sábado, 25 de febrero de 2023

ESCALADA BÉLICA EN EL “CONFLICTO UCRANIANO” Y EL PRECEDENTE HISTÓRICO

El conflicto ucraniano debe hacernos reflexionar. En EEUU existe una guerra civil en las alturas entre distintos grupos de poder. Si bien existió un acuerdo entre estos grupos para derribar a Donald Trump y colocar en su lugar a un anciano obtuso y con las facultades mentales disminuidas, a partir de ese momento, los intereses del complejo militar-petrolero-industrial, han tomado la iniciativa sobre los consorcios de inversión, la industria pesada, incluso sobre la todopoderosa industria químico-farmacéutica. La visión del grupo predominante en estos momentos es que solamente una guerra puede resolver la situación de la economía norteamericana y evitar que en apenas un lustro la República Popular China se coloque por delante.

Los EEUU, traían la lección bien aprendida, en tanto que anglosajones (porque en EEUU todavía es el grupo étnico anglosajón el que detenta el poder, mientras que la influencia del grupo étnico judío se encuentra, en la actualidad, muy distribuida en distintos sectores con intereses contrapuestos: los intereses de Hollywood no son los mismos que los de las big-tech, ni los de estos idénticos a los consorcios de capital-riesgo, en todos los cuales, existe un predominio de elementos de origen judío; pero ni siquiera en el interior de este grupo étnico existe identidad de intereses, ni de objetivos). Todo ello nos da un cuadro lo suficientemente poliédrico del poder en los EEUU. ¿Y los intereses del pueblo norteamericano? ¿y la tan cacareada “democracia americana”? Ninguno de estos grupos, desde luego, tiene el más mínimo interés por otra cosa que no sea por la defensa de los intereses de sus respectivos “carteles”. Solo existe una única certidumbre que constituye el cemento de todos estos grupos: que el destino de los EEUU está ligado al destino del dólar y que, cualquier amenaza contra el dólar debe ser conjurada lo antes posible, o de lo contrario, entrañará la ruina del “imperio”.


RECORDANDO LO QUE FUE EL IMPERIO BRITÁNICO

Solamente partiendo de estas bases puede entenderse la política norteamericana actual. Y solamente partiendo de los ejemplos históricos heredados de la raza anglosajona se entienden las prácticas actuales de la política exterior norteamericana y hacia dónde van orientadas.

Desde hace 300 años, ha existido una línea constante en la política exterior británica: evitar que pudiera formalizarse un eje París – Berlín – Moscú que impediría al mundo anglosajón poner los pies en la Europa continental. Porque los gobiernos ingleses nunca, absolutamente nunca, se han considerado ni “europeos” ni han querido “formar parte de Europa”. Esta política pudo tener su lógica cuando el Reino Unido era un “imperio”. Fue el primer “imperio comercial”. Nunca extendió sus líneas con intención civilizadora, sino que siempre lo hizo de manera depredadora. Para el Reino Unido -y tal era otra máxima de su política exterior- no existen “amigos o enemigos”, sino “intereses”.

La decadencia del imperio británico ya era palpable desde los años 30. Era la época de los nacionalismos y por todas partes aparecían movimientos de “liberación nacional” con intenciones centrífugas. Cuando Hitler llegó al poder en Alemania y estabilizó su gobierno, especialmente hacia la segunda mitad de los años 30, era frecuente que en los países árabes se gritara en las manifestaciones independentistas: “En el cielo Alá, en la tierra Hitler”. Incluso en la “joya de la corona” los movimientos independentistas estaban divididos entre los beligerantes pro-germanos y los pacifistas de Gandhi. Japón, por su parte, había lanzado también la consigna de “Asia para los asiáticos”. Aquello no podía durar mucho tiempo.

Pero nada de todo esto fue obstáculo para que los ingleses mantuvieran sus posiciones en política exterior: a pesar de los notorios esfuerzos de Hitler -que nunca valoró al Reino Unido como un adversario, sino que hasta 1939 lo consideró como un “posible aliado étnico”- por formar una alianza con este país, Downing Street, a pesar de dudas y vacilaciones, nunca varió su política exterior. Y es ahí en donde un día los historiadores reconocerán la responsabilidad británico en todo lo que ocurrió después (quien hace imposible la paz, quien hace todos los esfuerzos por desencadenar una guerra es responsable de todo lo que ocurre después, incluidas masacres, campos de concentración y bombardeos a ciudades).


LAS LECCIONES BRITÁNICAS SOBRE CÓMO SE PREPARA UNA GUERRA

¿Existían posibilidades de un “eje París – Berlín – Moscú” en 1939? La respuesta no puede ser más que afirmativa: con una Francia que estuvo en crisis desde finales de la década de los 20, con un imperio colonial todavía más deteriorado que el inglés, tenía frontera común con un Reich que se había convertido -tras la incorporación de los Sudetes, después de la remilitarización del Sarre, tras la incorporación de Austria, tras la descomposición de aquel país artificial que fue Checoslovaquia en dos partes que, inmediatamente, solicitaron la “protección” del Reich- en una gigantesca acumulación de poder industrial y de población (90 millones de habitantes). Sin olvidar que, tras los acuerdos económico-políticos con los países de la “Mitteleuropa”, las alianzas con Italia y con la España de Franco, la economía europea se estaba “germanizando”. El Reino Unido vio desde 1935-36 que el Reich se le estaba adelantando en todos los terrenos, incluido el militar, y que en apenas unos años, no haría falta que países como Francia siguieran manteniendo una “democracia”: en apenas un lustro la economía europea, incluida la francesa, giraría en torno a la alemana y, a partir de ahí, ya era preciso reconocer que Londres habría perdido definitivamente la carrera por la hegemonía en Europa.

Solamente una guerra que se librara en territorio europeo y destrozara a las partes, tal como había ocurrido durante la Primera Guerra Mundial, podía detener ese proceso de “germanización” de Europa. Faltaba el “casus belli”. La chispa que lo incendiara todo. Y ahí estaba el nacionalismo polaco. Polonia, creada con fracciones desgajadas del imperio ruso, del imperio austro-húngaro y del Reich guillermino, mantenía la ficción de convertirse en un “imperio”. Los medios de comunicación polacos, en los años 20 y 30, aludieron frecuentemente a esta temática que estaba en el alma del nacionalismo. Ese “imperio” debía llegar desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro, absorber lo que había quedado de Prusia Oriental bajo bandera alemana, parte de Ucrania -sí, de Ucrania-, ampliar su territorio en Silesia y con regiones de Rumania, hasta Moldavia… El problema era que Polonia había pasado el “siglo de los imperialismos”, dividida en “particiones” y, el nacionalismo polaco no quería advertir que, entre dos gigantes, el Reich y la URSS, la mejor opción era un discreto neutralismo.

Otro elemento entró en juego: los servicios de inteligencia británicos y franceses habían colaborado en primera línea en la constitución de un servicio de inteligencia polaco. Estos, incluso, lograron descifrar antes el código de la máquina “Enigma” que trasladaron a los ingleses, en un episodio suficientemente conocido y que demuestra la relación estrecha entre estos servicios. A partir de 1938, los servicios británicos fueron enviando informes adulterados al Estado Mayor polaco en los que aseguraban que el ejército alemán era todavía débil y que no resistiría una guerra prolongada. Dichos informes afirmaban que, el ejército alemán era un mito y que el polaco tenía una mejor capacidad bélica. Estos informes, convenientemente manipulados, llegaron a prensa polaca que, además de llamar a la “limpieza étnica” en los antiguos territorios prusianos en manos de Polonia gracias al Tratado de Versalles, aseguraban que, en quince días de conflicto, el ejército polaco llegaría ¡a Berlín! Durante 1939 las manifestaciones en las calles de las ciudades polacas en las que podía oírse como consigna “¡A Berlín!” fueron tan frecuentes como los actos de violencia contra las comunidades germanas que se encontraban en territorio polaco.

Cuando los ingleses advirtieron que alemanes y soviéticos estaban negociando un pacto -que, en realidad, no era más que una ampliación, extensión y concreción del Tratado de Rapallo- optaron, en primer lugar, por adelantarse (fracasaron en su intento de llegar a un acuerdo con Stalin) y, en segundo lugar, acentuar su apoyo al nacionalismo polaco. Para ello, garantizaron lo que sabían que era imposible: que defenderían la causa polaca. ¿Cuál era esa “causa”? La causa nacionalista, la que quería que Danzig, la antigua capital del Hamsa, la ciudad de los Caballeros Teutónicos, no solamente no se incorporara al Reich, sino que lo hiciera a Polonia y tener las manos libres para practicar la “limpieza étnica”. En una palabra: la locura nacionalista.

Lo que la historia no ha logrado borrar del todo es:

1) el recuerdo de que, hasta última hora, Alemania ofreció negociar a Polonia la “cuestión de Danzig”, ofreciendo generosas contrapartidas.

2) el recuerdo de que los “aliados occidentales” impulsaron a Polonia a la guerra, sabiendo que su defensa era imposible,

3) que el nacionalismo polaco, crecido y amamantado por el Reino Unido, hizo imposible la paz,

4) los asesinatos constantes de campesinos alemanes que ocurrieron a lo largo de 1939, exterminados por extremistas nacionalistas y miembros de las fuerzas armadas polacas, sin que el gobierno polaco moviera ni un solo dedo para impedirlo,

5) el deseo unánime del pueblo de Danzig de incorporarse al Reich.

Poco importa que la historia oficial, desconsidere hoy, en un franco desprecio hacia la verdad, estos cinco elementos. Están ahí, para quien quiera escarbar más allá de la historia escrita por los vencedores y que todavía sigue en vigor solamente porque uno de ellos, los EEUU, siguen existiendo.

Pero este caso, como el lector habrá advertido, tiene un asombroso paralelismo con la “crisis ucraniana”.

LO QUE VA DE POLONIA A UCRANIA Y DEL REINO UNIDO A LOS EEUU
LO QUE VA DE 1939 A 2023

El Imperio Británico es un recuerdo paradójico en la medida en que hoy, las islas británicas están “colonizadas” por ciudadanos procedentes de sus excolonias. Polonia, volvió a ser reconstruida tras la Segunda Guerra Mundial, y entonces se produjo una absoluta “limpieza étnica” hasta el punto de que Prusia Oriental desapareció por completo. Siguió, primero bajo la dominación soviética y luego, una vez en la OTAN, bajo la dominación americana. Alemania es un país “reunificado”, pero sigue estando “ocupado” (todavía alberga en su territorio 40 bases militares norteamericanas e instalaciones de distintos servicios del Pentágono). La URSS ya no existe, pero Rusia, tras el período de desintegración que siguió al período Gorvachov, ha logrado reconstruirse. El Reino Unido, tras permanecer durante unas décadas con un pie en la Unión Europea y otro pie en su papel de aliado preferencial de los EEUU, optó por el Brexit y por su “espléndido aislamiento”, cada vez mostrándose más como “colonia de los excolonizados”. Ya no es nada más que una isla a la que se les acumulan los problemas internos. El eje de la política anglosajona se ha desplazado a los EEUU. Europa ya no está en el centro del mundo. Ahora los conflictos tienen una dimensión global.

En cuanto a los EEUU, no han advertido que “su” orden mundial, el proclamado al terminar la Guerra de Kuwait que lo consagraba como “única potencia hegemónica global”, está en entredicho. Las cifras indican a las claras que China, le superará en todos los terrenos dentro de esta década. Y lo que es peor para los EEUU: China no está sola. Los “países BRICS”, a pesar de sus diferentes situaciones y ubicaciones, a pesar de los cambios en las políticas interiores de algunos de ellos, están ahí, especialmente el trío formado por China, Rusia e India. La revelación ocurrió en el año 2000, cuando las empresas norteamericanas tuvieron que recurrir a los informáticos de Bangalore (India) para resolver el “efecto 2000”, o cuando Vladimir Putin llegó al poder y atajó con mano de hierro -la única posible ante una crisis- la degradación política, social y económica de Rusia. O, especialmente, cuando los EEUU se dieron cuenta que 15 años de deslocalizaciones empresariales a China y de admisión de estudiantes chinos en las mejores universidades del mundo, habían tenido como resultado una formidable concentración de poder económica, de capital y de tecnología en aquel país.

Y es en esta situación en la que ha estallado el “conflicto ucraniano”. Porque, durante los años de la pandemia la situación económica mostró su verdadero rostro: la retracción del consumo forzado por los confinamientos, retrasó la irrupción de la inflación que ya se intuía en los meses anteriores. Disminuyó el comercio mundial. Se produjo la burbuja de las criptomonedas. Pero nada de todo ello detuvo el crecimiento de la República Popular China, ni el aumento de las exportaciones petroleras de Rusia. Lo más enigmático era que ambos países estaban realizando compras masivas de oro (China había empezado a hacerlo desde principios del milenio). Inicialmente, los EEUU ignoraban ese interés por un metal noble que ellos mismos habían apartado como aval de su moneda, a principios de los años 70, para afrontar los gastos generados por la guerra del Vietnam. En realidad, mientras el dólar siguiera siendo única moneda de cambio mundial, no había porqué preocuparse: su “aval” era esa aceptación y, por supuesto, los “marines” y el poder militar norteamericano presente en todo el mundo.

Cuando un país como el Irak de Saddam Hussein aceptó el euro como moneda para pagar su petróleo, selló su destino. Muhamar El Gadafi en Libia, estudiaba otro tanto, cuando le llegó su fin. Pero, Irak y Libia no eran nada en comparación con la gigantesca acumulación de poder, tecnología, industria, población y poder militar que hoy representan Rusia, China e India. Y ahora se sabe el porqué de las compras masivas de oro: se trata de avalar una nueva moneda de cambio mundial que rivalice con el dólar. Posiblemente se trate de una criptomoneda esponsorizada por estos Estados y, a su vez, avalada por toneladas de oro… Eso supondría el fin del dólar y, por tanto, el colapso de los EEUU (el país más endeudado del mundo).

Esto explica el porqué los EEUU necesita una guerra de desgaste que ponga en funcionamiento su economía a pleno rendimiento, no solo por los beneficios que aporta la industria bélica a las arcas del complejo militar-petrolero-industrial, sino también para generar una oleada de prosperidad en los EEUU que aleje el fantasma de revueltas sociales futuras. Toda guerra, a fin de cuentas, va seguida de la reconstrucción de las zonas destruidas, algo que solamente puede realizar el país que se ha visto libre de las destrucciones. La experiencia adquirida en la Segunda Guerra Mundial pesa mucho en los planes de los centros de poder de los EEUU.

Los EEUU están ocupando en este momento, el papel que ocupó el Reino Unido en los años 30, de la misma manera que el papel de Polonia en aquella época está siendo representado por Ucrania y por el nacionalismo ucraniano. Así mismo, los EEUU han heredado el que fuera eje básico de la política inglesa durante siglos, solo que ligeramente modificado: de lo que se trata es de impedir un eje Europa – Rusia – China. ¿La excusa? “La defensa de las libertades ucranianas”.

Sin embargo, la Ucrania de hoy es como la Polonia de ayer: un país cuyas fronteras fueron configuradas por el estalinismo y que encierra a grupos étnico-lingüísticos que ni se consideran ni quieren ser ucranianos: quieren seguir hablando la lengua que han hablado siempre, quieren seguir con sus costumbres, sus tradiciones y bajo la bandera que siempre han tenido: la rusa. Estas poblaciones ya se pronunciaron en 2014 cuando decidieron configurarse como Repúblicas independientes y pedir su ingreso en la Federación Rusa.

La respuesta ucraniana fue la misma que ejerció el nacionalismo polaco en 1938-39 contra las minorías alemanas presentes en su territorio: hostigamiento, incursiones terroristas, asesinatos sistemáticos, ataques a infraestructuras… Era obligación del Estado Ruso proteger a sus ciudadanos, a los que habían dicho alto y claro que querían seguir siendo rusos en el Donbast, como era obligación del Estado Alemán proteger a los ciudadanos alemanes que siempre habían sido alemanes residentes en territorios que el azar de Versalles declaró “polacos”.

El cálculo era simple: presionar a Rusia adelantando las líneas de la OTAN lo más próximo a los edificios del Kremlin (incumpliendo las promesas realizadas a Gorbachov). Cortar los suministros de petróleo y gas ruso a los países europeos, ofreciendo como alternativas los exportados por los EEUU, incluso dinamitar directamente los gaseoductos que podrían garantizar el suministro de gas ruso a Europa Occidental; y, finalmente, recordar a los “vasallos occidentales” sus obligaciones como “socios” de la OTAN: apoyar a quien ordene el Pentágono y comprometer a Europa en una guerra que solamente es querida -incluso en EEUU- por el complejo militar-petrolero-industrial.

El pobre payaso que gobierna en Kiev, presa de su deseo de supervivencia, entregado a las presiones de la oligarquía mafiosa judía que lo sentó en la presidencia del país, ha recibido la orden de “resistir hasta la victoria final”, a pesar de que, quienes se la han transmitido, como cualquier analista militar sabe, esta “victoria” es imposible. EEUU vuelve a intentar, como hizo el Reino Unido (y los propios EEUU) en la Segunda Guerra Mundial, que el conflicto se vaya ampliando. No lo dudemos: nos encontramos en estos momentos en una etapa de “preparación psicológica” para una ampliación del conflicto ucraniano.

Nuevamente, ha aparecido en escena el nacionalismo polaco y sus reivindicaciones sobre territorios ucranianos. Polonia se ha convertido en el aliado más seguro del complejo petrolero-militar-industrial norteamericano: la base avanzada de su ofensiva contra Rusia. Y Polonia forma parte de la OTAN y de la UE. Cualquier tipo de ataque del que pudiera ser objeto Polonia -real, fortuito o, simplemente, inventado (como ya recurrió Zelensky hace unos meses lanzando un misil sobre territorio polaco que causó la muerte de dos ancianos y atribuyéndolo a Rusia, algo que los propios polacos desmintieron)- implicaría medidas de fuerza de la OTAN.

En las actuales circunstancias, la Unión Europea convertida en escenario de corruptelas y de lobbys, políticamente impotente, con desenfoques económicos y ausencia de política exterior más allá de la dictada en Washington, es un enano menguante; la UE ha cumplido rigurosamente con las sanciones económicas ordenadas desde el Departamento de Estado norteamericano, realizándose un increíble hara-kiri. A partir de ahora cualquier degradación de la situación es posible. Y de nada va a valer gritar “Zelensky no vale una guerra” si los distintos países de Europa siguen teniendo gobiernos y partidos que comen de la mano de los EEUU y si no aparece una actitud de defensa de los intereses europeos frente a los del complejo petrolero-militar-industrial de los EEUU.

Por el momento, el primero objetivo de los EEUU se ha cumplido: la UE queda descartada y anulada de una posible asociación preferencial con su vecino euroasiático.

LA ÚNICA SOLUCIÓN PASA POR LA MESA DE NEGOCIACIONES, 
NO POR LA ESCALADA BÉLICA

Creemos que estos paralelismos son suficientes como para demostrar que los “imperios” en decadencia siempre tratan de superar sus crisis mediatizando a pequeños países, gobernados por élites chauvinistas enloquecidas, a las que les han prometido futuros radiantes y ofrecido garantías imposibles de cumplir.

Tanto en la Segunda Guerra Mundial, como en el conflicto ucraniano lo que está presente es el deseo de que la masa euroasiática viva situaciones de inestabilidad y conflicto, antes con el Reino Unido impidiendo el eje París – Berlín – Moscú y ahora, el complejo petrolero-militar-industrial norteamericano impidiendo el eje UE – Rusia – China.

La gran diferencia estriba en que los medios de destrucción masiva actuales son muy superiores a los que entraron en juego durante la Segunda Guerra Mundial. Está claro que lo que los EEUU buscan es un conflicto “por fases”, una escalada gradual hasta cierto límite, más allá del cual, se transformaría en un conflicto que arrasaría incluso a los EEUU. Para los EEUU, como ayer para el Reino Unido, el conflicto debe darse en Europa continental y tener su centro en la Europa continental.

Para ello cuentan con la fidelidad bovina de los gobiernos europeos y con unos medios de comunicación masas que buscan sobrevivir en la era de transformación digital y saben que solamente pueden hacerlo publicando las órdenes que el Pentágono traslada a los gobiernos nacionales en el marco de la OTAN. ¿Y el “pueblo europeo”? Mudo como nunca, cegado por las operaciones psicológicas emanadas desde Washington, ni siquiera guiado por tuertos, sino por élites políticas cegadas por la apariencia de poder y por sus rentas, incapaces de pensar en el futuro de sus países.

¿Queréis evitar la guerra? Bien, pues tendréis que hacer una “revolución”.

Deberéis desembarazaros de gobiernos incapaces y de sistemas políticos que han demostrado su incapacidad, llevándonos hasta donde nos encontramos hoy. Pensad en el ejemplo histórico. Pensad que la historia la escriben los vencedores y que las “opiniones de los pueblos” se fabrican en laboratorios de operaciones psicológicas. Y luego pensar en vuestra supervivencia y en el futuro de vuestros hijos o de los hijos que os gustaría tener y que el actual ordenamiento del sistema os impide tener. Y cuando votéis en Cádiz o en Narvik, en Helsinki o en Lisboa, ser claros: 

NI UN VOTO A QUIEN NO PROCLAME EN VOZ ALTA: 

¡NO A LA OTAN!
¡NO AL COMPLEJO MILITAR-PETROLERO-INDUSTRIAL!
¡NI UN CARTUCHO, NI UN KILO DE CHATARRA PARA ZELENSKY!
¡SOLO NEGOCIACIONES DE PAZ!
¡NUNCA MORIR POR KIEV NI POR EL PENTÁGONO!









miércoles, 22 de febrero de 2023

Escritos para tiempos apocalípticos: EL HOMBRE MODERNO: UN SER ROTO

Esto no es vida…”, se oye decir con frecuencia. Las antesalas de los psicólogos están cada vez más repletas de pacientes. Se calcula que en apenas 20 años el 40% de la población mundial se verá afectada por trastornos psicológicos. La psicología es una de las profesiones de futuro que absorberán más profesionales. No es complicado: se trata de aprender a escuchar (o aprender a simular que se escucha) y recetar alguna pastilla.

En la raíz del problema, reside el fenómeno de que el ser humano moderno no “vive”, sino que “soporta la vida”, la experimenta como un sufrimiento y la privación de algo que es incapaz de definir. Las distintas formas de “positivismo” le han amputado la posibilidad de una “vida superior”. Y le han dicho que morirá. Le cuesta aceptarlo. Y, para colmo, la marcha de las últimas décadas de civilización ha roto los vínculos orgánicos que unían el Yo al mundo que le rodea. Hubo un tiempo en el que “vivir” y tener una vida que pudiera llamarse “plena”, implicaba ser consciente de que esa existencia se desarrollaba en un marco orgánico y “ordenado”. Desde hace unas décadas, nuestro tiempo ha demostrado su capacidad “entrópica”, esto es, la posibilidad de renunciar al Orden y arrojarse en brazos del Caos.

Tal como ocurrió cuando Nietzsche decretó la “muerte de Dios”, el ser humano se ha visto solo, aislado, sin vínculos con nada de lo que le rodea. Es el nihilismo que aparece en el corazón como un agujero negro que nada (ni el consumo, ni el hedonismo, ni el entertaintment) es capaz de llenar. Es dudoso que el resultado de todo esto se le pueda considerar "vida". Por eso decíamos que el hombre moderno no vive, sino que soporta la vida. Un repaso rápido, nos lleva a aislar y reconocer nueve “rupturas” con los lazos orgánicos que, en una sociedad “normal”, “ordenada” y “tradicional”, constituían soportes de lo humano:

1. LA RUPTURA DEL HOMBRE CONSIGO MISMO

El hombre moderno ignora cuál es su verdadera naturaleza: apenas sabe nada importante de sí mismo. Conoce sólo sus instintos (atenuados) y sus necesidades cotidianas y contingentes y al actuar en función de ellas termina convencido de que no es nada más que un tubo digestivo que es preciso alimentar y satisfacer en unas pocas necesidades más de ocio y placer, que la evolución de los aspectos culturales de nuestra civilización nos indica que revisten cada vez formas más vulgares, groseras y primitivas.

Pero el hombre es algo más que un paquete biológico con necesidades animales. Cualquier antropología tradicional implica una concepción más completa y realista: el hombre es cuerpo físico, pero también flujo mental (que puede controlar o mediante el cual puede ser controlado) y finalmente, late en él una chispa sobrenatural que hace de él algo diferente al resto de la naturaleza y que es precisamente lo que le une al Todo.

Una concepción reduccionista -utilitarista, si se quiere- hace del hombre un cuerpo, hecho de materia, que es preciso mantener y una mente atraída por las necesidades de esa misma materia que hay que satisfacer en lo que pida: el eje de la vida se desplaza de un polo trascendente (la concepción del hombre como un ser integrado en la naturaleza, pero al mismo tiempo radicalmente diferente a la misma, es decir, una vida orientada a satisfacerlos aspectos trascendentes) a un polo contingente (la vida como búsqueda del hedonismo más elemental y menos exigente).

2. LA RUPTURA DEL HOMBRE CON LA NATURALEZA

Una concepción materialista y economicista de la vida, debía repercutir, antes o después, en la naturaleza: la optimización de los beneficios, las leyes del mercado, la rentabilidad de cualquier acción, la productividad a todo trance, debían finalmente, agredir a la naturaleza. Los tiempos en los que el hombre tenía conciencia de que, en su parte contingente, formaba parte de esa misma naturaleza, han quedado atrás hace mucho.

La sobreexplotación de la naturaleza, los problemas del medio ambiente, las catástrofes derivadas de formas primitivas de aplicación de la energía nuclear o los accidentes en los transportes de petróleo, los experimentos genéticos descabellados, todo ello, no son sino pruebas fehacientes del enfrentamiento del hombre con la naturaleza. Una lucha titánica en la que el hombre -como el Titán mitológico- siempre tiene las de perder.

Una vida integrada del hombre en relación a la naturaleza implica la utilización racional de los recursos que ésta ofrece; una ruptura, en cambio, implica sobreexplotación, agresión y conflicto. A estas alturas es imposible seguir compartiendo actitudes "progresistas" según las cuales el progreso científico irá compensando y corrigiendo el deterioro del entorno ecológico. Más aún: el encarrilamiento actual del progreso científico supone, día a día, una ruptura mayor del hombre con la naturaleza. Hablar de “progreso sostenible” es inconsecuente: no hay progreso continuado posible, por “sostenible” que sea, en un planeta de recursos limitados.

La carrera entre una ciencia que deteriora el medio y otra ciencia que intenta paliar este deterioro prosigue frenética y sin cesar, con un resultado problemático al final del camino. Por otra parte, no se trata solamente de las cuestiones “ecológicas”. La ecología aparece cuando el ser humano deja de “sentir” la naturaleza como algo animado que habla en un lenguaje que éste ya no puede entender. La ecología actual es, antes bien, el producto del deseo de supervivencia, esto es, del miedo a la muerte. Y, por tanto, puede ser entendida como otra “cobertura al nihilismo”, estimulado y acrecentado por la Agenda 2030.

3. RUPTURA DEL HOMBRE CON SUS SEMEJANTES

Las sociedades modernas son profundamente insolidarias. El fenómeno no es nuevo. Desde que se definieron las relaciones entre los hombres como "homo homine lupus", estaban sentadas las bases para la aparición de un hiperindividualismo y para la abolición de los lazos de solidaridad, incluso para la desaparición de la esfera de “lo comunitario”.

Fenómenos posteriores como el nacionalismo (que aparece con la revolución francesa, siendo en la práctica el individualismo de los pueblos), el racismo (que se afirma a lo largo del siglo XIX a partir del colonialismo anglosajón), el individualismo (para el cual el hombre es una unidad atómica separada de otras idénticas a él y necesariamente enfrentada), unido a la acumulación de capital y al afán de lucro y de usura, se fueron radicalizando a lo largo del siglo XIX y XX y hoy no dan pie a ningún optimismo.

El repliegue individualista que registran las sociedades modernas, en las que nadie está dispuesto a sacrificarse por nada y ningún valor es defendido fuera de los estrictamente economicistas, hacen de la sociedad algo profundamente fracturado, roto y en crisis irreversible.

4. RUPTURA DEL HOMBRE CON LA MUJER Y LA SEXUALIDAD

Sería injusto afirmar que la concepción tradicional de la pareja ha entrado en crisis; lo que está en crisis es la concepción burguesa de las relaciones hombre-mujer: la sumisión fálica de la mujer al hombre, ha sido sustituida por el igualitarismo a ultranza y en todos los órdenes. Pero la alternativa no está ahí; si la sociedad burguesa rompió la complementariedad hombre-mujer, lo que siguió después, no fue un "ir a más", sino un descender un peldaño: el de la reducción de la feminidad al tipo de varón, integrándose progresivamente en todas las actividades de éste, como si esto fuera una conquista, cuando en realidad lo que implicaba era llegar a las últimas consecuencias de una sociedad machista, la integración de la mujer en el modelo "macho". Pero esto supuso olvidar muchas cosas. Basta mirar a nuestro alrededor para percibir que la feminización del varón, se completa en nuestros días con la virilización de la mujer. Tal es el “plan” de los “ingenieros sociales”, la última elucubración y el producto final de una locura que ni siquiera es consciente de los desequilibrios psicológicos y sociales que está generando que tiene su expresión extrema en los “estudios de género” y en las concepción de “nuevos modelos familiares” (cuando la “familia” puede ser cualquier tipo de relación es que la familia pasa a ser nada).

En primer lugar, este planteamiento ignora la importancia de la sexualidad en la vida humana. Existe atracción sexual en tanto que existe polaridad entre los dos sexos. Polaridad implica atracción: más fuerte es la polaridad, más fuerte es la atracción, más atenuada está, más débil es el vínculo erótico. Un mundo en el que los dos sexos tienden a igualar sus performances es un mundo sin polaridad, luego un mundo en el que la tensión erótica se ha relajado o desviado.

Cuando se reconoce que una sociedad nunca ha sido tan libre y permisiva desde el punto de vista sexual como hoy y nunca se han dado a hombres y mujeres tantas posibilidades de gozar, hace falta añadir que, precisamente, nunca como hoy han existido tantas psicopatías y disfunciones sexuales (y, desde edades tempranas, lo que índice a las claras el fracaso de la “educación sexual”).

La integración de la mujer en el mercado de trabajo (como trabajadora alienada y consumidora integrada), su incorporación a trabajos ingratos y desfeminizantes, su equiparación al varón, solamente puede ser considerada como una “conquista” por mentes abyectas y deformadas, nunca por cerebros sanos y objetivos.

5. RUPTURA DEL HOMBRE CON SUS HIJOS

La aceleración de los ritmos de la historia ha hecho prácticamente imposible la comunicación generacional. Las jóvenes generaciones lo ignoran casi todo de sus padres y lo que estos pueden transmitirles ya ha periclitado o carece de valor.

En este contexto el papel educador de los padres (en el supuesto de que estuvieran en condiciones y supieran educar a los hijos) se ha difuminado: los padres, delegando en el Estado y en su "educación obligatoria" la formación de sus hijos, han renunciado a aportarles algo de sí mismos, confiando en los buenos oficios de las escuelas públicas o de los colegios privados.

Pero la educación es algo más que cinco horas de clase al día. La educación global implica convivencia, transmisión continua, y, sobre todo, ejemplo. El papel del padre de familia se ha devaluado: ha dejado de ser, ejemplo, educador y orientador de sus hijos, para pasar a ser la persona que trae dinero a casa, en hogares en los que la mujer hace otro tanto y los niños nacen y crecen con el “chupete electrónico” (Tablet, teléfono móvil, videojuegos, plasma, streamings), desinteresados completamente del mundo de los padres.

No es de extrañar que el impulso vital que hace que una sociedad se prolongue en sus hijos, haya disminuido en Occidente y la pirámide de población se invierta. ¿Para qué tener hijos? Desde el punto de vista económico, son ruinosos; y este es el único punto de vista que hoy cuenta, el economicista.

6. RUPTURA DEL HOMBRE CON LA "RES PUBLICA"

Occidente entero, el Primer Mundo, vive regímenes de democracia formal. En la práctica, estos regímenes no son otra cosa que partitocracias tuteladas por una oligarquía económica. La libertad de expresión ("se puede decir todo, pero no sirve para nada") es una ilusión formal. Las elecciones "democráticas", no solo se celebran ante una indiferencia cada vez mayor, sino que además las opciones en liza han sido uniformizadas en función del "realismo" y del "posibilismo": derechas e izquierdas liman sus aristas y se convierten en confusos conglomerados de “centro”. Los “estadistas” han desaparecido. El político actual, ni siquiera tiene carisma, es un producto de marketing publicitario como una leche pasteurizada o una crema de cacao. En lugar de elegirlo en el super, se elige mediante el ritual electoral.

Hoy, “democracia”, en Occidente, supone elegir cada cuatro años, a unos sujetos con los cuales no existe la más mínima relación, divorciados completamente de sus electores, impuestos por las cúpulas de los partidos (esto es, por los grupos de presión a los que sirven), y cuya tarea se limita a apretar un botón siguiendo las consignas de su jefe de grupo parlamentario. No tienen iniciativa propia, ni autonomía de decisión, ni vínculos con los problemas reales de sus electores. De hecho, les repugna cualquier relación con estos: apenas buscan mejorar su situación personal por el camino de la política. Para conquistar el favor de la población, deberán mentirles, les halagarán, dirán lo que esperan oír de ellos, para, ya elegidos, luego centrarse en la mejora de su situación. No es raro que las cualidades que se requieren para ser político hoy en día pertenezcan, sin excepción, al cuadro clínico propio de los psicópatas. Así ha sido en todas las democracias y tampoco esto cambiará en el siglo XXI.

Para colmo, la pared que separa la vida política de la económica es tan fina como un papel de fumar: los grandes negocios se realizan al abrigo del poder que, frecuentemente es cortejado por mafias corruptas y corruptoras. Esta degeneración de la vida pública aumenta, día a día, la separación entre el país real y el país legal. Por lo demás, puede intuirse la repercusión que tiene en la sociedad el mal ejemplo de unas instituciones corruptas sobre una sociedad presionada por necesidades economicistas: es el "aquí vale todo" que vivimos. La economía dirige a la política, el poder económico al poder político, las necesidades del rendimiento máximo del capital se traducen en decisiones políticas y, a la postre, en la misma política aplicada, en lo esencial, por todos los partidos, se reclamen de derechas, de centro o de izquierdas...

La separación de poderes, base del liberalismo democrático, es mera entelequia; la representatividad de las instituciones es más que cuestionable en tanto que los electores no reciben suficiente información (sino consignas y mensajes publicitarios) a la hora de votar. Por lo demás, todos hemos asumido la normalidad de que los partidos traicionen el voto de los electores y hagan todo lo contrario de lo que han prometido...

En estas condiciones el hombre moderno no participa de la vida pública. Esta ha sido usurpada y acaparada por una clique de políticos tan corruptos como incapaces para los que la gestión del poder por el poder y de éste para obtener un mayor beneficio personal, es la única norma y objetivo.

7. RUPTURA DEL HOMBRE CON LO TRASCENDENTE

Entendemos por trascendencia el impulso del hombre hacia el conocimiento de lo que está por encima de él. La trascendencia forma parte de la naturaleza humana, tanto como su aspecto biológico o su flujo mental. El marco a través del cual el hombre pudo vivir en el pasado la trascendencia, no era únicamente el religioso; buena parte de las técnicas de ascesis no están necesariamente ligados a ninguna forma religiosa concreta. Estas técnicas forman parte del esoterismo, que se sitúa en un plano distinto a la mera religiosidad exotérica. Si ésta tiende a la “salvación”, la otra aspira a la “liberación”.

En Occidente, la Iglesia Católica, renunciando a cualquier forma de esoterismo, poniendo el énfasis solo la fe y en el culto ritual, ha sido uno de los responsables de la ruptura del hombre con la trascendencia. El esoterismo implica la posibilidad de tener directamente la experiencia de lo Absoluto. La Iglesia, hace pasar tal experiencia a través del sacerdote y de la fe, no de una ascesis interior, presente solamente en formas minoritarias y marginales dentro del cristianismo para el que el elemento emotivo y sentimental sigue siendo el vector principal.

El resultado ha sido, no solo la disolución progresiva de los lazos del hombre con lo trascendente -lo que se operó en una primera fase- sino la desviación posterior del impulso hacia la trascendencia. Esta desviación se operó en dos direcciones diferentes: de un lado con la aparición de ideologías político-sociales que implicaban la aceptación de dogmas, ritos, culto, sacerdotes, escritos sagrados, etc. (el marxismo en primer lugar), y de otro, la proliferación de sectas seudo-religiosas, cultos exóticos, ocultismo de distintos pelajes, etc. que han constituido lo que podemos llamar "supermercado espiritual". Finalmente, en el marco occidental, esta panorámica se terminó con el papado de Benedicto XVI que, en rigor, debería ser considerado el “último papa”, a la vista de que su sucesor no es más que un triste servidor de la corrección política que gobierna sobre un “imperio mundial” en vías de desaparición en el que, históricamente, ha sido su centro geopolítico: Europa.

8. RUPTURA DEL HOMBRE CON LA ECONOMIA

La economía ha pasado, en el decurso de los siglos, de ser un accesorio para facilitar la vida social, a dirigir la totalidad de las actividades humanas. El hombre ha dejado de utilizar la economía para su beneficio y se ha convertido en una pieza más del complicado engranaje de producción y consumo.

La economía en las sociedades tradicionales estaba situada en el nivel que le correspondía: junto a la función productiva. Ahora bien, al convertirse la burguesía en clase social preeminente, impuso sus valores a la totalidad de la sociedad y los convirtió en hegemónicos: afán de lucro y usura, leyes del mercado, de la oferta y la demanda, etc. La economía es la ciencia que trata de ordenar, interpretar y encarrilar todos estos elementos.

Pero el burgués utilizaba un arma peligrosa para alcanzar sus fines: el capital. Poco a poco, la acumulación de capital se ha ido concentrando en cada vez menos manos y ha terminado cobrado vida propia: la economía se ha vuelto omnipresente, rige los destinos de los hombres y de las naciones, dirige la política e impone sus leyes en todos los campos de actividad humana y millones de hombres sufren las oscilaciones de un sistema económico que ya nadie controla y que solamente es comparable a un toro desbocado que no se sabe hacia dónde orientará sus próximos movimientos, ni que destruirá primero.

Ya hemos dicho que la economía, para servir a la realización de sus leyes objetivas, ha terminado por agredir, de un lado al hombre, de otro a la naturaleza; pero esto no es todo. En los últimos 200 años se han ido produciendo crisis coyunturales en el sistema económico capitalista, que, mejor o peor, se corregían mediante ajustes técnicos; pero hoy, un examen pormenorizado de la actual crisis económica demuestra que no es coyuntural, sino estructural: pero la reforma de las estructuras económicas, pasa por el rompimiento de las leyes del capital y éste hoy, es hegemónico e inamovible y camina hacia sus últimas consecuencias lógicas: máxima acumulación de bienes, optimización de los costos de producción, regímenes de oligopolio, etc. con sus secuelas sociales: alienación del trabajo, legiones de parados, desfase entre la oferta de consumo y las posibilidades reales de consumir, marginación de sectores cada vez mayores de la población, etc. Finalmente, el intento de estructurar una economía globalizada se ha saldado con una inestabilidad creciente de todo el sistema y un tránsito de la economía de producción a la economía financiera y especulativa. La Cuarta Revolución Industrial arrojará al paro a millones de seres humanos, sin otra esperanza que el “salario social”. Las luchas entre el capital acumulado en las dos primeras revoluciones industriales de un lado y las procedentes de las dos últimas, generarán tensiones insuperables en el interior del sistema mundial, roto, finalmente, desde el inicio del conflicto ucraniano.

9. RUPTURA DEL HOMBRE CON EL SABER

A partir del triunfo de las nociones mecanicistas de la ciencia, se operó un cambio sustancial en ésta: el saber dejó de ser algo universal y se fragmentó en especializaciones horizontes progresivamente más estrechos. La educación integral de los científicos se olvidó y la ciencia se convirtió en una búsqueda ciega y sin conciencia, en la que el desprecio más profundo por la dignidad humana, por la seguridad del entorno ecológico y por la calidad de vida, se utilizó en beneficio de los intereses de los consorcios inversores.

El saber -al igual que la economía- ha pasado de ser un instrumento en manos del hombre, a convertirse en una cadena de hierro que marca su esclavitud. Hoy sabemos que la idea del progreso indefinido es engañosa y que los avances técnicos solo mejoran la vida en sus aspectos más superficiales, sino banales. Incluso cabe decir que muestran el signo de los tiempos, el zeitgeist de una época. No puede extrañar, como hemos dicho antes, que las fortunas de Silicon Valley inviertan de manera preferencial es investigar las posibilidades de “prolongar la vida”, incluso de alcanzar la “vida eterna”.

Ahora bien, dado el proceso economicista de las sociedades modernas, el saber -que en otro tiempo abarcaba ramas muy diferentes del pensamiento humano- ha quedado reducido al saber científico y éste, a su vez, al saber utilitarista: solo merece ser investigado aquello de lo que puede derivar un beneficio, sin importar cualquier otra consideración ética o moral, ni siquiera sus repercusiones sociales: los espectaculares avances en biotecnologías o en robótica,  son significativos a este respecto.

Dado que las humanidades no tienen hoy un “valor añadido” evidente, tienden a ser desterradas de la enseñanza y desvalorizadas por las nuevas generaciones. Idiomas como el latín y el griego, cuyo aprendizaje no suponía un alarde de erudición, sino un instrumento para comprender el significado de las palabras y la génesis de las ideas, desaparecen de los programas de bachillerato. La memoria -ese "músculo" a desarrollar- es estigmatizada por una pedagogía "progresista" y su práctica -que todas las civilizaciones tradicionales han colocado en el centro de su sistema pedagógico- borrada literalmente de los nuevos planes de estudio. El resultado son niños que utilizan constantemente la calculadora para sumar cantidades mínimas y que ignoran todo sobre el origen de su cultura y su pasado. El empobrecimiento humanístico de un saber así concebido, es tan evidente como dramático.

SOLDAR LAS RUPTURAS: PARA QUE HAYA VIDA ANTES DE LA MUERTE

De todas estas rupturas emana una psicopatología social que afecta a las sociedades en tanto que tales y a los individuos aislados en tanto que miembros de unas sociedades en crisis.

Evola tenía razón en 1962 al comparar la marcha actual de la civilización con una bola de nieve que cae por una ladera arrastrándolo todo y a velocidad progresiva. Parece como si a lo largo de los últimos doscientos años la historia se hubiera acelerado adquiriendo la forma de una curva asindótica en la que las fechas son el eje de ordenadas y los progresivos niveles de desintegración están representados por el eje de abscisas. Pues bien, la existencia del hombre antes de la muerte, se desenvuelve en ese marco espectral. Hoy, el proceso de decadencia está incomparablemente más avanzado que hace 60 años, cuando Evola escribió aquellas inspiradas páginas. Estamos en la fase final de un ciclo de civilización.

No podemos “arreglar el mundo”. Este mundo y el “sistema” que lo rige es demasiado complejo para poder ser modificado por individuos, movimientos o países aislados. El proceso de desintegración, parece imparable y todo induce a pensar que seguirá hasta sus últimas consecuencias. Como máximo se podría esperar que determinadas opciones consiguieran ralentizar los pasos hacia el abismo, pero la humanidad ya está encarrilada en esa dirección y, de la misma forma que, el pequeño cayac que es arrastrado por una corriente indómita al final de la cual se encuentra una cascada imposible de evitar, apenas logrará retrasar unas décimas de segundo la fatal caída por el vacío, así mismo los esfuerzos públicos y la actividad militante de individuos o de movimientos, sinceros y que perciban la gravedad de la crisis, son dignos de recibir nuestra atención y apoyo, no debemos, sin embargo, hacernos ilusiones.

Augurar el colapso de nuestra civilización no es un “mito inmovilizante”, más bien supone un estímulo para la acción, sólo que orientada en una dirección diametralmente opuesta a la que, hasta hace poco, se estimaba posible: más que orientadas a éxitos políticos y a acceder a organismos democráticos, a conquistar un espacio político, quienes son conscientes de la gravedad de la crisis, deben reconocer la imposibilidad de elegir opciones dentro del “sistema”, algo que podía percibirse desde los tiempos de la Guerra Fría: ¿existían posibilidades de elegir entre el ocupante soviético de Europa Oriental y el ocupante americano de Europa Occidental? ¿cuál de las dos opciones era mejor? ¿Y hoy? ¿existe alguna diferencia entre la globalización tal como se percibe desde China o desde los Estados Unidos? ¿políticas conservadoras o políticas progresistas? ¿mercado liberal globalizado o Estado liberal al servicio de la globalización?  

Resulta imposible pronunciarse ante estas disyuntivas. Y lo que es peor: no sirve de nada. Porque el sistema funciona independientemente de la voluntad de los humanos. Es un mecanismo ciego que no tiene nadie al frente del timón, no obedece a planes de control mental, a conspiraciones de iluminados, ni a la voluntad de sectas secretas. Es un mecanismo monstruoso que ya ha adquirido vida propia y que camina inexorablemente hacia sus consecuencias últimas.

En estas circunstancias los éxitos políticos puntuales solamente serían el precedente de nuevos y mayores desequilibrios. Incluso, aunque en una zona geográfica fuera posible restablecer un principio de Orden y de Autoridad, el inevitable desplome interior hacia el que camina el sistema mundial, convertiría ese espacio en una ciudadela sometida al asalto constante de fuerzas mucho mayores en número.

Es preciso, por tanto, establecer un orden de prioridades:

1) Recuperar nuestra vida. En una palabra: ser consciente de que hay una vida antes que la muerte y vivirla en plenitud, satisfechos de nuestro paso por el mundo. Para ello, además de ser conscientes de lo que supone vivir, deberemos seguir alguna práctica de meditación y ascesis que adiestre nuestro espíritu, lo serene, y nos proporcione, en la medida de lo posible, la certidumbre de estar despiertos en un mundo de las sombras de los que duermen.

2) Convertirnos en islas de claridad en un mundo rodeado de tinieblas. Lo que significa, renunciar a las ambigüedades, ser radicales apuntando a las raíces de los problemas, ser ejemplos de vida e integridad: ni bajar la cabeza, ni pedir perdón por ser quienes somos y por denunciar lo que denunciamos.

3) Organizarse hoy para poder estar presentes en la reconstrucción del mañana. No podemos aspirar a victorias inmediatas, ni al “cortoplacismo”, tampoco a triunfos efímeros que no puedan apuntalarse una vez alcanzados. Debemos trabajar ante la perspectiva del derrumbe -a medio plazo- de todo el sistema mundial, preparar las ideas-fuerza, los argumentos y, especialmente, a las élites que estarán en condiciones de reconstruir un modelo de sociedad tras el desplome interior del sistema mundial. Estamos hablando de “élites organizadas” en la clandestinidad, sin tratar de salir a la luz pública, lo que implicaría ser barridas en las actuales circunstancias.

Es imposible ir más allá y establecer objetivos situados más allá de estas exigencias. Sabemos que el desplome se producirá y será una “tormenta perfecta” global (lo que Guillaume Faye llamaba “convergencia de catástrofes” y el Foro de Davos calificaba como “policrisis”), pero no estamos en condiciones de establecer, a partir de ese momento de crisis, cómo se desarrollarán los acontecimientos, ni los plazos en los que se prolongarán los momentos críticos. Por eso es importante tomar como piedra angular a la persona y a los que se identifican en un mismo criterio ante lo que está ocurriendo.

El primer objetivo es, pues, vivir la vida, intensamente, sin tiempos muertos. Pero una vida "rota" no es vida, tal como a la que nos ha contenido el sistema mundial en esta fase de civilización, es un sucedáneo de vida. Frente a las nueve rupturas y desintegraciones que hemos definido, no queda más que una vía: recuperar el sentido -etimológico- de lo religioso. La palabra religión procede del latín, "religare", volver a unir. En sánscrito, la palabra "yoga", deriva igualmente de "yug", (raíz que, por derivación directa a dado origen a la palabra latina "yugo", unión) cuyo sentido es idéntico. Al hablar de "religión" nos estamos refiriendo no a dogmáticas concretas, ni a cultos o fes particulares, sino a la recuperación de una sabiduría capaz de reintegrar los distintos aspectos de la vida del hombre en una totalidad holística, en un conjunto unitario. Eso y solo eso, puede ser considerado como “verdadera vida”.

Solo así la vida recuperará un sentido. Solo así, podremos decir que vale la pena vivir la vida y más aún, que existe una vida antes de la muerte... al menos una vida digna de tal nombre.








 

viernes, 10 de febrero de 2023

LIBRO RECOMENDADO "1969" – Eduard Márquez

Hará siete u ocho años, Eduard Márquez me comentó que quería escribir una novela ambientada en Barcelona que abarcase desde el “estado de excepción” de 1969 hasta 1980, con la llegada de Jordi Pujol al Palau de la Generalitat. Doce años. Me preguntó si podía aportar algún dato sobre aquella época. Desde entonces nos hemos visto con regularidad hablando de lo divino y de lo humano (incluso de lo infrahumano). A medida que nos íbamos viendo, me comentada lo que avanzaba, las sorpresas que le iban aportando testimonios de otros que, como yo, habíamos vivido aquellos años. Hará tres años -si no recuerdo mal- se embarcó en la consulta de archivos olvidados en instituciones oficiales, polvorientos, que nadie había abierto desde la transición. A 20 céntimos la fotocopia. Y recopiló miles. Aquel proyecto no terminó de prosperar. El autor -según sus propias palabras- sufrió un “bloqueo creativo”. Era normal; demasiados testimonios, exceso de documentación. Así que anunció un replanteamiento del proyecto en un acto público en el Teatro Romea.

Para quien no lo conozca, Eduard Márquez, de la quinta del 60, esto es ocho años más joven que el que suscribe, se dedica a la literatura y a la enseñanza. Desde 1991 ha ganado fama de buen artesano de la literatura con cinco novelas, varios premios, dos volúmenes de cuentos breves, algo más de una decena de libros para niños y dos libros de poesías. Es, pues, un escritor consolidado que suele escribir en catalán. En su vertiente como pedagogo, enseña “a escribir” (y doy fe de ello, porque fue capaz de leer algún mamotreto infumable que yo mismo había escrito y tener la sinceridad de decirme: “por ahí no vas bien; rectifica esto, anula aquello, recompón lo otro…”, que se resumía en las palabras ausentes: “no seas un plasta”; en una palabra, me enseñó las reglas que debe seguir el novelista para que su relato sea coherente, comprensible y tenga una estructura interior racional).

Lo sorprendente es que, en 1969, Márquez hace todo lo que no recomienda hacer a sus alumnos. Y si el resultado ha salido una “obra bien hecha”, no es porque se haya limitado a “romper las reglas”, sino porque ha podido romperlas con un bagaje de lecturas a sus espaldas que le han permitido componer una obra -digo “componer”, no “escribir”- inédita hasta ahora. Romper cánones es imprescindible para renovar un campo como la literatura, atascado y saturado. Pero solo puede renovar aquel que domina la técnica y “tiene oficio”.  

La primera sensación que tuve al ojear el libro fue como esas visiones que tiene la gente que está a punto de cascar, no casca y luego puede contar que por su mente pasaron, acelerados, sus recuerdos. Esta sensación vino reforzada por la foto de portada que muestra a un joven corriendo sobre unos adoquines hoy ya cubiertos por capas y capas de asfalto. La foto era del 69, estaba tomada en aquel entrañable Paralelo en el que aún quedaban cervecerías, cines y teatros, fronterizo con aquella entrañable sordidez del barrio Chino a un lado y al otro las fábricas y la laboriosidad de las gentes del Poble Sec.

Antes decía que Eduard Márquez no ha "escrito" el libro: lo ha “compuesto”; me explicaré. Márquez no ha puesto ni ha quitado nada a lo que unas decenas de testimonios, hemos aportado. Simplemente nos ha obligado a recordar. Inicialmente, fui algo remiso a exprimir esa parte de mi cerebro en el que estaban almacenaron recuerdos y vivencias de un pasado que tiene ya -oh maravilla de maravillas- más de medio siglo. Lo que valía la pena recordar de aquel tiempo ya lo plasmé en las Ultramemorias. Pero, Eduard me puso una pistola en el pecho en forma de grabadora y me obligó a recordar. Presté mi testimonio y ahí está recogido, con una fidelidad extrema, sin alterar ni una palabra, disperso en varios fragmentos.



Es de agradecer que los testimonios sean anónimos. Los entrevistados tuvimos la posibilidad de aportar lo que vivimos entonces, pequeñas experiencias que, en sí mismas, y a la vista del más de medio siglo transcurrido, no eran nada, pero que juntas, componen un fresco de la Barcelona de 1969. Eduard sumó a los testimonios material documental inédito: informes policiales, cartas recibidas, cruzadas y enviadas desde el Gobierno Civil a la policía, desde particulares a instituciones, informes de situación, sobre detenciones, discursos de Franco, decretos oficiales, sentencias, notas de prensa… Agregó documentos, artículos, panfletos, que circularon clandestinamente aquel año. Ordenó todo este material en algo más de 500 páginas, con ritmo, medida y armonía. No soy yo, ni mi antiguo compañero de clase, o aquel con el que compartí lonas de campamentos, ni aquellos que estaban en posiciones políticas diametralmente opuestas a las nuestras: es una voz colectiva la que emerge de esas páginas y describe un paisaje muy exacto de cómo fue aquella época y de cómo pensábamos los que entonces éramos jóvenes, teníamos ideales y estábamos dispuestos a sudar la camiseta por ellos. Por eso era necesario que los testimonios fueran anónimos.

*     *     *

Una vez leído el texto, me convencí de que, mi primera impresión no estaba tan errada: otros testimonios, algunos de conocidos míos y otros de gente que cuya existencia he sabido a través de la prensa, o testimonios completamente anónimos, aportaban pinceladas que había olvidado, pero que completaban mi propia visión; detalles que para mí resultaban insignificantes, pero que otros retuvieron en sus memorias; textos que no recordaba de revistas que habían pasado por mis manos; episodios, lugares, referencias, incluso la existencia del pequeño archivador verde en el que guardaba fichas con las direcciones de los grupos neofascistas del extranjero y que había olvidado completamente. Mi vida en 1969 pasó por delante de mis ojos durante las horas de lectura de esta obra. Pero no era mi vida, era la vida de una generación, de una época, de un país y de una ciudad.

Hacía falta que alguien tuviera la paciencia franciscana, la objetividad y la ausencia de prejuicios del aparato de rayos X, la minuciosidad del copista medieval, para recopilar todo este material y dar a luz un volumen que tiene mucho de naturalismo (todo lo que se cuenta, ocurrió en realidad), toques de surrealismo (eran los 60 y algunos informes policiales parecen sacados del cajón de los Hermanos Marx), matices de esperpento (el “ácido”, la “maría” y la psicodelia había hecho su entrada triunfal), pinceladas costumbristas y pizcas de humor. Todo ello, entremezclado, da al volumen ese aroma de realidad poliédrica que buscaba el autor. Todo el material reunido por Eduard, ayuda a entender una generación que tuvo muchos matices y distaba mucho de ser homogénea. Esto no se había hecho nunca hasta ahora.

En 1969, todos los que vivíamos nuestra juventud “sin trabas y sin tiempos muertos”; como decía Drieu en Gilles, "no sabemos lo que hay que hacer, pero lo haremos". Y, sobre todo, teníamos esperanza: esperanza en la llamada de la patria, esperanza en la lucha de clases, esperanza en la capacidad revolucionaria de la clase obrera, esperanza en el “Cristo Obrero” o en el “Cristo Rey”, esperanza en la revolución cultural (cualquiera que fuera), esperanza en la contracultura, en el marxismo-leninismo-pensamiento-mao-tse-tung, en las consignas del partido, en los sermones de Santiago Carrillo y en el "rosario en familia" del Padre Peyton, en la lucha armada, en el neofascismo, en Europa, en el gregoriano o en la Misa Luba, en la llegada de los extraterrestres o en Trotski, o en ambos, en el socialismo, en el nacional-sindicalismo o en el sindicalismo a un lado y el nacionalismo a otro, en pensar que una huelga mejoraría las condiciones de trabajo o que una lucha vecinal era una parte de la lucha por las libertades, en las libertades democráticas o en los mundos generados por el ácido o por un porrito bien servido… De eso, hoy, ya no queda nada. De hecho, ni siquiera quedan los adoquines de la foto de portada. La esperanza se ha volatilizado; aquella ciudad está hoy instalada en “el corazón de las tinieblas”. La caja de Pandora, abierta, sigue repleta de “horrores”, pero desprovista de esperanza. La Ciudad Condal, ya no es la “ciutat cremada”, sino “la ciudad jodida”; o si lo preferís “la ciutat fotuda”.

*     *     *

En 2023, los que hemos aportado testimonios para componer este libro, estamos en la “línea del frente”, allí donde se producen más bajas. Me cuenta Eduard que ya han muerto dos personas cuyos testimonios recoge el libro (una de ellas, el inolvidable Pau Riba). Dentro de unos años resultará imposible reconstruir la transición con “fuentes primarias vivas”.

El libro viene en un momento en el que, desde muchos ambientes se está revisando la “transición”. Nada encaja en la “versión oficial” que se ha dado de aquellos años: ni empieza con la muerte de Franco, ni termina en 1978 con la aprobación de la constitución. Fue un período mucho más amplio en el que tanto Adolfo Suárez, como Juan Carlos I, como Carrillo, no fueron en absoluto los “motores del cambio”, sino que se vieron, como los peces muertos, arrastrados por una corriente que les trascendía y que eran incapaces de dominar.  Queda todavía mucho por explicar sobre la “transición”; la suerte es que nos constan varias iniciativas, tanto en España como en el extranjero, de “revisar” la historia de aquel período. De ahí la necesidad de que este libro tenga continuidad: que, tras 1969, aparezca 1970, 1971… y que aparezcan pronto, porque las bajas en la “línea del frente” crecerán en los próximos años.

No me cabe la menor duda que el trabajo iniciado por Eduard Márquez con 1969, es un precedente para esta tendencia a la revisión de nuestra historia reciente (y es que hay que ser muy, pero que muy “revisionista”, para que no te la metan doblada). Me quedarían muchas cosas por transmitir después de haber leído este libro de Eduard Márquez, pero evitaré ser un plasta; así que os recomiendo su lectura en la espera de que os diga tanto como me ha dicho a mi.

1969 – Eduard Márquez – L’Altra Editorial – Barcelona 2022 (edición en catalán)
1969 – Eduard Márquez – Editorial Navona – Barcelona 2022 (edición en castellano)