Me encuentro perdido en una carpeta de archivos a clasificar, este artículo que debí escribir cuando me encontraba todavía en clandestinidad, pero ya en España, esto es, hacia finales de 1983. Tiempos, lo que se dice, duros. Empecé a escribir un texto para presentar a un concurso de una editorial que publicaba libros sobre tradicionalismo esotérico (junto a otros de extrema-izquierda). El libro se titulaba, "Introducción a la tradición guerrera". Éste era uno de los capítulos. Entre la convocatoria del concurso y la designación del ganador, la editorial quebró y se disolvió. El editor pasó por mi casa y me devolvió el texto original: "De haberse fallado el concurso, hubieras ganado...". No sé si lo decía sinceramente o era lo que le decía a todos los que habíamos participado. Realmente, cuando revisé el escrito, vi que no era nada del otro mundo. Sin embargo, es un trabajo por el que albergo simpatías, más que nada por las circunstancias en las que fue escrito. Aquí va uno de los capítulos.
El tema de las armas va
indisolublemente unido a la casta guerrera y a sus modalidades de ascesis hasta
el punto de que puede afirmarse que, real o simbólicamente, no puede acometerse
una empresa de realización espiritual, al menos en lo que se refiere a la
ascesis guerrera, sin estar provisto de las “armas” adecuadas para la misma. En
las leyendas mitológicas la figura del héroe sería casi inconcebible sin el
arma que lo caracteriza; imaginemos por un momento a Thor sin su martillo,
Sigfrido sin Notung o Balmunga, al Cid sin su larga Tizona o a Arturo sin
Excalibur. En ocasiones incluso, el arma hace girar en torno suyo a toda la
narración legendaria como ocurre en buena parte del mito del Grial y de las
leyendas vehiculizadas en torno suyo.
ESENCIA DE LA ASCESIS GUERRERA
Pero de entrar en el estudio
directo de las armas que recorren las páginas más gloriosos de la Tradición
Occidental y de penetrar en su simbolismo será útil recordar siquiera
mínimamente el tipo de ascesis correspondiente a la casta guerrera y que, en
parte ya se haexaminado en otros artículos de este dossier.
El arma va ligada, inicial y
preferentemente, al hecho del combate: un arma se utiliza para pelear y el
primer combate que deberá afrontar el héroe o futuro héroe será el de la
conquista de su arma (o su recomposición, pues se encuentra rota). El hecho
mismo de que unos guerreros puedan conquistar un arma y otros fracasen,
significa ya un primer elemento de jerarquía: unos son dignos de empuñar un
arma y otros no, y esa dignidad es, o bien adquirida por la superación de unas
pruebas, o bien por una "dignidad natural innata".
En el segundo caso, Arturo, por
ejemplo, logra extraer "Excalibur" de la piedra cuadrangular sin
invocar por ello otra dignidad más que la de su nacimiento (hijo del rey Uther
Pendragon), y en el otro caso, Sigfrido, educado puro y sin haber aprendido lo
que era el miedo consigue forjar la espada invencible. Tanto en uno como en
otro caso, antes que ellos, otros caballeros habían intentado la empresa,
fracasando. No puede hacerse exclusión del carácter sagrado que tiene la espada
en todas sus manifestaciones, pues como elemento creado por un Dios o un rey,
participa de la divinidad y no puede ser tocada ni manejada por quien no posea
en sí mismo la esencia de lo divino.
La conquista del arma es pues ya un
primer paso de realización heroica y nos pone en la pista del significado de
este concepto: si unos consiguen el arma y otros no, y si previo a esta
obtención no ha mediado ninguna acción exterior "heroica", ningún combate,
ni simbólico, ni real, implicará que ha sido un proceso interior en el héroe o
guerrero lo que le ha encarrilado por la senda de la dignidad regia que le
permitirá poseer la espada.
Más aun, significa que el proceso
interior es más importante que la acción exterior, lo cual concuerda con la
distinción coránica entre "pequeña" y "gran" guerra
santa". La Gran Guerra Santa es la lucha del hombre consigo mismo, contra
todo lo que lo ata a la materialidad y lo domina, contra sus instintos y
pasiones inferiores. Mientras que la Pequeña Guerra Santa es la guerra en el
sentido contingente del término, es decir, el combate de un hombre contra otros
hombres. Instintos como el miedo, el ansia, el orgullo o el deseo pueden
comprometer el desarrollo de la pequeña guerra santa, de ahí la importancia que
se concede a la fase interior y anterior de desarrollo en la que estos impulsos
y pasiones deben quedar dominados, "calcinados". Pero esa "Gran
Guerra", como hemos visto, es la del hombre consigo mismo. Un occidental ido
al Japón para aprender Zen a través del tiro con arco nos explica:
"Esta es la consecuencia del tiro con arco: un enfrentamiento del arquero consigo mismo que penetra hasta en las profundidades"
Y en el mismo libro unas páginas
más adelante prosigue:
"El último secreto del arte de
la espada consiste también en estar liberado de la idea de la muerte".
Cita que viajando por el tiempo
puede muy bien trasladarnos a la filacteria situada en el frontispicio de la
ciudad griega de Esparta en la que podía leerse:
"Solo el desprecio a la muerte
da la libertad".
La conclusión a extraer de todo
esto es importante y se refiere a la unidad objetiva e intrínseca de todas las
tradiciones guerreras, más allá de los períodos históricos, como ya hemos visto
y su referencia a la misma tradición en la que lo importante es el reencuentro
del hombre consigo mismo, la liberación de la personalidad de todo lo que la
condiciona y la obtención de una libertad absoluta.
PAX Y VIRILIDAD OLIMPICA
El fin de la lucha es la "pax
triunphalis", la que Evola asimila al "estado olímpico", es
decir, un estado de paz y quietud interior en el cual "el corazón ya no es
afectado por ningún pensamiento sobre yo y tú" o por emplear palabras de
Wolfram "[los guerreros] a fuerza de combatir han conquistado la paz del
alma". Esto sobre el terreno interior, pero en el campo de la Pequeña
Guerra Santa también la "pax triunphalis" representa la
victoria del orden sobre el caos, de la misma forma que en el interior del
hombre el caos viene asimilado a las pulsiones inferiores e instintos y el
orden a su separación. Tal es el símbolo de la "pax romana" impuesta
por Augusto.
Este simbolismo lo encontramos
también en el ciclo del Grial cuando Arturo arranca la espada de la piedra.
Como símbolo del orden, la espada se identifica, en ocasiones, con la
"columna vertebral" del mundo, el "axis mundi", es el orden
por excelencia, un principio de espiritualidad pura, que hincado en la piedra
cúbica representa la ocultación o subordinación de lo espiritual a lo material,
no en vano el cubo, con sus superficies cuadrangulares es la figura más
estática de la geometría de los volúmenes y representará la materialización
absoluta. Separar la espada de la piedra sugerirá liberarla de la materialidad,
esto es, separar el caos del cosmos, del orden.
En el mismo ciclo se repite otro
simbolismo análogo. La espada que surge vertical de entre las aguas, empuñada
unas veces por la misteriosa "Dama del Lago" y otras, simplemente por
un brazo desconocido y que será recogida por Uther o bien por alguno de los
caballeros del Grial o, en otras narraciones por Arturo, representa la
separación del elemento ordenador del universo, la espada, del seno del
elemento informe y caótico que son las aguas.
Y también encontramos un simbolismo
análogo en las artes herméticas cuando la espada se convierte en el emblema
general de la virilidad representada esquemáticamente por el trazo vertical que
simbólicamente sugiere el control sobre el estado de vigilia, control necesario
en la primera fase de la obra alquímica. A esta sucede, como se ha dicho, la
pasividad pura, el trazo horizontal y luego, en una tercera fase de la obra,
obra al rojo, la virilidad resurge y se recupera nuevamente el estado de
verticalidad. Ambos trazos se representan en la cruz, pero también y quizás de
forma mucho más completa en la flor de loto o en la llave de la vida (el
"ankh" egipcio): una raíz inserta en la tierra desprende un tallo que
atraviesa las aguas, el cual, finaliza en una flor situada ya sobre el elemento
caótico, o agua orientada hacia el sol, elemento viril, al igual que la espada
"Excalibur" emergía de entre el caos de las aguas.
El carácter heroico de la obra
hermética aparece también relacionado con el simbolismo de los colores y de la
virilidad. El color del planeta Marte es el rojo, pero Marte es también el dios
de la guerra y así mismo su símbolo es, no solo el mismo del metal que le es
correspondiente, el hierro, sino también el emblema general de la virilidad:
una cruz superpuesta a un círculo : la cruz alquímica de los cuatro elementos
ordenadores, superpuesta al Todo representado por el círculo, un Orden,
antepuesto a un Caos.
LOS APAREJOS DEL CABALLERO
Dicho esto, conviene regresar al
tema de la guerra que emprende el héroe. Para ello precisará no solo sus armas
sino una serie de elementos imprescindibles para acometer la aventura:
revestirá su corazón o armadura que le otorgará una protección real en la
"pequeña" guerra, pero también la "defensa espiritual" de
la que habló San Pablo. La coraza lo aisla del mundo, lo hace indiferente a él.
En el ciclo del Grial el brillo de las armaduras representará el período de
esplendor de la Corte de Camelot pero cuando el Grial se pierda y el rey herido
agonice las armaduras habrán perdido su brillo. Previamente a la aparición del
héroe providencial, Arturo, en la corte de Pendragon, cuando éste no ha
obtenido aun la espada, las armaduras de sus caballeros tendrán un aspecto
tosco y sombrío, bárbaro, una ausencia de brillo que indica un discurrir entre
el caos y la ausencia de espiritualidad. Ahora bien, la coraza está realizada
en acero, el metal que se forja golpe a golpe, que significa dureza
trascendente y que sobre el plano real es la resistencia personificada.
Luego el caballero se ceñirá el
casco o la cimera y el cinto. Por su posición, casco y cimera, simbolizarán los
pensamientos que emanan del cerebro y también el dominio de los pensamientos y
de los instintos que tienen su origen espiritual surgidos como emanación
biopsíquica del organismo cerebral. El cinturón, por su parte, es un medio de
protección del cuerpo y, no lo olvidemos, uno de los atributos de Hermes,
robado a Venus Afrodita, lo que hace también del cinturón un elemento
relacionado con la sexualidad contenida.
Ataviado así el caballero sube a su
montura.
CABALLO Y JINETE
El carácter mismo del caballo
define su papel simbólico y práctico. Se trata de un vehículo y más en concreto
de un vehículo que simboliza lo material en la medida en que el caballo
realmente es el exponente de unos deseos exaltados y furiosos, irreprimibles y
salvajes. Quien haya visto un caballo excitado y haya tratado de separarlo de
su yegua en celo, comprenderá lo que decimos. La misma doma del caballo es un
arte que, simbólicamente, no está al alcance de todos. Bucéfalo, el caballo de
Alejandro Magno, solo puede ser domado por él, y solo por él será montado. La
furia del caballo es la furia de la materialidad y del instinto ciego; sobre
él, es decir, en una relación jerárquica, el caballero, expresa el polo
espiritual. Si el caballero sufre un accidente, pierde el control de la montura
que se desboca y cae, significará una inmersión en la materialidad, una pérdida
del vehículo de realización espiritual.
Alquímicamente esto puede tener
correspondencia en el sentido de que en la primera fase de la obra alquímica se
aconseja "mantener cerrado el recipiente con objeto de que el espíritu no
vuele". Y más adelante, en la segunda fase, a su término, se insiste en
que el producto de la calcinación", las "cenizas", no se
pierdan. El cuerpo material en alquimia es el elemento que realiza en sí mismo
y en su interior, la transmutación y por tanto debe ser conservado. La pérdida
del caballo podría entonces asimilarse a la incapacidad por mantener en
"un mismo recipiente" el espíritu y el cuerpo. Pero mientras que el
caballero, sobre su montura indica la materialidad domada y dirigida, puesta a
su servicio, el centauro, que podría asimilarse a esta imagen, es su inversión:
lo espiritual dominado por lo material, lo instintivo, y sin posibilidad de
separase de él.
La relación "jinete
caballo", es decir, la posición ocupada con respecto a la altura supone
una proximidad del caballero al cielo, una separación, consecuentemente, de la
materialidad. Algunos capiteles góticos recogen este simbolismo mostrando a
caballeros que cabalgan extrañamente sobre cabras: es decir, sobre el animal
que trepa más alto, el que, en consecuencia, acercará más al caballero al
cielo, a la proximidad con lo absoluto.
Por último, una vez en la montura,
el caballero recibe su escudo que es algo más que una defensa y aparte de
cumplir una función complementara a la armadura, siendo la parte más visible
del caballero será en ella en donde coloque su blasón y leyenda.
Tras recibir sus armas, partirá.
LAS ARMAS DEL CABALLERO
En las armas hay un doble poder
contenido: de ahí que muchas ostenten dos filos (hacha, espada, maza) que habrá
que entender como una referencia a esta duplicidad: con ellas se rompe y se
mata, pero también se gobierna. Arturo hace probar a sus enemigos el filo de su
espada y luego gobierna "por el poder de la espada", una vez impuesta
la "pax triunphalis", y es en su nombre en quien realiza sus
actos de poder. Creación y destrucción, tales son los atributos de las armas,
que se corresponde, en cierta forma, con los atributos del Grial. Una tradición
cuenta que el Grial es la piedra preciosa colocada en la frente del diablo que
cayó a la tierra cuando la rebelión de los "ángeles malvados". Otra
tradición india nos habla del poder destructor del "tercer ojo" de
Shiva, que evidentemente es análogo a la piedra graal de la frente del diablo.
Con ella se alcanza la felicidad, pero también se sufren peligros y riesgos,
otro tanto ocurre con las armas. El bastón es el símbolo de apoyo, pero también
de castigo, el martillo del herrero es también un arma de guerra y simboliza el
poder creador de la forja y también el aplastamiento del adversario y así
sucesivamente.
La espada; centrémonos en este arma
es más larga cuanto mayor es la dignidad de quien la empuña. Solamente en la
tradición espartana las cosas eran algo diferentes: se consideraba un honor
combatir con una espada contra más corta mejor, porque era así como podía estar
más cerca del corazón del adversario y la tradición guerrera de aquella noble
ciudad libre quería que la distancia ideal para el combate fuera aquella en la
cual resultaba posible ver la abeja de tamaño natural que los espartanos
pintaban en sus escudos.
Sin embargo, esto no es más que una
excepción justificada por una forma particular de tradición viril y guerrera
por regla general al acortarse la espada se transforma en un arma distinta,
cualitativamente diferente también, la daga, el machete, llegando incluso a ser
una inversión del significado de la espada. Su corto filo sugiere una
espiritualidad no desarrollada y también se une a la traición, al asesinato la
venganza y a la ausencia de cualidades viriles. Solo cuando el puñal es
consagrado y ostenta signos de haberlo sigo (runas, inscripciones y leyendas,
símbolos) se convierte en la daga de los caballeros, un arma auxiliar, surgida
en tiempos relativamente recientes.
La forma de la espada varía según
las latitudes y el sentido de las tradiciones imperantes: en el Occidente
heroico y viril, donde la impronta "solar" es fácilmente observable
no solo en el ciclo del Graal, sino también en la literatura de la Grecia
clásica, la espada toma la forma de la virilidad fálica, por el contrario, en
Oriente, islámico y semita, toma la forma del alfanje, estará en
correspondencia con el carácter lunar de la espiritualidad de estos pueblos.
Otras tradiciones relacionan la
espada con el Verbo. El mismo San Juan presenta la visión de un anciano de cuya
boca sale una espada de dos filos, es el poder del Verbo, e incluso en el
Apocalipsis, al añadir que "su aspecto (el de la espada) era como el sol
cuando resplandece con toda su fuerza" liga la imagen del Verbo a la del
principio Solar.
Paracelso grabó en su espada que como médico tenía derecho a utilizar algo
que suponía una reminiscencia remota de los poderes de la realeza, uno de los
cuales, la teúrgia ayudaba a la curación de las enfermedades la palabra "AZOTH" compuesta por
las primeras y últimas letras de los alfabetos griego, latino y hebreo,
intentando dar a la espada un símbolo de totalidad, integralidad y divinidad.
También en la Biblia, será ya tras
haberse producido la "caída" cuando una espada llameante separe a
Adán y Eva del Paraíso, ligando esta arma también al elemento solar, al fuego.
Otras armas se harán corresponder así mismo con otros elementos: el tridente,
patrimonio de Neptuno, claramente con el elemento acuático, la lanza con el
elemento tierra en la medida en que es apenas una vara de madera de origen
vegetal que antes había hundido sus raíces en la madre tierra; la honda estará
ligada al elemento aire y otro tanto ocurrirá con la saeta. Así se podrán
deducir consecuencias de las descripciones de ciertos combates: un héroe armado
con una honda que luche contra un lancero, simbolizará la oposición del aire
contra la tierra, si es una lanza contra una espada, de la tierra contra el
fuego.
La tradición islámica refuerza la
tesis de una relación entre la palabra y la espada. Cuando los imanes que
impartes las enseñanzas coránicas suben a los minaretes la tradición quiere que
porten una espada de madera y otro tanto ocurre en los relatos de las "Mil
y una noches" en donde el simbolismo de la espada aparece obsesivamente;
Simbad, por ejemplo, en cierta ocasión debe afrontar a un cíclope similar a
Polifemo, improvisa una espada calentando al rojo un gran clavo que introduce
en el único ojo del monstruo.
En el Japón tradicional el
Emperador no precisaba de ninguna ceremonia para ser consagrado, le bastaba con
asumir la Triple Joya: el espejo, la espada y la perla. Mediante el espejo se
le instaba a que recordara sus orígenes solares, mirándose en él, la perla
simbolizaba la "piedra celeste" adoptando un significado análogo al
del Graal occidental , por último, la espada simbolizaba los dos poderes, el
temporal y el espiritual, y con ella debía "decapitar" al dragón de
ocho cabezas.
Junto a la espada, la daga y la
lanza son las armas del caballero. Ya hemos hecho alusión a la primera; en
cuanto a la lanza cabría decir que su simbolismo de rectitud, es manifiesto, en
efecto, se trata casi de un vector. Pero en ocasiones, va ligado a la
sexualidad. Anfortas, por ejemplo, que ha elegido como divisa de combate un
lema de amor, se ve dominado por éste impulso y resulta herido por una lanza en
las partes genitales: su virilidad envenenada ha sido castigada por el poder de
la lanza. Se podría inducir que este símbolo implica también penetración,
profundidad y confirmar así su temática sexual. Pero no debemos centrar todo su
simbolismo en este área, en el mismo ciclo del Grial a que hemos hecho alusión,
la lanza adopta un nuevo significado cuando el caballero que la extrae del
cuerpo de otro guerrero muerto debe, por este hecho vengarlo, es decir,
recuperar la dignidad perdida por el muerto, o mejor aún, convertirse en
restaurador. El lancero termina así siendo, simbólicamente, un restaurador.
La lanza alquímicamente, está
ligada al simbolismo hermético de la apertura del costado. En efecto, según la
tradición cristiana, el centurión Longinos clavó la lanza en el costado de
Cristo crucificado. La cruz puede simbolizar aquí los cuatro elementos de la
naturaleza fuego, tierra, aire y
agua ordenados en torno a un centro,
elementos sobre los que descansa el cuerpo de Cristo muerto que solo resucitará
tres días después, una vez separado del madero. En el costado, las distintas
tradiciones aseguran que se aloja el "spiritus mundi" que en el
momento del lanzazo se libera desparramando agua blanca y sangre roja. La lanza
pues señalaría una fase de ruptura y muerte, previa al renacimiento en un nuevo
estado del Ser.
En otras ocasiones, la lanza,
gratuitamente, en lugar de terminar en una aguja, se trifurca; estamos entonces
ante una variación del mito: el tridente. Patrimonio y atributo del dios de las
profundidades, Neptuno, rey del subconsciente. Otros ligan el tridente a la
figura del "Padre" simbólico que contiene a las Tres Personas del
Nuevo Testamento. En la India aria el tridente quedará ligado al tercer ojo
destructor de Shiva y en el ciclo del Grial aparecerá una lanza "grande
con tres corrientes que sangran" remedo indudable del tridente clásico. El
simbolismo, como se vé, es ambiguo pero universal.
LOS ATRIBUTOS DE LA REALEZA
Al igual que el caballero, la
realeza tiene otros atributos que le son, así mismo propios y la cualifican: el
cetro, la maza y el bastón. El cetro de Zeus, tras ser robado por Hermes, pasa
a ser símbolo de una de sus triples dignidades. Será en torno a este centro que
se enroscarán las dos serpientes formando el símbolo del caduceo y representa
al "axis mundi".
La maza, por el contrario, es un
símbolo de aplastamiento. Es un atributo de Hércules, símbolo, a su vez, de la
realización personal, a través de un complicado suceder de pruebas y
"trabajos" que rememoran tanto los signos zodiacales como las fases
alquímicas. En cuanto al bastón como ya se ha dicho, es a la vez, un elemento
de castigo y de apoyo. En su papel de objeto de castigo será utilizado por
Edipo para matar a su padre y como apoyo será considerado por los egipcios como
un símbolo solar ya que, en el equinoccio de otoño, cuando los días se acortan,
el sol, envejecido, precisaba de un bastón para apoyarse; en esa fecha los
egipcios celebran la fiesta del "bastón solar".
Los dioses también disponen de
armas, las más frecuentemente mencionadas son la flecha y la red. En ocasiones
no se tratará de flechas, sino de un remedo, de rayos, por ejemplo, flechas son
los atributos de Apolo, rayo será por el contrario, el de Júpiter Zeus,
mientras que Thor ostentará un martillo como compañero del trueno; Thor,
"el dios tonante", el dios del trueno, precedido siempre por el
relámpago. En cuanto a la red, es el arma de Varuna, aparece también en la saga
de los nibelungos, confiriendo la invisibilidad y fué así mismo un arma
utilizada por los gladiadores reciarios que rememoraban en la arena del circo
los combates de los dioses.
El oponente del reciario, el
mirmidón, armado con espada y coraza simbolizaba el signo de Cáncer; el
reciario (tridente y red) pueden ser asimilados al signo de Piscis ("tirad
las redes", dijo Jesucristo inaugurando la Era de Piscis y también
"yo os haré pescadores de hombres") ambos signos se encuentran en
trígono con Escorpio, regido a su vez por Marte. No podía ser de otra manera:
el combate siendo una dramatización de las luchas divinas debía estar bajo la
advocación de un aspecto zodiacal favorable (el trígono en el cual los signos
están separados 120º) con un signo y con un planeta guerrero: Escorpio y Marte.
LA DECADENCIA DE LA TRADICION HEROICA
Queda solo por dilucidar alguna
utilización de las armas que aparentemente parecen no tener relaciones con la
actividad guerrera. Ya hemos dicho antes lo que suponía "caerse de la
cabalgadura", podría ahora hablarse del accidente, ligado, en ocasiones a
la pérdida del control de la montura, que supone la rotura de la espuela.
En la Edad Media las espuelas se
utilizaban tanto para azuzar a la cabalgadura como de arma defensiva capaz de
herir en el rostro al infante. Simbólicamente representaban las alas de
Mercurio/Hermes y protegían el punto más débil de Aquiles, de tal forma que su
pérdida o rotura suponía una fuerza activada, pero no superada.
Idéntico simbolismo tenía la rotura
de la espada. Un caballero incapaz de dominar su furia, es decir, cuando ha caído
en una virilidad salvaje y primitiva, ya no es capaz de regir su acción. En ese
momento, cuando no es digno de empuñar la espada, ésta se hace trizas entre sus
manos.
En otras ocasiones serán las
propias fuerzas del subconsciente las que harán sufrir un accidente al
caballero, el cual, creyendo poder luchar contra otro adversario, se herirá a
sí mismo. Todo ha sido, en definitiva, un sueño, en el curso del cual el
caballero ha luchado contra su proyección demoníaca, contra los fantasmas
latentes en su cerebro y son esas potencias infra humanas, no sublimadas, las
que han salido a relucir, hiriéndolo.
Pues bien, todos estos símbolos no
se redujeron solo a literatura o erudición, fueron la encarnación de valores
asumidos por la caballería medieval y por su cúspide, el templarismo. Esta,
supo sintetizar durante dos centurias los valores más altos de la espiritualidad
guerrera y plasmarlos en lo contingente apoyado en un sistema simbólico
integral que abarcaba todas las actividades que el templarismo inspiró: el arte
gótico, la ciencia hermética, la literatura heroica (ciclos arturiano y graélico)
y el arte de la guerra.
La disolución de la orden templaria
primero y el acoso al gibelinismo más tarde, hizo que la Tradición se volviera
subterránea. La literatura caballeresca se volvió tópica y perdió su sustancia,
el arte gótico se volvió "flamígero", es decir, puro alarde estético
y el arte de la guerra fue dejando paso a las máquinas de matar que hacían
innecesario el encuentro hombre contra hombre propio de la caballería.
Ya nunca más renacería una
caballería de monjes guerreros. Lo más parecido en han sido en estos
setecientos años han sido los llamados "cuerpos de élite". Hoy cuando
se asiste a una denigración de las fuerzas armadas y cuando una ola de
pacifismo recorre las conciencias, hace falta poner los puntos sobre las íes:
lo criticable del "servicio militar" es su democratización, su
extensión a todos los "hijos de la patria", cuando, hasta la
revolución francesa solamente los miembros de la nobleza tenían, no el deber de
usar las armas, sino el derecho a portarlas.
Hoy en día se hace incomprensible para
los reclutas un hecho tan simple como la "novatada", los insultos del
sargento mayor a los reclutas, la gratuidad de algunas bofetadas, etc.; en
efecto, nadie les ha explicado que el secreto del arte de la guerra es la
despersonalización, la superación del principio de individuación, y esto se
consigue degradando cuerpo y personalidad, es decir, los portadores de los
valores individuales, porque solamente dejando a las puertas del cuartel tales
valores se consigue forjar un "espíritu de cuerpo", una nueva
conciencia colectiva capaz de hacer reaccionar a los sujetos que la componen
como un solo hombre.
Todas las técnicas tradicionales tienden a lo mismo: la superación del principio de individuación. Y todas los hacen por diferentes caminos, los que corresponden a cada una de las castas tradicionales: un monje o un burgués difícilmente aceptarán el sistema de accesis que corresponde a la casta guerra, con su disciplina, con su violencia, con su tosquedad. Y otro tanto ocurre a la inversa.