viernes, 5 de octubre de 2018

365 QUEJÍOS (160) – SEXO: ABOLIENDO IDENTIDADES


Les contaré una historia carcelaria. En mis quince meses de encierro en la destartalada cárcel Modelo de Barcelona en 1986-87 (por un simple delito de manifestación ilegal fui condenado por un juez que no pudo condenarme a otra cosa más que a dos años de prisión y retenido el máximo posible por el Departamento de Justicia de la Generalitat, siendo primera -y única- condena y no reconociéndose los 3 meses de preventiva que hice en Meco por la misma causa...), conocí a varios transexuales y travestidos que, en un universo tan pequeño, suscitaban cierta curiosidad. No estaban en la cárcel por su condición sexual, sino, simplemente, porque habían hecho alguna trastada. Y algunos habían cometido enormidades. La sensación que me produjeron todos ellos era de cierta conmiseración por lo que habían hecho con su cuerpo y por lo que querían hacer, unido a la sensación de que estaban, literalmente, como las maracas de Machín. Tengo por cierto que –al menos los que conocí- precisaban más asistencia psicológica que pasar por el quirófano. Me quejo de que hoy, pasan por el quirófano con una facilidad pasmosa y a cargo de la Seguridad Social. Los procesos de castración, de transformación del pene en un seudovagina artificial, la hormonación permanente y los chutes de bótox, unidos a aumentos de pómulos, colocación de prótesis para imitar las curvas femeninas, se realizan –en buena medida- a cargo de la sanidad pública, mientras usted y yo debemos pagarnos los gastos de dentista y un número creciente de fármacos de uso común.

Los impulsos sexuales dependen de los equilibrios hormonales: no de los gustos ni del carácter; estos son un reflejo de nuestras secreciones hormonales. De los gustos dependerá si las preferimos pequeñitas y nerviosas o ellas tipos velludos o depilados. Pero lo normal, en la nuestra y en cualquier otra especie animal, lo habitual es encontrarse con que hay dos géneros y, gracias a ellos y a la pulsión sexual derivada de nuestro sistema hormonal, se manifiesta el instinto de reproducción que garantiza la perennidad de la especie. Y es que somos animales y como animales nos comportamos (en el mejor sentido de la palabra, faltaría más).


Por algún motivo siempre han existido individuos atraídos por los de su mismo sexo. ¿Motivos? Muchos, por supuesto: psicológicos, sociológicos… bien, en algunos momentos históricos se han integrado mejor en la sociedad y en otros han sido criminalizados y excluidos. Pero de lo que no cabe la menor duda es que la reproducción en todas las especies biológicas queda garantizada por la unión de los dos sexos y que el hecho de que una vaca simule montar a otra, a falta de toro, como cualquiera que ha vivido en el campo sabe, no deja de ser una curiosidad que se produce en situaciones en las que no es posible la relación normal con el otro sexo. Porque el sexo sirve para la reproducción y… para el placer, por tanto, no es descartable que alguien juzgue, por los motivos que sea, que puede obtener más placer del mismo sexo. Servidor llegó a ver a un preso que guardaba las lonchas de mortadela para cubrir el interior de un agujero que primorosamente había practicado en la pared y… penetrar el muro colocando un desplegable del play-boy delante. Así que uno está curado de espantos y sabe que en esto del sexo, como en botica, hay de todo y más. Pero hay algo que no se nos debe escapar, a saber: que en la actualidad el nivel de homosexualidad es mayor que en cualquier otro momento de la historia. Esta opinión -que no es discriminatoria, sino la simple constatación de una realidad- debe hacernos meditar, si es que en el actual momento se puede meditar en libertad.

Cuando se produce un nuevo fenómeno en las sociedades, es que existe alguna causa que lo provoca. Limitarnos a constatarlo es lo primero y es en lo que hoy se justifican las “ideologías de género”… que no se preguntan por los motivos. En 2000 o 2001, los biólogos vascos abordaron una investigación interesante: el cambio de sexo de las gambas de la ría de Bilbao. Se producía espontáneamente. Concluyeron que se debía a los vertidos tóxicos que modificaban su equilibrio hormonal. Significativo. Una anomalía. No podemos condenar a la gamba por cambiar de sexo como de zapatos, pero sí podemos impedir la causa que le provoca esta actitud.

También habría que valorar si la idea de “igualdad” entre los sexos no contribuye a disminuir la “tensión sexual” entre hombre y mujer que, en el fondo, es la fuente de la atracción y conduce a la unión. Si la mujer es completamente “igual” al hombre y viceversa, entre ambos no puede existir diferencia de potencial que genere “chispa” y, en el límite, si los sexos son iguales absolutamente iguales, como sostienen las “ideologías de género”, no existirán dos sexos sino uno. Y ya tenemos, de un plumazo, borradas las identidades sexuales. A partir de ahí todo es posible, incluso que los “animalistas” llamando a la puerta y proclamando los derechos de los primates, fotocopiados de los "derechos humanos".

Si a mi nieto de dos años le gustan las chicas de su edad, preferentemente rubias y juguetonas, no es por casualidad, es porque, simplemente, ha nacido así. Es su naturaleza. Si uno de mis hijos, a las pocas semanas de nacer vio, en la tele una chica ligera de ropa y nos sorprendió con su primera erección fue porque, “de fábrica”, el bagaje biológico con el que llegamos nos induce a estos comportamientos.  Hasta ahora, esto era lo normal y nadie se sorprendía. Teníamos “identidad sexual” definida y sabíamos qué hacer con ella (servir al instinto de reproducción uniéndonos al otro sexo y teniendo hijos formando con ellos una familia que tenía como objetivo generar el marco antropológico esencial para poder educarlos, criarlos y mantenerlos; la familia, se la definía, con razón, como “la célula básica”). Luego vino la teoría de los nuevos modelos familiares: todo valía y todo era igualmente válido para ese fin. Se criticaba a “la familia” y se traspasaban los defectos de la “familia burguesa” a toda forma de vida de las parejas heterosexuales. Hoy sigue sin estar demostrado que esta doctrina sea beneficiosa para los hijos y si nos atenemos a la inestabilidad creciente de las sociedades, cuestionar su eficiencia parece casi una exigencia. A esto se unía el problema de la infertilidad creciente alcanzada también por uso e ingesta de pesticidas, vermicidas, fungicidas, etc que ingerimos o respiramos y por un estilo de vida caracterizado por la inestabilidad y la inseguridad. Lo que obligaba a quienes experimentaban la paternidad como una necesidad, a adoptar. Y eso está muy bien. Se ha hecho en todas las épocas, sin embargo, sólo en la nuestra ha adquirido un rasgo perverso: la “oferta” corre a cargo de empresas especializadas, literalmente, en comprar niños a bajo precio -¿en África, en Asia, en los alrededores de Chernobyl?- y “venderlos” como objetos de lujo en Europa. Todo sea por el mestizaje y por la cuenta de beneficios. ¿Y la dignidad? ¿Dónde queda la dignidad del "producto"?

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Y para colmo están los que sienten que su sexo es otro y quieren cambiarlo como se cambia una fregona o una tostadora. Sí, supongo que esto de sentirse encerrado en un cuerpo y notar que no corresponde al propio sexo, no debe ser un plato agradable de degustar… pero es que el sexo depende de los equilibrios hormonales y quizás con unas pastillitas y algo de asistencia psicológica, se cambiarían las preferencias. En la cárcel, ese universo pequeño y cerrado en el que nada pasa desapercibido, he podido ver cómo cambiaban esas preferencias en los sujetos afectados y en muy poco tiempo: he podido conocer a presos que un día se despertaban y se vestían de mujer y al día siguiente lo hacían de hombre. He podido ver en el patio de la galería a tipos mostrando en el cuerpo colgajos de carne caída que en otro tiempo habían estado rellenos de prótesis imitando senos femeninos. He visto, como el Roy de Blade Runner, no "naves en llamas mas alla de Orión", sino travestís tan preocupados por su dosis de dosis de hormonas que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa para obtenerlo; otros me han explicado que buscaban la castración y que conocían a un cirujano que les convertía por arte de birlibirloque un pene, arrugadillo él, en profunda vagina que me mantendría fresca a base de vaselina. He oído a otros que polemizaban con ellos afirmando que ellos jamás llegarían hasta allí, porque con el tiempo, esa vagina falla más que una escopeta de feria y tiende a cerrarse… Después de todas estas experiencias directas y vividas comprenderán que no crea mucho en esto del cambio de género y piense que un tratamiento farmacológico y asistencia psiquiátrica bastarían para resolver el problema en lugar de abrir las puertas del quirófano a la primera de cambio y pagar los costosos tratamientos de cambio de sexo y de apuntalamiento hormonal permanente a cargo de la seguridad social

Algo está fallando en nuestra sociedad y algo torpedea cualquier forma de identidad, incluida la sexual. Parece bastante claro que el origen de esta tendencia es, inicialmente, la introducción de combinados químicos en nuestra alimentación que generan este tipo de daños colaterales y, en segundo lugar, como consecuencia de esto, la aparición de las “ideologías de género” que, en lugar de denunciar que algo anómalo está ocurriendo con nuestra sexualidad y tratar de remediarlo, se contentan con construir una superestructura ideológica justificativa que hace de la necesidad, remedio.

Casi todo vale, desde luego, y nadie debería ser condenado por su opción sexual: pero el sexo no es un capricho, deriva de la biología y, en concreto, de nuestro sistema hormonal. Si algo modifica este bagaje biológico, no se trata de justificar sus consecuencias, sino que sería más razonable tratar de anular la causa. Me quejo de que nadie –salvo algunos investigadores a los que nadie lee sus artículos especializados- llama la atención sobre lo segundo, mientras que los medios optan unánimemente por lo primero. Y es que, a fin de cuentas, el sexo no es un capricho sino una lotería biológica: no se elige sexo como quien elige si llevar patillas dejarse bigote; se recibe y lo más normal sería aceptarlo tal cual llega.
   
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