y, por otra parte, “libertad” es bastante más que la
participación en un referéndum convocado en el que la institución convocante ya
da por sentado el paso siguiente. En California se convocó un referéndum sobre
el “uso terapéutico de la marihuana” y ganó el sí al porrito. ¿La historia ha visto
en algún momento que un medicamento se apruebe o se rechace por referéndum? Dicho
de otra manera: no todo puede someterse a referéndum y el hecho de que
exista “libertad” en Cataluña lo prueba el que llevamos 40 años de elecciones
continuas y nadie ha prohibido a ningún partido soltar sus excentricidades. Y,
por lo demás, si de “libertad” se trata, hay miles de familias que quisieran
que sus hijos aprendieran en castellano, Erasmus que hubieran agradecido el que
alguien les informara que les iban a ilustrar en catalán. Hasta los colgaos
saben que en Cataluña es donde más fácilmente se puede comprar cualquier droga
de manera más simple y sin ningún problema y en donde, desde hace mucho, no se
incautan alijos ni de cara a la galería. Dudar que Cataluña vive en plena
libertad es como dudar de la gravedad.
Pablo Iglesias decía el otro día que las declaraciones de la
clase política parecen una competición para ver quien propone medidas “más
bestias” para atajar el independentismo. Dejando aparte que el independentismo
no está en su mejor momento y remite, lo cierto es que cabría preguntar desde
Cataluña, cómo es que las autoridades de la gencat (el tipo de Waterloo, el
de plaza de Sant Jaume, el baranda del parlament, el último mono independentista
de cualquier villorrio), parece competir en mostrar más “osado”, “más duro”, “más
valiente” para el día en el que se publiquen las sentencias (esto es, para
el lunes). El president del parlament dice que él no es Carmen Forcadell, sino
que en el pleno convocado lo llevará hasta sus últimas consecuencias. El de
Waterloo anima desde la distancia a las barricadas. Y el de Sant Jaume ya se ha
despachado a gusto sobre la sentencia antes de conocerla.
Fuegos de paja. Todos intuimos que lo que los indepes no
hagan la próxima semana, no lo harán nunca. Si después de tan altisonantes
y desafiantes declaraciones, hacen lo que han hecho siempre (en 1926 en Prats
de Molló, en 1931 el 14 de abril declarando la independencia para desdecirse
una semana después, en octubre de 1934 o en los días que siguieron al 1-O), corren
el riesgo de ser, nuevamente, objeto de irrisión como lo fueron en todas estas
fechas. Porque, como todo esto se reduzca un par de días de embotellamientos
en las entradas a los accesos a Barcelona y al victimismo posterior, el
independentismo puede darse por muerto.
¿Hemos dicho “muerto? Aquí, en todo este drama, falta el muerto. Y no estamos muy seguros de quien lo necesita más: si la Generalitat para rasgarse las vestiduras, seguir eludiendo sus responsabilidades y subir el listón de la victimización, o bien el Estado que no sabe ya qué excusa encontrar para un 155 definitivo.
Les contaré algo: desde hace años tomo gaseosilla El
Tigre. La fabrican en Cheste, Valencia, y ha salvado más vidas que la penicilina.
Es, simplemente, bicarbonato sódico en un sobre y ácido cítrico más un ligero
edulcorante por otro. Son efervescentes. Refrescan, ayudan a la digestión y son
una bebida tradicional que se empezó a olvidar cuando llegó la malhadada Coca-Cola.
La situación actual no es una tormenta en un vaso de agua. Es el vaciado de los
dos sobres de El Tigre en 20 c/c de agua pura y cristalina. Hay una
efervescencia inicial que parece estallar el vaso y luego, todo se normaliza.
Lo que va a pasar la próxima semana es la primera parte
de lo que hemos descrito:
efervescencia. Dura poco. La segunda es la que no
está tan clara. ¿Quién va a perder más? ¿El Estado o la gencat? Pierde siempre,
el menos decidido y el más débil. Y ahora es cuando hace falta releer el
primer párrafo: ¿creéis que si la gencat fuera una institución fuerte mentiría
en casos tan irrelevantes como una película o el cambio de sede de una empresa
o ignoraría el hecho que cada 12-O se pone de manifiesto: que no toda Cataluña
es independentista?
Remitámonos a la historia: en 1932 cuando se creó la
gencat republicana, ERC la convirtió en una fuente de financiación. Colocó
a verdaderos patanes (Badía) al frente de instituciones importantes (la
policía), pero lo esencial era aprovechar los recursos públicos para crear
empleos ficticios y pagar las actividades de los organismos del partido. Esto
volvió a repetirse, centuplicado, durante el pujolismo y vuelve a repetirse con
la coña marinera del “procés”: éste solamente ha sido posible por MALVERSACIÓN
CONTINUA DE FONDOS PÚBLICOS, cuando se ha destinado a subsidios medios a cambio
de apoyo al proyecto, cuando se ha convertido los medios de comunicación oficiales
en altavoces y cuando se han desviado miles y miles de millones hacia ONGs y
asociacionismo independentista.
Quítese todo esto al independentismo, o, simplemente, fiscalícense
los gastos de la gencat y, tras la efervescencia, vendrá el reflujo y, tras
este, el reconocimiento de la realidad: que estamos en el siglo XXI y no es el
mejor momento para crear miniestados, pequeñitos y redonditos. Y, si para
colmo, se exige a la gencat que Cataluña sea, efectivamente, tierra de
libertad, y se establezca una línea de enseñanza en castellano, mejor que
mejor. Porque ya va siendo hora de que haya LIBERTAD. Es decir, que la gencat
que hemos conocido no sirve. Hará falta una institución de la que los catalanes
podamos estas orgullosos.