domingo, 7 de octubre de 2018

365 QUEJÍOS (162) – LLAMADAS PUBLICITARIAS


 

No tengo teléfono fijo. Recuerdo todavía el número que tuve durante 50 años: 439 93 42. Primero tenía era simplemente 39 93 42. Luego, por algún motivo, le añadieron “el 2 delante”. Y, más adelante, el 2 se convirtió en 4. Primero fue un teléfono negro de bakelita. Entre mis recuerdos de infancia figura el haber visto en casa de mis tías uno de aquellos teléfonos de los años treinta que había que activas dándole a una manivela. O el recuerdo de la centralita de Sant Pere de Ribes, en un pequeño local de la calle del Pino con una telefonista -amiga de la familia- que encajaba clavijas como sus amigas hacían encaje de bolillos. Inolvidables las esperas para llamar de una localidad a otra. No digamos al extranjero: la frase “hay demora de una hora” era la coletilla habitual en aquella España cuando pedías a la telefónica comunicar con la provincia de al lado. Y es que en aquel tiempo, el país con dificultad estaba saliendo del subdesarrollo y parecía resistirse a entrar en la era de las telecos.

Mi abuela nunca consiguió hablar con un tono normal por teléfono: tenía la sensación de que si no gritaba hasta el alarido, no la oirían al otro extremo del hilo. Y luego estaba la chacha que nunca había visto en su Soria natal un teléfono y que experimentaba un respeto reverencial hacia aquel aparato. El de bakelita, cuando se cayó al suelo y saltaron trozos como metralla de una granada, se cambió a finales de los sesenta por otro aparato, gris claro, redondeado y de formas amables, nada agresivas. Luego se le agregó, oh maravilla de maravillas, el contestador automático con cinta magnetofónica (en el que pude grabar varias amenazas) y más tarde vino el Domo que te chivaba incluso quién llamaba y el paso siguiente fue el inhalámbrico: podías ir a cualquier lugar del hogar y hacer cualquier cosa que el trasto te acompañaba. Y un buen día todo esto terminó. No me voy a quejar de que el mundo de nuestra infancia ya no tenga nada que ver con el actual, sino de lo que se ha convertido el mundo de la telefonía fija.

Todo esto viene a cuenta de que tengo una clavija de entrada para telefonía fija, pero hace tiempo que no tiene conectado ningún aparato. ¿Para qué? La telefonía móvil lo hace inútil. De hecho, si sigo teniendo contrato con telefónica es porque necesito línea de Internet. Hace mucho tiempo que ni siquiera sé cuál es mí número de teléfono fijo: no lo utilizo desde hace quince años. Ni siquiera me preocupo por recoger el librito de páginas amarillas, cada vez más menguado, que dejan en la portería. Va a parar directamente al cesto de la publicidad inútil. Sí, las cosas han cambiado mucho.

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Créanme que si, además de haberme deshecho del teléfono fijo, uno se encuentra en una zona de mala cobertura, el contacto fluido se convierte en dificultoso. Para eso están las redes sociales y las herramientas de la Web 2.0. si alguien quiere localizarme es mucho más fácil hacerlo por ese camino.

¿Qué por qué soy tan arisco en relación a la telefonía? Por dos motivos. De mis tiempos como activista política me quedó la discreción en el hablar a través de telefonía. Hubo años en los que el teléfono de mi lugar de trabajo y el de mi casa estuvieron intervenidos. Algunas veces de manera ilegal y otros con orden firmada por un juez al que alguien le había dicho que yo era alguien terrible. Me quedó también de esa época, la habilidad para piratear líneas telefónicas, instalar un teléfono en cualquier lugar por el que circulara un cable (entendí por qué se llamaba “pinchar” a intervenir un teléfono) y a que, cuando tenía que llamar a cualquier país, comunicarme con mis camaradas en el lugar más alejado del mundo, buscara líneas seguras. Hice verdaderas maravillas en la materia que tuvieron a la policía política despistados durante años. Y, luego, cuando abandoné el activismo y regularicé mi vida, me quedó esa prevención a hablar por el teléfono fijo.

Pero, eso queda muy lejos. Una reserva a mantener largas conversaciones telefónicas, no es lo mismo que renunciar al uso del teléfono fijo. Y yo he renunciado por completo. La causa próxima de esta actitud es que de cada 10 llamadas que recibía, 9 eran de publicidad, por algún motivo, de temas que no me interesaban o de encuestas cuyo truco era que, finalmente, te intentaban encajar algún producto. En un principio, oía lo que tenían que decirme y luego, con toda corrección, les decía que no me interesaba. En alguna ocasión hasta departí con la persona que me llamaba. No había día sin que se repitiera este baile. Y uno tiene trabajo, máxime si es autónomo y trabaja desde casa. Así que, un buen día decidí que al oír la oferta que me hacían, simplemente diría: “Lo siendo, no me interesa” y colgaría. 

http://eminves.blogspot.com/2018/09/p.html

Pero luego, las llamadas se hicieron obsesivas, continuas, reiterativas, incluso varias veces del mismo producto. El cabreo impuso el “Vete a la mierda”, por mucho que me doliera enviar a paseo a alguien que trabajaba en eso porque no había otra cosa y que, seguramente, lo necesitaba. Luego opté, simplemente por colgar. Más tarde por mirar el número y si era “sospechoso”, no contestar. Pero los jodidos insistían una y otra vez. Era todavía peor. Así que opté por algo más simple: al oír la primera señal de llamada descolgar y volver a colgar inmediatamente. El que estaba al otro lado entendería no ni esa ni en ninguna ocasión le iba a descolgar. En alguna ocasión me encaré con el pobre diablo del otro lado: “Páseme con su superior”, “De dónde han sacado mi teléfono”, “Les prohíbo que me vuelvan a molestar”, “Les demandaré”… Inútil. ¿Darse de alta en la base de datos para impedir este tipo de llamadas? Nada que hacer. Tiempo perdido. Tu número siempre está en algún listado que ha escapado al interdicto.

Así pues, lo más radical, es vivir sin telefonía fija. Podemos decir que ha muerto, como el felipismo, víctima de una “pinza”: por un lado, la telefonía móvil, por otro el exceso de publicidad. La podré añorar en mañanas grises otoñales, podré recordar años de infancia y de juventud, años de riesgo y de peripecias, años de demoras o pinchazos, pero está muerta y bien muerta. Al menos para mí. Que el dios de las nuevas tecnologías lo tengo en su limbo.