lunes, 22 de noviembre de 2021

Campos Hobbit 1977-1981 - Signo de los tiempos ¿Renovación o estación término? (1 DE 4) - EL MSI EN 1977 - LOS RAUTIANOS DEL MSI

En el neofascismo italiano hay un antes y un después de los Campos Hobbit. Entre la mitología actual de la extrema-derecha europea figuran estos míticos campos-escuela veraniegos que se celebraron entre 1977 y 1981 (si bien tuvieron una prolongación desvirtuada que sumó 10 años mas). Y, sin embargo, fuera de Italia se sabe muy poco de ellos. Este artículo pretende explicar lo que fueron, en qué contexto nacieron, cuál fue su alcance real y que consecuencias tuvieron para este ambiente político. Anticipemos que de todo aquello hoy queda muy poco. Apenas nada. Su acción solamente pudo prolongarse en la limitada experiencia de la Nuova Destra italiana constituida a imagen y semejanza (con leves matices) de la Nouvelle Droite francesa. Quizás porque en el germen mismo de los Campos Hobbit se contenía su imposibilidad de prolongarse en el tiempo. Veremos el por qué.

La situación del Movimiento Social Italiano en 1977

Se ha dicho que los Campos Hobbit supusieron una “revolución copernicana” en el ambiente del neo-fascismo italiano. Habría que hablar más bien de un salto al vacío realizado sin medir exactamente cuáles eran las propias fuerzas, surgido de un visible completo de inferioridad de la derecha nacional neo-fascista en relación a la izquierda y a la extrema-izquierda. Aquello fue una catarsis que, finalmente, no pudo superar las limitaciones que contenía desde los orígenes. ¿Catarsis de quién? Del sector juvenil del Movimiento Social Italiano, el Fronte della Giuventù, y de su “componente rautiana”. Cabe decir que, desde el retorno de Pino Rauti al partido neo-fascista, se había propuesto ocupar la Secretaría General.

En 1972, Rauti había sido elegido diputado por el MSI (y seguirá siendo re-elegido siempre hasta 1992). En esa ocasión el MSI experimentó un fuerte avance que le llevó a su máximo histórico: el 9% del total de votos emitidos. Sin embargo, en la siguientes elecciones se produjo un primer parón y la evidencia de que la estrategia de aproximación a la Democracia Cristiana y de forzar una alternativa de centro-derecha, frente al centro-izquierda que había dominado la política italiana desde principios de los años 60, había fracasado. Meses antes de las elecciones de 1976, Rauti, considerando que la experiencia de la Destra Nazionale (el MSI se presentaba con el rótulo MSI-Destra Nazionale incorporando a independientes de derecha) había concluido, se situó “en la izquierda” del partido apoyándose en los sectores juveniles y en los cuadros políticos que habían entrado con él en partido procedentes del Centro Studi Ordine Nuovo.

Linea Futura proclamaba su intención de “modernizar” al MSI y convertirlo en una fuerza política alternativa, algo que, evidentemente, no era. Su electorado de base era convencional: estaba compuesto por antiguos fascistas nostálgicos, jóvenes anticomunistas, gentes de orden propios de todas las derechas, con el añadido de unas franjas juveniles y de un sector dirigente que aspiraban a ir mucho más allá. Desde finales de los años 50, el MSI se había “institucionalizado” abandonando sus iniciales aspiraciones a reconstruir el régimen mussoliniano y aceptando como un hecho consumado y de larga duración la democracia italiana en la que únicamente buscaban insertarse en alguna coalición de poder junto a la Democracia Cristiana. Rauti y los suyos, entonces, proponían una “desinstitucionalización”.

En 1977 el partido tenía detrás la etapa de las “mayorías silenciosas” (el MSI, a imitación de los conservadores norteamericanos favorables a la guerra del Vietnam, explicaban que frente a la minoría activista de la izquierda, ellos eran “mayoría”. Si parecía que estuvieran en inferioridad numérica se debía a que las gentes de orden son “silenciosas”. El MSI aspiraba a encarnar a esas franjas de la población y para ello, desde 1972 había agregado a su sigla la coletilla MSI-Destra Nazionale, abriendo las listas electorales del partido a gente que no estaba integrada en el mismo pero que se reconocían en una opción “de derechas” y reprochaban a la Democracia Cristiana su debilidad ante el Partido Comunista y sus pactos con el Partido Socialista. Pero, a pesar de las proclamas y de las buenas intenciones, la “gran derecha” que habían intentado constituir con algunos nombres procedentes de la DC y de las fuerzas armadas, e incluso con algún juez que había sido secuestrado por las Brigadas Rojas, había sido limitado y en 1976, incluso, había retrocedido en relación a las elecciones anteriores. La política de Giorgio Almirante consistente en insertarse en las instituciones y forzar una coalición de centro-derecha o de derecha-derecha, distaba mucho de haber reportado frutos.

La situación a finales del 1976 indicaba muy a las claras que el MSI carecía de una estrategia realista que sustituyera a la de “destra Nazionale”. Entonces cristalizó el proyecto de Pino Rauti que básicamente era tributaria de las experiencias y teorías que desde hacía 8 años estaban formulando en Francia Alain de Benoist y los miembros de la Nouvelle Droite, mezcladas con ideas procedentes del neo-fascismo republicano y del tradicionalismo evoliano, añadiendo, además, una pizca de modernidad extraída de las tendencias más radicales de la época. A esto lo llamaron “ruptura hacia lo social” (sfondamento verso il sociale) que implicaba la aparición de una nueva forma de radicalismo realizada a través de una capacidad de renovación política y cultural.

Los temas manejados por aquella “izquierda misina” eran especialmente: el anticapitalismo, el tercermundismo y una orientación “social” del partido, entendida de manera ampliada, no sólo como conjunto de propuestas de carácter económico-sociales, sino intentando tomar postura en relación a los nacientes “movimiento sociales” que iban apareciendo en aquel momento: especialmente el movimiento ecologista, el movimiento feminista, el movimiento de los parados, los movimientos de alternativa cultural, la música alternativa, etc. En el XI congreso del MSI, Rauti presentó estas tesis en una ponencia titulada Línea Futura.

Aquel congreso, celebrado en enero de 1977 fue excepcionalmente movido. El partido se encontraba dividido en cuatro corrientes: Unidad en la claridad, corriente oficialista, dirigida por el secretario general Giorgio Almirante y el presidente del partido Pino Romualdi, la Destra Popolare dirigida por el antiguo presidente de Giovane Italia, Massimo Anderson, con buena implantación en el ambiente juvenil, Democrazia Nazionale, ala más moderada del partido que no ocultaba su proximidad a la Democracia Cristiana, presidida por los diputados Ernesto de Marzio y Gastone Nencioni y, finalmente, la Linea Futura de Rauti. Éste expresó su posición en términos que a muchos les parecieron paradójicos en un partido que se autodefinía desde su fundación como de “derecha nacional”: “Hablar a la izquierda significa decir a los contestatarios que la verdadera revolución es la nuestra”, frase incluida en su ponencia. Venció la línea oficialista, lo que entrañó la salida de la corriente Democrazia Nazionale que se constituyó como partido independiente. La segunda corriente más votada fue Linea Futura. En cuanto a la Destra Popolare, unos meses después se escindiría del partido e iría a confluir con Democrazia Nazionale.

Así pues, la correlación de fuerzas en el interior del partido era extremadamente favorable a la corriente rautiana: había sido derrotada, pero había quedado en segundo lugar en número de votos y, por lo demás, las otras dos corrientes de oposición, especialmente opuestas a Linea Futura, se habían ido del partido. Así pues, Almirante, vencedor, se vio obligado necesariamente a recoger algunas tesis de Rauti y a darle un mayor protagonismo en la dirección del partido. A esto ayudó también el hecho de que las elecciones de 1976 habían sido desfavorables para la concepción estratégica de Almirante.

Fue en este contexto “interior” del MSI en el que se gestaron los Campos Hobbit. Vamos ahora a ver cuál era el de la sociedad italiana.

El movimiento del 77

La extrema-izquierda italiana de finales de los 60 había sido capaz de desencadenar un “otoño cálida” mucho más radical y prolongado que el “mayo del 68” parisino. Desde entonces los partidos, movimientos y organizaciones terroristas de extrema-izquierda habían crecido extraordinariamente buscando sustituir a los partidos tradicionales, incluso al Partido Comunista al que todas estas corrientes criticaban. Incluso el ámbito de la “lucha armada” había visto como aparecían media docena de siglas de las que costaba conocer su origen y hacia donde iban pero que, en cualquier caso, estaban dotadas de la audacia y decisión como para cometer constantes atentados terroristas. Los grupos de extrema-izquierda que aparecieron en la segunda mitad de los 60 aspiraban a situarse fuera del sistema tradicional de partidos, pero en 1976-77, al margen de estos, empezó a crecer otro tipo de corriente que se situaba no solamente al margen de los partidos tradicionales, sino incluso al margen del sistema político y social: el fenómeno de la “autonomía obrera” que apareció justo en el momento en el que las organizaciones nacidas en los años 60 empezaban a perder terreno y a evidenciar su desgaste. Unas se disolvieron, otras se desintegraron, las supervivientes se fusionaron unas con otras y perdieron su perfil en beneficio de un intento de alumbrar nuevos movimientos sociales: el movimiento feminista, el movimiento proletario juvenil, el movimiento ecologista, el movimiento estudiantil. Todo esto hizo que el concepto de “partido leninista” que, en realidad, sostenía tanto la izquierda comunista como la extrema-izquierda, saltara en pedazos.

En 1977, Italia tenía una inusitada tasa de desempleo (que solamente sería superada en 2014: el 13%). La desconfianza en los partidos políticos y en las formas políticas tradicionales apareció como una oleada que no respetaba absolutamente a nada: el propio Luciano Lama, secretario general del sindicato CGIL de orientación comunista y él mismo miembro del Partido Comunista de Italia de Unión Proletaria, fue expulsado de la Universidad de Roma el 17 de febrero de 1977 por la protesta de jóvenes extraparlamentarios, un episodio hasta entonces sin predentes. Fue así como nació el llamado “movimiento del 77”, con una forma política que no tenía nada que ver con el precedente “movimiento del 68”: si este limitó su acción a la política y al mundo sindical, con vocación de crear nuevos partidos que bebieran de las fuentes originarias de la izquierda y sin realizar una profunda crítica al sindicalismo, el “movimiento del 77” nació al margen y contra los partidos y los sindicatos, desbordando estos canales y abriéndose hacia otras formas sociales de intervención. En realidad, cuando los movimientos nacidos en el entorno del 68 que habían sido hegemónicos en las luchas obreras y estudiantiles entre 1968 y 1976, empezaron a flaquear y a percibir que su estrategia no se traducía en un crecimiento sostenido y en la precipitación en un proceso revolucionario, entraron en una crisis que afectó a toda la extrema-izquierda y que tendió a contraerlos: en ese espacio de radicalismo que, a partir de ese momento estaba vacío, nació el “movimiento del 77” y la “autonomía obrera”. Aparecieron ideas inéditas en la izquierda marxista dogmática inmediatamente anterior y que suponían una recuperación de parte de los temas del viejo socialismo utópico pre-marxista: los temas de “lucha contra el autoritarismo”, “defensa de los derechos humanos y civiles”, “pacifismo y no violencia”, “democracia directa”, fueron recogidos por el Partido Radical dirigido por Marco Panella que se convirtió en uno de los rostros de aquella revuelta. Los movimientos de liberación sexual (antipatriarcales, feministas, homosexuales) despegaron definitivamente y de manera autónoma sin estar ligados a los grupos de extrema-izquierda que inicialmente los promovieron. La inexistencia de un partido leninista digno de tal nombre hizo que las “correas de transmisión” cobraran vida propia y cada una de ellas se transformara en una “central de energía”, autónoma de cualquier otra. Sin olvidar que algunos temas que habían estado presentes en el “movimiento del 68” (contracultura, underground, alternativismo, contrainformación) reaparecieron junto a novedades elaboradas en su resaca (el ecologismo, especialmente). El fenómeno de las “radios libres”, pequeñas emisoras independientes extendidas por todo el territorio nacional y al margen de cualquier partido, sindicato, empresa o institución, difundieron todo este tipo de pensamiento y se convirtieron en altavoces de todos estos movimientos sociales que rechazaban cualquier forma de “lo establecido”, incluidas las formaciones marxistas nacidas en el 68.

Estas mismas “radios libres” se convirtieron el vehículo de otro fenómeno que emergió en toda Europa en aquellos años (1976-1977): la primera oleada de la subcultura punk llegada a Europa a través del mundo anglosajón se extendió en Italia a partir de estos instrumentos escuchados cada día por millones de jóvenes abocados al paro. En 1974, primero de manera tímida, luego el 29-30 de mayo de 1975 con más contenido y, finalmente del 26 al 30 de junio de 1976 tuvieron lugar en el Parque Lambro de Milán (con sus 900.000 metros cuadrados, el mayo de la ciudad, en aquella época), tuvieron lugar las tres ediciones del Festival del Proletariado Juvenil organizado por la revista Re Nudo (Rey Desnudo), la mayor manifestación contracultural y musical de la época, una especie de remedo punk del mítico festival de Woodstock.

Al último festival de Parco Lambro, en 1976, asistieron 400.000 jóvenes produciéndose gravísimos disturbios. Por entonces el movimiento punk ya había irrumpido y en torno a la hierba de Parco Lambro cristalizó este nuevo movimiento carente de líderes, en torno a compromisos personales y uniones determinadas por afinidades e intereses comunes. Es cierto que el núcleo central estaba compuesto por antiguos militantes y cuadros de la disuelta Lotta Continua (una de las organizaciones marxistas-leninistas que habían surgido del movimiento del 68 y que ya en su interior había visto como estallaban tensiones internas con sus militantes faministas), pero el desarrollo que tuvo el “movimiento de la autonomía obrera” excedía con mucho el impulso que los ex militantes de Lotta Continua pudieron darle. La fisonomía final del movimiento del 77 fue extremadamente heteróclita, nebulosa, contradictoria, situada en buena medida en la ilegalidad y en un terreno proclive a que algunos de sus componentes se vieran envueltos en actividades específicamente terroristas.

El movimiento del 77, en efecto, insistía en la “acción directa”. Consideraba que una de sus tácticas era la “apropiación de bienes y espacios” y que se trataba de reconquistar “derechos”. En eso consistía “la revolución”: debía ser aquí y ahora, no querían concebir un largo proceso de concienciación de masas, incorporación de las mismas al movimiento revolucionario, preparación de las condiciones subjetivas para que el movimiento estuviera en condiciones de realizar el asalto al poder cuando las condiciones objetivas fueran favorables, tal como prescribía la estrictia obediencia leninista, sino que querían la revolución ya. Fue en esa época cuando las ocupaciones de viviendas se convirtieron en habituales, los robos en supermercados e instituciones bancarias (“expropiaciones proletarias”), evitar pagar en los transportes públicos, incluso en cines y restaurantes, todo ello se convirtieron en prácticas del movimiento, junto al “antifascismo militante” propio del resto de formulaciones de la izquierda.  Fueron los llamados “años de plomo”, caracterizados por constantes incidentes y agresiones contra los militantes y simpatizantes de extrema-derecha, incluso contra cualquiera que pudiera ser considerado como “fascista”.

El conjunto de la militancia de este movimiento estaba formado por proletarios en paro, subproletariados o lumpenproletarios urbanos, vecinos de zonas de gradadas, marginados de todo tipo y estudiantes sin perspectivas o sin pretensiones de integrarse en el mercado laboral. A todo esto se añadió un fenómeno nuevo: la heroína se convirtió en una droga de masas que penetró profundamente en este movimiento e incluso en su “vanguardia armada”, las Brigadas Rojas (hasta el punto de que los primeros “arrepentidos” de esta organización aceptaron colaborar con las fuerzas de seguridad del Estado a cambio de dosis de heroína).  Además de ser un movimiento en el que emergió una creatividad y una diversificación incontestable, con él viajaban amplios aspectos oscuros y un submundo extraño y frecuentemente enfermizo, hijo de la crisis de la sociedad, del sistema y de la economía italiana de la época.

El 17 de febrero de 1977 en la Universidad de Roma que debía ser visitada por el sindicalista Luciano Lama, se escenificó la ruptura total y sin vuelta atrás del movimiento de la “autonomía obrera” con la izquierda institucional. En un cartel mural aparecido en aquella ocasión podía leerse: “El patrón desesperado | ha llamado al sindicato | “Lama mío, sálvame tú | Yo ya no puedo más” | Y con gran publicidad | Lama va a la universidad | Exactamente el diecisiete | del febrero del 77 | sobre un palco de cantante | el proyecto delirante | “Bendice el trabajo | viva, viva los sacrificios”… En aquel momento la universidad se encontraba ocupada por los estudiantes de izquierdas y la presencia de Lama generó incidentes violentísimos entre el servicio de orden del sindicato y los estudiantes de la Autonomía Obrera. Lama debió suspender el mitin y abandonó apresuradamente la Universidad. El rector autorizó la entrada de la policía en el campus. A estos incidentes siguieron otros el 11 de marzo en Bolonia en el curso del cual perdió la vida un militante de Lotta Continua, cuando estudiantes de la Autonomía Obrera intentaron interrumpir una reunión de Comunión y Liberación que tenía lugar en aquella universidad. Los incidentes fueron tan violentos que el ministro del interior, Francesco Cosiga se vio obligado a enviar blindados a la zona universitaria.

Estos y otros incidentes, con muertos incluidos, que se produjeron en los meses siguientes (un muerto en Turín en octubre, otro en Roma en el curso de una manifestación) fueron suficientes como para que en el otoño del 77 el movimiento declinara. De todas formas, a finales de septiembre todavía estuvieron en condiciones de convocar un congreso sobre la represión en Bolonia al que asistieron entre 70 y 100.000 personas. Durante tres días y sin que se produjeran incidentes se debatieron en distintos lugares de la ciudad la orientación que deberían dar al movimiento. Los militantes surgidos de Lotta Continua se encontraron con que a la mayoría de los presentes les interesaba especialmente la contracultura mucho más que la militancia política y que, poco a poco, se iban distanciando de las manifestaciones callejeras y de las movilizaciones a la vista de la virulencia que habían ido adquiriendo.  Se suele considerar la asamblea de Bolonia como el “acta de defunción” del movimiento del 77.

Luego vendrían el secuestro de Aldo Moro y la ampliación del radio de acción de las Brigadas Rojas. Con el reflujo del movimiento del 77 se intensificó la acción de los grupos más radicalizados.

El estado de ánimo de los jóvenes “rautiano” del MSI

Al igual que había ocurrido en 1968, la extrema-derecha neo-fascista asistía a toda esta dinámica sin entender exactamente lo que estaba ocurriendo y sin interpretarlo correctamente. Como todo fenómeno “expontáneo” y/o anárquico, el “movimiento del 77” albergaba en su interior el germen de la disolución: si bien el modelo leninista había mostrado su ineficacia en Italia, la negación del leninismo lo que hizo fue generar una última convulsión procedente de la extrema-izquierda, de la que sus últimos chispazos fueron las acciones de las Brigadas Rojas hasta principios de los años 80. En aquel movimiento estaban claras algunas cosas que retuvieron los jóvenes de extrema-derecha y que fueron señaladas por Pino Rauti en su revista Linea:

- Se trataba de un movimiento alternativa de desconfianza hacia las clases políticas y sindicales tradicionales.

- Se trataba de un movimiento mucho más cultural que político, cuya manifestación central había sido el Festival de Jóvenes Proletarios del Parco Lambro.

- Se trataba de un movimiento juvenil.

- Se trataba de un movimiento extraordinariamente diversificado capaz de abrir frentes muy distintos de acción.

- Se trataba de un movimiento en el que coexistían sensibilidades muy distintas que iban desde el pacifismo hasta el fetichismo por las armas y por la P-38.

- Se trataba, finalmente, de un movimiento “holístico” en el que, más que una ideología se percibía una concepción del mundo.

Stenio Solinas, entonces militante de la derecha juvenil y luego uno de los fundadores de la Nuova Descra, describió en el diario Roma el 21 de junio de 1977, cómo era aquella juventud del “movimiento del 77”: “decididamente revolucionaria, que se encuentra a digusto con el binomio orden-legalidad; que no tiene nada que ver ni con el sistema ni con el comunis; que sueña con una limpieza general pero que sabe que, finalmente, todas las revoluciones son traicionadas”. Artículos y consideraciones como éstas y las emanadas por los rautianos del MSI fueron las que generaron una nueva sensación en la organización juvenil del partido.

Hartos de la rigidez de las estructuras del MSI y no queriendo aceptar que se trataba de un partido parlamentario con una cuota de votos que oscilaba entre el 5 y el 9%, no reconociéndose ni en sus estructuras ni en su dirección, marginados, no solamente en la política italiana, sino también en las escuelas y universidades en las que estudiaban, conscientes de que tenían un patrimonio cultural propio, como mínimo tan rico como el del “movimiento del 77”, concibieron la idea de imitarlo y convertirse en una especie de reflejo especular del mismo: lo que había nacido en el ámbito de la izquierda extraparlamentaria y había terminado trascendiéndola, también podía nacer en la derecha neo-fascista y en el interior del MSI y, así mismo, superaría y desbordaría el estrecho marco del partido y sus altos muros.

¿Cuáles eran esas fuentes culturales? Hasta ese momento, especialmente Julius Evola, pero también los intelectuales fascistas, especialmente franceses (Drieu, Brasillach y Céline), la crítica al capitalismo y a la usura formulada por un personaje bien conocido en Italia, Ezra Pound, en menor medida Ernst Jünger, menos aún lo que había sido la referencia de la generación neofascista anterior, la República Social Italiana. En cuanto a las referencias políticas clásicas, sin duda estaban presentes Codreanu (en la medida de su proximidad a Evola) y José Antonio Primo de Rivera, pero también Yukio Mishima. Algunos, los más moderados, conocían la obra de Giovani Gentile y también la de Ugo Spirito. Y casi todos ellos manejaban los textos que puntualmente iba publicando Alain de Benoist desde París.

Pero en 1977 aparecieron nuevas influencias: era inevitable que las militantes femeninas del Fronte della Giuventù se interesaran por el ascenso del feminismo y quisieran dar una respuesta propia. Así nació la publicación Eowin de la mano de Annalisa Terranova, Flavia Perina e Isabella Rauti. Los textos de Drieu, Céline y Brasillach, así como los de D’Anunzio, Marinetti, algo desgastados por el tiempo, siguieron leyéndose pero el universo mítico que se desprendía de la visión tradicional de la vida generada por la lectura de Rivolta contro il mondo moderno, Il mistero del Grial, Metafisica del Sesso o cualquier otra obra de Evola, encontraron un eco en la obra de J. R. R. Tolkien en el cual se encontraban reflejados valores muy parecidos a los difundidos por aquel. En ese momento la obra de Tolkien empezaba a ser traducida a otras lenguas y superaba el ámbito del inglés en el que fueron escritas.

Hasta 1975 prácticamente el único cantautor “de derechas” italiano había sido Leo Valeriano, próximo a Ordine Nuovo que publicó entre 1965 y 1973 varios discos con una temática que respondía a las exigencias de la “cultura neo-fascista” y que, además, colaboraba asiduamente en Il Secolo d’Italia (diario del MSI) como crítico de radio y televisión. Los jóvenes del MSI no tenían nada más, como ellos mismos reconocían en aquel tiempo, que “canciones que ya hemos oído” (se referían a los viejos himnos de la República Social Italiana y del antiguo Partido Nacional Fascista) que decían muy poco a las jóvenes generaciones. En 1975 apareció por primera vez el grupo Gli Amici del Vento (Los Amigos del Viento) promovidos por un estudiante de medicina, Carlo Venturino, que escribió en esos meses sus primeras canciones. Venturino militaba en el Círculo Alternativa Nazionale de Milán, fundado por un exiliado rumano de la Guardia de Hierro, Nicola Constantinescu y antes en la Giovane Italia, uno de los precedentes del Fronte della Giuventù, ala juvenil del MSI. En 1976, el grupo adoptó el nombre de Gli Amici del Vento y actuó por primera vez en Turín. El primer casette puplicaron artesanalmente el casette Trama Nera con sus primeras canciones que constituyó un éxito sin precedentes (y, al mismo tiempo, un caso inédito en la derecha) que animó a otros cantautores y grupos a seguir por similares caminos en los últimos años 70 y primeros años 80.

Y luego estaba la ecología. Una de las componentes más radicales del “movimiento del 77” estaba constituido por los llamados “indios metropolitanos”, equivalente a los “situacionistas” de La Sorbona en 1968, sin duda el grupo más libertario y creativo, formados al calor de la rvista Re Nudo. Ellos mismos reconocían esta familiaridad con la Internacional Situacionista que completaban con referencias a la beat generation (que había sido glosada también por Evola en Cavalcare La Tigre) y adherencia a los iconos de la contracultura y el underground norteamericano de los 60. Los “indios metropolitanos” eran la contrapartida de la Autonomía Obrera, el ala radical del movimiento próxima a la antigua Lotta Continua: si ésta fue desarticulada por la represión policial generada por su propia violencia, los “indios metropolitanos”, en cambio, fueron devastados por la heroína. El término “indios metropolitanos” fue acuñado durante la ocupación de la facultad e filosofía y letras de la Universidad de Roma e incluída en un panfleto que se inspiraba, precisamente, en el manifiesto futurista. Su fama se acuñó durante la batalla por expulsar a Luciano Lama del campus. El precedente remoto había sido el Gruppo Geronimo que en las navidades de 1975 realizó pintadas blasfemas en la tumba de Nerón en Roma. La sigla se mantendrá durante todo 1976 y al iniciarse el “movimiento del 77” se disolverá en su interior. Parte de sus miembros reaparecerán en el Collettivo di via dei Volsci, que publicó la revista Neg/azione, inspirada en la obra de Guy Debord (exponente del situacionismo sesentayochesco). En febrero de 1977, el Gruppo Geronimo volvió a aparecer en las columnas de La Repubblica en una noticia de contenido falso generada por ellos mismos. Debord, teórico de la “sociedad del espectáculo” recomendaba como forma de acción el crear situaciones tan ridículas como improbables. De ahí salieron los “indios metropolitanos” vinculados al “movimiento del 77” y que pronto se manifestaron contra la rigidez de los exponentes marxistas dentro del movimiento, contrarios a la lucha armada y a la sociedad burguesa, inspirados por los movimientos artísticos de principios del siglo (especialmente por el dadaísmo). En septiembre de 1977, en Bolonia, los “indios metropolitanos” dispersos entre la multitud de manifestantes gritaron sangue, sangue, vogliamo solo sangue (sangre, queremos sólo sangre) que pronto fue coreado por miles de personas… ¿Se trataba de una broma –como dijeron sus impulsores- o bien de una provocación como querían sus enemigos dentro del movimiento? Los “indios metropolitanos” jamás volvieron a manifestarse pero siguieron excitando la imaginación de los jóvenes neofascistas.

En efecto, para los “indios metropolitanos” lo importante no era el “anti-fascismo” sino la “lucha contra el sistema” (y en eso coincidían con algunas corrientes del movimiento de la nueva izquierda aparecido en 1967-68). Entendían la crítica que formulaban contra los partidos y los sindicatos, contra la totalidad del sistema, como una forma de crítica global muy parecida a la que ellos mismos formulaban. El mismo nombre del atraía: en aquel tiempo consideraban que los aborígenes norteamericanos eran la quintaesencia de la “vida natural”, “auténtica”, del “guerrero de la tradición” con  el que se identificaban. El hecho de que la civilización americana que odiaban se hubiera construido en lucha contra los indios reforzaba este vínculo de atracción. De aquí a intentar formas de actuación similares a las que estaban planteando los “indios metropolitanos”, no había más que un paso: de ahí su interés por el intervencionismo cultural, reforzado por las teorizaciones que Alain de Benoist y la nouvelle droite francesa realizaba. Dado este paso, apareció una ilación lógica entre el “movimiento del 77” – la “vida natural” – la ecología – el interés por el intervencionismo cultural – las tesis de la Nouvelle Droite francesa.

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