Presentamos a continuación
el texto de la conferencia impartida por Julius Evola en el INSTITUTO KAISER
WILHEMM de Roma, el 7 de Diciembre de 1940. En conferencia se resume lo
esencial de las tradiciones guerreras; hay, sin embargo, que insertar algunas
alusiones dentro del contexto y la situación de la época (inicios de la Segunda
Guerra Mundial). A parte de esas pinceladas, el texto constituye un resumen de
las vías de la acción que conocieron las civilizaciones tradicionales de la
humanidad indo-aria. El texto fue editado por primera vez en castellano en el
Segundo Dossier Orden del Temple, publicado por Ediciones Alternativa en 1985.
DOCTRINA ARIA DE LUCHA Y VICTORIA
JULIUS EVOLA
La "Decadencia de
Occidente", según la concepción de una crítica reputada de la civilización
de occidente, es claramente reconocible en dos características principales: en
primer lugar, el desarrollo patológico de todo aquello que es Activismo; en
segundo lugar, el desprecio hacia los valores del Conocimiento interior y de la
Contemplación.
Esta crítica, no entiende
por Conocimiento, racionalismo, intelectualismo u otros vacíos juegos de
palabras; no entiende por Contemplación un alejamiento del mundo, una renuncia
o un alejamiento monacal mal comprendido. Al contrario, Conocimiento interior y
Contemplación representan las formas de participación normales y más apropiadas
del hombre a la Realidad sobrenatural, supra-humana y supra-racional. A pesar
de esta aclaración, en la base de la concepción indicada existe una premisa
inaceptable para nosotros. Ya que, tácitamente y de hecho, es admitido que toda
acción en el dominio material es limitativa y que el más alto dominio
espiritual sólo es accesible por otras vías que no sean las de la acción.
En esta idea se reconoce
claramente la influencia de una concepción de la vida básicamente extranjera al
espíritu de la raza aria; pero que, sin embargo, está tan profundamente unida
ya al pensamiento del Occidente cristiano, que se la encuentra igualmente en la
concepción imperial dantesca. La oposición entre Acción y Contemplación era,
por el contrario, desconocida por los antiguos arios. Acción y Contemplación no
estaban enfrentados como los dos términos de una oposición. Designaban
únicamente sólo palabras distintas para la misma realización espiritual. Dicho
de otro modo, se estimaba entre los antiguos arios que el hombre podía
sobrepasar el condicionamiento individual no solamente por la Contemplación
sino también por la Acción.
Si nos alejamos de esta idea
primera, entonces el carácter de decadencia progresiva de la civilización
occidental debe ser interpretado de diferente forma. La tradición de la acción
es típica de las razas ario-occidentales. Pero esta tradición se desvía
progresivamente. Así es en el Occidente actual, donde se ha llegado a conocer y
honrar solamente una acción secularizada y materializada, privada de toda forma
de contacto trascendente, una acción profanada que, fatalmente, debía degenerar
en fiebreo en manía resolviéndose en el obrar por el obrar: o bien en un hacer
que está ligado solamente a efectos condicionados por el tiempo. A una acción
así degenerada no responden, en el mundo moderno, valores ascéticos y
auténticamente contemplativos sino únicamente una cultura brumosa y una fe
pálida y convencional. Tal es nuestro punto de vista sobre la situación.
Si la "vuelta a los
orígenes" es el concepto base de todo movimiento actual de renovación,
entonces debe valer como tarea indispensable, de vuelta consciente, el
comprender la concepción aria primordial de la Acción. Esta concepción aria
debe tener un efecto transformador y evocar en el Hombre Nuevo, de Buena Raza,
unas fuerzas vitales dormidas.
Hoy y aquí, queremos
atrevernos a hacer un breve "excursus" precisamente justo en el
universo del pensamiento del mundo ario primordial, con el objetivo de sacar,
de nuevo, a la luz algunos elementos fundamentales de nuestra tradición común,
poniendo una atención especial en los significados arios de guerra, de lucha, y
de la victoria.
Naturalmente, para el
antiguo guerrero ario la guerra, como tal, respondía a una lucha eterna entre
fuerzas metafísicas. De un lado está el principio olímpico de la luz, la
realidad solar y uraniana; de otro, la violencia brutal del elemento
"titánico- telúrico", bárbaro en el sentido clásico,
"femenino-demoníaco". Este tema de aquella lucha metafísica
aparecería de mil formas, en todas las tradiciones de origen ario. Así, toda
lucha a nivel material era tomada con una consciencia más o menos grande, como
un episodio de esta antítesis. Ya que la arianidad se consideraba como milicia
del principio olímpico, es necesario hoy, por tanto, devolver esta vía de los
antiguos arios; e, igualmente, conceder la legitimidad o la consagración
suprema del derecho al poder y de la concepción imperial misma, ahí donde, en
el fondo, parece bien evidente su carácter anti-secular.
En la imaginación de este
mundo tradicional toda realidad se transformaba en símbolo... Esto también vale
para la guerra desde el punto de vista subjetivo e interior. Así, podrían ser fundidas
en una sola entidad: guerra y camino hacia lo divino.
Los significativos
testimonios que nos ofrecen las varias tradiciones nórdico-germánicas son, para
todos, bien conocidos. De todos modos, debemos decir que estas tradiciones y
tal como nos han llegado, se ven fragmentadas y mezcladas; muy a menudo ya
representan la materialización de las mas altas tradiciones arias primordiales,
caídas a nivel de supersticiones populares. Esto no nos impide fijar algunos
puntos.
Ante todo, como todos
sabemos, el «Walhalla» es la capital de la inmortalidad celeste, y
principalmente reservado a héroes caídos en el campo de batalla. El señor de
estos lugares, Odín- Wotan, es representado en la saga «Ynglinga» como aquel
que por su sacrificio simbólico al árbol cósmico «Ygdrasil» ha indicado el
camino a los guerreros, camino que conduce a una residencia divina, donde
siempre florece la vida inmortal. Conforme a esta tradición, de hecho ningún
sacrificio o culto es más agradable al dios supremo, ningún otro esfuerzo obtiene
más ricos frutos supra-terrestres, que aquel que han ofrecido los que han
muerto combatiendo en el campo de batalla. Pero hay mucho más; tras la oscura
representación del «Wildes Herr»(1) se
esconde también, el siguiente fundamental significado: a través de los
guerreros que, cayendo, ofrecen un sacrificio a Odín, se forman aquellas tropas
que el dios necesitará para la última definitiva batalla del «Ragna-rökk»; es
decir, contra ese fatal "oscurecimiento de lo divino" que ya desde
los tiempos antiguos planea, amenazante sobre el mundo.
Hasta
aquí, por consiguiente, el genuino motivo ario de la fuerte lucha metafísica es
claramente expuesto a la luz. En los «Edda» quedaría igualmente dicho:
"Por muy grande que pueda ser el numero de los héroes reunidos en el
«Walhalla» nunca será lo suficientemente grande, cuando el lobo irrumpa (2)".
El lobo es aquí, la imagen de esas fuerzas oscuras y salvajes que el mundo de
los «Ases» ha logrado someter. La concepción ario-iraniana de Mithra, "el
guerrero sin sueño" es de hecho análoga. El que a la cabeza de los
«Fravashi» y de sus fieles, libra batalla contra los enemigos del dios ario de
la luz. Hablaremos, inmediatamente después, de los «Fravashi» y examinaremos su
estrecha correlación con las «Walkyrias» de la tradición nórdica. Por otra
parte intentaremos clasificar también el significado de la "Guerra Santa"
a través de otros testimonios concordantes. No hay que sorprenderse si hacemos,
en este contexto, ante todo, referencia a la tradición islámica. La tradición
islámica tiene aquí el lugar de la tradición ario-iraniana. La idea de la
"guerra santa" -y al menos, en lo que concierne a los elementos aquí
examinados- llegará a las tribus árabes por el universo del pensamiento iranio:
tiene por tanto, al mismo tiempo, el sentido de un tardío renacimiento de una
herencia aria primordial y desde este punto de vista puede ser utilizada sin
ninguna duda.
Está
admitido que se distingue en esa tradición en cuestión, dos "guerras
santas"; es decir la "grande" y la "pequeña" Guerra
Santa". Esta distinción se funda en unas palabras del Profeta que afirma a
la vuelta de una incursión guerrera "Hemos vuelto de la pequeña guerra a
la gran guerra santa". En este contexto, la gran guerra santa pertenece a
niveles espirituales. La pequeña guerra santa es por el contrario la lucha
psíquica, material, la guerra conducida en el mundo exterior. La gran guerra
santa es la lucha del hombre con sus propios enemigos, los que lleva en si
mismo. Más exactamente, es la lucha del elemento sobrenatural del propio hombre
contra todo lo que resulta instintivo, ligado a la pasión, caótico, sujeto a
las fuerzas de la naturaleza.
Tal
es la idea, también, que aparece recogida en el «Bhagavad-Gitâ», ese antiguo
gran tratado de la sabiduría guerrera aria: "Conociendo aquello que está
sobre el pensamiento, afírmate en tu fuerza interior y golpea, guerrero de los
largos brazos, a ese temible enemigo que es el deseo" (3).
Una condición dispensable para la obra interior de liberación es que este
enemigo debe quedar aniquilado de forma deliberada. En el cuadro de la
tradición heroica, aquella pequeña guerra santa -es decir, una guerra como
lucha exterior-, sirve solamente de medio por el cual se realiza justamente esa
gran guerra santa.
Y
por esta razón, en los textos, "guerra santa" y "camino de vía a
Dios" son a menudo sinónimos. Así leemos en el Corán: "Combaten en el
Camino de Dios" -es decir, en la Guerra Santa- aquellos que sacrifican
esta vida terrestre a la vida futura; pues a aquel que combate y muere, sobre
el camino de la Vía de Dios; o a aquel que consigue la victoria, le daremos una
gran recompensa" (4). Y,
más adelante: "A aquellos que caen sobre el camino de la Vía de Dios, El
nunca dejará que se pierdan sus obras; les guiará y dará mucha paz a sus
corazones; y les hará entrar en el Paraíso, que El les revelará" .
Se hace alusión aquí a la muerte física en guerra, a la «mors triunphalis» (muerte
victoriosa); y que, se encuentra en correspondencia perfecta para todas las
tradiciones clásicas. La misma doctrina puede de todas formas ser también
interpretada en un sentido simbólico... Aquel que en la "pequeña
guerra" vive una "gran guerra santa" crea en si una fuerza que
le prepara para superar la crisis de la muerte. Pero, igualmente sin haber
muerto físicamente, puede, mediante la ascesis de la Acción y la Lucha,
experimentar la muerte; puede haber vencido interiormente y haber logrado un "más
que vida". Entendiendo esotéricamente, "Paraíso", "Reino de
los cielos" y expresiones análogas no son nada más que unos símbolos y
unas figuraciones forjadas por el pueblo, de unos transcendentes estados de
iluminación, ya en un plano más elevado que la vida o la muerte. Estas
consideraciones deben valer también, como premisa para reencontrar los mismos
significados bajo el aspecto externo del Cristianismo; que la tradición heroica
nórdico-occidental se vio apremiada a adoptar durante las Cruzadas, para poder
manifestarse al exterior. Mucho más de lo que, hoy y en general, la gente está
inclinada a creer, en las cruzadas medievales para la "liberación del
Templo" y realizar la "conquista de la Tierra Santa", existen
evidentes puntos de contacto con la tradición nórdico-aria, donde se hace
referencia a la mítica «Asgard», la lejana tierra de los Ases y de los Héroes,
donde la muerte no tiene prisa y donde los habitantes gozan de una vida
inmortal y una paz sobrenatural. La guerra santa aparece como una guerra totalmente
espiritual hasta el punto de poder llegar a ser comparada, por los
predicadores, literalmente, a una "purificación, como el fuego del
purgatorio antes de la muerte". "Que mayor gloria que no salir del
combate, sino cubierto de laureles. Que gloria mayor que ganar, sobre el campo
de batalla, una corona inmortal". afirma a los Templarios un Bernardo de
Clairvaux (6). La "Gloria Absoluta", aquella que atribuyen los teólogos a
Dios, en lo más alto del cielo (con su «in Excelsis Deo»), es también encargada
como propia al cruzado. Sobre este telón de fondo se situaba la «Jerusalén
Santa», bajo ese doble aspecto: como ciudad terrestre y como ciudad celeste, y
la Cruzada como una gran elevación que conduce realmente a la inmortalidad. Los
actos de los militares de las cruzadas, altos y bajos, produjeron inicialmente
sorpresas, confusión, y hasta crisis de fe, pero tuvieron después como único
efecto purificar la idea de la «Guerra Santa» de todo residuo de materialismo.
Sin dudarlo, el fin desafortunado de una Cruzada es comparado a la Virtud que
es perseguida por el Infortunio; y en el cual el valor puede ser juzgado y
recompensado solamente en relación a una vía, en forma no terrestre. Así se
concentraría -mucho más allá de la victoria o de la derrota-, el juicio de
valor sobre el aspecto espiritual y genuino de la Acción. Así la «Guerra Santa»
vale por si misma, independientemente de su resultado material visible, como
medio para alcanzar por el sacrificio activo del elemento humano, una
realización supra-humana.
Y
justo, esa misma enseñanza, elevada al nivel de expresión metafísica,
reaparecerá en un texto indo-ario citado y conocido, el «Bhagavad-Gitâ». La
compasión y los sentimientos humanitarios que impiden al guerrero ARJUNA
batirse en liza contra el enemigo, son juzgados por dios "turbios,
indignos de un «ârya» (...), que no conducen ni al cielo ni al honor" . El
mandato le dice así "Si muerto, tu irás al cielo; si vencedor, gobernarás
la tierra. Alzate, hijo de Kuntî, dispuesto a combatir" (8). La
disposición interior que puede transmutar a de la forma siguiente:
"...Trayéndome toda acción, el espíritu plegado sobre si mismo, es libre
de esperanza y de visiones interesadas, combate sin escrúpulos" (9). En
expresiones tan claras se afirma la pureza de la acción: debe ser deseada, por
si misma, más allá de toda pasión y de todo impulso humano: "Considera que
están en juego el sufrimiento, la riqueza o la miseria, la victoria o la
derrota. Prepárate, por tanto, para el combate; y de esta forma evitarás el
pecado" (10).
Como
fundamento metafísico suplementario, el dios aclara la diferencia entre aquello
que es espiritualidad absoluta -y, como tal, será indestructible- y lo que
solamente tiene como elemento lo corporal y humano, en una existencia ilusoria.
De un lado, el carácter de irrealidad metafísica de aquello que se puede perder
como cuerpo y vida mortales que pasan, o bien es revelada en los que la pérdida
puede ser un condicionante. De otro, Arjûna queda conducido, en aquella
experiencia de una fuerza de manifestación de lo divino, a una potencia de
irresistible transcendencia. Así frente a la grandeza de esta fuerza, toda
forma condicionada de existencia aparecía como una negación. Allí donde está
negación es activamente negada, es decir, allí donde, en el asalto, toda forma
condicionada de existencia es invertida o destruida, esta fuerza llega a tener
una manifestación terrorífica. Sólo sobre esta base, exactamente, se puede
captar energía adecuada para producir la transformación heroica del individuo.
En la medida en que el guerrero obra en la pureza y el carácter de lo absoluto,
aquí indicados, rompe las cadenas de lo humano, evoca lo divino como una fuerza
metafísica, atrae sobre sí esta fuerza activa y encuentra en ella su ilusión y
su liberación. La palabra crucial corresponde a otro texto -perteneciente
también a la misma tradición- dice: "La vida es como un arco; el alma es
como una flecha; el espíritu absoluto como la diana a traspasar. Uníos a este
gran espíritu, como la flecha lanzada se fija en la diana" (11).
Si sabemos ver aquí la más alta forma de realización espiritual por la lucha y
el heroísmo, es entonces verdaderamente significativo que esta enseñanza sea
presentada, en el «Bhagavad-Gitâ» como continuación de una herencia primordial
ario-solar. De hecho, le fue dada por el "Sol" al primer legislador de
los arios, Manú; y fue guardada seguidamente, por una gran dinastía de reyes
consagrados. En el curso de los siglos, esta enseñanza se perdió y, sin embargo
fue de nuevo revelada por la divinidad, no a un devoto sacerdote, sino a un
representante de la nobleza guerrera: Arjûna. Lo que hemos tratado hasta aquí
permite también comprender los significados más interiores que se encuentran en
la base de un conjunto de tradiciones clásicas y nórdicas. Así, como punto de
referencia, habrá que reseñar aquí que, en estas tradiciones antiguas algunas
imágenes simbólicas precisas aparecían con una frecuencia singular: estas son,
primero la imagen del alma como demonio, doble y genio; y enseguida la imagen
de las presencias dionisiacas y de la diosa de la muerte y la imagen de una
diosa de la victoria; que aparecía a menudo bajo la forma de diosa de la
batalla. Para la exacta comprensión de todas estas relaciones será muy oportuno
clasificar la significación que tiene el alma; que, es aquí entendida como
demonio, genio o doble. El hombre antiguo simboliza en el demonio o propio
doble una fuerza yacente en las profundidades, que es, por decirlo así,
"la vida de la vida", en la medida en que ella dirige en general
todos los sucesos, tanto corporales como espirituales, a los que la consciencia
normal no tiene acceso; pero que condicionan, sin embargo e indudablemente la
existencia contingente y el destino del individuo. Entre esas entidades y las
fuerzas místicas de la Raza y de la Sangre existe una bien estrecha ligadura.
Así por ejemplo, el Demonio aparece y bajo numerosos aspectos, parecido a los
Dioses Lares, las entidades místicas de un linaje, o una generación; de los
cuales Macrobio, por ejemplo, nos afirma: "Son dioses que nos mantienen
vivos. Ellos alimentan nuestro cuerpo y guían nuestra alma". Así, se puede
decir que entre el demonio y la consciencia normal existe una relación del
mismo tipo que entre el principio individuante y el principio individuado. El
primero, es según las enseñanzas de los antiguos como una fuerza supra-individual
y por tanto superior al nacimiento y a la muerte. La segunda, es decir, el
principio individuado, consciencia condicionada por el cuerpo y el mundo
exterior, destinada normalmente a la disolución o esta supervivencia muy
efímera propia del mundo de las sombras. En la tradición nórdica, la imagen de
las «Walkyrias» tiene más o menos el mismo significado que el demonio. La
imagen de una «Walkyria» se confunde, en muchos textos, con aquella de una
«Fylgja» (12); es decir, con una entidad espiritual activa en el hombre y a cuya
fuerza su destino está sometido. Como «Kynfylgja», una «walkyria» es -de igual
forma que lo son los dioses lares romanos- la fuerza mística de la sangre. Y lo
mismo ocurre con las «Fravashi» de la tradición ario-iraniana. La «Fravashi»
-explica un bien conocido orientalista- "es la fuerza íntima de cada ser
humano, es la que le sostiene desde el momento que nace y subsiste". Al
mismo modo que los dioses lares romanos, las «Fravashi», están en contacto,
simultaneamente, con las fuerzas primordiales de una raza y son -como las
«Walkyrias»-, diosas preponderantes de la guerra, que dan la fortuna y la
victoria. Tal es la primera relación que debemos desvelar y descubrir ¿Qué es
lo que esta fuerza tan misteriosa, que representa el alma profunda de la raza y
lo trascendental en el interior del hombre, puede tener en común con las diosas
de la guerra? Para comprender bien este punto habrá que recordar que los antiguos
indo-germanos tenían una concepción de la propia inmortalidad, por así decirlo,
aristocrática, diferenciada. No todos escaparían a la disolución, a esta
supervivencia lemúrica de la que «Hades» y «Niflheim» eran antiguas imágenes
simbólicas... La inmortalidad fue un privilegio de bien pocos; y, según la
concepción aria, un privilegio heroico principalmente. El hecho de sobrevivir
-no como sombra, sino como semidios-, está reservado solamente a aquellos a los
que acciones espirituales han elevado de una a otra naturaleza. Aquí, no puedo
por desgracia, suministrar las pruebas para justificar lo que doy como
afirmación: técnicamente, estas acciones espirituales logran transformar el yo
individual, el de la consciencia humana normal, en una fuerza profunda, supra-individual,
la fuerza individuante, que está más allá del nacimiento y de la muerte y a la
cual, como se dijo, corresponde el concepto de "demonio". Pero, sin
embargo, el demonio está mucho más allá de todas las formas finitas en que se manifiesta,
y esto no solamente ya porque representa la fuerza primordial de toda una raza,
sino que también bajo el aspecto de la intensidad. El paso brusco de la
consciencia ordinaria a esta fuerza, simbolizada por el demonio, suscitaba, por
consiguiente, una crisis destructiva; parecida a un relámpago como fruto de una
tensión de potencial demasiado alta en y para el circuito humano. Suponemos por
ello, que en condiciones excepcionales, el demonio puede igualmente aparecer en
el individuo y hacerle experimentar el tipo de una transcendencia destructiva;
y así. en este caso, se produciría una especie de experiencia activa de la
muerte, y la segunda relación aparecía por tanto muy claramente, es decir,
porque la imagen de doble o demonio en los mitos de la antigüedad ha podido
confundirse con la divinidad de la muerte. En la vieja tradición nórdica, el
guerrero ve su propia walkyria en el mismo instante de la muerte o del peligro
mortal.
Vayamos
más lejos. En la Ascesis religiosa, mortificación, renuncia al Yo, tensión en
el desamparo de Dios, son los medios preferidos; a través de los que se busca,
precisamente, provocar la crisis mencionada y superarla positivamente.
Expresiones como "muerte mística" o bien "noche oscura del
alma", etc., etc., que indican esta condición, son de todos conocidas. De
forma opuesta, en el cuadro de una tradición heroica, el camino hacia el mismo
fin está representado por la tensión activa, por la liberación dionisiaca del
elemento Acción. Observamos por ejemplo, al nivel más bajo de la fenomenología
correspondiente,la danza empleada como técnica sacra para evocar y suscitar a
través del éxtasis del alma, fuerzas subyacentes en las profundidades. En la
vida del individuo liberado por el ritmo dionisiaco se inserta otra vida casi
como el florecimiento de su raíz basal. Las Erinias, Furias, "Horda
salvaje", y otras varias entidades espirituales análogas representan esta
fuerza en términos simbólicos. Todas corresponden por consiguiente a una
manifestación del demonio en su transcendencia aterradora y activa. A un nivel
más elevado se sitúan ya los sacros juegos guerreros y deportivos y aún todavía
más alto se encuentra la misma guerra. Así retornamos de nuevo a la concepción
aria primordial y la ascesis guerrera. En la cumbre del peligro del combate
heroico, se reconoce la posibilidad de esta experiencia supra-normal. Así la
expresión latina "ludere", jugar o desempeñar un papel, combatir-,
parece contener la idea de resolución (13).
Esa es una de las numerosas alusiones a la propiedad comprendida en el combate,
de desatarse de las limitaciones individuales; de hacer emerger fuerzas libres
escondidas en la profundidad. De aquí deriva el fundamento de la tercera
asimilación: los Demonios, los Dioses Lares, como el Yo individuante, son
idénticas no solamente a las Furias, Erinias y a las otras naturalezas
dionisiacas desencadenadas, que, por su parte, tienen muchas características
comunes con el deseo de muerte; tienen también igual significación, por su
relación con las vírgenes que conducen héroes al asalto en la batalla, a las
«Walkyrias» y las «Fravashi». Así, las «Fravashi» son descritas en los textos
sagrados, por ejemplo, como "las aterradoras, las todopoderosas",
"aquellas que escuchan y dan la victoria al que las invoca"; o, para
decirlo ya más claramente, a aquel que las invoca en el interior de sí mismo.De
ahí a la última con la normal consciencia ordinaria. Así es como ellas, Furias
y Erinias, nosreflejan una manifestación especial de desencadenamiento y de
irrupción demoníaca -y las Diosas de la Muerte, «Walkyrias», «Fravashi»,
etc..., se relacionan con las mismas situaciones; en la medida en que son
posibles a través de un combate heroico- de igual forma la Diosa de la Victoria
es la expresión del triunfo del yo sobre este poder. Indica la tensión
victoriosa respecto de una condición situada más allá del peligro, inserto en
el éxtasis y en las formas de destrucción sub-personales, un peligro siempre
emboscado detrás del momento frenético de la gran acción dionisiaca, y también,
de la acción heroica. El impulso hacia un estado espiritual realmente
supra-personal, que nos hace libres, inmortales, interiormente indestructibles,
lo ilustra la frase "Convertir dos en uno" (los dos elementos de la
esencia humana) que se sintetiza pues en esta representación de la consciencia
mítica. Pasemos ahora al significado dominante de estas tradiciones heroicas
primordiales, es decir, a esta concepción mística de la victoria. Aquí la premisa
fundamental es que una correspondencia eficaz entre física y metafísica, entre
visible e invisible fue conocida allí donde los actos del espíritu en la
victoria efectiva. Entonces todos los aspectos materiales de la victoria
militar se convierten en expresión de una acción espiritual que ha suscitado la
victoria, en el punto en que exterior e interior se tocan. La victoria
aparecería como signo tangible para una consagración a un renacimiento místico
acometido en el mismo dominio. Las Furias y la Muerte, que el guerrero había
afrontado materialmente en el campo de batalla, se le oponen también,
interiormente, más en el plano espiritual, bajo la forma de una irrupción
amenazante de las fuerzas primordiales de su ser. En la medida en que triunfe
sobre ellas, la victoria es suya. En este contexto se explica también la razón
por la que cada victoria toma especial significado sacro en el mundo ligado a
la tradición. Y de esta forma el jefe del ejército, aclamado en los campos de
batalla, ofrecía la experiencia y la presencia de esta fuerza mística que le
transformaba a él. El sentido profundo del carácter supra-terrestre emergente
de la gloria y de la heroica divinidad" del vencedor se hace así más
comprensible; y de ahí, el hecho de que la antigua tradición romana del triunfo
tuviese rasgos más sacros que militares. El simbolismo recurrente en las
tradiciones arias primordiales de Victorias, «Walkyrias» y otras entidades
análogas que guían al "cielo" el alma del guerrero...;así como el
mito del héroe victorioso como el Hércules dorio que obtiene de Niké "la
Diosa de la Victoria", la corona que le hace partícipe de la inmortalidad
olímpica. Este símbolo se manifiesta ahora bajo una luz muy diferente y en
adelante resulta claro que es totalmente falso y superficial este modo
ignorante de ver, que no querría distinguir en todo esto nada más que simples
"poesía", retórica y fábula. La teología mística actual enseña que en
la Gloria se cumple la transfiguración espiritual santificante, y toda la
iconografía cristiana rodea la cabeza de los santos y mártires de la aureola de
la gloria. Todo nos indica que se trata de una herencia aunque muy debilitada
de nuestras tradiciones heroicas más elevadas. La tradición ario-iraniana, ya
conocía, de hecho, el fuego celeste entendido como gloria -«Hvareno»-, que
desciende sobre los reyes y verdaderos jefes, los hace inmortales y les permite
llevar así el testimonio de la victoria... La antigua corona real de rayos
simbolizaba, exactamente, la gloria como fuego solar y celeste. Luz, esplendor
solar, gloria, victoria, realeza divina, son esas imágenes que se encontraban
en el seno del mundo ario, en la más estrecha relación; no como abstracciones o
invenciones del hombre sino con el claro significado de fuerzas y dominios
absolutamente reales. Y en este contexto, la Doctrina Mística de la Lucha y de
Victoria representa para nosotros un vértice luminoso de nuestra común
concepción de la acción en el sentido tradicional.
Esta concepción tradicional nos habla hoy; de forma todavía comprensible para nosotros -a condición naturalmente, de que nos desviemos de sus manifestaciones exteriores y condicionadas por el tiempo-. Entonces, al igual que en el presente, se quiere así superar esta espiritualidad cansina, anémica o basada en simples especulaciones abstractas o en mortecinos sentimientos piadosos, y a la vez que se sobrepasa también la degeneración materialista de la acción. ¿Se puede encontrar para esta tarea mejores puntos de referencia que los ideales mencionados del ario primordial?. Pero hay mucho más. Las tensiones materiales y espirituales son comprimidas hasta tal punto en el Occidente de estos últimos años que no pueden ser ya resueltos más que a través del combate. Con la guerra actual, una época va dominadas y transformadas en la dinámica de una nueva civilización tan sólo por unas ideas abstractas, unas premisas universalistas o por medio de mitos ya conocidos irracionalmente. Ahora, una acción mucho más profunda y esencial se impone, para que mucho más allá de las ruinas de un mundo subvertido y condenado, una nueva época comience para Europa. Sin embargo, en esta perspectiva mucho dependerá de como el individuo pueda dar forma a la experiencia del combate; es decir, si estará a la altura de asumir heroísmo y sacrificio como propia catarsis, como un medio de liberación del despertar interior. No solamente para la salida definitiva, y victoriosa de los sucesos de este período tempestuoso, sino aun también para dar una forma y un sentido al orden que surgirá de la victoria. Esta tarea de nuestros combatientes -interior, invisible apartada de gestos y grandes palabras-, tendrá un carácter decisivo. Es en la batalla misma donde es necesario despertar y templar esta fuerza que, más allá de la tormenta de la sangre y de las privaciones favorecerá, con un nuevo esplendor y una paz todopoderosa, la nueva creación. Por esto, se debería aprender hoy sobre el campo de batalla, la acción pura, una acción no solamente en el sentido de ascesis viril sino también de gran purificación y de camino hacia formas superiores de vida, válidas en si mismas y por ellas mismas; éso que no obstante, tiene en cierta forma, el sentido de una vuelta a la tradición primordial del ario-occidental. Desde los tiempos antiguos resuenan todavía hasta nosotros las palabras: "la vida, como un arco;el alma, como una flecha; y el espíritu absoluto, como una diana a traspasar". Ya que aquel que, todavía hoy, vive la batalla en el sentido de esta identificación, este persistirá en pie allí donde los otros caerán; tendrá una fuerza invencible. Este hombre nuevo vencerá en sí, todo el drama y toda oscuridad, todo el caos y representará la llegada de los nuevos tiempos, el comienzo de un nuevo desarrollo... Este heroísmo de los mejores, según la tradición aria primordial, puede realmente, asumir una función evocadora; es decir, la función de restablecer de nuevo el contacto, adormecido desde hace muchos siglos, entre mundo y supra-mundo. Entonces el combate no se convertirá en una horrible gran carnicería, no tendrá el sentido de un destino desesperado, condicionado únicamente por el único deseo de ganar poder, sino que será la prueba del derecho y de la misión de un gran pueblo. Entonces la paz no significará un ahogo en la oscuridad burguesa cotidiana, ni el alejamiento de la tensión espiritual de la lucha en batalla, sino que tendrá, todo lo contrario, el sentido de un cumplimiento de ella. Es también, y justo es por ella, que queremos hacer nuestra, de nuevo, la profesión de fe de los antiguos; tal como se expresa y muy bien, en las siguientes palabras: "La sangre de los héroes es más sagrada que la tinta de los sabios y las plegarias de los devotos". Que éso se encuentra justamente en la base profunda de la concepción tradicional, y según la cual, en la "guerra santa" operan mucho más fuertes que los individuos las místicas fuerzas primordiales de la raza. Estas fuerzas de los orígenes crean los imperios .
NOTAS
(1)
«Wildes Herr»: Grupo salvaje, horda tempestuosa.
(2)
Gylfaginning.
(3)
Bhagavad-Gitâ III,43 (Trad. de Emile Senart, París 1967).
(4)
Corán VI, 76.
(5)
Corán XLVII.
(6) «De
laude novae militiae»
(7)
Bhagavad-Gitâ II, 2
(8) II,
37
(9)
III, 30
(10) II,
38
(11)
Mârkandeya-purâna, XLII, 7, 8
(12)
"Acompañante", literariamente
(13)
Bruckmann; Indogerm. Forschungen. XVIII, 433 Q.C.K