lunes, 30 de junio de 2025

LA COLINA INSPIRADA (3) - VINTRAS Y EL VINTRASISMO

4. Vintras y el vintrasismo

En un momento del relato de Barrés, Léopold, el mayo de los tres hermanos Baillard, se encuentra con un hereje, Vintras. A partir de ese momento, la basílica de Notre–Dame de Sion se convertirá en eje de la secta formada en torno a este extraño personaje, entre visionario, alucinado, reformador y excéntrico. Este encuentro y la integración en la secta vintrasiana estará en el origen de todas las desgracias de los tres hermanos. De hecho, la novela es, en el fondo una reconstrucción, bastante próxima a la realidad del enfrentamiento entre dos formas de ver el catolicismo: a la manera de Roma o a la manera de Vintras. La primera tiene que ver con el orden y la autoridad. La segunda representa las raíces y la libertad. En las últimas líneas de la novela, Barrés se niega a tomar partido absolutamente por una u otra idea. Viene a decir que ambas, orden y autoridad, raíces y libertad, son necesarias. Y lo hace contraponiendo la capilla y la pradera. Es quizás, junto con el párrafo inicial de la novela, uno de los fragmentos más hermosos de la literatura francesa:

“Soy –dice la pradera– el espíritu de la tierra y de los antepasados más remotos, la libertad, la inspiración.

Y la capilla responde:

– Soy la regla, la autoridad, el vínculo, soy un cuerpo de pensamientos fijos y la ciudad ordenada de las almas”.

Y en el último párrafo, el autor se responde:

Eterno diálogo el de estas dos potencias! ¿A cuál obedecer? ¿Es que hay entonces que escoger entre ellas? ¡Ah! ¡Que pueden probarse más bien eternamente estas dos fuerzas antagónicas, no vencerse nunca y engrandecerse por su propia lucha! No podrían prescindir la una de la otra. ¿Qué es un entusiasmo que queda en una fantasía individual? ¿Qué es un orden al que ningún entusiasmo viene ya a animar? La Iglesia ha nacido de la pradera y se nutre de ella perpetuamente, para así salvarnos”.

Antes del Epílogo, Léopold ha regresado al seno de la Iglesia y abandonado a la secta vintrasiana. Quizás un lector español del siglo XXI, precise algunas aclaraciones sobre la relevancia que tuvo la secta vintrasiana en el siglo XIX francés y por qué, Barrés, entre otros movimientos heréticos de aquella época, la elige como trasfondo para su relato. Esto es aún más importante en la medida en que la secta nos lleva a fijar nuestra atención en una serie de personajes y situaciones relevantes en Francia y en la que se vieron mezclados, incluso, notorios literatos. Los nombres de Naundorff, el hombre que se presentó como “el Delfín de Francia desaparecido en La Bastilla”, del abate Boullan, sucesor de Vintras al frente de la secta, del ocultista Jules Bois, del escritor Huysmans, el episodio conocido como “la guerra de los magos”, merecen ser recordados, para entender el panorama espiritual finisecular de Francia en aquellos momentos. Empecemos por Vintras.

*      *      *

Sus padres lo bautizaron con el nombre de Pierre–Michel–Élie poco después de nacer en la convulsa Francia napoleónica de 1807 y determinaron con ello su futura vocación: se tenía por reencarnación del profeta Elías. Para evitar que se conociera ese determinismo onomástico, en sus años de predicación herética cambió el “Elías” por el de “Eugenio”. No tuvo una infancia fácil. Era hijo ilegítimo de una pobre mujer que lo crió como pudo para abandonarlo cuando tenía apenas diez años. Lo más probable es que el abandono se debiera a no poder mantenerlo a causa de la pobreza, si bien otros lo han atribuido a “la maldad natural del niño, perverso e insociable”. Sea como fuere, permaneció unos años ingresado en el hospicio en Bayeux. Desempeñó diversos oficios. Se sabe que fue sastre en Trévières y luego vendedor ambulante. Muy joven se casó con una lavandera y tuvo un hijo. Conoció la cárcel tras eludir el pago de una deuda y vender sus bienes incautados. Era solo el inicio de la primera parte de su vida, marcada por prisiones, juicios y estafas. Al salir de la cárcel abrió un tugurio y cuentan que ejerció el proxenetismo, si bien otros reducen su responsabilidad a ser el administrador de un establecimiento en el que otros ejercían el proxenetismo. Sea como fuere, luego se estableció en París, alojado por un artesano que había conocido en prisión y al que también robó. En Caen volvió a hacerlo con un vinatero y tras ser contratado en un hotel como criado, repitió la finta.

En 1839, cuando acaba de cumplir la edad en la que Cristo fue crucificado, acierta a establecerse en Tilly–sur–Seulles. Gracias a un inglés, Ferdinand Geoffroy, se convierte en director de una fábrica de papel, pero el negocio, muy destartalado y anticuado, resulta ruinoso. Ese mismo año, según contó, en la iglesia del pueblo, se le apareció San José. Alexandre Geoffroy, hijo de su socio, se relaciona con Vintras e, incluso, parece que durante cierto tiempo compartieron lecho. Alexandre, para no ser menos, anuncia que le ha visitado San Miguel con la forma de un mendigo miserable. Si tenemos en cuenta que constan condenas previas del inglés, por estafa, habrá que convenir que ambos debieron compincharse, reforzando uno las “visiones” del otro y viceversa. Sea como fuere, Vintras, a partir de ese momento resulta visitado por la corte celestial: primero San Miguel Arcángel, luego la Virgen María y, finalmente, Jesús. Amén de las visitas de San José que resultan las más habituales. Geoffroy se convierte en “el hermano Jean” y recibe el nombre místico de “Géhoraël”, y con Vintras, que ha retomado el nombre de “Elías” con el que fue bautizado, consiguen reunir a un pequeño grupo de adeptos, convencidos de la realidad de sus apariciones. Entre ellos se encuentran varios sacerdotes de la zona y cierto número de feligreses.

El 8 de agosto de 1839, Vintras declaró su primer encuentro con un anciano de barba blanca que resultaría ser San Miguel. Declaró que el encuentro le causó pavor. Una semana después volvió a recibir otra visita del “buen anciano” y esta fue la revelación definitiva. A partir de aquí, los “éxtasis” son tan frecuentes como las visiones celestiales. ¿Reales o simuladas? Y en el caso de ser reales ¿producidas por una patología mental o bien por una intervención celestial? Nos inclinamos a pensar que, en un principio, se trató solamente de un intento de estafa y, como la mayoría de los estafadores, finalmente, terminó creyendo sus propias patrañas, sin renunciar, por supuesto, a los beneficios económicos que conllevan. Aún faltaban sesenta años para que Konstantin Stanislavsky ideara su método interpretativo, pero Vintras ya había afinado un precedente. Se trataba de interiorizar dal personaje (en este caso “Elías profeta”), generar un contexto lo más realista posible, evitar falsas emociones y pensar como el personaje que se representa. Vintras lo hizo así y ocurrió lo que cabía esperar: que finalmente el personaje representado reemplazó primero y anuló después a la personalidad del mistificador. Ver el resultado que la interpretación tiene sobre el espectador (en este caso sobre los adeptos a la secta) es lo que obliga al mistificador a seguir manteniendo la ficción del personaje, de forma casi ininterrumpida hasta que prácticamente se olvida de su verdadera personalidad y de la intención inicial con la que había asumido un rol falso.

Esto debió ocurrir desde finales de 1839, cuando las “conversaciones” con San Miguel y con otros personajes bíblicos, se hacen cada vez más doctrinales. De ser un simple intento de estafa, Vintras pasa a creer que, efectivamente, tiene un papel en la regeneración del mundo y en el proceso de advenimiento del “divino Paráclito”. El límite entre la estafa y la locura queda franqueado desde el momento en que de ser “Pierre Emile Elías”, va añadiendo nombres cada más más pomposos: “Stratañhael, Pontífice de la Sabiduría”, “Indehaël, Azzolethaël, Athzerhaël”, y otros por el estilo.

Vintras también fue pionero en la explotación del sistema de “escritura automática” que luego sería utilizado por la fundadora de la Sociedad Teosófica, H.P. Blavatsky, para justificar la “legitimidad espiritual” de sus obras que presentaba como dictadas por “los mahatmas que rigen el mundo”, técnica que, luego, los surrealistas, elevaron a la categoría literaria. Pero, si para André Breton, Robert Desnos y los demás surrealistas, la “escritura automática” es una técnica de creación literaria en la que las palabras fluyen de manera libre, sin censura, para Vintras es una forma de traducir sus visiones extáticas. Una miembro de la secta describe cómo eran estos procesos: “Y de nuevo: «Escribe lo que has oído», le dijo el Santo Comunicador, desapareciendo como una «sombra», «y Pedro Miguel [Vintrás] escribe rápidamente, sin dificultad, sin tachaduras, las sublimidades reveladas, que a menudo no oía; especialmente las citas latinas tomadas de la Sagrada Escritura, de las que no entendía nada, y sin embargo de las que no alteró una sola palabra. Al escribir, parece copiar; su mente ve la palabra que sigue a la ya escrita, de modo que la mano corre sin detenerse, sin importarle si de ella saldrá una frase correcta. Escribe estas Comunicaciones en medio del bullicio de las conversaciones. Incluso se involucra, como quien, para esta tarea, solo presta su mano, sin necesidad de recordar ni ordenar sus pensamientos. Nosotros mismos tuvimos prueba de ello cuando, para convencernos mejor de la intervención divina, hablamos con él; mientras escribía, una conversación sobre Jesucristo pasó en nuestra presencia; y esto con el objetivo de imposibilitarle por completo el uso de su memoria o su imaginación”. En octubre de 1839, su confesor, temiendo que una enfermedad nerviosa recurrente le hiciera escribir textos producto de su imaginación, le prohibió escribir las “comunicaciones” que recibía.

Sin embargo, estas revelaciones y conversaciones de Vintras con San Miguel, San José y demás, tienen inquietantes similitudes con textos de diversos autores eclesiásticos como Massillon[1] y, incluso el nombre que le dieron a su institución, la “Obra de la Misericordia”, tiene resonancias propias de este clérigo, en medio de cuya obra, Vintras introdujo “morcillas” para justificar el factor diferencial de lo que, ya desde un principio, era una secta.

Como los movimientos sectarios de todos los tiempos, Vintras y Geoffroy improvisaron una doctrina sin excesivas florituras, destinada al embaucamiento de los miembros y a explotarles económicamente. Reconocían el misterio de la Trinidad, pero le otorgaban un nuevo sentido: el Padre reinó en el primer período, descrito en el Pentateuco; el Hijo inspiró el cristianismo en el período siguiente; pero, ahora, se había iniciado el ciclo ¿del Espíritu Santo? En absoluto: es el tiempo de “Elías”, y, más en concreto, de “Pierre–Michel–Elías”… el profeta de la nueva era, esto es: de Vintras.

El aspecto más conflictivo de la secta –y el que, sin duda, más llamará la atención– será la idea de que la era de “Elías” será una época de libertad. Especialmente los pecados de la carne, podrán ser cometidos sin que afecten al destino post–mortem del alma del sujeto. No son considerados como “pecados”, ni tampoco como “virtudes”: son un signo de los tiempos, de la misma forma que el establecimiento de la ley divina fue característica del mosaísmo o la idea de la redención propia del cristianismo. Los valores en cada uno de estos períodos serán distintos y lo que antes era pecado o desviaba del camino de la Redención, ahora no es ni bueno ni malo, es simplemente, un rasgo de lo humano como puede serlo el hambre y cualquier otra necesidad física o vital. Lo importante es reconocer la secuencia: “Espíritu Santo – Elías – Vintras”. A partir de aquí, la “doctrina revelada” de la secta –expuesta en el Libro de Oro y en La Voz de la Septena–, aparte de la hojarasca retórica, altisonante y pomposa, contiene algunas ideas que, en su época, llamaron mucho la atención. Fue el primero –antes de que el Vaticano[2]– en establecer la “Inmaculada Concepción de la Virgen”, precediendo a una época de apariciones marianas en Francia (la Virgen de la Salette en 1846 y la Virgen de Lourdes en 1858).

Esta idea encontró un clima favorable, mientras que otras dos fueron aceptadas por los adeptos en la medida en que tranquilizaban sus conciencias. Vintras explicó los sufrimientos de este mundo, alegando que nuestras almas antes de la vida terrena son las de los ángeles caídos, durante la revuelta luciferina que fueron exiliadas a la tierra como castigo. Así pues, todos somos “ángeles caídos”. Y, en el peor de los casos, aunque nuestras almas vayan a parar al infierno, también seremos redimidos, incluso el mismo Satanás tendrá su redención.

Estas ideas no podían ser compartidas por la Iglesia. Incluso, aunque ésta asumiera poco después el dogma de la “inmaculada Concepción”, tal como la exponía Vintras era “peligrosa”: la mujer es la “mediadora” de la “nueva era”. La “mujer” ha aplastado la cabeza de la serpiente y Vintras interpreta este hecho como el triunfo a la reina de los cielos, Shahael, envidiada por los demonios en el momento de la “caída”. No solamente existía un “dios” en los cielos, sino también una “diosa”… Primero, con timidez y luego, poco a poco, al ver que no le faltaban partidarios, Vintras fue alejándose cada vez más de la ortodoxia y penetrando, más el camino de la herejía.

Cuando se sintió lo suficientemente fuerte y arropado por unos cuantos cientos de partidarios, fundó la llamada Obra de la Misericordia, cuyo símbolo era la “Cruz de la Gracia” (una cruz romana blanca) que debía ser el signo de distinción que “preservaría a quien lo llevase de la ira de Dios”. El centro de la Obra de la Misericordia estaba en la pequeña ciudad de Tilly y fue allí donde estableció su convento, al que conocía como la “ciudad Futura”. Desde allí reforzó su secta incorporando el anuncio de catástrofes apocalípticas para Francia. Procedente de una sociedad rural, Vintras veía en las ciudades populosas reflejos de la Gran Prostituta de Babilonia. París y Londres, para él, eran la quintaesencia de la degradación a la que, por supuesto, sucederían desgracian sin límite. Estos anuncios de catástrofes causaban miedo y espanto. La única forma de ponerse a salvo consistía en asumir la cruz blanca de la Orden de la Misericordia. Tras suscitar terrores, Vintras ofrecía la esperanza.

El barón de Razac se unió a la secta y en su castillo se ubicó la “Septena Sagrada”, cúspide dirigente del grupo. En el mejor momento, la secta contaba entonces con cerca de dos mil adeptos en las ciudades de Ruan, Le Mans, París, Angers, Tours, Cahors y Albi. La “septena Sagrada”, tenía como objetivo mantener la unidad y prevenir cualquier cisma en la obra. Antes que el papado, Vintras se blindó ante las críticas, atribuyéndose la infalibilidad; sus decisiones pasaban a ser actos de fe.

En las “comunicaciones espirituales” que recibía aparece con frecuencia el nombre de Geoffroy. Se trataba de un naundorfista convencido. En el próximo parágrafo nos extenderemos sobre el naundorfismo y la importancia que tuvo en el movimiento vintrasiano. Geoffroy también la habló de una mujer de Aviñón, Madame Bouche que afirmaba tener comunicaciones del Espíritu Santo y se hacía llamar “Marie–Salomé”. Esta “vidente” tenía una larga historia a sus espaldas que se remontaba al inicio del siglo XIX. En efecto, en 1811, advirtió a Napoleón que la campaña de Rusia sería su final. No puede extrañar, por tanto, que el Zar Alejandro la mantuviera en su corte durante año y medio. Es muy posible que fuera el conocimiento que Geoffroy tenía de esta vidente, unido a su militancia naundorfista, fueran suficientes como para que Vintras se interesara por la política, el gobierno y el destino de Francia.

En aquel momento, durante los primeros años de predicación de Vintras, Francia estaba partida verticalmente entre monárquicos legitimistas y republicanos. Obviamente, los primeros eran mayoritarios en algunas regiones y especialmente en zonas agrícolas, mientras que los segundos tenían sus baluartes en las ciudades. En aquel momento, en la Francia rural abundaban los videntes que profetizaban la restauración de la monarquía y anunciaban catástrofes como castigo por haber guillotinado a la familia real. Tomás Martin de Gallardón, dijo haber sido visitado a partir de 1816 por el Arcángel San Rafael e, incluso fue recibido por el Rey Luis XVIII, al que produjo una profunda impresión. Sin embargo, poco después, Martin de Gallardón declaró que el futuro Luis XVIII, antes de la revolución habría intentado asesinar al rey Luis XVI y, después, evitó investigar la suerte del Delfín (que debería haber sido Luis XVII). La Iglesia dudó de sus visiones y lo internó durante una semana en el asilo para alienados de Charenton para que examinaran el estado de su mente. En 1833 reconoció a Naundorff como el verdadero Luis XVII y al año siguiente murió envenenado. Poco después, cuando apareció el fenómeno vintrasiano, las profecías de Martin de Gallardon todavía eran recordadas. Especialmente en la región de La Vandea, donde se conservaba muy viva la memoria de las masacres cometidas por orden de la Asamblea Nacional y las guerras civiles entre católicos monárquicos y republicanos jacobinos. Cuando se produjo el hundimiento del imperio napoleónico em 1815 y la restauración de la monarquía, en la figura de Luis XVIII, los monárquicos esperaban que el nuevo rey vengara la muerte de su hermano y reconstruyera una situación política similar a la que había interrumpido con la revolución de 1789. No fue así. Nunca hubo un “terror blanco” y la represión se cebó, más bien, sobre funcionarios napoleónicos (el mariscal Ney fue fusilado). Luis XVIII hizo todo lo posible con evitar “ajustes de cuentas” con los revolucionarios y eso desplazó algunas simpatías legitimistas hacia la figura de Naundorff considerado como el “verdadero rey de Francia, Luis XVII”. Fue en este clima político en el que Vintras tomó partido por los legitimistas monárquicos naundorfistas.

Ni Vintras, ni Geoffroy tenía talla como teólogos, ni formación en materia alguna de religión, fuera de la catequesis básica y del culto popular. Sin embargo, pronto se sumaron a la secta varios clérigos que si aportaron su conocimiento de la teología y dieron cierta coherencia a las tesis de la Obra de la Misericordia. El primero de todos ellos fue el abad Charvoz, sacerdote de Tours, teólogo reputado que había permanecido en Inglaterra durante la revolución, donde se relacionó con medios de la monarquía británica. Al volver quiso conocer el movimiento que se había iniciado en Tilly y quedó impresionado por lo que creyó era una “comunidad de santos”. Se integró en ella y aportó sus conocimientos. Es significativo que, a partir de ese momento, las “comunicaciones” que recibía Vintras se convirtieran en extremadamente sofisticadas, mientras que antes solamente eran muestras de religiosidad popular rural. En 1842, la secta empezó a publicar una revista, La Voix de la Septaine, de la que aparecerían cuarenta y ocho números en los cuatro años siguientes. La mayoría de los escritos de la secta y de los artículos en esta publicación procedían de la pluma de Charvoz.

Otro sacerdote, el padre Maréchal, inicialmente humilde, modesto y servicial, se integró así mismo en la secta en torno a los 40 años. Pero en el interior, al igual que otros personajes considerados por sus vecinos como “buenos católicos”, empezó a sentirse atraído por el aspecto más problemático de la secta: su concepto de “libertad sexual” y la idea de que la lujuria no era pecado para los que mostraran la cruz blanca de la secta. La práctica de la “santa libertad de los hijos de Dios”, se les presenta como virtuosa. Parece que Vintras, inicialmente, se opuso a la práctica de “orgías virtuosas”, pero posteriormente optó por abstenerse de criticarlas, mientras que su sucesor, el abate Boullan, no solamente las permitió, sino que, además, las convirtió en práctica habitual y sello de la secta.

Fue la adhesión de Vintras al naundorfismo lo que impulsó a la Iglesia a intervenir. Hasta ese momento, se había tratado de un pequeño movimiento sectario confinado a una zona rural y alejado del bullicio parisino. No valía la pena intervenir para un asunto que debía ser resuelto por el clero local y, como máximo, por el obispado de Alsacia. Pero las críticas a la monarquía de Luis Felipe de Orleans, y la toma de partido a favor del naundorfismo, obligaron a la Iglesia francesa a intervenir para evitar el conflicto con el régimen. Vintras fue, de nuevo, acusado de estafa y posteriormente, en 1843, declarado hereje. Algunos clérigos que habían colaborado con la secta, optaron por abandonarla.

Como ocurre con toda secta el proceso es siempre el mismo: ya sea por ambición, por deseo de protagonismo, de lucro económico, o simplemente, por un impulso místico y profético, se genera un grupo de seguidores en torno a un líder; éste, progresivamente, se va haciendo a la idea de que es “el elegido”, incluso si su primera intención era solamente lucrativa; a ello contribuye el que su círculo de seguidores le dé siempre la razón, lo alaba y no albergan la menor duda sobre su misión profética. Como ya hemos visto, esto concluye haciendo que el promotor de la secta termine creyendo sus propios delirios y muchos más si estos le reportan algún tipo de “satisfacción” (en el caso de los vintrasianos, de naturaleza erótica y místico–política.

Lo más probable es que Vintras, inicialmente fuera un pequeño delincuente, de familia muy humilde e infancia desgraciada, que albergó en esos primeros años el deseo de tener un destino fabuloso. Para hacerlo realidad recurrió a la mitomanía inherente a su personalidad y los trucos propios del estafador que fue en su juventud, capacidad para la simulación y quizás algún trastorno de carácter psíquico que se fue agravando (y que explicaría la “escritura automática”), por necesidades de impresionar cada vez más a quienes lo rodeaban.

Inicialmente, Vintras puso especial énfasis en combatir a los “sacerdotes satanistas”. En uno de sus éxtasis, en 1841, dijo haberse hecho con una hostia consagrada por un sacerdote satanista. Mostrándola en la sede de la secta, uno de los presentes describió así la actuación: “Se retuerce en el suelo… suda sangre… maldice al chivo infernal, se disculpa con Jesucristo, pide piedad y misericordia para el sacerdote, miserable víctima del Infierno…”. El éxito de aquel día le indujo a proseguir en esa dirección. Las hostias consagradas pasaron a ocupar un lugar central en la temática sobre natural de la secta. Sus fieles aportaban las hostias que habían recibido en el rito de la Eucaristía y que la secta conservaba. Más adelante terminará afirmando que las hostias por él consagradas tienen tendencia a empaparse de sangre. El ocultista Joanny Bricaud se hizo con algunas de ellas. Otro ocultista, Éliphas Levi se interesó por Vintras e incluso lo visitó en Tilly. Un rosacruciano, Stanislas de Guaïta, que estudió el tema con cierto detenimiento y participó en la “guerra de los magos” (ver página XXX) concluyó que tales hostias eran satánicas. Se decía que, a medida que la sangre fluía de la hostia, su tamaño disminuía y que esa sangre no empapaba las piezas de lino sobre las que descansaba. Barrés aprovechará también este tema en su novela. Los médicos analizaron el líquido rojizo que brotaba de las hostias y reconocieron que se trataba realmente de sangre humana; en cuanto a los signos impresos con sangre en las hostias de Vintras, los ocultistas declararon que, en la magia negra, eran propios de las firmas de los demonios.

Como toda secta, al alcanzar cierto nivel, aparecen las escisiones y las disidencias. Algunas son motivadas por sospechas de que el líder se “está desviando” y hay que recuperar el mensaje inicial. En otros casos, se trata de estafadores que han cooperado en los primeros pasos de la secta, conocen el “modus operandi” y quieren una parte en el pastel mayor a la que se les ha adjudicado. Sea como fuere, a partir de la excomunión de Vintras, se producen distintos abandonos. El propio Alexandre Geoffroy termina yéndose de la secta, pero la deserción más sonada en la de Gozzoli (autor de dos obras en las que revela “secretos” de la secta: Lettre à un croyant en l’Œuvre de la Miséricorde (Caen 1847) y sobre todo Le prophète Vintras et les Saints de Tilly–sur–Seulles, Un nouveau témoin de leurs turpitudes obscènes, (Caen, 1851). Gracias a estos trabajos se conoce mucho mejor el trasfondo de obsceno y problemático de la secta: se cometían diariamente actos obscenos con niños, protagonizados por el “núcleo duro” de la secta. Llamaban a estos abusos “el Sacrificio del Amor” y sostenían que era uno de los actos más agradables a Dios que pueden realizar los benditos hijos de su obra. Gozzoli, al parecer, creía firmemente la Obra de la Misericordia y en su misión. Esperaba que al denunciar a Vintras, la Obra volvería a su pureza originaria.

En 1842, las denuncias surtieron efecto y Vintras pasó seis años en prisión. Al año siguiente, el Papa Gregorio XVI condenó a Vintras en la bula Ubi Novam. Salió de la cárcel a poco de abdicar Luis Felipe de Orleans en 1848. Un gobierno provisional se había hecho cargo del poder y proclamó la república que no impidió a Vintras continuar su predicación. Al salir de prisión terminó considerando que los ocultistas, especialmente, los distintos grupos rosacrucianos, eran satánicos y por tanto dirigió contra ellos su artillería, tanto o más que contra el Vaticano. Se inició entonces una enemistad entre ambos mundos sectarios que alcanzaría su cénit con su sucesor, el abate Boullan. Los ocultistas se infiltraron en la secta para comprobar si los fenómenos paranormales que proclamaba eran ciertos o falsos. El ocultista Jules Bois, por ejemplo, asistió a algunas ceremonias y obtuvo testimonios de fieles que declararon que, al rezar, Vintras se elevaba del suelo mientras oían crujidos en torno suyo. Es probable que el clima emotivo y los clímax de historia colectiva que sabía despertar con sus éxtasis, generaran este tipo de alucinaciones. O que, naturalmente, Jules Bois exagerase y diera por cierto lo que solo eran rumores. La Iglesia, por su parte, no negaba algunos de estos milagros, simplemente, se limitaba a atribuirlos al demonio. Y otro tanto opinaba el mundillo ocultista de la época. El demonio suscitaba pasiones en el siglo XIX francés. Los ocultistas, por el conocimiento que se arrogaban de los distintos tipos de magia, consideraban que todo lo que rodeaba a Vintras era, simplemente, “magia negra” y fueron muchos los que les creyeron.

Pero, en realidad, la doctrina de Vintras no tenía ningún elemento particularmente “satánico”. Era, simplemente, “peligrosa”, especialmente para sus miembros. Vintras se había limitado a reconocer los dogmas de la Iglesia y añadir otros de su propia cosecha. Esto era todo. Esto, naturalmente, y las “malas costumbres” en materia sexual, seguidas por la secta. El satanismo aparecería de manera más nítida en el sucesor de Vintras, el abate Boullan.

El famoso ocultista, Eliphas Lévi, que consideraba que los milagros atribuidos a Vintras eran ciertos, aunque no atribuibles a Dios sino al diablo, le describió así: “Vintras suda sangre, y su sangre aparece en las hostias, donde dibuja corazones con leyendas...; los cálices vacíos aparecen de repente llenos de vino, y luego, donde cae el vino, aparecen gotas de sangre. Los iniciados creen oír una música deliciosa y respirar perfumes desconocidos; los sacerdotes llamados a constatar estos prodigios se dejan llevar por la corriente del entusiasmo. Hemos visto a uno de estos sacerdotes. Nos ha contado las maravillas de Vintras con el énfasis de la más perfecta convicción, nos ha mostrado hostias inyectadas de sangre de manera inexplicable, nos ha facilitado actas firmadas por más de cincuenta testigos, todos ellos personas honorables y bien consideradas, artistas, médicos, abogados, un caballero de Razac, una duquesa de Armaillé”.

Sin embargo, el gran problema al que se enfrentó Vintras al salir de la cárcel fue resolver las disensiones que habían aparecido en el interior de la secta. El abate Charvoz le ayudó en esta tarea. Y el principal problema era la condena vaticana. Vintras respondió insistiendo en su condición de “encarnación del profeta Elías, pontífice adorador y pontífice del amor”. Para jerarquizar la Obra de la Misericordia, ordenó a siete “pontífices” mediante imposición de manos en 1850. Quiso animar a sus huestes anunciando que el Vaticano pronto reconocería el dogma de la Inmaculada Concepción (que Vintras defendía) y que, entonces, llegaría la hora del reinado del Espíritu Santo, anunciado por él. Cuando, en efecto, en 1851 el Papa Pío IX dirigió a los obispos una encíclica sobre este tema y en 1854 proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción, el vintrasismo experimentó un segundo reverdecer. Pero las desgracias Vintras no desaparecerían.

Al iniciarse el “Segundo Imperio” de Napoleón III en 1852, el Ministerio del Interior disolvió la congregación de Tilly que se estableció, primero en Bruselas y luego en Londres, donde fundó un “Carmelo Elíaco”. Durante ese período introdujo el espiritismo –entonces de moda– entre sus prácticas. Solamente pudo regresar a Francia en 1862. Ni la cárcel, ni el autoexilio contribuyeron a que moderara sus delirios. Establecido en Lyon donde moriría en 1875, al frente de la secta.



[1] Jean Baptiste Massillon (1663-1742), sacerdote y miembros de la Orden del Oratorio, enseñó filosofía y teología en Vienne. Después de pronunciar varias oraciones fúnebres que tuvieron mucha repercusión en Francia, su obispo lo envió a París como director del seminario de Saint-Magloire. Pero su fama deriva de su capacidad de convicción como predicador. Dirigió las oraciones fúnebres a la muerte de Luis XIV, el “Rey Sol”, que lo tenía en alta estima. Sus sermones más famosos fueron reunidos en el volumen titulado Le Petit Carême (La pequeña Cuaresma) que, con toda seguridad, cayó en manos de Vintrás y Geoffroy.

[2] El Papa Pío IX proclamó la Inmaculada Concepción como dogma de fe en la bula "Ineffabilis Deus" el 8 de diciembre de 1854. 

[7]  Sobre las relaciones de Charles Maurras con los movimientos antisemitas de los años 80 del siglo XIX, puede leerse Le maurassisme et la culture: L'action française. Culture, société, politique (III), Michel Leymarie, Olivier Dard, Jacques Prévotat, Neil McWilliam, Preses Nationales du Septentrion, Villeneuve d’Ascq 2007, especialmente pág. 20 y sigs.

  

  

  









jueves, 26 de junio de 2025

LA COLINA INSPIRADA (2) - El autor: Maurice Barrés: de profesión literato y nacionalista

3. Maurice Barrés, de profesión literato y nacionalista

En las elecciones de 1893 el fenómeno “boulangismo” desapareció completamente. Uno de los diputados boulangistas, Maurice Barres[1], luego se convertirá, como veremos, en uno de los adversarios más encarnizados del capitán Dreyfus. De su mano el “antisemitismo popular” alcanza su madurez.

En el antisemitismo moderno, Barrés cree haber encontrado el mejor medio de integrar al proletariado en la comunidad nacional, ve el terreno ideal que permitiría en fin superar las diferencias sociales, movilizar a la nación entera: es así que Barrés transforma simples sentimientos xenófobos y antijudíos en un concepto político de primera magnitud. Es el primer pensador político francés en emplear el antisemitismo despojándolo de todo significado confesional y, contrariamente a Drumont (de quien hablaremos un poco más adelante), sin ninguna referencia a la vieja Francia monárquica.

Barrés se configura pronto como el gran teórico del antisemitismo dentro del heteróclito frente boulangista. Pero ¿por qué el antisemitismo? ¿qué hace que Barrés insista tanto en él? Es una simple estrategia. Barrés atribuye importancia al antisemitismo como factor de unidad de la comunidad nacional: todo el mundo está de acuerdo en enfrentarse a los especuladores, a los explotadores… esto es, a los judíos, por tanto, es un factor objetivo que sirve para estimular la unidad nacional y la cohesión nacional, mucho más que el tema de Juana de Arco o las propuestas del boulangismo de estricta observancia que aspiran a crear una “nueva República” pero que no logran constituirla jamás. Por eso Barrés escribe en uno de los medios boulangistas: “el boulangismo debe ser antisemita en tanto que partido de reconciliación nacional”[2]. El motivo de su antisemitismo no es, pues, religioso o étnico: puesto que los judíos suscitan el encono universal de todos los sectores de la sociedad francesa, este tema es axial para unir al pueblo francés…

Es significativo, por ejemplo, que Barrés se oponga al habitual antisemitismo del que hace gala la “derecha tradicionalista” motivado por cuestiones religiosas. Afirma y asume un “antisemitismo popular” y define el boulangismo como una “concepción progresista que debe servir de plataforma para un movimiento de masas”. Se quiere “portavoz de los pequeños” o defensor de un “boulangismo plebeyo” al que también llama “un nacionalismo de los pequeños”, es decir, de aquellos que no tienen nada más que su condición de franceses.

También apelará a la necesidad de un “antisemitismo social” capaz de atraer a las masas que no se adhieren ni al marxismo ni a la democracia liberal, al mismo tiempo que una solución para superar las diferencias sociales[3]. El antisemitismo de derechas, clerical, no le interesa, ni percibe su interés (para él, no todos los franceses son católicos, pero sí todos los franceses sanos son antisemitas). El 9 de febrero de 1889, los boulangistas de Nancy, con Barrés al frente, convocan una gran manifestación que se desarrollará a los gritos de “¡Abajo los judíos!” y “¡Viva Boulanger!”[4]. Pocos días antes Barrés reprochará a su jefe político el no ser suficientemente antisemita y una parte de la prensa del Este de Francia le apoyará y reproducirá sus palabras. Barrés, finalmente, atribuirá a los judíos la responsabilidad en la caída de Boulanger.

Elegido diputado del partido boulangista por Nancy cuando tenía 27 años, él mismo se situaba en la extrema–izquierda de la asamblea y se consideraba “socialista francés”. Como tal ingresará en la Liga de la Patria Francesa[5] en 1899 y en la Liga de los Patriotas[6]. Al estallar el escándalo Dreyfus tomará partido por los detractores del oficial de raza judía: “El que Dreyfus sea capaz de traicionar, lo sé por su raza” había escrito en un artículo. Compartirá la mayor parte de doctrinas de Charles Maurras[7] sin adherirse nunca a Action Française ni aceptar sus ideas monárquicas. En contrapartida, tanto Amurarás como los escritores de su escuela (Bainville, Vaugeois, Daudet, Massis, Bernanos, Maritain, Maulnier, etc) reconocerán un tributo intelectual con él. Derrotado en sucesivas elecciones volverá al parlamento como diputado por París en 1906 y seguirá siéndolo hasta su muerte.




[1] Maurice Barres (1862-1923), uno de los fundadores del nacionalismo francés y famoso escritor. Es el gran teórico del “culto al Yo” (nuestro primer deber sería defender nuestro yo contra los “bárbaros”, es decir, contra todo lo que debilita nuestra sensibilidad). Su segundo eje son los principios conservadores: defensa de la tierra, de la familia, arraigo en la tierra natal, defensa del ejército, tradicionalismo y nacionalismo republicano.  En su juventud fue amigo del ocultista Stanislas de Guaïta. Al llegar a París en 1884 funda la revista Les Taches d’Encre que compone casi en solitario. A partir de ahí empieza su evolución hacia el nacionalismo. Influenciado en esos primeros años por Taine y Renan. En 1888 comienza a ser un escritor conocido cuando publica los tres volúmenes del Culto al Yo. Sus libros son especialmente leídos por jóvenes. En 1893 sigue los cursos de Jules Soury en la Sorbonne. Soury se convierte en su maestro intelectual y Barrès asume íntegramente sus principios: respeto a las tradiciones, defensa de la raza y sacralidad de la patria. Escribirá tres volúmenes titulados: Novela de la energía nacional. Al concluir la serie en 1902 puede decirse que ha alcanzado su madurez política y tiene muy claras las ideas que defenderá. En 1899 dará una conferencia en la Ligue de la Patrie Française en el curso de la cual afirmará la “necesidad de restituir a Francia una unidad moral, crear lo que nos falta desde la revolución: una conciencia nacional” y para forjarla apelará tanto a la razón como al sentimiento.  Junto a estas ideas defenderá a partir de 1871 la necesidad de una “revancha” contra Alemania. En 1906 será nombrado miembro de la Academia Francesa. Viajo habitualmente a España y a Grecia escribiendo varias obras sobre nuestro país. (Los datos sobre la biografía de Barres han sido extraídos de Maurice Barrès, François Broche, Editorial J.C. Lattès, París 1987. Así mismo, en lo que se refiere a las ideas y encuadre histórico, cfr. Barres et le nationalisme Français, Zeev Sternhell, Editions Complexe, París 1985).

[2] Cfr. Nationalisme et antisemitisme en France (vers 1880-1914), PDF de siete páginas publicado en http://www.banque-pdf.fr/fr_la-droite-en-france.html, pág. 3

[3] Cfr. Nationalisme et…, op. cit., pág. 4.

[4] Cfr. Nationalisme et…, op. cit., pág. 3.

[5] La Ligue de la Patrie Française (1898-1904), grupo nacionalista nacido a raíz del Caso Dreyfus, compuesto por intelectuales, artistas y personalidades relevantes de la sociedad francesa (los pintores Caran d’Ache, Jean-Louis Forain, Edgar Degas, Auguste Renoir, los académicos François Coppée, Jules Lemâitre y Paul Bouget, Su creación fue una reacción a la constitución de la Ligue des Droits de l’Homme. Estaba compuesta por boulangistas y bonapartistas. Se disolvió en 1904 tras la victoria electoral del Bloque de Izquierdas. Sus dos inspiradores principales fueron Maurice Barrès y Jules Lemaître. Para algunos historiadores, la formación de la Ligue responde al tránsito del “nacionalismo abierto” al “nacionalismo cerrado”. En efecto, el nacionalismo era a principio del siglo XIX cuestión de izquierdas y de liberales-demócratas, pero tras la experiencia boulangista quedó como patrimonio de las diversas derechas. Pues bien, La Ligue encarna esta mutación al estar dirigida por patriotas republicanos en busca de soluciones autoritarias. Sobre la Ligue de la Patrie Française pueden consultarse: Jean-Pierre Rioux, Nationalisme et conservatisme : la Ligue de la patrie française (1899-1904), Paris, Beauchesne, 1977 y La droite Revolutionnaire. Les origines françaises du fascisme 1885-1914, Editions du Seuil, París 1978.

[6] La Ligue des Patriotes ha pasado a la historia como el primer partido de masas que se estructuró en Francia. Fue un producto del traumatismo generado por la derrota de Sedán y la pérdida de Alsacia y Lorena a manos de la Alemania recién unida. Fundado por Paul Déroulède en 1882 su ciclo vital se extinguió en 1889 para reorganizarse en 1897-8 antes de que estallara el asunto Dreyfus. A finales de 1981, Déroulède inició una campaña de agitación “destinada a extirpar las raíces de la derrota y de la decadencia”. La carrera de Déroulède había comenzado cuando el ministerio de educación quiso promover los valores patrióticos y creó una comisión de la que él formaba parte. La comisión apenas pudo hacer gran cosa, pero siguió trabajando y promoviendo esos mismos principios constituyendo la Liga de los Patriotas. Déroulède creó inmediatamente un semanario, Le Drapeau, en el que Víctor Hugo llegó a publicar un poema. La irrupción de la liga fue un éxito y en pocas semanas contaba con varios miles de miembros la mayoría republicanos. Déroulède se convirtió pronto en un personaje popular y extremadamente conocido. La Liga tenía asociados numerosos gimnasios que sirvieron para difundir los valores de los que era portadora y que contribuyeron a darle un aspecto paramilitar, siendo en esto un precursor de los fascismos posteriores. Déroulède defendía un sistema educativo para los jóvenes basado en la religión de la patria y en la visión militar de la vida (unidad, autoridad, valor, defensa de la comunidad, etc.), valores que habrá que transferir a toda la organización social. Participó como voluntario durante la guerra franco-prusiana siendo herido y hecho prisionero, aunque logró evadirse. Luego participó en la represión contra la Comuna de París. Renan y Taine influyeron en su pensamiento. Su doctrina es simple: un nacionalismo que sitúe a la propia nación por encima de las demás. Es partidario de la revancha contra Prusia, eso supondrá “crear una nueva Francia” y eso solamente se hará cuando exista una sociedad disciplinada dotada de un elevado principio de autoridad y que tenga presentes el resto de valores militares. Déroulède evoluciona en esa dirección (anti-republicana y autoritaria) junto a una parte de la Liga, mientras que la otra se mantiene fiel a los valores originarios nacionalistas y republicanos. Esta división entrañará la caída y la desintegración de la Liga. En 1885, Déroulède se declaró contra el liberalismo y las debilidades del régimen parlamentario. A partir de entonces buscó al “hombre providencial” que debía salvar a Francia y le reconoció en el general Boulanger. Pero no todos en la Liga aprobaron esa opción, a pesar de que la Liga facilitó el servicio de orden y su organización para Boulanger.

En ese tiempo Déroulède replanteó sus objetivos para evitar la escisión interior: se declaró a favor de una república plebiscitaria cuyo jefe fuera elegido por sufragio universal y cuyos ministros serán elegidos entre los mejores ciudadanos, aunque no fueran parlamentarios que solamente rindieran cuentas al jefe del Estado no al parlamento. Denunció las injusticias en la distribución de la riqueza a favor de una “democracia social” (fue el primero en utilizar este término) y propuso una democracia directa frente al parlamentarismo. Pero no pudo evitar el que la Liga sufriera una grave crisis interior por la división entre republicanos parlamentarios y plebiscitarios. Déroulède quedó en minoría y se produjo una escisión que da lugar a la Unión Patriótica de Francia. La Liga perdió 100.000 afiliados solamente en 1898. En diciembre de 1887 los miembros de la Liga organizarán grandes manifestaciones de apoyo a Boulanger y protagonizarán choques con la policía. Ellos serán los artífices del triunfo electoral boulangerista de 1889. A partir de entonces, la liga será sometida a represión policial y judicial que entrañará su disolución en marzo de 1889 cuando Déroulède es elegido diputado por la candidatura boulangerista. Ese período será el de las grandes convulsiones interiores en la Liga que perderá la mayor parte de sus secciones provinciales. El final de la crisis económica y la Exposición Internacional de París en 1889 entrañarán su pérdida de influencia. En 1894 será reconstruida de nuevo. En 1896 será legalmente autorizada, pero el puesto de presidente reservado a Déroulède quedará vacante y no jugará ningún papel a partir de ese momento. La liga reivindica en primer lugar la recuperación de Alsacia y Lorena, la abolición del régimen parlamentario y la recuperación de la dignidad nacional. Cuando estalle el caso Dreyfus, la Liga se convertirá en la punta de lanza del movimiento anti-dreyfusard, movilizando entre 30 y 60.000 afiliados en París. Su objetivo es apoyar un golpe de Estado militar. El 23 de mayo el 3 de octubre de 1901 organizarán verdaderas demostraciones de fuerza. Ese año, tras la muerte del presidente Félix Faure, Déroulède, que ha recuperado la dirección del movimiento cree que ha llegado un ciclo parecido al de Boulanger. Intenta, junto con el general Roget, un golpe de Estado que fracasa y sus protagonistas resultan arrestados y procesados. Las legislativas de 1902 se saldan con un éxito para los candidatos de la Liga. Nuevamente la organización vivirá un segundo período de vitalidad. Pero a este período seguirá un nuevo bache al que seguirá una breve colaboración con la Liga de la Patria Francesa que se saldará con una ruptura irremediable. A partir de 1905, la Liga perderá definitivamente fuerza y se verá absorbida progresivamente por otras corrientes de la derecha tradicional. Cuando Déroulède muere en 1914, le sustituye Barrès al frente de la Liga cuando ya es una organización aletargada y en regresión.

[7]  Sobre las relaciones de Charles Maurras con los movimientos antisemitas de los años 80 del siglo XIX, puede leerse Le maurassisme et la culture: L'action française. Culture, société, politique (III), Michel Leymarie, Olivier Dard, Jacques Prévotat, Neil McWilliam, Preses Nationales du Septentrion, Villeneuve d’Ascq 2007, especialmente pág. 20 y sigs.

  

  

  











miércoles, 25 de junio de 2025

"LA COLINA INSPIRADA" - INTRODUCCION (1) - Los tres hermanos Baillard - La colina de Sión


Ofrecemos la introducción a la novela de Maurice Barrés, La colina inspirada, recientemente traducida por Ernesto Milá y precedida de este ensayo 

UNAS PALABRAS PREVIAS

A LA LECTURA DE LA COLINA INSPIRADA

En Francia, las situaciones y los personajes que menciona Barrés en La colina inspirada  son suficientemente conocidos, pero en España, más de un siglo después de su lanzamiento (la primera edición está fechada en 1913) los nombre de Vintras y el intrusismo, de Naundorff y del naundorfismo, de los tres hermanos Baillard, incluso el recuerdo del propio autor, Maurice Barrés, se han difuminado lo suficiente como para justificar este preámbulo que pretende situar a los personajes y a sus circunstancias, además de dar una perspectiva más amplia del marco socio–cultural en el que surgió esta novela y las características de sus protagonistas que, efectivamente, existieron.

1. Los tres hermanos Baillard

Empecemos por los hermanos Baillard. No se trata de personajes surgidos del a fértil imaginación de Maurice Barrés. Existieron verdaderamente bautizados con los nombres que le atribuye el autor en su relato: Léopold, François y Quirin. Maurice Barrés se documentó hasta la saciedad sobre ellos: escarbó en archivos y bibliotecas de Alsacia y Lorena, husmeó entre lo que quedaba de la secta fundada por Vintras que fue sucedido por el abate Boullan (uno de los protagonistas de la famosa “guerra de los magos”, a la que aludiremos colofón), habló con autoridades eclesiales que habían conocido el caso y, sobre todo, leyó los cuarenta y cuatro volúmenes manuscritos por los tres hermanos Baillard en los que exponían su doctrina cismática, sus circunstancias y sus homilías. Claro está que, tratándose de una novela, Barrés tampoco tuvo el más mínimo inconveniente en insertar elementos de su propia cosecha que favorecieran, embellecieran y, por supuesto, aumentan la carga dramática del relato.

Los Baillard eran hijos del que fuera alcalde de Borville, Léopold Baillard (+1836) y de Marie–Anne Boulay (+1845). Los tres protagonistas de la novela eran los hermanos mayores de un total de nueve vástagos. Leopold había nacido en 1796, François en 1798 y Quirin en 1799. De sus otros hermanos y de su infancia no se sabe gran cosa, salvo que no ingresaron en el seminario de Pont–à–Mousson en el que cursaron estudios siendo ordenados finalmente en 1821, 1824 y 1828, respectivamente. Léopold, el mayor, siempre albergó ideas faraónicas. Una vez ordenado sacerdote fue destinado a Flavigny, una pequeña población del Este francés de poco más de mil habitantes. Albergaba grandes proyectos para su parroquia. Quería reconstruir la iglesia de la localidad a costa de una gigantesca inversión que superaba las posibilidades del obispado. A poco de estar allí, por algún motivo, la emprendió contra los jóvenes del pueblo, acusándoles de beber alcohol y café, acusa a varias chicas de ser prostitutas. Éstas, a su vez, lo denunciaron por difamación y el proceso de eternizó en distintas instancias y con sucesivos recursos terminando en el Consejo de Estado. Las mujeres señaladas no obtuvieron resarcimiento por la vía judicial, pero si consiguieron que la población pidiera la sustitución de Baillard por otro cura más abierto, comprensivo y menos beligerante. Cuando se produjo la revolución de 1830, Léopold se vio forzado a abandonar Flavigny y volver a su pueblo natal, Borville. Solo dos años después, el obispado lo destinaría a Favières, otra villa de similares características a su anterior destino.

En cuanto a François Baillard, tras ser ordenado sacerdote fue destinado a la parroquia de Lupcourt, minúscula población de poco más de doscientos habitantes en la el Gran Este francés. Apenas permaneció un año en este destino y luego otros tres como misionero diocesano y cinco más al frente de la parroquia de Méréville, un villorrio no mucho mayor que su anterior curato y en el que permaneció un lustro, pasado el cual pidió el traslado a Favières para ejercer como vicario en 1833. Allí se encontró con su hermano Léopold. Juntos, proyectaron grandes obras piadosas. Compraron el antiguo convento de las religiosas de Notre–Dame de Mattaincourt, a casi treinta kilómetros de Favières, derribaron lo que quedaba del edificio y, pidiendo limosnas, construyeron una nueva residencia que pudo ser ocupada de nuevo por la comunidad de Notre–Dame en 1836.

La envergadura de estos trabajos era tal que los Baillard llamaron a su tercer hermano sacerdote, Quirin. Tras haber recibido la tonsura eclesial, Quirin fue destinado a pequeños pueblos, siempre en la región del Gran Este francés. Así mismo, para promocionar el lugar, llamaron a otro de sus hermanos, Maurice, laico, que redactó una biografía sobre el fundador de aquel lugar en el siglo XVII, Pierre Fourier. El proyecto fue aprobado por el obispo de Nancy y apoyadas por los obispados vecinos que promovieron una campaña de recogida de fondos caritativos para acometer el proyecto. En 1836, con las obras acabadas, los gastos ascendían a 70.000 francos y no habían sido cubiertos en su totalidad cuando las monjas de Notre Dame llegaron al lugar. Tras este éxito, los tres hermanos compraron la propiedad de Saint Odile, casi en la frontera alemana, tratando de repetir lo que ya habían hecho: reconstruir el lugar y promocionarlo entregando su gestión a una comunidad religiosa. Quirin se hizo cargo del lugar, pero los distintos proyectos presentados fueron rechazados por el obispado, con lo que, finalmente, debió contentarse, con hacer de Saint Odile un lugar de peregrinación.

A mediados de los años 30, los tres hermanos Baillard conocieron la existencia del santuario de Notre–Dame de Sión. Instalado en la colina de Sion–Vaudemont, el santuario se encontraba en un estado deplorable. En otro tiempo había sido uno de los principales lugares de peregrinación de Francia y los Baillard quisieron repetir lo que antes habían hecho en Mattaincourt e intentado en Saint Odile. Empezaban a estar sobrecargados de deudas, pero eso no fue obstáculo para que a base de préstamos bancarios pudieran comprar los viejos edificios, el jardín y algunas tierras situadas en las inmediaciones. Querían instalar una escuela primaria que ofreciese a sus alumnos formación profesional, una casa de retiro para sacerdotes jubilados y, finalmente, una escuela para maestros católicos.

Con su energía habitual, los Baillard iniciaron las obras –Léopold y François, todavía seguían manteniendo el destino que el obispado les había dado en Favières– en medio de crecientes dificultades económicas. En 1837, finalmente, pudo abrirse la escuela de formación para maestros católicos, cuyos profesores salieron del Instituto de Hermanos de la Doctrina Cristiana de Nancy. Las dificultades y la falta de fondos se convirtieron en dramáticas y animaron a los Baillard a abandonar Favières e instalarse de forma permanente en Sion–Saxon en 1838. A poco de llegar compraron otra propiedad que querían transformar en escuela primaria superior.

Los Baillard no habían llegado solos a Sion–Saxon. Un grupo de mujeres jóvenes que habían formado en Favières los acompañaron. La idea de los Baillard era construir junto a la granja la sede de una asociación de mujeres católicas dirigidas por Thérèse Thiriet, conocida como “Hermana Léopold”, una extraña mujer. Aquejada de una dolorosa enfermedad, afirmaba haber sido curada milagrosamente por el padre Fourier en Mattaincourt. Una comisión enviada por el obispo de Saint–Dié, confirmó la curación milagrosa. Al parecer era una mujer excéntrica, autoritaria e iluminada, que pronto consiguió ser muy influyente sobre el mayor de los Baillard.

Es en ese entorno en el que se desarrollarán los hechos que se narran en este relato de Maurice Barrés.

Si estos son los tres protagonistas principales de la novela de Barrés, quizás sea este el mejor momento para referirnos al escenario en el que transcurren los hechos: la colina de Sión–Vaudemont, a la que el novelista atribuye el cariñoso título que da nombre al relato, “la colina inspirada”.

2. Sión–Vaudemont, la “colina inspirada”

Situada en Lorena a 30 km de Nancy, no es una montaña de altura desmesurada, ni de grandeza salvaje. Es más bien una pequeña elevación de apenas 250 metros de altura por encima de la llanura. Desde lo alto se divisan kilómetros de superficie lorenesa y hasta ochenta pequeños pueblos. Hoy, en lo alto se encuentra un monumento a Barrés y la llamada torre de la Virgen. Al sur de la colina vegeta el discreto pueblo de Vaudémont, sede en otro tiempo de los diques de Lorena, vinculados a la familia de los Habsburgo–Lorena. En el nordeste, el viajero puede contemplar el santuario de Notre–Dame de Sion y algunas casas rústicas que constituyen el minúsculo villorrio de Sion. Algo más al sur está la aldea de Saxon separada por apenas un kilómetro de Sion. Ambos núcleos están fusionados en el municipio de Saxon–Sion de apenas 80 habitantes en 1990.

Barrés, en sus primeras páginas, da cuenta de todo el pasado mítico de la zona. Lo hace para justificar el título de la obra: “la colina inspirada” y una de sus primeras frases (“hay lugares en donde sopla el espíritu”). No vale la pena, pues, explicar cómo aquel santuario pagano se convirtió en cristiano, ni como lindando casi el primer milenio, el lugar aparece por primera vez en documentos que han llegado hasta nosotros. Un siglo antes de las Cruzadas, la colina de Sión ya había sido bautizada con este nombre que no deriva de la Sión bíblica, sino de pagus seiuntensis, o país del Saintois, cuya contracción dio como resultado Sion. Se sabe que a finales del siglo VI ya existía una ermita en aquel lugar.

Los condes de Vaudémont y luego los duques de Lorena, católicos devotos, hicieron mucho para promocionar y proteger el lugar. El coro de la actual basílica se construyó entre 1320 y 1330, la estatua de Notre–Dame, amamantando a su Hijo, es solo algo posterior. Cuando acaba la Edad Media, un siglo después, la colina de Sion y su templo ya se han convertido en el santuario nacional del ducado independiente de Lorena. Los milagros se cuentan por decenas y la devoción popular alcanzó a las regiones contiguas.

        

Será en el primer tercio del siglo XVII cuando el duque Francisco construye un santuario para los terciarios y un convento que será ocupado por los oblatos[1]. No será sino hasta el siglo XVIII, cuando el antiguo Rey de Polonia, convertido en Duque de Lorena, Estanislao Leszczynski, impulsará la construcción de la actual basílica que solamente será consagrada en 1749. Cuando eso ocurre, ya se han producido grandes cambios en la política regional: Lorena ha sido incorporada a Francia. Esto implica que, cuando estalla aquella gran masacre que fue la Revolución Francesa, la ira de los jacobinos se proyectará sobre la basílica. La estatua de Notre–Dame será destrozada, los terciarios dispersados y la Iglesia saqueada. El lugar caerá en el abandono, el olvido y la decadencia hasta que, en 1825, el obispo de Nancy, Monseñor Charles de Forbin–Janson organice una primera peregrinación cuyo objetivo inconfeso debería ser la restauración del lugar como destino de peregrinaciones y romerías devotas.

Es en ese momento, cuando aparecen los tres hermanos Baillard con sus desmesurados proyectos constructivos y su inquebrantable voluntad misional. No podrán evitar –Barrés lo narra diestramente– conflictos con el obispado a causa de los gastos excesivos, ni tampoco les ayudará el compensar la oposición generada en el obispado católico con la adhesión al círculo de Eugéne Vintras. El 8 de septiembre de 1859, Léopold Baillard, anunciará desde el púlpito la fundación de la Obra de la Misericordia que tendrá en la colina de Sión su sede central. Esta decisión les costará ser suspendidos por el obispado.

Es en ese punto en donde la novela de Barrés toma un giro trágico y adquiere su gran núcleo en el análisis del drama personal de tres hermanos bienintencionados, pero incapaces de realizar un examen de conciencia objetivo ni siquiera de ver la enorme superchería que se encontraba tras la secta dirigida por Vintras. Todo hubiera podido terminar cuando aparecieron las primeras dificultades económicas, el obispado empezó a ponerse nervioso e, incluso, cuando los Baillard pensaron en vender el lugar a la comunidad de los Oblatos que se había establecido en las inmediaciones. Pero hubo mucho orgullo en los Baillard, la negativa a reconocer que su impulsividad y megalomanía precisaba un freno y sobre todo un examen de conciencia. No lo hicieron: se obstinaron en seguir adelante y chocaron con el obispado, con los oblatos, y finalmente, con su propio pueblo.

Leyendo a Barrés casi podemos entender lo que pasó. Visitando el lugar lo confirmamos: es, en efecto, un lugar en donde sopla el espíritu, quien llega allí con el corazón abierto, ya no puede actuar como un ser humano racional. Entiende que el espíritu es superior a la materia y que todo lo material debe subordinarse al cultivo del espíritu. Las jerarquías eclesiales no lo entendieron así. Y en cuanto a Vintras, entonces podía dudarse sobre si era un iluminado, un loco o un estafador. Hoy todo está más claro, como veremos.

Pero, antes de entrar en el personaje clave de la aventura de los Baillard, vale la pena que nos detengamos, apenas unos párrafos, en decir algo sobre el autor de este fascinante relato.



[1] Laicos de ambos sexos, vinculados a una orden religiosa y que viven según sus reglas. Se aplica a personas que, aunque no vivan en un monasterio, tienen una relación especial con él y siguen la espiritualidad benedictina.