jueves, 25 de octubre de 2018

365 QUEJÍOS (178) – IDEOLOGÍAS DE GÉNERO VS PEDOFILIA


Cuando uno ha visto lo que ha visto, tiende a ponerse en lo peor y a prever de manera anticipada lo que puede ocurrir a la vuelta de pocos años. Recuerdo por ejemplo que, entre 1975 y 1977 fueron asesinados o resultaron heridos, más de una docena de Guardias Civiles al retirar ikurriñas que estaban ligadas a una carga explosiva. ¿Y todo para qué? Para que la ikurriña se legalizase al cabo de pocas semanas. ¿Qué le contamos ahora a los familiares de las víctimas, a los mutilados o a los muertos? ¿Qué han muerto por nada? Y es que, a veces, las leyes de un Estado cambian y lo que ayer era delito, mañana deja de serlo. De hecho, a las estatuas de la Justicia, más que con una venda y una balanza (como si los tribunales fueran una tienda ultramarinos despachada por una de la ONCE) como atributos simbólicos, le correspondería una ruleta de la suerte. No me voy a quejar de esto, sino de otras evoluciones previsibles que se anuncian en el horizonte en relación a las ideologías de género.

Vivimos tiempos de rebajas por fin de temporada. La “civilización occidental” cuyas bases nacieron hace 2.700 años en la Grecia clásica, están -vale más que nos hagamos a la idea- desapareciendo. Un par de generaciones más y serán recuerdo en una Europa mestiza (seguirá existiendo una África africana, un Asia asiática, pero Europa será cualquier cosa menos europea porque solamente aquí (aquí y en EEUU) las ideologías del mestizaje y de la interculturalidad se han convertido en oficiales. El “maridaje” entre la filosofía clásica y el animismo africano es, créanme, tan imposible como entre Beethoven y el tam-tam. Así que, en mi óptica de conservador con poco que conservar, lo que resulta de este mestizaje, será cualquier cosa, menos superior a la cultura de nuestros padres. Supondrá, no ya el descenso de un peldaño en la escala cultural, sino la pura y simple ruptura de la escalera con batacazo final. Y esto vale también para las ideologías de género.

Arriba de todo, al final de la escalera, en el último peldaño podemos situar al mundo clásico, apolíneo por un lado, sereno y hecho de medida y armonía, que tenía su complemento orgiástico y báquico aportando ritmo. Si el mundo clásico ha sido algo es ritmo, medida y armonía. Y basta ver nuestras catedrales para comprobarlo. Luego, esa escalera tiene un peldaño final: el mestizaje que es como si la escalera se hiciera mil pedazos y dejara de existir. Más abajo del mestizaje sólo existe el caos.

La ideología de género, a diferencia del freudismo o del feminismo derivado del sufraguismo, incluso a diferencia de la ideología gay en sus primeros pasos, no nos propone vivir el sexo (que, por cierto, es lo mejor que puede hacerse con el sexo) sino “rectificar” la sexualidad. Los gays y las feministas del siglo XX reivindicaban derechos. Querían que sus hábitos sexuales no fueran objeto de condena moral, ni mucho menos tuvieran repercusiones legales. En sus primeros pasos, su lucha consistía en evitar que su opción sexual fuera discriminada por la ley. Y eso parecía justo: ¿por qué no iban a votar las mujeres? ¿por qué iba a estar penado, como lo estaba, el realizar sodomía en el interior del matrimonio incluso con el consentimiento de la esposa? ¿por qué el destino de un sodomita tenía que ser la cárcel? ¿por qué se iba a discriminar a una mujer en el trabajo por el hecho de serlo? ¿por qué iba a necesitar el permiso de su marido para aprender a conducir? Preguntas que hoy están resueltas y que han llevado a la “igualdad” en materia sexual.

Pero todo esto no eran “ideologías de género”, sino de “grupos sociales” (no solo eran ideologías en torno al sexo, sino minusválidos, okupas, porreros, ecologistas, incluso de psiquiatrizados). Pretendían rectificar la actitud de la sociedad ante “sus” problemas y ante lo que a ellos les hacía “diferentes”. Se podía pensar lo que se quisiera de todos estos “grupos sociales”, pero, hay que reconocer que respondían a cuestiones reales que afectaban a algunos sectores de la sociedad.
Ya en cierto feminismo de los 60 (el grupo norteamericano WITCH) se observaban algunos comportamientos y actitudes que podríamos llamar “maximalistas”: lo suyo, sus propuestas, no solamente eran “diferentes”, sino que en ellas se advertían dos rasgos. Uno era el odio hacia el varón -mucho más que las reivindicaciones concretas-, el otro era cierto afán “misional”: querían extender sus propuestas sobre la superioridad de lo femenino a toda la sociedad y de manera radical. Aquello llamó la atención, pero fue un fuego de paja. Poco después de su creación, el grupo WITCH estalló y algunas de sus miembros volvieron al feminismo moderado y otras se dedicaron a estudiar, en el ámbito de la “new age”, la espiritualidad femenina. Y pasó el tiempo.



En España no nos dimos cuenta de lo que estaba ocurriendo hasta que José Luis Rodríguez Zapatero llegó al poder. A partir de entonces, su “cruzada” (porque se trató de una verdadera cruzada), fue por forzar un cambio social. No se trataba ya de aceptar el feminismo o de que nos tuviera sin cuidado el que fulanito o menganito fueran gays. Se trataba de rectificar las pautas de la sociedad, no solamente para que esto lo considerásemos “normal”, sino que se convirtiera en el estándar de normalidad. La igualdad debía de ser TOTAL. Cualquiera que hablara de diferenciación hombre-mujer debía ser considerado hereje y sus palabras, anatema. Se inventó un término: “discriminación positiva”. No se trataba ya de que las mujeres pudieran optar a ser “directoras generales” de las empresas o a estar presentes en las listas electorales, sino que, necesariamente, todos estos sectores, por ley, debía de registrar la presencia de un 50% de mujeres. Lo contrario vulneraría la legislación vigente.

El zapaterismo hizo algo más que negar la “especialización” que la biología da a los distintos géneros dentro de una misma especie: quiso alterar y modelar la sociedad borrando los roles sociales de ambos sexos. Si un “matrimonio” era la unión de un hombre y de una mujer para procrear, a partir de ahora, un matrimonio sería una “pareja” sin distinción de sexo. Lo cual parecía justo a condición de que una “pareja” siguiera llamándose “pareja” y no matrimonio y a que los derechos de las parejas no fueran exactamente los mismos que los del matrimonio. Porque, de eso se trató en el zapaterismo, a fin de cuentas.

Unos pocos gays quisieron “tener hijos”… ¿Era la pareja homosexual el marco más adecuado para una adoptación? Muchos pensaban que no. Es más, sabían que, desde siempre, existían unas normas muy estrictas -incluso demasiado- para formalizar adopciones. Pero, con el tiempo, las exigencias se habían ido rebajando y, finalmente, cuando llegó Zapatero, aparecieron empresas especializadas en adopciones que compraban sus “productos”, ya fabricados, en el Tercer Mundo, rigiéndose por el principio del comercio: comprar barato – vender caro. Y luego estaban los vientres de alquiler que también suponían el pago, libremente aceptado, de una cantidad por nueve meses de “trabajo” de gestación, contra entrega del recién nacido… Algunos podrían considerar todas estas prácticas como repugnantes, pero para el zapaterismo suponían la posibilidad de ser recordado como un “gran reformador social”.

El problema de las adopciones de niños por parte de parejas gays (como de cualquier otra adopción realizada a la ligera) eran los casos de pedofilia: la atracción sexual que los menores de edad tienen para algunos individuos. Atracción irreprimible que llega a situaciones extremas. Tal era el riesgo. Y mientras los servicios policiales iban desarticulando cada vez más redes de pedofilia (y en gran medida, de pedofilia homosexual), el gobierno cada vez facilitaba más y de manera más fácil las adopciones por parte de parejas gays. Se nos dijo que no existían relaciones entre unos y otros fenómenos. Y la sociedad, que tenía que superar la crisis económica de 2007 no se preocupó más del tema.

Ahora -y llegamos al momento actual- se dan dos fenómenos: el primero es la introducción de la asignatura de “educación sexual” desde el parvulario y el segundo, lo que ya han denunciado, algunos policías de la Unidad de Investigación Tecnológica, que existe un movimiento mundial que considera la pederastia una orientación legítima, y aseguran que en el futuro se acabará legalizando, como ha terminado ocurriendo con la homosexualidad”… No lo decimos nosotros, sino que lo dice un policía que lleva años investigando redes de pedofilia.

Porque vamos a eso: en el límite extremo de las ideologías de género, lo que existe es una tendencia, por todos los medios, a desdramatizar e integrar en el patrimonio “cultural” de la modernidad, la pedofilia, como antes se ha hecho con el cannabis y de la misma forma que se hizo ayer con la ikurriña (salvando distancias, claro está). Lo que ayer era delito, hoy ha dejado de serlo y mañana, estará “normalizado” y, pasado, estén seguros, se priorizará.

No creo que sea un exceso decir que la pedofilia está en el límite de las ideologías de género y que, en el momento en el que una sociedad se pregunta “¿a fin de cuentas, porqué no podría ser la pedofilia consentida una forma más de ejercicio legítimo para ejercer la sexualidad?”, esa sociedad está condenada a la extinción. Una sociedad se extingue cuando pierde sus puntos de referencia, cuando liquida todo su sistema de identidades (incluida la sexual).