miércoles, 29 de noviembre de 2023

EL PROBLEMA DE LA MONARQUÍA, EN LA ESPAÑA DEL PEDROSANCHISMO

1. Justificaciones doctrinales

Servidor se considera tradicionalista evoliano, ante todo y sobre todo. Julius Evola, como es bien sabido, envió tres o cuatro artículos a revistas publicadas por jóvenes neofascistas. Una embarcada, porque terminó en la cárcel y sentado en el banquillo de los acusados. Durante esos mismos meses envió decenas de artículos semanales a distintos medios monárquicos y siguió haciéndolo hasta su muerte. Solía colaborar con revistas monárquicas y se negaba a entrar en pleitos dinásticos, le interesaban solo “valores” y, en tanto que, tradicionalista, no podía ser sino monárquico

En el siglo XX hubo otro doctrinario monárquico que actualizó la temática que se había quedado atascada en las querellas dinásticas del XIX. Se trataba de Charles Maurras. En el primer tercio del siglo XX, la influencia intelectual de Maurras en los medios de la derecha nacionalista fue apabullante, incluso en España, tanto en los medios alfonsinos, como en el tradicionalismo carlista, como en el pensamiento joseantoniano e, incluso en el de la Lliga Regionalista de Cambó y pudo prolongar su influencia hasta el franquismo de los años 60.

Hoy mismo, he tenido ocasión de recordar con un investigador que está preparando el doctorado, que José Antonio Primo de Rivera y su círculo más inmediato (la llamada “corte literaria”) procedían todos de los medios monárquicos y todos, sin excepción, habían bebido de las fuentes maurrasianas. Ítem más: toda aquella corte intelectual madrileña trabajaba, tanto antes como después de la fundación de Falange Española, en medios de prensa monárquicos. Y, finalmente, reto de nuevo a alguien para que me cite una sola frase -una sola- en la que José Antonio se declarase antimonárquico o realizara alguna crítica a la monarquía. Y que nadie me venga con aquello de que la “monarquía feneció gloriosamente”, porque la frase, en sí misma, es tanto un elogio a la monarquía, como la constatación de un hecho histórico: no una crítica. La monarquía alfonsina no “feneció gloriosamente”: se ausentó sin dejar señas. José Antonio, simplemente, se dio cuenta en su gira como Secretario General de la Unión Monárquica Nacional, que el ideal monárquico en 1930 no atraía a los jóvenes. Eso es todo. Había -como se dice hoy- que cambiar el chip. Y lo cambió. Pero no abandonó el ideal monárquico exigiendo al secretario judicial que le tomaba declaración unos días antes de su fusilamiento “respeto para el que fue Rey de España”, cuando el funcionario se refirió a Alfonso XIII como “el Borbón”… Simplemente, consideró que había otras formas más atractivas para la juventud y propuestas más atractivas. De hecho, fue lo mismo que ocurrió en Francia, cuando, a partir de finales de los años 20, la Acción Francesa de Maurras empezó a tener disidencias a partir de las cuales se organizaron los grupos fascistas franceses, por los mismos motivos.

Harina de otro costal es el hecho de que los falangistas, a partir del incidente de Begoña y de encontronazos similares con antiguos “fascistizados” alfonsinos de Renovación Española (que, antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, trabajados convenientemente por la Embajada Británica, se “desfascistizaran” y optaran por el bando aliado). De aquel rebote surgió el antimonarquismo falangista que todavía dura y que, desde luego, carece de apoyo doctrinal en las Obras Completas.  La rivalidad entre falangistas y carlistas, en cambio, era de otro talante, tanto antes como después de la guerra: habían colaborado con el SEU, incluso se habló de formar un “Frente Universitario” con los estudiantes católicos y las milicias falangistas y el Requeté, si rivalizaban en algo, fue en bravura, heroísmo y combatividad una vez estallada la guerra. La polémica antimonárquica entre falangistas, estalló inicialmente contra el sector alfonsino y juanista y por su actitud abiertamente aliadófila.

¿A qué viene todo esto? Respuesta: a que cada vez me siento más monárquico. Y explicaré los motivos. Si he recordado, en primer lugar, la opinión de Evola, el valor de las obras de Maurras o la falsedad del antimonarquismo de la Falange histórica, es para protegerme las espaldas de las incomprensiones que vendrán de mi propio ambiente político. Mi monarquismo no es una excentricidad, ni una opción extemporánea, sino la necesidad de volver a las fuentes y de asumir planteamientos políticamente válidos en la España de 2023. Está respaldado por el espíritu y por la letra de doctrinarios y referencias históricas.

2. Catolicismo, monarquía y el que suscribe

De la lectura de Maurras y de los clásicos del tradicionalismo español puede retenerse una primera idea a defender: el catolicismo y la monarquía han hecho a la nación española. Lo lamento por los antimonárquicos y por los paganos. España, desde la conversión de Recaredo hasta la muerte de Franco ha tenido al catolicismo y a la monarquía como constantes. ¿La república? De momento solo dos, la primera fugaz y caótica y la segunda algo más dilatada y también mucho mas caótica. Aunque el millón de muertos no fuera un millón, sino algo menos de la mitad, ahí están para recordarnos lo que fue aquel régimen. ¡Como para volver a intentarlo!

Y aquí quiero hacer un inciso. Soy agnóstico. Lo lamento, pero la fe, cuando se pierde es como la virginidad, que ya nada puede reconstruirla. He de añadir que los escolapios en los que estudié me hicieron así: estaban más interesados en difundir el programa del PSUC que en transmitirnos una visión católica de la vida. Ciertamente, mi paso por aquella malhadada escuela se produjo durante el Vaticano II cuando empezó la confusión litúrgica y el “cristianismo de izquierdas”.

Maurras, por cierto, era, también de concepción agnóstico, pero tuvo la suficiente honestidad intelectual como para reconocer el papel del catolicismo en la formación de Francia. El Vaticano, por cierto, colocó su obra durante unos años en el índice de obras prohibidas, para congraciarse con la Tercera República. Fue sin duda el golpe más duro que recibió el catolicismo francés en el siglo XX. No se recuperaría jamás.

Se puede ser agnóstico y objetivo. Por eso siempre he repetido que, aunque soy agnóstico, también reconozco el papel de la Iglesia en la formación de España. Además, tengo en cuenta que el catolicismo fue la religión de mis padres y de mis abuelos, cuya memoria he podido reconstruir hasta el 1500. Y, lo lamento, pero yo no puedo traicionar a mi sangre, ni voy a lanzar ninguna piedra contra el edificio de la Iglesia.

3. El “representante” y “los principios”

¿Y la monarquía? Con frecuencia he oído decir: “la monarquía de los Reyes Católicos, no es la misma que la de los Borbones”. O aquello otro del himno de las JONS: “no más reyes de estirpe extranjera”… olvidando que los Austrias eran tan extranjeros como los Borbones (y olvidando también, por cierto, que fueron los monárquicos alfonsinos los que pagaron todas las empresas periodísticas de Ramiro Ledesma). Sí, ciertamente los Reyes Católicos fueron los últimos “reyes españoles”, pero se trata de un falso argumento. Si Isabel II fue una catástrofe nacional y Fernando VII traicionó a todos los que podía traicionar, su padre un apático interesado solo por la caza y poco amigo de las tareas de gobierno, Alfonso XII fue un tipo melancólico y Alfonso XIII quiso intervenir en política, pero no lo hizo con suficiente lucidez… más vale no hablar de Don Juan Conde de Barcelona o de su hijo, Juan Carlos I. No fueron ejemplos de nada, ni siquiera de simple liderazgo. Pero -como siempre advierten todos los defensores de la monarquía- no hay que confundir el principio con sus representantes, la institución con sus representantes temporales.

Y, ya que estamos en esto: el Rey de España, aquí y ahora, Felipe VI, no es Juan Carlos I. De la misma sangre, pero no de la misma “pasta”. No hay sombras de corrupción en su entorno, ni rastro de aquellos amigotes de Juan Carlos I que componían entramados corruptos que, una vez desvelados, el amigo del alma que creían les iba a cubrir, los dejaba en la estacada; no hay ejemplos catastróficos de vida familiar, correrías locuelas con putones desorejados, abandono de tareas de Estado para arrojarse en brazos de una periodista suiza mientras un ploter firmaba leyes, el humillante papel que soportó estoicamente y con una dignidad difícilmente igualable la Reina Sofía, etc., etc., etc. Llevamos casi 10 años de monarquía con Felipe VI y justo es recordar que los peores hábitos de su padre no se han reproducido en el hijo.

Debo de agradecer al Rey Felipe VI que, en lo peor de la payasada soberanista de Puigdemont, recordara la importancia de la unidad del Estado, de la Sociedad y de la Nación, mientras Mariano Rajoy se limitada a judicializar el “procés”. ¿Podía haber hecho más? No según el Título II de la Constitución. Protestas a los “padres” de la constitución que relegaron la monarquía a mero símbolo sin poderes reales y sin margen alguno de actuación.

El cinismo de los “padres de la constitución” fue tal que, lo importante no eran las atribuciones que figuran en el texto constitucional, sino que cada atribución nominal tenía una restricción real para su ejercicio. El resultado es que la función a la que quedaba reducida la monarquía española era a refrendar automática y mecánicamente las leyes y los decretos emanados del gobierno, además de “símbolo de unidad”.

No se establece en lugar alguno de la constitución la posibilidad de que el Rey pueda ejercer un veto, precisamente porque ese era el pacto al que llegaron en 1978 los miembros de la “oposición democrática” con los “franquistas evolucionistas”: que no hubiera vencedores ni vencidos, aparentemente, que existiera una constitución como quería la “oposición democrática”, pero también una monarquía como defendían los “franquistas evolucionistas”… pero sin funciones reales y con un mero papel representativo.

Estaba implícito que si el Rey se salía del papel protocolario se rompían los pactos de la transición y la “oposición democrática” exigía referéndum sobre la república… Así de simple. Juan Carlos I, poco interesado en las tareas de gobierno, aceptó reducirse a “símbolo”. Y así ha quedado.

4. Lo que representa en 2023 estar a favor o en contra de la monarquía

Pero estamos en 2023, en uno de los momentos más negros de la historia de España. Al Rey es Felipe VI, nada puede reprochársele. A diferencia de Sánchez, al que se le puede reprochar todo y más, sumando cada día que pasa nuevos fracasos y cavando un poco más profunda su tumba política. La situación de España promete ser dramática en 2024 [ver los artículos sobre EL VERDADERO ESTADO DE LA NACIÓN en este mismo blog]. Como ha quedado demostrado sobradamente, Sánchez siempre termina cargando a otros con sus propios errores.

Felipe VI debe sentir ya en el cogote el aliento de Sánchez. Como todo presunto psicópata, Sánchez no tolera que nadie esté por encima suyo: lo suyo es lo primero, lo único, lo que debe colocarse ante todo y, sobre todo. Le molesta un protocolo que lo relega a la segunda fila. Le resulta imposible digerir que tantas y tantas veces, miles de españoles le hayan abucheado, para aplaudir acto seguido al Rey de España, que ha ido acumulando odio, resentimiento y deseos de venganza. Así es la tipología de todos los aquejados por este problema psicológico incurable.

Sánchez intuye que la próxima exigencia de los independentistas catalanes, tras la amnistía, el referéndum por la independencia (al que seguirá seguramente el indulto de Laporta por la cuestión de compra de árbitros a la hora de negociar los presupuestos del Estado… ¿apostamos?), será el referéndum por la monarquía… Es inevitable: el nacionalismo siempre quiere más y Sánchez no tiene más objetivo que mantenerse unos meses más en la Moncloa: así pues, deberá de ceder EN TODO. Su malformación psicológica le obliga a sacrificar a cualquiera para que él siga siendo el primero. (Recomendaría la lectura del post titulado PELIGRO: PSICÓPATAS ENTRE NOSOTROS, en este mismo blog. Parece un retrato de Pedro Sánchez a pesar de que fue escrito en los años 90…)

El problema que se plantea es muy claro: uno de los últimos rastros de la identidad nacional que quedan vivos es la monarquía, reducida a simple comparsa protocolaria y simbólica, sin poder político real… Y ahora pregunto: ¿Qué preferís la monarquía de Felipe VI o la futura república de los Puigdemont, de los Sánchez o de los etarras reciclados? No existe, en las condiciones actuales una “tercera vía”. Es así de sencillo: poner en la balanza una y otra posibilidad aquí y ahora y lo han representado ambas posibilidades en la historia de España. Y decidir.

Me da la sensación de que, cada vez más, el pueblo español, ya ha decidido: el 18 de noviembre las masas se dirigieron a la cueva de La Moncloa y hubieran llegado hasta las estancias de Pedro Sánchez de no haber enviado Marlaska a sus unidades antidisturbios más efectivas. Creo que la inmensa mayoría de aquellos manifestantes que fueron interceptados en plena autopista, no hubieran tenido inconveniente en vitorear al Rey Felipe VI sin que necesitara escolta policial… Pedro Sánchez -cuya expresión facial va cambiando a medida que pasan los días, cada vez más crispado, visiblemente adelgazado, siempre tenso- es, en estos momentos el hombre más odiado de España. No creo que nunca, en lo que le queda de vida, pueda pasearse por este país, ni él ni su familia, sin una escolta armada hasta los dientes… No es el “precio del poder”, es el “precio de la psicopatía”.

5. Una brizna de teoría “político-militar”

He empezado por un posicionamiento histórico y me gustaría acabar con otro político-militar. En todas las academias militares se enseña que la peor situación estratégica consiste en combatir en dos frente al mismo tiempo. Nunca se sobrevive a ataques desde los dos lados. Es lo que se enseña en las Academias Militares y lo que enseña la experiencia política.

El fascismo italiano fue, en un primer momento, la unión de socialistas intervencionistas, nacionalistas y futuristas para combatir a la izquierda anarquista, marxista y bolchevique. El nacional-socialismo alemán llegó al poder priorizando el ataque frontal contra la izquierda. Las teorías de los Strasser, cuando se aplicaron supusieron retrocesos en la lucha del partido y retrasaron el triunfo de la Revolución Nacional Socialista. Los fascismos históricos no esgrimieron nunca el “ni derechas, ni izquierdas”.

Falange Española, en cambio, sí lo hizo, a pesar de estar financiada por Renovación Española hasta la formación del Bloque Nacional. ¿De dónde procedía esa consigna? Es simple explicarlo: de los contactos que habían tenido con los “no-conformistas” franceses y concretamente con el grupo L’Ordre Nouveau que esgrimía esas consignas un par de años antes de que aparecieran en España.

Y era una consigna errónea. Porque no era una consigna “doctrinal”, formulada por teóricos que lo ignoraban todo sobre lo que es una estrategia política óptima: la doctrina falangista, como todas las variedades nacionales del fascismo genérico, incluía elementos procedentes de la derecha y de la izquierda, era un “pensamiento aglutinante” que incluía ideas procedentes de muy diversas fuentes. Pero esto es “doctrina”, no programa, ni mucho menos estrategia política. La “doctrina” se plasma en el platónico “mundo de las ideas”, pero, luego, al proyectarse sobre lo contingente se ve obligado a traducirse en estrategias políticas y es aquí en donde “luchar en dos frentes” es un error de bulto que ha fulminado a todas las formas de “tercerismo” antes o después.

Resulta mucho más razonable optar por elegir entre “enemigo principal” y “enemigo secundario”, esto es, entre el enemigo que constituye un peligro mortal aquí y ahora, ante el cual es necesario unificar fuerzas y orientar las baterías solamente hacia él. Destruido, ya habrá tiempo de ajustar cuentas con otros sectores. Mussolini se vio imposibilitado a hacerlo durante el Ventennio y solo rompió con la monarquía durante la República Social. Hitler, primer aplastó a la izquierda apoyándose en la derecha, para luego, en la “noche de los cuchillos largos” liquidar a la oposición de derechas, una obra maestra del maniobrerismo político.

Así pues, queridos amigos, os pregunta finalmente: ¿cuál creéis que es hoy vuestro “enemigo principal”? ¿El predrosanchismo o la monarquía española? Es más, incluso a la hora de definir a un “enemigo secundario”, todo induce a señalar a la derecha liberal y progresista, a lo Casado, como tal, no a la monarquía española cuyo margen de maniobra constitucional se reduce prácticamente a cero: un mero símbolo.

De hecho, resulta imposible establecer un programa de regeneración nacional sin exigir una profunda reforma constitucional que, entre otras cosas, debería de reforzar los poderes de la monarquía, su derecho de veto ante leyes y decretos aprobados por gobiernos que olvidan patriotismo, razón de Estado, ética y moral.

Yo no quiero un Rey que “reine, pero no gobierne”: quiero un líder que sea la conciencia nacional, habilitado por la constitución para decir a la clase política “las verdades del barquero”, para llamar al “pan, pan y al vino, vino”, un ejemplo para toda la nación, incluso para la clase política, que medie y modere, pero también que llame al orden, al que se le reconozca el derecho a tirar de las orejas a la clase política. Que una los tres poderes y que “recupere España”.


6. La leyenda indoeuropea del Rey Perdido

Una vieja leyenda indoeuropea, extendida a todas las monarquías), nos habla de un Rey apreciado por su pueblo (Arturo, Federico Barbarroja, el propio Don Rodrigo, etc.; ver artículo en este mismo blog: EL REY PERDIDO, UN MITO INDOEUROPEO. Amado por su pueblo, combatido por sus enemigos, un día desaparece misteriosamente. El buen pueblo no cree en su muerte, el buen pueblo proclama que está oculto, preparando a sus fieles para reaparecer en el momento de la batalla final contra las fuerzas del mal y ponerse al frente de sus leales. Yo quiero ese Rey. Quiero encontrar al Rey perdido. Quiero que marque el camino de la reconstrucción. Quiero que, si tiene que ser mujer, que sea como la Eowin, la princesa guerrera de Tolkien. No quiero una influencer de tik-tok o una habitual de la prensa del colorín…

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Y por eso todo ello, defender a la monarquía española, hoy, supone mantener posiciones. Declararse “republicano” es BAJAR un peldaño hasta las mismísimas puertas del Hades mitológico, mientras que afirmar que se aspira a que una reforma constitucional reafirme y concentre poderes en la figura del Rey, supone SUBIR un peldaño hacia un modelo de gobierno estable que deje atrás la dependencia de la tiranía de los políticos corruptos, incapaces o enfermos mentales. Esa es la reforma constitucional que algunos queremos y que tiene como segundo objetivo, restar poder a la partidocracia (esa institución que ya no representa ideas sino intereses y que, en la práctica, representa solamente a sus propios miembros).

Dicho está y dicho queda.