2. La originalidad del proyecto
Contrariamente a lo
que suele pensarse, los Campos Hobbits no fueron la primera manifestación de
“campamentos juveniles” protagonizadas por los jóvenes neo-fascistas europeos.
Era relativamente frecuente que en toda Europa, durante los veranos, se
convocaran “campamentos-escuela”: así lo hizo Jean Thiriart en el marco de su
organización intereuropea Jeune Europe, así lo hizo también Europe Action, la
organización francesa fundada por Dominique Venner, Pierre Sidos, Alain de
Benoist y Fabrice Laroche; la hacía también en Alemania la Wiking Jugend y los
jóvenes del NPD, en Austria el movimiento juvenil neo-wandervögel fundado por Konrad Windish y era habitual en España,
tanto en las filas oficialistas del Frente de Juventudes como en los distintos
grupos disidentes. Igualmente ocurría en Italia en donde, tanto el Fronte
Universitario d’Azione Nazionale (FUAN) como la Giovani Italia y, por supuesto,
los grupos extraparlamentarios, solían convocar “campamentos veraniegos”.
Las actividades que
se realizaban en estos campamentos eran fundamentalmente físicas, en algunos
casos, incluso paramilitares. Se daban algunas charlas de formación, pero lo
esencial eran las “marchas de endurecimiento”, las actividades al aire libre y
el montañismo. En alguna ocasión y por motivos difíciles de entender, las fotos
de los entrenamientos paramilitares llegaron a la prensa y suscitaron una
oleada de antifascismo. El 28 de noviembre de 1969, por
ejemplo, la rivista “Acropolis” dedicaba un comentario al campamento
paramilitar organizado por Europa Civiltà, una organización tradicionalista
católica surgida del predente Movimiento Integralista y dirigido por Loris Facchinetti:
“Oficialmente [el campamento] se define como un grupo de actividades
deportivas. Las autoridades italianas, sin embarg, sospechas que se trata de
actividades más serias. En el clima general de anarquía que reina en Italia,
estos jóvenes no han sido molestados por nadie y han tenido todo el tiempo para
prepararse para el “gran giro” que –es preciso admitir- muchos esperan en
Italia”.
Pero
Europa Civiltà es importante por otro motivo. Fundada en 1967 prolongó su
actividad hasta principios de los años 70 como “organización cultural” de
carácter católico. Daba especial importancia a actividades en la
naturaleza y en el curso de las noches
de campamento y de las reuniones comunitarias, algunos de sus militantes compusieron
canciones y poesías que no tenían nada que ver con las canciones que se cantaba
en los ambientes juvenilesd el MSI, todas ellas antiguos himnos históricos del
período fascista. Ya no eran “marchas”, sino baladas acompañadas por la
guitarra o la armónica. Del “documento histórico” se pasó a la experiencia
poética y comunitaria que se estaba viviendo en aquellos momentos. El artista
más completo de esta organización fue Carmine Asunis (poeta, m´sico, pintor,
escultor) a quien se unieron Mario Polia, Massomo Forte, Pino Tosca y otros. Ninguno
de ellos actuó nunca en canales musicales habituales, ni en locales
especializados, sino que todo se desarrolló en el interior de los círculos de
Europa Civiltà. Su música y los textos de los canciones se inscribían
voluntariamente en lo que se conocía como “canción protesta”, nunca fueron
recopilados y es posible que la mayor parte se haya perdido, pero eran
suficientemente conocidos en el interior de los medios neo-facistas, junto a
Leo Valeriano, y sirvieron como modelo para los tolkienianos Amici dell Vento y
la Compagnia dell’Anello que aparecerían más tarde en el marco de los Campos
Hobbit.
Cuando
se convoca el primer Campos Hobbit, Europa Civiltà hace un lustro que está
disuelta y algunos de sus militantes han pasado al Fronte della Giuventù en donde
los “campos escuela” eran suficientemente conocidos desde que en los años 50,
la organización precedente, Giovane Italia, los hubiera convocado bajo la
dirección de Roberto Mieville. Se trataba de campamentos anuales de formación y
convivencia para los militantes que no hay que confundir con las “escuelas de
cuadros”, convocados siempre en hoteles y albergues, esto es, en lugares mucho
más cómodos y con programas mucho más rígidos que concluían siempre con la
visita del Secretario General del MSI. Los asistentes a estos eventos se
limitaban a recibir la formación que se les daba, no se les pedía que
expusieran su opinión o las propias experiencias, sino que recibieran la del
partido con la atención que un alumno depara a su maestro.
Así
pues, la práctica de los campamentos juveniles no era nueva, existían
precedentes lo suficientemente conocidos y significativos, como para que
ninguna jerarquía del partido se inquietara por la convocatoria de una de estas
actividades por parte de la rama juvenil. Sin embargo, los organizadores tenían
una visión completamente nueva de lo que iban a ser estos campamentos:
- Se convocaron como “festivales de música, espectáculo y grafismo”. Si bien, tomaban impulso en las pasadas experiencias propias de Giovane Italia, Europa Civiltà, etc, intentaban imitar mucho más al reciente Campo Lambro organizado en el ámbito del “movimiento del 77”.
- No se trataba de dar cursos e impartir una formación doctrinal o técnica de carácter rígido, sino de reunir a los asistentes por “grupos de afinidad” cada uno de los cuales estaba orientado al estudio y desarrollo de un tema determinado. Y valían todos: desde cocina macrobiótica, hasta sociología, desde música alternativa hasta diseño gráfico.
- Aún existiendo una “dirección”, la distancia que la separaba de la base era mucho menor que en los “campamentos-escuela” tradicionales.
- La convocatoria se realizaba en función de nuevos símbolos (la cruz céltica), temas (la irrupción de la fantasía heróica tolkieniana),
- Al igual que ocurría en los fuegos de campamento de Europa Civiltà, se conseguía “calor humano”, no tanto por el canto de los viejos himnos, sino por la aparición de nuevos grupos musicales, solistas y cantautores que intentaban expresar los valores que defendían con ritmos y acordes nuevos.
- El nexo que unía con el “pasado” no había sido abolido completamente: se recordaba a Drieu la Rochelle y al futurismo, se defendía cierta concepción de “la Tradición” (si bien mucho más diluida que en el ámbito evoliano) y la política interesaba, pero no especialmente, y desde luego lo que no interesaba nada en absoluto eran las orientaciones de la burocracia dirigente del MSI.
- La teoría organizativa ya no era la clásica: ni la que exigía la ley al MSI, ni la histórica derivada del cesarismo o del führerprinzip, ni siquiera la leninista que había logrado interesar a un sector del neo-fascismo. Se estaba más cerca de las “teorías movimentistas” en las que se concebía la pertenencia a una organización “social”, integrada en un “movimiento” amplio que reunía a una panoplia diversificada de “frentes” especializados en torno a unas ideas-fuerza comunes. Era la idea de moda asumida del “movimiento del 77”.
3. Los promotores del proyecto
Los
nombres de los impulsores de todo esto son conocidos: Marco Tarchi, Umberto
Croppi, Giampiero Rubei y Generoso Simeone. Sigamos la evolución de cada uno de
estos personajes.
En
lo que se refiere a Marco Tarchi ya hemos dado algunos apuntes sobre su
personalidad. Sobrino del Ministro de Economía Corporativa de la República
Social Italiana, Tarchi militó desde muy joven en la sección florentina del
MSI, donde dirigió Giovane Italia. A mediados de los años 70 ya era uno de los
dirigentes más prometedores y representativos del Fronte della Giuventù. Se
alineó en 1976 con la corriente rautiana del partido lo que implicó, a partir
de entonces, un enfrentamiento casi constante con la dirección del partió. En
1977 aspiraba a la secretaría nacional del Fronte e incluso fue el candidato
más votado, pero Giorgio Almirante optó, como le correspondía por los estatutos
del Fronte, por colocar a Gianfranco Fini (que había quedado en cuarta
posición) al frente de la organización, relegando a Tarchi a la vicesecretaría
nacional que ocupó hasta 1979. Giano Accame (uno de los intelectuales de la
derecha que alternó su colaboración con el MSI con sucesivas rupturas, siendo
el primer intelectual de la “derecha postfascista” en adoptar posiciones
pro-israelitas y que coqueteó con la Nuova Destra en los años 80) describió lo
que supuso esa decepción para Tarchi: “se convirtió en anarquista por la ofensa
recibida”.
Por
su parte, Umberto Croppi, algo más joven que Tarchi, fue a los 19 años concejal
romano del MSI, delegado del FUAN en la facultad de Derecho y dirigente
nacional de la misma organización. Posteriormente fue miembro del comité
central del MSI y más tarde miembro de su secretaría nacional. Se situó en la
corriente Linea futura dirigida por Pino Rauti. En la época del “movimiento del
77”, fundó y presidió el Movimento dei Giovani Disoccupati, luego figuró como
uno de los ideadores de la estética de los Campos Hobbit y se implicó en sus
actividades ecologistas.
El
tercer impulsor de los Campos Hobbit,
Generoso Simeone, era
el de mayor edad. Había nacido en 1944 y militó desde muy joven en el MSI. Sin
embargo seguirá a Pino Rauti cuando en 1953 se escinda del partido y constituya
el Centro Studi Ordine Nuovo del que Simeone será responsable máximo para la
región de Campania. Seguirá
vinculado a Rauti cuando este retorne al partido en julio de 1969 y pronto
entrará en contacto con Tarchi con quien colaborará a partir de 1972,
dirigiendo la publicación L’Alternativa.
En su primer número escribió un editorial en el que afirmaba: “Ya no es posible
quedarse en la ventana y esperar que un mundo siga en ruinas, una civilización
resulte destruida... es preciso una política de intervención, una política que
incide, cualifica, aclara, una política que ilustra y sorprende, una política
de alternativa global... que ofrezca un mito y una idea para las nuevas
generaciones, capaz de fascinar y arrastrar mediante la creación de un nuevo
orden social, para que Europa se una y vuelva a detentar la primacía de
civilización”. La idea de reunir a los jóvenes alternativos de la corriente
rautiana en un campo de verano, fue inicialmente suya.
El paso más fugaz por la política de
todos los impulsores de los Campos Hobbit, fue el de Giampiero Rubei. Al igual
que el resto de impulsores de la iniciativa, Rubei estaba impregnado de una
cultura de derecha y atribuía la mayor importancia en su formación y en sus
opiniones personales a Ezra Pound, pero lo que más le interesaba –y le sigue
interesando- es la música y, concretamente, el jazz. Había escrito: “En el jazz
se encuentra el lenguaje adrenalínico del Novecento, la vitalidad de la
improvisación, de la fuerza de lo que Jünger ha llamado lo elemental…”.
Mediante Pound, Rubei llegaba a la poesía y él mismo intentaba transformarla en
música… música de jazz: “¿Qué hay de más apropiado que el jazz para comprender
el espíritu de Paound? Por lo demás, personalmente, en el jazz he encontrado la
declinación musical de lo que ha absorbido de joven leyendo a Drieu, Evola,
Kerouac y, precisamente, a Pound”. Cuando se convocaron los Campos Hobbit,
Rubei ya era muy conocido en los ambientes jazzísticos romanos en los que
estaba integrado desde su período estudiantil.
El primer Campo Hobbit o la
grandeza de la fiesta
Inicialmente
estaba programado para el 28 y 29 de mayo de 1977, pero no pudo celebrarse por
cuestiones organizativa hasta el 11 y 12 de agosto. El lugar elegido para esta
primera experiencia era el pequeño pueblo de Montesarchio, un pueblo de 10.000
habitantes situado en el Benevento (centro-sur de Italia) en una zona
montañosa. Allí el MSI tenía una aceptable implantación. Al frente de la
federación local estaba Generoso Simeone, mal visto por la dirección del
partido y perteneciente a la Línea Futura de Rauti. Parece que, inicialmente,
no estaban muy claras las ideas que debían inspirar la iniciativa: se hablaba
ya de “metapolítica”, el concepto procedente de la Nouvelle Droite francesa que
explicaba que para alcanzar el poder político había que conquistar primeramente
la “hegemonía cultural”. El concepto, producto de una mala lectura de Antonio
Gramsci, el secretario general del Partido Comunista Italiano durante el
Ventennio fascista, implicaba situarse “más allá” de la política, no
obsesionarse con el activismo político cotidiano, y procurar orientarse hacia
esfuerzos culturales que, antes o después, lograrían generar un caldo de
cultivo más adecuado para las propias ideas políticas, algo que, evidentemente,
el MSI no disponía en ese momento.
Este
planteamiento era precisamente el que les había ayudado a “comprender” el
“movimiento del 77” y a intentar la asimilación. Estaba claro, pues, desde el
principio que los aspectos culturales ocuparían un primer plano en la
iniciativa. Así pues, de lo que se trataba era de insistir en música, radio,
diseño gráfico y temas sociales, todo lo cual era inhabitual en la
extrema-derecha neofascista pero constituían el eje de las preocupaciones de la
juventud politizada de la época. No era esa la única novedad. El campo ya no
estuvo presidido por la antigua bandera del Fronte della Giuventù, heredada de
Giovane Italia (un fornido brazo sosteniendo una antorcha cuya llama ostentaba
los colores de la bandera de Italia, en lo que constituía una joya del diseño
de los años 50), sino la cruz céltica, el emblema que hasta ese momento había
sido solamente utilizado por la extrema-derecha francesa y, a nivel europeo por
la Jeune Europe de Jean Thiriart. La cruz céltica estaba presente de manera
obsesiva: en adhesivos, en banderines, en camisetas, a la entrada del campo,
incluso sus participantes formaron una cruz céltica humana con sus cuerpos. El
símbolo indicaba la intención renovadora que animaba a los asistentes.
Pero
la parte que más sorprendió fue, sin duda, la musical: actuaron Amici del
Vento, La Compagnia dell’Anello, Janus (primer grupo de rock neo-fascista). En
aquel momento el repertorio de todos estos grupos no era muy amplio, pero fue a
partir de entonces cuando redoblaron esfuerzos tanto sus letristas como sus
compositores y en apenas dos años ya dispusieron de una discografía lo
suficientemente amplia como para que pudieran realizar giras por las secciones
del Fronte della Giuventù y fueran suficientemente conocidos en el medio
juvenil neofascista. De hecho, este primer Campo Hobbit constituyó para todos
ellos una carta de presentación. En lo que se refiere a “grafismo”, en los
distintos “talleres” se insistió en la tipografía que habría creado a
principios de los años 70, Jack Marchal (y que asumió como propio Ordre Nouveau),
en las nuevas formas de grafismo que habían irrumpido desde mayo de 1968 y en
la iconografía céltica que derivaba de El
Señor de los Anillos.
Se
habló de política, naturalmente, y la dirección del MSI no pudo evitar salir
afectada por las críticas demoledoras que se le formularon, pero también por el
espíritu “alternativo” que percibió en la demostración y que era completamente
contrario y hostil a su estilo burocrático.
Se ha escrito que el Campo Hobbit I supuso “la respuesta coral a un acto
de autoridad perfectamente expresivo de la mentalidad de quien, a pesar de
todo, dirigía. El desafío al formalismo de las estructuras. La proyección
estereofónica de un congreso sin delegados de derecho. La decepción por el
congreso anterior del partido. Los ingredientes para una explosión estaban
todos presentes”.
Las
cifras sobre los asistentes varían desde los 800 a los 2.000. El propio Umberto
Croppi, años después, en el curso de una entrevista, reconoció que “asistieron
800 jóvenes”, sin embargo, la cifra que se dio oficialmente en aquel momento y
que ha sido reproducida en decenas de artículos y libros, a menudo hostiles,
era la de 2.000.
Era
evidente que la inmensa mayoría de asistentes había apoyado la ponencia
presentada por Rauti en el último congreso del MSI y el campamento constituía
también un acto de apoyo para el fundador de Ordine Nuovo. Lo que ya no está
tan claro es que lo hablado allí coincidiera exactamente con las creencias que
Rauti sostenía en aquel momento. De ahí que, cuando, años después, los
promotores del Campo hubieran editado un volumen relatando las experiencias y
los motivos de la iniciativa, insertaran una frase significativa: “Linea Futura
era esto, más allá de las intenciones de quien la había bautizado”.
¿Qué
supuso aquel evento para sus asistentes? “Tres días pasado juntos, para
descubrirse. El mito de las iniciativas paralelas, que caminaban por sí mismas
mientras desde la dirección oficial del partido se planteaba como crecer. La
explosión de mil forma de un modo de ser. La prensa, la gráfica, los cómics, la
radio, el teatro, la poesía, la música, la mujer, la nutrición, la biopolítica,
la fantasía heroica. Montesarchio como liberación”. Lo que intentaron los
promotores fue “salir del gueto”, “descubrir las propias raíces”, “realizar una
palingenesia integral”…
Lo
que se intentó allí era un “proceso de homologación juvenil” cuyo significado
era, de todas formas, algo vago. La izquierda venía discutiendo sobre estos
temas desde hacía diez años, para la derecha neo-fascista, en cambio, era una
temática desconocida… Se trataba de “aprender a discutir”, una práctica de que
hasta ese momento carecía de tradición en el ambiente neo-fascista mucho más
habituado al “creer, obedecer y combatir” procedente del Ventennio
mussoliniano. Se trataba, también, de reconocer las “nuevas necesidades” que
eran completamente diferentes de las que experimentó la “generación de Saló”
(de la República Social Italiana) y de la inmediata postguerra. El “golpismo”
ya no bastaba, las “tramas negras” se denunciaban como caricaturas, se alzaron
voces constantemente contra el “nostalgismo” de otro tiempo y proclamas para
definirse ante los problemas que estaban implícitos en el debate social de
aquel momento histórico. Todo ello para dar vida a una “alternativa” que
estuviera “menos hipnotizada por el pasado y dispuesta a medirse con el mundo
moderno, capaz de hablar en la forma y en los temas en la lengua contemporánea”.
Pocos
creían que aquella convocatoria sería diferente a cualquier otro campo-escuela
o campo-veraniego, del neo-fascismo. Por tanto, a nadie le sorprendió que el
Ministerio del Interior enviara un fuerte contingente de carabinieri para
evitar cualquier incidente que pudiera producirse. Un servicio de orden
compuesto por 80 jóvenes provistos de brazalete blanco-rojo-negro aseguraron el
orden en el interior del Campo… ya no eran los colores de la bandera de combate
del Reich, sino “de la tradición”.
En
lo que se refiere a las consignas, llamaron la atención de la prensa, pero no
todas eran completamente originales; algunas de ellas se venían utilizando
desde los años 50 en los medios juveniles del MSI, pero nunca por la dirección
ni, por tanto, habían llamado la atención de los medios: “Ni Marx, ni
Coca-Cola; ni bancos, ni soviets”. Se apelaba a la “imaginación” y a la
“creatividad”, para descubrir la “propia identidad” y la “diversidad” del mundo
circundante.
Las
intenciones eran estas y estaban claras por parte de los promotores y de un
cierto número de los asistentes, pero no de todos. Se produjeron
contradicciones : aparecieron brazos en alto, usos, formas, costumbres
habituales en este tipo de concentraciones juveniles neo-fascistas. Esto se
produjo porque no todos los asistentes estaban impregnados del mismo espíritu y
de las mismas intenciones que los promotores. Para muchos, “el descubrimiento
de la diversidad” supuso exteriorizar una revancha a la derrota de Linea futura
en el congreso del MSI de febrero anterior; una especie de revancha. Para otros
se trató de una experiencia comunitaria en la que, por unos días, todos los que
les rodeaban pertenecían a su propia corriente de pensamiento y no debían
disimular, ocultarse o simplemente moderar sus criterios. Para casi todos fue
–y esta era una de las propuestas- un “espacio de fiesta”.
Campo Hobbit II, el MSI recupera la iniciativa
A
la vista del éxito y del interés suscitado por el Campo Hobbit I, se volvió a
convocar al año siguiente en la Fonte Romana, en Abruzzo, casi el centro
geográfico de Italia. Pero, a diferencia del año anterior, la convocatoria no
procederá de los jóvenes de la corriente rautiana, sino de la propia dirección
del Fronte della Giuventù que transmitía en el ambiente juvenil la misma línea
que Giorgio Almirante adoptaba para la totalidad del MSI. Tras la convocatoria
lo que queda claro es que el oficialismo burocrático almirantiano se niega a
dejar el mundo juvenil en manos de la corriente rautiana e inicia una ofensiva
para recuperarlo. Esto explica el porqué, según todos los testimonios, se trató
del campo menos interesante de todos los que se celebraron y expresara los
compromisos entre las distintas corrientes.
Alterado
el espíritu del campo, triunfó en est edición el “modelo integrado”. Se trataba
de realizar una “gestión unitaria” y había que rebajar las críticas a la
dirección del partido, casi mejor eliminarlas en aras del monolitismo del
partido. La creatividad y la búsqueda de la propia especificidad, los
movimientos sociales, el grafismo, todo eso era muy interesante, pero solamente
si se ponía al servicio de un partido capaz de obtener resultados electorales,
porque tales resultados serían la garantía de que algo podría cambiar en la
sociedad italiana. La secretaría general del partido había decretado la
disolución de las distintas corrientes. Alguno de los asistentes no pudo evitar
escribir: “Como si dos estilos, dos mentalidades, dos experiencias distintas
–compatibles, ciertamente, pero en una compuesta y dialéctica pluralidad-
pudieran fundirse de golpe bajo el impulso de un acuerdo firmado. La forzada
disolución de las corrientes en el seno del Movimento Sociale Italiano
facilitaba un primer resultado. Ni gustosa, ni compacta, la mayonesa enloquecida
de Fonte Romana dejaba sabor amargo en la boca”.
No
es que cambiara mucho en relación al primer Campo Hobbit, es que, simplemente,
aquella segunda edición fue una repetición de la primera. Una copia en la que
estaba ausente la creatividad y la innovación. Simplemente se repetía lo mismo
y lo mismo cansaba: las canciones que cantó La
Compagnia dell’Anello ya se habían conocido a lo largo del año y lo mismo
valía para Janus, los nuevos solistas, Fabrizio Marzi, Renato Colella, gustaron
pero no entusiasmaron. Hubo un taller y un puesto de comida macrobiótica… pero
eso ya se había visto el año anterior. La única novedad digna de tal nombre fue
que se filmó una película en Super 8 mm que, una vez montada, sería reproducida
en todas las secciones del MSI. Salvo esto, todo lo demás fue una pálida copia,
un deja vû del año anterior, salvo por “algún cuerpo desnudo tendido al sol, la
selva de saludos romanos como subrogación de vitalidad de una especie destinada
a la extinción. El mundo giraba a lo lejos”.
En
realidad, había algo en el Campo Hobbit I que era extremadamente contradictorio
como para que pudiera mantenerse durante mucho tiempo. En efecto, para algunos
de los asistentes en el evento de 1977, se trataba de homologarse con las
corrientes juveniles que hasta ese momento habían sido “enemigas”, separadas
del neo-fascismo por un amplio foso de valores, incomprensiones, enemistades
históricas, referencias contrapuestas y, finalmente, por años de
enfrentamientos sin perdón. Sin embargo, esos mismos neo-fascistas consideraban
imposible e inaceptable cualquier entendimiento con los que hasta ese momento
habían sido sus propios camaradas, sus jefes políticos y quienes habían estado siempre
de su lado. Se aceptaba la superioridad cultural y política de la
extrema-izquierda, pero se negaba el reconocer ningún tipo de familiaridad o
legitimidad con la “derecha nacional”. Algo fallaba evidentemente en el
planteamiento de los organizadores del Campo Hobbit I. No era raro, pues, que
ante la deriva que había tomado aquella primera experiencia, la dirección del
MSI se tomaría interés en devolver las cosas a un cauce más normal. De ahí los
límites de esta edición y su falta de interés. Se trató de una pálida copia del
año anterior. Sin más.
Campos
Hobbit 1977-1981 - Signo de los tiempos ¿Renovación o estación término? (1 de
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