No soy “negacionista”.
Creo que, efectivamente hay un virus suelto por ahí, que va mutando y que es
peligroso. No es el único. Han muerto tres millones de personas en todo el
mundo, así que no es para tomárselo a broma. Pero tampoco hay que exagerar, ni
sobreactuar. Empiezo a pensar que tienen razón aquellos que dicen que las
medidas tomadas ante el virus han sido desproporcionadas en relación a su
peligrosidad y a los efectos generados sobre la economía y sobre la propia
sociedad.
Oí hablar por
primera vez del virus en enero de 2020. Hace ya 17 meses. Entonces se le
daba como algo lejano que había ocurrido en China. Nada que nos pudiera
afectar. Las informaciones que llegaban eran terribles: el virus tenía una
espantosa mortalidad, no se conocía remedio y se contagiaba con facilidad.
Hacia febrero, el virus había llegado a Italia, así que era cuestión de
prepararse para lo peor. Y lo peor fueron los tres primeros meses de
confinamiento obligatorio.
Ya es hora de
pararnos a reflexionar, cuando se nos asegura que en verano estaremos todos
vacunados y la crisis habrá pasado. Estos algunos puntos que se me ocurren:
1) La desnudez
de las cifras: no se entienden. Las cifras oficiales en España dan 78.293
muertos desde que empezó la pandemia. Terrible, pero incierto. La diferencial
entre los muertos en el mismo período es de más de 100.000. Y esta diferencia
es importante para obtener los porcentajes, porque si han sido 78.293,
España tiene una mortandad del 0,16 por cada 100 habitantes, pero si la
elevamos a 105.000, ese porcentaje se eleva hasta el 0,22 por cada 100
habitantes. Esta diferencia de 0,06 es importante por lo que veremos más
adelante. Baste decir ahora que la incidencia del cáncer es muy superior (un
1,3% de la población). Es decir que tenemos 8 posibilidades más de morir de
cáncer que de Covid. Y lo mismo podría decirse de las enfermedades
cardiovasculares (915,3 fallecidos por cada 100.000 habitantes, o si se
prefiere 0’9 por cada cien). En otras palabras: que hay enfermedades de las
que se habla mucho menos y que no han requerido medidas drásticas de confinamiento
o limitaciones a la movilidad, que matan bastante más que el Covid.
2) Los medios
de comunicación han informado, todos (y en especial los públicos),
absolutamente todos, mal. Han estimulado el alarmismo, han impedido que
se debatiera serenamente sobre la oportunidad del confinamiento, luego han
taponado el conocimiento de los porcentajes de las cifras de mortandad, han
presentado las cifras en bruto sin atender a los diferentes volúmenes de
población de cada país. Y lo peor es que, 17 meses después del inicio de
todo, siguen con los mismos errores intencionados. Siempre, en todos los casos,
esos errores se han mantenido por intereses políticos. Veamos unos datos y
entenderemos por qué el gobierno se empeñaba en dar unas cifras oficiales y no
las que se desprendían de la diferencial de muertos entre 2019 y 2020:
- Cuando se decía que las cifras mortandad en EEUU eran altas se mentía. En España eran todavía más altas: hoy sabemos que EEUU tiene una incidencia del 0,17% (577.000 muertos sobre una población de 328.000.000 de habitantes). En España, las cifras son de 0,16% en relación a las cifras oficiales, pero 0’22% si tenemos en cuenta la diferencial de muertos. Curiosamente, el alarmismo en relación a EEUU solamente se prolongó hasta que Joe Biden llegó a la Casa Blanca: a partir de aquí, ya no se habló en los informativos de cifras de muertos, sino de vacunados…
- Cuando se dice hoy que en la India las cifras de muertos alcanzan los 300.000, se está mintiendo. Las estadísticas dicen que, en la India, hasta ahora, han muerto 219.000 personas, cifra elevadísima, pero no tanto si se tiene en cuenta la población (1.366.000.000 habitantes), lo que supone un porcentaje del 0’16%, inferior a España. Pero los datos manipulados se entienden mejor si se tiene en cuenta que, en el momento de escribir estas líneas, el eje de la información sobre el Covid se ha desplazado a la “variante india” …
- Cuando se dice que Brasil es uno de los países más afectados por el Covid, se está diciendo una mentira a medias: es cierto que allí han muerto 409.000 personas lo que, para un total de 211.000.000 de habitantes, supone un 0,19%. Pero también es verdad que este porcentaje no está muy lejos de la cifra oficial dada en España (0,16, así pues, una diferencia del 0,03) y se sitúa por debajo de la diferencial de muertos de nuestro país (0,22%, es decir, un 0,03% más que en Brasil…). A recordar que Bolsonaro es otra de las bestias pardas del stablishment.
La conclusión
que puede extraerse de todo esto es que los medios, unánimemente, es que se han
presentado los datos justo de la manera necesaria para generar alarmismo en la
opinión pública, no los han depurado, no han ofrecido en ningún momento
porcentajes: han comparado, en definitiva, garbanzos con lentejas…
3) A tenor de
estas cifras puede pensarse que el Covid no es más que una gripe algo más
fuerte. Ciertamente, en la primera ola, especialmente, la mortandad fue
espectacular, en España entre las residencias de ancianos. Luego, el número de
muertos en relación al de “contagiados” se ha moderado extraordinariamente.
Ahora bien…
- El volumen de “contagios” (colocamos las comillas de manera deliberada) siempre se ha estimado de manera arbitraria: se considera que un contagiado es aquel al que la prueba PCR da resultado positivo, si bien, lo único que indica es que esa persona, en ese momento concreto, ni antes ni después, tiene un virus, cualquiera, el Covid entre otros muchos, pero no solamente el Covid.
- Resulta casi un chiste constatar que parte de las informaciones alarmistas han tenido que ver con el “aumento de los contagios”: se producían más contagios, allí en donde se realizaban más pruebas PCR. Por increíble que parezca, esas pruebas, completamente inútiles por lo demás, han servido durante meses como “prueba” de la peligrosidad del virus y solamente en las últimas semanas se ha pasado a establecer esa peligrosidad en función de las camas de las Unidades de Cuidados Intensivos ocupadas, como hubiera sido lógico desde el primer momento.
- Hoy se sabe que, si el número de muertos en la primera ola del virus fue espectacular, especialmente entre las residencias de ancianos (que se llevaron un 40% de las muertes), esto se debió a que los protocolos de tratamiento de la enfermedad fueron erróneos, por mucho que estuvieran recomendados por la Organización Mundial de la Salud. Ocurrió algo parecido al “síndrome tóxico” del verano de 1981: los médicos (especialmente militares) que trataron aquella extraña enfermedad como una “intoxicación por organofosforados” se recuperaron sin problemas, pero aquellos otros que siguieron la versión oficial de “envenenamiento por consumo de aceite de colza desnaturalizado tratado con anilinas”, o fallecieron o arrastraron durante años (incluso en la actualidad) secuelas. No siempre la información “oficial” es la real, ni la “oficiosa” es la conspiranoica. Con el Covid parece haber ocurrido algo parecido.
4) Cuando se
alega que las medidas que se tomaron desde marzo de 2020 fueron
desproporcionadas y que el número de muertos de la epidemia no justificaba un hará-kiri
de la economía española, los partidarios del gobierno y muchas gentes de buena
voluntad, apostillan que, de no haberse tomado estas medidas, la mortandad
habría sido mucho mayor. Lo cierto es que las estadísticas no confirman esta
posibilidad: países como EEUU o Brasil, por no hablar de Rusia, en donde
las medidas fueron mucho más relajadas que en España, han tenido incidencias
similares o incluso menores a España. Los porcentajes invalidad esta
argumentación y dan la razón a los que pensamos que las medidas fueron
desproporcionadas y, en grandísima medida, completamente inútiles. Hubiera
bastado con que los protocolos de tratamiento de los enfermos fueran más
acertados, para que la mortandad hubiera disminuido hasta los extremos de las
gripes anuales, quizás algo más agresiva, pero no mucho más.
5) Estas
medidas eran todavía más hirientes en países como España con una economía
absolutamente dependiente del turismo y con unos hábitos antropológicos muy
concretos: el cierre de la hostelería prolongado a pesar de que los
especialistas convenían en que los bares y restaurantes eran los lugares donde
menos contagios se producían y que la mayor parte de estos, al menos en la
segunda y tercera ola, fueron en el ámbito familiar (generalmente transmitidos
por niños asintomáticos), ha generado una crisis sin precedentes en el sector
que se calcula que terminará produciendo (está produciendo) entre un 30 y un
40% de cierres. Sin olvidar que la detención de la vida económica durante meses
no se vio acompañada (sino muy tardíamente) por reducciones fiscales,
suspensión de las cotizaciones a la seguridad social, ni siquiera eliminación
del IVA en el precio de las mascarillas obligatorias. Durante meses, los ERTE
han engañado a las cifras del paro hasta el punto de que la ministra de trabajo
en varias ocasiones ha presentado las “cifras de creación de empleo” en esos
meses, como “espectaculares”. Desde el punto de vista económico, las medidas
adoptadas ni estaban justificadas (la hostelería nunca fue el vehículo privilegiado
de transmisión del virus), ni siquiera se respetaban (los “confinamientos
perimetrales” en Cataluña han sido un chiste: desde el final de la primera ola,
la utilización de medios de comunicación interurbanos e intercomarcales, no ha
descendido, y los controles de las policías han sido mínimos), ni han servido
para gran cosa (si tenemos en cuenta los porcentajes de muertes que se han
dado en España en relación a otros países, como hemos visto).
6) Y desde el
mes de enero se nos prometía que “la vacuna” era el remedio para resolver la
cuestión. En primer lugar, la vacuna rusa, dispuesta desde el verano, no
fue aprobada por la UE, dándose preferencia a otras que luego han resultado,
todas ellas, causar más o menos problemas y efectos secundarios que es todavía
pronto para comprobar su alcance al tratarse de transgénicos. Pero, en
España, si la desorganización y la improvisación ante la irrupción del virus
fue de antología, la distribución de las vacunas está resultando la
prolongación de todo este sainete.
- En primer lugar, parece existir cierta unanimidad en atribuir a la vacuna de AstraZeneka ciertos riesgos. Sin embargo, esa es la vacuna que, en España, se ha administrado a la franja de población más sensible: las edades superiores a 65 años. El “principio de prudencia” debería de haberse aplicado aquí. Pero eso no es lo más irónico, sino el hecho de que, después de administrarse la primera dosis de esta vacuna y comunicarse un plazo de 12 semanas para la segunda dosis, se han modificado las cifras y en la actualidad, andamos ya por las 16 semanas, si bien no está claro si será la de AstraZeneka o cualquier otra…
- En segundo lugar, lo más normal hubiera sido que las vacunaciones se hubieran realizado en los CAP habituales, en donde existe espacio suficiente para hacerlo. Sin embargo, en Cataluña, las vacunas se están administrando en lugares, en algunos casos, “exóticos” y alejados hasta 30 kilómetros del lugar de residencia.
- Algunos hemos aceptado ser vacunados simplemente para obtener el prometido “certificado” que nos permitirá viajar al extranjero y ver personalmente a nuestros seres queridos que no vemos desde hace más de año y medio. En mi caso concreto, acepté vacunarme convencido de que sería algo parecido a la vacuna de la gripe (completamente inútil al inmunizar contra la variante de la gripe del año anterior… no contra la del año presente). Tuve que desplazarse siete quilómetros del mi lugar de residencia y ocho del CAP que me corresponde: no experimenté efectos secundarios, pero la hora de vacunación se retrasó una hora en relación a la que nos había sido asignada, no sólo a nosotros sino a ¡casi 200 personas!, todas mayores de 65 años, algunas de más de 80, varias en sillas de ruedas, en una mañana fría y lluviosa. Hugo que esperar, por supuesto, al aire libre. Resumiendo: al caos de las medidas de prevención del virus, se ha unido el caos en algo tan sencillo como la administración de la vacuna. Claro está que, en Cataluña, simplemente, no hay gobierno autonómico y las consejerías están más pendiente del cambalacheo entre ERC y JxCat que de la situación del pueblo de Cataluña.
- La posibilidad de que en el verano (esto es el 21 de junio) esté vacunado el 50% de la población parece remota. Pero, eso sí, el gobierno español se permite el lujo de enviar vacunas a países africanos con una bajísima incidencia del Covid… Si a los que se niegan a vacunarse, se suman los que no pueden vacunarse, los que solamente hemos recibido una dosis y ni siquiera sabemos cuándo ni de que marca nos administrarán la segunda, e incluso hoy se discute si las vacunas actualmente en el mercado lograrán afrontar las variantes del virus.
5) El Covid
dejará secuelas imborrables en la sociedad. No puede dudarse de la realidad de la
enfermedad, como tampoco puede dudarse de la ineficacia de la Organización
Mundial de la Salud, de la sobreactuación de los distintos gobiernos,
especialmente del gobierno español, que siguió dos fases: en una primera,
Sánchez asumió todo el protagonismo decretando el confinamiento, pero tras tres
meses, al ver que su popularidad se desplomaba, al acabar la primera ola del
virus, optó con transferir las posibilidades de erosión a las comunidades
autónomas. A partir de ese momento, cada comunidad reaccionó de una manera
diferente, generando una indecible confusión en la opinión pública: un pueblo aragonés
podría estar confinado, pero el de al lado perteneciente a La Rioja, no. Hubo medidas
absurdas: ir a la playa con mascarilla (ignorando algo tan simple como que
el agua de mar y su ionización pueden ser considerados casi como fármacos
naturales), cerrar los puticlubs meses después de iniciada la pandemia, toque
de queda (como si el virus pudiera no difundirse hasta las 21:00, pero a las 21:01
pasara a ser mortal), prohibición, incluso, de pararse en la calle en algunas
ciudades y cualquier otra idea excéntrica que se le pudiera ocurrir a algún
concejalillo cateto o a algún consejero autonómico deseoso de mostrar sus
virtudes cívicas. Esto y los pulsos entre Sánchez y Ayuso han sido los
elementos políticos más sobresalientes de esta crisis. Cuando se aleje el
fantasma del Covid, los humoristas encontrarán en lo ocurrido en estos meses,
materia para monólogos hilarantes.
Porque lo
único que está claro en todo este asunto, es que han fallado los organismos
internacionales, todos los escalones gubernamentales y los medios de
comunicación. La sociedad se ha limitado a poner los muertos y a pagar impuestos.