domingo, 30 de septiembre de 2018

365 QUEJÍOS (153) – EVOLUCIONES Y PREOCUPACIONES (2)


Vaya por delante que en mi juventud fui joseantoniano en alto grado. A decir verdad, mucho más joseantoiano que ramiriano. Pero también reconozco que el paso por el Círculo José Antonio resultó traumático para mí. Dejando aparte las personalidades brillantes de quienes lo dirigían (el editor Luis de Caralt, el doctor Joaquín Encuentra y el arquitecto Celestino Chinchilla), lo que encontré en el ambiente azul organizado fue un caos absoluto, una falta completa de sentido de la política y una incomprensión total por lo que estaba ocurriendo en España en el tardo franquismo. Lo que más me llamó la atención fue el encono en las polémicas interiores. A partir de ese momento, empecé a ver a los falangistas como gentes “broncas” con ganas de liarse a mamporros entre ellos por un quítame allá esas pajas y en el que había tantas concepciones de la Falange como miembros de las distintas tendencias.

¿Y el ideal? Ese era el problema que, fuera de unas cuantas ideas brillantes de José Antonio y de Ramiro, aquello se había quedado anquilosado en otro tiempo y en otra época. Cada cual encontraba en las Obras Completas o en algún texto canónico la frase necesaria para apuntalar su posición. O justamente para sostener la postura contraria. Debo recordar que en los 70 falangistas había a miles. Mejor dicho, a decenas de miles. Sólo unos pocos eran conscientes de lo que se jugaba y de que las reglas del juego había cambiado en dos ocasiones: a partir del 18 de julio de 1936 y a partir del 20 de noviembre de 1975. Para los dirigentes de las distintas tendencias, lo más importante era: en la “derecha” falangista (Raimundo) demostrar que ellos tenían algo que ver con los 40 años de régimen que habían transformado a España (y de paso justificar sus acciones durante ese tiempo); para lo que podríamos llamar “el centro” falangista (Hüllers y el FES) lo importante era la ortodoxia y la afirmación católica de la vida que se incluía en el mismo paquete de la ortodoxia joseantoniana; para la “izquierda” falangista (los hedillistas), el demostrar que la “falange no era fascista” (algo difícil) y que la “falange estaba con el obrero” (olvidando que los obreros no estaban con Falange). Y en medio de todo esto lío de tendencias, cada Círculo José Antonio tenía a representantes de cada una de estas tendencias. Luego estaban los líderes locales que también los había. A esto había que añadir las “fugas” por la derecha (había gente que estaba en los Guerrilleros de Cristo Rey y de Fuerza Nueva que se consideraban falangistas y, a la vista de la dispersión, nada indicaba que no lo fueran) y “fugas” por la izquierda (los del FSR y grupúsculos sindicalistas autogestionarios que empezaron a gravitar cada vez con más fuerza en el ámbito cenetista de la transición que en el falangista, pero con los que siempre había, de alguna manera, contactos).

El denominador común de todas estas tendencias era que se reclamaban “joseantonianas”, pero que todas ellas, en su conjunto, carecían de respuestas surgidas de su propia doctrina para los problemas nuevos que aparecieron después de 1945. Ellos no lo advertían, pero el entorno azul, tenía en esos años una visión muy distorsionada de su propia historia. Y eso era malo, porque todos podían manipular la historia e introducir falsedades para llevar el agua a su molino. De todas ellas, probablemente, la más lamentable fueron algunas versiones urdidas en el entorno de la “auténtica”: se intentó sembrar la duda sobre si a Onésimo Redondo lo mataron los “franquistas”, y, no contentos con eso, crearon el fantasma de unos atentados falangistas contra Franco que solamente existieron en su fértil imaginación (y, a veces, acompañados de mucha ignorancia histórica) sólo para resaltar que “la Falange era antifranquista”…  Nadie se lo creyó por algo tan sencillo como que, a pesar de ir con pelo largo, barbas, pantalones campana y pipa, lo cierto es que encima llevaban la camisa azul, el yugo y las flechas que había sido inequívocamente uno de los emblemas del régimen, y cantaban el Cara al Sol brazo en alto, lo que remitía, dijeran lo que dijeran y cómo lo dijeran, al fascismo puro y simple. En el otro lado la cosa no era mejor: porque intentar demostrar que Franco y José Antonio tuvieron algo más que una coincidencia en el día de sus respectivos fallecimientos implicaba hacer demasiados equilibrios.

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No me extraña que algunos falangistas universitarios inquietos terminaran en la izquierda durante los 60 y otros lo hicieran en Joven Europa de Jean Thiriart que, al menos, presentaba “lo de siempre”, con un ropaje nuevo. Peor fue a finales de la década, cuando empezaron a preocuparse por la “autogestión en Yugoslavia”, por la “autogestión en Checoslovaquia” y por la “autogestión en Argelia… Los “renovadores” se justificaban argumentando el “sindicalismo”, pero lo cierto es que estaban desplazando el eje de su discurso hacia regímenes que no pertenecían a su tradición política, sino a otras experiencias, incomparables con la falangista. Para colmo… el gran drama es que en todo este período, al igual que en la Falange histórica, los obreros fueron una exigua minoría, casi una excepción. Los había, como en la falange histórica hubo gentes que llegaron del anarquismo o del comunismo y a los que se conoce por su nombre y apellidos demostrando que eran eso: excepciones. Y esto era lo trágico: que los falangistas de todas las tendencias –salvo quizás el FES- se obstinaban en representarse como sindicalistas-obreristas… que era como decir “alardeo de lo que carezco”. En realidad, desde la “movilización de los parados” de septiembre de 1934 (que pudo realizarse gracias a los dineros de los alfonsinos) lo que había quedado claro era que los falangistas carecían por completo de experiencia sindical. Pero, claro, la doctrina de la falange era el “nacional-sindicalismo” y había que hacer “sindicalismo” como fuera… aunque la existencia de la CNT antes de la guerra y la de CCOO durante el tardofranquismo lo hicieran imposible o los “sindicatos independientes” cerraran el paso a partir de la transición.

No había respuestas a los problemas nuevos planteados por la evolución del mundo a partir de 1975 y no había respuestas en los textos canónicos, ni en doctrinarios de prestigio posteriores: ¿monarquía, república o franquismo? Y la respuesta no era unánime ni siquiera desde la ortodoxia falangista (no encontraréis ni una sola frase de José Antonio en la que criticara a la monarquía: buscarla en las Obras Completas y me lo contáis). ¿A favor de la OTAN o contra la OTAN? ¿Con los EEUU en la lucha contra el comunismo o con la URSS en la lucha contra el imperialismo norteamericano? ¿Cómo interpretar los fenómenos culturales que aparecieron en los 60: la contracultura, la píldora anticonceptiva, a cultura pop, el movimiento contestatario? ¿Qué actitud tomar ante las independencias africanas? ¿Y ante el castrismo y los movimientos de liberación? ¿Cuáles eran nuestros “partidos hermanos”? ¿El peronismo? ¿Cuál de todos? ¿El MSI? ¿o era Avanguardia Nazionale? ¿Cómo interpretar el gaullismo, o las disidencias antisoviéticas? ¿Y qué decir del Mercado Común Europeo? Cada cual respondía según su saber y entender. Incluso dentro del mismo grupo había distintas posiciones.

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Era triste, porque en 1974 cuando cayó el régimen portugués y el gobierno de los coroneles en Grecia, estaba claro que había que darse prisa: en breve la oleada democratizadora arrasaría en España y si nos pillaba sin partido era como soñar que vas desnudo en lugares públicos. Un agobio. Y nos pilló sin partido. Mi último contacto orgánico con el ambiente falangista fue en el Congreso Nacional Sindicalista de Madrid (hacia el otoño de 1976). Caos sobre caos. Caos dentro del congreso y caos en la puerta de entrada donde los hedillistas fueron a promover su productor. “Nunca mais”, mi experiencia azul terminaba allí.

José Antonio seguiría figurando entre mis “favoritos”: su interpretación en torno al patriotismo fue genial, su vocación nacional y social, recogía los mejores elementos de los fascismos (sí, de los fascismo) europeos de la época; su claridad en las exposiciones políticas era sublime… en su contra, tenía que sólo unas pocas decenas de páginas de las Obras Completas seguían conservando en 1973 valor y que los documentos del partido precisaban una profunda revisión que hubiera debido hacerse en los años 40, pero que ahora ya resultaba tarde para hacer. Y después, en el marasmo de la transición, y hasta nuestros días resultaba imposible: cualquier minúscula innovación implicaba el riesgo de escisiones.

Y así abandoné para siempre el ambiente azul y desaconsejé a los amigos (a los muchos buenos amigos y camaradas que conservó aún hoy de ese ambiente) que siguieran por ese camino. Era una vía muerta. Creo no haberme equivocado. Hacia 1972 yo me sentía “nacional-revolucionario” y me decía: “el falangismo es el movimiento nacional-revolucionario que corresponde a España”… luego había que militar en Falange. La “pasada por Falange” me dejó un mal sabor de boca, la sensación del tiempo perdido y unas cuantas decenas de páginas imborrables e inolvidables de José Antonio, un Discurso a las Juventudes de España (que debiera haber tenido mucha más importancia en el movimientos azules) y el recuerdo de fuegos de campamento, de veladas de camaradería imborrables ayer e, incluso, hoy. Por eso la figura de José Antonio aparece en el gif que acompaña estas notas. Cosa de juventud.

Me quejo –porque a fin de cuentas, todo esto es un “quejío” más- de que tantas energías –especialmente de otros que siguieron militando en ese ambiente con mucho más tesón, fe y, por qué no decirlo, cabezonería, que yo, se dilapidara. Pero nos quedó aquel espíritu “alegre”, el de “a lo hecho pecho”, y el remanente que proporciona la camaradería y que quien no lo ha vivido, ignora que genera vínculos permanentes.

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sábado, 29 de septiembre de 2018

365 QUEJÍOS (152) – EVOLUCIONES Y PREOCUPACIONES (1)


El otro día me decían que uno de mis “camaradas de juventud” ha evolucionado, corriendo el tiempo, hacia el independentismo; entre el punto de partida (nacionalismo europeo) y el de llegada (independentismo catalan) median casi cincuenta años. Otro conocido ha recorrido la misma trayectoria en apenas cuatro. Sorprendente, pero no tanto, si tenemos en cuenta que otro conocido pasó del nacionalismo-revolucionario a especializarse en el “timo del camarada”, pasó recaló en la masonería, y, cabalgando con ella, fue de CDC al PSC. También conozco otro, aspirante a la jefatura falangista disputándosela a Diego Márquez y antiguo lugarteniente de la Guardia de Franco de Barcelona, que ahora es diputado de una obediencia masónica minoritaria. Uno de CEDADE me reprochaba en los 80 que llevaba el pelo largo, ahora milita en el PSOE. “Han evolucionado”, dirá alguien. Y tendrá razón. Aunque sería mejor decir que se han ido adaptando a sus predisposiciones personales y que éstas se han traducido en comportamientos erráticos, oportunistas y superficiales. Pero no me quejo de eso, sino de que una naturaleza humana inquieta tiene punto de partida, pero no está claro cuál será el de llegada. Les explicaré por qué les cuento todas estas peripecias personales.

Cuando tenía 16 años me empecé a interesar por lo que consideraba eran “cuestiones ideológicas” (aunque sería mucho más adecuado llamarlas “concepción del mundo”, siendo la ideología un esquema rígido de interpretación que, inevitablemente, falla en algún momento). Me leí un resumen de las Obras Completas de José Antonio y aquello me gustó. Desde luego, las entendí mejor que una primera lectura del Mi Lucha, resumido y mal traducido en una edición que databa de la Guerra Civil y de la que solamente me llamó la atención unas cuentas frases dispersas. El día que Rauti me envió el catálogo de libros de Ordine Nuovo (hacia 1969), ví la luz: era un librito de unas cuarenta páginas repleto de títulos y de autores. Había material suficiente para inspirarse. La mayoría eran libros en italiano. Julius Evola que parecía ser el inspirador de Ordine Nuovo, no tenía nada traducido en España (y no sería sino en la transición cuando a Martínez Roca y a Plaza & Janés se le ocurrió publicar dos de sus obras técnicas). La primera traducción que se hizo en Madrid de Orientaciones (1975), era voluntariosa pero deficiente. La leí y debí de leer el original para entender algo. Otros no tuvieron tanta suerte y esa primera edición les vacunó para siempre contra Evola. En 1980, me había leído lo esencial de la obra política de Evola, pero fue en la prisión de La Santé en París en donde, en el verano de 1981, que pasé encerrado donde me leí toda la obra de Evola, incluido la parte técnica y el Rivolta contro il mondo moderno. Lo traduje para el editor Luis Cárcamo que perdió el volumen… Por mi cuenta publiqué obras de Evola, traducidas apresuradamente en los años 80. Por entonces, me consideraba “nacional-revolucionario y evoliano”. Había aprendido, gracias a Evola, que lo importante es la “objetividad”: estar lo suficientemente despiertos para ver el mundo tal cual es, prescindiendo de prismas deformante.


Pero, antes, en junio de 1968 había recibido un grueso volumen ciclostilado de una publicación francesa, disidente con respecto a las ideas de “mayo del 68”. Era el número 1 de Nouvelle Ecole, que supuso el origen de la “Nouvelle Droite”. Cada año Benoist publicaba uno o dos números de esta revista en las que encontraba ideas, análisis, interpretaciones, caminos intelectuales, en definitiva. Al tradicionalismo evoliano, sumé la doctrina de la “Nouvelle Droite”. Pero mi recorrido doctrinal no terminó ahí.

Dado que militaba políticamente y que el paso por el Círculo Doctrinal José Antonio y el conocer a los que dirigían los círculos supuso una decepción inmensa que culminó con mi presencia, como uno más, pero muy atento a lo que se decía, en el Primer Congreso Nacional Sindicalista celebrado en Madrid en el otoño de 1976, me instaló en los territorios “nacional-revolucionarios”. Entonces conocí la obra de Jean Thiriart. Me pareció como si las ideas de José Antonio hubieran sido actualizadas y trasladadas a un plano europeo. Y aquello me gusto.


Así pues, en 1986, cuando terminaron mis peripecias por Europa y por la geografía carcelaria europea, yo experimentaba tres influencias: Julius Evola, la “Nouvelle Droite” y Jean Thiriart… De las tres tenía un conocimiento razonable y bastante objetivo. Las tres tenían problemas de adaptación y de encaje: si Benoist había glosado a Evola, el conjunto de la obra evoliana (y, no digamos, la de René Guénon) era incompatible con la visión de la “Nouvelle Droite”. Y ésta, por su parte, encajaba, pero sólo relativamente, con los escritos de Thiriart. ¿A qué conclusiones podía llegar a finales de los 90? Sencillas…

Primero: la obra de Evola, en sus aspectos más importantes suponía una “búsqueda interior”, una especie de manual para el perfecto conocimiento de sí mismo (a través de su obra técnica). En segundo lugar podía utilizarse para interpretar a los fascismos históricos… pero sólo una parte. La otra, todo lo relativo a la “sociedad tradicional” y a la “historia tradicional”, valían como mitos, como ideas-fuerza, como sugestiones para el combate… pero eran inaplicables desde el punto de vista política e incluso entraban en contradicción con cualquier forma de hacer política. Evola era lo suficientemente inteligente como para advertirlo y desandó parte de lo andado en Cabalgar el Tigre, un estudio sobre la decadencia de la modernidad y cómo afrontarla desde el punto de vista interior. Brillante e ineludible.

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Segundo: debió ser hacia finales de los 80 cuando me di cuenta de que los escritos de Benoist y de su grupo tenían un pequeño problema. Nos habían dicho que era necesario prepararse culturalmente para afrontar una batalla contra el marxismo y el liberalismo. Y nos preparamos. Leíamos y leíamos más y más. Comprábamos el Vu de Droite y el volumen de recopilación de los escritos de la Nouvelle droite en sus 10 primeros años. Nos preparábamos para la lucha cultural. Pronto observamos que había en todo ello un exceso de intelectualismo. Pero eso no era lo peor: lo peor era que Benoist parecía ser un entrenador de fútbol que insistiera, una y otra vez, en que había que prepararse, más y más, para un partido… que nunca llegaba (y que sigue sin llegar). Luego, cuando pudimos andar solos, nos dimos cuenta de que el “gramscismo de derechas” era tan inconsistente como inaplicable.

Tercero: conocí a Thiriart y leí lo que había publicado tras el cierre de Joven Europa. Ni me fascinó el personaje, ni me interesó su evolución posterior. Thiriart, además, se preocupaba de ocultar sus fuentes y se había reinventado a sí mismo tras la guerra. Su obra me llevó al descubrimiento de los “no conformistas” franceses de los años 30 (de los que él había mamado, pero había evitado por todos los medios aludir a ellos para dar muestras de “originalidad”). Un querido amigo francés me lo había dicho: “es preciso leer sus libros, más que conocerlo a él”. Tenía razón. En 1987 ya no me sentía nacional-revolucionario y el pensamiento de Thiriart quedó ocupó un espacio en mi librería, pero nada más. Hoy, su doctrina me parece muy incompleta y creo que solamente pudo tener éxito en la postguerra entre un neofascismo en el que no abundaban los doctrinarios, pero se precisaban “revisiones” ideológicas y la de Thiriart era una de las posibles.

Y ahí estaba yo, a finales de los 80, cuestionándome todo en lo que había creído en años anteriores. Se ve que era el signo de los tiempos, porque en esa época conocí a Juan Colomar y a su grupo, que habían cerrado el ciclo que les llevó del falangismo universitario disidente, a la izquierda revolucionaria, al trotskismo, a la negación del trotskismo, a la negación del marxismo y a posiciones próximas al punto de partida. Colomar era sobre todo un excelente analista político y un producto habitual entre las gentes de la “Cuarta Internacional”. Fanático de los “debates” y de las “revisiones”, él mismo estaba en un callejón sin salida cuando lo conocí y seguía en el mismo callejón cuando, a principios de 1991, me distancié. Salvo coincidencias muy globales, puedo decir que aquella experiencia, como antes la del Círculo José Antonio, me reportó poco. Nada, en realidad.

Entre principios de 1992 y hasta principios del milenio permanecí ajeno a todo, trabajando y escribiendo para medios y editoriales convencionales. Cuando asistí a una charla de presentación de Democracia Nacional en Barcelona, a poco de su fundación, aquello no me impresionó. Estaba de acuerdo en que había que “participar” en los procesos electorales, en la política real y en los debates realmente existentes en la sociedad, pero aquello no me pareció con garra suficiente para motivarme. Seguía teniendo relaciones fluidas en el medio ultra, pero no militaba e incluso lo que veía me parecía poco motivador. Hasta que conocí personalmente a algunos de los miembros de DN en Barcelona, hubo buen feeling y me sumé. Coincidió con el inicio de la trayectoria de PxC (y, todavía hay por ahí algún historiador que discute si fui yo o fue A. Armengol el que convenció a Anglada para que saliera de Vich y pasara a la política catalana). De lo que no cabe duda es que el primer documento de PxC, lo elaboré yo mismo en 2001. La cuestión era que, en ese momento, había aparcado las cuestiones “doctrinales”. Me volvía a interesar la “política” y creía que podía construirse un movimiento nuevo, simplemente porque las circunstancias parecían ponerlo a huevo. Ingenuo de mí.

En 1996 empezó el fenómeno de la inmigración masiva. Tres años después empecé a regularizar mis contactos con DN. Me interesó su planteamiento sobre la “autonomía histórica” (el reconocer que un movimiento en el momento presente no puede ser tributario de ideologías o planteamientos pasados, sino que debe ser dueño él mismo de su destino). Laureano Luna le dio forma a algo que era lógico y que, desde Thiriart podía intuirse.

A principios del milenio, entre 2001 y 2004 pensaba que DN y PxC podían ser las dos patas de un movimiento político transversal y renovado. Pero DN demostró tener una conflictividad interna demasiado alta para poder estabilizarse y, a partir, de 2005, fui expulsado del partido, cuando en realidad, ya estaba bastante lejos del mismo. En cuanto a PxC, nació, creció, creció más, creció un poco más… y estalló. De 2006 a 2009 participé –sin mucha fe, al menos desde el número 4- en la revista Identidad, que se vendía en kioscos (justo cuando el mundo de las publicaciones periódicas empezó a entrar en crisis). Yo era un “contratado”, en absoluto el director. Conocí el medio “identitario”. Pero aquella iniciativa, a pesar de que la revista empezara tirando 15.000 ejemplares y alcanzara la inusitada cifra de 34 números, fue, por las características del que ejercía como director, la revista más clandestina en la que he participado. Prácticamente no se distribuía en el ambiente, sino que se vendía solamente el kioscos y, por tanto, pasaba desapercibida. En esa época entré en España 2000. ¿Por qué? Porque vivía en Levante y allí era lo único que existía. Y, además, una vez estás dentro, haces amistades con unos o con otros, se suman amigos de antes y, al final, llegas a la conclusión de que lo que cuenta es eso en definitiva. Escribí los documentos y manifiestos, textos de los congresos de E2000 en esos años y promoví acercamientos, primero a Frente Nacional y a la MSR, y luego entre E2000 y PxC, en lo que se ha llamado, finalmente, Respeto.

¿Y la doctrina? DN, E2000, PxC, trataban de hacer política, así que la doctrina debía ser algo sumaria y no era preciso insistir mucho en ello. Pero en 2015, una vez puesto en marcha Respeto, empecé a dudar de que todo esto sirviera para mucho. La unión llegaba en un momento en el que PxC, ya no estaba en el mejor momento, sino que había estallado literalmente. Y en cuanto a E2000, el partido tenía dos vertientes: Alcalá y Valencia. Mientras los primeros estaban instalados en la “autonomía histórica”, los segundos seguían teniendo ramalazos del “sector histórico”. ¿Problema? Que los amigos son los amigos y que nunca me ha salido polemizar ni pelearme con un amigo. Así que, entre esto y las dudas que tenía sobre la eficacia futura de la nueva federación, opté por irme a casa que es donde siglo…

Fue entonces cuando volvieron a preocuparme las cuestiones doctrinales. Y la primera pregunta fue ¿porqué los medios neofascistas están prácticamente extinguidos y prácticamente nada de su bagaje doctrinal está recogido en las nuevas formaciones políticas que en toda Europa (salvo en la península ibérica) tienen una cuota electoral no desdeñable e incluso se encuentran en puertas del poder? La segunda era de mayor importancia en el terreno personal: ¿en qué creo y en que me he equivocado? Lo que equivale, finalmente, a establecer mi actitud actual ante Evola, ante la “Nouvelle Droite” o ante Thiriart y su matriz no-conformista. Incluso, quedaría una tercera pregunta: ¿qué queda de valor en la doctrina y de la experiencia de los fascismos históricos?

Me quejo de que no puede contestarse a todo esto en un solo artículo. Así que tendrán que esperar a que en los próximos días complete estas reflexiones sobre mi trayectoria
personal.

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viernes, 28 de septiembre de 2018

ACABA DE APARECER EL NÚMERO 57 DE LA REVISTA DE HISTORIA DEL FASCISMO


MONOGRÁFICO SOBRE LA REVOLUCIÓN ECONOMICA DEL TERCER REICH

La economía no era una ciencia particularmente apreciada por los doctrinarios del NSDAP y, sin embargo, debieron estudiarla para entender sus mecanismos. Hacia 1919-1920, Hitler ya había comprendido que la economía era esencial para la gestión de las comunidades y para la forja de su destino. Sus criterios, inspirados por Gottfried Feder, influyeron a su vez, sobre una generación de economistas cuyo principal mérito consistió en no perder de vista en ningún momento los objetivos finales de la economía: asegurar a la población, estabilidad, prosperidad y felicidad.

Impresionados por la magnitud del desastre económico mundial de 1929, los economistas del NSDAP y de Die Tat, dieron diagnósticos correctos sobre el desplome y propusieron remedios. A partir del 30 de enero de 1933, tuvieron la posibilidad de ponerlos en práctica y demostrar que las fórmulas con éxito solamente pueden partir de análisis correctos. La economía fue el primer frente que tuvo que afrontar la Revolución Nacional-Socialista. En este volumen hemos intentado sintetizar sus principios, su lugar y sus realizaciones.

Contenido

> El “milagro económico” del Tercer Reich (p. 7)
> ¿Herejía económica o  aplicación del principio de racionalidad? (p. 11)
> El lugar de la economía en la Revolución Nacional Socialista (p. 15)
> Las concepciones económicas de Hitler (p. 18)
> Principios económicos del NSDAP (p. 39)
> La aplicación de los principios (1): Los bonos MEFO (p. 133)
> La aplicación de los principios (2): La herejía modela el Reich (p. 157)
> La aplicación de los principios (3): La política monetaria  (p. 166)
> La aplicación de los principios (4): Control de precios  (p. 173)
> ¿“Economía de guerra”? (p. 187)
> Algunas medidas  sociales:  el Frente del Trabajo  (p. 197)
> Conclusiones  (p. 210)
ANEXOS (p. 214)
> La mujer y enseñanza en   el Tercer Reich (p. 214)
> Las políticas fiscales de apoyo a la familia (p. 229)

Características:

Tamaño: 15x21 cm
Páginas: 245
Ilustraciones: Abundantes
Portada: cuatricomía y con solapas

Precio de Venta al Público: 18,00 euros + 4€ gastos de envío.
Suscripción (6 números: 100 euros – 12 números: 200 euros)
Precio para pedidos superiores a cinco ejemplares: 10,00 euros.
Pedidos y contactos: eminves@gmail.com

365 QUEJIOS (151) – LOS ULTRAS ¿HAN PROBADO TODAS LAS FÓRMULAS?


Hace unos días, entre las brumas del Douro camino del Atlantico, iba reflexionando sobre lo que significaba Vox para la ultra. No esperaba que los tres folios sirvieran para mucho y en redes sociales han sido recibidos con escuetos “yo votaré Vox” o “marditos prosionistas”, que, era justamente lo que esperaba. De todas formas, servidor, una vez más se queda con la satisfacción de decir en voz alta, lo que iba barruntando meninges adentro. La reflexión de hoy va por parecidos derroteros y precede a otras quejas que iba acumulando (que si la maldita radiología en los aeropuertos, que si los freakys transgénero, que si las llamadas publicitarias, quejas y más quejas que hoy deberán esperar unos días). Porque hoy me quejo de que uno de los fracasos de la ultra en estos 40 años se haya debido a su incapacidad para vislumbrar estrategias fuera del “modelo partido”. Y no es el único que estaba a su disposición.

Me retrotraigo a la transición y en dos momentos, el referéndum para la ley de reforma política y el subsiguiente referéndum constitucional. Entonces había partidos ultras (básicamente Fuerza Nueva y FE-JONS, pero también media docena de grupos, algunos situados claramente en la derecha nacional a medio camino entre este sector y la derecha liberal) suficientes como para haber armado unas campañas mucho más sólidas. Y conste que estamos hablando de un momento en el que la ultra movía a unas cuantas decenas de miles de militantes y tenía a su favor el hecho de que Franco hacia dos días que había muerto y, por tanto, el franquismo todavía conservaba fuerza inercial. Pues bien, en aquellas dos ocasiones, por lo que recuerdo, cada partido fue a su bola e intentó armar campañas propias con argumentos poco sólidos y, desde luego, que demostraban una inadecuación (que luego se ha ido agravando con el paso del tiempo). 

Fuerza Nueva incluso tronaba con que estas reformas supondrían la llegada del divorcio a España… Y los falangistas, como siempre, sin apenas base obrera, hablaban en nombre de los obreros. A nadie se le ocurrió que un “Comité por el NO a la reforma” o un “Comité por OTRA REFORMA”, hubiera podido aunar esfuerzos y multiplicar u optimizar el resultado de las iniciativas. Solamente El Alcázar se erigió, gracias a algunos milloncejos puesto por Giron de Velasco, fundamentalmente, en alma de la campaña. Pero allí habían ido a parar los restos de la red de prensa franquista que, desde finales de los 50 estaban en franca pérdida de lectores: más que periodistas eran funcionarios con poca iniciativa y finalmente estaban solamente preocupados por la pervivencia de sus trabajos (lo que, incluso, puede comprender, a costa de reconocer que El Alcázar estuvo mal gestionado y peor dirigido y que, siempre, a la hora de la verdad, tiró por la tangente, beneficiando más al PP que a F/N o FE-JONS). 

Por lo que recuerdo, la campaña que movió El Alcázar se hizo con los mismos parámetros que la campaña de los “25 años de paz” que el régimen movió en 1964, incluso con las mismas concepciones gráficas. Recuerdo cuando vi aquellos carteles amontonados desordenadamente en un almacén en Barcelona: se me cayó, literalmente, el alma a los pies. Aquello era tan malo que daba náuseas pegarlo en las paredes. Y, sin embargo, los pegamos a miles, seleccionando los menos desenfocados. Pero, la campaña, en sí misma, fue ridícula.

Otro ejemplo. Debió ser hacia 2006 ó 2007. Yo defendía el que en las últimas elecciones europeas, los resultados ultras habían sido ridículos, pero que quedaba claro que existían tres sectores: el católico, el  histórico y el identitario y que las organizaciones de cada sector podían y debían colaborar. ¿Las siglas? E2000, Frente Nacional y MSR. Y se formó un “tripartito” que pronto se convirtió en el rosario de la autora. Durante esos meses, Christian Ruiz presentó por su cuenta un proyecto de campaña unitaria contra los abusos de la banca. Era una iniciativa muy buena porque permitía montar un “comité ad hoc” centrado solamente sobre ese tema (en el que coincidía toda la sociedad española). Pero había un problema: nadie en nuestro ambiente había actuado así y muy pocos sabíamos lo que suponía cambiar el chip del “modo partido”, al "modo comité". Uno de los grupos llegó a apropiarse del documento elaborado por Christian y utilizarlo como propio. Es lo que tienen las sectillas.

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Nunca he visto colaborar a distintos grupos ultras en una misma campaña y bajo la “fórmula comité”. Ni en la transición, cuando pudo haber un “comité contra la ley de reforma política”, o un “comité por otra constitución” o, simplemente, por el “no a la constitución”, o un “comité por la libertad de los militares presos” (en el caso Galaxia), o un “comité unitario contra el terrorismo político”, o un “comité contra la entrada de España en la OTAN”, o un “comité para un mejor acuerdo con la UE”, o un “comité contra la corrupción”, o, etc, etc, etc. Incluso en un tema como el aborto, nadie entre los ultras pensó en llevarla a cabo en “modo comité”. Cada partido pensaba que asumir determinado tema le iba a reportar buenos beneficios, a pesar de que carecía de medios, de cuadros suficientes y de inteligencia política para popularizarlo. Hoy, por ejemplo, un Comité Contra la Inmigración Masiva generaría más simpatías que las que genera cada uno de los partidos que enarbolan esta consigna.

La fórmula de estos comités es la siguiente: activistas de distintos grupos colaboran en una campaña concreta, se fijan consignas, timmings, acciones tácticas, términos y plazos en los que se realizará la campaña. Estas campañas serán lo más abiertas posible, procurando que participen en ella gentes de otros partidos y, sobre todo, de la sociedad civil. No las lleva adelante un partido concreto, sino “ciudadanos unidos por un interés concreto” (el tema de la campaña); son campañas que no están vinculadas a un sector político, pero en cuyo interior “trabajan” políticamente los militantes de ese sector.

Está claro que trabajando así, con la “fórmula comité”, se hubiera logrado:
  1. disimular la endeblez numérica creciente, la multiplicidad y la dispersión de los partidos de extrema-derecha.
  2. dar objetivos concretos a sus militantes y, por tanto, educarlos políticamente: en otras palabras, HACER POLITICA, en lugar de practicar “pequeña política de partido”.
  3. acercarse a sectores sociales que, en principio, rechazaban participar en luchas políticas y mucho más al lado de partidos ultras minúsculos.
  4. generar el que la militancia mirara hacia adelante, en lugar de discutir eternamente sobre doctrinas periclitadas y mal formuladas (que si yo voto a Vox, que la “izquierda nacional” es la hostia, que si mi partido es lo más revolucionario del mundo, a mí no me cambies ni una coma de los 27 puntos, y así sucesivamente).
  5. constituir la base para adquirir “fuerza social” (es decir, presencia en la sociedad), foguear cuadros en asambleas, reuniones, debates, en los que, para conducirlos, es necesario dominar temas específicos (los que han sido la excusa para dar vida al comité).
  6. movilizar “notables” e intelectuales que pueden estar puntualmente de acuerdo con las propuestas de un comité en concreto.

¿Todo esto para qué?

Para saltar los altos muros de los grupos ultras, su mala imagen (que les ha acompañado siempre desde las profundidades de la transición), las reservas que sectores situados extramuros de esos sectores pudieran tener y, finalmente, crear una corriente de opinión, tener presencia en los medios, y hacer converger a los distintos comités en un “frente nacional”, junto a partidos, asociaciones culturales, hogares sociales, etc.

https://eminves.blogspot.com/search?q=milicia

Tal es, en síntesis, lo esencial de la “fórmula comité” que, quizás hoy aún pudiera ponerse en práctica en algunas zonas y que constituyen en ciencia política lo esencial de lo que se llama “estructuras paralelas unitarias” (siendo las “estructuras horizontales”, la división geográfica de los partidos y las “estructuras verticales”, los organismos de mando de esos partidos). Pero ¿a quién le interesaba en la ultra la técnica política? Unos se limitaban a copiar lo que había sido la Falange histórica (sin advertir que aquello fue otra época y con otros líderes), otros tomaban una parte del franquismo (el nacional-catolicismo) por la totalidad del franquismo (que fue también falangismo, fue tecnocracia, fue conservadurismo), otros éramos demasiado jóvenes para saber bien lo que hacíamos y cuando lo supimos, nos encontramos ya con un ambiente anquilosado, periclitado y sin vida (por mucho que cada año se incorporaran unas cuentas decenas de jóvenes que sustituían a los que habían desaparecido y eso daba sensación de que se “avanzaba”). Pero hoy, estoy persuadido de que en zonas en las que existe una mínima presencia (Corredor del Henares, Valencia, Cataluña) sería mucho más rentable políticamente actuar como “comité de defensa contra el independentismo catalán en Valencia”, “comité de solidaridad con los españoles necesitados”, “comités de acción contra el independentismo”.

¿Y esto cómo se hace? Muy simple:
  1. meterse en la cabeza que se trata de iniciativas “transversales”; no se trata de atraer el voto a un partido, sino de generar movilizaciones en torno a un tema popular o de alto consenso. 
  2. militantes que saben lo que hacen y que son capaces de establecer unos puntos mínimos, amplios pero concretos, sobre los objetivos del comité. 
  3. búsqueda de notables que apoyen la iniciativa (intelectuales, juristas, profesionales). ruedas de prensa, presentaciones, movilizaciones, acciones tácticas, charlas en barrios, presencia mediática… Todo centrado sobre el monotema que ha dado vida al comité. Eso es el “modo comité”.

Uno funcionarán, otras lo harán a medio gas y otros quedarán como proyecto frustrado. Pero los que funcionen, generarán el que sus promotores empiecen a ser conocidos por la opinión pública, no como miembros de partidos minúsculos e inexistentes a poco que se descuiden, sino como miembros de comités con cierta fuerza e iniciativa. Lo que pueda ocurrir a partir de ahí ya excede las intenciones de estos párrafos. Normalmente, lo que debería ocurrir es que en períodos electorales, estos comités llamaran a votar a determinadas opciones en cuyas listas están incorporados candidatos procedentes de los mismos y las temáticas propios de cada uno de ellos. Pero, a la vista de la endeblez de los partidos de extrema-derecha actuales, lo normal sería que una lista electoral “transversal” se formara con gentes representativas de todos estos comités, para dejar atrás el “modo partido”.

Algunos verán esto demasiado complicado. Y, sin embargo, es más simple y realista que obstinarse en darse una y otra vez con la misma piedra y siempre, desde 1976 con la misma fórmula, el “modo partido”. Si cuarenta años no han bastado para comprobar el fracaso de este concepto, las opciones son: o agonizar eternamente pensando que la llegada de 5 militantes y la salida de 3 es un gran éxito, o votar a Vox como la gran esperanza blanca o a Podemos, votar a Ciudadanos o pensar que vendrá Anguita y dirá las verdades del barquero o esperar que Verstrynge diga por allí…

La “fórmula partido” está muerta. Incluso “plataforma por Cataluña”, cuando tuvo éxito, se debió a que daba la sensación de ser algo muy diferente a un partido político: tenía el aspecto de una “plataforma cívica”.
Yo no sé si en la extrema-derecha queda gente con capacidad de reflexión, pero sería bueno que meditaran sobre cómo actuar con otro chip. El “modo partido” no es el único.



jueves, 27 de septiembre de 2018

365 QUEJÍOS (150) – CATALUÑA Y EL TIEMPO DE LA NACIÓN-ESTADO


Me quejo –empecemos por aquí- de que el nacionalismo catalán es seguramente el fenómeno más regresivo de la política europea. Y nos ha tocado a nosotros. Veamos, los indepes se empeñan en que Cataluña es una nación porque tiene una lengua y que, sólo por eso, es motivo más que suficiente para que sea independiente. En cierto sentido tienen razón porque el destino de las naciones es la independencia, pero el problema es que el concepto de “nación” es suficientemente ambiguo (incluso anticuado) como para que hasta los enamorados de Tabarnia consideren esta construcción cómica como “nación”, utilizando los mismos argumentos que los indepes y volviéndolos contra ellos.

Vaya por delante que el devenir histórico cambia la forma de organización y la dimensión de las sociedades. En el neolítico, la tribu era el nivel máximo organizativo que se podía alcanzar. Estas tribus se escindieron en otras y las que no se enfrentaron entre sí, se aliaron en protofederaciones. Algunas fueron más pujantes que otras: tenían los mismos valores, los mismos cultos religiosos y la misma voluntad. El control sobre el territorio fue siempre importante porque de él dependían recursos y riquezas. Interiormente, pronto descubrieron que sus integrantes no eran “iguales”: había, mire por donde, hombres y mujeres. Ellas daban a luz y mantenían la vida y los servicios del grupo. No era discriminación: era biología y división de funciones. En cuanto a los varones, había tres rasgos diferenciales: unos eran más dotados a la acción (y fueron guerreros que defendieron a la comunidad), otros estaban más predispuestos a la meditación (y de ahí surgió la casta sacerdotal y sus especializaciones profesionales), finalmente, los había tan hábiles que podían producir bienes, trabajar la tierra y generar todo lo que precisaba la comunidad. A medida que la civilización fue avanzando cada uno de estos grupos fue elaborando tradiciones, rituales y estructuras organizativas para el afianzamiento y transmisión de sus saberes (órdenes militares, órdenes religiosas y gremios profesionales). Y luego estaban algunos linajes que, por un motivo u otro, parecían llamados al mando. ¿Quiénes eran? Los mejores, los más fuertes, los más hábiles, los que tenían un carisma ausente en otros.

Unos pueblos destacaron sobre otros, mostrándose más agresivos y conquistadores. Hubo movimientos de pueblos, se superpusieron en ocasiones, se fusionaron en otras y se aniquilaron también. Hubo tribus que formaron ciudades y emprendieron conquistas que garantizaran su supervivencia. Hubo pueblos con predisposición al comercio y a la navegación y otros, ásperos y austeros, que preferían la tierra firme y garantizar estructuras organizativas sólidas. El mar se enfrentó a la tierra; el comercio al Estado: Atenas contra Esparta, Cartago contra Roma, EEUU contra la URSS. Tribus, ciudades, repúblicas, imperios... el paso del tiempo cambiaba las formas organizativas y unas se adaptaban más que otras a la realidad de cada momento.

El tratado de Westfalia generó la crisis de “formato imperio”. A partir de ahí empezó a despuntar el “modo nación”. Como siempre, algunas de estas naciones “cuajaron” antes y otras después y las primeras, en su expansión comercial generaron “imperios coloniales”. En el siglo XVIII, ya no había espacio para las sociedades tradicionales europeas que habían recibido el morituri en Westfalia. Ahí empezó el problema catalán.


La Guerra de Sucesión fue algo más que una lucha entre dos dinastías rivales para la corona España. Fue la lucha entre dos concepciones: la unitaria y reduccionista de los borbones y la tradicional y foral de los austriacistas. Que la primera empezaba a responder mucho mejor a las necesidades de su tiempo era evidente. Que la otra se había quedado atrasada en el tiempo, también. Era absurdo, por ejemplo, que cada uno de los reinos de la Corona de Aragón y el Principat cobraran en el siglo XVIII peajes interiores para pasar por sus territorios. Era un “fuero” de otro tiempo, de otra época. De un estadio histórico previo. Pues bien, la Cataluña independentista tiene su ideal en esa época: principios del siglo XVIII. El propio nacionalismo catalán surgió de la emulación del romanticismo alemán (siglo XIX) y encontró la excusa justificativa algo más tarde (en 1919) con el “principio de las nacionalidades” anunciado por el presidente Woodrod Wilson como fundamento teórico para desmembrar los Imperios Centrales tras la segunda guerra mundial.

Problema: estamos hablando de elementos del siglo XVIII, del siglo XIX y de principios del siglo XX. A lo largo de todo ese tiempo, la historia se ha ido acelerando. Las formas organizativas que murieron en Westfalia (la idea del Imperio), fueron sustituidas por otras –la idea de la Nación Estado- que hoy ya ni siquiera funcionan. Pregunto: ¿puede concebirse que sea independiente una Nación Estado que ni siquiera es capaz de abordar en solitario un proyecto técnico como el Airbus (que ha precisado el concurso de ocho naciones europeas)? El presupuesto del CERN es superior al de la mayoría de los Estados europeos, las independencias nacionales son teóricas, en absoluto reales a principios del siglo XXI. Desde los años 30 en los que en las oficinas del Tercer Reich ya se planificaba un “nuevo orden europeo”, estaba claro que las naciones colonialistas europeas perderían sus imperios coloniales y que deberían agruparse para optimizar sus recursos. Tras la Nación Estado existen nuevas fórmulas de estructuración más adecuadas. Que nadie lo dude: desde 1945 se está viviendo el ocaso de la fórmula Nacion Estado. Y todo esto tiene mucho que ver con el independentismo catalán.

Fue en 1906 cuando Prat de la Riba se preocupó de sistematizar doctrinalmente los fundamentos del nacionalismo catalán en su libro La nacionalitat catalana (positivismo francés + romanticismo alemán). Prat distingue entre Nación y Estado. Éste, dice, es algo artificial, una creación política. La nación es una “entidad natural” con historia, cultura y lengua propias. Así pues, la nación es un “hecho natural” que existe tanto si se le reconoce como si no… Dice que, según esto, Cataluña es una nación que, de manera “natural” se dirige hacia la construcción de un “estado” y llama “anormalidad morbosa” al caso de una nación que no sea independiente. Por tanto, Cataluña debe tener un “Estado propio”. Aunque Prat no formulara esta última conclusión (tenía simpatías maurrasianas y sus conclusiones iban hacia el federalismo que para él era una actualización de la España foral), otros se encargaron de hacerlo. Era 1906 cuando se lanzó el libro, sin duda la mejor formulación orgánica del pensamiento nacionalista catalán. Lo que no quiere decir que fuera la más correcta.

Prat miraba hacia atrás y era incapaz de prever el futuro. No dejaba de ser un sentimental. Se le podía responder que el Estado no es una construcción artificial, sino que esta formado por “asociaciones naturales” (y él debía saberlo porque conocía la doctrina maurrasiana). ¿O es que la familia no lo es? de la misma forma que agruparse en torno a un ayuntamiento es otra tendencia natural o que gente que se dedique a la misma profesión o pertenezca a la misma casta se organice y se asocie a otros es igualmente natural. Pero no es la crítica al bueno de Prat de la Riba lo que nos interesa sino el hecho de que hoy, en 2018, los mejores entre los nacionalistas catalanes se empeñan en buscar fórmulas que quedaron ya muy atrás cuando se firmó el Tratado de Westfalia y que habían sido superadas por otras que hoy, igualmente, han desaparecido o están en declive. Resulta patético que la última trinchera del nacionalismo sea el presidente Wilson y su formulación del principio de las nacionalidades al término de la Primera Guerra Mundial.

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¿Para qué emperrarse en crear una nación en una época en la que la fórmula Estado Nación está en declive y visiblemente es inadecuada para la organización de las sociedades? Incluso la crisis del nacionalismo español deriva de que, aunque esté un paso por delante del catalán y tenga mejores justificantes históricos, también es una fórmula que pertenece al pasado: el Reino Visigodo fue imitado y superado por los Reinos de la Reconquistas, las Españas sucedieron a tales reinos y la España unitaria se impuso ante la inadecuación de la anterior. Pero la historia es un rodillo y de la misma forma que, hasta ahora, la fisonomía de España ha cambiado en varias ocasiones, que a nadie le quepa la menor duda que seguirá cambiando.

¿Qué le fallaba a Prat de la Riba? Todo. Se anclaba, por ejemplo, en el “derecho catalán” (del que hoy nadie habla, por cierto), se anclaba en una lengua (de origen hispano-romance tal como aceptan todos los filólogos), en un arte, en una cultura y en una historia que, en su conjunto, ni están completamente separadas del resto de España, ni siquiera tienen la intensidad suficiente para constituir factores diferenciales nítidos (la raza, esto es, el ADN, ese si que es un factor diferencial “natural”, en tanto que biológico, los demás, en absoluto). Las especificidades catalanas están demasiado cerca de las de cualquier otra región del Estado como para hacer de ellas algo “especial”.

Además se une otro elemento no desdeñable. A principios del siglo XX, Cataluña tenía tres millones de habitantes, un tercio de los cuales procedía de fuera de la región. Entre 1940 y 1975 llegaron a Cataluña otros dos millones de ciudadanos de fuera de sus límites provinciales. Y, para acabar de arreglarlo, entre 1996 y 2018 han llegado 1.500.000 de inmigrantes de los países más remotos. ¿Qué queda de Cataluña ante estas avalanchas? Es muy triste recordar que Cataluña es hoy una de las zonas del mundo con una tasa de natalidad más baja ¡del mundo! Los linajes catalanes van desapareciendo poco a poco.
La facilidad de integración de las anteriores oleadas de inmigración a Cataluña, previas a 1996, se explica precisamente porque los recién llegados eran, cultural, étnica y religiosamente, contiguos a los catalanes de soca i arrels, a diferencia de los recién llegados desde entonces que pueden hablar catalán (porque en las escuelas les obligan a ello) pero que NO SON, ni remotamente, cultural, étnica, ni religiosamente, catalanes… Dicho de otra manera: si desde siempre, Cataluña, recibió de manera natural residentes de otras partes del Estado (los primeros barceloneses fueron antiguos legionarios de Augusto que habían participado en las guerras cántabras), fue porque nunca existió prevención contra ellos. Se hablaba catalán o castellano, y ambas lenguas estaban tan próximas que, bastaba con poner un poco de buena voluntad para entenderse. Los indepes pretenden ignorar el hecho de que la Cataluña DE HOY, ya no tiene la misma composición que la Cataluña de Pau Clarís o del mito de los "nueve barones de la fama"... y urge ser realistas a este respecto porque el nacionalismo y el independentismo se basan en la imposición de una parte, ni siquiera mayoritaria y en crisis reproductiva, al todo.

Cataluña llegó tarde a reivindicar ser una nación, seguramente porque no lo era, ni, por supuesto lo es hoy. Los nacionalistas se empeñan en reivindicar la especificidad de un territorio en el que los catalanes de soca i arrels son MUY MINORITARIOS y en donde sostienen que solamente hay una forma de vivir en Cataluña: asumiendo que es una nación y hablando catalány siendo independientes. Lo primero es difícil: aunque Cataluña fuera una “nación”, importaría hoy muy poco porque el tiempo de las Naciones Estado terminó en el siglo XX. Y respecto a la obligatoriedad de la enseñanza en catalán, lo cierto es que desde los años 80 el número de catalano-parlantes permanece estable: no más del 35% de la población lo utilizan con regularidad. ¿Entienden por qué desde el principio del “procés” dijimos que sería imposible porque el indepes carecían de “fuerza social” suficiente para desgajar Cataluña del resto de España? Me quejo de que, para los indepes, el sentimiento está muy por encima de la razón, de la lógica y del sentido común.

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miércoles, 26 de septiembre de 2018

365 QUEJÍOS (149) – LA "SALIDA FEDERAL"

Dicen que el PSOE, de tanto en tanto, tiene ramalazos federalistas. Si los tiene es porque ignora la historia de España. De hecho, ignora aún más: ignora la Historia, con mayúscula. Si ZP y Maragall se entendieron bien fue porque ambos sostenían una concepción federalista de España. Cuando alguien pregunta ¿cuál fue el precedente del nacionalismo catalán? La respuesta frecuente es el conservadurismo carlista que, al acabar su Tercera Guerra en el XIX se transmutó en regionalismo por aquello de que la distancia a los viejos fueros no era tanta. Error. Eso valió para el nacionalismo vasco y para algunos grupos del catalán, pero no para su componente central de la que ha terminado saliendo el independentismo. Esta corriente surgió del federalismo. Hasta en nuestro ambiente político, algún tontopoyas olvidable, ha querido recuperar el “federalismo” para la “causa patriótica”. ¿De qué me voy pues a quejar? Del federalismo, muerto, enterrado y maloliente, pero que, con cierta frecuencia, tiene zumos sacerdotes que lo desentierran, lo perfuman y lo ofrecen como la última genialidad.

¿Qué se entiende por “federalismo”? En España fue una de las formas del republicanismo decimonónico. Su gran ideólogo fue Franesc Pi i Maragall, catalán afincado en Madrid, uno de los fugaces presidentes de la fugaz Primera República. En 1876, después de todo aquel caos, ya mas reflexivo y meditabundo, publicó un ensayo, Las nacionalidades, en el que exponía sus concepciones. Para Pi, el federalismo era la única forma de mantener la “unidad del Estado”. Fíjense bien: había que desguazar el Estado en sus distintas regiones y cantones y luego… federarlos. Cualquiera diría que, para ir y volver, vale más no ir.  Y, de hecho, la historia, hasta la fecha no registra ningún proceso de este tipo: no hay casos –pero es que ni uno- en el que un Estado se haya descompuesto voluntariamente para luego reagruparse mediante un “pacto federal”. Todas las “federaciones” que en el mundo han sido tienen una irreprimible tendencia a surgir de “Estados” independientes que creen poder aumentar su peso y su poder, aproximándose –esto es, “federándose”- unos con otros. La historia, como siempre, no acompaña los delirios progresistas.


El caso es que, en Cataluña, el federalismo pimaragallano fue una de las componentes del catalanismo político que llegaron acompañadas de los primeros despuntes del socialismo utópico. Su máxima difusión coincidió con la “Revolución de Septiembre”, llamada también “la Gloriosa” (1868) y estuvo presente en el Partido Republicano Democrático y Federal y de agrupaciones similares que florecieron como hongos en toda Cataluña. Distaban mucho de ser opciones unitarias: de tanto pensar en “federar”, ellos mismo eran una olla de grillos: por un lado los moderados (o “benévolos”) y por otros “los intransigentes”… estos últimos exigían que todas las partes federadas fueran “iguales”, es decir, debían adquirir la plena independencia antes de federarse. En las elecciones de enero de 1869 las primeras con sufragio universal en España, los federalistas catalanes obtuvieron 28 escaños sobre 37. La masonería catalana de la época era casi sin excepción federalista. Ya entonces destacó un nombre, Valentí Almirall, presidente del Club de los Federalistas, de tendencia “intransigente”. En 1873, cuando se proclamó la Primera República, esta peña protagonizó el primer intento frustrado de declarar la independencia de Cataluña.

No todos los federalistas catalanes eran favorables a la independencia. Incluso algunos eran contrarios a la autonomía. Como siempre, el caos. Igual que ahora: federalistas fueron algunos sectores de CiU, federalista fue el PSC, en mayor o menor medida, federalista fue ERC en su momento e incluso algunos miembros de la CUP proponen la independencia y luego la “federación de los pueblos ibéricos”. Así pues, de todo hubo y de todo sigue habiendo.

Pero si el federalismo fue otra de las componentes caóticas del siglo XIX, en el XXI las cosas no han ido mucho mejor. Pascual Maragall lo redescubrió y, como el hombre era original en todo, añadió una coletilla: no se trataba, como querían los “federalistas intransigentes” del XIX de un “federalismo igualitario” en el que todas las partes fueran independientes en la misma medida, sino un “federalismo asimétrico” que no se extendería a toda España, sino, como máximo a Cataluña, País Vasco, Galicia… ¿y por qué no a Canarias? ¿o a Andalucía? ¿y por qué no Cartagena? Si el pobre Maragall introducía la coletilla era simplemente porque lo que el nacionalismo catalán no ha podido soportar nunca es ser tratado en pie de igualdad con ninguna otra parte del Estado: para eso defienden la existencia de un “factor diferencial”… así pues, democracia, igualdad, federalismo, pero unos más federados que otros y unos más autónomos que otros. Maragall ha medida que se ha ido haciendo mayor (y ha ido perdiendo facultades) se ha hecho cada vez más caótico. Pero esta propuesta –que un PSC obediente y sumiso, aceptó como la “gran innovación” en el primer lustro del milenio- superaba cualquier ideas despiporrante que se le hubiera ocurrido antes.  

Así que cuando ZP y Maragall tenían estas ideas en sus cabecitas locas, ni siquiera eran conscientes de que no había precedentes históricos o de que, luego, todas las autonomías restantes exigirían el mismo trato “asimétrico”, con lo que se volvería a una “simetría descoyuntada”. Me temo que esto es lo que el muy imitado Pedro Sánchez tiene en estos momentos en la cabeza cuando habla de “reforma constitucional profunda”. De eso me quejo: de que quien ignora las enseñanzas de la Historia está condenada a repetir los patinazos. Y aquí hay mucho ignorante. Así pues, cuando oigo hablar de “federalismo”, asimétrico o descoyuntador, me pregunto cuántos cigarrillos de la risa se han fumado.