miércoles, 24 de noviembre de 2021

CRÓNICAS DESDE MI RETRETE: BATALLAS PERDIDAS Y VICTORIAS PIRRICAS DE LA GENCAT

Los “constitucionalistas” han levantado hoy las campanas al vuelo: el Supremo “avala la obligación de que el 25% de las clases en Cataluña sean en castellano. Mal asunto, porque ERC se ha apresurado a decir que no respetará. Eso ya se sabía por descontado. Y lo que es peor: no es la primera sentencia contra la “inmersión lingüística”. Desde hace 25 años vienen sucediéndose cada cuatro o cinco. Y nada: la gencat sigue con su “inmersión”, mientras que los constitucionalistas, tras unos días “satisfechos”, vuelven a la carga. Nada va a cambiar. Para bien y para mal. Si los “constitucionalistas” creen que la sentencia del Supremo va a servir para algo más que para movilizar a unos miles de miembros de la secta indepe, encabronarlos durante unos días, se equivocan. Pero, si la gencat cree que su negativa a acatar la sentencia y el hecho de que el pedrosanchismo mire para otro lado, es una victoria, se equivocan todavía más.

Es cierto que en Cataluña no hay “libertad”, como dicen los indepes que se han quedado sin referéndum. Fíjense si no hay libertad que yo no puedo elegir la lengua en la que quiero que se eduque a mis hijos y nietos (afortunadamente, fuera de España, en países donde el sistema educativo es mucho más sólido). Lo normal, lo “constitucional”, sería que cada ciudadano pudiera elegir la lengua en la que quiere que se eduque a sus hijos: porque si el catalán es una lengua regional, el castellano es lengua de todo el Estado. Con casi treinta años de “inmersión lingüística” sería hora de reconocer que en Cataluña se ha logrado algo inédito: que los niños se expresen y escriban mal, tanto en castellano como en catalán. En estos tiempos de movilidad laboral, un joven educado en la “inmersión” que se vaya a trabajar a Aragón estará muy por detrás de sus compañeros a la hora de redactar un informe en castellano.

Existe una batalla desigual que la gencat nunca podrá ganar. Todas sus victorias serán pírricas en materia lingüística: la desigualdad entre quienes hablan catalán y castellano, es excesiva. Por un lado, los 600 millones de castellano-parlantes y, por otra, los menos de 5 millones (rebañando aquí y allí entre las 9 formas dialectales) que lo consideran “lengua habitual”. La gencat afirma, no sin cierto orgullo, que el catalán es el 27º idioma del mundo en “peso económico” (sea lo que sea que quiere decir, porque si se trata de economía, no hay que olvidar que la economía catalana está tan íntimamente imbricada en la española, que resulta ingenuo y angelical considerarla como una entidad “aparte”). El dato, por lo demás, solamente aparece en medios de la gencat. Mucho más simple y visible es la contabilidad sobre la importancia del castellano, situado en TODAS las estadísticas mundiales como “cuarta lengua” en número de hablantes, tras el inglés, el chino y el hindi, y muy por delante del árabe. Ni siquiera en Cataluña, el catalán es la lengua mayoritaria: la primera es el castellano, el catalán sólo es la segunda, con la seguridad de que pasará a ser la tercera, tras el árabe, en apenas diez años.

Con estos datos, la gencat no puede competir, por mucho que, en sus negociaciones sobre los presupuestos, exija “blindar” la lengua, forzar imposiciones lingüísticas a estos sectores económicos o a otros, y desoír las sentencias del Supremo. Hace poco ya tratamos la misérrima situación del “cine en catalán” (simplemente, no lo ve el público). Véase el artículo: “ERC y el doblaje de Netflix al catalán. Estado del catalán en el cine”). La gencat ha perdido la batalla lingüística con el castellano (sería curioso conocer la estadística de videojuegos en catalán y en castellano, para confirmar que el desequilibrio es todavía mayor que en el cine. Hace poco, comentábamos con un programador de videojuegos, por qué no incluía una traducción catalana que, seguramente, sería subvencionada por la gencat. Respuesta: “sería perder el tiempo, tanto como hacerla en bable o en gallego. Minorías demasiado minoritarias”).

A esto se añade el “drama español”: la escuela en España está, literalmente, hundida. Si la gencat cree que defender la “inmersión” e instalar a “chivatos de patio de cole”, bastarán para que el catalán prospere en el ranking, se equivocan: la escuela catalana ha dejado atrás la posibilidad de formar (e incluso de deformar ideológicamente) y se reduce a ser un mero “hub” de almacenamiento de alumnos mientras sus padres trabajan o buscan trabajo.

Quienes no lo advierten son los miembros de la Plataforma per la Llengua que, hoy protestan tras conocer la noticia de que su querida y subvencionadora gencat, se ha visto obligada a contratar a 600 enfermeros andaluces. Les preocupa que estos 600 enfermeros atiendan a los pacientes “catalanes” con deje andaluz. El resto, la degradación del sistema sanitaria catalán -completamente descentralizado y del que el único responsable es la gencat- les importa un pimiento. Por cierto, para 2021, la citada “plataforma”, ha recibido 750.000 euros de subvenciones pública, y para el 2022, ha quedado establecido en las cuentas de la gencat que recibirán 1.000.000 de euros. Aragonés se debe a sus electores y la gencat a menos del 50% de Cataluña.

Soy de los que opina que no vale la pena ni protestar, ni movilizarse, ante la actitud despreciativa de la gencat ante la sentencia del Supremo. A fin de cuentas, me la trae al fresco cualquier decisión de la institución autonómica. Gobiernan para y por el independentismo. Es una institución que no tiene nada que ver ni conmigo, ni con los que piensan como yo, que nunca ha existido una “Cataluña independiente”, incluso que una idea así podía proponerse después del 1898 y antes del ingreso de España en la UE, pero que ahora, en el siglo XX, cuando se tiende a los “grandes espacios”, hay que pensar en Europa y no en fugas románticas hacia un pasado tan ideal como inexistente. Ese es territorio para la secta. El independentismo ha derivado hacia la fisonomía sectaria. Y, como en toda secta, existen los dirigentes que no se creen el mensaje, pero que lo defienden a capa y espada porque en ello les va el sueldo, y unas bases compuestas por indigentes intelectuales, fanatizados, creen el mensaje, están dispuestos a desgañitarse por él. Para estos segundos, la lengua catalana tiene una palabra que los define: “somniatruites”, gente que se ilusiona con cosas imposible o extrañas. Para los primeros, la riqueza lingüística catalana da a elegir entre “esquenadrets” y “pispas”. En román paladino: mangantes.

Lo dicho: nada nuevo en Cataluña. Ni para “constitucionalistas”, ni para “separatas”. Y en cuanto a la sentencia, yo creo que, incluso a los magistrados del Supremo, les tiene sin cuidado lo que haga o diga la secta de la gencat.