Las próximas elecciones norteamericanas van a
tener más repercusión en España que las elecciones del próximo 26-J. A fin de
cuentas, España es el “vasallo” y todas las opciones presentes aquí se cuidan
de preservar lo “políticamente correcto”, no sea que el “amigo americano” se lo
tome a mal. Pero en EEUU, ya es otra cosa. Las elecciones que se van a celebrar
allí influirán como ninguna otra en nuestro país y, desde luego, mucho más que
las del 26-J.
La batalla entre Donald Trump y Hillary Clinton
tiene muchos más matices de lo que generalmente se cree. No es, desde luego,
una lucha entre el “liberalismo simpático” de la segunda y el “conservadurismo
iracundo” del primero, como podría considerarse de una manera simplista. Es
mucho más. Lo que se enfrentan en esta ocasión son las dos líneas que han
estado presentes en los EEUU desde la fundación de aquella nación. Se trata de
una competición electoral en la que es imposible tomar partido y decidir cuál
de los dos candidatos es “mejor” para España y paa Europa. Cada cual aporta, no
sus “pros y sus contras” sino sus “contras y sus recontras”. Vale la pena
tenerlo en cuenta.
El mejor aval de Donald Trump es el “aislacionismo”
que propone en política exterior. Contrario a las intervenciones en terceros
países, todas sus declaraciones tienden a encerrar a los EEUU en sus fronteras
y desconectarlo prácticamente del resto del mundo, o al menos, de sus
problemas. Con un Trump como presidente no habría tropas norteamericanas en
Oriente Medio, ni los marines, la VI Flota y el Mando Aéreo Estratégico se
preocuparían de la defensa de Europa. Todo el interés de Trump está puesto en
la política interior: en tanto que conservador, su lema es “ley y orden”.
Conservador en lo político es liberal en lo económico. Simplemente, los EEUU no
deben preocuparse de la economía: las propias empresas, los consorcios bancarios
y los conglomerados corporativos deben espabilarse por sí mismos, sin esperar
que el Estado les allane el camino.
Trump propone una de las interpretaciones
posibles de la Constitución Americana: Estado reducido al mínimo esencial,
contención del gasto público, rebajas fiscales y mantenimiento, con todo ello,
del orden social que los EEUU han visto siempre. Nada más. Este es su proyecto:
aislacionista y conservador. ¿Sus apoyos? Lo que desde la “era Reagan” se llama
el “dinero viejo” y que estuvo en el origen de su victoria electoral en
noviembre de 1980. Capitales tradicionales ligados a la industria nacional,
petroleros del sur y empresas de tamaño medio.
Frente a Trump, Hillary, en cambio, es
partidaria de atribuir a los EEUU una misión universal de mantenimiento,
salvaguardia y promoción de los derechos humanos, la propiedad privada, el
libremercardo internacional. Su mesianismo es preocupante porque sabemos lo que
encubre: la posibilidad de intervenir militarmente allí en donde los intereses
de los EEUU (o de los consorcios empresariales y financieros norteamericanos)
lo requieran. ¿Sus apoyos? Las “tres hermanas”: la CIA, el Pentágono y el
complejo militar-industrial.
El mesianismo de Hillary es “expansivo” e
intervencionista. El de Trump, convencido de que los EEUU es una “gran nación
de la colina” observada por todo el mundo es, a la inversa, un mesianismo “implosivo”
y aislacionista. Obviamente, Hillary no plantea su campaña en esos términos:
precisa votos y, para ello, ofrece “políticas sociales” que ya renunció a poner
en práctica cuando era la “primera dama”. Lo esencial de su política y lo que
los electores norteamericanos deberían recordar es eso: que se les requiere
para que voten un programa intervencionista y belicista que precisa de la
guerra para satisfacer a quienes la proponen.
El elemento más característico de la política
de Trump es su rechazo a la inmigración. Los EEUU, en efecto, están
experimentando un aumento de la inmigración, pero esto no es lo que más
preocupe a Trump. A fin de cuentas, los negros no suponen un riesgo, salvo para
los guetos y la Casa Blanca queda muy lejos de estos barrios. Mientras la
delincuencia no salga de los guetos el conservadurismo norteamericano los
tolera sin ningún problema. En cuanto a los asiáticos, simplemente, se
preocupan de lo suyo y ni siquiera tienen veleidades integracionistas. El
problema para Trump son los “hispanos” (mucho más que los “latinos”). Le
preocupan las cifras: en estos momentos en EEUU hay 55,2 millones de “hispanos”,
un 17%, de los que 25,4 millones están registrados para votar en las próximas
elecciones. Y la diferencial demográfica, así como la permeabilidad de la
frontera de Río Grande, juegan a su favor.
Lo que horroriza a Trump es que los valores que
traen estos inmigrantes en sus hatillos no son los mismos que los que han hecho
los EEUU, presentes todavía en los WASP (blancos, anglosajones y protestantes).
Son valores muy distintos y, casi diríamos, antiamericanos: su religión es el
cristianismo, la religión de los pobres y de los desfavorecidos, frente al
calvinismo que concibe la riqueza como un don de dios a los “justos”. La
concepción nuclear de la familia en el ámbito latino es muy diferente de la
concepción anglosajona o judía. A diferencia de los negros que perdieron su
identidad y su lengua en apenas una generación, los hispanos las mantienen en
el tiempo y, sobre todo, en intensidad: hoy se habla más castellano en EEUU que
en España. Mientras polacos, alemanes y demás grupos europeos, se integraron
con facilidad y asumieron los valores propios de la civilización americana, los
hispanos conservan sus rasgos, los transmiten a sus hijos y los difunden.
De progresar numéricamente (y en términos
económicos) el mundo hispano en EEUU como lo ha hecho en los últimos treinta
años, en apenas veinte más, los EEUU tendrán necesariamente que alterar su
línea política, sus concepciones, su interpretación de la constitución y adaptarlo
a la población que irá camino de ser mayoritaria. Es inevitable. Trump lo ha
advertido porque sus intereses están puestos en la política interior. Hillary
no, porque mira fuera de los EEUU y solo tiene ojos para satisfacer a los
promotores de su candidatura: las “tres hermanas”.
Trump garantiza una política de “decoupling”,
de desconexión creciente entre EEUU y Europa e incluso un replanteamiento de la
“doctrina Monroe” (América para los americanos… del Norte). Es el realismo en
política exterior: los EEUU ya no pueden dilatar mucho más su “imperio” sin el
riesgo de que les ocurra lo que le ocurrió a Alejandro Magno a las puertas de
la India. El realismo empresarial induce a Trump a pensar que un solo imperio
mundial es inviable. Su conservadurismo hace el resto: “ley, orden y progreso”
dentro del país y dejar al exterior a su merced. Hillary, en cambio, cree –necesita
creer- que sí es posible una globalización mundial manteniendo la hegemonía de
los EEUU.
Hay un último factor a tener en cuenta: Trump
no dirige sus andanadas contra la inmigración, en dirección ni a los asiáticos,
ni a los negros. Asia y África están lejos. La inmigración que llega a EEUU
existe pero es minoritaria en relación a la que atraviesa la frontera del Sur
de los EEUU. El mensaje de Trump es, anti-inmigración, pero sobre todo
anti-hispano. Vale la pena no olvidarlo. Si España, en estos momentos, tuviera
aquello de lo que carece (unidad interior, clase política dirigente, proyecto
nacional) apoyaría sin dudar y estimularía la hispanización de los EEUU. A fin
de cuentas, en el siglo XVIII medio territorio de los EEUU formaba parte del
imperio español. Unos EEUU con una población hispana próxima al 30% debería
necesariamente dejar de ser un foco de infección política, económica y cultural
para el mundo y ser el aliado natural de una península ibérica (España +
Portugal) que asuma su papel histórico de puente entre Europa y América.
Frente a un proyecto de este tipo, Trump
propone un reforzamiento de las raíces WASP de los EEUU y Hillary de su
agresividad hacia el exterior. Con Hillary la hispanización de los EEUU segiría
de manera inexorable. Con Trump encontraría escollos y quedaría frenada. Pero
con Hillary el mundo podría precipitarse hacia nuevas guerras y aventuras
exteriores (necesarias para mantener la cuestionable hegemonía mundial de los
EEUU), mentras que con Trump el equilibrio mundial está más garantizado. Esto
es lo que está en juego y lo que se decidirá en las presidenciales
norteamericanas.
© Ernesto Milá – info|krisis – ernesto.mila.rodri@gail.com –
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