Desde que Guy Debord escribió en 1967 La sociedad del
espectáculo, se sabe que la gran característica de la ordenación
socio-económico-cultural de la modernidad es la reducción de cualquier actividad humana a “espectáculo”,
es decir, a “mera representación”. O lo que es más simple: el “parecer” es más
importante que el “ser”. El “look” se superpone a la personalidad. La pose al
valor. Lo estamos viendo día a día y mucho más en días en los que todo
parece crisparse, cómo estos en los que parece hacerse desatado la “cuestión
catalana” y, a falta de razonamientos, objetividad y reflexión, comparte
actualidad y se solapa con las noticias que llegan sobre el Valle de los
Caídos. No crean nada: ni Cataluña está al borde de la secesión, ni mucho
menos de la guerra civil, ni el traslado de los restos de Franco es una más que
un chou inútil y frívolo.
Lo diré y lo repetiré de manera lo más vulgar y grosera
posible para hacerme entender sin sombra de dudas: los indepes no tienen
media hostia. Pueden ampararse en la masa, poner colegios enteros de niños
al frente, incendiar éste o aquel contenedor, tumbar de una hostia a una entrañable
abuela o tratar de estrangular a una chica que no comparte sus ideales
tribales, puede cortar carreteras, una vía o un aeropuerto, especialmente
cuando quienes deberían disolverlo, tienen la orden taxativa de no emplear
fuerza excesiva y evitar al máximo choques y conflictos, pero no pueden gran
cosa más. Especialmente, desde que hace quince días se les hundió el “plan
estratégico” con la detención del “núcleo duro”, aquellos CDR encargados de
dirigir la toma del parlament cinco días y colocar algunas bombas de termita.
Pero, repito, no tienen eso que se dice media hostia. Basta que un par de
uniformados saque la porra y amague una carga para dispersarlos.
De hecho, si en el aeropuerto del Prat los incidentes
fueron verdaderamente graves fue por la acumulación de manifestantes. El
mismo carácter masivo impidió las estampidas: los que tenían a los de la porra
delante no podían correr porque la masa que les empujaba detrás se lo impedía
en una zona cerrada. Pero cuando, ayer se produjeron incidentes en las inmediaciones
del Paseo de Gracia, corrieron arriba y abajo, quemaron contenedores e hicieron
el indio a gusto. Parece una revuelta, da la sensación de que es un motín. No
se equivoquen: es cosa de niños díscolos que creen que tienen un “ideal” (el
independentismo), cuando, en realidad, demuestran que en la escuela no les
enseñaron lógica aristotélica, sentido común ni capacidad crítica. “Parecen”
peligrosos, pero en absoluto “son” peligrosos salvo para sí mismos.
TORRA PERDIENDO LA "BATALLA DE LAS IMÁGENES"
Torra no se da cuenta, pero está perdiendo lo que puede
ser calificado como “la batalla de la sentencia”. Algo parecido, ocurrió
con “los indignados”: los primeros días de aquella protesta, mostraron que algunos
sectores de las clases medias y de la gente “normal” se habían sumado, pero, a
medida que avanzaba la protesta, estos sectores se retiraron y entonces fue el
apogeo del perroflautismo. Aquellas aguas han traído a los Unidas Podemos o a
los Mas País: poco, casi nada. Bastaron algunas declaraciones maximalistas, choques
con la policía, para que, junto con el inexorable paso del tiempo, todo
declinara. Esto de ahora no va a ser diferente.
Decía Debord que “el espectáculo es una colección de
imágenes”. Torra está perdiendo la batalla de las imágenes. La del humo
de los contenedores ardiendo es la más celebrada. La vista desde la Montaña
Pelada (el Park Güell) nos muestra la misma imagen que durante la Semana
Trágica de 1909. Lo que arde, de hecho, es la crónica de un siglo: antes se
quemaban conventos, ahora solo contenedores de basura. No me negarán que hemos
mejorado. Pero la imagen desde la Montaña Pelada es la misma.
La otra imagen es la de la “casa regional” de la gencat en
Alemania (eso que el Diplocat llama pomposamente “embajada”). Cuatro panolis a sueldo
de la gencat explicando a un solitario periodista en una sala vacía "lo intolerable de la
sentencia y cómo será la venganza catalana".
O la otra foto de Torra bajo el titular de “La Generalitat desconvoca
la reunión con los cónsules extranjeros para evitar un fracaso”. Y ¿qué me
dicen de la noticia sobre la prohibición del Parlamento Europeo a la entrada
del apestado de Waterloo? Ni siquiera una voz de solidaridad internacional con
los condenados. Torra y el independentismo han perdido la batalla de la
imagen en el exterior: la creencia en que se podría “internacionalizar el
conflicto” se ha saldado con cuatro titulares despiadados.
TORRA PERDIENDO LA "BATALLA DEL SENY"
¿Y qué me dicen de la “batalla del seny”? Verán: desde
hacía tiempo, los últimos mohicanos del independentismo se preparaban para “solidarizarse
con los condenados”… ¿Quién se acuerda de esto desde el día de ayer? No han
podido imponer la imagen de Junqueras y de la Forcadell con traje a rayas, tras
rejas y alambradas: gana por goleada la foto de la abuelita tumbada por un
porrero y la de una chica de buen ver medio estrangulada por un neanderthal.
El regionalismo catalanista del XIX logró imponer la idea de que Cataluña era
la “tierra del seny”. No era cierto: en cualquier lugar en el que un ser humano
ha construido algo que pueda llamarse civilización, ha existido alguna forma de
“seny” (sentido común). Pero, a medida que el regionalismo se fue
convirtiendo, primero en nacionalismo y acto seguido, por simple inercial, en
independentismo, el “seny” fue siendo sustituido por el irracionalismo primero
y luego por el mero desenfoque completo (querer abordar la “construcción
nacional de Cataluña” con formas medievales en el mundo postnacional en los
albores de la cuarta revolución industrial).
El catalán de hoy no es muy diferente a cualquier otro
pueblo europeo: quiere paz, orden, estabilidad y seguridad. Lo que el "gobierno autonómico", Torra, los
CDR, el “procés”, y sus formas más extremas, le están dando es justo todo lo
contrario. Las imágenes de estos días lo certifican.
COSA DE GENTE JOVEN CON GANAS DE DESCARGAS ADRENALÍNICAS
Las fotos de los
contenedores incendiados le enseñan a tontos cum laude como Torra y a
tontorronas diplomadas como la Colau, que una cosa es “llamar a la
movilización en defensa de la democracia y de la libertad de expresión” y
otra cosa es esperar que las masas, una vez en la calle, sepan qué hacer, dónde
ir y cómo comportarse. Porque, cuando se ha crispado a la propia parroquia
hasta más allá del límite -para esto está TV3 y los almogávares mediádicos,
mercenarios a sueldo de la gencat- siempre ocurre lo mismo: el más exaltado
da la nota, deja huella y queda en el recuerdo, gracias a una simple imagen.
Internet, los videomóviles, las redes sociales muestran, con
relativa fidelidad, lo que está ocurriendo: las manifestaciones de ayer no
estaban protagonizadas por “la sociedad catalana”, sino por grupos de jóvenes salidos
de las escuelas de la gencat y, como todo joven, con ganas de tener una “experiencia
adrenalínica” en su vida. Antes se corría delante de los “grises”, ahora
perseguido por los “Mossos”. Es el gran logro del “estado de las autonomías”.
Son como los “revolucionarios de mayo del 68" dispuestos a cambiar el mundo
a golpe de barricada, coctel molotov, manifestación y pedrada. Pero al llegar
los exámenes de junio, se fueron a casa y luego de vacaciones. Así son las
revueltas de escolares, meros ritos de tránsito de la infancia a la madurez.
DEL PLAN INICIAL A LA REALIDAD ACTUAL. LA BÚSQUEDA DEL MUERTO
El plan inicial preveía otra cosa: ocupar el parlament(ito)
unos días y esperar que la solidaridad internacional les echara una mano. Pero
se fue al traste con las detenciones de hace quince días. Ahora, todos los
capitostes de la gencat rezan a la moreneta o al dios de las poltronas, para
que el viernes 18 las masas no falten a la cita, y puedan aprovechar la convocatoria de
“embotellamiento general” para que su causa no se archive en el olvido.
Falta el muerto en el imaginario colectivo de los indepes:
alguno ha bromeado con el “potato indepe”. De momento, ya tienen a un par de infortunados
que han perdido un ojo y un testículo. Pero es poco para victimizarse. ¿Las
condenas? Poco más de cien años para 12 acusados de generar más de una década
de inquietud y crispación, haber dividido a la sociedad catalana y desviar fondos públicos para una locura privada. Tejero se llevó treinta años
por desconchados en la escayola del parlamento. Ni siquiera hay material suficiente
para una victimización efectiva.
Todo esto ha ocurrido en Barcelona el 15 de octubre de 2019.
¿Qué queda por llegar? La gencat calcula que la semana siguiente podrá sentar al gobierno a
negociar. Se equivoca: las elecciones están demasiado cerca y PP y PSOE luchan
ahora por ver quien se queda los despojos de Cs y eso implica “firmeza ante el
independentismo”. También aquí hay mucho de pose y espectáculo.
LO VOLATIL Y CAÓTICO DEL PROYECTO INDEPE: UN FUEGO DE PAJA
Pero, sobre todo, lo que juega en contra de Torra es la
inexistencia de un “frente político indepe” y el que, no solamente, cada partido
(y son tres) vaya por su parte, sino que dentro de cada partido haya tres o cuatro
ideas diferentes de lo que hay que hacer, otras tantas de lo que puede hacerse
y también de lo que se está dispuesto a hacer. Los sectores más radicales han
emprendido la senda del no-retorno y los más guasones ya piden que Guardiola
sea “president”.
La sentencia ha operado el milagro de que el conseller independentista
Buch, duro entre los duros, permita a los mozos dar estopa a los más suicidas
de la CUP y del CDR, olvidando que, en el fondo, es el único apoyo real con el
que cuenta Torre. Desde Waterloo, el chalado de los pies veloces y el
cerebro vacío, exige la cabeza de Buch. Torra alude a la contradicción entre llamar
a la movilización y luego enviar a los mozos, reconociendo que los
manifestantes son sólo y nada más que carne de cañón para unos fines que ya ni
él mismo sabe cuáles son (¿negociar? ¿independencia? ¿reconocimiento de los
resultados del 1-O? ¿nuevo referéndum? ¿indulto de los presos? ¿simple
supervivencia?).
Completar el “potato indepe” o el muerto providencial,
avivarían su causa… sólo que ya no tiene muy claro cuál es. Su corazón está
con los CDR, su culo con la poltrona, su miedo acabar en Waterloo y su cartera,
segura mientras tenga las llaves de la caja de la gencat. Vamos que el
hombre, cada día que pasa, está más perdido y ni siquiera recuerda ya cuál es
su “imagen”, ni a qué parecerse, ni qué espectáculo ofrecer a la parroquia.
Por si las cosas se desmadran, el artífice de la tramoya
en funciones, Pedro Sánchez, tiene programada la profanación de la tumba de
Franco, que siempre le garantizará el apoyo del “izquierdista fiel” y tener
distraído a su rebaño.
Todo esto resulta tan absolutamente ridículo que induce a
la indiferencia y al hastío. En un momento dado de la que, en mi juicio, es
la mejor película de Sylvester Stallone, La Cocina del infierno
(1978), uno de los protagonistas se pregunta antes de arrojarse a las aguas del
East River, “¿Qué quedará de todo esto dentro de cinco años?”. La
respuesta es, nada. Vivimos un tiempo en que, incluso los dos espectáculos que
se nos ofrecen son banales. No me extraña que Netflix se haya convertido en un
fenómeno social más que en ningún otro país europeo…