Si exceptuamos los ultras que cada año se manifiestan el
20-N (y no son muchos), parece como si en este país el franquismo se hubiera
mantenido en el poder durante 40 años de puro milagro. Al parecer no tenía
ningún grupo social que lo apoyara y solamente se mantuvo por la fuerza. Usted y yo, y cualquier persona
medianamente inteligente sabe que el franquismo se mantuvo porque dispuso del
apoyo de un sector importante de la población. Ningún gobierno se ha mantenido
nunca durante tanto tiempo gracias a la represión. Pero desde el 20-N de
1975, los franquistas –esto es, los que apoyaron al régimen de Franco, activa o
pasivamente- han dejado de existir. Por eso, cuando el PSOE antepone a
cualquier otra medida el traslado de los restos de Franco del Valle de los
Caídos a un cementerio particular, el PP –que encarnó al franquismo
sociológico- le da el nihil obstat. Toda
la izquierda lo considera un acto de fe democrático, mientras que Ciudadanos,
en esto también, o no sabe/no contesta, o apoya la apertura de una tumba. Me quejo de que en este país, no solo los
capitales financieros son volátiles, sino los franquistas. Algo falla.
Falla, en primer lugar que, a 40 años de la muerte de Franco, todo lo que supuso ese régimen es
historia, no política. Platón se preguntaba, no sin razón, cuándo un montón
de arena, empieza a ser un montón. La pregunta que procede aquí es: ¿cuándo la
historia empieza a ser historia? Me pongo en 1960, yo tenía ocho años. La
Segunda Guerra Mundial había terminado hacía quince y la Primera iba por los
cuarenta años desde la firma del Tratado de Versalles. Incluso la Guerra Civil
Española había concluido veintiún años antes. Se nos enseñaba como “historia”.
Y es que era historia. La historia es la
crónica de las acciones de los hombres. Puede interpretarse pero no
rectificarse. La política es el día a día. Se hace en lo cotidiano. La historia
solamente puede entenderse; la política, en cambio, se construye de continuo
siguiendo la línea del tiempo. La “cumbre de las Malvinas” es historia y
nada hará que podamos olvidar que Aznar firmó allí la muerte de millones de
personas y la inestabilidad permanente de la región en los quince años
siguientes. La elección de Trump será historia cuando se pueda juzgar su
mandato, lo que ocurrirá de aquí a algo más de dos años, en las elecciones
siguientes. Zapatero sería historia de no hacer optado por ser historieta,
anécdota y por su bajo perfil político. Creo que se entiende lo que quiero
transmitir.
La izquierda perdió
en la Guerra Civil. Fundamentalmente por su mala cabeza desde el D+1, esto es,
a partir del 15 de abril de 1931. Sustituir a la brava un régimen por otro, de
la manera que se hizo, corre el riesgo de entrañar efectos secundarios. El
mismo 18 de julio de 1936 fue uno de estos efectos que estaban en el ADN de la
República. En aquellos años, y basta con examinar al azar cualquier hemeroteca
digital de la época, nada funcionaba, ni nada funcionó. Incluso, hoy, los
historiadores de izquierda o independentistas tienen dificultades en analizar
lo que ocurrió. De hecho, toda la izquierda (y, no digamos, los nacionalistas),
ante la imposibilidad de ser objetivos y, por tanto, salir malparados, optan
por la negación. Como cuando a un tipo le dicen que está desahuciado, morirá en
breve, y su primera actitud es la negación. Los manuales de izquierda sobre esa
época retuercen la historia, niegan la historia y se obstinan en ensalzar la
república. Los hechos de octubre de 1934 (que los legionarios bautizaron como
“huevos a la asturiana y gallina catalana”) los llegan a interpretar, no como
un golpe de Estado contra a legalidad, sino como una defensa de la República que
había caído en manos de la derechona de la época (negando el derecho a que
gobernara una mayoría electoral de derechas). En el fondo, lo que se percibe en la historiografía de izquierdas sobre la guerra
civil y el franquismo es optar por negar la derrota y las causas que llevaron a
la misma. Así que, además de construir teorías abstrusas, hay que desmontar
cualquier recuerdo del franquismo, salvo los paredones. Y en eso están.
Pero falta la piedra angular: el Valle de los Caídos. El conjunto monumental es
demasiado bello para que pueda ser asumido como el simple reflejo de una época.
Hay que restarle todo valor histórico. Es curioso que nadie se preocupe de los
restos de José Antonio y solamente se hable de los de Franco. Creo que,
finalmente, aprovecharán para sacarlos a los dos. Es como matar dos pájaros de
un tiro.
Nunca he sido franquista y sólo durante unos meses me
consideré falangista (allá por 1974), así que no soy sospechoso de
concomitancias con el “ancien régime”. Pero ahí está, bajo la cúpula de los
Inválidos, el impresionante féretro de Napoleón rodeado del nombre de todas sus
batallas. Y Napoleón puso a sangre y fuego a toda Europa, desestabilizó el
continente, fue golpetero como el que más, declaró a la primera de cambio
guerras de conquista y, para colmo, puso a todos sus hermanos al frente de los
reinos-títeres que iba creando. Si en
Francia hay un personaje que merecería que sus huesos se arrojaran a una
letrina, ese sería Napoleon. Y ahí lo tienen, visitado por millones de turistas.
¿Qué decir de Sir Winston Churchill, alma negra donde las haya, bestia sedienta
de sangre con un puro encajado en las mandíbulas y cuyas estatuas huelen a
alcohol y a sangre? Tiene calles, monumentos y placas por todo el Reino Unido,
e incluso en alguna ex colonia. Son historia. Ver uno de estos lugares incita a
profundizar en la historia, nos animan a informarnos. Es bueno que existan, por
mucho que sus titulares sean puros sátrapas o asesinos de masas. La izquierda española, en cambio, no quiere
que se analice el franquismo, no quiere que se le valore, que se le juzgue:
exige una condena total, sin reservas, sin paliativos y sin análisis alguno.
Quiere, simplemente, que desaparezca para que se olvide así el destrozo
inmenso, absoluto y deprimente que fue la Segunda República.
En Portugal, salvo en los primeros momentos de la revolución
de los claveles, la izquierda no ha pretendido nada similar. En varias
poblaciones he visto monumentos a los soldados muertos en las guerras
coloniales. Son muchos los que recuerdan el Estado
Novo de Oliveira Salazar sin intentar negar sus claroscuros. He visto los
nombres de los soldados muertos en Angola o Guinea Bissau, en Mozambique. No he
visto en nuestras grandes capitales los nombres de los asesinados por el
FPolisario o por los marroquíes en Ifni. Es como si no existieran porque
honrarlos sería desmerecer a los que les mataron… y, ya se sabe, que eran
pueblos jóvenes y que les mataban “en nombre de la libertad”.
Toda esta cuestión en
torno al Valle de los Caídos me paree una cortina de humo de un ZP versión 2.0.
Otro tontorrón ambicioso con proyectos de reformador social. Otro feministo
cuyo pensamiento político es como un cuaderno en blanco y que sigue la inercia
de la izquierda: la vía de la negación, el confundir política con historia, el
no discernir entre plagio, copia y creación. La muestra de que la clase
política española no puede producir nada que tenga el lejano eco de un
“estadista”. Me quejo de que nuestros políticos son meros propagandistas con
un punto de ignorancia, no sólo histórica, sino cultural, muy por debajo del
conocimiento que daba el honesto bachillerato franquista. En otro tiempo me quejaba de que a tipos como el Sánchez y sus
mariachis, los elegía un pueblo apático; con éste ni siquiera me puedo quejar
de esto: es el presidente al que nadie eligió.