jueves, 9 de noviembre de 2023

EVOLA - NIETZSCHE - LA IDEA DEL "SUPERHOMBRE" EN LOS ESCRITOS DE JULIUS EVOLA (3 de 3) - Por Giovanni Perez


5. El Superhombre y el último Nietzsche

“Zaratustra se ha transformado,
un niño se ha convertido en Zaratustra,
Zaratustra ha despertado:
¿qué buscas entre los que duermen?”
Friedrich Nietzsche,
Así habló Zaratustra, Prólogo

Si este es el horizonte que Evola pretendía recorrer, entonces se comprende fácilmente por qué Nietzsche, más que su pensamiento o su filosofía, debió atraerle hacia la experiencia vivida a la que aluden los títulos de obras como Aurora y Más allá del bien y del mal. Por otro lado, la correlación entre las expresiones “Voluntad de poder” nietzscheana y “Mundo como poder” evoliano, también debe atraer nuestra atención en este trabajo de exégesis: está claro que no puede tratarse de una simple proximidad terminológica. De manera similar, el Übermensch de Nietzsche y el Individuo absoluto de Evola se mueven, al menos inicialmente, en el terreno común de la autoafirmación, donde resuena la pregunta: “¿Quién y qué soy yo?”

Evola captó en Nietzsche el eco de una profunda necesidad de realización interior, que sin embargo quedó incompleta; exigencia dominada por una peligrosa polaridad no resuelta y desprovista de esa fuerza superior que debería haberlo sostenido. El desenlace sólo podía dar lugar a un cortocircuito en lo más profundo de la psique del filósofo alemán, sumergiéndolo en una locura irreversible.

Evola dedica amplia atención a la figura del Superhombre en un capítulo añadido a la edición original de Máscara y rostro del espiritismo contemporáneo. Aquí, el tradicionalista romano se inspira en la tesis de Dmitrij Sergeevic Merezkovskij, según la cual cierto cristianismo monástico, renunciante, “enemigo de la vida” en nombre del “más allá” considerado como un lugar privilegiado de elección, ha generado, como una reacción del signo opuesto, la glorificación de la Vida y del “aquí”; oponiendo al principio del “Cristo”, el término opuesto y ambiguo de “Anticristo”; Dostoievski y Nietzsche, a través de la figura del Superhombre, representarían la culminación de este cambio radical de perspectiva, dentro del cual la época del Dios–hombre debe ser sucedida por la del Hombre–dios.

Evola acepta este planteamiento, aunque podemos dudar de que Nietzsche pretendiera realmente perseguir un tipo de hombre elevado al rango de Dios–hombre. Sea como fuere, Nietzsche, quien, por muchas razones (en primer lugar la impronta de su “educador” Arthur Schopenhauer), no tuvo una adecuada comprensión de las grandes civilizaciones con trasfondo tradicional; representa y “encarna el tipo de aquellos que han querido ser 'libres' como individuos humanos y que se han dejado llevar hasta el final en tal vocación”[1].

Siguiendo el ejemplo de las tesis de El nacimiento de la tragedia, Nietzsche, no solo no logró comprender completamente el significado preciso de lo “apolíneo”, tal como se entendía en la antigua Grecia, es decir, según la “tradición hiperbórea”, sino que luego se volvió hacia lo “dionisiaco”, el principio opuesto, que también asumió de forma parcial, reduciéndolo al sentido unilateral de una religiosidad de la vida y de una embriaguez naturalista, excluyendo toda referencia a una trascendencia “superior a la vida”.

Como se sabe, en la interpretación nietzscheana no debe reconocerse un punto de vista estrictamente filológica[2], sino que más cierto que el dionisíaco anticipa sin embargo el llamamiento a la “fidelidad a la tierra”, una de las revelaciones de Zaratustra.

El Nietzsche demoledor, a “martillazos”, de las falsas certezas, de los “ídolos” y de la moral contra la Vida, no aporta como contrapartida positiva, nada más que la Voluntad de Poder –el dulce “decir sí” a la Vida– y el Superhombre como tipo humano capaz de vivir hasta el final, con la tragedia consciente, el Eterno retorno de todas las cosas, es decir, realidad desprovista de esos finalismos que necesariamente recuerdan un punto de vista metafísico, más aún, en sentido pleno, un punto de vista onto–teológico.

Nietzsche nunca hubiera aceptado la siguiente tesis de Evola: “En la vía del 'superhombre', aun sin quererlo y sin darse cuenta, pueden establecerse contactos con lo suprasensible y con lo 'espiritual', porque se transita por el límite que separa lo individual y humano de lo que ya no es”[3], porque es dentro, y no más allá de los horizontes de la Vida, como Nietzsche lleva adelante el mismo proyecto de una “transmutación de todos los valores”.

En Cabalgar el tigre, Evola resume y reitera las motivaciones que inspiraron un segundo aspecto de su lectura de Nietzsche, destacando, no sólo su papel de profeta del “nihilismo europeo”, sino, sobre todo, como defensor de la posibilidad de ir más allá de este destino histórico y espiritual, señalando el camino hacia un “nihilismo activo”, más allá del “punto cero de todos los valores”.

El “mejor Nietzsche”, como se afirma en el artículo insertado en la parte antológica que acompaña a esta introducción, es el que plantea y aborda la pregunta decisiva: “¿Cuál es el sentido de la vida en el mundo moderno y en la era post–nihilista”? Y esta es la respuesta que él mismo da: “Ser fiel a uno mismo y sólo a uno mismo, ser uno mismo. No buscar justificaciones externas, normas, verdades externas; afirmarse, realizarse, reconocer como única ley la que corresponde a la propia naturaleza, a la justa ser más profunda y orgánica y hacer de ella algo absoluto, un 'imperativo categórico'“.

Evola reconoció en el libro de Robert Reininger, Nietzsche y el sentido de la vida[4], una de las reconstrucciones con las que se sentía más afín entre la vasta literatura dedicada al filósofo alemán. En el mundo nihilista donde los valores supremos se han derrumbado, Evola cree que el problema central en torno al cual gravitan todos los demás, según Nietzsche, es el ético, por lo que en la figura del Superhombre se reconoce al que es capaz de dar sentido a la vida tras la “muerte de Dios” anunciada en La gaya ciencia por el “hombre loco” (aforismo 125), y por tanto tras el advenimiento del “nihilismo total”.

La moral del Superhombre, por tanto, a diferencia de la del imperativo categórico invocado por Kant, tiene sólo valor particular y no universal, es decir, no es válida para todo posible ser humano, con la consecuencia lógica fácilmente imaginable, si se toma literalmente, sobre la compatibilidad mutua de los múltiples valores posibles, en un escenario que, en palabras de Max Weber, podríamos definir como “politeísmo de los valores”.

En la Voluntad de poder o en el Superhombre -dentro de una perspectiva vitalista- la vida tiene un sentido para sí misma y todos los valores pueden ser gradualmente superados y devorados. Sin embargo, Evola indica en la doctrina del Eterno retorno de lo idéntico lo que realmente se sustrae y escapa a la furia destructiva del nihilismo, precisando que se trata, sin embargo, de un “mito” a través del cual Nietzsche llega implícitamente a una “eternización del ser”, más allá del mundo del devenir marcado por ciclos cósmicos infinitamente idénticos. En palabras del mismo Nietzsche: “Que todo vuelva, es la extrema aproximación de un mundo del devenir al del ser”; y también: “Imprimir el carácter del ser en el devenir es la prueba suprema del poder”.

Nietzsche se dio cuenta de que el eterno retorno no es sólo de las cosas tomadas en su particularidad, sino también en su ser el “todo”, lo “entero” de toda cosa posible, para lo cual hay identidad entre el devenir y el ser, entre el todo que eternamente vuelve y el todo lo que es tal no sólo para toda la eternidad, sino también desde la eternidad. El Superhombre es aquel que, en el mundo en el que todo es reflejo y momento de la Voluntad de poder, es capaz de experimentar el eterno devenir de las cosas, según su aparecer y desaparecer, porque ese es el verdadero significado de “Eterno retorno de lo idéntico”: imprimir a las cosas el sello de la eternidad, es decir, considerar su ser, por el mero hecho de ser, verdadero para la eternidad.

Ahora bien, para llegar a ese punto es necesario, según Evola, –con una lectura un tanto forzada, en nuestra opinión– sentir la dimensión de la trascendencia operando dentro de uno mismo, aunque haya quedado en un estado elemental y parcial, desprovisto de desarrollos posteriores y conscientes.

Para el Superhombre hay una clara inversión de los finalismos: no hay una “Vía” a la que conformar el querer, sino un “Querer” que traza la dirección del camino a seguir. En nombre de lo cual, el querer debe orientar el camino “que conduce a un y a un no”, en la pretensión de no dejar subsistir más, en su objetividad, un “Bien” y un “Mal”. Esto es precisamente lo que Nietzsche no dijo, o no sintió que debía decir, evidenciando el principal límite de su filosofía.

Volviendo a nuestro tema general, Evola reconoce que, desde el punto de vista de la búsqueda de una realización interior, la solución nietzscheana de “ser ley para uno mismo” es sólo una “solución de primer grado”, que sirve para una purificación inicial, a la que deberían seguir muchas otras metamorfosis espirituales.

En cuanto a la figura del Superhombre, en síntesis, Evola capta por un lado el aspecto que evoca una orientación decisiva en la dirección de la superación del hombre tal como se presenta y se manifiesta, en una corriente que podríamos definir, en sus orígenes, como platónica, para luego asumir la forma de cristianismo, y llegar, a través de la modernidad, hasta la crisis que Nietzsche resume en la expresión de “nihilismo europeo”; por otra parte, reconoce en él un segundo aspecto latente, una agitación “aunque inconsciente de la dimensión de la trascendencia”[5].

Sin embargo, esta “agitación inconsciente” no es suficiente, y Nietzsche se convierte en el emblema de una humanidad que, desprovista de puntos de referencia superiores, al tratar de realizar su intento prometeico de ser exclusivamente “fiel a la tierra”, desencadena un cortocircuito del que le impide salvarse a sí mismo. Se trata del hombre moderno, incapaz de evitar su propia aniquilación y de ir más allá del nihilismo, el “punto cero de todos los valores”, para realizar la íntima transmutación alquímica.

El hombre de Evola no será entonces el “Señor de la tierra” nietzscheano, sino el “hombre diferenciado” descrito en Cabalgar el Tigre; elegir una u otra forma de humanidad no es un simple artificio intelectual, sino la consecuencia directa de nuestra identidad profunda, cuyo destino queremos indicarnos a nosotros mismos y a nuestra existencia.

En el Prólogo de Así habló Zaratustra se contiene un pasaje célebre: “Os enseño el superhombre. El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para superarlo?”. El hombre que hay que superar, o que debe “poner” para que surja el Superhombre, es definido por Nietzsche con las figuras del “último hombre” y del “hombre superior”, y se anuncia así: “El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, una cuerda sobre un abismo. Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse. La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta, un tránsito, un camino y no una meta ni un fin”.

En el capítulo decisivo titulado “De las tres metamorfosis”, el “último hombre” se describe en forma alegórica, en la figura del “asno”, para representar el “tu debes”; luego el “hombre superior”, con la figura del “león”, para expresar el “tu quiero”, y, finalmente, el Superhombre, el que finalmente encarna el “yo soy” en la figura del “niño”. En la identidad de voluntad y realidad, en ese “dulce decir sí a la vida” invocado en otra parte, consiste explícita y definitivamente en lo que Nietzsche–Zaratustra narra en este otro célebre pasaje: “¡Mirad, yo os enseño el superhombre! El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra! ¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobrenaturales! Son envenenadores, lo sepan o no. Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan!”

En el Zaratustra, Nietzsche se mueve sin duda por el horizonte de la inmanencia, de la “fidelidad a la tierra”, y juzga toda referencia a presuntas dimensiones trascendentes como fruto del resentimiento y del instinto nihilista[6], con una particular crítica al paradigma establecido en la filosofía de Occidente por Platón y luego reafirmado por el cristianismo, que, como era de esperar, mereció la condena nietzscheana como “platonismo para el pueblo”.

Sumado a esto, en Nietzsche es radical el rechazo a cualquier concepción religiosa o gnóstica, caracterizada por la necesidad de una perspectiva salvífica, así como por ese “ideal ascético” en el que podemos hacer converger la idea de “liberación” o “despertar” que Evola toma del budismo y que contrasta con la idea cristiana de “redención”, sin olvidar la decisiva referencia a los mejores aspectos de las diversas religiosidades mistéricas y dionisíacas y, sobre todo, a esa “Vía de la Mano Izquierda” presente en el yoga tántrico, en esa forma de yoga llamado del “Poder”, que sigue siendo una de las constantes de su “viaje” espiritual, por los caminos de la búsqueda de un método de crecimiento y de realización interior adecuado a su propia “ecuación personal”.

6. Discípulos e iniciados de la Diosa de Sais

“Todos vivirán en todos
y todos en cada uno;
y en un mismo corazón
latirá una sola Vida.”
Novalis, Enrique de Ofterdingen

El tema que hemos puesto en el centro de estas reflexiones, recuerda algunos aspectos de la llamada “novela de formación” (Bildungsroman), cuyos orígenes se remontan a la célebre obra de Goethe, Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, fechada en 1796, y al Enrique de Ofterdingen de Novalis, de 1801, para atravesar la literatura de los siglos XIX y XX con las obras de Stendhal, Dickens, Musil, Joyce y otros muchos. Seguramente porque en esta forma de novela escuchamos el eco de paradigmas que nos llegan desde los clásicos, de Homero y Virgilio hasta Dante Alighieri, sobre los que, dada su grandeza, no hace falta escribir. Además, el tema de la formación no sólo está muy presente en los mitos, leyendas, cuentos de hadas, literatura de viajes de todos los tiempos, sino que recorre toda la pedagogía, la psicología, la literatura religiosa, especialmente la hagiografía, a la que podemos sumar también la literatura fantástica más reciente, en cuyo centro hay que situar obviamente a Tolkien y a la llamada literatura infantil, de la que bastará recordar Las aventuras de Pinocho, en las que resultan evidentes los significados y las referencias, expresadas en forma alegórica, a temas esotéricos.

Ahora bien, para comprender el significado de la figura del Superhombre, en torno al cual el propio Nietzsche se expresó de manera enigmática, proponemos dar un paso atrás y remontarnos al poeta supremo del romanticismo, es decir, a Novalis. Y no tanto al citado Enrique de Ofterdingen, en el que la búsqueda de la “Flor Azul” es una metáfora demasiado clara de la búsqueda de la autorrealización, sino a su célebre obra Los discípulos de Sais[7], escrita entre 1797 y 1798. El poeta advierte que “los hombres van por caminos diferentes” y “cada uno sigue su propio camino”, pero llega el momento en que cada uno, impulsado por el deseo ardiente de iniciar un viaje, cuyo sentido incluye una dirección y, sobre todo, el fin último hacia el que se emprende. Para dar una respuesta a esta pregunta y así resumir lo que distingue la actitud existencial básica adoptada por Evola respecto a la que adoptó en su lugar Nietzsche, podemos por tanto referirnos a este famoso texto, vinculado a una fase del pensamiento de Novalis, influido no sólo por la filosofía idealista de Fichte y Schelling, sino también con claras referencias a formas de conocimiento esotérico y místico, remontándose, entre otros, a Jacob Böhme.

Como es sabido, se trata de una obra inacabada, con evidentes significados simbólicos, que consta de dos capítulos, titulados “El Discípulo” y “La Naturaleza”, a los que hay que añadir un rico apéndice con borradores y fragmentos. Novalis narra el viaje –un verdadero viaje iniciático– emprendido por Jacinto, un discípulo que, queriendo comprender el misterio del universo, lo deja todo atrás y se dirige hacia exóticos “países lejanos”, en busca del sagrado y misterioso templo de ciudad de Sais, “donde mora la madre de las cosas, la virgen velada”; allí se conservaba y transmitía la antigua sabiduría del “fiel retrato y de la fórmula del universo”, y las ruinas de la lengua sagrada hablada por los humanidad de los orígenes, “que había sido el vínculo resplandeciente entre aquellos hombres regios y los seres supraterrestres”.

En el templo se veneraba la imagen de la diosa Isis–Iside, cuyo rostro, sin embargo, estaba cubierto con un velo; el levantamiento de ese velo por parte del discípulo, según la etimología de la palabra griega aletheia, significaba la conquista de la verdad última y de la visión inmediata del sentido universal de todas las cosas: la “gran simultaneidad de la naturaleza”, regida por una sola “onda de luz”.

Cuenta Novalis en un fragmento que un discípulo quiso ver la verdad y el eterno misterio de las cosas: “le sonrió levantando el velo de la diosa de Sais. ¿Qué es lo que vio? Se vio, oh maravilla de las maravillas, a sí mismo”.

Según las interpretaciones más difundidas, que recuerdan el concepto de panteísmo, esta conclusión puede significar el reconocimiento de la “verdad olvidada” según la cual en todas las “cosas” del universo, incluyendo lo Divino, la Naturaleza y nuestro Yo, está presente, es inmanente, la misma Realidad o, si se prefiere, una idéntica Energía, un mismo Espíritu, que los impregna y conecta a todos. El discípulo habría revelado la verdad según la cual el universo también respira en nosotros el espíritu Divino, así como en cualquier otro fragmento de la naturaleza.

Pero esa visión del discípulo también puede significar otra verdad, opuesta y “terrible”. Ese reflejo podría, en efecto, señalar al Yo como la única realidad fundamental, más aún, nuestro Yo, afirmando que no hay divinidad o misterio universal por revelar, porque todo, incluso Dios y la naturaleza, es sólo nuestra representación, nuestro reflejo; la solución del misterio eterno estaría así en el mismo Yo, de modo que el final del camino coincidiría con su comienzo. Por tanto, toda realización espiritual no revelaría ningún rostro de la divinidad, sino sólo el reflejo de lo que es nuestro Yo: sólo dentro de nosotros reside el secreto y la solución del eterno misterio de las cosas. Toda realización espiritual, precisamente porque el secreto de las cosas descansa en nosotros, no revelaría ninguna identidad olvidada entre la conciencia particular y la Universal, ni revelaría la presencia de una chispa divina en nosotros, sino sólo el resultado de lo que nosotros mismos concretamente somos, podemos o queremos ser.

El Superhombre podría entonces revelar la misma y terrible verdad de aquel discípulo de Sais, quien, como un nuevo Narciso, descubre al final de su viaje, no sólo que no habita en él ninguna “chispa divina”, sino que el mundo es un entretejido de Voluntad de poder y de Eterno retorno, no según la verdad, que permanece inalcanzable, sino sólo como su representación. “Por mucho que el hombre amplíe sus conocimientos y se muestre todo lo objetivo que quiera, el único fruto que consigue no es más que su propia biografía”, tal como había señalado Nietzsche en Humano demasiado humano (aforismo 513, libro 19).

En el fondo, nos encontramos ante las dos perspectivas que animan, en el primero de los sentidos indicados en el comentario, la búsqueda de realización interior emprendida por Evola y, en el otro sentido, por Nietzsche; otras tantas expresiones de dos criterios opuestos de existencia, de dos fórmulas con las que decidimos cómo y por qué dar sentido a nuestro ser en el mundo, como solitarios “habitantes del tiempo”.

Giovanni Perez

 

BIBLIOGRAFIA

AA.VV., Il Superuomo e i suoi simboli nelle letterature moderne, a cargo de Elémire Zolla, La Nuova Italia, Florencia 1971 (en particular, los análisis desarrollados en los primeros cinco volúmenes de Augusto Menduni sobre la figura del Superhombre en el Così parlò Zarathustra).

Luciano Arcella, Oltre Nietzsche, en Studi Evoliani 1999, Fondazione J. Evola, Roma 2001, págs. 110–118.

Luisa Bonesio, Nietzsche e Evola: il pensiero come destino, in AA.VV., Friedrich Nietzsche: oltre l'Occidente, a cargo de Luciano Arcella, Settimo Sigillo, Roma 2002, págs. 41–56.

Giorgio Brianese, La volontà di potenza e il problema filosofico del superuomo, Paravia, Turín 1989.

Domenico Caccamo, Evola e la critica della civiltà: Freud e Nietzsche, en Studi Evoliani 2010. Julius Evola e la filosofia, Fondazione J. Evola, Roma 2013, págs. 64–72.

Gaspare Cannizzo, Iniziazione e contro–iniziazione o tradizione e contro–tradizione, en Vie della Tradizione, III, nº. 10, abril–junio 1973 y nº. 11, julio–septiembre 1973.

Giorgio Colli, Dopo Nietzsche, Adelphi, Milano 1974.

Giorgio Colli, Scritti su Nietzsche, Adelphi, Milano 1980.

Maurizio Ferraris, Storia della volontà di potenza, en Friedrich Nietzsche, La volontà di potenza. Frammenti postumi ordinati da Peter Gast e Elisabeth Fórster–Nietzsche, tr. it. de Angelo Treves, revisada por Pietro Kobau y Maurizio Ferraris, Bompiani, Milán 1995.

Roberto Melchionda, Il volto di Dioniso. Filosofia e–arte in Julius Evola, Basaia, Roma 1984.

Friedrich Nietzsche, Così parlò Zarathustra. Un libro per tutti e per nessuno, en Opere, a cargo de Giorgio Colli e Mazzino Montinari, Adelphi, Milano 1968, vol. VI, 1.

Friedrich Nietzsche, Ecce homo. Come si diventa ciò che si è, en Opere, op. cit., vol. VI, 3.

Michel Onfray, Nietzsche e la costruzione del superuomo, Ponte alle Grazie, Milán 2014.

Andrea Scarabelli, Evola e Nietzsche, ovvero sulle audaci affermazioni di un “giovane scrittore”, en Julius Evola, Par delà Nietzsche, a cura di Gianfranco de Turris, Aragno, Torino 2015, págs. 51–61.



[1] Julius Evola, Maschera e volto dello spiritualismo contemporaneo, op. cit., pág. 144.

[2] Véase el libro Nietzsche, Rohde, Wilamowitz, Wagner, La polemica sull'arte tragica, editado por Franco Serpa, Sansoni, Florencia 1972.

[3] Julius Evola, Maschera e volto dello spiritualismo contemporaneo, op. cit., págs. 149–150.

[4] Robert Reininger, Nietzsche e il censo della vita, Volpe, Roma 1971 (la traducción se debe al propio Evola).

[5] Julius Evola, Cavalcare la tigre, op. cit., pág. 54 (cito la edición de 2009).

[6] Sobre el tema, me remito a mi Nietzsche e la metafisica, Il Settimo Sigillo, Brescia–Roma 1982.

[7] Indicamos, entre las diversas ediciones disponibles, Novalis, I discipoli de Sais, editado por Alberto Reale, Bompiani, Milán 2015. 


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